48749408 Walsh Rodolfo Antologia Del Cuento Extrano 3

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    INDICE

    Grard de Nerval

    El monstruo verde

    Max BeerbohmEnoch Soames

    Ricardo Palma

    El alacrn de Fray Gmez

    Richard Middleton

    En el camino de Brighton

    Jos Bianco

    Sombras suele vestir

    Miguel Angel Asturias

    Venado de las siete rozas

    Villiers de l'Isle Adam

    El secreto del cadalso

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    Franz Kafka

    Manuscrito antiguoEl Infante Don Juan Manuel

    El Den de Santiago y el Gran Maestre de Toledo

    John Russell

    El precio de la cabeza

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    ANTOLOGA

    DEL

    CUENTO

    EXTRAO

    Contenido general de los cuatro tomos que componen

    esta serie

    TOMO I

    Benson, R. H.El cuento del padre Meuron.

    Beresford, J. D.

    El misntropo.

    Bierce, Ambrose

    El ahorcado.

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    Borges, Jorge Luis

    El milagro secreto

    Chacel, Rosa

    En la ciudad de las grandes pruebas.

    Devaulx, Nol

    Alrededor de la ausencia.

    Jacobs, W. W

    La zarpa del mono.

    Las Mil y Una Noches

    El hombre que so.

    Lugones, Leopoldo

    La estatua de sal.

    Maupassant, Guy de

    El Horta.

    Onions, Oliver

    El buque fantasma.

    Papini, Giovanni

    Historia completamente absurda.

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    Roberts, Morley

    El anticipador.

    Saki

    Laura.

    Sullivan, J. F

    El enfermo.

    Tolstoi, Len

    Los tres staretzi.

    TOMO II

    Annimo

    La casa encantada

    Baroja, Po

    Mdium.

    Benet, Stephan Vincent

    Junto a las aguas de Babilonia.

    Bioy Casares, Adolfo

    La trama celeste.

    Forster, E. M

    Pnico.

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    Garmendia, Julio

    La tienda de muecos.

    Hearn, Lafeadio

    La promesa

    Kordon, Bernardo

    Un poderoso camin de guerra.

    Lawrence, D. H.

    El caballito de madera.

    Poe, Edgar Allan

    El pozo y el pndulo.

    Su Che

    Segundo paseo al acantilado rojo.

    TOMO III

    Asturias, Miguel Angel

    Venado de las siete rozas.

    Beerbohm, Max

    Enoch Soames.

    Blanco, Jos

    Sombras suele vestir.

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    Infante Don Juan Manue

    El Den de Santiago y el Gran Maestre de Toledo.

    Kafka, Franz

    Manuscrito antiguo.

    Middleton, Richard

    En el camino de Brighton.

    Nerval, Grard de

    El monstruo verde.

    Palma,Ricardo

    El alacrn de Fray Gmez.

    Russell, John

    El precio de la cabeza.

    Villiers de l'Isle Adam

    El secreto del cadalso.

    TOMO IV

    Andreiev, Lenidas

    Lzaro.

    Apollinaire, Guillaume

    Et poeta resucitado.

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    Cerruto, Oscar

    Los buitres

    Conrad, joseph

    La bestia

    Gmez de la Serna, Ramn

    Metamorfosis.

    Kipling, Rudyard

    La litera fantasma.

    Mrime, Prspero

    La Venus de Ille.

    Ocampo, Slivina

    La sed.

    Stern, G. B.

    Gemini.

    T'ao Yuan-Ming

    La fuente de las flores de durazno.

    Unamuno, Miguel de

    El que se enterr

    Wells, H. G.

    La puerta en el muro.

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    ANTOLOGA

    DEL

    CUENTO

    EXTRAO

    Seleccin, traduccin y noticias

    biogrficas por

    Rodolfo J. Walsh

    III

    Libros Tauro

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    Grard de Nerval

    EL MONSTRUO VERDE

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    GERARD DE NERVAL naci en Parsen 1808

    Espritu de fuertes tendencias

    religiosas, que no lo logra encauzar y a las

    que en cierto modo sucumbe, se interesa

    sucesivamente por las leyendas orientales, lamstica, el pitagorismo, el ocultismo. De esas

    races se nutre su obra. A partir de 1851

    tiene repetidas crisis de desequilibrio mental,

    de las que hay amargo testimonio en Aurelia.

    Termina por ahorcarse deuna viga del techo,en 1855.

    Otros ttulos: Voyage en Orient, Les

    Filles de Feu.

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    I

    EL CASTILLO DEL DIABLO

    Hablar de uno de los ms antiguos habitantes

    de Pars; antao lo llamaban el diablo Vauvert.

    De ah naci el proverbio: "Eso queda en lodel diablo Vauvert. Vyase al diablo Vauvert!" Es

    decir: "Vaya a. . . tomar el fresco en los Campos

    Elseos."

    Los porteros suelen decir: "Eso queda en lo del

    diablo de los gusanos", cuando quieren designar unsitio muy alejado 1. Y la expresin significa que habr

    que pagarles en buen dinero la comisin que se les

    encarga. Pero se trata adems de una locucin

    viciosa y corrupta, como muchas otras con las que

    estn familiarizados los parisienses.El diablo Vauvert es esencialmente un

    habitante de Pars, donde vive desde hace muchos

    siglos, si hemos de creer a los historiadores. Sauval,

    Flibien, Sainte-Foix y Dulaure han referido

    extensamente sus hazaas.Parece que en los primeros tiempos habit el

    castillo de Vauvert, que estaba situado en el lugar

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    ocupado actualmente por el alegre saln de baile de la

    Chartreuse, al extremo del Luxemburgo y frente a lasavenidas del Observatorio, en la Fue d'Enfer.

    Ese castillo, de triste celebridad, fue demolido

    en parte, y las ruinas se convirtieron en una

    dependencia de un convento de cartujos, donde muri

    en 1313 Jean de la Lune, sobrino del antipapaBenedicto XIII.

    Jean de la Lune haba sido sospechado de

    tener relaciones con cierto demonio, que quiz fuese

    el espritu familiar del antiguo castillo de Vauvert, pues,

    como se sabe, cada uno de esos edificios feudalestena el suyo.

    El diablo Vauvert dio que hablar nuevamente

    en la poca de Luis XIII.

    Durante muchsimo tiempo se haba odo,

    todas las noches, un gran ruido en una casaconstruda con escombros del antiguo convento y

    cuyos propietarios estaban ausentes desde haca

    varios aos. Y esto aterrorizaba bastante a los

    vecinos.

    Fueron a prevenir al teniente de polica, quienenvi algunos de sus arqueros. Cul habr sido el

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    asombro de estos militares al or un tintineo de vasos,

    mezclado de risas estridentes!Se crey en el primer momento que eran

    falsificadores entregados a una orga, y juzgndoselos

    numerosos por la intensidad del ruido, se orden ir en

    busca de refuerzos.

    Pero despus se estim que el pelotn no erasuficiente; ningn sargento se mostraba ansioso por

    conducir sus hombres al interior de esa guarida, donde

    pareca orse el fragor de todo un ejrcito.

    Por fin, al amanecer, llegaron tropas

    suficientes. Entraron en la casa. No encontraron nada.El sol disip las sombras.

    Durante todo el da prosiguieron las

    bsquedas; despus se conjetur que el ruido

    proceda de las catacumbas que, como se sabe, estn

    situadas bajo ese distrito.Se dispusieron a entrar; pero mientras la

    polica tomaba las precauciones necesarias, cay

    nuevamente la noche y recomenz el ruido, ms fuerte

    que nunca.

    Esta vez, nadie se atrevi a bajar, pues siendoevidente que en el subsuelo no haba ms que

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    botellas, deba ser el mismo diablo quien las haca

    bailar.Se contentaron con ocupar los alrededores de

    la calle y pedir rogativas al clero.

    Los clrigos elevaron sinnmero de oraciones

    e incluso echaron agua bendita, por medio de jeringas,

    a travs del tragaluz de la bodega.El ruido persisti.

    II

    EL SARGENTO

    Durante una semana una muchedumbre de

    parisienses no dej de obstruir las inmediaciones,

    espantndose y pidiendo noticias.

    Al fin un sargento de la guardia civil, ms

    audaz que los otros, se ofreci a penetrar en la

    bodega maldita, a cambio de una pensin que, en

    caso de fallecimiento, beneficiara a una costurera

    llamada Margot.

    Era un hombre valiente y ms enamorado que

    crdulo. Adoraba a esa costurera, bastante elegante

    y muy econmica (inclusive un poco avara), que no

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    haba querido casarse con un simple sargento

    desprovisto de toda fortuna.Claro est que, al obtener una pensin, el

    sargento se converta en otro hombre.

    Alentado por esa perspectiva, el sargento

    exclam que "l no crea ni en Dios ni en el diablo, y

    que dara razn de ese ruido".-En qu crees, entonces? -le pregunt uno de

    sus compaeros.

    -Creo -respondi- en el seor teniente en lo

    criminal y en el seor preboste de Pars.

    Era mucho decir en pocas palabras.Aferr el sable entre los dientes y una pistola

    en cada mano y se aventur por la escalera. Cuando

    lleg al piso de la bodega, presenci el espectculo

    ms extraordinario.

    Todas las botellas se entregaban a unafrentica zarabanda, formando las ms graciosas

    figuras. Los sellos verdes representaban a los

    hombres; los sellos rojos, a las mujeres.

    E inclusive se haba formado una orquesta

    sobre los estantes.Las botellas vacas resonaban como

    instrumentos de viento, las rotas como cmbalos y

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    tringulos, y las que estaban cascadas imitaban la

    penetrante armona de los violines.El sargento, que haba bebido varios cuartillos

    antes de iniciar la expedicin, al no ver all otra cosa

    que botellas, se sinti muy tranquilizado y empez a

    bailar tambin por espritu de imitacin.

    Cada vez ms animado por la alegra y elhechizo del espectculo, tom una hermosa botella de

    largo cuello, cuidadosamente sellada de rojo, que al

    parecer contena un burdeos blanco, y la estrech

    amorosamente contra su corazn.

    De los cuatro costados partieron risasfrenticas; el sargento, intrigado, dej caer la botella,

    que se rompi en mil pedazos.

    Ces la danza, se oyeron en los rincones de la

    bodega gritos de espanto y el sargento sinti que se le

    ponan los pelos de punta al ver que el vino derramadopareca formar un charco de sangre.

    Entre sus pies, yaca extendido el cadver de

    una mujer desnuda, cuyos rubios cabellos se

    esparcan por tierra, empapndose en la sangre.

    El sargento no habra tenido miedo del diabloen persona, pero ese espectculo lo llen de horror.

    Mas pensando que al fin y al cabo deba dar cuenta de

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    su misin, se apoder de una botella de sello verde

    que pareca rersele en las narices, y exclam:-Por lo menos, me llevar una!

    Una carcajada inmensa le respondi.

    Pero ya l haba subido la escalera, y

    mostrando la botella a sus camaradas, grit:

    -Aqu est el duende! Sois bastante cobardes(pronunci otra palabra mucho ms fuerte), ya que no

    os atrevis a bajar!

    Su irona era amarga. Los arqueros se

    precipitaron a la bodega, donde slo encontraron una

    botella de burdeos, rota. Todo lo dems estaba enorden.

    Los arqueros deploraron la suerte de la botella

    rota; pero, sintindose valientes ahora, se empearon

    en subir todos con una botella en la mano.

    Y se les permiti beber.El sargento, por su parte, afirm:

    -Yo guardar la ma para el da de mi

    casamiento.

    Y no le pudieron negar la pensin prometida, y

    se cas con la costurera y...Creeris que tuvieron muchos hijos?

    Slo tuvieron uno.

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    III

    LO QUE PAS DESPUS

    La noche de sus bodas, que se celebr en la

    Rape, el sargento puso entre l y su esposa la

    famosa botella de sello verde, e insisti en que sloella y l bebieran de ese vino.

    La botella era verde como la hiel, el vino era

    rojo como la sangre.

    Nueve meses ms tarde la costurera dio a luz

    un pequeo monstruo, enteramente verde, concuernos rojos en la frente.

    Y ahora ir, mozuelas, ir a bailar en la

    Chartreuse, donde antes estuvo el castillo de

    Vauvert!

    Sin embargo, el nio creci, si no en virtud,por lo menos en tamao. Dos cosas contrariaban a

    sus padres: su color verde y un apndice caudal que

    al principio pareci simplemente una prolongacin del

    coxis, pero que poco a poco tom el aspecto de una

    verdadera cola.Se consult a los sabios, quienes declararon

    que era imposible extirparla sin comprometer la vida

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    del nio. Agregaron que era un caso bastante raro,

    pero que haba ejemplos citados en Herodoto y enPlinio el joven. En esa poca an no se prevea el

    sistema de Fourier.

    En cuanto al color, fu atribuido a un

    predominio del sistema bilioso. Sin embargo, se

    ensayaron varios custicos para atenuar el matizdemasiado pronunciado de la epidermis, y se

    consigui, merced a innumerables lociones y

    fricciones, rebajarlo primero a un tono verde-botella,

    despus verde-agua y por fin; verde-manzana. En

    cierta oportunidad pareci que toda la piel se volvablanca; mas por la noche recobr su color.

    El sargento y la costurera no podan consolarse

    de los disgustos que les daba ese pequeo monstruo,

    que se volva cada vez ms testarudo, colrico y

    perverso.La melancola que experimentaban los condujo

    a un vicio may comn entre gente de parecida suerte.

    Se entregaron a la bebida.

    Pero el sargento se empe en no beber nunca

    otra cosa que vino de sello rojo, y su mujer vino desello verde.

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    Cada vez que el sargento estaba ebrio como

    una cuba, vea en sueas a la mujer ensangrentadacuya aparicin lo haba aterrado en la bodega,

    despus de romper la botella.

    Esta mujer le deca:

    -Por qu me apretaste contra tu corazn y

    despus me inmolaste... si yo te amaba tanto?Y cada vez que la esposa del sargento

    empinaba demasiado la botella de sello verde, se le

    apareca en sueos un gran demonio, de espantoso

    aspecto, que le deca:

    -Por qu te asombras de verme... puesto quehas bebido de la botella? No soy el padre de tu hijo?

    Oh, misterio!

    Al llegar a la edad de trece aos, el chico

    desapareci.

    Sus padres, inconsolables, siguieron bebiendo,pero no volvieron a ver las terribles apariciones que

    haban atormentado su sueo.

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    IV

    MORALEJA

    As fu castigado el sargento por su impiedad,

    y la costurera por su avaricia.

    V

    QU FUE DEL DEMONIO VERDE

    Nunca ms se supo.

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    MAX BEERBOHM

    ENOCH SOAMES

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    El tema del diablo ha dado origen ainnume rables leyendas e invenciones. Pocas

    tan afortunadas como sta de MAX

    BEERBOHM, ensayista y caricaturista ingls,

    nacido en 1872, educado en Oxford, sucesor

    de Bernard Shaw como crtico literario de la"Saturday Review", autor de Seven Men, The

    Happy Hypocrite, Zuleika Dobson.

    Uno de los resortes ms eficaces de

    "Enoch Soames" es el fondo de realidad

    contra el que se mueven los protagonistas.Existi el Caf Royal, existieron Rothenstein

    y "The Yellow Book" (y desde luego Whistler

    y Beardsley), existi ese Londres finisecular

    con su atmsfera casi parisiense, Chesterton

    nos asegura que existe el prncipe de lastinieblas, y en cuanto a Enoch Soames slo

    en el futuro se dijo (se dir) que nunca lleg a

    existir.

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    Cuando el seor Holbrook Jackson di al

    mundo un libro sobre la literatura del 90, busqu

    ansiosamente en el ndice el nombre de SOAMES,

    ENOCH. Tema que no estuviese. Y no estaba. Sinembargo, figuraban todos los dems. Muchos

    escritores a quienes yo olvidara por completo o slo

    recordaba vagamente, resucitaron ante m, con sus

    obras, en las pginas del seor Holbrook Jackson. El

    libro era tan minucioso como brillante.De ah que la omisin descubierta por m fuese

    la evidencia ms cabal de que el pobre Soames no

    haba dejado huella alguna en la literatura de su

    dcada.

    Creo que soy la nica persona que lo not...tan lamentable haba sido el fracaso de Soames! Y es

    intil alegar que, si hubiera conquistado algn mediano

    xito, quiz se habra esfumado de mi memoria, como

    los dems, para retornar tan slo al llamado del

    historiador. Es cierto que si las dotes que posea lehubieran sido reconocidas en vida, jams habra

    celebrado el pacto que yo le vi celebrar... ese extrao

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    pacto cuyos resultados le otorgaron para siempre un

    lugar en el primer plano de mis recuerdos. Noobstante, es de esos mismos resultados de donde se

    desprende en toda su claridad cunto hubo en l

    delamentable.

    No es la compasin, sin embargo, lo que me

    impulsa a escribir sobre l. Si por l fuera, pobrediablo, me sentira inclinado a no mojar la pluma en

    el tintero. No est bien burlarse de los muertos.

    Pero, cmo escribir acerca de Enoch Soames sin

    ridiculizarlo? O ms bien, cmo disimular la atroz

    realidad de que era ridculo? Imposible. Pero tarde otemprano deber escribir sobre l. Ya se ver, a su

    debido tiempo, que no me queda otra alternativa.

    Por consiguiente, ser mejor que lo haga ahora.

    Durante los cursos del verano de 1893 unprodigio del cielo cay sobre Oxford. Cal hondo, se

    incrust profundamente en el suelo. Profesores y

    alumnos formaron plidos corros que no hablaban de

    otra cosa. De dnde vena aquel meteoro? De Pars.

    Cmo se llamaba? Will Rothenstein. Qu sepropona? Pintar una serie de veinticuatro retratos en

    litografa, que publicara The Bodley Head de Londres.

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    El asunto era urgente. Ya el Decano de A y el Director

    de B y el Real Catedrtico de C haban "posado"humildemente. Ancianos solemnes y malhumorados

    que jams consintieran en dejarse retratar por nadie,

    no podan resistirse a aquel extranjero menudo y

    dinmico. l no suplicaba: invitaba; no invitaba:

    ordenaba. Tena veintin aos. Usaba lentes quecentelleaban increblemente. Era un hombre de

    ingenio. Desbordante de ideas. Conoca a Whistler.

    Conoca a Edmond de Goncourt. Conoca a todo el

    mundo en Pars. Los conoca a todos de memoria. Era

    Pars en Oxford. Se murmuraba que apenasdespachara su seleccin de profesores, incluira a

    unos pocos alumnos de los ltimos cursos. Y me sent

    pleno de orgullo el da en que yo - yo fui includo. La

    simpata que me inspiraba Rothenstein no era menor

    que el miedo que me infunda; sin embargo, nacientre nosotros una amistad que a medida que

    transcurrieron los aos se hizo cada vez ms clida y

    ms valiosa para m.

    Al trmino del curso, Rothenstein se estableci

    o ms bien irrumpi metericamente en Londres.Gracias a l conoc por primera vez ese pequeo

    mundo de perdurable encanto que es Chelsea, y trab

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    relacin con Walter Sickert y otros venerables

    prceres que residan all. Fu Rothenstein quien mellev a ver, en la calle Cambridge, de Pimlico, a un

    joven cuyos dibujos eran ya famosos entre la minora:

    Aubrey Beardsley. En compaa de Rothenstein hice

    mi primera visita a The Bodley Head. Por l me

    introduje en otro reino de la inteligencia y la audacia, elsaln de domin del Caf Royal.

    Ah, aquella tarde de octubre, en una

    exuberante perspectiva de dorados y de terciopelos

    carmeses intercalados entre simtricos espejos y

    erguidas caritides, entre el humo del tabaco que seelevaba incesante hacia el pintado cielo raso pagano y

    el murmullo de conversaciones presumiblemente

    cnicas, que de tanto en tanto interrumpa el spero

    tableteo de las fichas de domin sobre las mesas de

    mrmol, aspir hondo y dije para mis adentros:-Esto, sin duda, es la vida.

    Era antes de la cena. Bebimos vermut. Los que

    conocan personalmente a Rothenstein lo sealaban a

    quienes slo lo conocan de nombre. Sin interrupcin

    entraban por las puertas giratorias hombres queambulaban lentamente en busca de mesas vacas u

    ocupadas por amigos. Uno de estos errabundos me

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    interes, porque yo estaba seguro de que pretenda

    llamar la atencin de Rothenstein.Haba pasado dos veces ante nuestra mesa,

    con expresin vacilante; pero Rothenstein, sumido en

    lo ms denso de una disquisicin sobre Puvis de

    Chavannes, no lo vi. Era un individuo encorvado, de

    paso inseguro, ms bien alto, muy plido, con largoscabellos parduscos. Tena una barba rala, o ms bien

    una barbilla que se bata en retirada al abrigo de unos

    cuantos pelos arracimados y tmidamente rizados. Era

    un sujeto de extraa catadura; pero en el noventa, las

    apariciones raras eran ms frecuentes, creo, que en laactualidad. Los jvenes escritores de aquella poca -y

    yo estaba seguro de que ste lo era trataban de

    singularizarse por su aspecto. Mas los esfuerzos de

    este hombre haban sido infructuosos. Usaba un

    sombrero negro, blando, de corte clerical, pero deintencin bohemia, y una capa impermeable de color

    gris que, acaso porque era impermeable, no llegaba a

    ser romntica. Arrib a la conclusin de que "borroso"

    era le mot justepara l. Yo haba hecho mis primeras

    armas en la literatura y buscaba siemprefervorosamente le mot juste, ese Santo Graal de la

    poca.

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    El hombre borroso se acercaba nuevamente a

    nuestra mesa, y esta vez resolvi detenerse.-Usted no me recuerda -dijo con voz

    inexpresiva.

    Rothenstein lo mir vivamente.

    -S, lo recuerdo -repuso al cabo de un

    momento, con menos efusin que orgullo: orgullo desu memoria-. Edwin Soames.

    -Enoch Soames -dijo Enoch.

    -Enoch Soames -repiti Rothenstein, dando a

    entender por el tono de su voz que ya era bastante

    haber acertado con el apellido-. Nos encontramosdos o tres veces en Pars, cuando viva usted all.

    En el Caf Groche.

    -Y una vez yo fu a su estudio.

    -Oh, s; lament haber estado ausente.

    -Ausente? No. Me mostr algunos de suscuadros, recuerda? ... Tengo entendido que ahora

    reside en Chelsea.

    -S.

    Me extra que despus de este monoslabo

    el seor Soames no siguiera de largo. Se qued,pacientemente, como un animal obtuso, como un

    asno que mira por encima de una cerca. Triste figura

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    la suya. Se me ocurri que hambriento era quiz le

    mot juste para l. Pero, hambriento de qu? Nopareca apetecer gran cosa. Le tuve lstima. Y

    Rothenstein, aunque no lo invitara a Chelsea, le

    pidi que se sentara y bebiera algo. Una vez

    sentado, pareci ms seguro de s mismo. Ech

    atrs las alas de la capa con un gesto que -si lacapa no hubiera sido impermeable- poda

    interpretarse como un desafo lanzado al mundo en

    general. Y pidi un ajenjo.

    -Je me bens toujours fidle -le dijo a

    Rothenstein- la sorcire glauque.-Le har mal -respondi secamente

    Rothenstein.

    -Nada me hace mal -dijo Soames-. Dans ce

    monde il n'y a ni de bien ni de mal.

    -Nada es bueno y nada es malo? Ququiere decir?

    -Lo expliqu todo en el prefacio de

    Negaciones.

    -Negaciones?

    -S. Le di un ejemplar.

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    -Oh, s, por supuesto. Pero explic usted, por

    ejemplo, que no hay diferencia entre buena y malagramtica?

    -No -dijo Soames-. Naturalmente, en el arte

    existen el bien y el mal. Pero en la Vida... no.

    Liaba un cigarrillo. Tena manos dbiles y

    blancas, no del todo limpias, con las puntas de losdedos manchadas por la nicotina.

    -En la Vida existe la ilusin del bien y del mal,

    pero...

    Su voz decreci a un murmullo en que las

    palabras vieux jeu y rococo fueron apenasperceptibles. Si no me equivoco, pensaba que no se

    estaba haciendo justicia a s mismo, y tema que

    Rothenstein sealara las falacias de su

    argumentacin. Lo cierto es que al fin carraspe y dijo:

    -Parlons d'autre chose.Creen ustedes que era un tonto? A m no me

    pareci. Yo era joven y me faltaba la claridad de juicio

    que ya posea Rothenstein. Soames era cinco o seis

    aos mayor que cualquiera de nosotros. Adems,

    haba escrito un libro.Haber escrito un libro era algo portentoso.

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    Si Rothenstein no hubiera estado presente, yo

    habra reverenciado a Soames. Aun as, me infundarespeto. Y estuve a punto de reverenciarlo, en verdad,

    cuando dijo que pronto publicara otro libro. Le

    pregunt si poda saberse qu clase de obra era.

    -Mis poemas -respondi.

    Rothenstein le pregunt si se sera el ttulo dellibro. El poeta medit la sugerencia, pero al fin dijo que

    pensaba no ponerle ttulo alguno.

    -Si un libro vale por s mismo... -murmur,

    moviendo el cigarrillo en semicrculo.

    Rothenstein objet que la falta de ttulo podraperjudicar la venta.

    -Si yo entro en una librera -explic- y digo

    sencillamente: "Tienen ustedes?", o bien: "Tienen

    un ejemplar de?" cmo sabrn lo que quiero?

    -Oh, desde luego, har poner mi nombre en latapa -replic Soames seriamente-. Y me gusta ra -

    aadi mirando con fijeza a Rothenstein-, me gustara

    hacer dibujar mi retrato para la portada.

    Rothenstein admiti que era una excelente

    idea, y agreg que pensaba viajar al campo, dondepasara una temporada. Despus mir su reloj,

    comprob, con una exclamacin, lo avanzado de la

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    hora, pag la adicin y se march conmigo para cenar.

    Soames permaneci en su puesto, fiel a la hechiceraglauca.

    -Por qu se neg tan resueltamente a dibujar

    su retrato?

    -Retratarlo? A l? Cmo puedo retratar a

    un hombre que no existe?-Es borroso -admit, pero mi mot justecay en

    el vaco. Rothenstein repiti que Soames era

    inexistente.

    Sin embargo, Soames era autor de un libro. Le

    pregunt a Rothenstein si haba ledo Negaciones.Admiti haberlo hojeado.

    -Pero -aadi secamente-, yo no pretendo

    entender nada deliteratura.

    Reserva muy caracterstica de la poca. Los

    pintores de entonces se negaban a admitir quealguien, fuera de su propia cofrada, tuviese el derecho

    de opinar sobre la pintura. Esta ley (grabada en las

    tablillas que trajo Whistler de la cumbre del Fujiyama)

    impona ciertas limitaciones. Si otras artes distintas de

    la pintura no eran completamente incomprensiblespara quienes no las practicaban, la ley se vena abajo;

    la doctrina Monroe, por decirlo as, perda su validez.

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    De ah que ningn pintor arriesgara una opinin sobre

    un libro sin advertir, por lo menos, que su opinincareca de valor. Nadie es mejor juez literario que

    Rothenstein; pero en aquella poca habra sido

    imprudente recordrselo; y yo comprend que no poda

    esperar su ayuda para formarme un juicio sobre

    Negaciones.En aquellos das, no comprar un libro a cuyo

    autor acababa de conocer personalmente, habra sido

    para m un imposible renunciamiento. Cuando regres

    a Oxford para los cursos de Navidad, me haba

    procurado un ejemplar de Negaciones. Sola dejarlodespreocupadamente sobre la mesa de mi cuarto, y

    cada vez que alguno de mis amigos lo levantaba para

    preguntarme de qu trataba, le responda:

    Oh, es un libro bastante notable. Lo ha

    escrito un hombre a quien conozco.Pero nunca alcanc a explicar exactamente "de

    qu trataba". Aquel delgado volumen verde no tena,

    para m, ni pies ni cabeza. En el prefacio no hall clave

    alguna para interpretar el exiguo laberinto del texto, y

    en ese laberinto, nada que explicara el prefacio.

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    "Inclnate hacia la vida. Inclnate, muy cerca...

    ms cerca.

    "La vida es tela, y en ella ni trama ni urdimbre

    se encuentran, sino solamente la tela.

    "Es por esto que soy Catlico en la iglesia y en

    el pensamiento, pero dejo que el veloz Capricho teja lo

    que la lanzadera del Capricho quiere."

    stas eran las frases iniciales del prefacio, pero

    las que seguan eran an ms difciles de entender. A

    continuacin vena "Stark", un cuento sobre una

    midinette que, segn alcanc a entender, habaasesinado o estaba por asesinar a un maniqu.

    Pareca un cuento de Catulle Mends en que el

    traductor hubiera salteado o eliminado una frase de

    cada dos. Luego, un dilogo entre Pan y Santa rsula,

    que en mi opinin careca de "chispa". Despus,algunos aforismos (titulados ).

    En conjunto, a decir verdad, haba una gran

    variedad de formas. Y esas formas haban sido

    trabajadas con mucho cuidado. Era ms bien el

    contenido lo que se me escapaba. Haba, enrealidad, me pregunt, algn contenido? Ahora s

    pens: Supn que Enoch Soames sea un necio! Pero

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    enseguida naci una hiptesis contraria: tal vez lo

    fuese yo! Opt por darle a Soames el beneficio de laduda. Yo haba ledo L'Aprs-midi d'un faune sin

    extraerle una pizca de significado. Y sin embargo

    Mallarm -por supuesto- era un Maestro. Cmo saba

    yo que Soames no era otro? Su prosa tena cierta

    musicalidad, que sin duda no alcanzaba a deslumbrar,pero que tal vez, pens, tuviera la facultad de persistir

    en la memoria y, acaso, un significado tan profundo

    como la del mismo Mallarm. Por lo tanto, me resolv a

    esperar sus poemas con nimo libre de prejuicios.

    Y despus de encontrrmelo por segunda vez,los aguard con verdadera impaciencia. Esto sucedi

    una tarde de enero. Al entrar en el saln de domin,

    pas junto a una mesa ante la cual estaba sentado un

    hombre plido, con un libro abierto. Alz la vista, y yo

    lo mir por encima del hombro, con la vaga sensacinde que deba haberlo reconocido. Me volv para

    saludarlo. Despus de cambiar unas palabras, dije

    echando un vistazo al libro abierto:

    -Veo que lo he interrumpido.

    Y estaba por seguir mi camino, pero Soamesrespondi con su voz inexpresiva:

    -Prefiero ser interrumpido.

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    Me indic con un gesto que me sentara, y yo

    obedec.Le pregunt si a menudo lea en ese lugar.

    S. Esta clase de cosas las leo aqu -respondi,

    sealando el ttulo del libro: Poemas de Shelley.

    -Es algo que usted realmente...? -Iba a decir

    "admira"? Pero cautelosamente dej la fraseinconclusa y enseguida me alegr, porque l dijo con

    inusitado nfasis:

    -Es algo de segunda categora.

    Yo haba ledo poco de Shelley, pero murmur:

    -Desde luego; es muy desigual.-Yo dira que lo malo es justamente su

    igualdad. Una igualdad mortal, Por eso lo leo aqu. El

    ruido de este lugar quiebra el ritmo. Aqu es tolerable.

    Soames alz el libro y lo Hoje. Se ech a rer.

    La risa de Soames era un sonido breve, aislado ydesprovisto de alegra que brotaba de la garganta sin

    que su rostro se moviera o sus ojos se iluminarn.

    -Qu poca! -exclam, dejando el libro sobre

    la mesa-. Y qu pas! -aadi.

    Le pregunt, con cierta nerviosidad, si en suopinin Keats no haba superado, ms o menos, las

    limitaciones del tiempo y el espacio. Admiti que

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    "haba algunos pasajes en Keats", pero no los

    mencion. De "los viejos", como los llamaba, elnico que le gustaba era Milton. "Milton -dijo- no era

    sentimental." Y adems: "Milton tena una oscura

    visin interior". Y por fin:

    -Siempre puedo leer a Milton en la sala de

    lectura.-La sala de lectura?

    -Del Museo Britnico. Voy todos los das. -

    De veras? Yo slo estuve una vez. Me pareci un

    lugar ms bien deprimente. Se me ocurri que... que

    le resta vitalidad a uno.-As es. Por eso voy yo. Cuanto menor es la

    propia vitalidad, tanto ms sensitivo se vuelve uno al

    arte verdaderamente grande. Yo vivo cerca del

    Museo. Alquilo un departamento en la calle Dyott.

    -Y va a la sala de lectura para leer a Milton?-Casi siempre a Milton. -Me mir-. Fu Milton

    -certific- quien me convirti al Diabolismo.

    -Al Diabolismo? S? Realmente? -dije con

    esa vaga incomodidad y ese intenso deseo de ser

    corts que experimenta uno cuando un hombre lehabla de su propia religin-. Usted... adora al

    Demonio?

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    Soames mene la cabeza.

    -No se trata de adoracin -calific, sorbiendosu ajenjo-, sino ms bien de confianza mutua.

    -Ah, s... Pero yo cre entender por el prefacio

    de Negacionesque usted era... catlico.

    -Je t'tais cette poque. Quiz lo sea an. Si.,

    soy un Diabolista Catlico.Hizo esta profesin de fe con tono casi

    precipitado. Advert que lo que prevaleca en su

    espritu era el hecho de que yo haba ledo

    Negaciones. Sus ojos opacos haban brillado por

    primera vez. Tuve la impresin de que iba a serexaminado, viva voce, sobre el tema en que me senta

    ms flojo. Le pregunt apresuradamente cundo se

    publicaran sus poemas.

    -La semana prxima -me dijo.

    -Y sin ttulo?-No, por fin encontr uno. Pero no se lo dir -

    aadi, como si yo hubiera tenido la impertinencia de

    preguntrselo-. An no s si me satisface del todo.

    Pero es el mejor que he podido encontrar. En cierto

    modo, sugiere la naturaleza de los poemas... Extraasvegetaciones, naturales y salvajes, y sin embargo

    exquisitas y multicolores y llenas de ponzoa.

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    Le pregunt qu pensaba de Baudelaire. Lanz

    aquel bufido que era su risa, y dijo que "Baudelaire eraun bourgeois malgr lui". Francia slo tena un

    poeta: Villon, "y dos tercios de Villon eran simple

    periodismo". Verlaine era un "picier m algr lui".Con

    cierta sorpresa comprob que, en conjunto, apreciaba

    menos la literatura francesa que la inglesa. Haba"algunos pasajes" en Villiers de l'Isle Adam.

    -Pero yo -resumi- no le debo nada a Francia.

    Ya ver -predijo con un movimiento afirmativo de la

    cabeza.

    Pero, llegado el momento, no vi tal cosa. Pensque el autor de Fungoides deba bastante -

    inconscientemente, desde luego- a los jvenes

    decadentes de Pars, o a los jvenes ingleses que a su

    vez deban algo a aqullos. An pienso lo mismo. El

    librito -que compr en Oxford- est ante m en estemomento, mientras escribo. Su cubierta de bocac

    gris plido y sus letras de plata no han sobrellevado

    muy bien el paso del tiempo. Su contenido tampoco.

    Lo he examinado nuevamente, con melanclico

    inters. No es gran cosa. Cuando se public,abrigu la vaga sospecha de que lo fuera. Supongo

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    que es mi fe en ella la que se ha debilitado, y no la

    obra del pobre Soames...

    TO A YOUNG WOMAN

    Thou art, who hast not been!

    Pale tunes irresoluteAnd traceries of old sounds

    Blown from a rotted flute

    Mingle with noise of cymbals rouged with rust

    Nor not strange forms and epicene

    Lie bleeding in the dust,Being wounded with wounds.

    For this it is

    That in thy counterpart

    Of age-long mockeriesThou hast not been nor art!2

    Me pareci que haba cierta contradiccin entre

    la primera y la ltima lnea. Intent, con el ceo

    fruncido, resolver esta discordancia. Pero no considermi fracaso como totalmente incompatible con un

    significado en la mente de Soames. No indicara,

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    ms bien, la profundidad del significado? En cuanto a

    la tcnica, "enrojecidos por la herrumbre" me parecaun hallazgo, y las palabras "nor not" en lugar de "and"

    eran extraamente felices. Me pregunt quin era la

    joven, y qu haba sacado en limpio de todo eso. Me

    asalta la

    triste sospecha de que Soames no habra sidocapaz de encontrarle ms sentido que ella. Sin

    embargo, an ahora, si no trata uno de comprender el

    poema, y se conforma con atender al sonido, advierte

    cierta gracia en el ritmo. Soames era un artista... en la

    medida en que exista, pobre diablo!Cuando le Fungoides por primera vez, me

    pareci, extraamente, que su veta diabolista era lo

    mejor de Soames. El Diabolismo pareca una

    influencia alegre y aun saludable dentro de su vida.

    NOCTURNE

    Round and round the shutter'd Square

    I stroll'd with the Devil's arm in mine.

    No sound but the scrape of his hoofs was thereAnd the ring of his laughter and mine.

    We had drunk black wine.

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    I scream'd: "I wi ll race you, Master!"

    "What matter", lie shriek'd, "tonight

    Which of us runs the faster?

    There is nothing to fear tonight

    In the foul moon's light!

    Then I look'd him in the eyes,And I laugh'd full shrill at the lie he told And the

    gnawing fear he would fain disguise.

    It was true, what I'd time and again been told:

    He was old - old.3

    Aquella primera estrofa, pens, tena mucho

    mpetu: un acento retozn y jovial de camaradera. La

    segunda, quiz, era algo histrica. Pero la tercera me

    gustaba: era tan vivamente heterodoxa, aun con

    respecto a los dogmas de la extraa secta de Soames!Nada de "confianza mutua" en esas lneas! Soames,

    triunfante, desenmascarando al Demonio como a un

    mentiroso, y rindose "a gritos", era un personaje muy

    alentador. Eso fu lo que pens entonces. Ahora, a la

    luz de lo que sucedi ms tarde, ninguno de suspoemas me deprime tanto como el "Nocturno".

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    Busqu los comentarios de los peridicos

    metropolitanos. Se dividan en dos clases: los quedecan muy poco, y los que no decan nada. La

    segunda era mucho ms numerosa, y los trminos en

    que se expresaba la primera eran fros. A tal punto que

    el mejor elogio que pudo presentar el editor de

    Soames en sus anuncios publicitarios era ste:

    Un acento de modernismo desde el

    principio hasta el fin... Un ritmo gil.

    Preston Telegraph.

    Yo abrigaba la esperanza de poder felicitar al

    poeta (cuando lo viese) por haber conmovido el

    ambiente, pues se me ocurra que no estaba tan

    seguro de su grandeza intrnseca como aparentaba.

    Pero cuando en efecto nos encontramos, slo atin adecir con voz ronca: "Espero que Fungoidesse venda

    muy bien". Me mir a travs de su vaso de ajenjo y me

    pregunt si haba comprado un ejemplar. Segn su

    editor, slo se haban vendido tres. Me re, como si

    fuese una broma.-No creer que me importa, verdad? -dijo con

    algo parecido a un gruido.

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    Desestim la idea. Aadi que no era un

    comerciante. Dije humildemente que yo tampoco, ymurmur que un artista que daba al mundo cosas

    realmente nuevas y grandes, siempre deba esperar

    mucho tiempo a que se le tributara el debido

    reconocimiento. Contest que ese reconocimiento no

    le importaba un sou. Y yo admit que el acto de lacreacin era su propia recompensa.

    Si yo me hubiera considerado un Don Nadie,

    su mal humor me habra alejado. Pero, ah! Acaso

    John Lane y Aubrey Beardsley no me haban sugerido

    que escribiera un ensayo para esa grande y nuevaempresa que estaba en marcha - The Yellow Book?

    Y acaso Henry Harland, como jefe de redaccin, no

    haba aceptado mi ensayo? Y no apareca en el

    mismsimo primer nmero? En Oxford yo estaba

    todava in statu pupillari. Pero en Londres meconsideraba con todo derecho un egresado, a quien

    ningn Soames poda abochornar. En parte con fines

    de ostentacin,

    y en parte por pura buena voluntad, le dije a

    Soames que deba colaborar en el Yellow Book. Desu garganta brot un sonido despreciativo destinado a

    esa publicacin.

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    Uno o dos das ms tarde, sin embargo, le

    pregunt a Harland, para sondear el terreno, si sabaalgo de la obra de un tal Enoch Soames. Harland se

    detuvo en mitad de su caracterstico paseo alrededor

    de la habitacin, alz las manos al techo y gimi que a

    menudo haba visto a "ese absurdo individuo" en

    Pars, y que esa misma maana haba recibido de lalgunos poemas manuscritos.

    -No tiene talento? -pregunt.

    -Tiene una renta. No necesita nada.

    Harland era el ms jovial de los hombres y el

    ms generoso de los crticos, pero detestaba hablar dealgo que no lo entusiasmara. Por consiguiente,

    abandon el tema. La noticia de que Soames po sea

    una renta mitig mi preocupacin. Ms tarde supe que

    era hijo de un fracasado y fallecido librero de Preston,

    que haba heredado de una ta casada una renta anualde trescientas libras, y que no le quedaban parientes

    en este mundo. Materialmente, pues, "no necesitaba

    nada". Pero aun as, haba en l un "pathos" espiritual,

    agudizado ahora a mis ojos por la posibilidad de que

    aun el Preston Telegraphno le hubiese dedicado suselogios si el padre de Soames no hubiera sido un

    vecino d Preston. Tena una especie de dbil

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    obstinacin que yo no poda menos de admirar. Ni l ni

    su obra reciban el menor estmulo; pero l insista encomportarse como un personaje, mantena siempre al

    tope su deshilachada banderita. En cualquier lugar

    donde se congregaran losjeunes froces de las artes,

    en cualquier restaurante de Soho que acabaran de

    descubrir, en cualquier music-hallque prefiriesen, ahestaba Soames entre ellos, o ms bien al borde: una

    figura borrosa pero inevitable. Nunca trataba de

    captarse la simpata de sus colegas escritores, jams

    depona un pice de su arrogancia, cuando se trataba

    de su propia obra, o de su desprecio, cuando setrataba de los dems. Con los pintores se mostraba

    respetuoso, y aun humilde; mas para los poetas y

    prosistas de The Yellow Book, y ms tarde del Savoy,

    jams tuvo una palabra que no fuera de desdn. Su

    presencia no molestaba a los dems. A nadie se lehabra ocurrido que l o su Diabolismo Catlico

    tuvieran alguna importancia. Cuando en el otoo de

    1896 public (esta vez por cuenta propia) su tercer

    libro, su ltimo libro, nadie pronunci una palabra de

    elogio o de censura. Yo tuve intencin de comprarlo,pero me olvid. No lo vi nunca, y me avergenza decir

    que ni siquiera recuerdo cmo se titulaba. Sin

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    embargo, cuando se public el libro, le dije a

    Rothenstein que el pobre viejo Soames me pareca enrealidad una figura bastante trgica, y que la falta de

    resonancia de su obra acabara realmente por matarlo.

    Rothenstein se burl. Dijo que yo alardeaba de un

    buen corazn que en verdad no posea; y quiz era

    as. Pero unas semanas ms tarde, en la exposicinprivada del Nuevo Club Ingls de Arte, vi un retrato al

    pastel de "Enoch Soames, Esq." Se le pareca mucho,

    y el haberlo ejecutado era caracterstico de

    Rothenstein. Soames estuvo parado toda la tarde

    cerca del cuadro, con su sombrero hongo y su capaimpermeable. Cualquiera de sus conocidos habra

    captado en el acto la semejanza del retrato. Pero

    quien no lo conociera, nunca hubiese identificado el

    modelo a partir de la imagen; sta "exista" mucho ms

    que l; era inevitable. Adems, no tena esa expresinde vaga felicidad que ahora se adverta, s, en el rostro

    de Soames. El hbito de la fama lo haba rozado. En el

    transcurso de aquel mes fui dos veces ms al Club de

    Arte, y en ambas oportunidades vi a Soames

    exhibindose en persona. Pensndolo bien, creo quela clausura de aquella exposicin fu virtualmente el

    fin de su carrera. Haba sentido en la mejilla el aliento

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    de la fama... pero tan tarde y por tan poco tiempo.. . y

    al no sentirlo ms, cedi, sucumbi, se derrumb. l,que nunca haba parecido fuerte o saludable, ahora

    tena un aspecto espectral, era una sombra de la

    sombra que antao haba sido. An frecuentaba la

    sala de domin; pero, habiendo perdido el deseo de

    provocar curiosidad, ya no lea libros en ella.-Ahora slo lee en el Museo? -le pregunt,

    aparentando jovialidad.

    Me contest que ya no iba all.

    -No hay ajenjo en el Museo.

    Era una de esas cosas que antao habradicho para llamar la atencin; ahora la deca

    convencido. El ajenjo, que antes no fuera ms que un

    factor de la "personalidad" que tan laboriosamente

    trataba de construirse, se haba convertido en solaz y

    necesidad. Ya no lo llamaba "la sorcire glauque".Haba renunciado a todas las expresiones en francs.

    Se haba convertido en un hombre de Preston, sencillo

    y sin barniz.

    El fracaso, aun cuando sea un fracaso total,

    sencillo y sin barniz, aun cuando sea un fracasomezquino, lleva siempre consigo cierta dignidad. Yo

    rehua a Soames porque a su lado me senta vulgar.

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    Por aquella poca John Lane haba publicado dos

    libritos mos, que tuvieron un agradable xito decrtica. Yo era una "personalidad"... una personalidad

    menor, pero bien definida. Frank Harris me haba

    contratado para que "pataleara" en el Saturday

    Review, Alfred Harmsworth me permita hacer lo

    mismo en The Daily Mail. Yo era justamente lo queno era Soames. l proyectaba una sombra de

    vergenza sobre mi triunfo. Si yo hubiera sabido que l

    crea firme y verdaderamente en la grandeza de lo que

    realizara como artista, quiz no habra evitado su

    presencia. No se puede decir que ha fracasado porcompleto un hombre que no ha perdido su vanidad. La

    dignidad de Soames era una ilusin ma. Un da de la

    primera semana de junio de 1897 esa ilusin

    desapareci. Pero en la noche de ese da tambin

    desapareci Soames.Yo haba estado afuera la mayor parte de la

    maana, y como se me hizo tarde para almorzar en

    casa, fui al "Vingtime". Este pequeo local -cuyo

    nombre completo era "Restaurant du Vingtime

    Sicle"- haba sido descubierto por los escritores ypoetas en 1896, pero ms tarde fu abandonado, o

    poco menos, en beneficio de algn hallazgo posterior.

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    Creo que no subsisti lo bastante para justificar su

    nombre; mas por ese entonces estaba an en GreekStreet, a pocos pasos de Soho Square, y casi enfrente

    de esa casa donde en los primeros aos del siglo una

    chiquilla, y junto con ella un muchacho llamado De

    Quincey, pernoctaban hambrientos en la oscuridad,

    entre el polvo y las ratas y viejos pergaminos legales.El "Vingtime" no era ms que un saloncito

    blanqueado, que por un extremo daba a la calle y por

    otro a la cocina. El propietario y cocinero era un

    francs, a quien llambamos Monsieur Vingtime; las

    camareras eran sus dos hijas, Rose y Berthe; y lacomida, en verdad, era buena. Las mesas eran tan

    angostas y estaban tan juntas que caban en nmero

    de doce, seis de cada pared.

    Cuando entr, slo las dos ms prximas a la

    puerta estaban ocupadas. Una, por un hombre alto,llamativo, ms bien mefistoflico, a quien yo sola ver

    de tanto en tanto en el saln de domin y en otros

    lugares. En la otra estaba Soames. En aquel soleado

    recinto, formaban un extrao contraste: Soames,

    demacrado, con aquel sombrero y aquella capa quejams le viera quitarse, y este otro, este hombre

    intensamente vital, ante cuya presencia volva a

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    preguntarme, con ms insistencia que nunca, si era un

    mercader de diamantes, un ilusionista o el jefe de unaagencia de detectives privados. Estoy seguro de que

    Soames no deseaba mi compaa; sin embargo, le

    pregunt si poda acompaarlo -no hacerlo habra sido

    una desconsideracin atroz- y me sent frente a l.

    Fumaba un cigarrillo. Haba dejado el plato sin probary tena a su lado una botella semivaca de Sauterne.

    Callaba con cierta obstinacin. Dije que Londres

    estaba imposible, con los preparativos del jubileo (a

    decir verdad, me gustaban). Manifest mi deseo de

    marcharme inmediatamente, hasta que todo aquelloterminara. En vano trat de ponerme a tono con su

    melancola. l no pareca orme ni verme. Pens que

    su comportamiento me ridiculizaba a los ojos del otro

    parroquiano. El pasillo entre las dos hileras de mesas

    del "Vingtime" tena apenas dos pies de ancho (Rosey Berthe, al servir, se rozaban siempre, riendo en voz

    baja), y cualquiera que estuviera sentado a la mesa

    contigua comparta prcticamente la que uno ocupaba.

    Pens que mi fracasada tentativa de interesar a

    Soames diverta a mi vecino, y como no podaexplicarle que mi insistencia era simplemente un acto

    de caridad, guard silencio. Poda verlo perfectamente

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    sin necesidad de volver la cabeza. Abrigu la

    esperanza de que mi aspecto fuese menos vulgar queel suyo, en contraste con el de Soames. Yo estaba

    seguro de que no era ingls; pero, cul era realmente

    su nacionalidad? Aunque tena el cabello (negro como

    el azabache) cortado en brosse, no me pareci

    francs. A Berthe, que lo atenda, le hablaba enfrancs con soltura, pero sin el acento y los

    coloquialismos nativos. Supuse que era su primera

    visita al "Vingtime", pero Berthe lo atenda sin

    formalidades. l no le haba causado buena impresin.

    Sus ojos eran atrayentes, pero -como las mesas del"Vingtime" demasiado angostos y juntos. Tena una

    nariz de ave de rapia, y las guas del bigote, que se

    prolongaban a ambos lados de las fosas nasales, le

    estereotipaban la sonrisa. Decididamente, era

    siniestro. Y el chaleco escarlata -tan fuera detemporada en el mes de junio-, que le cea

    ajustadamente el pecho amplio, intensificaba la

    sensacin de incomodidad que me produca su

    presencia. Ese chaleco no slo era inadecuado por el

    calor. Era, no s por qu, inadecuado en s mismo. Nose habra justificado en una maana de Navidad.

    Habra sido una nota discordante la noche del estreno

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    de Hernani. Yo estaba tratando de explicarme lo que

    haba en l de incongruente, cuando Soames,repentino y extrao, quebr el silencio.

    -Dentro de cien aos...! -murmur, como si

    estuviera en trance.

    -No estaremos aqu -repuse, pronta y

    fatuamente.-Nosotros no estaremos. No -zumb-, pero el

    Museo estar en el mismo lugar donde ahora est. Y

    la sala de lectura, en el mismo lugar de ahora. Y la

    gente ir a leer.

    Aspir bruscamente el humo, y un espasmo deautntico dolor le deform el rostro.

    Me pregunt qu encadenamiento de ideas

    haba estado siguiendo el pobre Soames. Pero l no

    aclar mis dudas cuando dijo, despus de una larga

    pausa:-Usted cree que no me ha importado. -Que no

    le ha importado qu, Soames? -El olvido. El fracaso.

    -El fracaso? -dije calurosamente-. El

    fracaso? -repet vagamente-. El olvido, s, quiz; pero

    eso es algo completamente distinto. Desde luego,usted no ha sido... apreciado. Pero, qu importa?

    Cualquier artista que... que da...

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    Lo que yo quera decir era esto: "Cualquier

    artista que da al mundo cosas nuevas y grandes,siempre debe esperar mucho tiempo a que se le

    tribute el debido reconocimiento"; pero el halago se

    negaba a salir: a la vista de aquella congoja, una

    congoja tan genuina y desembozada, mis labios no

    queran pronunciar las palabras.Y entonces... fu l quien las dijo por m. Me

    sonroj.

    -Eso es lo que usted iba a decir, verdad? -

    pregunt.

    -Cmo lo sabe?-Es lo que me dijo hace tres aos, cuando se

    public Fungoides.

    Me sonroj an ms Innecesariamente, porque

    l prosigui:

    -Es lo nico importante que le he odo decir. Ynunca lo he olvidado. Es cierto. Es una terrible verdad.

    Pero... recuerda lo que yo le contest? Le dije: "El

    reconocimiento no me importa un sou". Y usted me

    crey. Usted ha seguido creyendo que estoy por

    encima de todo eso. Usted es superficial. Qu puedesaber de los sentimientos de un hombre como yo?

    Usted imagina que cuando un gran artista tiene fe en

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    s mismo y en el veredicto de la posteridad, eso basta

    para hacerlo feliz... Usted nunca ha adivinado laamargura y la soledad, el... -su voz se quebr; pero

    luego prosigui con una fuerza que yo nunca le viera-:

    La posteridad! De qu me sirve a m? Un muerto no

    sabe que la gente visita su tumba, que acuden al lugar

    donde naci, que le ponen placas conmemorativas,que descubren estatuas suyas. Un muerto no puede

    leer los libros que se escriben sobre l. As que pasen

    cien aos! Piense en eso! Si yo pudiera volver a la

    vida entonces... unas pocas horas, si yo pudiese ir a

    la sala de lectura y leer! O mejor an, si ahora, eneste momento, pudiera proyectarme a ese futuro, a

    esa sala de lectura, nada ms que por esta tarde! A

    cambio de eso me vendera en cuerpo y alma al

    Demonio! Piense: pginas y ms pginas del catlogo:

    "SOAMES, ENOCH", interminablemente... intermina-bles ediciones, comentarios, prolegmenos, biograf-

    as... -Al llegar aqu lo interrumpi un brusco y

    penetrante crujido de la silla colocada ante la mesa

    contigua. Nuestro vecino Se haba levantado a medias

    de su asiento. Se inclinaba hacia nosotros, tratando dedisculpar su intromisin.

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    -Perdonen ustedes... permtanme -dijo

    suavemente-. Me ha sido imposible no or. Puedotomarme esta libertad? En este pequeo restaurant

    sans-faon -extendi las manos en amplio gesto-,

    puedo, como suele decirse, meter las narices?

    No me qued ms remedio que manifestar

    nuestra conformidad. Berthe haba aparecido en lapuerta de la cocina, creyendo que el desconocido

    quera la cuenta. Pero l la alej con un movimiento

    del cigarro, y un instante despus se haba sentado

    junto a m, frente a frente de Soames.

    -Aunque no soy ingls -explic-, conozco aLondres muy bien, seor Soames. Su nombre y su

    fama (y tambin los del seor Beerbohm) me son muy

    conocidos. Ustedes Se preguntarn: quin soy yo? -

    Mir rpidamente por encima del hombro, y aadi en

    voz baja-: Soy el Diablo.No pude evitarlo: me re. Trat de no hacerlo;

    saba que no haba motivo de risa, pues mi propia

    descortesa me avergonzaba, pero me re cada vez

    ms fuerte. La serena dignidad del Diablo, la sorpresa

    y el fastidio de sus cejas enarcadas slo aumentaronmi hilaridad. Me re hasta desternillarme, y al final me

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    apoy, dolorido, en el respaldo de la silla. Me

    comport deplorablemente.-Soy un caballero -dijo l con intenso nfasis- y

    crea estar en presencia de caballeros.

    -Oh! -murmur, ya sin aliento-. Oh, por favor!

    -Curioso, nicht war? -o que le deca a

    Soames-. Hay cierta clase de personas para quienesla sola mencin de mi nombre es... oh, tan

    terriblemente graciosa! En vuestros teatros, al ms

    torpe comediante le basta decir: "El Diablo!" para

    provocar enseguida "la risa altisonante que delata a

    los espritus vacos". No es as?Yo haba recobrado el aliento, lo suficiente para

    ofrecer mis excusas. l las acept, pero framente, y

    volvi a dirigirse a Soames.

    -Soy un hombre de negocios -dijo-, y siempre

    me ha gustado ir derecho al grano, como dicen en losEstados Unidos. Usted es un poeta. Les affaires...

    usted los detesta. Pero conmigo negociar, verdad?

    Lo que acaba de decir me infunde furiosas

    esperanzas.

    Soames no se haba movido, salvo paraencender un nuevo cigarrillo. Estaba agazapado, con

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    los codos sobre la mesa y la cabeza al ras de las

    manos, mirando fijamente al Demonio.-Siga -dijo moviendo afirmativamente la

    cabeza.

    A m ya no me quedaban ganas de rer.

    -Nuestro pequeo pacto -prosigui el Diablo-

    ser tanto ms agradable cuanto que usted... si no meequivoco, es un diabolista.

    -Un diabolista catlico -dijo Soames.

    El Demonio acept de buena gana esta

    reserva.

    -Usted -prosigui- quiere visitar ahora, estatarde, la sala ele lectura del museo Britnico, verdad?

    Pero tal como ser dentro de cien aos, eh?

    Parfaitement. El tiempo... una ilusin. El pasado y el

    futuro... estn siempre tan presentes como el

    presente, o al menos, por decirlo as, a la vuelta de laesquina. Yo lo sintonizo con cualquier poca. Yo lo

    proyecto... puf! Usted quiere hallarse en la sala de

    lectura, tal como ser en la tarde del 3 de junio de

    1997? Quiere encontrarse, de pie, en esa sala, ms

    all de las puertas giratorias, en este mismo instante,eh? Y quedarse ah hasta que cierren? No es as?

    Soames asinti.

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    El Diablo mir su reloj.

    -Las dos y diez -dijo-. La hora de clausura, enese entonces, ser la misma de ahora: las siete.

    Tendr usted casi cinco horas. A las siete -puf! se

    encontrar nuevamente aqu, sentado ante esta mesa.

    Esta noche ceno dans le monde- dans le high life.

    Con eso termina mi presente visita a vuestra granciudad. Vendr a buscarlo aqu, seor Soames, en el

    camino de regreso a mi hogar.

    -Su hogar? -repet.

    -Aunque no sea tan humilde! -dijo

    despreocupadamente el Demonio.-Est bien -dijo Soames.

    -Soames! -supliqu. Pero a mi amigo no se le

    movi un msculo.

    El Diablo estiraba la mano a travs de la mesa

    para tocar el antebrazo de Soames; pero interrumpiel ademn.

    -Dentro de cien anos, como ahora -dijo

    sonriendo-, no se permite fumar en la sala delectura,

    Por lo tanto ser mejor que...

    Soames se quit el cigarrillo de la boca y lodej caer en su vaso de Sauterne.

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    -Soames! -exclam de nuevo-. Usted no

    puede...Pero el Diablo ya haba estirado la mano a

    travs de la mesa, y la dej caer lentamente... sobre el

    mantel. La silla de Soames estaba vaca. Su cigarrillo

    flotaba, hinchado, en el vino de la copa. No quedaban

    ms rastros de l.Durante algunos instantes el Diablo dej

    descansar la mano en el sitio donde la haba apoyado,

    mirndome con el rabillo del ojo, vulgarmente triunfal.

    Me asalt un escalofro. Me domin con

    esfuerzo y me levant de la silla.-Muy ingenioso -dije, condescendiente-. Pero,

    no cree usted que La Mquina del Tiempoes un

    libro delicioso? Tan original!

    -Usted se complace en el sarcasmo -dijo el

    Diablo, que tambin se haba puesto de pie-, pero unacosa es escribir acerca de una mquina imposible, y

    otra muy distinta ser una Potencia Sobre natural.

    Sin embargo, comprend que se senta

    ofendido. Berthe se acerc al or que nos

    levantbamos. Le expliqu que haban llamado alseor Soames, pero que tanto l como yo cenaramos

    all por la noche. Recin cuando sal al aire libre

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    empec a sentirme mareado. Slo tengo un vagusimo

    recuerdo de lo que hice, de los lugares por dondeambul bajo el sol ardiente de aquella tarde

    interminable. Recuerdo el sonido de los martillos de

    los carpinteros, a lo largo de Piccadilly, y el aspecto

    desnudo y catico de los "stands" a medio construir.

    Fu en Green Park o en Kensington Gardens, dndefu que me sent en una silla debajo de un rbol y

    trat de leer un peridico vespertino? El artculo de

    fondo traa una frase que sigui repitindose en mi

    fatigado cerebro: "Son pocas las cosas que escapan

    a esta augusta Seora, llena de la sabiduraatesorada en sesenta aos de Reinado". Recuerdo

    haber concebido, en mi desesperacin, una carta

    (que deba ser llevada a Windsor por mensajero

    expreso, con orden de esperar la respuesta).

    SEORA: Sabiendo perfectamente que Su

    Majestad est llena de sabidura atesorada en

    sesenta aos de Reinado, me atrevo a solicitar su

    consejo en este delicado asunto. El seor Enoch

    Soames, cuyos poemas quiz usted conozca...

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    No haba manera alguna de ayudarlo, de

    salvarlo? Un pacto era un pacto, y yo habra sido elltimo en ayudar o respaldar a alguien que tratara de

    rehuir una obligacin razonable. No habra movido un

    dedo para salvar a Fausto. Pero el pobre Soames!,

    condenado a pagar sin tregua un precio eterno por

    nada ms que una infructuosa bsqueda y unaamarga desilusin...

    Me pareca extrao y siniestro que l,

    Soames, en carne y hueso, con su capa

    impermeable, estuviera en aquel momento viviendo

    en la ltima dcada del siguiente siglo, escudriandolibros que an no se haban escrito, viendo y siendo

    visto por hombres que an no haban nacido. Y an

    ms siniestro y singular que esta noche y para

    siempre estara en el infierno. S, sin duda la verdad

    es ms extraa que la ficcin.Aquella tarde fu interminable. Casi dese

    haber acompaado a Soames; no para permanecer en

    la sala de lectura, desde luego, sino para salir a dar un

    excitante paseo por un Londres desconocido. Me

    alej, inquieto, del parque donde haba descansado.Intilmente trat de imaginar que yo era un ardiente

    turista del siglo dieciocho. La tensin de los minutos

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    lentos y vacos era intolerable. Mucho antes de las

    siete regres al "Vingtime".Me sent a la misma mesa que haba ocupado

    en el almuerzo. El aire entraba con indiferencia por la

    puerta abierta a mi espalda. De tanto en tanto, Rose y

    Berthe aparecan por un instante. Les haba dicho que

    no pedira la cena hasta que no llegara el seorSoames. Empez a sonar un organillo, ahogando

    abruptamente el vocero de unos franceses que

    disputaban en la calle. Cada vez que terminaba una

    cancin, se oa nuevamente la algaraba de la pelea.

    En el camino yo haba comprado otro peridicovespertino. Lo abr. Pero mis ojos se apartaban

    incesantemente de l, para consultar el reloj de pared

    colocado sobre la puerta de la cocina...

    Faltaban cinco minutos para la hora! Record

    que en los restaurantes los relojes estn cinco minutosadelantados. Concentr mi mirada en el peridico.

    Jur no volver a levantar los ojos. Alc el peridico y lo

    desplegu en todo su ancho, pegndolo a mi rostro,

    para no ver otra cosa... Temblaba acaso la hoja? Una

    corriente de aire, me dije.Una gradual rigidez se apoderaba de mis

    brazos. Me dolan. Pero no poda bajarlos... ahora. Me

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    asalt una sospecha, me asalt una certeza. Y bien,

    entonces qu?... Para qu otra cosa haba venido?Sin embargo, segu aferrndome enrgicamente a esa

    barrera del peridico. Slo el ruido de los giles pasos

    de Berthe, que vena de la cocina, me permiti, me

    oblig a dejarlo caer y murmurar:

    -Qu cenaremos, Soames?-II est souffrant, ce pauvre Monsieur

    Soames?-pregunt Berthe.

    -Slo est... cansado.

    Le ped que trajera vino -Borgoa- y cualquier

    comida que estuviese lista. Soames estaba agazapadosobre la mesa, exactamente en la misma posicin en

    que lo viera por ltima vez. Como si no se hubiese

    movido... l, que haba viajado tan inconcebiblemente

    lejos. Una o dos veces, en el transcurso de la tarde, se

    me haba ocurrido, por un instante, que tal vez su viajeno sera infructuoso, que acaso todos nos habamos

    equivocado al juzgar la obra de Enoch Soames. Pero

    de su aspecto se desprenda con atroz claridad que

    estbamos atrozmente en lo cierto.

    -No se desanime -balbuc-. Quiz usted no...no eligi un plazo suficiente. Tal vez dentro de dos o

    tres siglos...

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    -S -respondi su voz-. He pensado en eso.

    -Y ahora... ocupmonos ahora del futuro msinmediato! Dnde piensa ocultarse? Qu le parece

    si toma el expreso de Pars, en Charing Cross? Tiene

    casi una hora. Pero no vaya a Pars. Qudese en

    Calais. Radquese en Calais. Jams se le ocurrir ir a

    buscarlo a Calais.-Es mi destino -dijo- pasar mis ltimas horas en

    la tierra en compaa de un asno. -Pero yo no me sent

    ofendido-. Y un asno traidor -aadi extraamente,

    lanzando hacia m un arrugado trozo de papel que

    tena en la mano. Ech un vistazo a lo que traaescrito... una especie de jerigonza, al parecer, y lo

    apart con impaciencia.

    -Vamos, Soames! Sernese! Esto no es slo

    un asunto de vida o muerte. Recuerde, se trata de un

    eterno tormento! Se quedar aqu, resignadamente,hasta que el Diablo venga a buscarlo?

    -No puedo hacer otra cosa. No me queda otra

    alternativa.

    -Vamos! La "confianza mutua" llevada al

    colmo! Su diabolismo ha perdido el seso! -Llen suvaso de vino-. Seguramente, ahora que usted ha visto

    a esa bestia. . .

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    -Es intil injuriarlo.

    -Pero usted debe admitir, Soames, que notiene nada de miltoniano.

    -No niego que sea algo distinto de lo que yo

    esperaba.

    -Es un hombre vulgar, un plebeyo, de esa clase

    de individuos que despojan a las damas de sus joyasen los pasillos de los trenes que van a la Riviera.

    Imagnese el eterno tormento presidido por l!

    -No creer usted que lo espero con ansia,

    verdad?

    -Entonces, por qu no huye silenciosamente?Una y otra vez llen su vaso, que l vaciaba

    mecnicamente. Pero el vino no encenda en su

    interior la ms pequea chispa de iniciativa. No coma,

    y yo apenas prob bocado. En el fondo de mi corazn,

    yo no crea que la fuga pudiera salvarlo. Lapersecucin sera instantnea, la captura cierta. Pero

    todo era preferible a esta espera pasiva, humilde,

    miserable. Le dije a Soames que el honor de la raza

    humana le exiga alguna manifestacin de resistencia.

    Pregunt qu haba hecho la raza humana por l.

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    -Adems -dijo-, no comprende que estoy en

    su poder? Usted lo vio tocarme, verdad? Todo haterminado. No tengo voluntad. Estoy sellado.

    Hice un gesto de desesperacin. l sigui

    repitiendo la palabra sellado. Empec a comprender

    que el vino le haba nublado el cerebro. No era

    extrao! Sin alimentarse haba viajado al futuro, y anestaba sin comer. Lo inst a que probara por lo menos

    un poco de pan. Era enloquecedor pensar que l, que

    tena tanto que decir, quiz no dijera nada.

    -Qu le pareci todo... ms all? -pregunt-.

    Vamos! Cunteme sus aventuras.-Seran un excelente "argumento", verdad?

    -Lo siento mucho por usted, Soames, y me

    hago cargo de lo que le sucede; pero, qu derecho

    tiene a insinuar que yo lo utilizara como "argumento"?

    El pobre se llev las manos a la frente.-No s -dijo-. S que he tenido algn motivo...

    Tratar de recordarlo.

    -Perfecto. Trate de recordarlo todo. Coma un

    poco ms de pan. Qu aspecto tena la sala de

    lectura?-Ms o menos el de siempre -murmur por fin. -

    Mucha gente?

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    -Como de costumbre.

    -Cmo eran?Soames trat de visualizarlos.

    -Eran todos muy parecidos -record de pronto.

    Mi espritu dio un salto atroz.

    -Todos vestidos con mallas?

    -S. Creo que s.-Una especie de uniforme? -l asinti-. Con

    un nmero, quiz? Un nmero en un gran disco

    metlico cosido a la manga izquierda? DKF 78.910,

    por ejemplo? -Era as-. Y todos, hombres y mujeres,

    parecan muy bien alimentados? Muy utpicos?Con un fuerte olor a cido fnico? Y todos

    completamente calvos?

    Mis previsiones resultaron exactas. El nico

    punto acerca del cual Soames no estaba muy seguro

    era si los hombres y las mujeres eran calvos o estabanrapados.

    -No tuve tiempo para examinarlos muy

    detenidamente -explic.

    -No, desde luego. Pero...

    -Ellos s que me miraban. Llam mucho laatencin. -Al fin haba llamado la atencin! Creo que

    ms bien los atemoric. Me rehuan cuando me

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    aproximaba. Los hombres que ocupaban el escritorio

    circular en el centro de la sala parecan asaltados delpnico cada vez que me acercaba para hacer alguna

    averiguacin.

    -Qu hizo usted cuando lleg?

    Desde luego, se haba encaminado directa-

    mente al catlogo, a los volmenes marcados con laletra S, y se haba detenido largamente ante el SN-

    SOF, incapaz de sacarlo del estante, porque su

    corazn lata tan apresuradamente... Al principio, dijo,

    no se sinti defraudado - pens, simplemente, que

    estaba en uso un nuevo sistema de clasificacin. Sedirigi a la mesa central y pregunt dnde estaba el

    catlogo de los libros del siglo veinte. Supo que an no

    haba ms que un solo catlogo. Busc nuevamente

    su nombre, contempl las tres tirillas engomadas que

    haba conocido tan bien. Despus fu a sentarse, ylargo rato permaneci sentado...

    -Y por fin -dijo con voz parecida al zumbido de

    un abejorro- consult el Diccionario Biogrfico

    Nacional y algunas enciclopedias... Regres a la

    mesa central y pregunt cul era el mejor libromoderno sobre la literatura de fines del siglo

    diecinueve. Me dijeron que el libro del seor T. K.

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    Nupton era considerado el mejor. Lo busqu en el

    catlogo, y llen el correspondiente formulario. Me lotrajeron. Mi nombre no estaba en el ndice, pero... S!

    -dijo cambiando abruptamente de tono-. Eso es lo que

    haba olvidado. Dnde est ese pedacito de papel?

    Dmelo.

    Yo tambin haba olvidado aquel jeroglfico. Loencontr cado en el suelo y se lo alcanc.

    l lo alis, meneando la cabeza y mirndome

    con una sonrisa desagradable.

    -Ech un vistazo al libro de Nupton -prosigui-.

    No es fcil de leer. Usan una especie de escriturafontica. Todos los libros modernos que vi eran

    fonticos.

    -Entonces no quiero saber ms nada, Soames,

    por favor.

    -En cambio, todos los nombres propiosparecan escritos a la antigua. De lo contrario, quiz no

    habra advertido el mo.

    -Su propio nombre? De veras? Oh,

    Soames, cunto me alegro!

    -Y el suyo. -No!

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    -Pens que esta noche usted me esperara

    aqu. Por eso me tom la molestia de copiar el pasaje.Lalo.

    Le arranqu el papel de las manos. La escritura

    de Soames era caractersticamente borrosa. Debido a

    esto, a mi emocin y a la ruidosa ortografa, tard ms

    en comprender lo que quera decir T. K. Nupton.El documento se halla ante mis ojos en este

    momento. Es extrao que las palabras que copio para

    ustedes el pobre Soames las haya copiado para m

    dentro de setenta y ocho aos...

    De la pgina 234 de Literatura inglesa 1890-1900, por T. K. Nupton, publicacin del Estado, 1992.

    "Por ejemplo, un escritor de la poca, llamado

    Max Beerbohm, que an viva en el siglo veinte,

    escribi un cuento en el que retrat a un personaje

    imaginario llamado "Enoch Soames", un poeta detercera categora, que se cree un gran genio y hace un

    pacto con el Diablo para saber qu pensara de l la

    posteridad. Es una stira algo artificiosa, pero no

    carente de valor, en cuanto demuestra hasta qu

    punto se tomaban en serio los jvenes de mil-ocho-noventa. Ahora que la profesin literaria ha sido

    organizada como un departamento de servicios

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    pblicos, los escritores han encontrado su verdadero

    nivel y han aprendido a cumplir su deber sin pensar enel maana. 'El obrero gana su salario', y eso es todo.

    Felizmente, los Enoch Soames no existen hoy entre

    nosotros." 4

    Advert que pronunciando las palabras en alta

    voz (recurso que recomiendo a mis lectores)alcanzaba a comprenderlas, poco a poco. Cuanto ms

    inteligibles se volvan, tanto ms crecan mi

    azoramiento, mi congoja y mi horror. Era una

    pesadilla. Por un lado, a lo lejos, el vasto y siniestro

    panorama de lo que aguardaba a las infortunadasletras; por el otro, aqu, sentado a la mesa, mirndome

    con una mirada que pareca quemarme, el pobre

    hombre a quien, a quien evidentemente... pero no: por

    mucho que se envileciera mi carcter en los aos

    venideros, yo jams sera tan bestia como para...Examin nuevamente el manuscrito.

    "Imaginario"... pero all estaba Soames, y no era ms

    imaginario -ay!- que yo. Y "labud"... qu diablos era

    eso? (Hasta el da de hoy no he descifrado esa

    palabra.)-Todo esto es muy... desconcertante -balbuc

    por fin.

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    Soames nada dijo; pero, cruelmente, no dej

    de mirarme.-Est usted seguro -contemporic-, completa-

    mente seguro de que copi bien el prrafo?

    -Completamente.

    -Bueno, entonces es este maldito Nupton que

    debe de haber cometido -que cometer- un estpidoerror... Esccheme, Soames! Usted me conoce

    demasiado para suponer que yo... Al fin y al cabo, el

    nombre "Max Beerbohm" no es tan raro, y

    seguramente habr varios Enoch Soames por ah... o,

    ms bien, "Enoch Soames es un nombre que podraocurrrsele a cualquiera que escribiese un cuento.

    Adems, yo no escribo cuentos: soy un ensayista, un

    observador, un cronista... Admito que es una

    coincidencia extraordinaria. Pero usted debe

    comprender...-Lo comprendo todo -dijo Soames quedamente.

    Y aadi, en un resabio de sus viejas actitudes, pero

    con una dignidad que yo nunca le haba conocido-:

    Parlons d' autre chose.

    Acept de prisa esta sugestin. Y volvdirectamente al futuro inmediato. Pas la mayor parte

    de aquella larga tarde en renovadas splicas a

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    Soames para que huyese y se refugiara en cualquier

    parte. Recuerdo haberle dicho, por ltimo, que si enverdad yo estaba llamado a escribir sobre l, aquel

    presunto "cuento" podra, por lo menos, tener un

    eplogo feliz. Soames repiti esas tres palabras finales

    con expresin de intenso desprecio.

    -En la Vida y en el Arte -dijo-, lo nico queimporta es un eplogo inevitable.

    -Pero -insist, fingiendo mayores esperanzas de

    las que en realidad abrigaba- un final que puede

    rehuirse, no es inevitable.

    -Usted no es un artista -dijo con voz spera-. Ysu incapacidad artstica es tan irremediable que, no

    pudiendo imaginar algo y darle realidad, lograr que

    una cosa verdadera parezca inventada. Es un

    miserable chapucero. Maldita suerte la ma!

    Protest que el miserable chapucero no era yo-no iba a ser yo- sino T. K. Nupton, y sostuvimos una

    discusin bastante acalorada. En lo mejor de ella, me

    pareci de pronto que Soames admita su error: lo vi

    fsicamente anonadado. Pero me pregunt por qu -y

    lo adivin enseguida, con un escalofro-, por qumiraba de esa manera algo que estaba a mi espalda.

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    El portador de aquel "final inevitable" llenaba el vano

    de la puerta.Logr girar en mi asiento y decir, con cierta

    despreocupacin:

    -Ah, adelante?

    En verdad, su absurdo aspecto de villano de

    melodrama apaciguaba en algo mi temor. El lustre desu sombrero ladeado y su pechera, la forma en que se

    retorca el bigote, y en particular la magnificencia de su

    sonrisa, todo pareca atestiguar que slo estaba all

    para ser burlado.

    De una zancada lleg a nuestra mesa-Lamento -dijo con feroz irona- interrumpir esta

    pequea reunin ...

    -No la interrumpe, la completa -le asegur-. El

    seor Soames y yo deseamos conversar con usted.

    Quiere sentarse? El seor Soames no ha obtenidonada, absolutamente nada, con su viaje de esta tarde.

    No pretendemos insinuar que todo este negocio no ha

    sido ms que una estafa... una vulgar estafa. Por el

    contrario, creemos que usted ha procedido de buena

    fe. Pero, desde luego, en tales circunstan-cias, elpacto queda rescindido.

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    El Diablo no contest v erbalmente. Se limit a

    mirar a Soames y sealarle la puerta con el ndicergido. Soames se levantaba penosamente de la silla

    cuando yo, en un rpido y desesperado ademn, me

    apoder de dos cuchillos que descansaban sobre la

    mesa y puse las hojas en cruz.

    El Diablo retrocedi abruptamente contra lamesa que tena a su espalda, desviando el rostro y

    estremecindose.

    -Usted no es supersticioso! -dijo con voz

    sibilante.

    -Yo no -repuse sonriendo.-Soames! -orden, como si hablara con un

    lacayo, pero sin volver el rostro-. Enderece esos

    cuchillos!

    -El seor Soames -dije enfticamente, al

    tiempo que intentaba refrenar a mi amigo con un gestoimperativo- es un diabolista catdico.

    Pero mi pobre amigo cumpli el mandato del

    Diablo y no el mo; y cuando los ojos del maestro

    volvieron a clavarse en l, se levant y sali

    arrastrando los pies. Trat de hablar. Pero fu l quienhabl.

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    -Haga lo posible -fue la plegaria que me dirigi

    en el preciso instante en que el Diablo lo sacababruscamente por la puerta-, haga lo posible por

    hacerles saber que yo he existido.

    Un segundo despus sal yo tambin. Me

    qued mirando a todos lados, a derecha, a izquierda,

    adelante. Vi la luz de la luna, vi la luz de los faroles,pero Soames y el otro haban desaparecido.

    Aturdido, me qued all. Aturdido, volv por fin

    al reducido local: y supongo que pagu a Rose y

    Berthe mi cena y mi almuerzo, y tambin los de

    Soames; espero que as haya sido, porque nunca volval "Vingtime". Desde aquella noche no me he

    acercado a Greek Street. Y pasaron muchos aos

    antes de que volviera a poner el pie en Soho Square,

    porque fu all, esa misma noche, donde ambul horas

    y horas con esa vaga sensacin de esperanza queincita a un hombre a no alejarse del lugar donde ha

    perdido algo... "En torno a la plaza de cerrados

    postigos anduve y anduve..." Aquella lnea me volva

    a la memoria, en mi solitaria ronda, y junto con ella

    toda la estrofa, repicando en mi cerebro y hacindomever cun trgicamente distinto de lo imaginado por l

    haba sido el encuentro del poeta con ese prncipe de

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    quien, ms que de todos los prncipes, debemos

    desconfiar.Sin embargo -es extrao cmo ambula y

    divaga la mente de un ensayista, por conmovida que

    est-, recuerdo haberme detenido ante un amplio

    portal preguntndome si acaso era el mismo en que el

    joven de Quincey yaca enfermo y dbil mientras lapobre Ann corra a todo lo que daban sus piernas en

    direccin a Oxford Street, esa "madrastra de corazn

    de piedra", y regresaba con el "vaso de oporto y

    especias" sin el cual, segn l, quiz habra muerto.

    Era ste el mismo portal que de Quincey sola visitaren su ancianidad a manera de homenaje? Medit

    sobre el destino de Ann y la causa de su repentina

    desaparicin de la guarida de su amigo; y luego me

    reproch amargamente por dejar que el pasado

    desplazara al presente. Pobre Soames, desaparecido!Y tambin empec a sentirme preocupado por

    m mismo. Qu deba hacer?

    Se producira acaso un gran escndalo? "La

    Misteriosa Desaparicin de un Escritor", etc.? Haba

    sido visto, por ltima vez, almorzando y cenando en micompaa. No sera mejor que yo tomara un coche y

    fuera inmediatamente a Scotland Yard? Me creeran

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    un luntico. Al fin y al cabo, dije para tranquilizarme,

    Londres es una ciudad muy grande, y un solo serhumano, muy oscuro por aadidura, puede fcilmente

    desaparecer sin que nadie lo advierta... especialmente

    ahora, en el deslumbramiento del prximo jubileo. Lo

    mejor, pens, era no decir nada.

    Y estaba en lo cierto. La desaparicin deSoames no produjo el menor ruido. Fu olvidado por

    completo antes que nadie -que yo sepa- observara

    que ya no se lo vea. Quiz de tanto en tanto, algn

    poeta, algn prosista, haya preguntado a otro: Qu

    ha sido de ese hombre Soames?, pero yo no o jamsesa pregunta. Cabe suponer que el procurador que le

    entregaba su renta anual realizara averiguaciones,

    pero no trascendi ningn eco de las mismas. Haba

    algo atroz, para m, en ese desconocimiento general

    del hecho de que Soames haba existido, y ms deuna vez me sorprend preguntnd