Arquitectura del siglo XIX

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DEL ECLECTICISMO A LA NUEVA ARQUITECTURA A partir de la década del 70 del S XIX, la Revolución industrial entra en su segunda etapa. Esto implica un cambio cualitativo, con la invención del motor eléctrico y el motor a explosión, y una extensión, con su llegada al resto de Europa Occidental y a EEUU, donde se perfecciona la fabricación en serie, surgiendo la producción estandarizada y la mecanización agrícola. Las nuevas fábricas de electrodomésticos y automóviles requieren capitales mucho mayores, lo que lleva a la creación de sociedades cuyas acciones se cotizarán en la Bolsa de Valores, y a la concentración de capital, es decir, a la reunión de empresas que realizan un mismo producto para eliminar la competencia (concentración horizontal), o de empresas que cumplen con distintas etapas de un producto para eliminar intermediarios (concentración vertical). Estas concentraciones de capital pueden tener lugar por fusión de empresas, compra, o simplemente por acuerdos entre empresas independientes para establecer precios, calidad o reparto de mercados (cartel). En todo caso, el objetivo es monopolizar el mercado, dificultando la iniciativa individual y contradiciendo los pilares del liberalismo económico que permitió la Revolución industrial: la libertad de empresa y la libre competencia.

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DEL ECLECTICISMO A LA NUEVA ARQUITECTURA A partir de la década del 70 del S XIX, la Revolución industrial entra en su

segunda etapa. Esto implica un cambio cualitativo, con la invención del motor eléctrico y el motor a explosión, y una extensión, con su llegada al resto de Europa Occidental y a EEUU, donde se perfecciona la fabricación en serie, surgiendo la producción estandarizada y la mecanización agrícola. Las nuevas fábricas de electrodomésticos y automóviles requieren capitales mucho mayores, lo que lleva a la creación de sociedades cuyas acciones se cotizarán en la Bolsa de Valores, y a la concentración de capital, es decir, a la reunión de empresas que realizan un mismo producto para eliminar la competencia (concentración horizontal), o de empresas que cumplen con distintas etapas de un producto para eliminar intermediarios (concentración vertical). Estas concentraciones de capital pueden tener lugar por fusión de empresas, compra, o simplemente por acuerdos entre empresas independientes para establecer precios, calidad o reparto de mercados (cartel). En todo caso, el objetivo es monopolizar el mercado, dificultando la iniciativa individual y contradiciendo los pilares del liberalismo económico que permitió la Revolución industrial: la libertad de empresa y la libre competencia.

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Como consecuencia de este crecimiento económico desmesurado, las potencias de Europa Occidental emprenden sobre Africa, Asia, Oceanía y América una política de dominio territorial, político, económico y /o cultural denominada imperialismo, cuyas causas son la búsqueda de materias primas, mano de obra barata, mercados comerciales y financieros, dominio de puntos estratégicos, prestigio internacional, y espacios hacia donde canalizar a los desocupados y a los descontentos. Justifican esta política el Darwinismo social (la teoría de la supervivencia del más fuerte llevada a la concepción racista de que la raza blanca, más evolucionada, tiene el derecho y el deber de “civilizar” a las otras), el espíritu misionero cristiano, el humanitarismo y la investigación científica alentada por el positivismo (corriente basada en la hipervaloración del método científico consistente en la observación y la experimentación y del progreso basado en él). Como consecuencia de este proceso, se interrumpió el desarrollo autónomo de las regiones dominadas, se les impuso la cultura occidental y la segregación racial, y se las incorporó al polo débil de la división internacional del trabajo mediante trabas a la industrialización e implantación de la monoproducción. Por otra parte, la expansión europea también significó la adopción de mejoras sanitarias, técnicas y educativas, y la abolición de costumbres contrarias a la moral occidental, como el suicidio de las viudas en la India.

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El eclecticismo es el empleo combinado de soluciones arquitectónicas y elementos decorativos provenientes de diferentes estilos, que libera al arquitecto de la aplicación una fórmula estricta. Está relacionado con el mayor conocimiento de los edificios antiguos y la publicación de historias universales de la arquitectura. Algunos eclécticos prefieren emplear el Neoclásico, por su solemnidad, para edificios públicos, el Neogótico, por su espiritualidad, para construcciones religiosas y el Neobarroco, por su dramatismo, para teatros y óperas. Un ejemplo de esta tendencia es la Opera de París de Charles Garnier, quien reivindicaba la reinterpretación por oposición a la imitación servil, empleando una profusión escultórica y ornamental en la fachada que alterna órdenes mayores y menores de columnas con medallones redondos y presenta cuerpos salientes como la fachada de Versalles. En el interior, las curvas de la gran escalera trascienden el carácter puramente ornamental del barroco de la fachada. Otros arquitectos eclécticos reúnen distinto estilos en un mismo edificio, como sucede en los Propíleos de Munich de Leo Von Klenze, con su particular combinación de pilonos egipcios y pórtico griego.

El espíritu aventurero que acompañó el imperialismo europeo se refleja en el exotismo que confiere aires chinos, indios o árabes a muchos edificios metropolitanos, como el Pabellón real de Brighton del inglés John Nash, en el que el hierro se aplica al despliegue de cúpulas en bulbosa, arcos apuntados, rejillas, etc.

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“Opera de Paris” Charles Garnier

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Opera de Paris (interiror)

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“Propíleos de Munich” Leo Von Klenze

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“Pabellón Real de Brighton” John Nash

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La Revolución industrial implica, además del uso de nuevos materiales (fundición de hierro que permite vigas largas, perfeccionamiento en la fabricación del vidrio), una nueva racionalización del empleo de los anteriores (piedra, madera, ladrillo). El cemento recién surgirá a fines de siglo, por lo que tendrá mayor influencia en el S XX. En esta época surgen maquinarias para la construcción y escuelas especializadas que difunden los adelantos. Aumentan las dimensiones y la cantidad de edificaciones y nacen nuevos tipos de edificios, tales como estaciones de ferrocarril, fábricas, etc. La dualidad de la competencia entre el arquitecto y el ingeniero nace de la aplicación de los nuevos materiales, técnicas y máquinas, que convierten al estilo, competencia del arquitecto, en un simple revestimiento decorativo, aplicable a un esqueleto estructural genérico, competencia del ingeniero. La unidad se restablece con trabajo de equipo, sin volver a la situación preindustrial cuando el arquitecto asumía todas las funciones.

La acumulación de capital requiere la conquista de nuevos mercados, dando lugar a las exposiciones universales, enormes instalaciones provisionales entre las que se destacan las obras de los ingenieros Joseph Paxton y Gustave Eiffel.

Experto en jardinería y constructor de invernaderos, Paxton diseñó el Cristal Palace para la Exposición de Londres de 1851. Se trata de una enorme estructura de hierro y vidrio totalmente prefabricada que permitía su rápido montaje y la recuperación del material una vez terminada la exposición. Los montantes, en tubos de fundición, son canales para las aguas pluviales. Para evitar goteras los vidrios están inclinados. En conjunto, el edificio daba la impresión de irrealidad y de espacio indefinido.

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“Cristal Palace”

Joseph Paxton

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La Torre Eiffel fue construida como atracción de la Exposición Universal de París de 1889. Con más de 300 m de altura, fue la construcción más alta de Europa y testimonió lo que los nuevos materiales y técnicas podían lograr, contribuyendo al nacimiento de una estética rechazada por muchos al principio y aceptada universalmente después. Es interesante contrastar los argumentos de sus detractores en el “Manifiesto de los escritores y artistas franceses en contra de la Torre Eiffel de 1887”(20), con los del propio Eiffel de 1888(21):

“Nosotros, escritores, pintores, escultores, arquitectos, apasionados amantes de la belleza de París, hasta ahora intacta, protestamos enérgicamente en nombre del gusto francés, con el cual no se ha contado, contra la erección, en pleno centro de nuestra capital, de la inútil y monstruosa Torre Eiffel, que el público maligno, inspirado a menudo por el sentido común y el espíritu de justicia, ha bautizado ya con el nombre de Torre de Babel. ¿Seguirá asociándose la ciudad de París a la imaginación barroca y mercantil de una construcción (o de un constructor) de máquinas, para ensuciarse irremediablemente y deshonrarse? Porque la Torre Eiffel, que no desearía para sí ni siquiera la comercial América, es la deshonra de París, no lo dudéis. Es necesario para poderse dar cuenta de lo que se nos prepara, figurarse por un instante una torre vertiginosa y ridícula que domina París, como una gigantesca y oscura chimenea de fábrica; todos nuestros monumentos humillados, todas nuestras arquitecturas disminuidas hasta desaparecer en este sueño estupefaciente.”(20)

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“Torre Eiffel” Gustave Eiffel

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“El primer principio de la estética arquitectónica prescribe que las líneas esenciales de un monumento se adapten perfectamente a su finalidad. ¿Y cuáles son las leyes que tuve en cuenta en la torre? La resistencia al viento. Pues bien, yo sostengo que las curvas de las cuatro costillas, tal como las ha expresado el cálculo... darán una gran impresión de fuerza y de belleza, puesto que ofrecen a la vista la audacia de la concepción del conjunto, mientras que los numerosos huecos obtenidos en ellas mismas harán resaltar enérgicamente el constante cuidado por no ofrecer a la violencia de los huracanes superficies peligrosas para la estabilidad del edificio.”(21)

La popularización de la educación, que se irá extendiendo desde las clases privilegiadas primero a la pequeña burguesía y finalmente a los trabajadores, requiere de edificios como museos y bibliotecas. En la Sala de Lectura de la Biblioteca de Santa Genoveva, en París, del francés Henri Labrouste una hilera de columnas de hierro fundido sostiene una sucesión de arcadas del mismo material, sobre las que descansan dos bóvedas de medio cañón. Las columnas son todo lo finas que permite el nuevo material, lo que contradice su importancia estructural. Para hacerlas más pesadas, el arquitecto las colocó sobre pedestales de albañilería. La audacia de dejar a la vista los soportes estructurales del techo, calando las arcadas como si se tratara de simples adornos, contrasta con el conservadurismo ecléctico de no poder concebir un soporte diferente de una columna clásica, con su basa, sus estrías y su capitel corintio.

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“Biblioteca Santa Genoveva- Sala de Lectura” Henri Labrouste

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En 1871 la ciudad de Chicago se incendió y sobre sus ruinas se edificó un moderno centro comercial con oficinas, tiendas y hoteles, donde se experimentaron las novedades arquitectónicas de la época. El invento del ascensor, primero a vapor, luego hidráulico y finalmente eléctrico, y del teléfono, posibilitaron el desarrollo en altura de las construcciones. Los nombres más importantes de la llamada Escuela de Chicago son el de William Le Baron Jenney, pionero en el empleo del armazón de acero, que a la resistencia del hierro le suma flexibilidad y permite aumentar la altura sin engrosar los pilares de los pisos bajos y abrir vidrieras casi contínuas, y los de Louis Soullivan y Dankmar Adler. El primero era partidario de un aspecto exterior que reflejara la estructura interna, lo que desemboca en edificios muy sobrios como el Segundo Edificio Leiter, donde las pilastras gigantes unifican y compensan la horizontalidad de la construcción. Los segundos prefieren ocultar el armazón tras elementos decorativos historicistas o modernistas para conferirle personalidad al edificio, tal como sucede con el almohadillado rústico y los arcos de medio punto del Auditorium de Chicago, y con la división tripartita del Edificio Wainwright, inspirada en los elementos del lenguaje clásico: basamento (en este caso liso), fuste (bandas horizontales decoradas que atraviesan las pilastras verticales continuas) y coronación (friso decorado continuo).

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“Segundo edificio Leiter” William Le Baron Jenney

“Auditorium de Chicago” Louis Soullivan y Dankmar Adler

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“Edificio Wainwright” Soullivan yAdler

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A nivel urbanístico, las dos consecuencias de la revolución industrial son la expansión de las ciudades y el hacinamiento de sus nuevos habitantes. En Inglaterra surgen los slums, barrios de barracas insalubres sin aireación, donde duermen amontonados los obreros que de día no salen de las fábricas. Los edificios se disponen en cuadrículas para permitir el máximo aprovechamiento del terreno, es decir, por pura especulación inmobiliaria, tal como sucede hoy en día con los balnearios de “descanso”.

Para salvar a la ciudad de la congestión y al campo del abandono, Ebenezer Howard proyecta la Ciudad Jardín. Entre la ciudad central (38.000 hab.) y las ciudades jardín que la rodean (32.000 hab.) hay un anillo rural que se prolonga en el espacio que queda entre una y otra ciudad jardín. Un ferrocarril interurbano conecta a la ciudad central con cada ciudad jardín, y a todas las ciudades jardín entre sí, aunque transitando siempre por la periferia. La carretera principal, en cambio, entra en cada ciudad jardín para conectarla con las otras. Hoy en día, en las ciudades jardín que se han construido, la ciudad central se ha extendido a expensas del anillo rural, desvirtuando su función inicial.

Otra forma de evitar la aglomeración y posibilitar el contacto con la naturaleza es la Ciudad Lineal de Madrid, proyectada por Arturo Soria, una alineación de manzanas a ambos lados de un eje de más de 5 Km, detrás de las cuales sólo hay campo. Naturalmente, es una solución válida para un número limitado de habitantes.

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“Cuidad Jardín” Ebenezer Howard

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“Ciudad lineal de madrid” Arturo Soria

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“Ciudad Lineal Madrid” Soria

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Entre 1852 y 1877 el barón Haussman derribó manzanas enteras de casas para ampliar las avenidas de París que conectaban entre sí las principales plazas, los monumentos, los edificios históricos y centros de servicios, creando una retícula que facilitó la circulación y otorgó a la ciudad un aspecto característico y acorde con las perspectivas teatrales de la estética barroca. Claro que, en el París de Haussman, lo que se une no son las grandes basílicas como en la Roma de Sixto V, sino las estaciones de ferrocarril. Para concretar esta reforma, las clases populares fueron desalojadas del casco urbano y debieron emigrar a la periferia, empeorando su nivel de vida. Otra consecuencia fue la creciente especulación inmobiliaria.

Pero también la tradicional cuadrícula fue objeto de innovaciones, como lo ejemplifica el Plan Cerdá para Barcelona, aplicado por Ildefonso Cerdá en 1859. Para contrarrestar el espectacular crecimiento de esta ciudad portuaria y textil, cada manzana tiene edificios en dos de sus lados y un espacio verde entre ambos. Grandes ejes viarios oblicuos surcan la cuadrícula y las esquinas se rebajan para facilitar la circulación. La especulación inmobiliaria, sin embargo, terminó edificando en los lados que debían quedar vacíos y los jardines se convirtieron en garages, tiendas o patios interiores, desvirtuando una vez más esta solución intermedia entre el damero y la ciudad jardín.

Para los socialistas utópicos, el urbanismo es un vehículo de transformación social. De ahí que Charles Fourier diseñara los Falansterios, edificios con capacidad para 1.600 personas, cuya evidente referencia al Palacio de Versalles simboliza la dignificación de la clase trabajadora. El piso inferior se reserva a los servicios: talleres y escuela en las alas laterales; comedores, biblioteca y templo en el pabellón central. Los dos pisos superiores albergan las residencias de los habitantes. Calles interiores techadas conectan los cuerpos, separados entre sí por numerosos patios.

 

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“Retícula de Paris” Barón de Haussman

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Barcelona Ildefonso Cerda

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“Falansterio” Charles Fourier