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Carta Encíclica del Papa Francisco
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CREDO
Creo en Dios, Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo su único Hijo Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo.
Nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios
Padre, todopoderoso.
Desde allí va a venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna.
Amén
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PRIMERA Carta Encíclica firmada por el papa Francisco. Lleva
fecha de 29 de junio de 2013, solemnidad de los Santos Apóstoles
Pedro y Pablo.
La palabra Encíclica deriva del griego “enkyklios”, literalmente
“circular”. Se trata, por tanto, de un escrito del Papa dirigido a toda la
cristiandad.
La Encíclica está dividida en:
Una Introducción (números 1-7)
Cuatro capítulos (números 8-22; 23-36;
37-49; 50-59)
Una Conclusión (número 60)
En el número 7 el papa justifica la
publicación de esta Carta encíclica: su antecesor, el
papa Benedicto XVI, deseaba completar la trilogía
dedicada a las Virtudes Teologales: la Caridad
(Deus caritas est, 2005; Caritas in veritate, 2009),
la Esperanza (Spe salvi, 2007). Quedaba por publicar la encíclica
dedicada a la Fe (Lumen fidei).
La redacción de la Encíclica es
obra de Benedicto XVI, pero el Papa
Francisco ha introducido algunas
aportaciones. “Es un escrito a cuatro
manos” (Papa Francisco).
Estilo de la obra: No es un
tratado, en el que prima la demostración,
ni un ensayo Tiene carácter catequético:
ayudar a todos a vivir la fe desde una actitud positiva y alegre.
El catecismo tradicional nos había acostumbrado a definir la
fe de esta manera: “Fe es creer lo que no se ve”. Equivalía a renunciar
a lo esencial de la Fe: ser LUZ (Evangelio de san Juan).
El papa ofrece una manera más positiva de presentar la Fe,
acorde con lo que dice el Evangelio: “La fe es Luz capaz de iluminar
toda la vida humana”.
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INTRODUCCIÓN
La luz de la fe
1. ¿Por qué decimos que la fe es “luz”? Porque la fe tiene por función
iluminar, guiar, orientar la vida del creyente. El papa compara la fe con el Sol.
Todos sabemos por experiencia que el astro rey -el sol- disipa las tinieblas y
es fuente de vida. No es extraño, por tanto, que las culturas de la antigüedad
tributaran honores divinos al Sol, al que calificaban de invictus (invencible).
Sin embargo, “no se ve que nadie estuviera dispuesto a morir por su
fe en el sol”, escribió el mártir san Justino en el siglo II. Los cristianos, en
cambio, sí mueren por su fe en Jesucristo. La fe es una luz que ilumina todo el
trayecto de la vida.
¿Una luz ilusoria?
2. El hombre moderno desconfía de una luz capaz de iluminar la
vida entera de una persona, tal como propone la fe. Esta
creencia, dicen, es propia de épocas pasadas. La cultura actual se
fundamenta en el poder de la razón. Así lo da a entender el joven filósofo
alemán, Federico Nietzsche a su hermana Elisabeth: “Si quieres alcanzar paz
en el alma y felicidad, cree; pero si quieres ser discípulo de la verdad,
indaga”. Es decir, la fe es quietud, estancamiento; por el contrario, la razón,
la filosofía, es búsqueda incesante, libre, autónoma.
3. Esta mentalidad, que muchos creyentes han asumido
inconscientemente, ha deformado el sentido de la fe hasta reducirla a un
puro sentimiento. “La fe ocupa el lugar que la razón no puede iluminar”. Es
decir, la cultura moderna no niega la fe, pero la reduce a un sentimiento
subjetivo, capaz de proporcionar consuelo al corazón, pero no validez
objetiva, racional, aceptación universal. Para la modernidad, Fe y oscuridad
son lo mismo.
Por otra parte, la actual “crisis de la razón”, que ha dado lugar a la
llamada “cultura postmoderna”, no ha supuesto una vuelta a la fe y a su
sentido de totalidad. El hombre postmoderno se resigna a la imposibilidad de
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Oración del papa Francisco a María, madre de la Iglesia y
madre de nuestra fe (La luz de la fe)
¡Madre, ayuda nuestra fe!
Abre nuestro oído a la Palabra,
para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.
Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos,
saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.
Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor,
para que podamos tocarlo en la fe.
Ayúdanos a fiarnos plenamente de él,
a creer en su amor,
sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz,
cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.
Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.
Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.
Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús,
para que él sea luz en nuestro camino.
Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros,
hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo,
tu Hijo, nuestro Señor.
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ayuda a vivirlo con sentido. En ocasiones, la confesión pública de la fe acarrea tribulaciones. San Pablo responde que: “En la debilidad, en el sufrimiento se hace manifiesto y palpable el poder de Dios que supera nuestra debilidad y nuestro sufrimiento”. El ejemplo lo tenemos en los mártires.
57. No es extraño, añade el papa, que muchos hombres y mujeres hayan recibido la luz de las personas que sufren. Por ejemplo, san Francisco de Asís, del leproso; la Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Han captado el misterio que se esconde en ellos. Por otra parte, al que sufre Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una promesa que le acompaña. Cristo comparte con nosotros el camino del dolor.
El papa recuerda que la gran aportación que puede hacer la fe al bien común es la esperanza. “No nos dejemos robar la esperanza”, permitiendo que la banalicen con propuestas y soluciones inmediatas. La fe mira al tiempo futuro, no al espacio, que representa lo presente, lo inmediato. “El tiempo es
siempre superior al espacio”. La esperanza es una dinámica que nos hace libres de todo determinismo y de todo obstáculo para construir un mundo en libertad, y para liberar a esta historia de las cadenas del egoísmo.
“Bienaventurada la que ha creído” (Lc 1, 45)
58. La Madre del Señor es la representación perfecta de la fe. “Bendita tú que has creído”. María confió en la Palabra de Dios que le fue enviada por medio del Ángel. Puso su vida a disposición del plan salvífico de Dios.
59. María está íntimamente asociada, por su unión con Cristo, al contenido de nuestra fe: encarnación, predicación, muerte y resurrección de Jesús.
60. El papa concluye esta Carta Encíclica con una plegaria a María, Madre de la Iglesia y Madre de nuestra fe.
Roma, 29 de junio del año 2013
Francisco
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encontrar una verdad “grande” capaz de dar sentido total a la vida humana.
Se contenta con verdades parciales, o pequeñas verdades. En el fondo sigue
sin interesarle la propuesta cristiana de una fe capaz de iluminar y de dar
sentido total a la vida humana. Prefiere la fragmentación de la verdad: vivir
instantes de verdad, pero no una verdad total.
Una luz por descubrir
4. Urge, pues, recuperar el carácter luminoso de la fe, capaz de
iluminar toda la existencia humana. Esa luz no tiene su origen en nuestra
razón, sino en una fuente más primordial: en el encuentro con el Dios vivo,
que nos llama y nos revela su amor. La fe es un don sobrenatural, que está
permanentemente ofrecido por Dios a todos los hombres a través de
Jesucristo, Palabra encarnada del Amor divino hacia nosotros.
5. El papa desea hablarnos de esta fe. Con este fin,
su antecesor el papa Benedicto XVI, instituyó el Año de la
Fe; para ayudarnos a redescubrir la alegría de creer,
ayudarnos a confesar la fe en su unidad e integridad, y a
testimoniarla públicamente hasta el final.
6. El Año de la fe coincide con el 50º aniversario de la apertura del
Concilio Vaticano II (Octubre de 1962). No es una mera coincidencia, pues
como escribió el papa Pablo VI, “Aunque el Concilio no trata expresamente
de la fe, habla de ella en cada una de sus páginas”.
En efecto, la Iglesia nunca presupone la fe como algo descontado,
sino que sabe que este don de Dios tiene que ser alimentado y robustecido
para que siga guiando su camino. El Concilio Vaticano II ha hecho que la fe
brille dentro de la experiencia humana, recorriendo así los caminos del
hombre contemporáneo.
7. Tras agradecer a su antecesor este precioso trabajo sobre la fe, el
papa Francisco añade que es misión del Papa “confirmar a sus hermanos” en
el inconmensurable tesoro de la fe, que Dios da como luz sobre el camino de
todo hombre.
Concluye esta Introducción planteando dos preguntas:
¿De dónde procede esa luz poderosa de la fe, que permite iluminar
el camino de la vida humana? ¿Cuál es la ruta que la fe nos descubre?
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CAPÍTULO PRIMERO
“Hemos creído en el Amor” (1 Jn 4, 16).
Abrahán, nuestro padre en la fe
8. La fe es un acto personal. Pero la fe no comienza con cada uno de
nosotros. Los creyentes vivimos integrados en una corriente o
tradición que arranca de Abrahán, al que llamamos “nuestro
padre en la fe”. La fe se transmite.
¿Cómo fue ese inicio? Abrahán oyó en su interior que Dios le
llamaba por su nombre. No ve a Dios, pero lo oye. Esa experiencia interior
supera las ideas vigentes en aquella época, las cuales ligaban a dios a un
lugar y a un tiempo concreto. Abrahán siente que Dios es persona, pues le
llama por su nombre.
9. ¿En qué consistió la llamada? Fue una invitación de Dios a abrirse
a una vida nueva, la cual comienza con su salida de la tierra de sus mayores.
Esta salida no es un acto gratuito, pues está recompensada con una
promesa: “Serás padre de un gran pueblo”. La fe es la respuesta afirmativa a
esa llamada, y está apoyada en la esperanza.
10. La confianza de Abrahán en el Dios de la promesa es respuesta a
la fidelidad de Dios a su Palabra. Es una fe firme, porque Dios es fiel a lo que
promete.
11. En este caso, Dios promete a Abrahán lo que más ansiaba en lo
profundo de su corazón: la paternidad para él, y la maternidad para Sara, su
mujer. De esta forma Dios se les muestra como fuente de vida, es decir,
Creador, origen de todo y fuente de bondad. Abrahán será padre de muchas
generaciones de creyentes.
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53. La fe está presente en todas las etapas de la vida. En la infancia, la fe natural (de los niños hacia sus padres) es una buena guía para enseñarles la fe en Dios-Amor. A los jóvenes, que atraviesan una edad tan compleja, hay que acompañarles en el crecimiento de su fe. Aquellos jóvenes que han descubierto el Amor de Cristo, no ocultan a los demás su alegría de creer. La fe les ensancha la vida, les abre nuevos horizontes, les da una esperanza sólida que no defrauda.
La fe es luz para la vida en sociedad
54. La fe en las relaciones sociales. La fe nos muestra dónde se halla la raíz de la fraternidad y de la dignidad humana. En la época Moderna se ha pretendido construir la fraternidad universal sobre la igualdad. Pero, una fraternidad sin la existencia de un Padre común, no logra subsistir. Por el contrario, Dios-Amor no discrimina, antes bien quiere hacer partícipes a todos, como hermanos, de la única bendición. Gracias a la fe se ha llegado al reconocimiento universal de la dignidad de la persona. Pero, cuando se obscurece la fe, quedamos sin saber con certeza por qué el hombre tiene valor y no precio, por qué el hombre no es árbitro absoluto de la naturaleza, o un elemento más de la misma.
55. El respeto a la naturaleza. La luz de la fe, expresión del amor que Dios nos tiene, nos muestra la naturaleza como obra de Dios y morada que nos ha confiado. Para el creyente, la utilidad y el provecho no son los fines últimos de la naturaleza.
Igualmente, la fe nos enseña a identificar formas de gobierno justas, a reconocer que la autoridad viene de Dios, y que debe estar al servició del bien común.
La fe exige perdonar cuando nos sentimos ofendidos, siendo conscientes de que la última palabra la tiene Dios, y no el mal.
En los momentos conflictivos la fe nos impulsa a resolverlos por la vía pacífica, ya que la unidad es superior al conflicto.
El papa concluye con una llamada a la coherencia: el cristiano no ha recibido la luz para guardarla en casa, sino para hacer partícipes a otros de su verdad.
La fe es fuerza que conforta en el sufrimiento
56. Tribulaciones y sufrimientos. La fe no nos exime del dolor, pero sí
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CAPÍTULO CUARTO
“Dios prepara una Ciudad para ellos” (Hb. 11, 16)
- La incidencia de la fe en la vida social -
Fe y bien común
50. Hasta aquí el papa Francisco ha venido presentando la fe como “luz - camino”. Ahora añade otra faceta: la fe es edificación de la vida en sociedad. Es decir, la fe ilumina también las relaciones humanas.
51. Estamos lejos de un concepto individualista y privatizado de la fe. La fe no nos aparta del mundo, ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo.
Entonces, ¿cómo debe actuar el creyente en esta sociedad secularizada y en crisis? La experiencia histórica nos muestra que pretender alcanzar la paz y la unidad fundándolas en la utilidad (la suma de interesas) o en el miedo, no consigue el resultado buscado. Por el contrario, la fe permite comprender la arquitectura de las relaciones humanas porque capta su fundamento último y su destino definitivo en Dios. La fe nos ayuda a edificar nuestras ciudades para que avancen hacia un futuro con esperanza.
Fe y familia
52. El Papa propone algunas orientaciones sobre el papel de la fe en la vida social.
En la Familia. La fe ayuda a captar en toda su profundidad y riqueza el matrimonio como unión estable de un hombre y una mujer. Igualmente, la fe ayuda a entender el sentido de la diferencia sexual, que permite a los cónyuges unirse en una sola carne. Lo mismo cabe decir respecto de la generación de los hijos: manifestación de la bondad, sabiduría y designio de su amor.
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La fe de Israel
12. Damos un salto en el tiempo. Los israelitas viven esclavizados por
los faraones de Egipto. El sujeto de la fe, el que recibe el don de la fe, es
ahora el pueblo elegido. Este experimenta en sí la protección de Dios a lo
largo del llamado éxodo o salida de Egipto. La narración de estos hechos, en
los cuales experimentaron la intervención de Dios, es trasmitida de
generación en generación. Con ello nos da a entender que la fe está vinculada
al relato concreto de la vida, al recuerdo de los beneficios de Dios, al
cumplimiento de su promesa.
13. En algunos comportamientos de los israelitas vemos también lo
contrario de la fe, es decir, la vuelta a la idolatría. A una parte del pueblo
israelita le resultaba insoportable no poder contemplar
visiblemente a Dios durante el tiempo que permanecieron
en el Sinaí. El pueblo reacciona volviendo a sus antiguos
ídolos, dioses hechos a su gusto y medida para poder
manejarlos.
La fe es lo opuesto a la idolatría. El creyente respeta el misterio de
Dios, que quiere revelarse personalmente y en el momento que decida. La fe
consiste en la disponibilidad para dejarse transformar por la llamada de Dios.
El ídolo, por el contrario, es un pretexto para ponerse a sí mismo en el centro
de la realidad. La idolatría es politeísta: el hombre se disgrega en la
multiplicidad de sus deseos. No hay una meta, un camino, sino una multitud
de senderos, que no llevan a ninguna parte.
14. Moisés desempeña en la tradición religiosa de Israel el papel de
mediador entre Dios y el pueblo. Con Moisés al frente, el pueblo toma
conciencia de que forma una comunidad, un “nosotros”, una fe compartida.
Moisés no ve a Dios, pero lo escucha y conversa con él. La iniciativa
la tiene Dios. Por eso decimos que la fe exige humildad y confianza en aquel
que nos ama, aceptando la forma como él quiera manifestarse. El filósofo
ilustrado francés, Juan Jacobo Rousseau, se lamentaba de no poder ver a Dios
de manera personal y directa. No sabía que la fe es encuentro personal,
nunca un hallazgo de nuestra razón, y a merced de nuestros deseos.
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La plenitud de la fe cristiana
15. La fe de Abrahán, de los Patriarca, del pueblo de Israel anticipan
el misterio de la fe cristiana. En Cristo está plenamente centrada la fe. En el
Antiguo Testamento admiramos las grandes muestras de amor de Dios a su
pueblo; pero es en la persona de Jesús donde se da la interacción definitiva
de Dios, la manifestación suprema de su amor. La fe reconoce el amor de
Dios manifestado en Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la
realidad y su destino último.
16. La mayor prueba de la fiabilidad del amor de Cristo se encuentra
en su muerte. Muere por todos, incluidos sus enemigos. Por eso, los
cristianos miramos la cruz como el símbolo del amor total de Jesús a los
hombres. Algunos piensan que la representación de la muerte de Jesús, con
toda su crudeza, nos aleja de Jesús. Así lo creía el príncipe Myskin (El idiota,
de Dostoievski). El papa piensa que más bien refuerza nuestra
fe en el amor que Jesús nos tiene.
17. La muerte de Cristo es inseparable de su resurrección (1
Co 15, 17). Jesús es Hijo de Dios, está radicado en el Padre.
Sólo así se explica su victoria sobre la muerte.
La cultura actual es insensible a la acción concreta de Dios sobre las cosas del
mundo. Se piensa que, aunque Dios exista, está en otro nivel de realidad, o
que es incapaz de intervenir en el mundo, en cuyo caso estaríamos negando
su amor poderoso. Los cristianos, en cambio, confesamos el amor concreto y
eficaz de Dios, que obra en la historia y determina su destino final.
18. El papa resalta otro aspecto decisivo de la fe. Cristo no es sólo
aquel en quien creemos, sino también aquel con quien nos unimos para
poder creer. De igual modo que en la vida diaria nos fiamos de aquel que
sabe las cosas mejor que nosotros (los profesionales), así también en la fe
necesitamos a alguien, experto en las cosas de Dios. Ese alguien es Jesús. Su
modo de vivir totalmente en relación con su Padre abre un nuevo espacio a
la experiencia humana, en el que podemos entrar.
San Juan expone tres maneras de relacionarnos con Jesús: creyendo
que es verdad cuanto nos ha revelado; creyendo a Jesús, Palabra eterna, y
creyendo en Jesús, acogiéndolo en nuestra vida y siguiendo sus pasos.
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Señor: el Padre nuestro. En ella nos ha dejado el Señor su manera de sentir y de ver a Dios Padre, a fin de que nosotros la podamos compartir.
En cuanto al Decálogo, este “no es un catálogo de preceptos negativos, sino indicaciones concretas para salir del desierto del “yo” autorreferencial, cerrado en sí mismo y entrar en diálogo con Dios, dejándonos abrazar por su misericordia para ser portadores de su misericordia”.
En torno a estos cuatro elementos la Iglesia ha organizado su Catecismo, compendio de “todo lo que ella es y de todo lo que cree”.
Unidad e integridad de la fe
47. Comenzamos por la unidad. Dice el papa que actualmente es más fácil unirse para realizar una tarea común, que unirse en torno a una misma verdad, porque se tiene la sospecha de que un acto así conlleva renuncia a la libertad y a la propia autonomía. Sin embargo, hemos visto que desde el amor es posible tener una visión común: amando aprendemos a ver la realidad con los ojos de otro.
¿Cuál es el secreto de la unidad de la fe?
a) Los cristianos confesamos al mismo Dios en la forma como Él se ha revelado.
b) La fe se dirige al único y mismo Señor. La unidad de fe no se rompe porque uno sea más sabio que otro. La fe es la misma en ambos.
c) La fe es una porque es compartida por toda la Iglesia, que forma un solo cuerpo y un solo espíritu.
48. La integridad. La fe que confesamos es una, y no admite división. Negar un artículo de la fe implica romper la unidad en la que se sustenta. San Pablo compara la unidad-integridad de la fe con un “cuerpo vivo”: posee diversidad de miembros y crece sin romper la unidad. De igual modo, la luz de la fe crece para iluminar el cosmos y toda la historia. Nuestra fe es universal (católica).
49. La unidad e integridad de la fe quedan aseguradas por medio de la Sucesión Apostólica. Ésta nos garantiza la memoria de la Iglesia, al ponernos en contacto con la fuente de la que mana la fe. Por su parte, el Magisterio de la Iglesia cuida de que llegue íntegro el “plan de Dios”, y con él la alegría de poder cumplirlo.
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La Iglesia es una familia, una realidad viva. Transmite la fe de forma personal, poniéndonos en contacto con la Persona del Señor. El medio que la Iglesia emplea para ello son los Sacramentos, los cuales son memoria y aplicación de la acción salvífica de Dios a las distintas situaciones de la vida personal. Los llamamos sacramentos porque, aunque empleen elementos materiales para su realización, tienen la virtud de abrirnos al misterio de lo eterno.
41. El primer sacramento que recibimos es el Bautismo. El agua que derraman sobre nuestra cabeza simboliza la limpieza del alma y el nacimiento a una nueva vida, mediante la cual nos convertimos en hijos adoptivos de Dios. El bautismo conlleva una exigencia o compromiso: vivir la fe en comunión con la Iglesia, confesándola públicamente a fin de que otros puedan conocerla.
42. Otros aspectos doctrinales del sacramento bautismal, son:
a) El catecúmeno es bautizado en el nombre de la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es elevado a una nueva condición filial.
b) La inmersión en el agua es una invitación a morir a nuestro egoísmo, que nos separa de Dios y de los hermanos.
c) La fe cristiana no es una mera doctrina. Si no está encarnada en la vida, es una fe muerta.
43. El Papa nos invita a descubrir la importancia del catecumenado (candidatos al bautismo), para la nueva evangelización. Igualmente, el papa destaca la importancia del bautismo de los niños, ejemplo de lo que es la fe compartida y apoyada en la fe de otros (padres y padrinos).
44. La Eucaristía es otro sacramento crucial de la vida cristiana. En su celebración rememoramos la entrega sin límite de Jesús a los hombres. Mediante la conversión del pan y del vino en su cuerpo y sangre, aprendemos a dar el paso de lo visible a lo invisible: la creación camina hacia su plenitud en Dios.
45. En la Profesión de fe o “Credo” reconocemos que Dios es Trino, y así está presente en todas las cosas. Pero, no solo eso: ese Dios se ha encarnado en nuestra naturaleza y nos ha introducido en la vida divina a fin de que participemos de su amor.
Fe, oración y decálogo
46. Otro elemento esencial en la transmisión de la fe es la Oración del
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La salvación mediante la fe
19. La fe es don, gracia que nos transforma interiormente en una
nueva creatura: la de ser hijos de Dios. La salvación es obra de la gracia, no
mérito nuestro. Quien piense lo contrario se aísla de Dios y de los hermanos
(Ef 2, 8s).
A lo largo de la historia no han faltado voces que afirman lo
contrario: la salvación o justificación es mérito nuestro. Así lo pensaba el
legalismo fariseo. Posteriormente, el luteranismo, de acuerdo con su
concepción pesimista de la naturaleza humana, afirmó lo contrario:
únicamente la fe en Cristo puede salvarnos, quitando todo valor a las obras. El
concilio de Trento resolvió esta cuestión: No basta la fe; son necesarias
también las obras buenas, porque testimonian la fuerza de nuestra fe.
20. El papa hace hincapié en la nueva lógica de
la fe cristiana: Cristo, no el hombre, es el centro. Con su
encarnación, muerte y resurrección ha recorrido todo el
arco de la vida humana, abriéndonos el camino de la
salvación. A partir de la aceptación del don de la fe, el
creyente se ve a sí mismo con una nueva lógica: la de la fe. Esta luz ilumina el
origen y el final de la vida, el arco completo del camino humano.
21. Ahí radica la novedad que aporta la fe: el creyente es
transformado interiormente por el Amor. Al abrirnos al Amor de Dios
manifestado en Cristo nuestra existencia se dilata más allá de sí misma, pues
amamos con Jesús, vemos con Jesús, sentimos con Jesús, llegando a formar
con los demás creyentes un solo cuerpo en Jesús
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La forma eclesial de la fe
22. San Pablo explica a los romanos que, el hecho de formar un solo
cuerpo en Cristo, no debe ser interpretado como motivo de orgullo humano,
sino de estímulo: Cristo es el espejo en el que descubrimos nuestra propia
imagen.
Por otra parte, la imagen del cuerpo no pretende reducir al
creyente a una simple parte de un todo anónimo, sino que subraya la unión
vital de Cristo con los creyentes, y de éstos entre sí. Nadie pierde su
individualidad, antes bien, en el servicio a los demás alcanza cada uno su
realización. Así se explica que San Pablo diga que “fuera de la unidad de la
Iglesia, la fe pierde el espacio para sostenerse”.
La fe tiene necesariamente una configuración eclesial. No es
algo privado, una opinión subjetiva, sino que nace de la escucha
está destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio.
Dice el papa que la fe tiene su propio Hogar, que es la
Iglesia. Nacemos a la nueva vida en este Hogar; en él crecemos,
nos formamos, convivimos, peregrinamos juntos. En la Iglesia debemos
sentirnos como en nuestra propia casa.
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CAPÍTULO TERCERO
“Transmito lo que he recibido” (1 Co 15, 5)
-Sobre la transmisión de la fe y la importancia de la evangelización -
La Iglesia, madre de nuestra fe
37. La fe que ha llegado hasta nosotros proviene de los Apóstoles, testigos de la vida, muerte, resurrección y ascensión de Jesús. Se va trasmitiendo por contacto personal, como la llama enciende otra llama. No ha surgido de nosotros; es un “don sobrenatural”. Esa comunidad de creyentes que conserva viva la memoria del Señor, es la Iglesia, de la que formamos parte por el bautismo.
38. Pero, ¿estamos seguros de que nuestra fe es “fe apostólica”, a pesar de haber transcurrido 20 siglos desde la muerte del último Apóstol? Respuesta: si nos consideramos únicamente como individuos, no hay seguridad. Pero las personas somos también “seres en relación”. La “relación” forma parte esencial de nuestra vida. Somos un “yo” y un “nosotros”. Nuestro Yo está vinculado a otros: padres, familia, amigos, comunidad, nación, Iglesia, idioma…Aunque la fe la vivamos individualmente, se va enriqueciendo cuando la vivimos como un “nosotros” (eclesialmente).
39. La fe no acaba en una relación “yo-Tú divino”. De igual modo que Dios es Trinidad, cada cristiano es un “nosotros”. Por eso rezamos: “Creemos en….”, o “Padre nuestro…”.
Los sacramentos y la transmisión de la fe
40. Además de la transmisión por contacto personal, hay cuatro elementos a través de los cuales la Iglesia trasmite la fe, son: los Sacramentos, la Profesión de fe, el Decálogo y la Oración.
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Fe y búsqueda de Dios
35. En el fondo de su ser, toda persona, sea o no
cristiana, busca a Dios. Esta actitud la apreciamos en los Reyes
Magos, dejándose guiar por una estrella: la luz divina. La fe
ilumina el camino de todo aquel que busca a Dios.
Fe y teología
36. La teología nace del deseo de conocer aquello que amamos a
través de la luz de la fe. La teología no sólo es imposible sin la fe, sino que es
parte del movimiento de la fe. La teología nace del conocimiento de la fe.
Está al servicio de la fe.
La teología comporta humildad ante el misterio y gozo por poder
explorar con nuestra razón las insondables riquezas del misterio. Todo esto
se hace en comunión con la Iglesia, que nos posibilita y asegura el contacto
con la fuente originaria.
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CAPÍTULO SEGUNDO
“Si no creéis, no comprenderéis” (Is 7,9)
Fe y verdad
23. La actitud religiosa de los hebreos se funda en la confianza en Dios
Persona; los griegos, por el contrario, preguntan si es verdad lo que se dice
sobre Dios. Son dos mentalidades diferentes.
La “Traducción griega de la Biblia realizada por los
LXX sabios judíos helenizados” fue una gran hazaña
intelectual. No era fácil expresar en palabras griegas el
sentido de la fe. Por ejemplo: en la Biblia hebrea Isaías
dice “subsistir”, pero los judíos helenistas tradujeron
“comprender”.
24. El Papa concluye que ambos sentidos se complementan: la fe, sin
verdad, no salva, no da seguridad (subsistencia). Se queda en una hermosa
fábula o sentimiento.
25. Vivimos actualmente una fuerte crisis de la verdad. La cultura
moderna ha optado por el relativismo: fragmentación de la verdad. De esta
manera se pretende quitar valor a la Verdad cristiana. Sin embargo, nadie
puede evitar en su vida las preguntas existenciales que nos ponen frente a la
“verdad grande”. El hombre tiene necesidad de verdad; sin ella no puede
subsistir.
Amor y conocimiento de la verdad
26. La fe no es un conocimiento frío y erudito, como sucede en la
ciencia; la fe conoce la verdad por vía del amor. Así aparece en la Biblia. “Con
el corazón se cree” (Rom 10,10). El “corazón” es el centro de la
persona, donde se entrelazan todas sus dimensiones. A través del corazón
nos abrimos a la verdad y al amor.
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Nosotros llegamos a la fe por medio del amor: cuando descubrimos el
amor que Dios nos tiene. Por eso, creer es amar. El amor de Dios nos da ojos
nuevos para ver la realidad.
27. ¿Qué es el amor? El papa menciona a un filósofo emblemático del
siglo XX. Wittgenstein, el cual, sin embargo, no acierta al hablar del amor,
pues lo equipara a un sentimiento o afecto pasajero. No tiene nada que ver
con la verdad-certeza. En la realidad no sucede así, puesto que el amor busca
conocer el objeto o persona amada. Si el amor no se funda en la verdad, no
es duradero, y degenera en subjetivismo.
De la misma manera que el amor necesita la verdad, la verdad tiene
necesidad del amor, para no quedarse en una verdad fría, impersonal. Se
trata de la verdad que da sentido a la vida.
28. El amor es fuente de conocimiento. Así aparece en la
Biblia: los israelitas creen en el amor que Dios les tiene.
Lentamente, su fe en ese Dios va ampliándose hasta extenderse
al mundo entero: Dios es Dios de vivos y de muertos, de los
israelitas y de los demás pueblos. Es decir, la fe no solo ilumina
el camino particular de un pueblo, sino el decurso completo el mundo.
La fe como “escucha” (hebreos) y como “visión” (griegos)
29. La fe es presentada en la Biblia como escucha de la Palabra de
Dios, el cual establece una relación de amor con el hombre. “La fe nace del
mensaje que se escucha” (Rom 10,17). El conocimiento de la Palabra es
siempre personal y temporal, pues nos vamos adentrando en ella a medida
que crece nuestra fidelidad a Dios.
El hombre griego, por su parte, vincula el conocimiento de la realidad a la
visión. La vista es el sentido de la realidad, en unión con el entendimiento. La
vista aprehende la realidad en una imagen estática, pero completa, de la cosa
en si misma.
Dice el papa que el Antiguo Testamento ha combinado ambos tipos de
conocimiento: a la escucha de Dios se une el deseo de ver su rostro. “De este
modo, se pudo entrar en diálogo con la cultura helenística, diálogo que
pertenece al corazón de la Escritura”.
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30. El evangelio de San Juan refleja la inculturación del cristianismo en
el helenismo. Conjuga el escuchar, el ver y el tocar.
El término de la fe es la persona de Jesús, que nació, murió y resucitó.
Por eso, a muchos la visión de la persona de Jesús les llevó a la fe. A otros, en
cambio, la fe les llevó a una visión más profunda: “Si crees, verás la gloria de
Dios” (Jn 11,40).
31. Continúa el Papa comentando algunos textos de san Juan, como
éste: “Lo que hemos oído, visto y palpado” (1 J 1,1) es lo que contamos aquí.
La luz de la fe nos transforma y nos da ojos para verlo, oídos para
escucharlo y manos para tocarlo, pero no en sentido físico, sino espiritual. La
persona trasciende lo físico. Hubo mucha gente que vio y
tocó físicamente a Jesús, su cuerpo, pero no por eso
creyeron. San Agustín escribe sobre la fe: “Tocar con el
corazón, esto es creer” (Sermón 229).
Diálogo fe-razón
32. El Papa vuelve a insistir en el papel “providencial del helenismo:
“los primeros cristianos encontraron en el mundo griego, en su afán de
verdad, un referente adecuado para el diálogo. El encuentro del mensaje
evangélico con el pensamiento filosófico de la antigüedad fue un momento
decisivo para que el evangelio llegase a todos los pueblos”.
33. San Agustín es un maestro en la formulación racional de la relación
entre fe y razón. El “eterno buscador” de la verdad no paró hasta que la
encontró. No se hallaba en las cosas, sino en su propio interior. Dios es el
Bien, la Verdad y la Luz. El neoplatonismo le ayudó en su búsqueda de la
verdad.
34. La relación existente entre fe y razón posibilita el diálogo del
creyente con la ciencia moderna. La fe ilumina el campo de la investigación
científica, pues estimula a la ciencia a conocer mejor el mundo creado. Fe y
ciencia se ayudan mutuamente. La fe no es intransigente, sino que cree en la
convivencia.