DEL EGO AL “NOS”

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74 SALUD Treasure. Ilustraciones: Laurie Pearsall. www.laurieapearsall.weebly.com. D esde los poetas metafísicos del siglo XVII (John Don- ne, ¿Por quién doblan las campanas? Doblan por ti ) hasta los grupoanalistas modernos (Earl Hopper, El Inconsciente Social; Tom Ormay, One Personis no Person), pasando los sociólogos del siglo pasado (Norbert Elias, The Civilizing Process), han sido muchos los pensadores que han apostado por la visión radicalmente social de la naturaleza humana. Ya desde su gestación los padres comienzan a crear al futuro bebé en su mente. Le dan espacio. Crean expecta- tivas, se imaginan cosas respecto a él. Le quieren (o no). De manera que, incluso antes de nacer, anida ya en su en- tramado relacional. Entramado que se irá ampliando y ha- ciendo más complejo a lo largo de la vida del recién naci- do, lactante, escolar, adolescente, joven, adulto y anciano: un sin parar de grupos humanos creándose, deshacién- dose, interseccionándose; uniéndose, secesionándose; aliándose, guerreando... en los que el individuo tratará de rísticas quedan alteradas en cuanto esa persona se encuentra con las demás e interactúa con ellas. De la misma manera que una gota de agua se convierte en otra cosa cuando la juntamos con otras gotas de agua, o una célula deviene un enorme organismo pluricelular cuando dejamos el microscopio y contemplamos al ser humano en su totalidad («del micros- copio al macroscopio”). Así, el modelo tripartito de la mente humana de Freud (Id, Ego, y Supe- rego) se completa hoy en día con una cuarta dimensión, que no es otra que el “self” social o instinto grupal del ser humano: lo que Ormay ha bautizado, recurriendo felizmente al latín, como “Nos”. El reto del adolescente en su camino hacia adulto es ir restándole fuerza al Superego, pero quedando el Ego muy desnudo sin ese cuarto factor social, decisivo en la constitución psíquica de cualquier individuo y de cualquier grupo: el Nos. La concepción del Ego por parte de Freud, casi universalmente acep- tada, no deja de estar basada en el modelo de los siglos XIX y XX de lo que la sociedad occidental espera del individuo: que sea un ente fun- Joan À Coll Médico Grupoanalista GRUPOANÁLISIS: DEL EGO AL “NOS” encontrar su sitio y su identidad. Pero jamás lo hará solo. El Grupo es pues el magma en el que estamos desde el mismo momento de ser concebidos. Un magma que nos precede, y que lleva, como poco, 500.000 años evolucio- nando. Esa cultura es la que nos constituye como sujetos. El Ser Humano Solo equivaldría, por tanto, a la retroevo- lución de la especie. No hay, pues, un mundo psicológico interno individualis- ta, asocial y presocial. El «nosotros» es anterior al «yo». Y el «yo» es una entidad en conflicto en función de las variedades del «nosotros» en el que ese «yo» ha nacido, básicamente regido por relaciones de poder. De ahí que el sentido de pertenencia al grupo sea tan importante, y que la exclusión sistemática del otro (de los otros) sólo sea posible en una conceptualización solipsística de la naturaleza del hombre. El héroe de Rudyard Kipling, indi- ferente al resto de sus congéneres, es un ser que tendría que inspirar más miedo que admiración, puesto que en la indiferencia a los otros yace la esencia del psicópata. El anti-Ubuntu. No ha ayudado a ver al ser humano en la totalidad de su ser social el discurso engañosamente individualista de muchas de nuestras sociedades occidentales, en las que a menudo (¿de manera consciente?) se ha querido igno- rar la responsabilidad individual para con el grupo, sin el bienestar y la salud del cual indefectiblemente el individuo va a vivir en malestar y enfermar. En sentido estricto, el individuo sólo puede ser examina- do como tal si lo extraemos del contexto grupal (social, laboral, familiar, etc.) en el que nos encontramos. Y esto es lo que la psicología y la psiquiatría tradicionales han venido haciendo, por lo general, en los últimos 150 años. Legítimamente, está claro. Y de forma evidentemente muy productiva, puesto que gracias a este examen «al micros- copio» sabemos mucho, muchísimo, de las característi- cas que concurren en una persona. Pero estas caracte- cionalmente autónomo (“Yo contra el Mun- do”), un Robison Crusoe sólo a merced de los elementos. Foulkes ya se dio cuenta de esto en 1948 al preguntarse “¿De dónde viene la idea de Individuo?». La respuesta la encontraríamos en la gestación del Gru- poanálisis. Sin embargo, la entronización del Ego como el objeto primordial de la psiquiatría y psicología convencionales es un indicador de lo restrictivo que ha sido su dominio en el último siglo, gráficamente re- flejado en las múltiples categorías y subca- tegorías diagnósticas, tan limitantes y tan avasalladoramente egocentradas. Las neurociencias no hacen más que co- rroborar lo que el psicoanálisis y el gru- poanálisis han conseguido en los últimos 50-100 años, a la vez que confirman la exis- tencia del Nos como instinto biosocial. Inevitablemente la idea del Nos alterará nuestra manera de entendernos y de en- tender a nuestros pacientes: más como seres maleables por su entorno social, y menos como células falsamente autóno- mas: la «autarquía» de la que ya hablaba Ferenczi en 1932, y que no deja de consti- tuir una especie de «apartheid espiritual». Es tan sencillo como ampliar la mirada más allá del bebé fusionado a su madre, para contemplar al resto de la familia y al grupo o grupos que acogen a ésta. El Nos nos aporta una visión más amplia, y a la vez más profunda, de cómo el Indi- viduo se va conformando (distinción entre figura y fondo), redimiéndolo del caos en el que se sume el Ser Humano Solo (la Per- sona-Sola como No-persona de Ormay), y ayudándole a encontrar su lugar en un cos- mos de individuos interdependientes. Flourish. Little Brother.

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Desde los poetas metafísicos del siglo XVII (John Donne, ¿Por quién doblan las campanas?

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Treasure. Ilustraciones: Laurie Pearsall. www.laurieapearsall.weebly.com.

Desde los poetas metafísicos del siglo XVII (John Don-ne, ¿Por quién doblan las campanas? Doblan por ti) hasta los grupoanalistas modernos (Earl Hopper, El

Inconsciente Social; Tom Ormay, One Personis no Person), pasando los sociólogos del siglo pasado (Norbert Elias, The Civilizing Process), han sido muchos los pensadores que han apostado por la visión radicalmente social de la naturaleza humana.

Ya desde su gestación los padres comienzan a crear al futuro bebé en su mente. Le dan espacio. Crean expecta-tivas, se imaginan cosas respecto a él. Le quieren (o no). De manera que, incluso antes de nacer, anida ya en su en-tramado relacional. Entramado que se irá ampliando y ha-ciendo más complejo a lo largo de la vida del recién naci-do, lactante, escolar, adolescente, joven, adulto y anciano: un sin parar de grupos humanos creándose, deshacién-dose, interseccionándose; uniéndose, secesionándose; aliándose, guerreando... en los que el individuo tratará de

rísticas quedan alteradas en cuanto esa persona se encuentra con las demás e interactúa con ellas. De la misma manera que una gota de agua se convierte en otra cosa cuando la juntamos con otras gotas de agua, o una célula deviene un enorme organismo pluricelular cuando dejamos el microscopio y contemplamos al ser humano en su totalidad («del micros-copio al macroscopio”).

Así, el modelo tripartito de la mente humana de Freud (Id, Ego, y Supe-rego) se completa hoy en día con una cuarta dimensión, que no es otra que el “self” social o instinto grupal del ser humano: lo que Ormay ha bautizado, recurriendo felizmente al latín, como “Nos”.

El reto del adolescente en su camino hacia adulto es ir restándole fuerza al Superego, pero quedando el Ego muy desnudo sin ese cuarto factor social, decisivo en la constitución psíquica de cualquier individuo y de cualquier grupo: el Nos.

La concepción del Ego por parte de Freud, casi universalmente acep-tada, no deja de estar basada en el modelo de los siglos XIX y XX de lo que la sociedad occidental espera del individuo: que sea un ente fun-

Joan À CollMédico Grupoanalista

GRUPOANÁLISIS:

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encontrar su sitio y su identidad. Pero jamás lo hará solo.El Grupo es pues el magma en el que estamos desde el mismo momento de ser concebidos. Un magma que nos precede, y que lleva, como poco, 500.000 años evolucio-nando. Esa cultura es la que nos constituye como sujetos. El Ser Humano Solo equivaldría, por tanto, a la retroevo-lución de la especie.

No hay, pues, un mundo psicológico interno individualis-ta, asocial y presocial. El «nosotros» es anterior al «yo». Y el «yo» es una entidad en conflicto en función de las variedades del «nosotros» en el que ese «yo» ha nacido, básicamente regido por relaciones de poder. De ahí que el sentido de pertenencia al grupo sea tan importante, y que la exclusión sistemática del otro (de los otros) sólo sea posible en una conceptualización solipsística de la naturaleza del hombre. El héroe de Rudyard Kipling, indi-ferente al resto de sus congéneres, es un ser que tendría que inspirar más miedo que admiración, puesto que en la indiferencia a los otros yace la esencia del psicópata. El anti-Ubuntu.

No ha ayudado a ver al ser humano en la totalidad de su ser social el discurso engañosamente individualista de muchas de nuestras sociedades occidentales, en las que a menudo (¿de manera consciente?) se ha querido igno-rar la responsabilidad individual para con el grupo, sin el bienestar y la salud del cual indefectiblemente el individuo va a vivir en malestar y enfermar.

En sentido estricto, el individuo sólo puede ser examina-do como tal si lo extraemos del contexto grupal (social, laboral, familiar, etc.) en el que nos encontramos. Y esto es lo que la psicología y la psiquiatría tradicionales han venido haciendo, por lo general, en los últimos 150 años. Legítimamente, está claro. Y de forma evidentemente muy productiva, puesto que gracias a este examen «al micros-copio» sabemos mucho, muchísimo, de las característi-cas que concurren en una persona. Pero estas caracte-

cionalmente autónomo (“Yo contra el Mun-do”), un Robison Crusoe sólo a merced de los elementos. Foulkes ya se dio cuenta de esto en 1948 al preguntarse “¿De dónde viene la idea de Individuo?». La respuesta la encontraríamos en la gestación del Gru-poanálisis. Sin embargo, la entronización del Ego como el objeto primordial de la psiquiatría y psicología convencionales es un indicador de lo restrictivo que ha sido su dominio en el último siglo, gráficamente re-flejado en las múltiples categorías y subca-tegorías diagnósticas, tan limitantes y tan avasalladoramente egocentradas.

Las neurociencias no hacen más que co-rroborar lo que el psicoanálisis y el gru-poanálisis han conseguido en los últimos 50-100 años, a la vez que confirman la exis-tencia del Nos como instinto biosocial.

Inevitablemente la idea del Nos alterará nuestra manera de entendernos y de en-tender a nuestros pacientes: más como seres maleables por su entorno social, y menos como células falsamente autóno-mas: la «autarquía» de la que ya hablaba Ferenczi en 1932, y que no deja de consti-tuir una especie de «apartheid espiritual». Es tan sencillo como ampliar la mirada más allá del bebé fusionado a su madre, para contemplar al resto de la familia y al grupo o grupos que acogen a ésta.

El Nos nos aporta una visión más amplia, y a la vez más profunda, de cómo el Indi-viduo se va conformando (distinción entre figura y fondo), redimiéndolo del caos en el que se sume el Ser Humano Solo (la Per-sona-Sola como No-persona de Ormay), y ayudándole a encontrar su lugar en un cos-mos de individuos interdependientes.

Flourish.

Little Brother.