228708722 Selyna Malinky Las Estrategias Del Amor PDF

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Índice

PortadaCapítulo unoCapítulo dosCapítulo tresCapítulo cuatroCapítulo cinco

Capítulo seisCapítulo sieteCapítulo ochoCapítulo nueve


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Capítulo diezCapítulo onceCapítulo doce

Capítulo treceCapítulo catorceCapítulo quince

Capítulo dieciséisCapítulo diecisieteCapítulo dieciochoCapítulo diecinueve

Capítulo veinteCapítulo veintiunoCapítulo veintidós

Capítulo veintitrésCapítulo veinticuatroCapítulo veinticincoCapítulo veintiséis


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Capítulo veintisieteCapítulo veintiochoCapítulo veintinueve

Capítulo treintaCapítulo treinta y unoCapítulo treinta y dos

Capítulo treinta y tresCapítulo treinta y cuatroCapítulo treinta y cincoCapítulo treinta y seis

Capítulo treinta y sieteCapítulo treinta y ochoCapítulo treinta y nueve

otasCréditos


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Capítulo uno

sobelle no sabía cuándo se había dadcuenta de que la observaban. Iba en eren camino de Moorgate. El día er

agradablemente fresco, pero con entenso sol que la hacía sentirse cálida

amodorrada en el recinto del tren

Reinaba un silencio extraño en el vagónroto sólo por el ocasional aleteperezoso de las hojas de los periódicosAunque el tren se balanceaba mucho


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parecía como si el compartimenthubiese entrado en el cómodo reino desemisueño y la semivigilia. En es

ánguido estado, Isobelle, mientramiraba con los ojos entrecerrados emponente Alexandra Palace, se dio

cuenta poco a poco de que los ojos dalguien se habían posado sobre ella. Nquería mirar, en parte porque disfrutabde su letargo, pero también porqu

estaba segura de que se toparía coalgún viajero examinándola contención. En realidad, no la disgustab

ni la molestaba que mirasen, pues ellmisma disfrutaba observando a la gent la encantaba tejer historias co

algunos de los pasajeros habituales d

su ruta. Isobelle, entusiasta de l


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expresión poética, obtenía muchos dsus temas observando a los demás.

La poesía, pensó con aire soñador

era la única forma de describir ssituación, y nada mejor que los versode Laurie Lee en El nacimiento d

abril :Si alguna vez vi bendiciones en el aire,las veo ahora en este día aún prematuro

en que el limonero en la vaporosa mañangoteahúmeda luz del sol en poder de mis ojos.

Pensar en ojos la situó de mala ganen la realidad. Seguía teniendo lsensación de que la observaban perocuriosamente, le parecía que no era u


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examen ofensivo o degradante. No podíexplicárselo, pero la intuición lndicaba que todo estaba bien y que n

enía por qué preocuparse. Sin embargoa curiosidad empezaba a dominarla

apartando el manto soñoliento que l

envolvía desde que había subido al treen New Barnet. Isobelle miró a lovariopintos viajeros, la mayoría de locuales estaban sumidos en sus propio

mundos particulares de lectura ensueño. En un primer momento lpareció que había localizado al culpabl

cuando sus ojos tropezaron con los de uoven ejecutivo, pero casi al instante sdio cuenta de que el hombre habíalzado la vista de su periódico par

orientarse sobre dónde estaba mientra


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volvía la página. La vista del hombrregresó con toda naturalidad a lsección de deportes. «Dónde estás»

preguntó Isobelle en silencio mientras smirada recorría el vagón. Nadie lmiraba directamente: tal vez hubiera

apartado los ojos antes de que ella sdiese cuenta. «En fin —suspiró para s—, tal vez deba ser un poco máavispada.»

El tren estaba entrando en FinsburPark, una estación de enlace, para lorenes elevados y subterráneos, co

varios puntos de Londres y del WesEnd. La gente empezó a moverseguardaban los periódicos a toda prisa eos maletines, se abotonaban lo


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abrigos, buscaban los guantes, deseandser los primeros en salir y encaminarsal siguiente medio de transporte

sobelle los miraba, pensando que era efinal de la historia, cuando de nuevvolvió a sentir que la observaban. L

desconcertó, momentáneamente, qufuese una mujer. Desde el punto de vistracional no había motivos parsorprenderse, puesto que las mujere

suelen detenerse a valorar a otramujeres. Ella misma lo había hechoCreía que las mujeres tendían a se

mucho más perceptivas, una idea que shabía grabado en su mente después duna conversación con sus colegamasculinos que le confirmó que cas

nunca observaban a otros hombres po


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miedo a ser acusados de cualquier coso a la violencia.

La mujer que estaba junto a la

puertas mirándola la sorprendió porquera despampanante y destacaba entre lodemás ocupantes del vagón. Er

despampanante no sólo por su atractivaspecto, sino también por su forma dvestir y su porte. Emanaba elegancihasta tal punto que Isobelle pensó que

aunque vistiera con sencillez, lacabezas se volverían a su paso. Su ropparecía cara y de calidad, aunque nad

lamativa. Llevaba un abrigo largo dana negra con un amplio cuello sobros hombros, desabotonado en la part

delantera, que dejaba ver un traje sastr


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rojo: un sencillo vestido de cuellredondo que llegaba a la altura de lpantorrilla, con una chaqueta larga

Completaba el conjunto un collar dperlas de una vuelta.

Isobelle, impresionada con el estil

de la mujer, se fijó en sus rasgos. Eralta, lo cual se veía subrayado por eargo abrigo que llevaba. Pero el abrig

cumplía otra misión, pues era del colo

deal para resaltar sus cabellos rubionaturales y su piel fresca y cremosa. Epelo se recogía en un moño francés, alg

que casi no lucía nadie, pero a Isobelle pareció que en ella no desentonabaTenía los pómulos altos en un rostro dbelleza clásica y sus labios eran de u

rojo que hacía juego con su traje. A


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sobelle le dio la impresión de quhabía dedicado mucho tiempo a aquellnspección, aunque sabía que sól

habían pasado unos segundos. En esmomento Isobelle comprendió que lmujer se había dado cuenta de que l

miraba, pues los labios rojos esbozarouna sonrisa preciosa y teñida de ironíaY, aunque no podía verlos bien, tuvo lacerteza de que los ojos de la muje

anzaban traviesos destellos tras locristales de las primorosas y modernagafas. Isobelle desvió la vista, sintiend

de repente el calor del rubor quabrasaba sus mejillas.El tren se detuvo en seco, y lo

viajeros se apresuraron a salir par


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dirigirse a su trabajo. Isobelle volvió mirar y percibió el resplandor de locabellos rubios de la mujer mientras l

multitud la arrastraba hacia el vasto made Londres. Retuvo en su cabeza lmagen de ella con aquella travies

sonrisa que parecía tan a juego con lgloriosa mañana. Pero por qué se habíruborizado, se preguntó a sí misma cocierta irritación. Al fin y al cabo, l

mujer la había mirado primero y por eshabía reaccionado ella.


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beneficiado a ambos. La confianza en svalía estimulaba un trabajo bieconsiderado por los clientes, cuy

estima redundaba en beneficioeconómicos para Isobelle.

Sabía que nunca llegaría a lo

escalones superiores de la empresapero tenía un trabajo que le gustaba, upequeño piso propio y dinero suficientpara comprar unos cuantos capricho

odos los meses. Con respecto al futuromaginaba que algún día encontraría a

príncipe azul que la haría volar, pero no

e preocupaba que no hubiese aparecidaún. Tenía amigos, pero eran sólo esoamigos. Algunos incluso estabafelizmente casados. No los veía com

seres asexuados, pero tampoco tení


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nclinaciones románticas ni de otro tiphacia ellos. Aparte de eso, le gustabacomo personas y esperaba que ello

sintiesen lo mismo hacia ella. No significaba aquello que no hubier

enido relaciones en el pasado, per

eran las relaciones del desarrollo en qudos personas se conocen y disfrutauntas antes de seguir adelante

probando opciones sin comprometerse

sobelle no lamentaba nada del pasadoaunque algunas relaciones habían sidncompatibles y tormentosas, porqu

sabía que había aprendido lecciones dodas ellas y que se habían producido euna etapa en que no afectaban a su vidde forma significativa. Había tenido do


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relaciones sexuales, pero no resultaroeróticas ni apasionadas. Sin embargo, nculpaba a sus parejas, sino a l

nexperiencia, sobre todo en su casoque pensaba que se resolvería el día eque encontrase al compañero ideal.

Durante el día a Isobelle la distrajde vez en cuando el recuerdo de lmujer del tren, aunque no lograbentender por qué la había afectado tanto

Se sintió agradecida cuando la sacó dsu ensimismamiento una llamada de shermana Fiona.

—Hola, Issy. ¿Te apetece ququedemos para tomar algo después derabajo? Hoy tengo que ir a Londre

para comer con Piers. Como sale má

arde de trabajar, supuse que a lo mejo


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podrías hacerme compañía durante urato.

Fiona era su única hermana y l

levaba tres años. Entre ellas había uhermano, Gordon, que trabajaba eOriente Medio. El Piers al que Fiona s

había referido era su prometido. —Me encantaría, Fi. ¿Dóndquedamos? —Isobelle no frecuentabhabitualmente los pubs, así que s

conocimiento de potencialeabrevaderos resultaba limitado.

—¿Qué te parece si me paso por t

oficina a las seis y buscamos algúsitio? —Fiona siempre había sido lmás enérgica y decidida, rasgo quaplicaba a su relación con Piers co


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aparentes buenos resultados.El resto del día transcurri

ranquilamente para Isobelle, qu

rabajaba con Meyra en un proyectpresupuestario. A las seis se reunió ena entrada con una chispeante Fiona, qu

a saludó con el abrazo de siempre y ubeso en cada mejilla. —¡Uy! Estás fría —se quejó Isobell

de buen humor cuando sus mejillas s

rozaron—. La verdad es que no mapetece beber alcohol; ¿te importa svamos al café de la Galería Hays?

Al final entraron a tomar un Malibcon Coca-Cola en el bar Halcyonbastante tranquilo para ser un jueves poa noche. Encontraron una mesa junto

una ventana con vistas al río Támesis


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as variopintas luces de colores de lorre del puente, el museo naval de

buque Belfast y, en la orilla opuesta, l

City. —¿Cómo van tus planes de boda? —

preguntó Isobelle. Fiona y Pier

pensaban casarse en junio, al cabo dres meses. —Creo que en gran parte ya está

completos. Esperemos que todo salg

bien ese día. —Hizo una pausacavilando—. Creo que la única novedadesde la última vez que te vi es qu

hemos reservado Middleton Hall para lrecepción.Mientras Fiona continuaba dand

detalles de su próxima boda, Isobelle s


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maravillaba de lo radiante que estabFiona desde su encuentro con Piers. Shabían conocido dieciocho meses ante

en un cóctel de la empresa para la quambos trabajaban, Melhuish &Jamieson, un pequeño banco británico

Como Isobelle, Fiona trabajaba en lsección contable, aunque de jefa ddepartamento. Le habían presentado Piers, su operador superior d

derivados, y desde ese mismo instanthabían estado juntos en cada momentosobelle se alegraba mucho por s

hermana, pues siempre se habían sentidmuy unidas y se reunían a menudoAdemás, le caía bien Piers, un hombramable y muy tranquilo a pesar de s

profesión, el compañero perfecto par


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Fiona.Isobelle estudió los rasgos de Fiona

ntercalando las pertinente

exclamaciones de afirmación en eentusiasta discurso de su hermana. Si nfuera por el pelo, mucha gente no s

daría cuenta de que eran hermanas. Epelo y los ojos de ambas las delatabanpues ambas eran pelirrojas de uprofundo color clarete con los ojo

como hojas de menta lavadas por lluvia. Aunque habían llevado peinado

similares en la adolescencia, Fion

había adoptado luego un estilo más corte informal, tipo duende, que le iba biea su rostro alargado. A Isobelle leencantaba tener el pelo largo


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disfrutaba con la sensación de los finomechones que le caían en cascada sobros hombros y la espalda como un

ondeante sábana de satén. Junto con ecabello rubí, las dos habían heredadas pecas, aunque las de Fiona moteaba

as partes destacadas, mientras que lade Isobelle eran como rocío qusalpicaba su naricilla. El rostro dFiona era alargado y esculpido, co

abios que se extendían de formencantadora cuando sonreía. Era muguapa. Irónicamente, el rostro d

sobelle parecía el de un hada, con loabios llenos y deseables de las modelofrancesas. Uno de sus novios habídicho que «combinaba casi l

ndecencia de Angelina Jolie con l


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habíamos pasado juntas cuando muripapá y que nos sentíamos muy unidadesde entonces, así que lo sabe y s

alegra de que seas una gran parte de mvida. —El pasado enero su padre habíestado dos semanas en coma en e

hospital antes de morir, y durante lavigilias hablaron más que nunca de todoEn ese tiempo se había forjado uvínculo invisible que ambas quería

conservar y proteger—. A propósitomamá me ha preguntado a quién piensalevar de invitado a la boda. Le he dich

que no hace falta que lleves a nadiepero insiste en que Piers debe de tenealgunos amigos que coincidan contigontentaré disuadirla, aunque ya sabe


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cómo es cuando se le mete una cosa ea cabeza —añadió con una sonris

cómplice.

Isobelle sonrió al pensar en su madrepero confiaba en que Fiona lprotegiese; nunca se le ocurrirí

emparejarla con nadie contra svoluntad. —Le dije que eres una muje

ndependiente, que podías llevar un

amistad de cualquier sexo y que tnegarías a ir si creías que te habíaarreglado una cita. Le aseguré que m

destrozaría que no fueras, así que esperhaberla convencido. —Gracias, Fi. Supongo que no ha

por qué preocuparse por ella, aunqu

resulta crispante que me consider


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ncapaz de sobrevivir sola. Aún no hpensado si llevaré a alguien pero, si lhago, te lo comunicaré antes. Podrí

levar a Meyra, puesto que nunca hestado en una boda cristiana; aunque, sno te importa, lo dejaré para más tarde.

—Déjalo para cuando quieras, Issy, leva a quien te apetezca —dijo Fionamablemente—. Además, siemprpodrías llevar a Meyra y decirle a mam

que ya no te gustan los hombres. ¡Esarreglaría las cosas para siempre! —añadió en tono burlón.


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Capítulo tres

sobelle no tenía ganas de cocinacuando llegó a casa. Piers se habíreunido con ellas a las ocho y habínsistido en que se quedara con ellos omara algo más. Fue una agradabl

velada, pero Isobelle se alegró cuand

Piers dijo que debían irse a casa. Sofreció a llevar a Isobelle, pero eshabría supuesto apartarse mucho de scamino, así que la dejó amablemente e


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a estación de Finsbury Park. Mientrarevolvía su ensalada de queso preparaba un aliño a base de una mezcl

de aceite de semilla de calabaza, aceitde nuez, aceite de oliva y limóexprimido, rememoró la conversació

de la tarde con Fiona. No sabía a quiélevaría a la boda... Meyra se habínteresado por los preparativos y habí

comentado que nunca había asistido

una ceremonia similar, pero Isobelle sdaba cuenta de que, si su colega ibanecesitaría constante atención, ya que n

conocía a nadie. Isobelle se sintió upoco egoísta, pues quería ir sola, mimaa su hermana en su gran día y npreocuparse más que de ella y de Piers

Con un suspiro anotó mentalmente qu


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enía que llamar a su madre, aunque nestaba de ánimo para discutir aquellnoche.

Decidió ponerse cómoda y se llevó lensalada y el zumo de naranja al salónPuso el CD de los conciertos d

Brandemburgo de fondo, se hundió en esofá y empezó a picar la ensalada coaire pensativo. Las cavilaciones del díarrastraron su mente hasta el incident

de la mañana y a la mujer que la habíobservado. A Isobelle la intrigaba, pueno la había visto antes en el tren. Si

duda se habría fijado en una persona taguapa y bien vestida. Pero ¿qué veíaquella mujer en ella para mirarla asíTal vez le recordase a alguien o tal ve


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sólo estuviera soñando mientracontemplaba los rasgos de IsobellePero la sonrisa del final sugería un

uguetona connivencia que descartaba leoría del ensueño. Sabía que no iba

resolver nada aquella noche, así que

después de acabar la ensalada, se diuna ducha y se lavó el pelo.Ducharse era un lujo del que Isobell

siempre disfrutaba, el agua cas

nsoportablemente caliente fluyendsobre su cuerpo sin interrupción. No eruna sensación sexual, sino intensament

gozosa. De forma literal lavaba lsuciedad del día y emergía humeante feliz. Ésa era una de las razones de quodiase la idea de pasar unas vacacione

sin comodidades y de que le gustas


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nadar. Las duchas en el Centro de Ocioeran excelentes y hacían mucho máolerable la pesadez de cambiars

después de nadar. Mientras senjabonaba con gel de melocotón, sencontró de nuevo pensando en l

sonrisa de la mujer. A pesar del calor da ducha, se fijó en que el vello de subrazos se erizaban y sus pezones sendurecían. Ligeramente embriagada po

a sofocante temperatura, dejó que sudedos acariciasen despacio sus firmecontornos. Sus pechos no eran grandes

pero tenía los pezones rosas y areolaque sobresalían como montículos, lcual resultaba poco común, por lo qusabía de sus observaciones en e


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colegio. Durante un momento imaginos brillantes labios rojos de la muje

sobre ellos, antes de salir de pronto d

a ensoñación, sintiendo un incómodglobo de rubor en la cara. ¡Aquello lhabía poseído! Como si alguien pudier

ver su embarazosa representaciónempezó a lavarse el pelo con energíaprocurando ignorar lo que había sentidoAunque acabó de ducharse, se fijó e

que le temblaban las manos, y no sabípor qué: ¿culpa o pasión? Apenas satrevía a depilar el vello púbico, alg

que hacía siempre desde que la habíaoperado de apendicitis en ladolescencia, pero insistió con cuidadocentrándose en la tarea y evitando tod

o demás. A pesar de ello, sus mano


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seguían temblando ligeramente cuandsalió del baño oliendo a melocotón envuelta en un largo y suave albornoz.

Isobelle se preparó una taza de té descaramujo y procuró convencerse dque no había nada de que preocuparse

Tal vez el calor de la ducha había sidoexcesivo y por eso había alucinadoQuizá la burlona referencia de Fiona una relación entre Meyra y ella se habí

mezclado con sus recuerdos del díaBueno, no pasaba nada, mejor lolvidaba, pensó para sí tomando e

escaramujo y llevándose una buenectura a la cama antes de dormir.


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Capítulo cuatro

La mente se puede engañar y manipuladurante las horas del día, quitandmportancia a la verdad y a la confusió

con tenues explicaciones, pero la nochno ofrece esos jueguecitos. En realidada noche no tiene compasión, se llev

por delante las excusas y azuza y pinchncansablemente los miedos y lapasiones hasta que el preocupaddurmiente se despierta bañado en sudo


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apabullado. Incluso después la nochsigue ejerciendo su hechizo, ya que en loscuridad las dudas se vuelve

concretas y los problemas parecebatallones. ¿Era el sueño, la realidad una mezcla de ambos lo que los ojo

frenéticos buscaban en el abismo negrazulado de una habitación que en otriempo resultaba acogedora?

Y eso le ocurrió a Isobelle cuando s

despertó sobresaltada, envuelta esábanas húmedas y con chorros de sudoen la frente. Había tenido un sueño e

vívido tecnicolor, en el que veía una yotra vez una escena sensual. La mujesonreía como la del tren antes dnclinarse sobre ella. Los demá

pasajeros desaparecían y a continuació


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veía a la mujer arrodillándose ante ellauego, Isobelle era atraída a la brillant

humedad de sus labios entreabiertos

Distinguió con claridad las suavearrugas de aquellos labios y los pelillodorados que los coronaban. Mientras s

arqueaba con levísimos movimientohacia los labios celestiales, incluso olisu perfume, el embriagador aroma quexcitó a Isobelle antes de que las boca

suaves y temblorosas se encontrasenAhí terminaba y volvía a empezar otrvez, tan real y seductor, tan provocativo

que, sin darle tiempo a pensar, su manose movió instintivamente para saciar entenso anhelo que había arqueado s

cuerpo con su ardor.


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Isobelle yacía exhausta en la camarrugada y húmeda, mirando al techopero sin fijarse en nada mientras su

pensamientos se precipitaban en unmontaña rusa dentro de su cerebrontentando dar sentido a aquella

emociones tan ajenas a ella. Nunchabía experimentado unas sensacionean poderosas y que la dejasen ta

agotada. Tampoco había albergado

nunca ideas tan intensas sobre otrmujer, ni siquiera en el internado, que sconsideraba caldo de cultivo para aque

ipo de relaciones. Lo más sorprendent que no lograba comprender era quaquella mujer, a pesar de habeaparecido en su vida tan solo uno


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consideraba una de ellas y, como nohabía hecho realmente el amor coninguna mujer, se suponía que no podí

calificarse como tal. Con la respiraciómás regular y la mente empezando razonar, le pareció que era el momento

de ocuparse con algo. Después de lducha de la noche anterior, otra parecío indicado.

Isobelle nunca había vestido much

de vaqueros o de pantalones. Adorabmostrarse femenina y le parecía qupara ello le sentaban mejor los vestido

las faldas. Le gustaban sobre todo lovestidos y en su armario había unocuantos lisos y elegantes para envierno, junto a otros de opulento


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estampados para el verano. Aunque poa mañana brillaba el sol, se fijó en qu

había escarcha sobre la hierba de

exterior. Escogió entonces un vestidoazul real con chaqueta a juego mientrareflexionaba en si la atención añadid

que había dedicado a su arreglo se debía que esperaba volver a ver a la mujerPero el sol de la mañana también habíderretido el candor de la noche,

sobelle se mintió a sí mismadiciéndose que siempre ponía el mismcuidado en su aspecto.

Tras un pausado desayuno a base davena acompañada de té de escaramujosobelle buscó en su librería algo queer. Había terminado los Poema

elegidos de Laurie Lee y, después d


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aquellos hermosos versos, que goteabaen cada página como manzanas reciéexprimidas, pensó que le costarí

rabajo encontrar algo. Se decidió pootro de sus favoritos de siempre, Esigno de Saturno de Sharon Olds, cogi

el abrigo, la bufanda y los guantes y sdirigió a la estación con alas en lozapatos. Aunque estaba convencida dque la mujer no había subido al tren e

aquella estación, no pudo evitaescudriñar a la multitusubrepticiamente, centrándose en toda

as rubias que atisbó entre los viajeroque esperaban. Como suponía, no vio nrastro de ella, aunque siguió mirandhasta que llegó el tren. Procuró entrar e


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el mismo vagón y, con una emoción quntentó suprimir, se fijó en que el mismo

asiento volvía a estar libre. Con gest

despreocupado abrió el libro de poema se obligó a leer la primera línea. Sól

entonces se atrevió a alzar la vista y

echar un ávido vistazo al vagón. Estaban segura de que vería a la mujer dnuevo que, al no verla, sintió que lfallaba el corazón, decepcionado. Ta

vez subiese en una estación posteriorrazonó, puesto que no había reparado eella hasta cerca de Finsbury Park. S

era eso. Se aferró tenazmente a lesperanza y, renunciando a las miradaclandestinas, estiró el cuello con loojos alerta en cada parada. No se habí

maginado el viaje sin ver a la mujer


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de verla era intenso, más fuerte de lque había sentido en relacioneanteriores. Con un sobresalto se di

cuenta de que empezaba a admitir que srataba de una mujer.

El trabajo de los viernes se hací

pesado puesto que el negocio srelajaba casi tan rápido como epersonal, a la espera del descanso defin de semana. Por suerte, no tuvo qu

hacer demasiadas cosas durante el día a alivió que no hubiese reunione

previstas, pues no confiaba en s

capacidad de concentración. Tambiépor suerte, Fiona llamó al final de lornada para agradecerle la compañí

del día anterior, alejando la mente d

sobelle de su anhelo por uno


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dínoslo. Sabes que siempre eres bierecibida.

—Lo sé —respondió Isobelle, y er

cierto—. Gracias, Fi, eres una joya y uángel y me alegro mucho de tener unhermana como tú que cuida de mí.

—Lo mismo digo —repuso Fiona, hizo una breve pausa antes de añadir—De todas formas, si no te cuido yo¿quién lo hará?


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Capítulo cinco

—¡Buenas noches, que paséis un buefin de semana! —se oyó en toda loficina mientras los ansiosos colegas sfundían con el río vespertino dhumanidad siguiendo la flauta encantadque prometía diversión y descanso

sobelle se sentía vacía y triste. Sabíque no tenía derecho a sentirse así, perel dolor de algo perdido aumentaba medida que las probabilidades d


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volver a ver a la mujer disminuían. Labsurdo era que, aunque viese otra vez a mujer, ¿qué diría o qué haría? Er

demasiado tímida para abordarla; tavez intentase esbozar una sonrisamistosa o un saludo apocado. Se dab

perfecta cuenta de que tales accionerían acompañadas por el más intenso dos sonrojos. Se recordó que tal ve

hubiese sacado el asunto de sus casilla

que la sonrisa de la mujer seguramentsólo pretendía ser amable. Se dijo quno le importaba y que se conformab

con verla de nuevo. La amistad sería umaravilloso regalo y cualquier cosañadida un tesoro de cuento de hadasPero ¿qué pretendía?, se preguntó

¿Adónde quería ir a parar con aquello


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Suspiró profundamente, tanto que loviajeros que la rodeaban la miraronsorprendidos por su melancolía. S

resistía a pensar que no volvería a ver a mujer; si la veía, dejaría que l

situación la guiase. Siempre se podí

echar mano del impulso para ponerse eridículo, pensó. Isobelle sacó el libro dpoemas de Sharon Olds, pero, por máque se esforzó en concentrarse, la

palabras sólo eran borrosas figuranegras en la página.

—¿Qué estás leyendo? —pregunt

una voz ronca ante ella.Isobelle alzó los ojos, parpadeandmientras intentaba centrar la miradaSintió que se le desbocaba el corazó


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cuando empezó a asimilar la imagen quenía delante. Era la mujer, aún con lraviesa sonrisa en los gloriosos labios

como si no se hubiera producido unterludio desde la última vez. La muje

se dio cuenta de que Isobelle s

esforzaba en responder, pero las cuerdavocales le fallaban, así que se inclinhacia delante y arrancó el libro codelicadeza de los rígidos dedos d

sobelle. —¡Ah! Sharon Olds. Creí que era y

a única que leía sus poemas, y he aqu

otra admiradora. ¿Te gusta? —Su voz lpareció extraordinaria a Isobellediferente a como se la había imaginadoaunque, a decir verdad, no habí

pensado en cómo sonaría. Era más grav


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ronca que la voz de la mayoría de lamujeres que conocía, pero no resultaben absoluto masculina. Era una voz mu

femenina, pero diferente. No tenía eono de las voces de las mujeres qu

fumaban mucho; menos áspera, má

fluida. Hermosa. —Sí —logró decir Isobelle mientrarataba de controlar su propia voz—

Hace mucho que me gustan sus poemas

os releo a menudo. —Incapaz dreprimirse, pues tenía que saberlopreguntó—: ¿Cómo te llamas?

—Evelyn. Evelyn Hertford, lo cual erónico porque vivo en Hertfordshire¿Y tú?

—Isobelle. Soy Isobelle Swanson —


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respondió Isobelle, encantada de sabecómo se llamaba y de que vivía en lregión. Evelyn Hertford. Incluso e

nombre tenía clase, e Isobelle disfrutabpaladeándolo mentalmente.

—¡Hum! Isobelle, un nombre céltico

Encaja perfectamente con tu pelo y tuojos. ¿Eres irlandesa o escocesa? —preguntó, aún con el libro de Isobellentre las manos, acariciando con e

pulgar la brillante cubierta. —Mis padres son de la regió

fronteriza con Escocia. Mi madre e

pelirroja y tiene los ojos verdes quhemos heredado mi hermana y yo —explicó Isobelle—. No logrmaginarme de dónde eres tú —añadió

pero, pensando que tal vez sonas


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grosero, comentó con voz quebrada—Lo siento, suena fatal, no quería decieso.

—No me ofendes en absolutosobelle. Mis padres son irlandese

pero, como suele ocurrir entre l

aristocracia irlandesa, no tienen acentdistintivo —dijo con una cálida sonris—. Sin embargo, percibo leves tonodel encantador acento de la frontera e

i.Isobelle se puso colorada de alegrí

con lo que interpretó como un cumplido

—¿Te importa que te pregunte a que dedicas? —continuó Evelyn. Isobellaprovechó la oportunidad para mirarla os ojos, una parte del rompecabeza


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que le faltaba cuando había evocado lmagen de Evelyn la noche anterior

Eran de un azul verano: el único colo

con el que Isobelle los identificaba ercon el de los mares tropicales cuandvarían entre el verde más intenso y e

azul superficial, el azul de ese intervaloHabía una leve profundidad junto al irisque se aligeraba con el movimientoCasi podía distinguir los destellos d

regocijo que arrancaba el sol en loextremos de los ojos.

—A nada exótico, me temo. Trabajo

como contable de gestión en LondoBridge. Es un trabajo que hago bastantbien y que me proporciona un salaridecente para mis pequeños lujos —

respondió Isobelle, un poco a l


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defensiva, pues imaginaba que lsituación económica de ambas era mudiferente—. Apostaría algo a que l

contabilidad de gestión no es lo tuyo —comentó.

—La contabilidad de gestión es un

profesión admirable —repuso Evelynpercibiendo la leve incomodidad dsobelle—, pero no. Soy arquitecta

especializada en la reconversión d

depósitos de agua y granjas. Siembargo, me intrigan tus lujos. Apartde en comida, ¿en qué gastas tu dinero?

Isobelle le daba vueltas al fascinantrabajo de Evelyn. Una arquitectespecializada en la reconversión ddepósitos de agua y granjas no era e


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ipo de profesión que se mezclaba con lsuya... esa gente sólo aparecía en lodocumentales televisivos de alto nive

Y allí estaba, preguntándole en qugastaba el dinero.

—¡Oh! Compro cosas corrientes

Supongo que la elección de las cosas eo que las hace distintas. Me gustcomprar música, cuadros, esculturasmuchos libros, cosas para casa y, po

supuesto, ropa y cosméticos parmantenerme sana y femenina —declaró al instante deseó poder borrar

formular de nuevo un final de frasmenos absurdo.Evelyn pareció no darse cuenta. —Sin duda, Isobelle, has conseguid

el efecto deseado con la ropa y lo


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cosméticos. ¿Qué esculturacoleccionas?

Isobelle se maldijo a sí mism

mientras sentía de nuevo el ardor de lvergüenza que desde el pecho subíhasta su cuello y su cara. «¿Por qué n

puedo aceptar un cumplido siconvertirlo en un petirrojo? Evelycreerá que está hablando con uncolegiala y no con una mujer adulta.»

—Un día, en una galería de Mill Hillencontré un pequeño desnudo tituladChrissie descansando, de un esculto

que se llama Tom Greenshields. Mfascinó la belleza de la pieza y tuve qucomprarla. Me gustaba tanto tenerla ecasa que después compré otra, Clair


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estirándose. Estoy muy orgullosa de lados, pero fueron muy caras, así que squedarán en un par.

—Parecen maravillosas —dijEvelyn—, aunque no conozco a TomGreenshields. Tendré que ver su obra

¿Había también desnudos masculinos—Isobelle percibió otra vez el destelluguetón en los ojos de Evelyn y aparta vista rápidamente para refrenar un

segunda oleada de rubor. —Creo que tiene desnudo

masculinos, pero las figuritas femenina

me parecieron exquisitas. Supongo questoy más familiarizada con las formade mujer y reconozco los detalles. —Sdio cuenta de que se había inclinad

hacia delante para susurrar aquella


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palabras a Evelyn, como si fuerasentimientos que no debía compartir cootros viajeros. Al hacerlo llegó hast

ella el efecto fascinador del perfume dEvelyn.

Se sobresaltó y miró por la ventanilla

¿Dónde estaba el tren? ¿De cuántiempo disponía con Evelyn antes dbajarse? El miedo la dominó cuando vique estaban entrando en su estación. S

mente era una maraña que intentabencontrar la pregunta adecuada parvolver a verla, pero las emociones s

mpusieron a la razón y la convirtieroen una colegiala torpe. Cuando el tren sdetuvo, cogió su abrigo y su boca sdespegó lo suficiente para preguntar:


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—¿Vas todos los días a la ciudad? —No, no voy a menudo, me temo

Toma, tu libro de poemas —dijo

poniendo el libro en las manos dsobelle—. ¡El poema de la página och

merece mucha atención!


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Capítulo seis

sobelle permaneció abatida en el andéncontemplando cómo se desvanecían ea noche las luces rojas de la parte d

atrás del tren. Evelyn no viajaba menudo en aquella línea. ¿Cuántas veceo haría? ¿Volvería a verla o se limitarí

a encuentros ocasionales y casualecuando el destino se apiadase de ellaSentía ya el dolor de la añoranzestrujando y arrastrándose por su


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entrañas. Sabía que no se perdonaría sí misma no haberle preguntado Evelyn abiertamente dónde vivía, per

era difícil hacerlo en el tren. La voz da razón en su cerebro le indicó qu

pensase un momento: «Sabes cómo s

lama y que vive en Herfordshire; ahorempieza el trabajo de detective». Aveces se preguntaba cómo habíconseguido superar los exámenes d

contabilidad del Instituto de ContableJurados, puesto que su sentido comúflaqueaba ante el menor inconveniente.

Con decisión se recuperó y se dirigia casa. Mientras caminaba, percibía lsonrisa que se dibujaba en las comisurade sus labios, como le ocurría al gato d

Cheshire. Al fin y al cabo no esperab


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ver a Evelyn después de la decepción da mañana, pero había aparecido, l

había dado su nombre y algunos detalle

de sí misma en los que Isobelle podíprofundizar. Era una lástima que no shubiese fijado en las estaciones par

medir el tiempo y hacer más preguntasPero recordó que no había sido unconversación normal, que la mitad deiempo había tenido la lengua atada, l

había subyugado el perfume de Evelyn seducido el abrazo de sus ojos. Aun asíno estaba todo perdido y el fin d

semana, que en principio le habíparecido aburrido, prometía muchacosas.

Dejó el libro de poemas en una mesit


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auxiliar mientras se quitaba la ropa dnvierno; recordó entonces el críptic

mensaje de Evelyn cuando le devolvi

el libro. Había dicho algo de un poemen la página ocho. Isobelle se apresuró coger el libro y se hundió en el sofá

dominada por un leve estremecimientde emoción. Pasó las páginas con dedoemblorosos y suspiró de placer cuand

vio una tarjeta de visita:

Evelyn Hertford, licenciada en Arte,icenciada en Arquitectura (Manchester)

Real Instituto Británico de Arquitectos

Conversiones: granjas, depósitos de


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agua, etc.

Restauración y Acondicionamiento.

Y debajo, el regalo mayor de todosun número de teléfono. Isobelle l

comprobó en la guía y vio que se tratabde un código de Brookmans Park. Coaquella información se sentía cas

mareada. Mientras reunía longredientes para prepararse un gulasvegetal pensó que Evelyn había puesta pelota en su tejado y que el próxim

movimiento le correspondía a ella.Durante la preparación de la comid

reflexionó acerca de lo que haría

continuación. Supuso que Evelyn habí


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visto algo en ella para mirarla con tantntensidad y, luego, sentarse a su lado

Además, le había dado su tarjet

profesional cuando sabía que era mupoco probable que Isobelle la llamaspor asuntos de negocios. Dedujo

entonces, que quería simplemente que llamase. Mientras comía, Isobellexaminó sus sentimientos hacia EvelynHabía una atracción muy fuerte, de es

no cabía duda. No se considerabesbiana, pues aquel concepto er

completamente ajeno a su vida, pero s

dio cuenta de que no todas las mujerenacían lesbianas y que algunas lo habíaaveriguado en medio de emociones taconfusas como las que experimentab

ella. Ciertamente no parecía la relació


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esbiana típica de la que había oídhablar en el colegio, pues tanto Evelycomo ella eran mujeres muy femeninas

o veía tendencias masculinas entre lados.

Lo extraño era que la semana anterio

el deseo de acariciar las manos de otrmujer y, sobre todo, de besar sus labioshabría resultado inconcebible. No erhomófoba, pero jamás se le habrí

pasado por la cabeza. Mientras seguídando vueltas al argumento, pensó qual vez Evelyn la hubiese seducido co

su sonrisa y su presencia y que en otrocasión podía hacerlo un hombre. Nestaba buscando a una mujer y se habíencontrado con Evelyn. No, en su ment


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era la persona, Evelyn, la que la habíatraído, por eso no pensaba incluirse euna categoría.

No obstante, sabía que, si la relacióba más lejos, sería difícil, pero d

momento no quería pensar más que en l

felicidad que sentía. En el tren se habíreprochado su comportamiento infantipero por dentro experimentaba laansias jóvenes que acompañan a un

relación nueva y prometedora. Tenía lseguridad de que Evelyn albergabsentimientos similares hacia ella, per

ambién sabía que cabía la posibilidade malinterpretar señales en lembriaguez del romance. Inicialmente smostrarían cautelosas la una con la otra

dudando antes de hacer el movimient


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definitivo que podía conducir a unalocada euforia o a un vergonzosrechazo.

Isobelle tomó una decisión. Aquellnoche disfrutaría del momentosaboreando cada palabra y acción de s

encuentro, recordando todos los detalledel vestido de Evelyn, absorbiendo lovenerados aromas de su cuerpo. Aquellnoche era para regodearse en e

estimulante vino de un nuevo amorsabía que la había embriagado porqusus labios saboreaban ya la dulc

manzana del deseo. Vivía el momento dadoración que los pintores y los poetahabían intentando captar con sus colore sus palabras: el gesto frívolo de lo


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dedos, el brillo de los ojos que sólveían amor, el rubor de fresa sobre lasuaves mejillas. Muchos se había

aproximado, pero lo sagrado de esmomento sólo alcanzaba la perfeccióen el sujeto. Y así debía ser. Isobelle

ntentó plasmarlo en el papel, pero smente joven y gozosa carecía devocabulario necesario:

Sus ojos la han mirado después de tantoevitarlo con timidez

y sabe que este momento seráel más delicioso; escucha latir su corazón

ante la perspectiva del beso.

Su respiración es trabajosa, ronca; su pecho se encoge

con el anhelo realmente doloroso de


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Capítulo siete

Como la mente de Isobelle ya no srebelaba contra sus sentimientos haciEvelyn, la noche se convirtió en samiga y la animó con imaginaciones dbesos y abrazos en lugares que nreconoció. En armonía con su ment

conspiratoria, recurrió a chanchullos artimañas: una suave corriente de airmitaba el aliento saturado de sueño d

alguien a su lado, los tiernos dedos de


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crepúsculo alborotaban su pelo. Larampas eran tan realistas que, cuand

despertó por la mañana, creyó realment

que abrazaba a Evelyn y no la almohadaSe obligó a esperar las horas má

razonables de media mañana antes d

coger la tarjeta de negocios y, con ededo tembloroso, marcar el número dEvelyn.

—Hola, soy Evelyn Hertford. ¿En qu

puedo ayudarle?Isobelle saboreó todas y cada una d

as palabras, deleitándose con la cálida

aunque profesional, presentación. —Hola, soy Isobelle, la otra mujer dnglaterra que admira los poemas d

Sharon Olds —brome

espontáneamente.


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Oyó una risita. A Isobelle le aletearonos dedos de placer. La había hecho reír

pensó con ingenuo orgullo.

—Vaya, hola, colega. Me alegro deque hayas llamado. Estoy trabajando eunos diseños un poco complicados y t

lamada me sirve de bienveniddescanso —respondió con voz tiernapero clara.

—Encantada de ser útil —repus

sobelle—. Espero ser de más ayudcuando lo necesites... Me preguntaba se gustaría venir mañana a come

conmigo. —Es muy amable de tu partesobelle, pero tengo un pequeñ

problema. —A Isobelle se le encogió e


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corazón momentáneamente—. El dueñde los diseños en los que estorabajando me va a llamar mañana par

concertar una cita. Por desgracia, tengque estar cerca de los bocetos, así qucreo que debería quedarme.

—No te preocupes —susurrsobelle, intentando en vano ocultar ldecepción que reflejaban aquellas trepalabras.

—Eso no quiere decir que npodamos vernos —dijo Evelyendiendo un cable—. ¿Tienes coche?

Isobelle no tenía, pues nunca habívisto la necesidad de tener coche eLondres.

—Hay una buena caminata de aquí

a estación —continuó Evelyn—. ¿Qu


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e parece si voy a recogerte sobre ladiez, comemos aquí, recibo mi llamad luego salimos a pasear? El tiempo h

sido muy agradable esta semana y lapredicciones indican que mañana harsol. Podemos abrigarnos bien.

Isobelle intentó contener la juveniexuberancia de su voz cuandrespondió, casi chillando: «¡Sí, suenfenomenal!», antes de que Evely

hubiese acabado la frase.Evelyn volvió a reírse al percibir e

evidente entusiasmo de Isobelle.

—En ese caso, jovencita, será mejoque me diga dónde vive.Después de la llamada, Isobelle s

dedicó a flotar por las habitaciones co


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una sonrisa idiota en la cara. Antes dlamar había experimentado la duda, enevitable titubeo que forma parte de

enamoramiento: «¿Se alegrará de que llame o pensará que es demasiad

pronto?». El hecho de que sus temore

fueran infundados se sumó al clarespíritu positivo de la conversaciónDespués, encendió y apagó ereproductor de CD varias veces, incapa

de decidirse por el estilo de música quconcordase mejor con su estado dánimo, así que decidió hacer alg

concreto y ejercitar parte de su energíaSe entretuvo recogiendo el bañador, loalla y varios cosméticos qu

necesitaría para ir a nadar. Era una hor

estupenda para ir a la piscina, pensó


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pues la mayoría de la gente iba dcompras el sábado por la mañana y lpiscina solía estar casi vacía.

Con la mente en blanco, Isobellbuceó en las atrayentes aguaranslúcidas de la piscina y pasó tre

cuartos de hora recorriendo las calles darriba abajo, deteniéndose sólo de veen cuando para cambiar de estiloCuando completó su extenuant

recorrido, se sentía exhausta, permejor. Al menos podía pensar.

De camino a casa, Isobelle se detuv

en el supermercado para comprar unacuantas cosas imprescindibles para lsemana siguiente. En la entradprincipal del supermercado había u


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puesto de flores en el que comprcrisantemos blancos para el salónMientras admiraba las flores, un

dependienta con ganas de agradar sacercó a Isobelle con su uniformacreditativo.

—¿Busca flores pensando en alguienquerida? —preguntó haciendo con ebrazo un gesto que abarcaba toda lselección.

—Sí, sí, para un amigo —murmursobelle tímidamente, intentandmaginar qué diría la dependienta s

supiese la verdad. Su incomodidad sconvirtió en provechosa, pues leficiente empleada adoptó el papel damante al que quería obsequiar.

—Bien, querida, las rosas significa


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amor y pureza si evita las amarillas; lonarcisos, amor no correspondido; loulipanes son una declaración de amor

os alhelíes, vínculos de afecto, y loclaveles, sobre todo los rojos, indicaque mi corazón sufre por ti. ¿Alguna d

estas opciones es la adecuada? —Esperó, inclinándose ligeramente hacidelante, como si quisiese invitar sobelle, igual que una de sus delicada

flores. —Es fascinante —declaró Isobelle

mpresionada con su dominio de lo

significados—. Sí, definitivamentquiero dos ramos de claveles rojos dos blancos. ¿Qué representan loblancos?


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—La inocencia y el amor puroquerida —anunció mientraseleccionaba los ramos que habí

pedido Isobelle.«Mi corazón sufre por ti y el amo

puro... irán de maravilla», decidi

sobelle.Pasó la tarde pensando en qué spondría al día siguiente. Como habídicho Evelyn, estaban disfrutando de u

argo período de días soleados, perhabía que pagar un precio. Tras ecristal, invitaban a salir y disfrutar de

calor; uno se confiaba y se ponía jerséiigeros, pero luego emitían fríozarcillos que se colaban en finas capahasta la médula. No, sería mejor lleva


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ropa elegante, pero práctica. Con lasensuales eufonías de un CD de Enigmsiguiéndola por la casa, decidió al fin s

ndumentaria. Llevaría una blusa dalgodón a cuadros rosas con vaquerode lona caquis y un grueso jersey co

dibujos de rosas y cuello francés. Sobreso se pondría su trenca universitaria en los pies unas botas de caminarMientras revisaba la ropa, le pareci

prudente ponerse su mejor ropa interiorpor si acaso! Eligió un sujetador ros

estampado con un top de encaje a jueg

con la braga, su lencería. Una palabrpara saborear: lencería. Sonaba taelegante y exclusivamente femenina quno se imaginaba una palabra mejor

Cogió su libreta y escribió:


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Aquí esta la verdad, la manzana realcon su mohín rosa que flota sobre

«alguien» rubio.Un sueño fugitivo de sedoso tesorosuspendido, maduro, con rosado rubor,

resbala jugosamente cuando desabrochadcae,

tentando a la Eve(lyn) que hay en nosotroantes de deslizarse.

Una alegre Isobelle estaba lista. Aúenía tiempo hasta el día siguiente, asque pasó las primeras horas de la nochacicalándose el cuerpo y el pelo ante

de acurrucarse en la cama, esperando emanto del sueño y la llegada de samiga. Amiga; se sumió en la placide

mientras su boca dibujaba la palabra.


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Capítulo ocho

El domingo por la mañana Isobelle sevantó temprano y ya antes de las nuev

esperaba la llegada de Evelyn. Sescudaría en la música durante la horque faltaba, de lo contrario la asaltaría aprensión sobre la ropa que habí

elegido y acabaría buscandalternativas, frenéticamente, en sarmario. Debía encontrar música a lvez soñadora y quijotesca, para encaja


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con su estado de ánimo, y Enya lpareció adecuada. Mientras la mecíaas suaves armonías célticas, pensó en e

sorprendente cambio que habíexperimentado su vida en los últimodías. En parte se debía a que por fin,

su modo de ver, sentía los síntomas de«enamoramiento» y a que todo ocurrícon gran rapidez, pero también al hechde que se tratase de una mujer. L

parecía que el último elemento lo habíabordado bien de momento, pero lexperiencia de enamorarse era nueva

o insultaría sus relaciones anteriorediciendo que nunca había sentido lorpe incomodidad de conocer a alguie

con quien la química parecía cuajar

pero desde luego no había sido co


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aquella intensidad ni con una persona a que conocía tan poco. Sin embarg

reconocía, una vez que se habí

reconciliado con el hecho de estaenamorada de otra mujer, que apenadaba crédito a la emoción qu

suscitaban en ella las pasiones. Era lextraña mezcla de la lucha entre lfragilidad adolescente y lresponsabilidad adulta en medio de l

supremacía de sus facultades.Isobelle miraba por la ventana de

segundo piso cuando un Land Cruise

blanco frenó junto a la acera, delante da casa. Mientras pensaba si sería ellno se le había ocurrido preguntar qu

coche tenía), la puerta del conductor s


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abrió y salió Evelyn. La ausencia habíhecho que su corazón se enterneciesesupuso Isobelle, pues la belleza d

Evelyn era tal que casi se tambaleó averla. Mientras tanto, Evelyn se habídetenido para comprobar un papel qu

enía en la mano, y luego se dirigiairosamente a la entrada, por debajo ddonde estaba Isobelle. Cuando el soniddel timbre quebró el silencio de

apartamento, Isobelle ya había cogido eabrigo y las flores y estaba en la puerta.

—¡Hola, Evelyn! —saludó co

entusiasmo—. Estaba deseando verte—Se preguntó cómo conseguía parecean juvenil. A Evelyn, por su parte

parecía divertirla y complacerla s

efervescencia. En desagravio, Isobell


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e ofreció tímidamente los claveles—Son para ti. ¿Has tenido problemas parocalizarme?

—En absoluto, y gracias, eres muamable. Quedarán preciosos en mi saló—dijo con una resonancia de voz qu

sobelle había intentado reproducimentalmente sin éxito. «Si no estuvieroca por tu aspecto —pensó Isobelle—

me moriría por tu voz.»

—¿Quieres entrar a tomar algo antede que nos vayamos? —preguntsobelle por educación.

—Muy amable, pero si no te importsería mejor que volviésemos pronto a mcasa... Me gustaría estar allí cuando sproduzca la llamada.


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—Por mí no hay problema —declarsobelle, alegrándose de que fuera

directamente a casa de Evelyn.

En el Land Cruiser, tras maravillarsante todos los artilugios que contenípara garantizar una cómoda conducció

por el paraíso, Isobelle bromeó: —Creí que tendrías un cochdeportivo, acorde con tu profesión.

—Puedes reírte, jovencita, pue

muchos colegas míos tienen PorschesJaguars y coches por el estilo; pero hvisto que gran parte de los trabajos qu

debo hacer están en lugares tanaccesibles que un coche deportivsería un incordio. Mientras que msólido Toyota me ha llevado al fin de


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mundo y me ha traído de vueltacomodísima y sin la menor quejaAparte de eso, no me gustan mucho lo

deportivos —añadió. Normalmente Isobelle habrí

considerado condescendiente a alguie

que la llamase «jovencita», como habíhecho Evelyn un par de veces, pero lcurioso era que no la molestaba. Ecierto modo, le proporcionaba la excus

para mostrarse traviesa y pícaraMientras Evelyn hablaba, Isobelle habíaprovechado para deslizarse en s

asiento y examinarla subrepticiamenteLlevaba el pelo suelto, aunque lo habíretirado de la cara. El sol brillaba esus rubísimos mechones, e Isobell

apenas podía contener el deseo d


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extender la mano y acariciarlos. Queríoler sus cabellos, porque parecían taimpios como bañados en limones

cítricos. Quería saborearlos, rozar coos labios y la lengua los apretado

mechones.

—¿Estás buscando granos en mi caro se me ha corrido el carmín? —preguntó Evelyn con una sonrisa irónicadeshaciendo el ensueño de Isobelle.

—Me costaría trabajo encontragranos en tu cara —respondió Isobell—, es casi perfecta. ¡No creo que haya

experimentado la maldición de laespinillas como las chicas corrientes dmi estilo!

—¡Ah! Ahí se ve que eres muy jove


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—repuso Evelyn—. Aunque no las henido en la cara, sí las he sufrido en l

espalda. Por eso los vestidos de escot

pronunciado por detrás no me sientabien. Además, ¿qué extrañas ideas tienesobre que eres una chica corriente

ada de eso. Personalmente, creo queres la chica más atractiva que hconocido. ¡Aunque lamento que lleveesa trenca! —Finalizó con una risa ta

contagiosa que Isobelle casi no sruborizó al oír el cumplido.

—¿Te importa que te pregunte cuánto

años tienes? —inquirió Isobelleutilizando su picardía—. Empiezo ypara demostrar mi buena fe: tengveinticuatro años.

—¡Hum! Los veinticuatro so


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deliciosos, tanta inocencia parcorromper... —comentó—. Yo tengoveintisiete y voy a cumplir veintiocho

Seguramente soy una anciana ante tu«tiernos» ojos. Ahora me toca a mí sempertinente. A ver... ¿Esta doncella de

cabellos rubí y ojos verdes no tiene umontón de hombres que le hacen lcorte? —Dio la impresión de que su vose tensaba de forma casi imperceptibl

al preguntar, como si temiera hacerlopero no pudiera evitarlo. Isobellcomprendió entonces que Evelyn estab

desesperada, porque también ella sentía necesidad de hacer la misma pregunt la aterrorizaba la respuesta. —Bueno —dijo Isobelle tras un


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breve pausa para ordenar supensamientos—, veintisiete, casveintiocho, están muy bien... un

nfluencia estabilizadora para una chicpotencialmente díscola como yo. Ecuanto a novios, esta princesa sigu

hechizada, esperando el beso que labrirá los ojos ante el ser amado.Isobelle casi pudo palpar el alivio d

Evelyn, que se volvió para mirarla a lo

ojos mientras respondía en susurros: —Espero que sea el cuento de hada

en el que todo termina felizmente.

—¿Y tú? —preguntó a su vez Isobell—. Con ese aspecto para morirse quienes y ese aire de incomparabl

sofisticación, seguro que mucho

arquitectos han diseñado palacios d


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placer para ti. —El corazón empezó atir con fuerza contra su pecho

«Contéstame rápido, mi amor, antes d

que reviente.» —¿Quién, esta doncella de hielo? N

engo tiempo para pasatiempos ta

frívolos cuando me estoy esforzando poser la mejor. No digo que no hayhabido acercamientos, pero mi trabajse ha interpuesto enseguida, y hasta e

momento no he querido evitarlo. Soy ldoncella de hielo que se mira, pero nse toca. —Lo dijo con un matiz d

risteza que Isobelle captnmediatamente. —¿Te molesta el calificativo o e

hecho de no haber encontrado a l


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persona adecuada? —Su corazón shacía eco de su preocupación.

—Ninguna de las dos cosas... Es alg

de lo que te hablaré después, pero nahora —respondió con ciertdistanciamiento. Aquello no aplacó lo

emores ni la angustia de Isobelle, percomprendió que no debía insistirEvelyn debió de leer sus pensamientospues añadió con una reconfortant

sonrisa—: Actualmente no hay amor emi vida.


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Capítulo nueve

sobelle se quedó boquiabierta dasombro al ver la casa de Evelyn.

—¿Qué diablos es esto? —preguntcontemplando la torre que tenía delanteTenía el aspecto de un faro de ladrillorojo, pero estaba en una colina, rodead

de árboles. Evelyn disfrutó con lexpresión desconcertada de Isobelle. Nnvitaba a mucha gente a su casa. —Era un depósito de agua construid


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por prisioneros de guerra en 1903. Sutilizó hasta principios de los añonoventa, y luego estuvo abandonad

durante unos años. Mi padre se enterde su existencia e hizo una oferta. Lcostó trabajo conseguirlo por e

papeleo, pero al final lo compró. —¿Tus padres viven aquí? —preguntó Isobelle, decepcionada apensar que tendría que compartir

Evelyn cuando había pensado que serípara ella sola.

—¡Dios santo, no! Somos una famili

demasiado efusiva para vivicómodamente juntos. Mi padre utilizabel lugar cuando venía a Inglaterra ponegocios. Supongo que traía aquí a su

amantes, puesto que mi madre nunc


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visitó el lugar. Prefería quedarse erlanda. Mi padre también es arquitect en la época en la que él se retiró m

ofrecieron un trabajo aquProbablemente por orden de mi madreme dio la torre, lo cual resultaba mu

conveniente para mi trabajo y sin duda ella le permitía mantenerlo bajo controVen, te la voy a enseñar por dentro; nose me presenta a menudo la oportunida

de presumir.Isobelle se sorprendió al ver la torr

por fuera, pero el interior la dej

completamente estupefacta. Los pisosaunque no eran muy grandes, se habíadecorado procurando aprovechar amáximo el espacio. Muchos de lo


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muebles de las paredes estaban hechos medida para adaptarse a las curvas de lorre, lo cual le recordó a Isobelle lo

ibros ilustrados de su niñez. Se notabespecialmente en la cocina; casi smaginaba a la señora Bigarill

cocinando en su casita dentro de la setvenenosa. El dormitorio se encontraben la parte alta de la torre, antes dlegar al punto en el que había estad

nicialmente el tanque de agua. Isobellestaba deseando ver aquella habitacióporque era el espacio privado d

Evelyn, donde partes íntimas de ellestaban dobladas en los cajonesmetidas bajo las almohadas, colgadas eos profundos armarios. Sus ojo

recorrieron la apacible habitació


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pintada en tonos azules con maticedorados y catalogó mentalmentdiversos objetos: las revistas d

decoración sobre la mesilla, el perfumBlonde de Versace sobre el tocador, ecepillo de pelo dorado con mechones d

oro entre las púas. Sabía que lreviviría todo más tarde, cuando lnoche la invitase al sueño.

La última habitación era un salón. E

anque de agua había sido sustituido poun enorme espacio rodeado de ventanaque dominaba una vista absolutament

mpresionante del campo circundanteHabía una estrecha galería fuera paros días más cálidos, pues muchas de la

ventanas de cristal eran en realida


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puertas que se deslizabasilenciosamente, produciendo lsensación de apertura de una casita d

árbol y permitiendo el paso de lrefrescante brisa. Aquel día estaban biecerradas y el calor del sol rebotaba e

a madera pulida del suelo, con lo cuael lugar parecía un museo modernoEvelyn se quedó a un lado, observanda estupefacción de Isobelle con un

sonrisa complacida en la comisura dos labios. —Eres de las pocas personas que ha

visto mi casa —dijo con aircuriosamente tímido—. Soy muposesiva a la hora de compartir cosaspor eso sólo gente especial visita est

ugar.


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—Entonces soy muy afortunadapuesto que hace muy poco que noconocemos —comentó Isobell

absorbiendo los paisajes del ondulantHertfordshire—. ¿Con quién compartel honor? —En cuanto hizo la pregunta

o lamentó; no cabía duda de que habídejado al descubierto los celos qusentía.

—Veamos —bromeó Evelyn

fingiendo estar sumida en profundopensamientos—. Está el equipo local drugby, todos los colegas guapos de m

oficina, varias docenas de autobuses qupasaban por aquí y, naturalmente, lcompañía teatral de aficionados. ¿Eodo o me he olvidado al equip


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femenino de baloncesto de Australia? —Reparó en la expresión nerviosa qusobelle no logró ocultar y cambió d

ono—: En realidad, convencí a mmadre para que visitara la casa, una tía a que quería mucho y que ya murió, m

utora del trabajo que se encerrconmigo un fin de semana para hacer uproyecto de reconversión y, por últimoun policía.

—¿Un policía? —se interessobelle. Nunca se hubiera imaginado

un visitante así.

—Sí. Vamos a comer algo y te locontaré. Es una parte desafortunada depaquete que me acompaña, así que, svas a ser mi amiga, debo explicarte e

dónde te metes.


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Sonaba a misterio. Isobelle siguió Evelyn hasta la cocina pensando qupronto lo sabría todo.

—He preparado una selección dquesos con pan francés y paté dgarbanzos. ¿Te parece bien? Si no t

gusta el queso, puedo hacer unensalada. —El queso es perfecto. So

vegetariana, pero por suerte en l

mayoría de los quesos ya no se utilizcuajo animal, lo cual me hace la vidmucho más fácil.

—¿Cuánto tiempo hace que erevegetariana? —preguntó Evelymientras colocaba la parafernalia de lcomida en un moderno montaplatos qu


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a llevó al salón del piso de arribaSeleccionó un vino y arqueó una cejante Isobelle—. Las copas están en l

alacena, detrás de ti. —Unos seis años —respondi

sobelle siguiendo a la despampanant

figura de Evelyn escaleras arriba.Se sentaron frente a frente ante unmesa de comedor redonda de madera dfresno, hablando de intrascendencias

modo de entrantes antes de lexplicación que Evelyn habíprometido.

—Vamos con el motivo de la visitdel policía —anunció Evelyn, e hizo unpausa para buscar el mejor punto dnicio de su relato—. Cuando iba a l

Universidad, en Manchester, había u


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hombre en mi curso que se llamabRichard Bleach. Era lo que muchamujeres considerarían un hombre guap

él lo sabía. Sin embargo, puso sus ojoen mí, lo cual fue mala suerte porque nme atraía y lo consideraba muy bruto

arrogante. —Bebió un sorbo de vino, sobelle no pudo apartar la vista dematiz rojo oscuro del vino sobre la bocmás clara de Evelyn, que se apresuró

amer con la punta de la lengua el rastrdel pinot en su labio inferior antes dcontinuar.

—Como muchas personas arrogantesno aceptaba el rechazo. Lo vio como ureto y me bombardeaba día y noche covisitas, invitaciones y extraños regalos


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Seguí rechazando las invitaciones devolviendo los regalos. Esperaba quacabase por cansarse y renunciase, per

no lo hizo, sino que se volvió mádesagradable. Si yo iba a una fiesta en lque casualmente también estaba él, n

dejaba de acariciar a su novia mientrame miraba directamente, como squisiera decir: esto podría ser tuyo. Asque dejé de asistir a fiestas. Luego

vinieron los mensajes en el tablón danuncios de la Facultad que no se podídemostrar que eran suyos... ya sabes

masaje especial con el número de mhabitación debajo e insinuacionesexuales de este tipo. Después, divulgcuidadosamente rumores sobre mi padr

sus amantes, que eran ciertos, sobr


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que me habían expulsado de una escuelprivada por consumir drogas, lo cual ermentira, y cosas así. —Paró en es

punto y se limpió los ojos con upañuelo de papel. Estaba cabizbajamirando sin ver los restos de su comid

apenas tocada. Isobelle no se atrevía moverse por miedo a deshacer ehechizo, pero deseaba abrazar a EvelynLe parecía que se trataba de un acto d

expiación, que Evelyn no solía contaaquella historia y que necesitabacabarla. Evelyn tenía la gentileza d

contarle a Isobelle lo peor y dejar quse fuera si la asustaban los elementomás oscuros de la amistad; pero uncláusula secreta lo hacía imposible.


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Evelyn continuó, esbozando unmagen cada vez más negra

descontrolada de Richard Bleach. L

seguía por los claustros en penumbra eas oscuras noches de invierno

arrojaba piedras a la ventana de s

estudio mientras estudiaba. Acontinuación, hubo llamadas de teléfonen las que nadie hablaba, misteriosogolpes en la puerta y notas escritas

máquina de matiz pornográfico. Evelyse derrumbó bajo la presión.

—Mi trabajo se resentía y yo tambié

—se lamentó, como si volviera experimentar su dañina pesadez—. Mquejé a las autoridades académicas, qufueron comprensivas pero que no podía


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hacer nada a menos que lsorprendiesen in fraganti.

Fue una suerte que ocurriese tal cosa

cuando él deslizó una de sus rencorosanotas bajo la puerta una noche, la chicde la puerta de al lado lo vio al volve

de una fiesta y denunció el incidenteRápidamente le dijeron que abandonasa universidad y que no volviese nunca

a menos que quisiera que la

acusaciones se agravasen. Ese respiren los temores diarios de Evelysignificó que, durante largo tiempo

pudo concentrarse en su trabajo, lo cuase reflejó en las notas de los exámenefinales y en la subsiguiente oferta de upuesto muy bueno en su actual empresa.

—Durante un tiempo todo pareció i


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por el buen camino, aunque debreconocer que nunca me sentcompletamente tranquila. Imaginaba qu

o encontraba en un montón de sitiosdándome incontrolables sustos. Siembargo, a lo largo de casi un año tod

fue bien y yo me encontraba en un punten el que ya no aparecía en mipesadillas. Estaba recuperando lconfianza en mí misma. —Se calló

bebió otro apresurado sorbo de vinocomo si quisiera escapar de lcontinuación de aquella doloros

extracción. —Un día estaba en el centro dLondres; acababa de reunirme con ucliente en el exterior del Centro Suizo


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cuando levanté la vista y lo vi. Intentesconderse entre la multitud, pero ysabía que se trataba de él. —Debilitad

por las náuseas, fue hasta casa por lruta más tortuosa que se le ocurrió

unca lo había visto cerca de su casa

rezó para que sólo hubiese localizado lempresa y para que la torre siguiersiendo su santuario. Llena de miedo atenazada por los nervios, aquella noch

fue incapaz de dormir y se dedicó mirar por las ventanas para cerciorarsde que no estaba fuera, esperando. A

día siguiente les dijo a su secretaria y sus colegas que un antiguo y horriblnovio estaba intentando establececontacto con ella y que bajo ningú

concepto debían darle su dirección. Er


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política de la empresa no hacerlo, sabía que muchos ni siquiera conocíasu dirección, pero valía la pen

asegurarse.»Durante mucho tiempo sufrí e

silencio en la universidad antes de deci

nada —continuó—, y fue inútil. En esocasión decidí actuar directamente, así, fingiendo que tenía una cita con ucliente, fui a Scotland Yard y pregunté

en recepción si había un departamentque se encargase de los casos de acosoLa recepcionista me aconsejó que m

dirigiera a mi comisaría de policía, perdebió de apiadarse cuando percibió mevidente disgusto y buscó a alguien coquien pudiera hablar. —En un prime


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momento, a Evelyn la decepcionó que sratara de un hombre; suponía que un

mujer sería más comprensiva

entendería mejor el horror de lsituación. Pero sus prejuiciodesaparecieron cuando el policía l

nformó de que hacía años que sencargaba de casos de acoso y quesperaba sinceramente poder ayudarla.

»Naturalmente, conocer el nombre d

Bleach resultó muy útil; el policía maconsejó que contratase a un abogado consiguiese una orden judicial para qu

Bleach no pudiera acercarse a mí. Fude gran ayuda y consuelo; me dio sarjeta y el número de su móvil para quo llamase en cualquier momento si veí

a Bleach. Me aseguró que intentarí


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ocalizar su paradero para hacerle unadvertencia. Eso ocurrió hace algunoaños y me alegra decir que no lo h

visto desde entonces. Sin embargo, hrecibido llamadas en el trabajo desdcabinas telefónicas en las que n

hablaba nadie y alguna que otra cartdesagradable en la oficina, pero con eiempo he aprendido a ignorarlas. Es e

miedo sobrecogedor a que aparezca po

aquí lo que ha alimentado mis peorepesadillas. —Al fin miró a Isobelle, coos ojos nublados por las lágrimas qu

se le habían escapado, a pesar de suesfuerzos por reprimirlas.»El policía vino a casa par

ndicarme medidas de seguridad


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recoger un par de cartas como pruebancluso ahora me llama de vez en cuand

para comprobar si estoy bien, así que n

permitiré que nadie diga nada de nuestrfuerza policial —afirmó con una sonrisensa—. He desnudado mi alma en tu

generosos hombros. ¿Vas a huir de tunueva amiga, Isobelle? —Sus ojos sposaron sobre Isobelle, implorando«No te asustes; di que te quedarás».

A Isobelle la espantó la triste historique tanto daño había hecho a la mujeque quería. No comprendía cóm

alguien se empeñaba en aterrorizar a uncriatura tan encantadora. —¡Oh, Evelyn! —exclamó, con l

boca seca por el vino y el tormento de l

historia—. ¿Cómo se te ha ocurrid


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pensar que iba a huir de ti? Ademásrecuerdo que prometiste corromper mnocencia y quiero que mantengas t

promesa. —Evelyn apretó la mano dsobelle entre las suyas y acarició co

sus largos dedos de arquitecto lo

delicados dedos de pianista de Isobelleuego, los retiró y los posó en su regazo —Hace un bonito día, Evelyn

Salgamos a dar un paseo —sugiri

sobelle con los dedos ardiendo.


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Capítulo diez

Caminaron por un campo en ligercuesta hasta un bosque próximomientras el aire frío de la tardconvertía su aliento en vapor. Cuandosalieron de la torre, Isobelle le dio ebrazo a Evelyn; ambas estaban tan cerc

que el calor de sus cuerpos lareconfortaba. —Ojalá hubiese sido tu amig

entonces —declaró Isobelle pensand


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en los crueles días de Evelyn en luniversidad—. No creo que te hubierayudado mucho, pero al menos habría

enido una amiga en la que apoyarte. ¿Tha aliviado contármelo?

—Sí. Ojalá te hubiese conocido antes

Creo que habrías sido un excelentantídoto contra el dolor que sufrí —repuso con tristeza, sujetando con fuerzel brazo de Isobelle como si quisier

subrayar aquella idea. Las cosasucedían de forma extraña, penssobelle, que desde el principio habí

considerado a Evelyn segura de sí confiada, mientras que ella parecía lmás torpe e insegura de las dos. Perallí estaba Evelyn, exhibiendo s

aprensión como una tímida chica nuev


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el primer día de clases. De forma upoco extravagante, aquello dio ánimos sobelle, pues veía que podía aporta

algo positivo a su amistad. La habípreocupado no estar a la altura dEvelyn, pero se daba cuenta de que s

fuerza y su apoyo eran tan valiosos parEvelyn como la torre, el Land Cruiser os símbolos financieros en los que s

envolvía.

Caminaron casi todo el tiempo en ucómodo silencio, disfrutando de lcompañía mutua y de la absolut

maravilla de la ocasión. La primaverrevoloteaba sobre el campo, arrojandmantos de colores por todas partesdorados, rojizos, de tonos limón y un


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miríada de verdes que vestían ldesnudez invernal de los púdicoárboles. Toques de amarillo y morado

de los narcisos tardíos, luchaban con loacintos por la atención del caminante

«Si hubiera podido embotellar aquella

horas, las habría llamado “FelicidaPura Sin Adulterar”», reflexionósobelle.

El frío aire campestre extendió s

magia y, cuando regresaron a la torreestaban sonrosadas y de buen humor.

—Quiero prepararte algo de comer

Debes de estar hambrienta —afirmEvelyn—. ¿Te apetece pasta con salsde setas?

Isobelle dijo que sí, y Evelyn la invit

a explorar la torre si quería. En e


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suntuoso cuarto de baño de azulejos ros grandes y esponjosas toallas examinos accesorios que usaba Evelyn: su

desodorantes, perfumes, las pinzas ddepilar y el cepillo de dientes. Hundia cara en las toallas, cerrando los ojo

absorbiendo los jabonosos oloremientras imaginaba cómo habíaacariciado el cuerpo de Evelyn. Lugareque deseaba conocer. Abrió botes y

destapó frascos, olió todas lafragancias y dejó en sus brazos un rastrde esencias que se prendieron en l

memoria. Besó suavemente las púas decepillo de dientes mientras contemplabcon aire soñador la ducha y la bañeraalegrándose de que en ambas cupiese


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dos personas cómodamente si lsituación lo exigía.

El descaro de su contemplación l

hizo enrojecer. A continuación se dirigia las estanterías de libros; bañosdormitorios, libros, los fragmentos

ndicios de nuestro carácter y nuestrforma de ser, los bytes de nuestrocomplejo software. Isobelle deslizó lodedos curiosos sobre los llamativo

omos de colores de los clásicos, loibros de misterio y aventuras, la

novelas, los de arte y pintura y

naturalmente, los grandes volúmenes darquitectura. Las yemas de sus dedos shundieron en los títulos y observó que emuchos casos sus gustos coincidían

Thomas Hardy, las Brontë, Emil


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Dickinson, Elizabeth Browning, PatriciCornwell, le Carré, Vermeer, Van EyckFragonard e Ingres, nombres que s

repetían en su propia librería. La alegrsaber que compartían gustos literarios.

No entró en el dormitorio, aunque l

apetecía mucho. Era un lugar al qudebía ser invitada, una habitación parcompartir. Se dirigió en cambio a lcocina para hablar de su interés comú

por los libros y ver si podía echar unmano. Encontró a Evelyn serena, unmujer que controlaba su cocina y lo

aromas que de ella salían y que sobelle le recordaron ruidosamente eapetito que tenía.

—¿Podrías coger unas copas? Acabo


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de leer un libro interesantísimo dJoanna Trollope, Dos mujeres. ¿Lo haeído? —Isobelle confesó que no, e

único Trollope que conocía era AnthonyTrollope.

—Entonces debes llevártelo. S

nuestros gustos son tan similares, te va encantar. ¡Vamos a comer!Subieron al salón y Evelyn se ocup

de las luces para crear el ambiente d

una cena a la luz de las velas. Consiguiel efecto deseado, aunque Isobellestaba convencida de que se habrí

sentido romántica incluso bajo las lucede neón más refulgentes. —¿Has encontrado algo interesante e

mi casa? —Esbozó una sonris

perceptiva, como si hubiera observad


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a veneración de Isobelle ante suposesiones.

—¡Ah! Me he presentado a tu casa

Empecé en el cuarto de baño, y luegextendí la cortesía a los libros. —Salegraba de que la tenue luz ocultase s

sonrojo; la colegiala culpable sruborizaba—. ¿La semana que vienestás muy ocupada? —se apresuró preguntar, desviando la atención de s

ncursión en el cuarto de baño. —¡Hum! Sí. Tengo que ir a Derb

mañana y dedicar unos días a supervisa

unas obras de reconversiónSeguramente no volveré hasta el juevepor la noche.

La noticia actuó como un trueno sobr


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agradecimiento. —¿Por qué estás tan desconsolada

—preguntó Evelyn—. ¿Te apetece otr

copa de vino? —Por nada... bueno, supongo qu

estoy triste porque acabamos d

conocernos y ya te vas. Me habrígustado volver a verte esta semana. —Hizo un gesto afirmativo ante la botellde vino que le ofrecía Evelyn.

—¡Qué encanto! —exclamó Evely—. Pero, si te sirve de consuelo, a mambién me fastidia desaparecer ta

pronto. Esperaba que me dieras tnúmero de teléfono para mantenernos econtacto mientras estoy fuera.

El corazón de Isobelle brincó y retoz


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una vez más. Sin duda echaría de menoa Evelyn, pero al menos había pensaden su marcha y expresado su deseo d

mantenerse en contacto. Evelyn, como squisiera subrayar su intención, le dio ubolígrafo y un cuaderno.

—No creas que vas a marcharte sidejar tus datos —bromeó mientras smano apretaba afectuosamente ehombro de Isobelle.

Llevándose los platos vacíos, Evelydijo:

—Espero que te gusten las naranjas

—Y salió del salón. Mientras estabfuera, Isobelle anotó su direcciócompleta y su número de teléfono, dibujó debajo un florido beso. Desde l

cocina llegaron hasta ella los ruidos qu


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apetito. —Dejó los dos cuencos dcristal sobre la mesa, y luego cogió scopa, que Isobelle había intentado pone

en su lugar a toda prisa.Con los ojos clavados en los d

sobelle, apoyó los labios en el mism

cálido punto en que había estado la bocde Isobelle, que apretó las pie

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