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--a-- DOCE CARTAS INEDITAS DE CLARIN A JACINTO OCTAVIO PICON Andrés Amorós A Gonzalo Sobejano, editor de Clarín y de Picón. E n el prólogo a su edición de las Cartas a Galdós, Soledad Ortega nos cuenta su origen: «Y así supe cómo, en un atarde- cer semejante, poco tiempo antes de la muerte de Galdós, había aparecido el criado de don Benito en casa de don Ramón con una maleta de cuero negro -que aún rodaba últimamente por casa de Pérez de Ayala- que contenía todas las cartas que Galdós recibiera en el trascurso de su vida de escritor y que él juzgaba dignas de ser conservadas. 'Sin quitarte el polvo de las botas te vas a entregar esta maleta a don Ramón' -gustaba de repetir Pérez de Aya, reproduciendo palabras de don Benito en boca del criado, quien recibiera t orden al regreso de no sé qué viaje. Acompa- ñaba el envío una carta de Gdós encargando a Ramón que publicase todo aquel nutrido epistola- rio, después de su muerte y precedido de un pró- logo de su mano». Al final del volumen, Soled Ortega da una lista de las «Cartas no incluidas en esta publica- ción», precedida de una «nota del compilador» en la que ude a otras cosas que qued en el ar- chivo de la familia Pérez de Aya: «3. ª la que contiene un grupo de doce cartas de Clarín a Ja- cinto Octavio Picón entregadas por Gdós a Ra- món Pérez de Aya en un sobre aparte» (1). Estas son las cartas que hoy publico. Si no me equi- voco, han permanecido inéditas hasta hoy, svo una, la n. 0 8, que he dado a conocer en el Suple- mento Cultur del «C de Madrid el día 13 de junio de 1981, con motivo del aniversario de Cla- rín. Aludió a este epistolario Antonio Ramos-Gas- cón en su edición de Pipá (2). La amistad y admi- ración que siento por Juan Cueto Alas y por José María Mtínez-Cachero me han convencido de que éstos eran el momento y el lugar más adecua- dos para la publicación, sin esperar a completar más mi estudio. Por lo tanto, mi intención se re- duce a hacer posible la lectura de estas cartas. Añadiré, en todo caso, algunos datos que pueden servir a algún lector y que la mayoría debe star, yendo directamente a los textos clarinianos. La primera carta está chada en 1884; la úl- tima, en 1900. Recordemos algunas fechas: Ciarín hía.acido en 1852; tenía, por lo tanto, 32 años al iniciarse este epistolario y 48 concluirlo. Se había qsado en 1882. Al año siguiente se incor- 8 poró claustro de la U Diversid de Oviedo y nació su primer hijo, Leopoldo. La Regenta apa- reció en 1885; al año siguiente, los Folletos litera- rios. Según Martínez-Cachero, «hacia 1888, puede que desde antes, a causa de la enfermed que mina su salud; a causa del copioso trabajo para la prensa, a veces reizado a contrapelo; a causa de los sinsabores que le traía su rigurosa exigencia de crítico inmediato, hallamos a Leopoldo Alas presa de enorme decaimiento, desconfiando de sus do- tes, de cuanto ha escrito o puede escribir» (3). El 20 de marzo de 1895 se estrenó resa, en clima de hostilidad. Su madre murió el 22 de septiembre de 1896 y él falleció el 13 de junio de 1901. En cuanto a Jacinto Octavio Picón, hía na- cido el mismo año 1852 y murió en 1923. Era sobrino de José Picón, autor de libretos de zar- zuela como Pan y toros. Fue periodista republi- cano, autor de relatos cortos y novelas, además de estudioso de temas artísticos. Sus novelas eron tachadas de anticlericales y eróticas por la crítica reaccionaria. En 1884, había publicado ya las no- velas Lázaro y La hijastra del amor. En su reciente edición de Dulce y sabrosa, que puede ser el inicio de una nueva lectura de Picón, Gonzalo Sobano le describe así: «De pequeña estatura, flaco en extremo, fisonomía aguileña, ojos escrutadores, bigotes largos, negros y retor- cidos, ademán anco, porte idgado, persen- sible su organismo al frío, destacaba, entre sus cualides mores, la modestia...» (4). Sobejo Leopoldo Alas, Clar. Grabado de Badil/o.

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--a--DOCE CARTAS INEDITAS DE CLARIN A JACINTO OCTAVIO PICON

Andrés Amorós

A Gonzalo Sobejano, editor de Clarín y de Picón.

En el prólogo a su edición de las Cartas a Galdós, Soledad Ortega nos cuenta su origen: « Y así supe cómo, en un atarde­cer semejante, poco tiempo antes de la

muerte de Galdós, había aparecido el criado de don Benito en casa de don Ramón con una maleta de cuero negro -que aún rodaba últimamente por casa de Pérez de Ayala- que contenía todas las cartas que Galdós recibiera en el trascurso de su vida de escritor y que él juzgaba dignas de ser conservadas. 'Sin quitarte el polvo de las botas te vas a entregar esta maleta a don Ramón' -gustaba de repetir Pérez de Ayala, reproduciendo palabras de don Benito en boca del criado, quien recibiera tal orden al regreso de no sé qué viaje. Acompa­ñaba el envío una carta de Galdós encargando a Ramón que publicase todo aquel nutrido epistola­rio, después de su muerte y precedido de un pró­logo de su mano».

Al final del volumen, Soledad Ortega da una lista de las «Cartas no incluidas en esta publica­ción», precedida de una «nota del compilador» en la que alude a otras cosas que quedan en el ar­chivo de la familia Pérez de Ayala: «3. ª la que contiene un grupo de doce cartas de Clarín a Ja­cinto Octavio Picón entregadas por Galdós a Ra­món Pérez de Ayala en un sobre aparte» (1). Estas son las cartas que hoy publico. Si no me equi­voco, han permanecido inéditas hasta hoy, salvo una, la n.0 8, que he dado a conocer en el Suple­mento Cultural del ABC de Madrid el día 13 de junio de 1981, con motivo del aniversario de Cla­rín. Aludió a este epistolario Antonio Ramos-Gas­cón en su edición de Pipá (2). La amistad y admi­ración que siento por Juan Cueto Alas y por José María Martínez-Cachero me han convencido de que éstos eran el momento y el lugar más adecua­dos para la publicación, sin esperar a completar más mi estudio. Por lo tanto, mi intención se re­duce a hacer posible la lectura de estas cartas. Añadiré, en todo caso, algunos datos que pueden servir a algún lector y que la mayoría debe saltar, yendo directamente a los textos clarinianos.

La primera carta está fechada en 1884; la úl­tima, en 1900. Recordemos algunas fechas: Ciarín había.ilacido en 1852; tenía, por lo tanto, 32 años al iniciarse este epistolario y 48 al concluirlo. Se había qsado en 1882. Al año siguiente se incor-

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poró al claustro de la U Diversidad de Oviedo y nació su primer hijo, Leopoldo. La Regenta apa­reció en 1885; al año siguiente, los Folletos litera­rios. Según Martínez-Cachero, «hacia 1888, puede que desde antes, a causa de la enfermedad que mina su salud; a causa del copioso trabajo para la prensa, a veces realizado a contrapelo; a causa de los sinsabores que le traía su rigurosa exigencia de crítico inmediato, hallamos a Leopoldo Alas presa de enorme decaimiento, desconfiando de sus do­tes, de cuanto ha escrito o puede escribir» (3). El 20 de marzo de 1895 se estrenó Teresa, en clima de hostilidad. Su madre murió el 22 de septiembre de 1896 y él falleció el 13 de junio de 1901.

En cuanto a Jacinto Octavio Picón, había na­cido el mismo año 1852 y murió en 1923. Era sobrino de José Picón, autor de libretos de zar­zuela como Pan y toros. Fue periodista republi­cano, autor de relatos cortos y novelas, además de estudioso de temas artísticos. Sus novelas fueron tachadas de anticlericales y eróticas por la crítica reaccionaria. En 1884, había publicado ya las no­velas Lázaro y La hijastra del amor.

En su reciente edición de Dulce y sabrosa, que puede ser el inicio de una nueva lectura de Picón, Gonzalo Sobejano le describe así: «De pequeña estatura, flaco en extremo, fisonomía aguileña, ojos escrutadores, bigotes largos, negros y retor­cidos, ademán franco, porte ahidalgado, hipersen­sible su organismo al frío, destacaba, entre sus cualidades morales, la modestia ... » (4). Sobejano

Leopoldo Alas, Clarín. Grabado de Badil/o.

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señala que el don Juan de Dulce y sabrosa re­cuerda al don Alvaro Mesía de La Regenta, «pero sin la insolencia sacrílega de éste», y marca la distancia estética entre ambos al afirmar que «Pi­cón no cultiva la impersonalidad de Flaubert, la abstención enjuiciadora de la novela experimental, la abierta reproducción del segmento de vida, ni esa abundancia de estilo indirecto-libre que en una obra como La Regenta descubre en plena ebulli­ción la conciencia del personaje» (5).

No sé que, hasta ahora, se haya dicho mucho sobre la relación entre Picón y Clarín. Alguna vez lo mencionó Clarín entre los escritores destacados de la época, en grupo; así, en la crítica de El idilio de un enfermo, en Sermón perdido (6). En el im­portante libro de Sergio Beser hallamos el si­guiente resumen: «Las referencias a J. O. Picón son mínimas y de escaso interés; en la crítica a Le naturalisme en Espagne de A. Savine,-dice que se muestra conforme con Jo que este escritor afir­maba de Picón» (7). Nada más.

Recordemos algún otro dato. Al publicar el artí­culo de Alas titulado «Primer caso», J ean­Fran�ois Botrel identifica al «empingorotado au­tor» con Picón, «con quien tiene L. A .. su primera plemiquilla» (8). En las Cartas a Galdós, Clarín señala algunas limitaciones de su amigo Palacio Valdés como novelista, pero añade: «Esto mi­rando las cosas desde muy arriba; ahora, compa­rando a Armando con Picón, Navarrete, etc., me parece un águila; no sé si me cegará la pasión» (9).

Las primeras cartas de este epistolario llevan una gruesa orla de luto. El 7 de diciembre de 1884, cuatro días antes de la carta n.0 1 a Picón, escribe a Galdós: «Mi desgracia fue para mí inesperada; vivía engañado respecto de la gravedad del mal que padecía mi padre. Tengo madre, hermanos, mujer y un hijo, y todo esto me consolará, pero ahora no pienso más que en lo que perdí» (10).

La carta n.0 2 corresponde a la que escribe a Galdós, también sin fecha, anunciándole el envío del primer tomo de La Regenta (11). Clarín se siente rodeado por una atmósfera de enemistad. En El Correo aparece, primero, una nota sobre la aparición de la novela. No lleva firma y está in­cluida dentro de la sección «Al menudeo», del día 26 de enero de 1885. Dice así: «La Regenta. Entre la gente de letras se sabía que una casa editorial de Barcelona tenía en su poder para publicarla una novela de Clarín, y la obra era esperada, por unos, con curiosidad, por otr4>s, con verdadera impa­ciencia. La novela, que se titula La Regenta, se vende ya en las librerías y ha de ser objeto de grandes discusiones entre los literatos. El asunto del libro, su desarrollo, las costumbres que en sus páginas se reflejan, la tendencia que acusa y su estilo, han de proporcionar a La Regenta un éxito real y legítimo, pero que no sorprenderá segura­mente a los que conocen a fondo las facultades de Clarín. Leopoldo Alas, al lanzarse al escabroso campo de la novela, demuestra el mismo talento e iguales condiciones de observador y de buen pro-

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sista a las que le han conquistado su envidiable reputación de crítico. Cuantos aquí siguen con interés el movimiento literario, saborearán con de­licia La Regenta, y aún los que no se hallr.r. csü.­formes con su escuela ni con sus ideas, se verán obligados a rendir un tributo de admiración a la inteligencia y al ingenio de su autor. Ofrecemos a nuestros lectores ocuparnos detenidamente de este libro».

Se trata, por supuesto, de una nota laudatoria, no crítica, pero no dejan de traslucirse en ella algunos de los problemas que se planteaban ante la novela. Meses después, el domingo 15 de marzo de 1885, el mismo periódico, El Correo, cumple su promesa de ocuparse más extensamente de la obra al publicar la crítica que firma Jacinto Octavio Picón y que reproduzco íntegra al final de este artículo.

Clarín, lógicamente, queda agradecido y se lo comenta así a Galdós: «El pobre Picón se ha por­tado conmigo como un caballero. Ha demostrado verdadera grandeza de alma. Y o no sé si podré pagarle en la moneda que a él m,ú, le gustaría, pero estoy seguro de que siempre le estaré agra­decido» (12).

El 3 de julio del mismo año (aunque una errata lo atribuya a 1883), Clarín vuelve a aludir a Picón,

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en sus cartas a Galdós: « Y Picón, gran alma, gran entusiasmo ... es un sectario y ... en fin, habría que tener cuidado con él» (13).

V arias veces alude este epistolario al proyecto de publicar, con Galdós, una revista de artes y letras. Sergio Beser nos informa de su posible título, La República de las Letras (14). En las cartas a Galdós se alude varias veces al título Novum Organum, o, en broma, El órgano.

Al final de la carta n.0 3 alude Clarín a su salida de El Día por sus discrepancias con el Marqués de Riscal. Antonio Ramos-Gascón, en su edición de Pipá, ha aclarado el episodio: Clarín y Onofre convierten su viaje de novios en gira de explora­ción social. Clarín denuncia la situación en que se encuentra el campesinado andaluz: «Al marqués de Riscal, dueño del periódico, le parecen dema­siado atrevidas las afirmaciones y argumentos de su corresponsal; meses después se quejará tam­bién de las aficiones naturalistas que reflejan sus artículos de crítica literaria y acabará por aconse­jarle, educadamente, que busque otro órgano de difusión para sus ideas políticas y sus principios artísticos» (15).

No hace falta comentar, me parece, las relacio­nes de Clarín con Galdós, Pereda, Palacio Valdés, la Pardo Bazán. (Sobre ésta, quiero recordar sólo una frase que escribe a Galdós: «Es una puta, hombre» (16). No conocía, sin duda, la relación que hubo entre los dos).

El fuerte ataque a Ortega Munilla de la carta n.0 6 se corresponde con lo que escribe a Galdós: «Ortega Munilla como un bellacuelo. Me debe elogios excesivos. Yo los rescataré» (17). Pero luego se reconcilian: «Es probable que hable en «El Imparcial», pues Ortega me ha escrito ha­ciendo las paces y pidiéndome un artículo al mes sobre libros españoles importantes» (18). Ortega había denominado «Bilis Club» a la tertulia de la Cervecería Inglesa, en la Carrera de San Jeró­nimo, que Clarín frecuentó de joven (19). Sergio Beser comenta las críticas de Clarín a dos obras de Ortega Munilla, El tren directo y Sor Lucila (20). Botrel ha publicado también el Palique refe­rido a Don Juan Solo (21).

En la misma carta n.0 6, del 12 de julio de 1885, Clarín elogia un cuento de Picón: si no me equi­voco, debe de tratarse de «El retrato», publicado en Los Lunes de El Imparcial el 6 de julio de 1885: en mi opinión, un relato bien llevado pero de �scaso interés.

En la carta n.0 10, de febrero de 1900, alude a una novela del señor Elola. Debe de tratarse de José de Elola y Gutiérrez, que usó el seudónimo «Coronel lgnotus». No es fácil precisar a qué libro se refiere, teniendo en cuenta la fecha. En efecto, del año 1898 es Eugenia; del 1899, El credo y la razón; del 1900, en fin, La prima Juana, en dos volúmenes, y el Bosquejo de nove­las cortas, cuentos, leyendas e impresiones. To­das ellas se publicaron en Madrid.

En la carta última habla Alas de Castelar. No es

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Ilustración de «La Regenta»: El magistral en una sesión del catecisn

momento de detenerse en la relación entre los dos hombres. Me limito a citar, como resumen, una frase de Martínez-Cachero: «Toda la vida fue re­publicano Leopoldo Alas, militante hasta su diso­lución en el partido posibilista de Castelar, su tan admirado amigo, en el que siempre vio segura esperanza para los destinos de España» (22). En efecto, Jacinto Octavio Picón ocupó el puesto de Castelar en la Real Academia Española y le de­dicó su discurso de ingreso, el día 24 de junio de 1900, al que contestó don Juan V alera. (Se publicó en Madrid, Imprenta Fortanet, 1900).

Todas las cartas de Leopoldo Alas que ahora publico están manuscritas, con su letra, nada fácil. (Cuando no he podido descifrar alguna palabra, lo indico entre corchetes). V arias, como ya indiqué, en papel de luto muy ancho. Son cuartillas suel­tas, o pliegos doblados para dar lugar a una doble cuartilla. He respetado absolutamente la puntua­ción.

Si alguien ha sido capaz de leer todo éste enfa­doso prólogo, habrá advertido ya que no he que­rido hacer comentarios al contenido literario de las cartas sino, simplemente, proporcionar algunas

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las niñas.

fichas para que el lector pueda entender mejor algunas referencias.

Los especialistas en Clarín juzgarán del valor que poseen estas cartas. Me parece a mí que sí lo tienen: en ellas vemos, con sus preocupaciones y sus proyectos, al hombre vivo que fue Leopoldo Alas. Para todos los que le admiramos (¿cómo no?), esto tiene un valor evidente.

Para concluir, permítaseme llamar la atención sobre un solo párrafo. Al aparecer el segundo tomo de La Regenta, escribe Clarín, en la carta n.0 8: «No puedo estar más satisfecho de lo que dicen todos del libro, así en letras de molde como en cartas particulares. El defecto en que todos están conformes, o los más, es la pesadez, lo largo de la obra y tienen razón. Si la hubiera escrito con más tiempo y con el borrador de lo escrito ya a la vista hubiera salido más corta, pero según iba escribiendo iba mandando el original y tenía que fiarlo todo a la memoria».

No sé yo si se conocía, hasta ahora, una decla­ración autocrítica de este sentido que fuera tan tajante. No quiero desmesurar su importancia pero me parece que alguna sí tiene. Los que estu-

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dian la estructura de La Regenta y los que subra­yan el intelectualismo de Clarín tendrán que te­nerla en cuenta, me parece. Las obras de arte incluidas las más excelsas, son fruto de mucha� circunstancias, al margen del designio inicial de su creador. El auténtico artista tiene algo de aventu­rero: al iniciar su viaje, no sabe bien adónde irá a parar. Lo decisivo no es la intención sino el resul­tado, sean cuales sean sus causas. El azar coopera siempre en esa obra humana que, si posee la sufi­ciente calidad, sentimos, al final, como algo nece­sario. «¡Heureux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage!».

NOTAS

(l) Cartas a Galdós, presentadas por Soledad Ortega Ma-drid, ed. Revista de Occidente, 1964, pp. 15 y 449.

(2) Leopoldo Alas, «Clarin»: Pipá, edición de AntonioRamos-Gascón, Madrid, ed. Cátedra, col. Letras Hispánicas, 1976, p. 42, nota 33.

(3) José Maria Martínez-Cachero: «Introducción» a su edi­ción de La Regenta, Barcelona, ed. Planeta, col. Clásicos Planeta, 1963, p. XVII.

(4) Gonzalo Sobejano: «Introducción» a su edición deDulce y sabrosa, de Jacinto Octavio Picón, Madrid, ed. Cáte­dra, col. Letras Hispánicas, 1976, p. 20.

(5) lbidem, pp. 51 y 38.(6) Sermón perdido, Madrid, 1885, pp. 236-237.(7) Sergio Beser: Leopoldo Alas, crítico literario, Madrid,

ed. Gredos, col. Biblioteca Románica Hispánica, 1968, p. 3 JO. (�) Prelu1ios de Clarín_, edición de Jean-Fram;ois Botrel,

Ov1edo, Instituto de Estudios Asturianos, 1972, p. JO, nota 2. (9) Cartas a Galdós, p. 221.(JO) lbidem, p. 223.(11) lbidem, p. 223.(12) Ibidem, p. 228.(13) lbidem, p. 233.(14) Sergio Beser: Obra citada, p. 82.(15) Antonio Ramos Gascón: Obra citada, pp. 41-42.(16) Cartas a Galdós, p. 260.(17) Ibidem, p. 228.(18) lbidem, p. 259.(19) Martínez-Cachero: Obra citada, p. XII.(20) Sergio Beser: Obra citada, p. 310.(21) Botrel: Obra citada, p. 223.(22) Martínez-Cachero: Obra citada, p. XVI.

CARTA N.0 1

Oviedo, 11 de Diciembre 1884 Sr. D. Jacinto Octavio Picón Mi querido amigo y compañero: el espontáneo,

cariñoso y sincero pésame de Ud. me ha servido de mucho consuelo y se lo agradezco en el alma.

Aun las ocasiones más tristes de la vida sirven para estudiar a los hombres, y estos días de prueba me están haciendo aprender muchas cosas.

Gracias, muchas gracias, amigo Picón. Yo recuerdo que tiene Ud. unos hijos hermosos

y una madre a quien quiere muchísimo; Dios se la conserve a todos y viva Ud. para eso, para que­rerla mucho.

Yo tengo iguales lazos y además lo que Ud. perdió tan pronto, una compañera.

Nunca olvidará su buena acción su antiguo y sincero amigo que M.G.B.S.M.

Leopoldo Alas

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CARTA N.0 2 (Sin fecha)

Sr. D. Jacinto Octavio Picón Madrid Mi distinguido amigo y compañero: recibirá

Ud., o habrá recibido un ejemplar del primer tomo de mi Regenta.

Dé Ud. por dedicado el libro en esta carta. Mucho quisiera que Ud. se tomase el trabajo de

leer el tomo, y si después de leído juzgaba que merecía decir algo de él, que lo dijese, o bien a mí, en particular; o, lo que yo preferiría, al público.

En este último caso, le agradecería que me en­viase en qué periódico (l.º Mayo y el Correo) y cuándo escribiría. Tengo motivos especiales para desear conocer la opinión de Ud. Primero, el buen concepto que me merece su juicio, 2.0 el saber lo que opina quien en tal materia profesa teorías muy parecidas a las mías. De las controversias ya su­pongo yo lo que puedo esperar.

Además, tengo enemigos, Ud. debe de saberlo; y me atacarán con el silencio, que es lo peor.

Yo quiero palos, pero que suenen. Ya sé que Ud. si dice algo dirá lo que crea, por

eso no le advierto que pido justicia seca, no favor. ¿Para qué me serviría que me engañasen por no

disgustarme? Tengo seguridad de que Ud. escribirá algo, si

cree que la Regenta lo merece, sin acordarse de descuidos míos antiguos y de frialdades recientes.

Su affmo. amigo Leopoldo Alas

Advertencia: 130 erratas lleva el tomo por ha­berse dejado sin corregir con arreglo a mis prue­bas. Supóngame U d. por consiguiente el régimen y la concordancia, y duro en lo otro.

CARTA N.0 3

Oviedo Febrero 4, 1885 Sr. D. Jacinto O. Picón Mi querido amigo y compañero: no puede Ud.

figurarse cuánto le agradezco, y cuánto me habla en favor de U d. su noble ly cariñosa conducta para conmigo. Había leído ya el suelto que Ud. me mandó, y aunque aquellos elogios eran visible­mente hiperbólicos yo no los agradecía menos por eso, sino más. Mucho me halaga que sea como Ud. dice la opinión que de mi libro tiene su señora madre (c.p.b.) pues aunque no tengo el honor de conocerla más que de vista por lo de «de tal palo tal astilla» tomado en buen sentido saco en conse­cuencia el valor de su opinión. También me halaga mucho lo que Ud. dice de Ramos Carrión, que no tiene motivos para ser apasionado en mi favor, y lo de Campoamor, por más que éste vaya Ud. a saber Jo que piensa en realidad.

Lo que yo quiero ahora es la opinión de Ud. y me atrevo a suplicarle que me mande el artículo, pues aunque compro el Correo algunos días llego

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Ilustración de «La Regenta»: Comida en casa de Visitación.

ya tarde, no lo encuentro y puede pasárseme el artículo de Ud.

El tomo 2.0 tardará un poco en salir, porque el final no está materialm�nte escrito, y estos días estoy ocupado en escribir un programa para la cátedra de Dcha. Mercantil de Madrid a cuya oposición tal vez me presente. Por cierto que en­tre los libros que estudio están unas lecciones manuscritas de U d. que me prestó un hermano de Armando.

Con mucho gusto leeré su nueva novela y ya buscaré dónde decir algo de ella, porque ahora no tengo sitio fijo. Salí del Día porque el marqués de Riscal ( dignísima persona) no quería realistas en casa ... y además quería economías.

Suyo de todo corazón agradecido amigo Leopoldo Alas.

CARTA N.0 4

Oviedo, 19 de Marzo de 1885 Mi querido amigo Picón: ¿necesito decirle lo

muy agradecido que le estoy? Recibí los dos ejemplares. Su artículo de Ud. está hecho con

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amor, se ve allí la parcialidad del amigo, pero disimulada con el talento del crítico que al expo­ner un asunto sabe mejorarlo. El análisis es fino, penetrante, y los elogios que son excesivos, hi­perbólicos, están condimentados con cierto aire de imparcialidad que produce ilusión. Pero impar­cialidad no la hay. Es artículo de amigo, diga Ud. lo que quiera. Quéjese quien deba, a mí me toca agradecérselo de todo corazón.

Venga Juan Vulgar pronto que lo espero con mucha impaciencia. A propósito, en Oviedo no se ha puesto a la venta. Yo a lo menos no lo he visto. Creo que debiera Ud. mandarlo.

Lo leeré en seguida y daré a Ud. mi opinión que espero será muy favorable, a juzgar por lo que yo he leído en la prensa.

Después haré un artículo y ya veremos dónde se publica. Y o ahora

no tengo un periódico que pueda decir que es mío

pero ya parecerá sitio. He leído José. Me gustan los tres o cuatro pri­

meros capítulos mucho; poco los del medio y mu-

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chísimo los cuatro o cinco últimos, y creo que son de lo mejor de Armando.

De Sotileza me faltan dos capítulos que creo que me gustarán: esta novela desde la 2.ª mitad me tiene entusiasmado. Hasta ahí tiene cosas buenas, pero otras no tanto.

Esperando su libro queda su agradecidísimo y verdadero amigo y compañero

CARTA N.0 5

Oviedo, 21 de Mayo 1885 Sr. D. Jacinto O. Picón

Leopoldo Alas.

Mi querido amigo: he leído Juan Vulgar y estoy conforme con la opinión de mi mujer que lo había leído antes; es un libro muy natural, que interesa de veras, hecho con suma discreción, conoci­miento del [¿clima?] y de la vida actual y con un estilo que me parece el más recomendable para obras de esta índole. En este punto, tal vez uno de los principales, creo que Juan Vulgar lleva ventaja muy grande a sus novelas anteriores. Para mí el estilo de la novela de hoy es ese. El lenguaje es muy correcto, y mire U d. que yo en este punto hilo delgado; pues sí señor, encuentro que resiste el análisis victoriosamente.

Por lo mismo que el libro no es de pretensiones encanta con su modestia, y si le falta, porque así lo quiso el autor, miramiento exterior, lo tiene en el alma; pues hace pensar y sentir. Creo que está Ud. en el mejor camino, y que para ahondar en el dispositivo [?) y social y expresarse lisa y correcta y sinceramente es para lo que Ud. sirve princi­palmente, sin perjuicio de describir con fuerza, precisión y abundancia cuando llegue el caso. Mi enhorabuena de todo corazón.

Pensaba escribir un artículo sobre Juan Vulgar para la Revista Ibérica, pero allí ya han hablado del libro. En El Globo no me atrevo, por no abu­sar de la hospitalidad; tengo que mandarles un artículo sobre lo Prohibido; de José nada dije allí. Sin embargo, si a Ud. le parece hablaré de Juan Vulgar speciatim en el Globo, pero si he de serle franco, temo lo que Ud., que crean que son aplau­sos mutuos. Sin embargo, me reservo en adelante el derecho de alabar los libros de Ud. cuanto me parezca, sin tener en cuenta si Ud. habla bien o no de los míos. Porque harto sufro yo las consecuen­cias de haber pegado palos a los que escriben de crítica y haber elogiado sólo a quien no publica artículos de este género. Si lo que en carta particu­lar me han escrito a mí Galdós, Castelar, Pereda, Emilia Pardo, Echegaray, M. Pelayo lo hubieran publicado, ¡qué mejor éxito! En cambio, los ene­migos se despacharon a su gusto. Porque veo esto, quiero que Ud. y yo no nos equivoquemos ni hagamos caso de tonterías. Pero lo que temo en este caso concreto es que se crea que elogio a Ud. para preparar su benevolencia respecto al 2.0

tomo de la Regenta. Otra cosa sería que cuando hable del Cisne de Vilamorta hable de Ud., de

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Emilia y de Armando juntos, extendiéndome en el análisis de Juan Vulgar y de las dotes de Ud. ¿No le parece esto mejor? Y eso iría en el Globo, por supuesto.

En la primera mitad de Junio saldrá de fijo el tomo 2.0 de la Regenta, que yo terminé hace ya bastantes días. También espero que Ud. me diga su opinión leal y francamente.

Estoy a la mitad de Lo Prohibido. En El Globo verá Ud. lo que me parece. He buscado y no he podido encontrar el Correo de que Ud. me habla. ¿Por qué no me manda Ud. el artículo?

Dentro de pocos días publicará Fe una colec­ción de artículos míos que titulo Sermón perdido. Desde luego puede Ud. coger dos ejemplares en cuanto lo vea, uno para Ud. y otro para el Correo. Y en su día se lo dedicaré yo. Ganas tengo de dar una vuelta por ahí, pero falta por ahora el pre­texto. Galdós insiste en que se publique un órgano nuestro, Novum organorum, que diría Bacon; yo estoy dispuesto a gastar tinta y hasta un poco (poco) de dinero si es menester.

No le escribí a Barcelona, porque por aquellos días no pude y más tarde le supuse de vuelta. Pobre Vital. Si le ve déle el pésame de mi parte y un apretón de manos.

Su agradecido y muy verdadero amigo

CARTA N.0 6

Sr. D. Jacinto O. Picón Oviedo, 12 de julio

Leopoldo Alas.

Mi querido amigo: supongo que Ud. y el Correo habrán recibido el ejemplar respectivo del 2.0

tomo de mi Regenta. Si Ud. piensa escribir, como espero, algo sobre

el conjunto de la obra, haga el favor de mandarme el artículo, como la otra vez.

Me gustó mucho el que hizo con motivo del libro de Silvela. Galdós me habla largo y tendido de nuestro órgano y un día ya hablé a Ud. de la cuestión.

Hay que hablar mucho, efectivamente. Yo hoy no tengo tiempo.

He visto un cuento muy bonito de U d. en El Imparcial. Ojo con Ortega Munilla, que es muy envidioso, muy embustero y muy falso, y muy ladino y muy vengativo a su modo. No tengo inconveniente en que Ud. se lo diga de mi parte, y puede añadirle que tenga cuidado conmigo, pues es muy posible que me dé por tomarla con él y no tiene idea de cómo soy capaz de gastarlas, ni de los elementos que tengo para ponerlo en ridí­culo ... y pegarle si se incomoda.

Yo no he hablado del Juan Vulgar porque no tengo sitio donde hacerlo de modo que suene algo. En El Globo sólo he publicado algo acerca de Galdós y de Pereda. Si Ud. publica pronto otro libro hablaré de Ud. en general en El Globo con motivo de la nueva obra.

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Ilustración de «La Regenta»: Ana Ozores, enferma de soledad.

Si mi situación en El Globo fuese definida y clara desde luego habría escrito sobre Juan Vulgar allí hace tiempo.

En fin, todo se arreglará. Recuerdos a los amigos. Su compañero y apasionado amigo

CARTA N.0 7

Oviedo, 18 de Setiembre, 1885 Sr. D. Jacinto O. Picón

Leopoldo Alas.

Mi querido amigo: recibí tarde, aunque sin daño, su cariñosa del 2 del corriente, fechada en Madrid, y le escribo ahora como globo de ensayo, que diría Ladeveze, esta carta, para ver si está Ud. todavía en París y si debo enviarle el 2.0 tomo a esa embajada o a Madrid. El día que recibí su carta, y mucho después, estaba yo en la aldea, y allí no tenía ejemplares.

Mucho me gustó, pero mucho, el patriotismo de Ud. Siento lo mismo y da placer y refresca el alma

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encontrar dentro del alma, tan gastadilla y alambi­cada para otras cosas, este sentimiento épico que acusa cierta fortaleza interior y prueba que la má­quina no está tan descompuesta como a veces cree uno al notar ciertos fenómenos nerviosos. En fin, gritemos ¡Viva España! que esto es salud por lo pronto.

Si después de leer mi libro entero querría Ud. decir algo de él se lo agradeceré mucho. Hasta ahora no puedo quejarme de la crítica, aunque sí de ciertos malos bichos que hacen la guerra sorda del silencio y la murmuración.

Escríbame y dígame sus señas definitivas para mandarle el libro.

¿ Trabaja Ud. algo? Los viajes sirven mucho para eso; no para contar precisamente lo que se ve, sino por lo que hacen entrever y por la varie­dad de dibujos y colores que presentan. Yo, por mi desgracia, no puedo viajar y cada día tengo más hambre de ello.

Su amigo de todo corazón

Leopoldo Alas

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CARTA N.0 8

Oviedo, 3 de Octubre, 1885 Mi querido amigo Picón: gracias por el interés

que Ud. manifiesta por mí y por mi libro. Este va hoy mismo camino de París, certificado, como aconseja la más rudimentaria previsión.

Mucho le agradeceré que diga algo de la Re­genta en general Ud. que habló del primer tomo. Avíseme cuando salga el artículo para comprar el Correo, y si puede mándeme Ud. un ejemplar, por si se me escapa.

El Imparcial no ha dicho palabra de mi novela, y no me extraña; El Liberal tampoco, y eso me extraña mucho. ¿Qué les he hecho yo a los del Liberal? El Globo hablará de seguro, El Día ya habló, la Revista de España también y otros va­rios periódicos y revistas. No puedo estar más satisfecho de lo que dicen del libro, así en letras de molde como en cartas particulares. El defecto en que todos están conformes, o los más, es la pesadez, lo largo de la obra y tienen razón. Si la hubiera escrito con más tiempo y con el borrador de lo escrito ya a la vista hubiera salido más corta, pero según iba escribiendo iba mandando el origi­nal y tenía que fiarlo todo a la memoria.

Dentro de pocos días mandaré a Ud. el «Ser­món perdido», colección de sátiras y críticas que me publica Fe.

Armando está en la aldea. Le haré presente lo que Ud. me dice para él. Su aldea es Laviana. Creo que está escribiendo otra novela.

Galdós debe de haber llegado un día de estos a Madrid. Tiene gran interés en hacer algo en pro del arte. Yo ya le digo que me tienen a su disposi­ción.

Ignoro si podré ir este invierno a Madrid. Me temo que no.

De la colonia española en París (donde nunca estuve) conozco por carta a algunos señores, Gar­cía Ramón, Cuervo, dos personas que parecen consagradas al estudio y al arte. De esos otros trotacalles de que Ud. me habla nada sé. Pero he oído decir a un amigo pintor que lleva tres años en Londres que nuestra colonia allí es lo mismo. Que hay señor que lleva en ella 9 años y no habla inglés todavía.

Ya sabe cuán de veras le quiere su admirador y amigo affmo.

Leopoldo Alas.

CARTA N.0 9

Oviedo, 23 de Enero, 1886 Mi querido amigo Picón: mucho, pero mucho

me agrada que su opinión definitiva sea tan favo­rable a mi Regenta. Se me figura ver verdadera sinceridad en sus palabras y confieso que esto me halaga mucho.

Es gracioso lo que me pasa con las críticas de la Regenta, que es Ud. el tercero que me viene ofre­ciendo artículo y consultándome en qué sitio lo publicará. Benicio Navarro tuvo al fin que deci-

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dirse a escribirlo para la Revue Britanique de Pa­ris, otro señor de allá para otra revista internacio­nal ... y en tanto el Imparcial y el Liberal aún no han dicho una palabra (ni la dirán).

Y o creo que para escribir un artículo en que directa y exclusivamente trate Ud. de la Regenta es un poco tarde, pero tampoco quiero quedarme (esto de ningún modo) sin su artículo. Creo que Ud. debe inventar algún asunto general en que mi libro entre como parte especial: algo sobre el es­tado actual de la no't'ela aquí; o el elemento joven en la novela; o la vida real en España y la novela que la refleja, en fin lo que a Ud. se le ocurra. En tal caso se me ocurre que podríamos darle el em­buchado al Imparcial: y si no lo querían publicar era prueba de que el odio que allí se me tiene es de muchos grados y no me sobraria saber que tanto monta. Si el Imparcial lo publicaba mejor. (Para ello lo mejor era no hablar de mi libro sino entre otras varias materias o libros). Si el Impar­cial no lo quena yo no me atrevo a ofrecerlo al Globo ni al Día porque ya han hablado de mí hasta dar náuseas, y no quiero abusar ni de ellos ni de su público. La Revista de España ya dedicó un artículo muy largo y de hiperbólicos elogios a mi novela, pero el director me dijo que no sería acaso la última vez, y por esto allí creo que pasaría su artículo de Ud. si era tal que su asunto no fuese exclusivamente mi Regenta.

En esta pesadez conocerá Ud. que doy gran valor a su promesa y que quiero que de un modo u otro me la cumpla, siempre y cuando no le mo­leste.

Otro día escribiré a Ud. más largo y de asunto menos egoísta.

De Madrid me escriben ayer mismo preguntán­donos si podrán anunciar mi conferencia ( que Dios confunda) para la primera quincena de fe­brero, pero tengo que rogarles que la aplacen, porque acabo de perder a mi madre política (q.e.p.d.) y no puedo dejar a mi mujer y sus asun­tos tan pronto.

Tengo grandes deseos de dar una vuelta por ahí, y gran parte de mi ansiedad es por apretar una mano tan experta como leal y charlar con U d. y otros pocos de tantas y tantas cosas.

Su admirador y muy leal amigo y compañero agradecido

Leopoldo Alas.

CARTA N.0 10

Oviedo, 20 junio, 1899 Mi querido amigo: hoy, por fin, llegó su libro,

que le agradezco infinito, y en el cual pienso aprender muchas cosas. O yo veo mal o es la única obra important� publicada con motivo del centenario de V elázquez.

Haré toda la propaganda que pueda de su libro. Ya sabe que le quiere muy de veras y por mu­

chos conceptos su affmo. amigo invariable

Leopoldo Alas.

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Ilustración de «La Regenta»: Homenaje en el casino al ateo D. Pompe:

CARTA N.0 11

Oviedo, 25 de Febrero, 1900 Mi querido amigo: con mucho gusto he visto

letra de Ud., después de tanto tiempo. En carta a su señor hijo le he enviado recuerdos.

Yo, que Je leo siempre, pienso mucho en Ud. Es claro que recibí y leí y gusté su Velázquez y

de él di noticias en periódicos. En El Imparcial acaso le haya tocado la época de la suspensión del Lunes y extravío de artículos.

Mi enhorabuena por su justísima elección para la Academia. De esto también recuerdo haber ha­blado en papeles.

Dígale a su hijo que no crea que olvido mi promesa. Tenía ya pensado para su periódico un artículo que titulo ¿Egoísmo? y se lo enviaré un día de estos.

No he recibido todavía la novela del Sr. El ola. La leeré, por Ud., lo primero, y si me gusta lo daré en papeles también.

Quede U d. desde luego autorizado para repre­sentarme en todo lo que se refiera a ese asunto de nuestros tratados literarios en América. Ud. o el amigo Ortega Munilla, quien Uds. quieran.

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Yo trabajo sin fe, sin esperanza ... y sin caridaa para con mi pobre estómago y mi pobre ingenio. Quisiera yo ver a Goethe necesitando escribir a diario para el garbanzo, y queriendo llevar ade­lante la autoeducación.

Escríbame de vez en cuando. ¿Volvió D. Benito de París? Le necesito ahí,

porque me ofreció un prólogo para una nueva edición de La Regenta, que publica Fe, y quisiera que el libro saliera pronto. Por cierto que cuando salga (por Fe y por mí) desearía que Ud. dijera algo de la reprise.

Suyo siempre de corazón

Leopoldo Alas.

CARTA N.0 12

Oviedo, 17 abril, 1900 Mi querido amigo: aplaudo su idea de ·consagrar

todo su discurso de entrada en la Academia a don Emilio (q.e.p.d.) pues si alguna ocasión propicia hay para romper con la rutina es ésta. D. Juan Valera, de quien sabe Ud. que soy ferviente admi­rador, es de los más dignos entre los que pudieran

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contestarle. Sólo temo que la poca analogía entre el temperamento de Castelar y el de D. Juan, se trasparente algo, como se trasparentó ya en lo que Valera dijo cuando murió Casteiar. Acaso hubiera hecho una cosa más de corazón Echegaray.

El asunto es hermoso, pero difícil. Además tiene el inconveniente de que, de Castelar, si se han de presentar todos sus méritos no se puede tratar sin decir mucho de esta enojosa y prosaica política española. Pero el talento de V. sabrá sal­var todos los escollos.

Yo, en vida de D. Emilio, y en su muerte, he escrito mucho de él; y hasta tengo el plan de un libro. Me detiene eso de la política. De lo que escribí, en su muerte, lo más largo y pensado que recuerdo salió en La Publicidad de Barcelona (y lo copian en un Homenaje que salió o saldrá en Cá­diz).

Dentro de poco publicaré en La Ilustración Es­pañola un artículo describiendo la última noche que comí con Castelar -no le volví a ver. Con él y Balart.

También pienso escribir «Cicerón y Castelar». Conociendo ciertas intimidades de éste y la vida detallada del Romano, no puede Ud. figurarse cuántas casuales analogías y coincidencias se en­cuentran. De lo antiguo, recuerdo mi artículo so­bre los «Recuerdos de Italia» (Solos de Clarín) y el artículo de los Lunes que dediqué al Colón de Castelar, y que éste me agradeció mucho, dán­dome gracias por telégrafo.

U na crítica superficial, tanto literaria como ética, ve en Castelar muchos defectos ... que tam­bién ve la crítica más honda; pero en cambio no ve las grandes cualidades clásicas del don Emilio esotérico. Desde muchos puntos de vista, valía mucho más que todos sus contemporáneos ... es­pañoles.

Al pobre, en los últimos años, se le había recru­decido la manía de hacerme a mí académico; y cuando le decía yo que era imposible, no sólo por los muchos enemigos, sino porque el reglamento se opone, hablaba de hacer una trampa como la de Pereda. Era muy latino y creía algo en esto de las exterioridades. Y o, entre los hombrones no he tenido mejor amigo que él. Que Dios le inspire a Ud. para hablar dignamente de tan grande espa­ñol.

Galdós no me dice palabra. Como siempre leal amigo que le quiere

Leopoldo Alas.

LA REGENTA

Novela de Leopoldo Alas (Clarín)

La acción de La Regenta se desarrolla en Ve­tusta, vieja ciudad española de ilustre historia, no lejana al mar, ceñida por montes que tributan al llano en que se asienta el caudal de sus aguas, y en torno de la cual se dilata una hermosa campiña serpeada de sendas y caminos, que enlazan unos a otros los caseríos y las granjas.

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Entre las apiñadas construcciones de Vetusta, irguiéndose sobre el barrio de la Encimada, se alza la masa gris oscura de la torre de la catedral, que empequeñece y domina cuanto la rodea, a imagen de esas plantas que suelen crecer en los sembra­dos y descollar sobre la miés viviendo a costa suya.

Los vapores que se elevan de la llanura bien regada y las nubes que coronan las crestas de las sierras cercanas, entoldan con sus gasas húmedas el cielo de Vetusta; el mar la envía sus brisas saladas, y los huertos que la rodean, según las épocas del año, ya la adornan con flores o la regalan con frutas, formando en todo tiempo con sus verdores y sus frondas un marco que eterna­mente se renueva y contrasta con aquella vieja torre de la Santa Basílica, poema romántico de piedra, que parece mirar con desprecio las prosái­cas casas modernas y los destartalados caserones antiguos de los vetustenses.

En lo moral, Vetusta es la capital de provincia casi exenta de movimiento intelectual, dominada por una fracción levítica, roída por pasiones mez­quinas, turbada con rencillas de pigmeos, sin más hombres de ciencia que un arqueólogo maníaco; sin más centro de ilustración que un casino, cuyos muros solo escuchan bajezas o insulseces; sin otro instrumento de progreso que El Lábaro, periódico tradicionalista; una ciudad, en fin, aún no hecha a las grandezas de la vida contemporánea, y todavía demasiado ap�gada a los errores del pasado, pero ya incapaz de defenderlos con vigor o sentirlos con grandeza. En Vetusta se dan reunidos tres elementos sociales: el pueblo bajo, que trabaja de día y pasea al caer la tarde en el Boulevard, como parodiando las costumbres de los señoritos; la clase media, constantemente dedicada a envidiar e imitar la vida de unas cuantas familias de antiquí­sima, deteriorada nobleza; y por último, un clero provinciano, listo, vividor, mañero, que a la ma­drugada se desparrama en la catedral por naves, claustros y capillas, y a la tarde se desperdiga por salas y gabinetes, cultivando en visitas y tertulias las amistades que son cosecha de todo el año, fuente inagotable de influencia y medio cierto de ir asegurando y extendiendo aquel dominio de lo religioso sobre lo laico, simbolizado por la cate­dral, que parece aplastar con su pesada y pode­rosa mole el caserío mezquino y viejo barrio de la Encimada.

Tres son las figuras principales del libro: doña Ana Ozores de Quintan ar, a quien llaman La Re­genta por estar casada con un ex regente de la Audiencia de Vetusta; D. Fermín De Pas, magis­tral de la Santa Basílica, y D. Alvaro Mesía, teno­rio de provincia, majadero con pretensiones de político, para comprender al cual hay que figu­rarse una máquina eléctrica con conciencia de q1-e puede echar chispas.

Estos tres personajes absorben todo el interés de la acción, advirtiendo que en La Regenta el interés no es aquella mera curiosidad que desper-

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Ilustración. de «,La Regenta»: El médico Somoza visita a Ana Ozores.

taban en el ánimo del lector las peripecias de las novelas antiguas, ni el afán de llegar al final por ver lo que sucede, sino un interés de mejor casta, que consiste en seguir ávidamente con el juicio paso a paso la vida, el desarrollo y las modifica­ciones de los caracteres, deseando hallar justifi­cada su conducta por su modo de ser y explicado su desenvolvimiento por las situaciones en que intervienen.

Doña Ana, desatendida en su niñez, abando­nada al imperio de su imaginación cuando joven, y casada más tarde con un hombre bueno, pero viejo par:a ella; D. Alvaro, considerado en Vetusta como un galanteador siempre temible y victorioso; y el magistral De Pas, señor espiritual, reyezuelo de sotana, que siendo capaz de grandes ambicio­nes se ve limitado a conquistar conciencias de provincianos vanidosos, son tipos estudiados con un escrupuloso respeto a la verdad, y descritos con aquella sinceridad que presta a las obras del ingenio la misma duración que tienen las obras de la Naturaleza.

Doña Ana es algo soñadora y romántica, como toda mujer sensible abandonada a sí misma. Para ella los juicios no son producto de las sensaciones,

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antes al contrario, de sus ideas brotan, y según ellas, se modifican Sl!S pensamientos; así que don Alvaro no se ofrece a sus ojos como un amante tentador, sino que al tropezar con él en la vida le mira como la realización temible de algo que le falta, de algo que necesita y no puede darle su marido, sujeto en todo apreciabilísimo, pero en quien el cargo de esposo casi toma carácter de paternidad. Por eso D. Alvaro, que sería ridículo para cualquier dama conocedora del mundo, llega a motivar en doña Ana el temor sagrado que ins­pira el peligro a la virtud, de tal suerte, que al interponerse entre ambos De Pas, el lenguaje de éste entre dulzón y místico, su influencia espiri­tual, el prestigio de su santa misión sobre la tierra, y sus dotes de hombre práctico en conocer la palpitación de todo sentimiento femenino, hacen que La Regenta tema, vacile y aun inconsciente­mente sufra la atracción doble que sobre su espí­ritu ejercen de un lado el galán, que ella considera como seductor peligroso, y de otra parte el sacer­dote, que al escucharla como hija de confesión, sabe hablarle un lenguaje nuevo, nunca escu­chado, grato a la vaguedad de sus deseos e im­pregnado de una dulzura casta, exenta de peligro,

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que presta a las palabras dichas por labios huma­nos algo superior y divino, poderoso a cautivar el alma sin agitar el cuerpo.

Este De Pas, este magistral que domina en la diócesis a cuantos le rodean en la iglesia y a cuan­tos trata en el siglo; este clérigo que siendo vul­garmente ambicioso se cree capaz de grandes co­sas, considerando estrecho el círculo en que vive, halla en La Regenta un alma que conquistar, una oveja que vigilar para que D. Alvaro no la en­vuelva en sus redes, y desde que comienza. a en­cariñarse con esta idea, su naturaleza de hombre y su misión de sacerdote se confunden, de suerte que siente juntamente el desasosiego de un simple mortal que piensa en una mujer, y la firmeza pro­pia de quien tiene por misión ahuyentar peligros y custodiar conciencias. A partir del momento en que De Pas acoge bajo su protección, a un tiempo benéfica y peligrosa, a doña Ana, la lucha entre él y Mesía queda entablada y las situaciones que se suceden van modelando el tipo y el carácter de La Regenta hasta crear una figura tan real, tan viva, que nunca el pensamiento del lector logra conocer sus propósitos ni saber del estado de su alma sino lo que ella manifiesta. Las vaguedades románticas de doña Ana parecen arrojarla en brazos de Me­sía; el magistral parece atraerla para salvarla; pero, ¿sabrá lograrlo sin que padezca su sagrado carácter? En esto está el interés del libro.

Tal es en lo sustancial el asunto de La Regenta, cuyas páginas muestran una mujer buena, aban­donada a sus propias fuerzas; un seductor adoce­nado, pero revestido de cierta exterioridad bri­llante por formar contraste con los seres inferiores que le rodean, y un clérigo que aun desplegando la influencia de que es capaz un carácter relativa­mente superior, no puede sustraerse ni a la tenta­ción de hermanar en alma a otra alma, ni al pode­roso influjo de las delicadezas de sentimiento que adivina como hombre, cuando se ve obligado a bucear como confesor en el espíritu de doña Ana.

Luego, a modo de figuras secundarias destina­das a dar realce a las principales, aparecen en La Regenta distintos personajes. De éstos, unos son tipos llenos de verdad; otros tienen la importancia de caracteres minuciosamente estudiados; entre todos forman un conjunto que constituye el cua­dro de esa vida de provincia en que hasta los odios son mezquinos, y en que sólo es grande la imbeci­lidad humana. El obispo, santo varón a quien do­mina como un Antonelli de Vetusta el ambicioso magistral; el arqueólogo Bermúdez;. el murmura­dor arcipreste; D. Víctor Quintanar, esposo de doña Ana, y constante peligro para ella, por ser admirador entusiasta de los maridos del teatro an­tiguo; Joaquinito Orgaz; aquellos marqueses de Vegallana, en cuya casa se enamoran los jóvenes un poco a lo vivo; aquella Obdulia Fandiño que sabe romper sus amores sin reñir con sus aman­tes; la Visitación que procura la caída de doña Ana con el odio propio de toda honra perdida a toda limpia fama; todos ellos, ya en los claustros

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de la catedral o en las casas de la Encimada, ya en los casi palacios de la Colonia o en el casino de Vetusta, dan ocasión a cuadros de costumbres en que la realidad, admirablemente observada, triunfa de los convencionalismos de escuela y de las manías imitadoras que roban siempre sabor personal a la obra del artista.

Cuanto arranca y depende de la observación, del estudio de las costumbres y del análisis de los caracteres, análisis que llega a profundizar en los afectos hasta un grado asombroso, es en La Re­genta verdaderamente admirable. Los sitios y lu­gares están descritos con la clara y escrupulosa exactitud propia de los buenos pintores flamen­cos: las personas y la índole de cada una están vistas con envidiable penetración y reflejadas con tal fineza que a veces una frase caracteriza un tipo o un 'm�vimiento del ánimo, sobri�me�te in­dicado, expresa el estado de una conc1en�m. La novela surge del contacto de unos personaJes con otros sin visible artificio, pero artísticamente pla­neada, tejida lenta y minuciosamente, a_semejanzade esos chales de la India en que lo cmdadoso de la labor, hecha a menudos trozos, atrae primero. las miradas y luego, cuando la tela se desplega, muestra un solo dibujo al cual todas las líneas secundarias se enlazan y todos los detalles obede­cen como dispuestos armónicamente para dar realce a lo principal.

Doña Ana con sus tristezas de mujer no com­prendida; el magistral con su vigilancia de pastor interesado, y D. Alvaro con sus asechan_za� de raposo, constituyen en el libro la labor pnnc1pal; los demás personajes y los lugares en que apare­cen, son la ocasión y los medios para que, poco a poco, La Regenta fluctúe entre el hombre de la Iglesia y el hombre del mundo, hasta caer en los brazos del amante o a los pies de aquel sacerdote que, a pesar de su ambición, ignora el modo de sustraerse al imperioso encanto que produce en su alma la bella moral de doña Ana. ¿ Quién llegará a enseñorearse del ánimo de La Regenta ... ? El se­gundo tomo nos lo dirá. Sea cual fuere el desen­lace no hay que esperar a que triunfe la virtud o el e;ror para afirmar que, sólo el plantear la situa­ción con esta naturalidad, sólo el llegar a ella lógica, justificada, sencilla y verdaderamente, es muestra de un talento extraordinario.

Todo lector, al cerrar un libro que ha logr,adointeresarle o conmoverle, se pregunta: ¿A que se parece esto? ¿Quienes son los parientes literarios del autor?

Estas preguntas son dificilísimas de contestar tratándose de La Regenta. El libro se da un aire de familia con muchas novelas buenas; pero al leerlo la odiosa palabra imitación no viene para nada � pensamiento. En cuanto a la índole lit_era­ria del autor, La Regenta acusa una personahdad que ve mucho y muy claro cuando analiza, y que al sintetizar no se olvida de nada. La prueba de esto es que las figuras principales están hechas a fuerza de observación, y las secundarias indicadas

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Ilustración de «La Regenta»: Visitación, la del Banco.

a grandes rasgos, a pesar de lo cual las últimas tienen en su mayoría tanta vida y relieve como las primeras.

Una de las bellezas más dignas de apreciarse en La Regenta, es que sus páginas van logrando poco a poco lo que el autor se propone, sin que éste manifieste en nada propósitos trascendentales, ni tenga pretensiones de plantear problemas, ni se dé humos de reformista. La tendencia de la novela está tan bien diluida en la factura, lo más hondo tan mezclado a lo superficial, que el lector tiene que admitirlo todo junto. Muchos habrá (entre los cuales no estoy yo), que condenen el espíritu del libro, pero nadie lo dejará caer de la mano .. Los que trabajamos, cada uno en la medida de sus fuerzas, y yo con menos que los demás, por el renacimiento de la novela española, debemos agradecer a Leopoldo Alas que una al nuestro su esfuerzo inteligente y vigoroso. Otros podrán con mayor libertad elogiarle, que al fin y al cabo soy su camarada. Pero quien me tache de parcial será injusto, pues como el soldado que ha �visto batirse bien a un compañero, me ·�limito a decir: -«Ese es un valiente.» �

J. O. Picón.

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