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ISSN 0717-2354 Noviembre 1996 Universidad de Chile Facultad de Ciencias Sociales Nota del Editor Mariano Medina: El Libro de Diótima Poli Délano: Adiós, Zacarías Díaz ¿Te dormiste? El aardvark Giuseppina Grammatico: Petronio y el esqueleto de plata Andrés Recasens: Oratorio para observador hombre exhausto y coro de astronautas Robert Sward: Cómo triunfar como San Nico Margarita Schultz: Identidad nacional en un ensayo de Borges Jorge Arrate: Uñas Doradas Ricardo López Pérez: Consideración Crítica de la Teoría de la Información

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ISSN 0717-2354 Noviembre 1996

Universidad de Chile Facultad de Ciencias Sociales

Nota del Editor

Mariano Medina: El Libro de Diótima

Poli Délano: Adiós, Zacarías Díaz ¿Te dormiste? El aardvark

Giuseppina Grammatico: Petronio y el esqueleto de plata

Andrés Recasens: Oratorio para observador hombre exhausto y coro de astronautas

Robert Sward: Cómo triunfar como San Nico

Margarita Schultz: Identidad nacional en un ensayo de Borges

Jorge Arrate: Uñas Doradas

Ricardo López Pérez: Consideración Crítica de la Teoría de la Información

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Marjorie Agosin: El Consejo de las Hadas (Selección)

Jorge Scherman Filer: Alter ego Gallinita ciega

Poner F

Günther Guzmán Tacla: Orden de Calatrava

Poner I

Edmundo Olivares:

Geniflora

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Oscar Aguilera F.

Programa de Informática,

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Nota del editor

Entregamos (¡finalmente!) este tercer número de Pares cum Paribus. Es difícil cumplir con los plazos que nos hemos fijado para lanzar cada número de la revista. Sólo Jason Snell y su ya legendaria InterText parece cumplir con las fechas pre-establecidas. InterText es un modelo tanto de puntualidad como de calidad y una de las revistas electrónicas más antiguas de la red. Por nuestra parte, siendo la primera revista literaria electrónica chilena institucional, esperamos que el tiempo también nos confiera esa distinción de antigüedad, aunque no podamos decir lo mismo de la puntualidad.

Nos parece obvio que ningún atraso es voluntario y las razones son muchas, pero queremos destacar algunas que nos han hecho cambiar un poco el formato de la revista en relación a los dos números anteriores.

Primero, no pudimos conseguir fotos de todos los autores. Parece que a muchas personas no les gusta que las vean. En un comienzo pensamos que era bueno que se pudiera presentar el rostro del creador de la obra, pero como esto era motivo de atraso, preferimos omitir las fotos. Sin embargo, antes de esta decisión tuvimos que esperar. Primer punto del descargo respecto al atraso.

Segundo : Algunos autores cambiaron varias veces algunas partes de sus escritos y la revisión final tomó más tiempo de lo esperado.

Tercero : Este Editor tiene a su cargo otras publicaciones, docencia e investigación. Lamentablemente el día sólo tiene 24 horas!

Bueno, hasta allí las razones. Valga esta explicación para nuestros lectores y los autores, quienes están impacientes por ver sus obras publicadas.

Este número es especial en Poesía porque hemos incluido dos obras largas. Es especial también porque contiene poemas de Marjorie Agosin que forman parte de un libro que está pronto a salir.

En Narrativa destacamos la presencia de Robert Sward, novelista, poeta, editor de varias revistas literarias y que defiende fervientemente la publicación electrónica. Hemos invitado a Robert para que sea el editor de poesía de un futuro número que recogerá una antología de poetas de habla inglesa de la red.

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En Ensayo, Roma antigua cobra vida en las páginas de Giuseppina Grammatico, quien nos trae un trozo del mundo de Petronio y su época.

Y por último, en nuestra lista de "destacados", Edmundo Olivares nos sorprende con la magia de su Geniflora, en la sección de Arte. Nos sorprende con esta nueva faceta porque ya lo conocimos como narrador y ensayista en los otros números de Pares. ¿Tendrá alguna otra carta oculta bajo la manga?

Bien, nada más y que disfruten de este número tres!

Oscar E. Aguilera F. Editor

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Mariano Medina

El Libro de Diótima

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Poli Délano

Adiós, Zacarías Díaz

"—Dicen que son tristes las depedidas. —Dile al que te lo dijo que se despida"

Para mí no fue ninguna cosa rara que no volvieras, porque ya sabía de lo que le pasó a mi hermana

Inés, que no siempre las estrellas están con una. Tú sabes que yo te quise mucho, mucho, más que al mismo cielo, pero la verdad es que después de lo que me hiciste ya no supe si quererte más.

Ahora todo pasó y ya no me importa y quién sabe sea no más que para mí misma que te escribo esta carta, quién sabe ni la recibas nunca porque las cosas entre nosotros se terminaron para siempre, para siempre. No vayas a pensar, Zacarías Díaz, que estoy llorando. He llorado, sí, pero eso ya pasó; y a veces no dormía en las noches de tanto pensar en ti y de pena porque partías sin siquiera decirme adiós, así no más, como un chaplín, como un cobarde. Mucho he oído decir que todos los hombres son iguales, que la quieren a una para acostarse y que después se corren como sea. Yo no lo puedo asegurar porque tú fuiste el primero y porque no tengo ninguna experiencia para pensar que hay muchos así, como tú...

¿Por qué, entonces, me dijiste que me querías tanto y que lo hacíamos porque cuando terminaras el

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servicio nos íbamos a casar? A lo mejor no te imaginas que de todas maneras, aunque de antes hubiera sabido que te irías de aquí para no vernos nunca más, aunque hubiera estado segura de que todo iba a tener que terminar así después de un tiempo, yo me habría entregado igual a ti, con el mismo cariño y con el mismo amor, porque yo sí te quise de verdad, Zacarías...

Si vieras cómo al principio deseaba que llegara el sábado en la tarde cuando tú salías y nos íbamos a ese bolichito a tomar una malta porque tú tenías sed y estabas cansado, y luego me llevabas a los faldeos del cerro. Y cómo deseaba después todos los días, cuando ya te daban permiso en las tardes, que llegara la noche, que la señora, terminada la comida, me dijera que una vez limpios los platos podía salir hasta las diez, para ir a juntarme contigo y estar entre tus brazos, que son tan fuertes y tan de hombre, hasta que las diez hubieran pasado qué rato sin que me importara, porque ya casi nada me importaba más que estar contigo.

Me decías siempre que en cinco meses, que en cuatro, que en tres, apenas terminaras el servicio y te sacaras el uniforme—¡tan bien que te sentaba!—me llevarías al Sur, a tu pueblo, y allí nos casaríamos. ¿Te acuerdas?... Tu mamá tiene en medias con otro una parcelita de tierra y ahí nos íbamos a hacer el rancho y tú cortarías leña y yo criaría gallinas para tener huevos frescos y un chanchito para venderlo antes de la Pascua, y en las noches tú tocarías la guitarra y cantaríamos canciones y llegaríamos a tener muchos guachos (les llamabas), que haríamos fuertes para trabajar la tierra. A mí también me gusta el campo, porque ahí me crié, y si vieras cómo no hallaba las horas de que llegara todo eso que tú me decías... Ahora ya no pienso más, ya no me importa. Ni aunque regresaras podría volver a quererte, por lo menos nunca como te quise, porque no te has portado bien. ¿Qué te habría costado decirme que ya no me quieres más, que no vamos a poder hacer todo lo que habíamos soñado, que te ibas? Si lo hubieras hecho, yo te querría siempre, sin olvidarte nunca, porque entonces sí habrías sido bien hombre.

Cuando la Irene me contó que partías, porque así se lo dio a saber tu amigo el Toño, que anda con ella, me dijo que yo era muy joven y que encontraría muchos hombres y que algunos serían mejores que tú, que total era preferible que me plantaras ahora y no después, cuando estuviera lejos, sin saber qué hacer, a dónde ir, y a lo mejor hasta con críos.

¿Te acuerdas que después de esa noche, un sábado de primavera, cuando las flores ya se habían abierto, en septiembre, que en lugar de irnos al cerro me llevaste a un hotel porque querías estar conmigo como Dios manda, en una cama, como lo haríamos después de casarnos, te acuerdas que ese mes no me enfermé y que me dijiste que a veces pasaba eso, pero que no quería decir nada, que no me asustara? Al otro mes tampoco me enfermé y fui a hablar con la Irene y ella me dijo que lo más seguro era que estaba esperando. Yo no te conté porque quería saberlo de fijo para darte la sorpresa y que fuera verdad y que tú no te pusieras triste si después no era cierto. Este mes tampoco me enfermé y ahora sí sé que estoy esperando crío y hasta se me está hinchando la guata. La señora me dijo que fuera buscándome trabajo, que en tres meses ya no me quería porque la otra empleada que tuvo le dio muchos dolores de cabeza con la guagua y que don Fernando, el patrón, estaba mal de los nervios y no podía aguantar los griteríos ni los desórdenes.

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Yo no sé qué voy a hacer ni a dónde voy a ir, porque las cosas son difíciles cuando se está sola, tan sola como yo. No creas que te digo esto para que me tengas lástima ni para que pienses que hiciste mal. Te digo que ni aunque me rogaras volvería contigo. Ahora sí ya estoy segura de que te voy a mandar esta carta. Alguien te la pasará por la ventanilla cuando vaya a partir el tren —te vas mañana a las siete, ¿cierto?—, cuando te vayas para siempre. Vas a pasar por nuestro cerro y quizás te acuerdes de mí y pienses en todo lo que te quise; vas a leer la carta y a lo mejor un día hasta me echarás de menos... Y si alguna vez mi niño pregunta por su padre, le diré que era muy bueno, porque no has sido hombre, pero conmigo fuiste bueno...

Eso es todo, no sé qué más decirte. Te deseo suerte y que toda tu vida el Señor te acompañe y que seas siempre feliz en tu ranchito, tu cielo... Bueno, ya se me hace tarde y me despido. Adiós, Zacarías Díaz, adiós, adiós...

Poli Délano: ¿Te dormiste?

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Poli Délano

¿Te Dormiste?

Juan Pablo llegó a casa cerca de la medianoche. No se cuidó de evitar los ruidos porque la pieza de la niña quedaba lejos y porque sabía que Silvia no estaría durmiendo. Semirrecostada sobre los almohadones de espuma, tejería o leería alguna de sus novelas a la luz de la lamparilla. Lo miraría cuando él entrara. O a lo mejor no lo miraba, a lo mejor le lanzaba la pregunta sin mirarlo, sin quitar la vista de su maldito tejido o del libro. A lo mejor también, como otras veces, sí lo miraba (sonreír no, forzarse sí que no podía), pero sin decirle nada, con el posible propósito de dejar pasar, o de esperar que él mismo confesara, tomara la iniciativa, prolongando arduamente su silencio—casi nunca empezaba él— hasta que se hubiese metido en la cama listo para dormir. Entonces ella apagaría la luz, agitaría un poco su lecho en busca de comodidad y cuando ya él estuviese a punto de traspasar la frontera del sueño, atacaría:

—¿Te dormiste?

—No—diría él con la boca pegada a la almohada—; pero me gustaría bastante poder dormirme, así es que si tienes algo que decir, salta luego.

—Podrías ser un poco más cordial cuando llegas.

—Y tú un poco más cordial cuando llego.

—Eso me lo podrías decir si fuera yo la que llega y tú el que se queda aquí, esperando siempre.

—No sales porque no quieres.

—Bueno, así será. No vamos a discutir. ¿Cómo te fue en la tarde?

Así, con una de estas preguntas, se daría un poco de tregua, dejando que Juan Pablo calmara su tono.

—Más o menos bien.

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Él le contaría algunas cosas que había hecho, sazonando levemente su relato con detalles insignificantes. No, no había tenido tiempo de ver lo del préstamo, pero sí se había entrevistado con el corredor por el asunto del arriendo, y se había tomado un par de tragos con un ex compañero de curso. Y en algún punto se detendría, cansado ya, para disponerse nuevamente a dormir. Silvia, entonces, se replegaría, mantendría el silencio durante algunos minutos (más por indecisión que por guerra) y luego, cuando él estuviera otra vez a punto de dormirse, ante el temor de no concluir, de no cerrar bien el día, volvería a preguntar:

—¿Te dormiste?

Él se incorporaría bruscamente, enfurecido.

—¡Hasta cuándo vas a joder!

—¿ Y se puede saber por qué llegaste a esta hora?

—Buenas noches.

—¿Por qué no me contestas?... ¿No te atreves?

—¡Buenas noches!

Y luego ella despotricaría como una máquina de palabras contra la prepotencia de los hombres, le diría que maldito lo que le importaba si él tenía una amante o no, pero que lamentaba fuese tan cobarde como para no atreverse a confesarlo. Él permanecería impasible, inmutable a esas palabras, a las ofensas o a los improperios. "Dejar pasar". Hasta que al cabo Silvia, iracunda por la indiferencia, por la falta de respuesta a su ataque, incapaz de contenerse por más tiempo, comenzaría a abofetearlo en la cara, a pegarle en la cabeza con el puño cerrado, a rasguñarle el pecho y los brazos, convertida en un nudo de llanto y gritos. Él permanecería inmutable siempre hasta donde su paciencia o su aguante físico alcanzaran y, luego, de un solo manotón en la boca la mandaría lejos. Ella, desde el suelo, lo miraría con profunda tristeza, sollozando, limpiando con el brazo la sangre de su boca. Y él se acercaría engañado. Esta vez, rasguños y mordiscos en las piernas, como una bestezuela. Y él la dejaría laxa, boca abajo, de dos o tres patadas. Viéndola doblegada ya, volvería a la cama y apagaría la luz. Pero ya no podría dormir, por más que lo intentara, ya sólo podría sumirse en una angustia muda y tranquila hasta que ella más tarde se levantara sigilosa y caminara hasta el baño. Allí permanecería mucho rato. Y él, a pesar de todo, la iría a buscar. Le pediría desde afuera que abriera la puerta, y como ella no contestase, comenzaría a echarla abajo. Entonces ella descorrería el cerrojo y volvería a tomar la posición frente al espejo, el rostro rojo de llanto, los ojos muy lejos, muy extraviados, y una hoja de afeitar en la mano derecha.

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—Vamos...

Y aceptaría dócilmente. Se dejaría llevar abrazada de regreso hasta la habitación, se dejaría secar las lágrimas, acariciar el cabello y luego, acostada ya, pediría perdón sinceramente, diría que no pudo evitarlo, que lo siente, y se refugiaría en sus brazos llenándolo de caricias, de besos muy tiernos. Le pediría que ese fin de semana la llevase a la costa o a la montaña, o que a la noche siguiente salieran a comer juntos. Luego, hablar de cómo arreglarían la casa, de los muebles que comprarían cuando se les entregara el préstamo, y seguir hablando de cosas placenteras, abrazados, muy juntos, hasta que poco a poco irían terminando por hacerse el amor.

Por eso Juan Pablo no se cuidó de no hacer ruido. Dejó su maletín sobre la mesa y se dirigió directamente a la cocina. Después de comer un poco de quesillo y unas hojas de lechuga, cerró el refrigerador sin temor del estrépito, como quien dice de un portazo. Al llegar a su dormitorio, Silvia leía recostada sobre los almohadones. Ni siquiera levantó la vista al decir "hola", pero lo saludó, a pesar de todo, y eso ya era algo.

Él se acostó con la cabeza puesta en los múltiples acontecimientos del día (el mal humor de la tarde, la pelea en el pasillo, las frases lanzadas como dardos, sólo para herir), pero estaba agobiado y el sueño de a poco lo fue venciendo, venciendo hasta que lo ahuyentó la pregunta seca y cortante :

—¿Te dormiste?

Poli Délano: El Aardvark

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Poli Délano

El Aardvark

A mi madre, en su cumpleaños.

Pese a que no soy en verdad nadie, dos fuertes aficiones han logrado controlar mi vida por largos años. Y no es de modesto que aseguro no ser nadie: es literal, créame. Ya cuando llegué a esta caleta, mucho después de aquello de los cigarrillos, yo no era nadie. Pero vamos a seguir un orden y marchar por partes, porque antes quiero contar dos o tres detalles acerca de mis aficiones, es decir, de los perros y de la música. Se podría decir que la música la llevo adentro desde siempre, como una de esas mágicas herencias que nacen al mundo con nosotros y de las cuales resulta imposible escapar porque viajan capturadas en el núcleo de los huesos. A los perros, en cambio, me acerqué a través de una temprana inclinación al reino animal, hoy manifiesta en cada una de las mordeduras que condecoran mi cuerpo ya desmoronándose por la erosión. Así, Mónico, prematuro aprendiz y afinado como pocos de su especie, algo así como un Mozart entre los canes, me aprisionó el alma desde los primeros días, desde el momento mismo en que sentí que el tiempo se detenía, al descubrir por azar sus dotes naturales y pensar ilusionado que en él estaban confluyendo estas dos pasiones que me poseyeron siempre como posee la araña al insecto que roza su tela, cuando tuve la certeza de que llegaría a compartir no sólo mis horas de quietud, sino también mis gustos, mucho más de lo que nunca los compartió Matilde, la que fue —o es — mi esposa. Lo supe una de estas tardes pálidas y deprimentes de otoño en que una ligera fiebre me obligaba a guardar reposo. El fiel Mónico, reacio a permitir que la soledad me sacara el pellejo (Matilde, por su oficio, solía pasar el día fuera), trepó a mi cama y se tendió a los pies. Enfrentándome con sus grandes ojos redondos y oscuros, me disparó una lánguida mirada que además de reflejar su absoluta sumisión a este Dios que yo era, protestaba con humildad diciendo que ya de mi convalecencia tenía suficiente, que prefería mil veces que estuviera en pie y que lo sacara igual que todas las tardes a regar los

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árboles del vecindario. Luego se dedicó a bostezar una y otra vez, enroscando como esas cornetillas de carnaval su lengua larga y rosada. Cuando la idea me perforó de lado a lado, irreversiblemente, como un flechazo preciso, le ordené mediante un seco chasquido de los dedos que se acercara. Lentamente y algo así como cargado de sospechas, reptó sin embargo hasta la altura de mis rodillas recogidas, donde lo derribé aplicándole un rápido golpe de palma para dejarlo en la posición de los vencidos y luego controlar firme sus movimientos asiéndolo de las axilas con esta mano poderosa. Zañartu se retorció con cautela como para medir sus posibilidades de liberación en un prudente tanteo de fuerzas, pero al comprender que sus oportunidades eran remotas, relajó los músculos en gesto de entrega. Entonces mis dedos hicieron presión y de su negro hociquillo escaparon las primeras notas de un melodioso gruñido lleno de promesas. Sentí como si cada poro de mi piel expidiera un ácido picante, delicioso, ligeramente corrosivo, con esa agresividad del ají verde que alegra los veranos; en otras palabras: una dulce conmoción, el primer sorbo de una gran botella (gran, no grande) y fue tal la ansiedad que sobrevino, que mi mano hubo de aflojar, y mientras Mónico me castigaba con su disgusto abandonando de un salto la cama, caí desvanecido.

Diría que mi pasión por los perros deriva del irresistible interés que desde muy niño sentí por los animales de toda índole. Solía quemar horas y más horas vagando por el zoológico o recorriendo el Museo de la Quinta, y puedo decir con orgullo que entre uno y otro de los viajes que tuve la suerte de emprendern no encontré jamás una persona, ¡ni una sola!, capaz de reunir la cantidad de mordeduras que yo llevo encima.

El historial comienza la primera tarde en que descubrí el paraíso y supe a ciencia cierta que en este mundo se podía ser feliz. Mi

madre me paseaba de jaula a jaula y mis sentidos se dejaban asombrar por los rugidos del tigre bengalí, la displicencia de dos leonas deterioradas, la coquetería solterona de las jirafas, el hipnotismo misterioso y sangriento de los monos. Fue justo cuando quise darle a un ágil gibón algunas almendras de mi cartucho, que perdí el dedo que me falta. El simio pareció más interesado por mi pequeño guante de lana azul que por la fruta y, consecuente, en lugar de aceptar agradecido lo que se le ofrecía, cogió entre sus poderosas mandíbulas el índice de mi diestra y tironeó inclemente hasta llevarse un trozo, con uña y todo.

No quisiera entrar en muchos detalles sobre cada una de estas peripecias, pero sí creo

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necesario, aunque sea a vuelo de pájaro, mencionar ciertas mordeduras interesantes. En Veracruz, después de los exuberantes días de carnaval con sus borracheras y sus muertos, fue también una de mis manos la que sufrió la embestida brutal, esta vez de una tortuga carey. Tuvieron que llevarme a un hospital para que los médicos calmaran mis dolores y cortaran el flujo escarlata que a borbotones se le escapaba a una vena rota de mi muñeca. También en México, no en la selva sino en la propia capital, en la casa de una excéntrica pintora, me asaltó un celoso tejón de asesina dentadura, responsable de las horribles cicatrices que hasta este día pueblan mi pierna izquierda.

Voy a omitir los perros (como por ejemplo el Chang, el galgo que me separó en dos el labio inferior), los gatos (como Gutiérrez, aquí en el cuello) y las ratas que se han ensañado en mi contra, de modo que terminaré elogiando la suavidad tímida y acaso humilde de las culebras sureñas que muchas veces han dibujado sobre mis brazos blanquecinos su fino óvalo de sangre... Pero todas estas cosas me ocurrían siempre cuando yo era alguien. Ahora ya no me pasan. Ahora ya no hay nada que pueda pasarme. Morir no más, sería lo único. Desde la mañana en que salí a comprar cigarrillos. Porque esa vez ya lo sabía, ya había estado en las oficinas del Registro Civil.

Bueno, sin embargo, a pesar del poder de los animales, y de la zoología abriéndose como una bella disciplina, fue más potente la misteriosa invitación de la música y así, a los veinte años, con un cuerpo plagado de cicatrices, debuté como director de coro. Viajé por pueblos, ciudades y campos, recorrí fábricas y escuelas repartiendo la alegría fresca de los villancicos, la mística emoción de las "Aleluyas", los "magnos misterios" y el amor, todo en lindas armonizaciones para cuatro voces que me llevaban noches y noches, y viví feliz, a pesar de que algo me faltaba y este algo, con los días, fui sintiendo que me empezaba a corroer el alma, sin que jamás, por supuesto, se percatara Matilde. Matilde es actriz y tiene su propio mundo. A veces la he encontrado en la casa con actores de su conjunto ensayando fogosas escenas de amor de algunas obras que no conozco. Una tarde me quedé mirando abismado cómo un sujeto le acariciaba frenéticamente los pechos mientras le decía "tienes que seguirme, mi amor, ¡tienes que seguirme!". Era un actor excelente, con qué naturalidad ensayaba su papel. Ella replicaba "no puedo, mi amor, tú sabes que no podré" y estallaba en lágrimas también con notable realismo. Comencé a aplaudir y ambos dieron un salto. "Excelente", les dije, "¿a qué obra pertenece esa escena?". Pero todo esto no viene al caso. E1 hecho es que Matilde tiene su mundo y yo el mío y así ella jamás se percató del proceso destructivo que iba creciendo en mí como un cáncer y que Mónico logró extirpar con su genial idea aquella tarde en que yo guardaba cama, dándole un nuevo curso a mi destino. Después de recuperarme de esa especie de desmayo que sufrí, se

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hallaba en el cuarto mi amigo Manosa. Como siempre, lo primero que hicimos fue lamentarnos y lloriquear un poco por la triste suerte del aardvark, el más lamentable—coincidíamos—animal de toda la tierra. Contemplábamos su fotografía, que yo tenía enmarcada en plata sobre mi velador, y comentábamos su gran fealdad, su mirada de desamparo, esa terrible indefinición de este compuesto, Frankenstein entre los animales, subsistente de la compasión del resto de los seres, monstruoso engendro de melancólica mirada. Sólo por fotos lo conocía, pues pese a que el destino me había llevado también al Africa, a las Reservas de Amboseli, de donde parece originario, nunca tuve la suerte de ver personalmente a uno, especie, quizás en extinción, ocultos bajo quizás qué matorrales, esquivando la mirada despectiva del sol, del cielo, de la lluvia, nacido blanco del desprecio universal, de la sorna aniquilante, persistente y tierno contrahecho de la selva.

Manosa y yo lo compadecíamos. Manosa era un amigo de aquella época que mis familiares me presentaron y a quien visitaba todos los jueves en su estudio, donde recostado yo en recamier de felpa granate muy de mi gusto anticuado y sentado él en su despacho, conversábamos largos y plácidos momentos sobre todo aquello que se nos ocurriera, pero fundamentalmente de lo que constituía el eje de nuestras vidas; es decir, los animales y la música. No siempre estábamos de acuerdo. Por ejemplo a él los batracios no le gustaban ni Brahms tampoco. Era partidario de los mamíferos y de Haydn, el gran latero de la sinfonía. Bueno, tal vez fuese lógico que tuviéramos diferencias dentro de nuestro eje, la conjunción de nuestras pasiones.

Casi siempre me iba del estudio cuando sonaba el timbre, sabiendo que había llegado la señora de larga trenza y ojos desconfiados que esperaba en la salita de afuera y que se ponía de pie en cuanto yo abría la puerta. "Es diablo este Manosa", pensaba yo, sin querer mirarla mucho. Porque Manosa era casado.

Así, pues, Manosa llegó a verme otra tarde durante esa misma gripe y tuvo la suerte de ser el primero en conocer el proyecto que ya asediaba mi pensamiento y de presenciar una de las primeras muestras que auguraban las posibilidades de ese proyecto celestial. Manosa en realidad no se llama Manosa. Es que a mí siempre me ha gustado jugar con los nombres. Su apellido es Rosasco y entonces yo solía decirle Rosaescu, que parece un apellido rumano. De aquí que me refiera a él también como "el Rumano" y además, puesto que de Rosaescu sale saes, a veces le digo "el Rumano Sáez". Pero generalmente lo llamo Manosa, que toma las cuatro últimas letras de Rumano y las dos primeras de Sáez. De modo que cuando me refiera al Rumano o a Sáez o a Rosaescu o a Manosa, ya saben que

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se trata de la misma persona. Aunque quizás no vuelva a referirme a él, pues lo nombré sólo debido a que fue testigo de mi primer ensayo general con Mónico Zañartu Prieto. Pero sí, de algo más fue también testigo.

Cuando tuve a Mónico en posición de vencido, sujeto por las dos axilias, entoné primero con gran afinación las notas iniciales de vals Danubio azal la-ra-la-la-lá y entonces oprimí el pecho para que salieran cuatro perfectos gruñidos terminando con éxito el conocido compás. Fui al segundo la-ra-la-la-lá y nuevamente cuatro notas caninas emergieron nítidas a la presión de los dedos. Manosa quedó sorprendido, no podía creer lo que sus ojos veían, lo que sus oídos necios escuchaban. Y me felicitó, muerto de asombro. Lo importante era que Mónico, tras unos días de práctica, ya no se molestaba, no se escabullía de la cama buscando salvación a un castigo que no era. Tomaba su tarea con ahínco, hasta con algo de pasión, diría yo.

Entonces, lo primero que hice cuando me bajó la fiebre y terminaron los dolores de garganta, fue visitar a mi abuela, contarle mi proeza y pedirle otros dos pekineses de la nueva camada de Mizuka, una dama café-con-leche de ladrido agudo, que de no tener tantos años y tan pocos dientes, hubiese podido convertirse en una soprano de primera. Ella supo escuchar y comprender, y a la semana, en un canastito de mimbre (yo había ido al Registro Civil a solicitar un certificado de nacimiento), Matilde recibía al Micho y al Pelele, los dos cachorros que con Mónico llegarían a formar el más impresionante de los tríos musicales.

Cuando regresé del Registro, Mónico Zañartu Prieto y sus dos nuevos hermanos me esperaban sentados a la puerta, agitando sus colas aplumeradas, como listos para un ensayo general. Mónico mayor y responsable, el Micho de largo pelaje claro como su madre y el Pelele peladito y chueco de patas, algo así como un aardvark entre los pekineses. Me había ido mal en la diligencia, pensaba yo, porque no existía tal documento. Es decir, me había ido bien en la diligencia, como lo comprendí algunos meses más tarde, cuando salí a comprar cigarrillos. Mal porque el incendio del Registro había terminado con todos los libros de la década en que nací y no logré entonces obtener el certificado que requería. Bien porque desde ese momento yo no había nacido: es decir, no era nadie. Y con el tiempo llegué a saber que es bueno ser nadie, o no ser, porque si uno no es, ¿quién puede herirlo? La idea fue amalgamándose mientras corrían los meses y se afinaban los oídos de mis perros. Mónico llevaba la batuta, y una de las mayores glorias de mi vida la tuve una tarde en que revisaba cierta partitura. La radio tocaba el Danubio

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Azal y Mónico reposaba en su canasta. De pronto, justo donde corresponde, Mónico hizo su entrada perfecta y con la mayor afinación que le haya escuchando a perro alguno. Y además, ¡solo!, sin la presión de mis dedos sobre su pecho. Fue, recuerdo, la primera vez que me emborraché, el primer paso hacia este infierno.

La idea se hizo carne, se hizo piel, se hizo célula, cuando con los cachorros salí a comprar cigarrillos. Yo no era nadie si mi nacimiento no constaba. No tenía identidad. Entonces ¿qué importaba si no volvía jamás a casa? ¿Quién era el que no volvía? ¡Nadie! ¿Quién era el que abandonaba los jueves con Manosa? ¡Nadie! ¿Quién era el desaparecido? ¡Nadie ! Por eso eché a caminar. Echamos, mejor dicho, a caminar y no quiero dar detalles sobre cómo llegué a esta caleta perdida y a la cueva que habito entre las rocas, pero tuve que recorrer mucho camino antes de esta noche en que por primera vez se suelta mi lengua. A veces sentí remordimientos por Matilde, pero ella es una actriz consumada, de mucho trabajo y además tenía su vida llena: siempre ensayando sus papeles de heroína. Ella era feliz, no me necesitaba. ¿No necesitaba a quién? ¡A nadie! Otras veces sufrí ataques de risa interminables al imaginar su asombrada y larga espera por los cigarrillos que nunca llegaron, porque Nadie los compró. Tuve que conocer rincones muy oscuros y caer a través de muchos pozos antes de llegar a esta caleta.

Una noche, mientras realizaba mi número en un bar, vi que desde una mesa me observaba el Rumano con cierta severidad. Hicimos el Danubio Azal y Los Bosques de Viena y luego comencé a recorrer mesa por mesa con el sombrero extendido recogiendo unos pesos que siempre me daban o tomando un vaso de vino que me ofrecieran a modo de felicitación. Mi vida era tranquila. Feliz, diría yo. Pocos accidentes solían turbarla. Desgraciadamente esa noche ocurrió uno de los peores, justo cuando me veía Sáez después quizás de cuánto, yo no llevo la cuenta de los días. Marchaba yo hacia su mesa—sabedor de que no tenía escapatoria y a la vez contento de encontrarlo y poder intercambiar opiniones sobre el aardvark, hasta dispuesto a pedirle que me mandara aquella foto del animal para guardarla junto a mis tesoros más preciados—cuando un parroquiano le asestó ruda patada al Famoso Culebrón de la Laguna de Aculeo, haciéndolo volar entre gemidos un par de metros. Mónico y el Micho prendieron al agresor de los tobillos y yo me le disparé encima dispuesto a terminar para siempre con su miserable vida. Con silla y todo cayó al suelo sin que mis manos aflojaran el cuello. Sus ojos se desorbitaron, su mirada se fijó en el horror y su piel tomaba ya un color violáceo cuando sentí el golpe en la cabeza. Eso sí que no. A mí podían darme una patada. ¿A quién se la daban? A nadie. Pero no a mis perros. A ellos, que ningún humano se atreviera a tocarlos como no fuera para prodigarles un cariño, ellos eran lo más sagrado que yo tenía, con mis dioses no se jugaba.

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Cuando recuperé la conciencia estaba tendido sobre una camilla del policlínico, que ya conocía, y Manosa sentado a mis pies.

—Hola, Rumano—le dije—. ¿Cómo anda la vida?

Me miró entristecido, quizás por mis arrugas, por el color amarillento de mi rostro, por la escasez de carne que cubría mis huesos. Entristecido porque él, siendo alguien, no podía acercarse siquiera a comprender que con Mónico Zañartu, Micho y el Horroroso Culebrón—el último nombre del Pelele—yo era feliz, yo había vivido los años más felices de esta vida que ya se me termina. Porque nada es eterno, no.

—Hola—me dijo y luego me hizo arder la sangre al agregar ese "te vas conmigo a Santiago" que no venía al caso, no conmovía una sola partícula de mi ser, no le salía tampoco desde lo hondo. Lo miré con lástima y di un silbido llamando a mis niños, que siempre en ocasiones semejantes me esperaban detrás de la puerta.

Pero la felicidad lo malo es que a veces se termina y la vida no. Nadie ignora que los perros viven menos que el aardvark. Cuando se me fue Zañartu sentí como que el mundo se resquebrajaba, llenándose de infernales grietas cercanas siempre al paso. Él había sido el primero, el inventor, casi, de la genial idea. Ahora sólo quedaban el Micho o el Miracho (que son dos nombres de un mismo perro) y el Pelele, desconcertados por la ausencia del maestro.

—Adiós —me dijo el Rumano y juró, ante mi súplica, que Matilde nada llegaría a saber de este encuentro. Después las cosas fueron como siempre.

De bar en bar, de pueblo en pueblo, anduve con mi coro de Nadie, con mis cachorros a la rastra y una gran felicidad iluminándome los ojos.

El Micho fue el segundo, fatalmente agredido por un perro hidrófobo que antes de ser pasado por las armas logró ultimar a muchos de su especie. El Horroroso Culebrón y yo quedamos solos y ya nadie por las noches dio un peso por el número. Vagamos y vagamos y, sin ofrecer nada, tuvimos que pedir. Pero lo compartimos siempre todo. La carne, el vino, las pilchas para las noches de invierno. En esta misma mesita de madera putrefacta él se sentaba con las patitas arriba y desde mi plato iba una cucharada a su boca, una a la mía, una a la suya, una a la mía. Nada, nada es eterno. Nadie es eterno. Pronto me iré con mis cicatrices, con mi música a otra parte, arriba o abajo, y seré de nuevo como todos,

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igual, seré alguien y dejaré ya de ser Nadie, que es la vida. Una cucharada iba para él, otra para mí, y así corrimos a lado y lado. Por eso, desde que me lo mataron, cada vez que voy a comer no puedo. Y entonces tomo vino.

Robert Sward: Cómo triunfar como San Nico

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Giuseppina Grammatico

Petronio y el esqueleto de plata

I. El léxico de la muerte en Petronio

Hemos recogido aquí, en el intento de comprender cómo entendía la muerte un hombre y un escritor como Petronio, los términos con los cuales a lo largo de su obra él alude a la muerte. Empezaremos por los verbos: con excepción de morior e iaceo, la gran mayoría de ellos son compuestos: aufero, effero decedo, abeo, obeo, pereo, requiesco; y, en expresiones a su vez compuestas, in larvam intro, mihi anima in naso est, animam abicio, animam ebullio, spiritum excutio, oculos obduco, piscis beluisque exponor.

Nos detendremos, por ende, en las preposiciones que funcionan aquí como preverbos.

El ob de obeo, "marcharse" y de oculos obduco, "cubrir los ojos", intensifica la noción de alejamiento y ocultamiento, y encierra cierto matiz de hostilidad ; y el per de pereo, y el de de decedo indican un irse del todo definitivamente, un retirarse, un desaparecer.

El ab de abeo, aufero, abicio, designa el alejamiento, la ausencia, la privación, a veces, como aquí, el acabamiento; marca el punto o el momento de la partida, la separación de una cercanía que ya no será tal.

El ex de effero, ebullio, excutio, contiene él también la idea de salida, de paso de un estado a otro, de término y expulsión.

El vivir, al que hacen referencia muchos de esos verbos (fero, eo, iacio, bullio, quatio, duco) en su forma simple, es un hacer múltiple: ir y venir, llevar, conducir, soportar, agitarse, mostrarse. Es cercanía, ebullición, presencia; marca el movimiento, la acción, el zarandeo del que el hombre es víctima y agente, dentro de su espacio y de su tiempo. El morir, en cambio, condensado en los

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preverbos que modifican el sentido de ese vivir, indica una brusca inversión de ruta; a cada acción opone la que le es contraria y sella el inexorable destino humano.

Todo esto está ratificado por la partícula re de requiesco, que expresa un movimiento hacia atrás, el retorno a un estado anterior a la vida, una vuelta en sentido opuesto, que deshace lo hecho ya consumido, acabado, reducido a la nada; y está sellado por el iacere, "estar tendido, abatido, inmóvil opuesto al stare entendido como un estar de pie, un sostenerse que parecía no tener fin, un perdurar en el tiempo perseverando en una actitud de exhibición de pujanza, casi de exaltación a menudo febril y vana.

Lo más interesante del léxico petroniano de la muerte son las expresiones compuestas, que se hacen eco del lenguaje cotidiano, por lo general muy colorido. La primera que hemos citado es in larvam intrare, "estar por morir", "estar a punto de alcanzar la condición de espectro". Hay en ella un movimiento de una naturaleza distinta de aquella que conocemos, del cual

ningún viviente puede dar cuenta, y que supone penetrar en otra dimensión: esa en la cual, como en las efigies de los Lares colgadas, en las plazas y en los cruces, de hilos de lana en ocasión de ciertas festividades, cierto simulacro de existencia no depende de uno. Parecencia de una vida que es ficción y nada más. Penetrar y quedarse en ese estado que después de muertos pasamos a tener en propiedad. Así lo establece el destino, obedeciendo a un designio fijado, desde siempre y para siempre, por la palabra imperativa de unas divinidades infernales, por un malus fatus irrevocable. Otra, anima in naso esse , "tener el alma en la punta de la nariz", "tener el corazón en la garganta", "estar a punto de morir de miedo", es extraordinariamente colorida y eficaz, ilustrando una situación que sería dramática si no despertara la risa.

Siguen: animam ebullire o abicere y spiritum excutere, effundere, o impendere. La primera significa literalmente "echar afuera el alma", "hacerla saltar lejos del cuerpo como bullendo" y, por ende, "morir". El bullire tiene una fuerza especial, si se tiene en cuenta que apenas unas líneas más abajo Petronio le hace decir a Seleuco, uno de los comensales de la Cena de Trimalción, que los hombres no son más que burbujas de aire, bullae, como las que suelen formarse a veces en la superficie del agua. Bullire significa emitir un ruido, un crujido, un leve alboroto. Y anima es el soplo que abandona el cuerpo en un brinco, en el momento de la muerte. Del mismo modo, spiritum excutere grafica el exhalar, zarandeando, el aliento que sale apresuradamente de la boca del moribundo, como res vacua que ya ha terminado de cumplir su misión.

Los hombres vamos muriendo de a poco, por partes. Eumolpo, el poeta, recita tristemente: "Cayeron nuestros cabellos, aderezo único de nuestra lindura. ... Ahora, desnudas de su sombra, están tristes nuestras sienes, y la calva abrasada sonríe con nuestros pelos rapados..¡ Desgraciado! hace nada lucías con tus melenas más bello que Febo y la hermana de Febo. Pero ahora, más liso que un bronce o que la redonda seta del huerto..., huyes y temes a las muchachas burlonas". Ut mortem citius venire credas scito iam capitis perisse parten : "Para que admitas que la muerte

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llega muy pronto, sábete que ya ha fenecido una parte de tu cabeza. "(109)

¿Qué quedará?

Nada más que una larua, un espectro, un fantasma. La muerte barre ya sea con el cuerpo, que es capaz de sentir el placer y el dolor, ya con el alma, soplo vital que lo ha animado. Por un tiempo quedarán unos pobres huesos descarnados, ossucula, sobre los cuales parientes, amigos, conocidos, derramarán, más o menos gustosamente, lágrimas y libaciones; luego, cuando éstos también hayan sido devorados por el fuego sobre una pira durante el sepelio, sólo cenizas inmóviles y calladas. ¡pobre cuerpo despojado de sus fuerzas vitales, vanamente ataviado con la mejor vestimenta, perfumado con nardo y ungido con finos ungüentos, envuelto en su mortaja y cubierto con preciosos damascos, acompañado por el estrépito de las cornetas, el brillo de las antorchas y los gemidos de los asistentes a la ceremonia con la cual se le rinden los últimos honores!

¿Qué quedará?

Un monumentum a la medida del que ha sido arrebatado por los Manes infernales, que evoca (monuit) el recuerdo de un prodigio (monstrum) de aquella que fue vida y ya no lo es; advierte que se ha cumplido la voluntad de los dioses y del destino de truncar el agitarse de un espíritu bullente, y evoca el deseo del difunto de asegurarse aún un poco de vigor conservando viva su memoria en los que lo conocieron. Una inscriptio que resume sus virtudes en nítido perfil. Después, durante un tiempo, quizás, la gloria, mezquino consuelo; luego el olvido, opaco y sin resonancias; y finalmente, ni siquiera una minucia, ni una hilacha, una partícula, un ápice; nihil, nada: Orco se lo ha llevado entero a la morada de los más.

En cuanto a los nombres, ellos se refieren en gran parte a la ceremonia fúnebre, al difunto y su atavío: funus, rogus, pyra, sepultura, fatale conditorium, testamentum, monumentum, inscriptio, epigramma, parentalia, vitalia; extinctus, defunctus, mortuus, cineres, ossa carentia bustis, ossucula, cadaver, simulacrum, manuciolum de stramentis; stragula, ampulla nardi, unguentum; a las fuerzas que decretaron la muerte, malus fatus, y a las manifestaciones de duelo que la acompañan: lamentationes, planctus.

También están, en las partes líricas de la novela, los nombres de las divinidades, los lugares y los personajes míticos del Infierno: lurida mortis imago, Orcus, Manes inferni o Stygii, Tisiphone, Ditis, Porthmus, Erinys, Bellona, Megera, Letum, Erebus, Penetralia Cocyti, Tartara , y las Parcas hilando sus rocadas de oro (29).

Desgarradora tristeza de lo irreparable. Cui non est mors una satis? "¿A quién no le basta una muerte?"(108) (*) acota Petronio con su amarga ironía. Si bene calculum ponas, ubique naufragium est. "Dondequiera que uno mire, sólo contempla un naufragar en el piélago del no

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ser". Nihil aliud est nisi cadavera, quae lacerantur, aut corvi , qui lacerant, "Nada hay sino cadáveres que son devorados por los cuervos, y cuervos que los devoran" (115).

¿Qué ha hecho Petronio con estas palabras? Ellas son palabras latinas y muestran el sentir latino acerca de la muerte. Concreto, realista, Petronio ha retratado con ellas una muerte que es, simplemente, el otro lado de la vida, y está ahí para destacarla; que la hace más querida, más valorada, y, al menos desde su punto de vista, mejor aprovechada.

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* Las traducciones directas del latín pertenecen en su mayoría a la edición española Lumen que hemos encontrado especialmente chispeantes y ajustadas al texto original. Barcelona 1975 ; traductor : Manuel C. Díaz y Díaz.

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PARES CUM PARIBUS Nº 3

Andrés Recasens Salvo

ORATORIO para observador hombre exhausto

y coro de astronautas

282: Si un esclavo dice a su dueño, "No eres mi dueño", su dueño probará que es su esclavo, y le cortará la oreja. Del Código de Hammurabi

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Robert Sward

Cómo triunfar como San Nico

Una rolliza aspirante a Santa Claus con una chaqueta acolchada sale contorneándose de la oficina C1 del Centro Cívico.

Yo sigo en la fila para la entrevista de "Arriende un Santa".

—Jo, jo, jo —dice por encima del hombro dándome una mirada de soslayo desalentadora, una especie de ademán despectivo ("Sé para qué estás aquí") matizado de espíritu navideño. El arte de cómo superar a otro Santa Claus. Ella compite conmigo para el puesto de Santa Claus.

—Jojojéate sola—, respondo, preguntándome qué habría pensado a los 6 años de un Santa Claus femenino.

Tal vez habría preguntado "¿Eres tú Santa Claus?"

—Soy la Sra. Santa Claus. El Sr. Santa Claus está en casa preparando la cena.

Mis propios hijos estarán ausentes esta Navidad visitando parientes. Quiero ser Santa Claus porque sé cuánto los echaré de menos. Quiero ser Santa Claus para dar amor y regalos a otros niños. Si no puedo dar estas cosas a mis propios hijos, al menos puedo intentar dárselas a los hijos de otras personas. La verdad es que soy el hombre más solitario de la ciudad y quiero ser Santa Claus para distraerme, así no sentiré tanta pena.

No he practicado mi "jo, jo, jo", pero espero sacarlo, "jo, jo, jo" desde el diafragma, "jo, jo, jo", desde el corazón.

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Quiero ser Santa Claus.

¿Mis calificaciones?

Soy judío. Tengo barba y por 58 años he estado deseando participar en la Navidad no como alguien de afuera, sino como alguien de dentro, de todo corazón. ¿Qué mejor que convertirme en un viejo regordete de barba blanca?

¿Mis desventajas?

Soy alto y flacuchento. Soy un ectomórfico neurótico. Tengo la apariencia de un flaco hambriento, ojos pardos tristes y una nariz ligeramente encorvada.

Pero tengo una barba blanca propia... matizada de pelos negros. Me gustan los niños. Eso es, me gusta la mayoría de los niños. No todos los niños. El niñito de la otra cuadra que pintó con esmalte rojo el cachorro terrier de mi amigo, tendrá suerte si recibe un trozo de carbón esta Navidad.

La puerta de la oficina C-1 del Centro Cívico se abre y la empleada del personal de Santa Claus me invita a pasar. Nos damos la mano. Ella me presenta a su ayudante. Los dos entrevistadores se sientan a un extremo de una mesa de reuniones de caoba, y yo al otro.

—Qué tiempo más bueno que tenemos—, intenta la entrevistadora.

—No del todo como Navidad. Ésta va a ser mi primera Navidad sin nieve en cinco años—, balbuceo, rompiendo mi promesa de no divagar.

—Robert, para comenzar, ¿nos darías una muestra de tu "jo, jo, jo"?—Inhalo profundamente y hago acopio de toda la jovialidad que puedo reunir.

—Jo, jo, jo—, rujo.

Asienten aprobatoriamente y toman notas en sus libretas de apuntes de páginas amarillas. Me siento más cómodo.

—¿Cuáles son los nombres de los renos de Santa?

—Cometa, Bailarín, Corcoveador, Relámpago... hmm.—Sigue una exclamación poco

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apropiada para Santa.

Sólo acierto cuatro de ocho. Estoy fallando. ¿Qué demonios estoy haciendo aquí? Un profesor de 58 años, ganador de la beca Fulbright, miembro de la Guggenheim, autor de 16 libros, tratando de conseguir un empleo de Santa Claus y fallando. Ni siquiera sé los nombres de mis ocho apestosos renos.

Nuevamente toman notas en sus libretas de páginas amarillas. Me recuerdan mis visitas al psiquiatra. Comienzo a sudar. Quiero el empleo y saben que lo quiero y no lo voy a obtener, y saben que no me lo van a dar. La humillación completa. Aprobé mis exámenes para obtener mi grado de magister, enseñé en la Universidad de Cornell, pero no puedo ser contratado como Santa Claus.

—Está Bailarín, Corcoveador, Cometa, Mañoso, Cupido, Trueno, Relámpago...,— me corrigen—. Y Rodolfo no cuenta en verdad, es posterior.

Siguiente pregunta.

—¿Qué diría si tuviera un chico sentado en sus rodillas y le sacara la barba?— pregunta el ayudante de la encargada de personal de Santa Claus.

—Bueno, trataría de controlarme. Le diría algo así como "Ves, tengo una barba de verdad, pero es blanca y negra porque soy joven. Y llevo una barba completamente blanca sobre mi propia barba para verme más viejo de lo que realmente soy. La gente espera que Santa Claus tenga una barba completamente blanca. Pero ahora tú sabes la verdad. Soy más joven que lo que la gente piensa". Qué respuesta más ridícula, me digo a mí mismo.

Para mi sorpresa los dos interrogadores asienten aprobatoriamente. De nuevo toman notas en sus libretas.

—¿Por qué quiere ser Santa Claus—, interrogan.

Se preguntan si soy un pervertido o un drogadicto. Obviamente no quieren un Santa Claus que llegue a una fiesta de Navidad en alguna

oficina demasiado mareado para bajar de su trineo. Pero soy un ciudadano normal, convencional. Sólido, chapado a la antigua.

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Les cuento de mis hijos y cuánto los echo de menos.

—¿Qué diría si algún niño le pregunta porqué no recibió lo que quería la Navidad pasada?

—Le diría que Santa Claus los ama a todos y que les da a los niños lo que él cree que más necesitan. Que tiene que regalarle a muchos niños, a... niños de todo el mundo... y que algunos años se queda sin regalos antes de terminar, pero que trata de hacerlo el año siguiente.

—O.K., pero acuérdese que Santa Claus nunca hace promesas, —dice el reclutador de Santa Claus masculino, ocultándose tras su mano. —También se le pedirá que aparezca de maneras un poco inusuales.

¿Como una striptesera arrendada con una larga barba blanca y un saco de regalos, saliendo desnuda de un pastel?

Para mi alivio me explica:

—El año pasado nuestro Santa Claus tuvo que aparecer al final de un camino desierto en la montaña con un carro tirado por caballos lleno de heno. Tiene que estar preparado para cualquier cosa.

—Y Santa Claus no usa drogas ni acepta tragos,—dice la empleada de personal.— Ni licor, ni drogas.

—¿Qué pasa si invitan a Santa a cenar?— pregunto, esperando que en algún punto del camino el viejo será invitado a sentarse a la mesa de alguna familia generosa para celebrar con estilo.

—Santa Claus no acepta invitaciones a cenar.

Perfecto. Debí haberlo sabido. No acepta nada. ¿Pero cómo, en el nombre de Dios, va a engordar Santa si no lo alimentan?

Sintiéndome deprimido cruzo los brazos y miro mis piernas flacas.

La entrevista finaliza con la petición de que les cuente un cuento. Mi imaginación me falla. No puedo pensar en nada que decir. He escrito una novela, poemas, cuentos cortos,

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artículos de revistas, y estoy sentado en la mesa de reuniones de caoba con nada que decir. Me caí. Necesito un trago, pienso.

—O.K., bueno, gracias Robert. No nos llame. Nosotros lo llamaremos... el jueves o viernes de la semana próxima.

Pasan el jueves y el viernes y no hay llamada de los empleados del personal de Santa Claus.

Así que este Santa Claus en potencia la suda todo el fin de semana. El lunes ya no aguanta más. ¿Puede someterse a más mortificación? Debe saber si lo logró o no. Finalmente Santa se da por vencido, telefonea a sus entrevistadores. Hace lo que le pidieron que no hiciera.

—¿Robert Sward?— dice la voz al otro lado de la línea, —Ud. es Santa Claus.

Contratado como Santa Claus inmediatamente comienzo a pensar si no ha habido algún error. ¿Yo? ¿Santa Claus? Sin duda debe haber un ciento de aspirantes a Santa allá afuera más calificados que yo. Actores profesionales corpulentos con boquitas graciosas y largas barbas blancas. Consumados cantores de villancicos navideños de 135 kilos con caras con hoyuelos. Criadores de renos de narices rojas y barrigas abultadas.

La verdad es que estoy aterrado. Habiendo obtenido el empleo no sé si estoy calificado. Pienso en la responsabilidad... "Sinter Klaas", un ser sobrenatural que trae felicidad y que se supone que conoce los nombres, direcciones y sueños de cada niño en la Tierra. Que distingue los buenos de los malos y que ama a los dos de igual manera. Que tiene un amor incondicional por todo el mundo, incluso por los niños ruidosos, de narices goteantes, que estornudan, berrean, lloran y le tiran la barba.

Sí, este Santa Claus se preocupa de ser demasiado delgado y cree que no hay nada más obsceno que la vista de algún desnutrido Papá Noel desplazándose con almohadas notoriamente sueltas dentro de su ancho traje de Santa de polyester. Mejor no ser Santa que un poco convincente, autoconsciente y mal vestido Santa con piernas flacas.

Mi amiga —encantada, por lo demás, de estar saliendo con Santa Claus—, me dice cómo, si todo sale bien, no sólo me pondré el traje rojo y la barba blanca falsa e "interpretaré" a

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Santa, sino que me convertiré en Santa, igual que como los buenos actores y actrices se convierten en los personajes que interpretan. Y me promete ayudarme con la logística del vestuario y maquillaje.

Sin embargo, me pregunto a mí mismo qué pensaría mi madre, qué pensaría mi padre. Un simpático chico judío, bar mitzvahed, educado, los trabajos... y lo que está haciendo, nuestro hijo, el loco profesor, de 58 años, en un traje rojo bordeado de piel de conejo prometiendo Barbies y Ken y GI Joe a los gentiles? Volando en el aire como un buhonero en un trineo mágico... con un saco de juguetes colgando en su espalda... y los está regalando, Gertrude, los está regalando.

Y peor, ¿qué tal si después de matarme aprendiendo sus nombres me confundo u olvido alguno de mis renos? Lindo, Relámpago, Rosca y Mañoso... Trueno, Schwartzkopf y Corcoveador, como el nombre de algún bufete de abogados de Nueva York.

Compro una edición de La Víspera de Navidad de Clement C. Moore, un facsímil de la edición original de 1848, y escribo los nombres de los renos en mi agenda para referencia y estudio. Voy a la biblioteca en el centro y leo todo lo que puedo sobre la Navidad.

Comienzo a notar que cuando me hablo a mí mismo, me dirijo a mí como Santa. Trato de que esto no me moleste.

La amiga de Santa le dice que será un gran Santa. Que el "jo, jo, jo" de Santa es sólo una bravata, que ése no es el verdadero Santa Claus. Ese Santa es una persona privada, amoroso, dulce, de habla suave, que no va mucho a fiestas —sólo en Navidad— y que cuando lo hace, no se queda mucho porque siempre está pensando en su novela sin terminar.

Con tal estímulo, Santa se dirige a la oficina de Arriende un Santa a recoger su nuevo traje, su barba y sus instrucciones. También tiene que firmar un contrato. Y hay un conjunto de reglas que aprender de Arriende un Santa, algunas de las cuales ya se las habían dicho:

1. Nada de alcohol, drogas o fumar. Santa Claus no fuma cigarrillos porque su uniforme es inflamable y quiere dar un buen ejemplo a los niños y no incendiarse.

2. Santa Claus no acepta galletas ni pasteles para guardarlos en su bolsa de terciopelo rojo "para los renos".

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3. Santa no es un surrealista. Cuenta cuentos acerca del compartir. Cuenta cuentos que tienen un mensaje moral apropiado. En breve, Santa sigue la tradición. Charles Dickens por sobre Richard Brautigan.

4. Finalmente, llega a su trabajo a tiempo y ya con el uniforme puesto. No va primero al baño a "cambiarse", donde pueden verlo los niños.

*

* *

Santa pasa la noche en vela y al amanecer se da una ducha, se peina la barba.

Dos horas antes de tener que presentarse en el centro comunal, Santa hace algunos ejercicios: el saludo al Sol, la pose de la corona sagrada. Luego medita. A continuación Santa despliega su ropa y comienza a vestirse. Se imagina un torero preparándose para lo que Hemingway llama "el momento de la verdad".

Se pone la camisa y su buzo azul de vellón, al cual su amiga ajusta cuatro almohadas —adelante, atrás y a los lados. Luego se pone los calcetines y su pantalón de terciopelo rojo. Toma prestado un par de calcetines rojos de su amiga (un tamaño sirve para todo), y se los coloca encima de los suyos. Se ajusta las botas de goma de caña alta bordeadas de piel blanca. Su amiga le cose campanitas en las botas.

Cuando Santa está por fin listo, su amiga comienza a llorar. Ella ha ayudado a crear a Santa Claus, una fantasía de su niñez, y lo ha hecho en la privacidad de su propia casa. Aquí está él, tan real como cualquier Santa que ha conocido. Sólo que es su propio Santa. Santa sentado en su sofá. Y Santa está tan conmovido como su amiga. Se siente a sí mismo transformado.

—Soy el hombre más feliz del mundo—, dice Santa, sentado en el auto de su amiga camino al Centro Comunal Louden Nelson. De pronto escucha niños que gritan y chillan "¡Santa! ¡Miren, ahí está Santa Claus!" Una madre se para en medio de la calle arriesgando su propia vida y la de su niño para exclamar jadeando:

—¡Es Santa, Mickey, allí está Santa!

Deteniendo el tráfico, Santa agita los brazos y grita una y otra vez, "Feliz Navidad, feliz Navidad a todos. Y muy buenas noches a todos. ¡Y feliz Hanukkah también!"

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Traducción de Oscar E. Aguilera F. © 1966 con permiso del autor.

Jorge Arrate: Uñas Doradas

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Margarita Schultz

Identidad nacional en un ensayo de Borges

Jorge Luis Borges publicó en 1932 en su libro DISCUSIÓN un

ensayo titulado "El escritor argentino y la tradición". Mi referencia actual a ese ensayo quiere ser un acto de reflexión sobre un tema que se reitera: se trata de saber cómo debe escribir un escritor argentino para ser considerado escritor argentino. Es claro que el asunto toca a la cuestión de la identidad nacional. Por eso mismo, las reflexiones de Borges, más allá de los ejemplos circunstanciales, son válidas como problemática general. ¿Cómo debe escribir un escritor chileno para ser considerado escritor chileno? ¿Y un escritor brasilero? Examinemos la respuesta del literato y ensayista argentino Borges.

Borges aborda el tema a propósito de la comparación entre poesía gauchesca (MARTÍN FIERRO, de José Hernández) y poesía de los gauchos. La poesía gauchesca es tradición literaria. Borges afirma que la poesía gauchesca no es poesía de gauchos, sino de gente culta que busca lo que cree ser el "estilo de los gauchos, como José Hernández, Hilario Ascasubi, Estanislao del Campo. Estos escritores usan palabras de corte campesino, criollismos de todo tipo, para dar un tono, una atmósfera. Un recorrido simple por el MARTÍN FIERRO deja el siguiente resultado: sotreta, pago, quincho, espichar, achurar, entripao, mamao, conchabarse, bagual. (1) Se encuentran, además, numerosos ejemplos de escritura de la pronunciación criolla rural, tales como redamar (metátesis por 'derramar'), inorancia (ignorancia), estruido (instruido), recebir (recibir), etc.

Borges destaca, en el mismo ensayo, que los poetas populares campesinos, al contrario, "versifican temas generales: las penas del amor y de la ausencia, el dolor del amor, y lo hacen en un léxico muy general también..." La poesía de gauchos, dice Borges, no se encierra dentro de su terminología popular coloquial, sino que se esmera por parecer culta. El poeta popular asigna importancia a lo que hace, por ello escoge las palabras que estima importantes y desecha las expresiones populares. Se produce de este modo un cruce de intenciones, de actitudes no espontáneas.

Se presenta, ahora, una pregunta muy propia del tema de base: ¿cuál es la tradición argentina? ¿Es aquélla que busca criollismos para parecer argentina? Si se pudiera medir la identidad por los signos exteriores sería sencillo recurrir a los signos exteriores para producir 'identidad'. Pero, nos consta que no bastan, por ejemplo, el sombrero hongo, los zapatones y el bastón para mimar al legendario "Charlot", creado por Chaplin. Con esos elementos los imitadores llegan, habitualmente, a una lamentable parodia.

El asunto, al parecer, atañe a estructuras más hondas. Borges encuentra el espíritu nacional en un poema de

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Enrique Banchs, en una frase cuyos elementos no pertenecen al ambiente de Buenos Aires: "...EI sol en los tejados/ y en las ventanas brilla. Ruiseñores/ quieren decir que están enamorados". En Buenos Aires se encuentran terrazas y gorriones antes que tejados y ruiseñores. Sin embargo, dice Borges, está lo argentino en esa "dificultad que tenemos para las confidencias, para la intimidad" expresada en el poema.

Pedro Salinas (LA REALIDAD Y EL POETA) pensaba que "no hay temas poéticos", que es el poeta quien hace poéticas las cosas y por tanto cualquier tema puede serlo. Del mismo modo, diré, no se es 'escritor argentino' por hablar del gaucho o con una terminología supuestamente gauchesca. Sugiero recordar, por eso, un filme norteamericano, exhibido a fines de los '50, "El camino del gaucho", protagonizado por Rory Calhoun. Allí, paisajes, vestimentas, todo parecía coincidir con el ambiente rural argentino, pero se trataba de un lamentable desenfoque, de un manierismo sin gracia, exterior y ridículo. Con su proverbial ironía escribió Borges en el referido ensayo: " El culto argentino al color local es un reciente culto europeo que los nacionalistas deberían rechazar por foráneo." En verdad, escribir desde un lugar de un modo auténtico es escribir con naturalidad (una meta esquiva como el horizonte). La autenticidad no reside en la incorporación histérica de botas, bombachas, chambergos, cinturones con monedas, criollismos linguísticos de todo tipo, entre otras menudencias; por no mencionar taparrabos, vinchas y plumas. El empleo de esos elementos es, casi siempre, irreverente. Con esos artilugios sólo se consigue demostrar lo forzado de la búsqueda de identidad.

Precisamente, en "El escritor argentino y la tradición", Jorge Luis Borges realiza una especie de acto de contrición a propósito de su incurrencia en el uso del "color local". "Durante muchos años, escribe, en libros ahora felizmente olvidados, traté de redactar el sabor, la esencia de los barrios extremos de Buenos Aires; naturalmente abundé en palabras locales, no prescindí de palabras como cuchilleros, milonga, tapia, y otras, y escribí así aquellos olvidables y olvidados libros..."

En el Prólogo de 1969 a LUNA DE ENFRENTE, un volumen de poesía de 1925 (vale decir, anterior a DISCUSION) se lee: "Olvidadizo de que ya lo era, quise tambien ser argentino. Incurrí en la arriesgada adquisición de uno o dos diccionarios de argentinismos, que me suministraron palabras que hoy puedo apenas descifrar: madrejón, espadaña, estaca, pampa...". Quien haya recorrido esas páginas (FERVOR DE BUENOS AIRES, 1923, LUNA DE ENFRENTE, 1925, CUADERNO SAN MARTÍN, 1929) habrá notado cuán sensible es el pudor de Borges. Pues casi no es posible calificarlas como abundosas en "palabras locales".

Entonces ¿cómo debe ser la poesía para ser de alguna parte?. Transcribo uno de los poemas de Borges donde el color local está ausente, pero que habla de lo argentino con imponderable finura. El poema se denomina "El Sur", pertenece a FERVOR DE BUENOS AIRES.

Desde uno de tus patios haber mirado las antiguas estrellas, desde el banco de la sombra haber mirado esas luces dispersas que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar ni a ordenar en constelaciones, haber sentido el círculo del agua en el secreto aljibe, el olor del jazmín y la madreselva, el silencio del pájaro dormido,

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el arco del zaguán, la humedad -esas cosas, acaso, son el poema.

No sólo puede haber poesía en la enumeración (J. Prévert fue maestro en eso), también puede emerger de allí la identidad. Nombrar es la operación expresiva desde la que se comunica la sensibilidad poética, la identidad del "ver como".

Pese a su rechazo a los localismos Borges, en 1935, se incorpora al decir y al pensar de un habitante del arrabal de Buenos Aires. Un hombre del arroyo, el Pegador, quien cuenta la historia de Rosendo Juárez, en "Hombre de la esquina rosada". Allí hay una ambientación terminológica definida, búsqueda de color local. Enumero de modo incompleto los términos empleados por quien relata la historia a Borges (dentro del cuento): laos (lados), esperiencia (experiencia), acreditao (acreditado), paquete (elegante), chambergo (tipo de sombrero), peliar (pelear), hembraje (las mujeres)... (2) Mediante un recurso literario Borges salva la incorporación de localismos: alguien cuenta algo al escritor y ese alguien habla según su condición y educación, es alguien del arroyo, término con connotaciones peyorativas.

Escribir como argentino parece ser sinónimo de escribir 'según la tradición argentina'. En ese caso, escribir como argentino es escribir de muchas maneras. Esta afirmación se funda en la tradición misma. La tradición argentina es mixta, claramente sincrética, como la de muchos otros países latinoamericanos. Está hecha de nuestras raíces aborígenes (originarias) tanto ranqueles como quichuas, aymaras o diaguitas; está hecha, también, de nuestras raíces hispanas, de las francesas, inglesas, alemanas, polacas, libanesas.... Se trata de las raíces de todas las corrientes de inmigración que han ido poblando Argentina y han ido dejando sus nutrientes culturales. De todo eso estamos hechos.

El ensayo aludido aquí fue escrito en 1932. Resulta sorprendente, por decir lo menos, que el problema allí debatido siga penando más de sesenta años después. Reclamar por la intromisión de culturas foráneas en pro de la constitución de la identidad nacional envuelve el afronteramiento de la cultura. Trazar las fronteras de lo nuestro es un modo de confinar la creatividad, el pensamiento, los horizontes. Defiendo la identidad frente a la neutralidad despersonalizada; me parece crucial el reconocimiento de los valores de la tradición de la tierra en que se vive. Conmoverse con lo propio de Atahualpa Yupanqui a la vez que con "Ewigkeit" de Jorge Luis Borges.

Cuando el horizonte se representa como frontera se comienza a dar vueltas en redondo. El tema es complejo. Alguien, un escritor, dijo algo así "escribe sobre tu pueblo y serás universal". Suele ser el criterio adoptado por el Jurado que concede el Premio Nobel de Literatura. Bien, pero escribir ¿cómo?. Se puede pensar que las cosas, en este ámbito, no deben definirse tanto por la obsesiva búsqueda de la identidad nacional, como por la buena o mediocre escritura literaria.

Remito al lector al ensayo mencionado en estas líneas. Concluye así: "Creo que si nos abandonamos a ese sueño voluntario que se llama creación artística, seremos argentinos y seremos, también, buenos o tolerables escritores."

Ricardo López Pérez: Consideración Crítica de la Teoría de la Información

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(1) José Hernández: EL MARTÍN FIERRO. Ed. Peuser. Buenos Aires 1958. Los siguientes términos, sotreta, pago, quincho, espichar, achurar, entripao, mamao, conchabarse, bagual, aluden, respectivamente a: malandrín; la tierra natal, el lugar de uno; construcción de palos y cañas; morir, destripar con cuchillo, dejar las 'achuras' o vísceras afuera; resentimiento oculto; borracho; emplearse en un trabajo; salvaje e incivil

(2) Estos términos podrían figurar en el vocabulario del MARTIN FIERRO, de José Hernández.

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Jorge Arrate

Uñas doradas

— ¿Qué sientes al empelotarte? Hizo una mueca:

- Es mi pega. ¿Y tú al hacer la tuya? - contestó adusta. - Cabreamiento.

Se puso a reír.

- Yo no - dijo - Me agrada lo que hago.

Insistí:

- ¿Qué piensas al salir a escena? - Me paro bien derecha; soy bonita, creo. Ni miro, ni escucho. La pura música. - Y te sacas el vestido... - Desprendo el broche de atrás. - Lo corres... - El broche no. El cierre, hacia abajo. - ¿Y al sacarte el vestido? - Ya pienso en el sostén y en las medias. - Supongo que te da frío... - Córtala, abogado - dijo, pero sin enfadarse de veras - Me choreaste. No le hallo gracia.

El Flaco Espinoza se acercó a la mesa, me sentí obligado a informarlo:

- Le pregunto a Simone qué siente al mostrar todas las noches las pechugas y el traste.

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Nos observó por sobre los lentes. Volví a la carga:

- ¿Y el entrepiernas? ¿Por qué apagan las luces cuando te lo quitas? - El número perdería misterio, abogado - terció Espinoza.

*

Mi amigo Basilio me ofreció trabajo como locutor nocturno; acepté, para financiar mis estudios. Nos turnábamos semana por medio Basilio y yo.

Arrendamos un cuchitril cerca de la radio, a una cuadra de la calle San Diego.

En esos tiempos San Diego no había perdido del todo la tradición bohemia de los años treinta. De niño escuché a mi padre y sus amigos narrar historias de entonces; de poetas, de nazis, de socialistas. A comienzos de los sesenta, mientras los chilenos se preparaban para el Mundial de Fútbol, yo añoraba aquel San Diego del que tenía sólo memorias prestadas. Era ya un nostálgico, a los veintidós años.

Un periodista deportivo nos abastecía de entradas para las noches de boxeo en el Teatro Caupolicán. De las buenas, en el ring side. Allí, los miércoles, el que no tenía turno ostentaba su condición de bestezuela, embravecido por la furia del combate ajeno. Más era el griterío mientras mayor la potencia de los uppercut y la precisión de los rectos. Los bramidos de la multitud alcanzaban su pináculo al brotar la sangre o cuando uno de los gladiadores, los ojos mirando al vacío con expresión de derrota, próximo a estrellarse en el suelo, veía aniquilada la esperanza de escalar a golpes los últimos peldaños de su gloria.

Una noche Basilio se evadió de la radio para ver juntos la pelea estelar. Hubo knock out al primer round y, para aprovechar su escapada, invitó a un trago en "El Templo". En los meses siguientes el lugar se transformó en nuestra casa verdadera, el cuartucho quedó como dormidero. Y la escuela de leyes... Por culpa de "El Templo" trasnochábamos también la semana de descanso en la radio. Ambos reprobamos los exámenes a fin de año.

No me arrepiento.

*

- Cabrito -me dijo Basilio al oído-, prepárate para ver este cuero. - ¿Por qué hablas en secreto?

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- Porque todas estas pericas tienen un lacho que las aguaita.

El anunciador, pantalón negro, blanca americana y corbata mariposa, ligero acento del río de la Plata, era de una cursilería estudiada.

Acababa de pronunciar las palabras mágicas:

- Y ahora, damas y caballeros feligreses de "El Templo": la delicadeza del sutil strip tease de nivel internacional... ¡Sin secretos! ¡La princesa del pudor desnudo! ¡Simone! ¡La de las uñas do-do-do-doradasssss!

Desde un rincón surgía una música blanda. Oscura la sala, un haz luminoso destacó a una rubia cubierta por un largo atuendo negro recamado de lentejuelas.

El rayo de luz blanquecina, de improviso rosada, de pronto celeste, parecía acosarla. Simone se desprendió de su vestimenta ante la audiencia de bebedores de Cuba Libre y Gin con Gin, acompañados en las mesas por copetineras o actrices del desnudo.

Intenté escudriñar su rostro aunque el dorado intenso de sus uñas - de auténtico polvo de oro, decían - y sus pechos ya libres, de pezones precisos y cabales de tamaño, imantaban todas las miradas.

No pude descubrir emoción en sus ojos, que columbraba profundos, cercados por orillas negras tan opuestas al tinte del cabello. El color de las pestañas era el natural, el del pelo un artificio cosmético, supuse. Pero las piernas y las caderas, y el busto, eran de verdad.

Simone se despojaba de su diminuto calzón negro en pos del desnudo total. Justo entonces la luz se extinguió. Reventaron aplausos y hubo gritos de los defraudados. La orquesta atacó un ritmo ágil, predominante la percusión, el presentador demandó ovacionar a los músicos, dio gracias y cerró el espectáculo.

Los trasnochadores continuarían allí hasta el amanecer.

*

Ramón hacía de portero de "El Templo", vestido de gala, con una roja casaca abotonada llena de charreteras y galones, en la cabeza un bicornio. Era ancho, robusto, con la

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hipocresía suficiente para doblarse en inclinaciones de bienvenida a la clientela y recoger sus propinas cuando partían. Tenía la fuerza para emprenderlas a empujones con cualquiera, si era indispensable; poseía la técnica para aplicar un recto demoledor a la cabeza de los devotos del perro muerto o de los fastidiosos con las señoritas.

El Flaco Espinoza era el jefe, talvez el dueño, si bien sospecho que sólo administraba el capital ajeno. Petizo, muy delgado, con anteojos para corregir la miopía, ex monarca nacional de los moscas. Una leyenda viviente. Pagaba los sueldos, hacía la caja, seleccionaba a las postulantes.

Lo mejor para él: era el amante de Simone.

Y ella, admirada por todos y todas, blonda como Marylín, con las uñas do-do-do-doradassss...

Yo aterrizaba alrededor de las ocho. A esa hora Ramón, aún sin disfraz, ponía orden en el salón y al llegar el primer músico ensayaba el micrófono y los amplificadores.

- ¡Hola, abogado! - voceaba.

El Flaco, por su parte, me hacía sentir en confianza, era cordial. Simone, sonriente, imprimía sus labios en mi mejilla:

- ¿Cómo está mi defensor?

Sin importarles en qué curso iba o cuáles materias había aprobado, mis amigos me consideraban ya jurisconsulto. Hacían bien. La verdadera abogacía es una disposición favorable a lo justo y lo justo va de la mano con lo que se ama.

Ellos no podían adivinar entonces que nunca terminaría mis estudios de derecho, pero intuían lo esencial: mi vocación era y ha sido siempre la abogacía. He ejercido hasta hoy como locutor de radio y relator de boxeo sólo para ganarme el sustento.

*

En "El Templo" yo ocupaba una de las mesas de atrás, próxima al guardarropas. Simone se sentaba junto a mí. Conversábamos.

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A veces el Flaco Espinoza acarreaba papeles y hacía cuentas, concentrado en medio de la humareda, inmune a las risas y la música, ausente de nuestras pláticas.

Al ser convocada para salir a escena, Simone hundía sus uñas en mi pelo y las deslizaba con lentitud, como en un rito, antes de pasar por el camarín para los retoques.

Esa noche, en cuanto inició su actuación me mudé a la primera fila y aceché su desvestirse. Sus respuestas no me habían satisfecho; pero nada pude descubrir en la hermosura de ese imperturbable rostro. Su cuerpo expresivo, en cambio, incitaba a los contempladores a pecaminosas fantasías, ocultas en la mirada de los tímidos, nítidas en las voces ardientes de fascinación y procacidad de los intrépidos.

*

Era medianoche, Simone se hallaba en mi mesa; bebía un té. Observábamos a los bailarines, mientras un trío de guitarristas con voces atipladas, lamentosas, cantaba un bolero: "yo no comprendía/ como se quería/ en tu mundo raro/ y por tí aprendí..."

- Esos dos allí, son ratis - dijo Simone.

No puse atención.

Un par de horas después, pronta ella para desnudarse una vez más y culminar la velada, oímos el barullo.

Uno de los tiras zamarreaba a una muchacha.

Todo ocurrió muy rápido y nunca pude indagar detalles. El Flaco Espinoza emergió de la oscuridad y se trenzó con el acompañante del agresor. Lo lanzó lejos de un izquierdo a la mandíbula. El otro tira extrajo un arma de su pistolera y apuntando al Flaco gritó:

- ¡Quieto, mierda! - ¡Suéltala, hijo de puta!

Los parroquianos huían, las cuentas impagas, acobardados.

- Estás detenido, cabrón - dijo el tira, encañonando al Flaco - Por agresión a un oficial y

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desacato.

Espinoza atrapó la mano que sostenía la pistola y, cuando la bala rebotaba en las baldosas de la pista de baile, encajó un jab de derecha al pómulo de la autoridad.

- ¡Arráncate, Flaco, arráncate!

Ramón lo empujó a la calle. Después, atendió a los tiras, contusos y con su amor propio agraviado.

Pronto el Flaco fue descubierto en la sede de la radio, a unas cuadras de allí, donde decían se había hecho fuerte. Vehículos policiales cercaron la manzana y desviaron el poco tránsito de aquella hora. Los noctámbulos comenzaron a aglomerarse.

Alboroto, bocinazos, ulular de sirenas. Fulgor de luces en los departamentos y casas vecinas.

*

Entramos a un bar. En las puertas, los clientes espiaban los acontecimientos con sus vasos en la mano. Pedí el teléfono.

- Aló, Basilio. Escucha y trasmite un extra con esta noticia: dos policías provocaron una riña hace una hora en "El Templo". Medio borrachos intentaron golpear a una señorita y al gerente y usaron un arma en su contra. Ambos escaparon con vida. Varios testigos anuncian declaración en el caso, ¿oíste? Llama a otras radios y avisa al "Bosco" para que se vengan los periodistas. ¿Ustedes están bien?

No esperé respuesta; abracé a Simone por la cintura:

- Tranquila.

Avanzamos hasta donde pudimos. Un tipo canoso recitaba por un altavoz:

- ¡Escuchen con atención! ¡Entréguense ahora! Salgan todos con las manos en alto y deténganse en la puerta. Sin moverse.

No hubo respuesta. Las ventanas de la radio permanecían oscuras.

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- ¡Esperaré tres minutos y no más! - amenazó el policía.

Me acerqué y grité:

- Inspector, soy el abogado del señor Espinoza. - ¿Quién es Espinoza? - El caballero agredido por sus hombres.

Me fulminó con la mirada.

- Tengo testigos. En este minuto todas las radios difunden la noticia, señor. - Cállese o lo hago detener. - Soy el abogado - argüí. - Una palabra más y lo mando preso.

Simone me tironeó:

- Abogado, tú tranquilo, por favor.

Vi gente en las ventanas, en la calle, en los alrededores de las cervecerías de la cuadra.

*

- ¡Faltan treinta segundos! - peroró el policía - ¡Hombres! ¡Aprestarse para el operativo!

Una veintena de detectives armados y con chalecos antibalas se desplegaron contra los muros.

Entonces Simone se desprendió de mí, forzó su paso entre dos Carabineros y avanzó hasta el centro de la calzada.

Sacó con su mano izquierda el broche superior del vestido, bajó el cierre y con un impulso de sus hombros botó la prenda a sus pies. Con las dos manos atrás desprendió el sostén, luego soltó las ligas, deslizó las medias hacia abajo y, por fin, se desnudó por completo.

La noche se transformó en enorme escenario con el alumbrado de la calle como candilejas, la suma de pequeños ruidos nocturnos como melodía de fondo; una híbrida audiencia

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insomne, anonadada. Hubo una parálisis, un gran silencio humano quebrado tan sólo por los sonidos de las cosas.

Nadie se movió frente a Simone desnuda, espejo su cuerpo - ¡y sus uñas! - del resplandor de las farolas y de los reverberos, rojos y azules, disparados por los faros giratorios de los autos policiales.

Un murmullo; miradas hacia el pavimento, a las estrellas, a la palma de las propias manos o a la punta de los zapatos. Entre vergonzosas y humilladas. La concurrencia se privaba, por propia decisión, del deleite de observar tanta belleza.

Creí ver lágrimas en los ojos de Simone, la adiviné indefensa.

Unos fotógrafos hicieron relampaguear sus Canon. Los mirones comenzaron a lanzar imprecaciones en su contra.

El jefe gritó:

- ¡Hombres, atrás!

Después de todo, era un tipo criterioso.

Corrí hacia Simone, nadie me detuvo. Su cuerpo buscó asilo en el mío, afirmó su frente en mi hombro y dijo en tono casi inaudible:

- Tápame...

La cubrí con mi saco y recogí sus prendas, una a una.

*

En el cuartel cercano pactamos olvido: ni arrestos, ni denuncia.

- Flaco, ándate a la casa - dijo Simone a Espinoza, sin aguardar réplica.

Hizo una seña a Basilio y Ramón para que lo acompañaran.

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Se tomó de mi brazo y anduvimos varias cuadras hacia Vicuña Mackenna, sin apresuramiento ni ruta convenida.

- Estuviste grande, abogado - dijo Simone.

Me sentí orgulloso.

- Tú - dije.

Caminamos un rato en silencio. Eran las cinco, arreboles sobre la cordillera amenazaban con la luz del día.

Vi condescendencia en sus ojos. Por eso me atreví:

- ¿Qué sentiste al empilucharte? - Un poco de vergüenza...

*****

Jorge Scherman Filer: Alter ego

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Ricardo López Pérez

Consideración Crítica de la Teoría de la Información

RESUMEN

De vuelta en un tema de larga permanencia en el estudio de la comunicación, este artículo destaca algunas características y elementos importantes presentes en la génesis de la teoría de la información; y recorre parte de las críticas que ha recibido. Su objetivo es mostrar como una propuesta de alcance muy acotado y en extremo vulnerable a la crítica, se convirtió en un referente obligado, llegando a tener un sentido paradigmático. La proposición final indica que la persistencia en mantener este marco de referencia, ha puesto severas dificultades a los esfuerzos por comprender la comunicación desde una perspectiva psicológica y social.

Un antecedente obligado en el estudio de la comunicación ha sido por mucho tiempo la llamada teoría de la información, formulada a finales de los 40 por el ingeniero Claude E. Shannon. En su intención original esta teoría es de un alcance muy acotado, debido a que se refiere sólo a las condiciones técnicas que permiten la transmisión de mensajes, pero eso no impidió que lograra una amplia repercusión y terminara elevada a la calidad de paradigma. En su primera versión apareció en el Bell System Technical Journal de octubre de 1948, perteneciente a la Bell Telephone Laboratories, organización a la que Shannon se encontraba profesionalmente ligado. Poco después el sociólogo Warren Weaver redactó un ensayo destinado a enfatizar las bondades de esta propuesta, que fue publicado junto al texto anterior en julio de 1949.

El trabajo de Shannon se titula The Mathematical Theory of Communication, y el de Weaver Recent Contributions to the Mathematical Theory of Communication. En

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conjunto dieron lugar a un pequeño libro que tomó el título del primero de ellos. De este modo, la unión de dos textos y de dos disciplinas diferentes produjo una obra de referencia duradera en el campo de la comunicación. Lo habitual es que se aluda a estas concepciones como el modelo de Shannon y Weaver o como la teoría de la información.

El especialista norteamericano Bernard Berelson en una revisión sobre el estado de la investigación, ubica tempranamente esta teoría dentro de un grupo de "aproximaciones menores", para diferenciarlo de las grandes líneas que han determinado la orientación de los estudios. Este calificativo implica poner de manifiesto su escasa influencia sobre la evolución posterior de la investigación comunicacional, (1959). En lo que se refiere al desarrollo teórico en el área esta afirmación puede ser aceptada. Efectivamente la teoría de la información no se ha mostrado muy fértil en cuanto a estimular nuevos desarrollos teóricos, pero hay otros aspectos en que su presencia es muy sensible. Las ideas no siempre se popularizan por su consistencia o sus propiedades heurísticas. No son pocas las ocasiones en que determinadas interpretaciones, convertidas en creencias de cómoda asimilación, adquieren respaldo y notoriedad, sin que sus méritos les permitan superar las barreras de una crítica más cuidadosa y exigente.

La teoría tiene una expresión gráfica de notable sencillez:

mensaje señal señal mensaje

FUENTE TRANSMISOR CANAL RECEPTOR DESTINO

Fuente de Ruido

A continuación Weaver hace la siguiente descripción:

En la figura se presenta simbólicamente un sistema de comunicación. La fuente de información selecciona a partir de un conjunto de posibles mensajes el mensaje deseado. El transmisor transforma el mensaje en una señal que es enviada por el canal de comunicación al receptor.

El receptor hace las veces de un transmisor invertido que cambia la señal transmitida en un mensaje y pasa este mensaje a su destinatario. Cuando yo hablo con usted, mi cerebro es la fuente de información, el suyo el destinatario, mi sistema vocal es el transmisor, y su oído, con su octavo par de nervios craneanos, es el receptor.

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Infortunadamente, es característico del proceso de transmitir la señal que se agreguen a ésta ciertas cosas que no son proporcionadas deliberadamente por la fuente de información. Estos aditamentos indeseados pueden ser distorsiones de sonido (en telefonía, por ejemplo), o estáticos (en radiotelefonía), o distorsiones de la forma o sombreado de una imagen (televisión), o errores de transmisión (telegrafía o facsímil). Todos estos cambios en la señal pueden ser llamados ruidos.

Los problemas que han de estudiarse en un sistema de comunicación tienen que ver con la cantidad de información, la capacidad del canal de comunicación, el proceso de codificación que puede utilizarse para cambiar el mensaje en una señal y los efectos del ruido, (1984, pág.36).

A lo largo de este movimiento orientado linealmente se encuentra un conjunto de componentes que pueden ser distinguidos en forma precisa, por su ubicación y su función. Fuente: Componente de naturaleza humana o mecánica que determina el tipo de mensaje que se transmitirá y su grado de complejidad. Transmisor: Recurso técnico que transforma el mensaje originado por la fuente de información en señales apropiadas. Canal: Medio generalmente físico que transporta las señales en el espacio. Cumple una función simple de mediación y transporte. Ruido: Expresión genérica utilizada para referirse a variadas distorsiones originadas en forma externa al proceso de comunicación. Receptor: Recurso técnico que transforma las señales recibidas en el mensaje concebido por la fuente de información. Destino: Componente terminal del proceso de comunicación, al cual está dirigido el mensaje. Es el elemento decisivo para pronunciarse sobre la fidelidad de la comunicación.

A poco andar estos términos pasaron a formar parte de la jerga comunicacional y aun del lenguaje corriente, desarrollando una existencia propia, con independencia del marco explicativo en que tuvieron origen. Comenzó a ser común hablar de fuente, emisor, mensaje, canal, destinatario o receptor. Su representación gráfica se ha usado una y otra vez agregando o quitando algún elemento, pero siempre manteniendo su apego a una estricta causalidad lineal. A título de ejemplo, se puede mencionar la propuesta de David K. Berlo, publicada en 1960, de gran aceptación en círculos académicos; y los intentos de Wilbur Schramm en la década del 70, por interpretar desde la teoría de la información el proceso de la comunicación humana y los medios de comunicación social, (Berlo, 1981; Schramm, 1982).

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Del mundo de los cables telefónicos se saltó a las interacciones humanas sin demasiadas precauciones; y corresponde sin duda a Warren Weaver el mérito de haber sacado esta teoría desde los restringidos límites de la dimensión técnica, dotándola de universalidad. Su esfuerzo fue sin duda deliberado:

Este trabajo se aplica en primera instancia sólo al problema técnico, pero la teoría tiene una significación más amplia. Para comenzar, el significado y la efectividad están inevitablemente restringidos por los límites teóricos de la exactitud en la transmisión de símbolos. Más aun, el análisis teórico del problema técnico pone en evidencia que éste se superpone a los problemas semánticos y de efectividad más de lo que se podría sospechar, (1984, pág. 35)

Weaver alude concretamente a los tres niveles en que tradicionalmente se abordan los problemas de la comunicación: Técnico, semántico y pragmático. Cada nivel se abre en una dimensión de análisis e interpretación diferentes. En el nivel técnico se enfrentan problemas relacionados a la fidelidad con que cierta información puede ser transmitida desde un emisor a un receptor, en el nivel semántico se estudian cuestiones relativas al significado e interpretación de un mensaje; y en el nivel pragmático se enfoca la comunicación desde el punto de vista de sus consecuencias en el comportamiento manifiesto de las personas.

Weaver advierte que estamos en presencia de un modelo de gran alcance y no disimula su entusiasmo:

La teoría matemática de la comunicación es tan general que no es necesario decir qué clase de símbolos se consideran: Si se trata de palabras o letras escritas, de notas musicales, de palabras habladas, de música sinfónica o de imágenes. Las relaciones que la teoría revela se aplican a todas estas formas de comunicación y a muchas otras. La teoría está tan imaginativamente motivada que se ocupa del núcleo interior mismo del problema de la comunicación, (1984, pág. 43)

Todo esto ocurre en circunstancias de que el propio Shannon en su escrito original, había establecido expresamente el carácter restringido de su posición, atendiendo a su particular orientación profesional:

El problema de la comunicación consiste en reproducir en un punto, sea exacta o aproximadamente, un mensaje seleccionado en otro punto. Frecuentemente el mensaje

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tiene significado; éste se refiere o está correlacionado con algún sistema con ciertas entidades físicas o conceptuales: Estos aspectos semánticos de la comunicación son irrelevantes para los problemas ingenieriles. El aspecto significativo es que el mensaje actual es seleccionado de un conjunto de posibles mensajes. El sistema debe ser activado para operar cada posible selección, no sólo de la que fue elegida sino también desde una desconocida en el momento de ser activada, (Shannon y Weaver, 1964, pág. 31)

Es evidente que en su origen la propuesta de Shannon es completamente ajena a la comunicación desde una perspectiva social. Aquí no están directamente comprometidas ni personas ni grupos. No hay interacciones, influencias, emociones, percepciones, aprendizajes u otros elementos de carácter psicosocial. No aparecen variables de tipo situacional, como tampoco aparece la cultura en ninguna de sus manifestaciones.

En síntesis, tal como fue concebido, este modelo no se refiere a las personas como protagonistas de la comunicación, sino al proceso desde la perspectiva de sus aspectos mensurables, al estudio de las condiciones idóneas de transmisión de información entre máquinas; y al cálculo del volumen o pérdida de la información transmitida a través de un canal. Nada de esto, sin embargo, restó energía al sociólogo Weaver ni impidió su popularización y posterior aplicación para representar distintas expresiones de la comunicación humana. Su esquema simple, de fácil adaptación, y su apariencia de objetividad, abrieron las puertas para una divulgación exitosa. Esto se expresó en forma manifiesta en la adopción amplia de su terminología, y como una contribución a la forma analítica y descontextualizada de interpretar el proceso de la comunicación.

Weaver ha forzado las cosas hasta un punto difícil de aceptar. Hablar de un aparato telefónico como transmisor y de un cable como canal, es muy coherente en un contexto ingenieril. El teléfono efectivamente transforma la presión del sonido de la voz en una señal eléctrica, y gracias a esto se produce la comunicación a distancia desde un punto de vista técnico. Pero homologar esos elementos, por ejemplo, por el "sistema vocal" o el "octavo par de nervios craneanos", es un paso arriesgado. Privilegiar los problemas de codificación, magnitud de la información y capacidad del canal, es poner la experiencia de la comunicación por debajo de su complejidad y riqueza.

La teoría de la información es con toda propiedad una teoría de la transmisión, bien adaptada para responder a los requerimientos técnicos de una empresa telefónica, pero incapaz de servir de marco explicativo para una experiencia social como es la comunicación interpersonal.

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Lo anterior es muy evidente, dado que una de las claves de este modelo es el concepto de información, que adquiere en este contexto un significado muy preciso. No se trata de alguno de sus sentidos habituales, como noticia, dato o testimonio, sino de una magnitud estadística, abstracta, que califica el mensaje con absoluta independencia del significado que pueda tener para las personas que participan en una interacción. Se trata de una información ciega en el contexto de un modelo telegráfico de la comunicación, tal como lo sostiene Yves Winkin, (1982).

En la actualidad prácticamente no se encuentra un texto especializado de orientación social en que no se aborde críticamente el examen de esta teoría. Yves Winkin resume la posición de los autores de la universidad invisible, que incluye a pensadores tan prestigiosos como Gregory Bateson, Ray Birdwhistell, Edward Hall, Erving Goffman, Don Jackson y Paul Watzlawick, mostrando su clara coincidencia abandonar este modelo. Winkin resume las cosas del siguiente modo:

Dicho consenso se funda en una oposición a la utilización en las ciencias humanas del modelo de la comunicación de Shannon. Según estos investigadores, la teoría de Shannon ha sido concebida por y para ingenieros de telecomunicaciones, y hay que dejárselas a ellos. La comunicación debe estudiarse en las ciencias humanas según un modelo que le sea propio. Estos investigadores estiman que la utilización del modelo de Shannon en lingüística, antropología o psicología ha conducido al resurgimiento de los presupuestos clásicos de la psicología filosófica sobre la naturaleza del hombre y de la comunicación. Según ellos, la concepción de la comunicación entre dos individuos como transmisión de un mensaje sucesivamente codificado y después decodificado, reanima una tradición filosófica en la que el hombre se concibe como un espíritu enjaulado en un cuerpo, que emite pensamientos en forma de ristras de palabras. Esas palabras salen por un orificio ad hoc y son recogidas por embudos igualmente ad hoc, que las envían al espíritu del interlocutor, el cual las analiza y extrae su sentido. Según esta tradición, la comunicación entre dos individuos es, pues, un acto verbal, consciente y voluntario, (1982, págs. 20 y 21).

Precisamente, en este ambiente intelectual, la pragmática de la comunicación, con seguridad un enfoque de gran desarrollo teórico ya a partir de los 70, marca un quiebre que implica saltar fuera del modelo de causalidad lineal, y avanzar hacia un planteamiento interaccional de perspectiva antropológica y circular. Una elemental consideración de los axiomas exploratorios de la comunicación, reposiciona todo el estudio de la comunicación interpersonal respecto al modo como se desprende del modelo de Shannon

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y Weaver, (Watzlawick y otros, 1982, cap. 2). Paul Watzlawick renuncia a todo intento de atomizar la investigación apoyándose en otras categorías de análisis:

Sin embargo, no nos parece solamente permitido sino imprescindible el concebir la tríada emisor-signo-receptor como la unidad más pequeña de cualquier análisis pragmático y el tratarla como invidisible. (...) Es inútil analizar la relación entre emisor y signo sin tener también en cuenta al receptor y su reacción, o la relación entre el receptor y signo dejando de lado al emisor. (...) De esta forma se ha dado un paso decisivo: Nuestra perspectiva se desplaza del individuo hacia la relación entre individuos como fenómeno sui generis, y en el momento en que esto sucede entramos en conflicto con viejas concepciones del hombre y su comportamiento, (1992, pág. 12).

Surge ahora una mirada de carácter constructivista, que se opone a cualquier pretensión de concebir la realidad como independiente de la experiencia, y con una existencia asegurada más allá de la intervención de los observadores y de la comunicación. Las ideas no discutidas de neutralidad y de objetividad, siempre implícitas en el modelo de Shannon y Weaver, pierden desde este momento su alto valor tradicional, (Watzlawick, 1993; Watzlawick y Krieg, 1994).

Así, las críticas han ido surgiendo por todas partes. En Europa el lingüista Bernard Rimé de la Universidad de Lovaina, asociado a las investigaciones del psicólogo social Serge Moscovici y a la Escuela de Ginebra, formula el siguiente planteamiento:

Este modelo sirvió de base al estudio psicológico del lenguaje y de la comunicación, llevado a cabo desde 1952 con el nacimiento de la psicolingüística. Sin embargo, presenta un límite que implicará graves consecuencias para la orientación de estos trabajos. Inspirado en las máquinas, este modelo hará que los investigadores desprecien el hecho de que la fuente y el destinatario son los seres humanos y que entre ellos, en la comunicación, se establece una relación psicosocial. Los psicolingüístas han puesto entre paréntesis la cuestión del locutor, del auditor y de la interacción de sus expectativas, características, actitudes, intereses y motivaciones, para preocuparse únicamente de las operaciones de codificación y desciframiento, (1984, pág. 536).

También el gran pensador canadiense Marshall McLuhan se refiere al modelo de Shannon y Weaver, atribuyéndole una inusitada importancia. En un libro póstumo, en que aparece en calidad de coautor con su hijo Eric, retoma la crítica señalando que la influencia de este modelo ha sido poderosa, al extremo de constituirse en el punto de referencia privilegiado

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de toda la teorización occidental sobre comunicación. Sostiene McLuhan:

El modelo de comunicación de Shannon-Weaver, base de todas las teorías occidentales contemporáneas de los medios informativos y de comunicación, tipifica la tendencia lineal del hemisferio izquierdo. Esta es una especie de modelo de plomería de un recipiente de hardware para un contenido software. Subraya la idea de "dentro" y "fuera" y presupone que la comunicación es una especie de apareamiento real y no de creación resonante. ( ... ) El modelo Shannon-Weaver y sus derivados siguen la pauta lineal de la causa eficiente: La única forma secuencial de causalidad, (1990, págs. 99 y 100).

La influencia de este modelo ha sido importante. McLuhan le atribuye la responsabilidad de provocar una particular interpretación de los fenómenos comunicacionales, en términos de un transporte secuencial y lineal de datos como simples contenidos destacados, pasando por alto completamente el campo de los usuarios y de la sensibilidad. Cuestiona también el haber condenado al olvido todos los efectos laterales que siempre posee un sistema de comunicación, pretendiendo que un canal puede ser concebido como un recurso neutro. Los tres conceptos que McLuhan utiliza con mayor frecuencia para calificar el legado de Shannon y Weaver son lineal, secuencial y lógico.

Desde luego, si nos atenemos a la fuerza de toda esta crítica y a la autoridad intelectual de sus autores, no parece quedar nada que nos permita seguir insistiendo en su vigencia. En el plano de las ideas, el modelo de Shannon y Weaver está superado para las ciencias sociales, pero no podemos dejar de reconocer el hecho de que este modelo, excesivamente analítico, lineal, causal, verbal y descontextualizado, ha sido por décadas una poderosa influencia para quienes se ocupan de la comunicación. Permitió visualizar, medir y objetivar elementos de un proceso continuo e interconectado. Petrificó el movimiento y lo hizo accesible. Ciertamente, no se trata de una influencia siempre abierta, sino lo contrario. Sin que se lo recuerde explícitamente, sin que sea citado con toda formalidad, sin que habitualmente se mencionen los nombres de sus autores, su presencia ha dejado hasta hoy una huella evidente. Esto, por lo demás, está implícito en el mismo hecho de que haya suscitado tanta energía crítica. No se explica que autores de conocida respetabilidad intelectual, dediquen toda esa tinta para referirse a un modelo que sólo pasó sin impresionar a nadie.

En último término, la fuerza de este modelo está en haber proporcionado una terminología pegajosa de fácil aplicación, y un marco conceptual simple que inadvertidamente se instala en el discurso de divulgadores y pedagogos cuando eligen la comunicación como

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centro de sus preocupaciones. Al final, se trata de una herencia que más que ayudarnos a reconocer y comprender la profundidad de la comunicación como fenómeno psicológico y social, nos ha mantenido alejados de ella.

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Marjorie Agosin

El Consejo de las Hadas (Selección)

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Jorge Scherman Filer

ALTER EGO

Su Excelencia:

Un ruido de pájaros metálicos acezando la ciudad me despertó al alba y me encontré de súbito rememorando mi propia encrucijada -ya había pensado en su Señoría en las últimas semanas. Toqué el campanil de oro para apurar a misiá Eleonora, le pedí que preparara mi baño y evitase la entrada de cualquier intruso a mi gabinete durante la siguiente hora. Necesitaré silencio y un esfuerzo de frialdad, convicción y carencia de pudor para animarme a escribirle estas rápidas líneas, las que espero no tome a mal dentro de sus importantes actividades y cruciales decisiones que habrá de tomar este día.

Tenga a bien creer en mis desinteresadas intenciones tras los fundamentos de estas palabras. Espero además de su Señoría, hombre conocedor de las miserias del alma humana, el reconocimiento en ellas de mis más sinceros y descarnados sentimientos. Por favor, ningún motivo lo conduzca a pensar en una demanda de complicidad entre seres desolados.

Una revisión de nuestros actos nos llevaría de seguro a concluir ora de algunas cercanías, ora de nuestras profundas distancias. Y si he de serle franco, más allá del paso del tiempo, en más de un ámbito lo he juzgado con dureza, mientras para su Excelencia y sus partidarios yo soy sólo digno de alabanzas: las más de las veces me parecen exageradas y, sobre todo, me siento un mero estandarte para alimentar un odio contra los míos que jamás habré de compartir.

Pero sería esta mañana un sin sentido ahondar en estas materias. En la condición en que me encuentro me siento protegido, estoy al menos al resguardo de mis más enconados enemigos. Pero más de alguno de sus nietos y bisnietos -me dirá su Señoría-, continúan

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denostándolo. Si he de mantener mi promesa de hablarle sin dobleces, sus fulminantes anatemas ya no me ofenden, mi preocupación se centra ahora tan sólo en su Excelencia.

Ya habrá adivinado el por qué de esta misiva. Mis razones son estrictamente personales: hace décadas que el papel de héroe o de cobarde supera mi entendimiento y mis emociones.

A pesar del tránsito hacia mi muerte todo fue similar a la víspera. Si no fuese por mi profunda pena por la ausencia de mis seres queridos y mi desazón al irme a dormir sin el beso de despedida de mi esposa, al principio me sentí aliviado. Pero pasados unos meses, mi nombre fue desapareciendo de las conversaciones, de los titulares de la prensa, y se fue trasladando a los textos en versiones carentes de sensibilidad hacia mi persona. Siento que al olvidarme como ser humano no han hecho más que agraviar mi memoria. Así, pasados los lustros y las décadas, me fui sintiendo un paria. De cuando en cuando reaparecía en alguna sesión del Congreso o en una discusión en los claustros universitarios. Nadie osó hablar de mi angustia infinita tras éste, mi creciente aislamiento, mi impotencia mientras una y otra vez hacían trizas la República.

Pero esto pertenece a un ayer inútil. Creo, sin embargo, que habrá de tener en el presente algún sentido decirle a su Señoría que intentar la justificación de la labor encomendada aduciendo nobles intenciones -comprenderá que le hablo desde mi modesta perspectiva- es la más engañosa de todas mis experiencias. Estará quizás pensando en que su deber con la Patria le obliga a no ceder ante los conspiradores. Pues verá, cualquiera sea su decisión final y lo que le depare el destino, nuestro autoproclamado patriotismo es una mera ilusión, y me atrevería a usar la palabra desatino.

Habrá escuchado o leído su Excelencia el lugar común de que nuestro oficio es el arte de lo posible. Pues bien, me he dado cuenta con el paso de los años que si hemos de hacerle honor a la verdad y dejar de lado los eufemismos, la nuestra constituye en la actividad más ególatra.

¿Qué debo hacer yo en este preciso momento para salvar a la grey?, de seguro se estará cuestionando su Señoría. Si la revisa con detención verá que la pregunta es de por sí del todo insincera. Tan sólo desde la soberbia es posible hacérsela sin captar el egoísmo subyacente. Me costó aceptarlo, pero la anterior era una disyuntiva errada. Los más de mis amigos y partidarios me habían ido dando la espalda con una frialdad que me destrozó el alma, ofendiéndome al quebrantar sus lealtades y, lo más notable, exigiéndome algunos

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una dureza que sólo hubiese servido para corroborar sus ignominiosas acusaciones de ser un gobernante autoritario. Pero nada dependía ya de mí a esas alturas, y seguí pensando ilusamente en mi deber con la Patria, cuando en verdad me encontraba hacía mucho tiempo abandonado.

Han tenido, sin embargo, la osadía de acusarme de haber atentado contra mi vida. Si he de hacerle honor a la verdad ni yo mismo lo recuerdo. Desconozco si me suicidé aquel día o si me morí de viejo anhelando la oportunidad de comunicar a alguien como su Señoría estas postreras reflexiones.

Espero que tenga a bien considerar mis palabras escritas bajo la presión de los acontecimientos que hoy se desencadenan, pero la mañana avanza, y quiero hacérselas llegar antes de que sea demasiado tarde.

Mis respetos a Su Excelencia, suyo

José Manuel Balmaceda

Jorge Scherman Filer: Gallinita ciega

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José Manuel Balmaceda Fernández

Presidente de Chile entre 1886-1891

El conflicto de poderes entre el Ejecutivo y el Legislativo en esa época, llegó a su punto culminante cuando el Congreso depuso al mandatario y estableció una Junta de Gobierno en la ciudad de Iquique, en el norte del país. El Congreso recibió el apoyo de la Escuadra, en tanto que Balmaceda fue apoyado por el Ejército. Estalla así la guerra civil, que culmina con la derrota de las tropas de gobierno en las sangrientas batallas de Con-Cón y Placilla, el 21 y 28 de agosto. La capital fue saqueada y el Presidente Balmaceda se refugió en la Embajada de Argentina, donde se suicidó el 1 de septiembre de 1981.

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Jorge Scherman Filer

Gallinita Ciega

La venda que te han trenzado sobre los ojos te salva de la arena. El sol y la sal lastiman tus labios resecos. Te hacen arder las grietas sangradas. A lo lejos, vacilante, apenas oyes el mar, el mar y su brebaje espumando la interminable playa. Y sabes que es octubre, cualquier día de octubre y adivinas la encrucijada: no asistirás de nuevo a un cumpleaños de tu madre. Has pedido, en un acto de orgullo, de miedo solapado, que te retiren las cadenas: caminarás sola, les has exigido, disimulando tus ansias de ver a tu hija intentando ganar en el mismo juego, caminarás sola hasta encontrar el espacio donde descansará finalmente tu cuerpo doblegado. Quieres ver a tu pequeña tanteando hasta encontrar a su amiguita medio escondida tras la gruta cuidada con esmero donde termina el patio, tras la virgen de yeso mostrando inocente la túnica celeste bajo el parronal.

Los soldados imberbes arrastran las botas sobre el caliche; escuchan la orden de detención; miran a su superior; se forman apenas separados uno al lado del otro; apoyan en el suelo los fusiles pegados a la entrepierna y esperan tensos el momento que tanto hubieran deseado soslayar.

A pesar del tanteo de la arena con la punta de los pies, de tu cabeza ya vaciada de estériles pensamientos, te adivinas altiva, excepto por la preocupación de no caer antes de tocar la muralla, girar, apoyar la espalda suavemente contra los ladrillos de adobe quién sabe cuántos siglos atrás levantados por los aymarás. Tu mano izquierda palpa la dureza de una tierra desgreñada por el paso del tiempo, vuelves a estar segura de que sigue siendo octubre, que tu hija no fue capaz de dar con su compañera y sus manos yacen sobre la cabeza de la virgen, que se ha sacado su propia venda y comienza a llorar de rabia. Te apenas de que haya perdido el juego y gritas en voz alta que por favor te liberen de la oscuridad: no partirás sin verles las caras. Sáquenmela, dices ocultado el remezón interior colmando cada uno de tus músculos agarrotados, si no serás tu misma -tu voz casi no se oye-, quien desgarrará el paño de tu forzada ceguera.

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El capitán conmina a los reclutas a preparar la armas desdeñando las súplicas y amenazas de la mujer. Va a dar la orden de que levanten los fusiles, pero percibe una mirada clavada en la mejilla, da vuelta la cabeza, descubre a la prisionera retirándole la vista y luego el desplazamiento de sus pupilas fijadas un instante en cada uno de los soldados. Los jóvenes reclutas tiemblan al sentirse observados. Vuelcan la cara hacia el oficial. Ya nos ha visto, señalan esas miradas, el simulacro ya no tiene sentido. El hombre desenfunda la pistola; la alza hasta la altura del pecho de la prisionera y dispara hasta vaciar el cargador dando cumplimiento a la promesa hecha a sus subordinados. Lento, se acerca al cuerpo retorciéndose en la arena.

El calor es insoportable, vislumbras las botas del militar avanzar borrosas y sientes explotar la sien junto a la imagen de tu madre consolando los suspiros inaudibles de tu hija, tus propios dolores dormidos sobre la sal.

Günther Guzmán Tacla: Orden de Calatrava

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Günther Guzmán Tacla

Orden de Calatrava

La lluvia golpea los vidrios. Han encendido los braceros y en la cocina preparan chocolate. No me gustan los días así, ver el cielo gris y las tejas húmedas, no me gusta el frío. Por eso me quedo en mi cama, bien tapado esperando que pase la lluvia, que me traigan el chocolate acompañado de masas y alcorza. Mi señor está en la capilla rezando junto a su madre y su hermana solterona. Yo no le puedo acompañar, la vieja dice que soy una ofensa a Dios; no me importa, el padre Julio me quiere y siempre me regala escapularios. Cuando paso por la capilla me invita a pasar diciendo “todos somos hijos de Dios” y la vieja agacha la cabeza aceptando la sentencia. Entonces entro con mis pasos cortos, la mirada alta, el sombrero en la mano y me paro junto al señorito que con disimulo me acaricia la cabeza. Permanezco de pie toda la misa, observando embelesado el altar, los candelabros y esos cuadros lindos que trajeron de Cuzco: esa Virgen con cara blanca y llena de flores, o ese joven San Francisco- con la misma cara de la Virgen- que se desprende de sus ropas mientras sus padres gritas escandalizados. Me gustaría ser ese joven para desnudarme en medio de la Plaza de Armas escandalizando a la vieja, a la india y la solterona, mostrar los muslos al sol sin vergüenza y abandonar la ciudad por la calle del Rey. Pero el último latinazgo del cura me devuelve toda la deformidad. Mi amo me acerca hasta él pasándome la mano por los hombros, entonces me refugio entre las calzas para sentir sus muslos fuertes, su calor protector. Pero hoy el padre está enfermo y no podré entrar a la capilla hasta que vuelva.

Han terminado de rezar y los oigo avanzar por el corredor. En el salón del primer patio los espera el chocolate servido en grandes copones de plata, dulce y caliente. Es un salón bonito con muebles negros, candelabros de Vizcaya y una alfombra que trajeron de donde los moros. Lo único que no me gusta es el espejo, un monstruo de cristal de Venecia. Es siniestro verlos reflejado en su luna gigante que ocupa toda la pared: la vieja sentada en su silla que parece un trono, la solterona bordando su hábito de monja y mi señorito leyendo aburrido un libro de horas, todos bebiendo el brebaje de la india y hablando en voz baja como si todavía estuvieran la capilla. Los perros y yo a los pies, tendidos en la alfombra cerca del fuego, quisiera entonces contar alguna historia, un chiste para exorcizar esa luz mortecina reflejada sobre el terciopelo negro de los vestidos, volver hacerlos reír como cuando estaba el viejo y el señorito jugaba conmigo en el suelo, con los perros, revolcándose junto conmigo, arrastrándome, tirándome el pelo. Recuerdo los bailes, las luces de los candelabros del salón grande, los músicos en el balcón con laúd y arpas, la voz del negro Matías haciendo temblar las copas y yo corriendo de un lugar a otro burlándome de las damas y los señores, haciendo malabarismos y tragando fuego . “Eliodoro, Eliodoro” gritaban todos cuando estaban ebrios y las mujeres dormidas. Yo aparecía en la sala disfrazado de mujer imitando a la Virreina o a la mujer del oidor. Todos reían de mis falsetes, de mis movimientos obscenos, de las verdades que

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oía en el mercado y que me encargaba de falsear, de exagerar. Al final, en andas, me sacaban hasta el patio y llenándome los bolsillos de oro me lanzaban en medio de la pileta, para luego volver al salón. Me quedaba en patio contando las monedas, avaricioso, feliz de poder atesorar más en la caja que escondía bajo mi cama. Luego me deslizaba hasta el dormitorio del señorito para dormir junto a él.

Todo cambió cuando murió el viejo. Fue un día nublado en que amaneció enfermo. Antes de la hora Nona llamaron a un cura y después de las Vísperas ya estaba muerto. Yo no quise verlo pues la india contaba

horrores: que su cara estaba retorcida, sus brazos y piernas duras como madera. El señorito permaneció junto al catafalco durante el velorio y encabezó el funeral en la Iglesia de la Compañía vestido con el traje de la Orden de Calatrava.

Desde entonces la vieja me ha relegando a los patios de atrás, como una una peste. Sólo en la noche me escabullo para introducir alguna sirvienta joven al dormitorio del señorito. Yo permanezco junto al arca y cuando duermen me acerco para mirarlos. Sus cuerpos son hermosos y me deleitan sus miembros bien formados. A veces ocupo su lugar y él permanece observando con repugnancia y fascinación. Yo repito sus gestos, sus palabras y las mujeres se ríen de mi pretensión. No me importa, cierro los ojos e imagino que él ya ha acariciado ese cuerpo, que su olor permanece aún impregnado en ella, que puedo tocarlo nuevamente, revolcar y arrastrarme. Creo que él no sospecha nada y yo guardo silencio.

ENSAYOS: Giuseppina Grammatico: Petronio y el esqueleto de plata

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Edmundo Olivares

Geniflora

Las imágenes fotográficas de Edmundo Olivares están allí en su familiaridad y extrañeza. Fotografías realizadas sin cámara, grafías de al luz. De todos modos, lo más importante, objetos estéticos definidos en la opción de lo bello. Al observarlas, reconocemos al momento que se trata de transparencias del mundo vegetal, surgidas de una aproximación a los micromundos que allí habitan

Observamos composiciones realizadas sobre la base de elementos vegetales en la frontera de lo inverosímil, de allí la extrañeza que producen, pero son a la vez profundamente creíbles, familiares en su estructuración. Edmundo Olivares sabe medir la superposición, a las puertas de los melismas lineales, y compone sabiamente sus imágenes. El color que observamos parece haberse instalado también, en esa fecunda ambigüedad propia de lo artístico; porque no es estrictamente color local ni es enteramente imaginario, es el color de lo vegetal desde la perspectiva artística.

Así, estas imágenes nos conducen al mismo tiempo a reconocer y a desconocer. En ese juego pendular está la producción de lo creativo en arte.

Las imágenes fotográficas de Edmundo Olivares parecen ser, a primera vista, juegos y regocijos. ¿Esa visualidad, puede contener una indicación ética? La tiene, a mi modo de ver. Porque es un llamado de alerta acerca de la belleza sutil del mundo que nos rodea. Y recuerda, al mismo tiempo, que los seres humanos solemos ser trajinantes visuales, que practicamos el olvido del milagro.

MARGARITA SCHULTZ

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Los Autores

Marjorie Agosin es escritora y académica del Wellesley College, Massachusetts, EE.UU.

Jorge Arrate. Actual Ministro del Trabajo y escritor.

Poli Délano destacado escritor chileno que cultiva preferentemente el cuento corto.

Giuseppina Grammatico es académica de la Universidad Metropolitana de Ciencias de al Educación y de la Universidad Católica de Valparaíso.

Günther Guzmán Tacla es miembro del Taller literario de la escritora Diamela Eltit.

Ricardo López Pérez, filósofo, académico del Departamento de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.

Mariano Medina, poeta, miembro fundador del Grupo Fuego de la Poesía y colaborador de la revista Mandrágora, del primer movimiento surrealista chileno. Ex académico de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile.

Edmundo Olivares es escritor y publicista

Andrés Recasens es académico del Departamento de Antropología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Antropólogo social y escritor.

Jorge Scherman Filer es miembro del Taller literario de la escritora Diamela Eltit.

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Margarita Schultz es académica de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, Editora de Arte de Pares cum paribus y Editora responsable de LA CUERDA FLOJA, Revista del Riesgo del Pensar, publicación electrónica quincenal de la Facultad de Ciencias Sociales.

Robert Sward escritor estadounidense, profesor en Cornell, Iowa, Connecticut College.

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Mariano Medina: El Libro de Diótima PARES CUM PARIBUS N° 3

Evocación de Diótima

Estrecha la ventana que me abriga y deja fuera el día, la noche y su inclemencia. El otoño separa los pecíolos de las ramas y una hoja de oro sobre la tierra húmeda cae. Breve el momento de su caída ha sido, mas queda en el cristal la imagen furtiva. Ahí rehuye la buída muerte por un vivir de lumbre, etéreo, que prefiere.

Un árbol de fantasía

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la acoge en su follaje y, allí, mudando, se une a otras y reverdece. Es una encina del monte de Mantinea que mismas hojas en sus frondas luce.

Pero ella todavía no aparece bajo su sombra, no está con los paupérrimos, ni entre los dioses, ni oímos ya el solemne discurso prohijado en su boca que era consuelo de muchos y vino de nuestros goces.

Testigos la encina y las hojas de la encina, testigos Mantinea, los hijos y los montes de Mantinea. Testigos los iniciados, los gozosos, los puros, los que sabían mirar, oír y vivir danzando entre dorados hielos: ¡Cómo su férvida voz devenía luz y diosa de partos, porque en su discurso un dios engendraba, bondadoso!

Ella no está conmigo en el espejo de la ventana, única senda entre el poeta

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y su memoria. Valga el reflejo entonces de días ya lejanos que la fantasía esboza en los aires del recuerdo, mientras fuera descienda el otoño del brumoso cielo y el pasado ido no abreve en el activo tiempo.

Pero al poeta le está vedado recurrir a la Musa si a Memoria, su madre, no guarda fielmente, que al internarse en el capullo del espejo la raíz de su llama debe abrir la flor del huerto.

Tiempo de la espera, tiende tu red para las aves silenciosas. Tiempo del cuidar atento, guarda el sueño en las alforjas e hincha tu boca con el vaho materno. ¡Si ella no está en la ventana aguardemos bajo la fronda!

Ven, águila de amarillo fulgurar, que anidas tronos de alta condición, levantados entre el fuego y el hielo. Prende el delirio sagrado

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para que la voz relate los hechos presentes en la ebriedad. Ven, que ya rutilantes imágenes entreabren mis párpados y gritan a mi corazón, empinándose sobre mis ojos y lo incitan a que exprima un grávido racimo, de jugo más generoso que el vino.

Acércate, mensajera de la medianoche divina, reconstruye los devastados muros, la ciudad en ruinas. Vitaliza el herbaje del valle, la encina del monte y pon a flor de labios lo que funda el amor en el mundo.

El otoño fuera y en el vidrio la primavera... Ella no está conmigo, pero su voz viene de la espejeante ventana. El corazón está dispuesto. La palabra retorna nueva a la boca menesterosa. Y lo que ayer estuviera, el recordar lo hace ahora, porque todo surge del amor que resbala por la fisura eterna.

¡Oh, Diótima, diosa, mujer o poesía,

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qué importa!

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Giuseppina Grammatico: Petronio y el esqueleto de plata

PARES CUM PARIBUS N° 3

II. Vita versus mortem

Efímera y caduca, la vida, siempre considerada en oposición a la muerte, es amada desesperadamente y adquiere, por contraste, una intensidad singular, tanto más fuerte cuantos menos se cree en un más allá que la prolongue, que no sea el del recuerdo o de la gloria, efímeros ellos también. Hay que estar alerta, si se quiere que la muerte no lo pille a uno desprevenido.

Por eso Trimalción tiene un precioso reloj con un trompetero que pregonea las horas con voz estentórea, justo para tener siempre presente cuánto de vida se le ha escapado. Ego sic semper et ubique vixi, ut ultimam quamque lucem tanquam non rediturus consumerem, "Yo, por mi parte, -dice Eumolpo- siempre y dondequiera que estuve, viví cada día como si fuese el último y no debiese volver más".Quam in praecipiti res humanae essent (55) "¡Cuán caducas son las cosas humanas!" (55), Cor nostrum cotidie liquescit "Nuestro corazón se desvanece cada día" (42). Dies nihil est "El día no es nada" (41). Dum versas te, nox fit. Itaque nihil est melius quam de cubiculo recta in triclinium ire, "Apenas te das vueltas y se hace de noche; así que nada mejor que pasar de la cama a la mesa" (38). Eheu, ergo diutius vivit vinum quam homuncio. ... Vita uinum est, " ¡Ay de nosotros! Entonces un vino vive más que un pobrecillo ser humano. El vino es vida" (34). ¡Cuán fugaz es todo lo humano! Ergo, cum sciamus nos morituros esse, quare non vivamus? "Por esto, ahora que sabemos que vamos a morir, ¿por qué no vivimos?" (72) Sanguen illi fervet, "A ese le hierve la sangre" (59). "¡Vivamos pues, mientras nos es lícito gozar de buena salud! "(34).

En la relaciones que se establecen entre los hombres, la benevolencia, que asegura una cálida convivencia y ¿por qué no? una buena dosis de conveniencia, es un consuelo: Serua me, seruabo te. Illud est uiuere. " ¡Sálvame a mí que yo te salvaré a ti! Eso es vivir" ¿Lo bueno de la vida? Pues, en primer lugar la vida misma, per se; luego el dinero, la alegría y,

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por supuesto, el amor.

Con respecto al dinero, abundan los comentarios. He aquí algunos como botones de muestra:

De Diógenes: De nihilo creuit... quom incuboni, pilleum rapuisset, et thesaurum invenit ... Quam bene se habuit! Non impropero illi. Sestertium suum uidit decies, sed male uacillauit. Non puto illum capillos liberos habere . "Salió de la nada, pero atrapó el gorro de un duende y ahora tiene un tesoro. ¡Qué bien se lo ha pasado! No se lo echo en cara. Logró ver su millón de sestercios, pero luego se hundió de mala manera. No creo que tenga un pelo sin hipotecar" (37-38).

De Trimalción: fundos habet, quantum milui uolant, nummorum nummos. Argentum in ostiareii illius cella plus iacet, quam quisquam in fortunis habet "Tiene de fincas cuanto vuelan los milanos, y dinero sobre dinero. Plata hay por el suelo, en la garita de su portero, más de la que mucha gente tiene de capital"(37).

De la mujer de Trimalción: Fortunata appellatur, quae nummos modio metitur "Se llama Fortunata y mide su dinero por arrobas" (37).

De Crisanto: Ab asse crevit et paratus fuit quadrantem de stercore mordicus tollere. Itaque creuit, quicquid creuit, tanquam fauus .... In manu illius plumbum aurum flebat "Empezó a crecer desde un as y estuvo siempre dispuesto a recoger hasta con los dientes un centavo de la basura. Así, cuanto tocó le medró como espuma ... En sus manos el plomo se convertía en oro"(43). Del edil de turno: ... plus in die nummorum accipit quam alter patrimonium habet Iam scio unde acceperit denarios mille aureos. "Más dinero recibe en un solo día, que otro tiene de hacienda. Ya sé yo de dónde recibió mil denarios" (44).

De Tito: Et Titus noster magnum animum habet, et est caldicerebrius... Ut quadringenta impendat, non sentiet patrimonium illius "Nuestro Tito anda por lo grande y le bulle la cabeza. Le han quedado treinta millones de sestercios .... aunque gaste cuatrocientos mil, su patrimonio no se resentirá" (45). Enotea, recitando un poema:

Quisquis habet nummos, secura. nauiget aura fortunamque suo temperet arbitrio. Quod uis, nummis praesentibus opta,

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et veniet. Clausum possidet arca Iovem.

"Quien tiene dineros, navega con viento seguro y tempera la suerte a su albedrío. Cualquier cosa que quieras, deséala con dinero por delante, y vendrá. Un arca guarda encerrado a Júpiter" (137). Encolpio, comentando los hechos del día: Unde plani autem, unde leuatores uiuerent, nisi aut locellos aut sonantes aere sacellos pro hamis in turbam mitterent? Sicut muta animalia cibo inescatur, sic homines non caperentur nisi spe aliquid morderet "¿De qué vivirían los vagabundos...si no lanzasen como gancho, en las aglomeraciones, fardeles o bolsas en que tintinea el dinero? del mismo modo que los animales, que no hablan, son atraídos por un cebo, así los hombres no serían cogidos si no picaran en alguna esperanza" (140).

Tras el dinero están la buena comida, que depende estrechamente de aquél; y la alegría: Simus a primitiis hilares, "¡Seamos felices desde el comienzo! " (59), Felicitate dissilio, "Estoy saltando de contento" (75), Tanta, est animi beatitudo "Tan grande es el júbilo de su corazón" (38). Último, aunque no, por cierto, en orden de importancia, está el amor, del cual por ahora vamos a desentendernos.

La muerte es aquí la gran protagonista. Cuando llega la hora fatal, hay que estar preparado, como el bueno de Trimalción que se ha preocupado con antelación de todos los detalles: desde la mortaja hasta el perfume y todo lo demás. Ha ensayado el velorio, ha hecho público su testamento, ha encargado al marmolero su tumba dándole instrucciones más que precisas, sin olvidar nada ni con respecto a la decoración, ni al cuidado que de él habrán de tener los esclavos a quienes manumitirá con ese único propósito. Hasta el epitafio ha compuesto, para estar seguro de que diga lo que él quiere que diga: nada más nada menos. Y todo para asegurarse unas migajas de gloria y una parecencia de vida después de la muerte.

Un hombre muy especial, este Trimalción. Quizás inspire repulsión, en algún momento, y sin embargo se le encuentra, con frecuencia, de rara honestidad y coherencia. Cándido, espontáneo, impulsivo, tierno y cruel, tiene a ratos la sabiduría de los "pobres de espíritu". Su pensamiento constante: la muerte. Su obsesión: la inmortalidad. Su capacidad de gozar, directamente proporcional a su miedo de sufrir. Bondadoso y maligno, es campeón de una humanitas que une rasgos positivos y negativos, sin exclusiones. Arrebatado y prudente, es un nudo de contradicciones. Auténtico, casi infantil, y sin embargo astuto. Se la da de gran señor, pero sabe que sólo es tal por su dinero. A su modo, es religioso, pero también irreverente. Resulta interesante su apertura a la gente. Es vital, campechano, risueño,

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agradecido; pero sufre porque está consciente de la efimereidad de los placeres que le llenan los días. Su filosofía de la vida es práctica e ingenua. Diríase que la presencia de la muerte, viva y real en él en todo momento, condicione todo su ser y todo su hacer.

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Andrés Recasens: Oratorio para observador, hombre exhausto y coro de astronautas

PARES CUM PARIBUS Nº 3

PARTE I

Introducción

OBSERVADOR:

Hoy saliva la noche los senos de las ruinas con su lengua de niebla amarillenta; faroles fingiendo estrellas asesinaron jazmines fatigados de abrazarse a la misma tapia gris y originarse en cunas de hojalata. En las terrazas gozó su libertad la multitud de antenas trenzando frescas horas con su madeja de lluvia; y dentro de la colmena humana, en la penumbra inmóviles, siluetas fascinadas delante de las pantallas castraron su diario acontecer renunciando a sus historias personales. Hoy el aire se asfixia con tufos de átomo expandido, puñal desenvainado por el orgullo suicida. Hay una inquietud de astros y más de un sol

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golpea las puertas de la aurora, anunciando que el mar vuelve por sus fueros. Hoy la fiebre recorre las venas de la tierra con espasmos de metal virgen y clamor de cordilleras.

Hay un desvarío de labios en la garganta de un cauce seco, pues el río prefirió extinguirse en un lecho de lodo, y tiembla el sauce prisionero en su jaula de ramas negras, y se pudre inútil la semilla en su sepultura de roca, y solloza el polen en la fiereza del pedregal sombrío. Huye la pradera hacia las cimas en un desastre de pétalos y hojas, y gimen su martirio las alas en las fauces del viento, y enloquece el ganado de ubres llenas suplicando hocicos, y el espantapájaros llama moscas a un festín de bestias muertas.

No escondieron los últimos piratas tesoros de bajeles despojados, no fueron joyas ni doblones los caudales

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entregados al secreto de las aguas; eran residuos radiactivos que escapaban de los cofres en las grutas abisales.

Hoy en hombros de las ondas lleva el mar su cortejo de difuntos, y en la arena se encarroñan centelleando las escamas. Hay una maldición de océanos y ruge a carga el estruendo de las olas, tambores de un ejército alienado que juró vengarse. Hoy la humanidad aúlla entre tinieblas con terror de liebre acosada de colmillos; y a un lado boquea el tiempo como un pez en su horca de algas.

Alguien ejecuta una danza de miembros rotos en un contrapunto de truenos y silencios, semejando un solo de violín ajusticiado por un fragor de timbales. Alguien gira vacilante perturbando la última contienda que libran las hormigas rojas contra las hormigas negras. Alguien

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se desploma boca abajo besando la tierra; quién eres, de dónde vienes? eres el rebelde que porta su postrer bomba, el propio cuerpo exhausto, o el marginal que eligió cerrar el telón de esta tragedia?

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Ricardo López Pérez: Consideración Crítica de la Teoría de la Información

PARES CUM PARIBUS N° 3

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Marjorie Agosin

El credo de Titania

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I

Gobernaría con un consejo de hadas violetas, con olor a lilas y patchoulí danzarinas en la fragilidad, de la paz del tul.

II

Me guiaría por la fragancia, como una presencia.

III

Para conversar con los muertos, oiría el acertado tono, les pediría a ellas, las hadas, los dones necesarios para el gobierno propicio: un trocito de alegría incondicional otras ramas de cordura.

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IV

Seguiría consejos tales como la necesidad de aprender a nombrar las estrellas, los árboles extinguidos, todo lo ambiguo y gentil y el caminar tras la espesura de las noches malvas.

V

Gobernaría desde un globo de aire, no tendría palacios ni oficinas oscuras, sólo el cielo. Dicen que hay mucha paz y silencio en las alturas. Instalaría a mi consejo de hadas tras un sauce, tras un cristal. Serviría el agua de los ríos verdes como el vino más cálido a las gargantas tibias.

VI

Me rodearía de las hadas, de todas las presencias que son alientos, semillas doradas en la oscuridad.

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VII

No habrían fronteras, tan solo los ojos de los justos.

VIII

Me vestiría de blanco, repartiría almendras y palomas, volantines de chocolate sin fronteras, en un sueño de umbrales.

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Edmundo Olivares

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Giuseppina Grammatico: Petronio y el esqueleto de plata

PARES CUM PARIBUS N° 3

III. El hombre, un viviente mortal

Petronio no tiene del hombre un concepto muy elevado. No parece ser una casualidad el hecho de que escasea en el Satiricón el término vir, mientras abunda homo. A pesar de esto, hay una suerte de afectuosa empatía entre el escritor y sus personajes. Lo indica el uso frecuente de la primera persona plural, allí donde se alude a los hombres. Petronio se incluye frecuentemente a sí mismo, subrayando así el vinculo que lo une a ellos y su indulgencia cargada de ironía. Heu, eheu! Utres inflati ambulamus. Minoris quam muscae sumus. Illae tamen aliquam uirtutem habent; nos non pluris sumus quam bullae "¡Ay, ay! Somos odres inflados que andan. Más insignificantes que moscas. ... Estas siquiera quizás tengan algún mérito, en cuanto a nosotros, no somos más que burbujas". (42)

Lo subraya su preferencia por los diminutivos: Corcillum est quod homines facit, cetera quisquilla omnia, "El corazoncito es el que hace a los hombres, todo lo demás es desecho" (75). Totus homuncio nil est, "Todo hombrezuelo es una nada" (34).

Con todo, hay una extraña dignidad en ese "ser hombre", tal que aflora cierto orgullo en algunas afirmaciones que parecieran oponerse a los asertos en que se mostraba mirársele en menos:

Homo inter homines sum, "Soy hombre entre hombres" (57). Patrono meo ossa bene quiescant, qui me hominem inter homines uoluit esse, " ¡Que descanse en paz mi patrono, que quiso que yo fuese hombre entre hombres". Et serui homines sunt "También los siervos son hombres", (71). Hominem inter homines feci, "La hice 'ser humano' entre los seres humanos" (74).

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Sólo los dioses están arriba, en el otro polo del eje, lo cual redunda, por cierto, en favor del hombre. Homines sumus, non dei. Y sólo las bestias abajo homines non caballi.

Cuando quiere censurar a alguien, Petronio simplemente le quita el apelativo de hombre. Así, de Crisanto dice: discordia, non homo, "la discordia en persona, no un hombre" (42); de Fortunata: codex, non mulier, "una libreta de cuentas, no una mujer" (74); de Próculo: phantasia, non homo, "un sueño, no un hombre" (38); y de Safinio: piper, non homo, "un grano de pimienta, no un hombre".

Y es a la vez un sentimiento de admiración y condena, de simpatía y sarcasmo, el que lo hace exclamar: Ite nunc mortales, et magnis cogitationibus pectora implete. Ite cauti, et opes fraudibus captas per mille annos disponite! "¡Andad ya, mortales, e hinchad vuestros pechos con grandes pensamientos! ¡Andad, los precavidos, y disponed por mil años de las riquezas conseguidas por el fraude!" (115). En homo quemadmodum nata, "¡He aquí el hombre cómo flota!" (115).

Entre admiración, indulgencia y compasión, oscilan otras agudas observaciones; por ejemplo, éstas: Assem habeas, assem valeas; habes habeberis. Sic amicus vester, qui fuit rana, nunc est rex (77) "Tienes un duro, vales un duro; vales cuanto tienes. Así este amigo vuestro, que fue rana, ahora es rey" (77); de nihilo crevit, "creció de la nada"(38), ex asse crevit, "empezó a crecer desde un as" (4-3); itaque crevit, quicquam crevit, tanquam favus, "y así creció lo que creció como un panal" (43); plane Fortunae filius, "claramente, un hijo de la Fortuna"(43); omnis Minervae homo, "todo un hombre de Minerva (43).

Y sin embargo, Quae ergo dementia est, omnia facere, ne quid de nobis relinquat sepultura?, "¿Qué locura es ésta: hacer todo para que una sepultura no deje nada de nosotros?" Lo que salva al hombre es eso que llamamos humanitas: Vides me! nec auguria novi, nec mathematicorum caelum curare soleo; ex, vultibus tamen hominum mores colligo, et cum spatiantem vidi, quid cogites scio, "ya me ves a mí, no sé nada de augurios, ni me preocupo del cielo de los astrólogos; y, sin embargo, por el rostro conozco el carácter de los hombres, y cuando te he visto pasar, sé lo que piensas" (126). Tristeza, compasión y una humanísima empatía hacen exclamar a Trimalción: Eheu nos miseros, quam totus homuncio nil est! Sic erimus cuncti postquam auferet Orcus, "¡Ay ay, desdichados de nosotros! que todo hombrezuelo no es nada. Así seremos todos, luego que nos lleve el Orco"(34).

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Andrés Recasens: Oratorio para observador, hombre exhausto y coro de astronautas

PARES CUM PARIBUS Nº 3

PARTE II

La Peste

OBSERVADOR:

Quién eres, de dónde vienes? era acaso la miseria el corcel en que llegaste?

Víctima de la ansiedad del hombre por escalar nubes, tenaz hacia arriba prendido a la soberbia vertical desde un principio, torres y pirámides, arrogancia tenida de pie sobre los hombres nacidos de vientres latigados, a los que el sol miró siempre las humilladas nucas y la sumisión de sus espaldas. La desnudez tu ajuar desde que naciste hasta tu muerte, ceremonia en la que el fuego te vestía una mortaja de llamas azules y naranjas.

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E1 látigo descrubió rubíes en el cuerpo de los esclavos, y los huesos se agobiaban gemidores en sus pesebreras de carne; el pigmento nunca el mismo ni excluyente en la desgracia, matizaba el moreno al blanco, el amarillo iluminaba al negro, una manta india encima del desierto.

Los dedos atados a un mismo destino, contar el tiempo en un collar de vísceras y ser un cúmulo de congojas a lo largo y ancho de la tierra; mientras a un extremo bajo el quitasol de plumas blancas el egoísmo barajaba con la punta del bastón el embate de los ruegos.

HOMBRE EXHAUSTO: Durante siglos fue murmullo la protesta en mi garganta y nadie oía; decidí estrellar mis limosnas contra el suelo, y tañeron igual que campanillas

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persuadiendo a un piadoso letargo; así supe que a mi desdicha debía darle forma de medalla, y colgarla del cuello para que la resignación vistiera mi indigencia.

OBSERVADOR: Forzó el invierno tu choza de latas y cartones con sus tenazas de hielo; un lunar sobre el ripio, ni siquiera sobre la tierra, en las sobras que malhumorado abandonó el río. Permanecías a un lado mirando por encima siempre empinado atisbando la mesa inalcanzable donde se comía; y el hambre se jactó de abatir a millones de los tuyos, y la desventura secó al sol los vientres y los senos.

HOMBRE EXHAUSTO: De la desgracia fui juglar, y la vida me inspiraba trovas

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que no podían concluir de otra manera:

-Padres,

por qué tenéis los ojos tan grandes?

-Hijo,

porque tenemos hambre.

-Hermanos,

por qué tenéis las orejas tan grandes?

-Hermano,

porque tenemos hambre.

-Hijos,

por qué tenéis el vientrecillo tan grande?

-Padre,

porque tenemos hambre.

CORO DE ASTRONAUTAS: -Estamos solos en el espacio -nuestro control está castigado -hace mucho tiempo

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que no regresamos -él es extraño -dicen que habló en contra de ellos -cuando duerme logro a veces observar en la pantalla -quién legisla abajo? antes había senado y senadores -ahora lo hace la gran banca -y los senadores? -son los banqueros -quién los elige? -votan los bancos los bancos grandes los bancos chicos -entonces hay democracia -hay pobres? -son abundantes -dónde los tienen? -según el color es el potrero -se evaden algunos? -los que lo hacen descubren que son iguales -qué peligroso -y los otros? -los enanos? a ésos les tienen sus juegos sus distracciones -las marchas guerreras -la paz negociada -las condecoraciones -la ostentación y el protocolo -fronteras móviles

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-los golpes de estado -las dictaduras -las persecuciones -cuanto hay de siniestro -cuanto hay de mediocre -qué lejos estamos de nuestros hogares.

OBSERVADOR: Te secuestraron de la procesión semental de sol y lluvia para darte el encierro de una mina; cambiaron tus ojos por una lámpara en la frente, de cara a un filón escudriñando heridas. El gas grisú te acechaba en las arrugas del socavón para vociferar la muerte, y las nubes del mineral rendido demandaron su desquite a la silicosis para quebrantar tu cuerpo. Tantos años cavando igual que antes otros tantos mucho antes, cuando la vanidad desdeñó los guijarros de colores, las diademas de mirtos las coronas de laureles y las joyas en las flores, por los adornos que ofrecía el martirio.

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HOMBRE EXHAUSTO:

Al anochecer llegaba el odio a sentarse junto a nosotros, en el mismo callejón donde moraban la injusticia y el desamparo; al principio conspiró en vano, la miseria no tenía dientes y no mordía; y fue de a poco que el gemido hurtó voces a la ira, hasta convertirse en un rugido que multiplicó sus ecos en un bosque de puños levantados. Tomó tiempo para ser temporal cotidiano, un tiempo largo y una larga esclavitud del hombre en oriente y occidente.

OBSERVADOR:

Peón acorralado por ácidos y hollines, tu jornada al paso lentamente en el reloj de las sirenas; hermano de millones de siervos, un solo ovillo de infortunio acrecido por ghettos diferentes. Cercado por un censo

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contestar un cuestionario a gritos: cuánto comes con qué vives cómo vives, abierto a la curiosidad como un buey colgado de un garfio, para terminar encogido, tan sólo un número, en la inmensidad de las cifras.

CORO DE ASTRONAUTAS:

-Se imponen castigos? -la justicia tiene sus máquinas -es el único brazo? -no, la infamia tiene sus asesinos -los juzgan a éstos? -no, son muy antiguos -gozan de prestigio -son ya una institución -sus kardex los más completos -quiénes son sus víctimas? -las hay de todas clases -dicen que Camilo Torres -también el Bautista -el Che Guevara -está Patrice Lumumba -hay sacerdotes de Atón -algunos Kennedy -Martin Luther King -mencionan a Lincoln -al Mahatma Gandhi -y a Pablo de Tarso

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-siempre el dinero? -a veces treinta dineros -cambian de asesinos? -sí, pero no de patrones } -y qué hizo la gente? -casos hubo en que el llanto duró más de cuatro semanas -en una ocasión se escucharon lamentos durante siete meses -otras en que el luto se llevó por todo un año -bien está, bien está de parte de las mujeres -y los hombres, qué hicieron los hombres?

OBSERVADOR:

Órganos nuevos se adhirieron fuertemente a los sentidos, a cada instante en cada poro de la piel desprevenida dejaron los avisos rojos su contenido amarillo. Cuatro brujas ante el caldero existencial prepararon el brebaje que emponzoñó al hombre: la prensa la radio la televisión y el cine colaboraron,

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alcahuetas confabuladas para que el odio sus esponsales celebrara con la miseria.

Y así la violencia fue engendrada; y cada vez que dió su nombre arribó la muerte. A las ciudades transformó en antorchas y mostró que la víctima y el victimario eran de la misma casa. Para disfrazar sus crímenes buscó un amante que le cediera sus consignas, y encontró a la juventud que se enamoró de ella; y la violencia selló su engaño en el lecho áspero de las barricadas, y cumplió la juventud el compromiso entregando con su verdad la vida.

Y llegó el día en que cada infeliz clamó por tierra húmeda en su cárcel de concreto armado, y la avalancha cruzó vados y alambradas, pasó el alud de harapos las luces rojas que asustadas parpadeaban;

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cada infeliz pidió el retorno de lo perdido, la búsqueda y la elección, exigió que el sustento no fuera el botín conquistado en las sangrientas luchas proletarias; demandó la retribución y negó el salario. Cada infeliz reclamó lo que siglos le arrebataron a cambio del pan de cada día.

HOMBRE EXHAUSTO:

Todos los años entre vianda y vianda licor y licor, entre cada fiesta y cada siesta, los hombres buenos de la tierra se juntaban para discutir sobre nosotros, pero nunca hubo nada que al final se nos sirviera.

OBSERVADOR:

Los muchos abusaron de la violencia y los pocos de la represión, y si en un principio fueron bandos contrincantes, se unieron en el caos

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asolando el mundo entero; y los pocos perdieron lo mucho que tenían, y los muchos también quedaron sin nada.

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Marjorie Agosin El Consejo de las Hadas (Selección)

PARES CUM PARIBUS N° 3

Ariadna

I

Yo destejí mi tejido y como aquellas locas mujeres que aguardan en el fuego humedecido de ciertas cartas de amor. Destejí y urdí tu mortaja a sabiendas que estabas vivo y que jugabas a los sortilegios del olvido.

II

Fui como todas ellas las que aguardan en los sitiales de la muerte las que aguardan tras los corredores despoblados del hambre. Fui como todas ellas y a la vez como ninguna.

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Edmundo Olivares

Geniflora (2)

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Giuseppina Grammatico: Petronio y el esqueleto de plata

PARES CUM PARIBUS N° 3

Usos y costumbres relacionados con la muerte l. Funus, el entierro

Se está en el palacio de Trimalción durante la célebre Cena; el dueño de casa se ha alejado un momento de sus invitados, y éstos aprovechan para conversar más libremente de cualquier cosa. Después de que Dama ha expuesto su filosofía sobre lo efímero de la vida, el frío glacial del invierno y las bondades del vino, toma la palabra Seleuco, quien pasa del vino al agua, y no cierto para hacer su apología. Todo lo contrario.

"Yo, dice, no me lavo todos los días; un chapuzón es como un batán": "el agua tiene dientes, y nuestro corazón de día en día se hace papilla" (aqua dentes habet et cor nostrum cotidie liquescit) Pero cuando me he tragado un puchero de vino con miel, le digo adiós al frío. En verdad, hoy no pude lavarme porque fui a un entierro. Falleció Crisanto. Gozaba de buena salud, el hombre, ¡y tan bueno!... Pero, en fin, fue sepultado dignamente (bene elatus est), en un ataúd tal que daría gusto vivir en él, tapado con mantas finas. El velorio fue tan bueno que mejor no se podía esperar -claro, manumitió a unos cuantos esclavos-, aunque su mujer apenas si exprimió unas lagrimitas" (42).

La creencia de que el agua es dañina para la salud está difundida, hoy como ayer, entre los buenos bebedores. Al parecer, también la avalaban algunos médicos del tiempo. "Tiene el diente largo", y hay que ver cómo lo deja a uno; apenas si puede sostenerse de pie. No hay como el vino. "Un trago calientito abriga como un buen traje. Ni compararlo con un baño, que a pesar de ser caliente, entibia sólo por pocos instantes. Me engullí unas jarras llenas hasta el borde, y estoy hecho un cuero. Pero de veras que el vino se me subió a los sesos" (41). La costumbre de no lavarse cuando se va a un entierro podría estar en relación con la definición que del término da Servio: funus est iam ardens cadaver, la que se basa sobre la etimología popular según la cual funus viene de funis que, de acuerdo a la

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interpretación de Varrón, (apud Servium, Ae. 6, 224 y 11, 143) significa "antorcha". El fuego que consume el cadáver "tiene dientes" al igual que el agua, que, a decir de Seleuco, "licúa al corazón", pero el fin es distinto: al consumir el cadáver, el fuego libera la que Heráclito llamaba el "alma seca" del difunto, asegurándole una continuidad de vida simbolizada por la tea ardiente; mientras al consumir el cuerpo y el alma misma del viviente, el agua va apagando día tras día su fuerza vital, e impiadosamente lo condena a fenecer. Esta interpretación está ratificada por la orden que Trimalción da a su esclavo Estico, de traerle una prueba del vino con el cual ha dispuesto que sean lavados sus huesos (ex qua iubeo lauari ossa mea) durante su ceremonia fúnebre. En efecto, los participantes en el banquete que se daba en honor del muerto debían verter sobre los huesos de éste la mitad del contenido de sus copas (dimidias potiones super ossucula ... effundere) en unas libaciones consideradas como ofrenda ritual de purificación.

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Andrés Recasens: Oratorio para observador, hombre exhausto y coro de astronautas

PARES CUM PARIBUS Nº 3

PARTE III

El Hambre

OBSERVADOR:

Quién eres, de dónde vienes? era acaso la soledad el corcel en que llegaste?

Defendías al arado porque dejaba huellas, y te rebelabas a seguir caminos llanos procurando trazar el tuyo en selva virgen; tu acuarela escondía matices singulares y las letras se te daban como haces de espigas y de flechas. Supiste que cada ser era una lira de tonos diferentes, y pulsaste las notas altas las bajas y las del centro, anhelando descubrir tu acorde y concurrir

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a la armonía universal.

Querías ser mago para ejecutar a la verdad cuando el deseo no encontrara el gesto; creabas mundos nuevos en escenarios de papel cambiando a voluntad los decorados, ya fuera que aburrían o asomara la desdicha; pero no era fácil poner máscaras a la existencia, pues detrás de ellas amenazaban ahogar las lágrimas.

Acompañaste al espíritu en su intento de seducir a la belleza, y enloqueciste en los tejidos de su malla; apresados tus lamentos y aleluyas en las cuerdas de una viola en una actitud de bronce o en el bello pavor de un ídolo africano.

HOMBRE EXHAUSTO:

Noté que estaba solo la vez que soñé conmigo; supe que lo que hacía era un vano tejer de araña en un vacío sin rincones, en el aire tibio de un tiempo inerte;

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vi que era pez cogido en las redes de un tedio interminable. Angustiado frente a los desconocidos mi lengua giraba locamente al lado contrario que la de ellos. Nadie compartía mis espacios abiertos, el frío el único amigo en el margen inquebrantable de los ojos ciegos; envuelto en la propia piel cansada, grité mi nombre y pareció escucharse el llanto de un animal perdido en las fronteras de la luz cortada por el humo.

Pensé que no sabía hablar y probé transmitir mis voces, me puse al medio y dancé para salvar idiomas, no necesitar de otra lengua que mi cuerpo, dancé por mucho tiempo y sólo sirvió para triturar penas mi pantomima de un molino asfixiado por la niebla; nada más que coger mis propios flancos sudorosos. Las miradas cuando no se dan suelen herir como cuchillas. Huí de los espectros

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y quedé suspendido sobre el abismo de mis ansias para caer de nuevo caer definitivamente caer callando en remolinos mudos.

CORO DE ASTRONAUTAS:

-Los líderes no se ponen de acuerdo -unos prometen lagos pues dicen que es un pez el hombre -otros ofrecen espacios pues dicen que es un ave el hombre -hay quienes proponen desiertos pues dicen que es un camello el hombre -algunos preparan hogueras pues dicen que es salamandra el hombre -y si no es pez? -se ahoga -y si no es ave? -se estrella -y si no es camello? -se marchita -y si no es salamandra? -se calcina.

OBSERVADOR:

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Eras una isla sobreviviente de la embestida tenaz de olas iguales, y en cada intento de abrir tus puertos, una grieta una hendidura que dolía; para quién descubrir peces en la transparencia del ámbar? para qué cazar dioses en la frigidez del mármol? con qué fin crear muslos y senos de la dócil arcilla? cuántos milenios los ciervos bosquimanos y los bisontes de Altamira.

HOMBRE EXHAUSTO:

Las nubes que observan las águilas desde arriba, son las mismas que vemos desde abajo? quién supo explicar exactamente, cuándo era oportuno comenzar y cuándo tarde? qué lugar en el camino para sentarse y cuál para avanzar? Era necesario escalar la cima para darse cuenta de lo inútil. Hubo el pájaro muerto entre las paredes del huevo, sin saber de barcos

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ni de vértigos en el puño del viento; y hubo el polluelo estrellado en la roca, en un abrazo de cáscaras y tiernas alas.

OBSERVADOR:

Se declaró en un memorándum que tu sensibilidad era inhábil y carecía de utilidad práctica; enojóa la tecnocracia tu debatir de fiera en su jaula de números, y el automatismo decretó la muerte de tu individualidad en el cepo de un complejo electrónico. Se confesó impotente la burocracia para procesar tus aflicciones, y los técnicos se desistieron de diagramar los impulsos de tus manos y las baladas en tu risa o en tu llanto.

CORO DE ASTRONAUTAS:

-Ya no hay música -la prohibieron -qué le hallaron?

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-que era amoral -que mataba las razones -que con sueños envenenaba -hay artistas? -nacen a ratos -los asesinan? -no vale la pena -subsisten con aplausos -cuando los ignoran se matan solos -la sociedad evoluciona -y con ella el hombre -primero homo cacans -después homo socialis -luego homo sapiens -más tarde homo aestheticus -en seguida homo faber -ahora homo transistor -cuándo homo humanus?

HOMBRE EXHAUSTO:

Aislada en su universo plastificado, la masificación dejó ahogarse los juicios personales, y la sinceridad de mis protestas canjeó por ropa usada de bufones; no era romo y molestaba; era preciso destruir mis aristas dejarme redondo como blando cojín en que sentarse. Perdí la esperanza

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de habitar mis propios contornos, eché mi ancla a un sosiego de coral y a mi cuerpo en un muelle abandonado, imploré que me dejaran reposar quedar ahí mismo que nadie me enterrara; rogué tener una presencia de grúa poseer su definitivo silencio de moho y convertirme en árbol árbol de hierro para gaviotas desencantadas de maquillar azules con lunares blancos.

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Marjorie Agosin El Consejo de las Hadas (Selección)

PARES CUM PARIBUS N° 3

A Virginia Woolf

Virginia con piedras de colores o tal vez talismanes de palabras te acercas al río de la memoria, a los colmillos de la ira y te hundes tranquila y diurna y te dejas que el agua te enrolle hasta el último cuarto propio, Virginia tan bella y opaca entre las aguas.

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Edmundo Olivares

Geniflora (3)

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Giuseppina Grammatico: Petronio y el esqueleto de plata

PARES CUM PARIBUS N° 3

2 Vitalia y parentalia, dos rituales fúnebres

El ceremonial comprende la elección del féretro en el cual el cadáver será colocado para ser velado, antes de ser llevado al foro y luego a la pira fúnebre y al lugar de la sepultura. El féretro de los pudientes será espacioso y confortable, para que la estancia en él del difunto sea cómoda y placentera tanto como sea posible. Por eso es llamado vitalis lectus, "lecho de vida", así como vitalia, "que hace vivir, que conserva la vida, que tiene e insufla fuerza vital", es llamada la mortaja con que se le cubrirá para el último trance su "rostro de sombras" (facies umbrarum), después que el cuerpo ha sido ungido con ungüentos y bálsamos perfumados revestido con la toga praetexta. bordada con una larga franja de púrpura, y cubierto con una blanca manta de finísima lana. Comprobamos estas costumbre en la Cena de Trímalción: "¡Estico, -ordena éste a su esclavo-, trae mi mortaja con la que quiero ser enterrado. Saca también el bálsamo y una prueba del vino con el que he dispuesto que se laven mis huesos". Estico trae al triclinio la cubierta blanca y la pretexta. Trimalción manda que se compruebe si está hecha con buena lana. "Cuida, Estico, que los ratones o la polilla no la toquen -añade-, de lo contrario te quemaré vivo. Yo quiero ser enterrado con todo aparato, para que todos mis amigos me evoquen a gusto". Abre un frasco de perfume de nardo y unta con él a los presentes. "Espero que me agrade tanto de muerto, como ahora de vivo", comenta. Luego manda echar vino en una gran jarra, pide que venga una orquesta y dice a sus convidados "Figuraos que estáis invitados a mi banquete fúnebre". Llantos y lamentos, algunos sinceros, otros menos, como en todo duelo que se respete, completan el velorio. Flebat et Fortunata, flebat et Habinnas, tota denique familia, tanquam in funus rogata, lamentatione triclinium impleuit.

Si los Vitalia conciernen a la vita del difunto y a todo lo que está destinado a protegerla, los Parentalia remiten a las honras que son debidas a los parientes muertos y a la solemne ceremonia con la cual los vivientes les manifiestan su cariño. El cuento de la viuda de Efeso es, a este propósito, extremadamente ilustrativo, aunque en él se aluda a un ritual griego: "Cuando hubo de enterrar a su marido,- narra Petronio - la mujer no se conformó con la costumbre de marchar tras el cortejo fúnebre con su cabellera despeinada, o de golpear su pecho desnudo ante la vista de los presentes, sino que acompañó al difunto hasta el mausoleo, y después de que fue depositado en la cripta,... se puso a velar y llorar

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su cuerpo las noches enteras y los días .... el rostro desgarrado por las uñas. De su aflicción y de su intento de morir por hambre no pudieron apartarla ni sus padres ni sus parientes". Menciona después el uso de poner en el monumento una luz encendida que brille en medio de los sepulcros, y alumbre al difunto. El relato tiene un desenlace singular. Un pobre soldado sorprende a la mujer y, prendado de sus gracias, pacientemente comienza a exhortaría a librar su pecho de un duelo que no sirve para nada, y a convencerla con buenos argumentos "que todo el mundo tiene el mismo fin y que con certeza, la última morada es la misma para todos" (omnium eundem esse exitum et idem domicilium). Finalmente, la elocuencia de su doncella devuelve la mujer a la vida: Quid proderit, inquit, hoc tibi, si soluta inedia fueris, si te uiuvam sepelieris, si antequam fata poscant, indemnatum spiritum effuderis? Id cinerem aut manes credis sentire sepultos? Vis tu reviviscere? Vis...lucis commodis frui? Ipsum te iacentis corpus admonere debet, ut uiuas. "¿De qué te servirá todo esto si te aniquila el hambre, si te entierras viva, si antes de que te lo exija el destino entregas tu alma inocente? ¿De eso crees que se dan cuenta estas cenizas o los manes de los sepulcros? ¿Quieres volver a la vida? ¿Quieres gozar de la alegría de la luz? El propio cuerpo del muerto debe advertirte de tu obligación de vivir". Y la insistencia del soldado la devuelve al amor.

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PARES CUM PARIBUS Nº 3

PARTE IV

La Guerra

OBSERVADOR:

Quién eres, de dónde vienes? era acaso el espanto el corcel en que llegaste?

Cuando el rencor decidió emplearte arrebató tus manos de la piel amada, se las quitó al agua y a la tierra, las desheredó de frutos y de peces, las transformó en hondas con tendones de la bestia la misma que prestó su quijada, las convirtió en aljabas, tus manos pasaron a poder del arco y con la complicidad del aire

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partió a matar la afilada piedra en su alazán de espino.

Cuando al comercio interesó enfrentar a Cristo con Mahoma, de la mezquita alzó tus palmas y de la iglesia tus rodillas, te ofreció a los remos de las galeras a las mechas de arcabuces y culebrinas, y hubo harapos en la marcha hacia la guerra y también yelmos relucientes, pues los pobres y los reyes cayeron en la misma trampa.

HOMBRE EXHAUSTO:

Elegí la guerra a la miseria, y abandoné mis cosechas al recaudador de impuestos; había tiempo para cantar y para danzar cuando en las noches eran luciérnagas gigantes las fogatas. La crueldad era tanta como podían nuestras desalentadas fuerzas, y si rechazaba muertos la conciencia podía uno desertar, cambiar por un festfn en la posada su mosquete

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y dejar al vino imaginar hazañas. Pero eran largas, eso sí que eran largas las guerras, ya que una sola duró los cien años.

CORO DE ASTRONAUTAS:

-No se han puesto de acuerdo para dar fin a la guerra -a un abuelo que esperaba el acuerdo un cohete lo despedazó en la playa de Khe Sahn -a un padre que esperaba el acuerdo un marine lo asesinó en el campo de Phu Loi -a un hijo que esperaba el acuerdo un vietcong le torturó en la cárcel de Hanoi -oran los bonzos en un incendio de niños -aún no se ponen de acuerdo para dar fin a la guerra.

OBSERVADOR:

Cuando la piedad fue desterrada a los escritos de Ginebra y de La Haya, el horror

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se sintió a sus anchas en la guerra. Tus botas hurtaron granos al molino al tiempo que sembraban cráneos; eras maniquí de prueba para los traficantes de armas, aquellos que hablaban idiomas diferentes, tres o cuatro, y nunca se hirieron entre ellos.

Mudó el desierto o un invierno blanco tu altanera marcha en retirada, de ofensor a humillado, el trifuno una ramera que al amanecer buscaba nuevo amante; y pasaste a poder de las alambradas que para cualquier carne eran cerrojo, bastaba que hubiese perdido la batalla. Las cámaras de gas cobraron sus presas de a docenas hasta juntar los seis millones. Tantos cuerpos abiertos tantas venas prodigándose, que gustó a la tierra el sabor acre de la sangre, y despreció a la lluvia.

CORO DE ASTRONAUTAS:

-Hay crematorios para canarios -hay rejas de acero para delfines -por qué los tratan

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como a seres humanos? -por qué como a prisioneros? -sus señales de comunicación se descifraron -así se supo que no eran patriotas -que no distinguían las fronteras -por ellos sabía el enemigo la posición de las tropas -por ellos descubrió la presencia de submarinos -qué imprudencia -sabían ellos lo que hacian? -los adiestraron simplemente -al comienzo informaban del rebaño extraviado -avisaban de los naufragios -pero no justificaron el capital invertido -y los destinaron a la guerra.

HOMBRE EXHAUSTO:

Los aniversarios amenazaban reventar el calendario y el fanatismo se vistió de fiesta todo el año. Yo muchas veces fuí alacrán cuando el horror trepaba mis sienes; y me extenuaba cierto que me extenuaba lo abominable de mi existencia; me obligaban a quebrar huesos en los campos de exterminio,

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o enviar desde el aire y con el aire los gérmenes que mordían como fieras a los ancianos y a los niños. Cierto que vomitaba, pero adónde huir con mis náuseas? la locura tenía un puesto de honor en las doctrinas, y en el marco de las ideas ganó prestigio el genocidio.

Cuando tuve que defenderme de los crímenes de guerra, señalé a los culpables pero fue en vano, eran ellos mismos los que me juzgaban. Era cierto que no quería mutilar seres; elevé una plegaria cada vez que convertí en cirio a un hombre sobre un altar de helechos; siempre un arma nueva un instrumento de tortura, las balas eran caricias para el pecho luego de la atrocidad del napalm. Y después, después comenzaron a bajar los muertos por el río, por el río de las perlas, y me forzaron a elevarme para lanzar la bomba, y tarnbién otros en otras partes

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lo hicieron al mismo tiempo.

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Marjorie Agosin El Consejo de las Hadas (Selección)

PARES CUM PARIBUS N° 3

Ana Frank

I

Ana Frank y yo somos amigas viajeras en las noches atravesadas, ensombrecidas. Ella y yo queremos ser escritoras o mujeres que escriben. Ana está muerta, yo estoy viva, sin embargo, conversamos. En la noche inquieta y sollozante ella viene y yo me muero junto a ella en un bosque de cenizas, donde nada ni nadie crece cuando la pensé muda entre las cenizas, yo también morí.

II

Morí cuando te terminé de leer, pero crecí y desafié a la ilusión, Ana, las alquimias de la bondad, los sueños precoces de la paz.

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III

Sí, Ana, todo esto murió y supe que eran escasos los hombres buenos. Por cierto, mi padre y mi hermano eran buenos, pero a ellos también los desconocí, temí por ellos, eran demasiado sensatos, no les gustaba cantar mientras deshojaban las rosas, no creían en las clarividentes, era hombres, Ana, hombres de la razón y la guerra.

IV

Ana Frank llevo tanto tiempo queriéndote buscándote, pero sabes, cuando le cuente a las otras niñas a tus miles lectoras me dicen los mismo Ana. Tal vez es absolutamente inexplicable que alguien te ame, que no se humille ante tu memoria, con obsesión, con elegancia, con humildad. Ellas te aman Ana, muchas de ellas te llevan en el corazón, bajo el brazo, en las miradas de la ilusión. Yo Ana, como tu soy más que judía, soy una obsesa y he comprado todas las ediciones de tu diario

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porque sobre todas las cosas, no debo dejar que ninguna de tus palabras se me escape. Ana ¿te gustaban las palabras como ríos o como ciudades abandonadas? ¿Ana qué hacías tú entre tanto silencios? Ana querida, Ana, siempre te escribo cartas se acumulan en las puertas del cielo, Ana porque sí hay un cielo tú estás allí arriba, toda vestida de ámbar y violeta, de musgos y alelíes. Tu cuaderno ha engordado en el cielo al igual que tu brazo. En el cielo tienes un escritorio malva y los cajones llevan el nombre de las niñas muertas y de las vivas. Ana Frank sé que si te hubiesen dejado ser habrías cambiado al mundo con tu pluma, pero sabes Ana, ya lo has hecho. Nadie como tú supo el desfiladero asombroso de las guerras, nadie supo de las excursiones y las bibliotecas. Ana, querida Ana, inclinada sobre la gran casa de Dios y la casa de las palabras. Ana Frank duermo contigo y abrazo tu vida en el insomnio y te nombro y estás viva, Ana aunque yo me morí al leerte.

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Edmundo Olivares

Geniflora (4)

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Giuseppina Grammatico: Petronio y el esqueleto de plata

PARES CUM PARIBUS N° 3

3 Novendialis, el banquete del noveno día

A los nueve días del sepelio, tendrá lugar el banquete fúnebre, llamado precisamente "Novendial". En el caso del esclavo de Escisa, un esclavo al que su amo ha liberado en el momento de la muerte, el banquete es a todo lujo. Los vicesimarii, es decir, los recaudadores del veinte por ciento del precio al cual el esclavo ha sido adquirido, han valorado al muerto en cincuenta mil sestercios, de manera que Escisa, además del banquete, deberá pagar al fisco un opíparo impuesto (mantisa). Petronio, por boca de Habinnas que ha participado en el banquete, no omite detalle de éste.

Para deleite de los amantes de la gastronomía romana citaremos el cerdo coronado con longaniza, porcum botulo coronatum y acompañado con morcilla, trozo de tripa rellena de sangre cocida condimentada con cebolla, piñones y especias; unos menudillos bien aderezados (gizeria), acelga (beta), y pan integral (autopyrum). El plato fuerte fue un trozo de carne de oso, que tenía gusto a jabalí. Seguían boconcitos de tripa, higaditos en sopa, huevos a la copa con birrete, rábanos, mostaza, olivas en salmuera, jamón de pierna y algo más, que omitimos, para no herir olfatos delicados. Luego una torta de queso fría cubierta con miel caliente mezclada con un excelente vino hispánico y adornada con garbanzos, altranueces, nueces peladas y manzanas. Finalmente queso fresco, mosto cocido y, un caracol para cada uno. ¡Un verdadero despilfarro!

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Andrés Recasens: Oratorio para observador, hombre exhausto y coro de astronautas

PARES CUM PARIBUS Nº 3

PARTE V

La Muerte

OBSERVADOR:

Quién eres, de dónde vienes? era acaso la desesperanza el corcel en que llegaste?

Obstinado buzo en tu propio cuerpo, tu escafandra era alquimia hecha rito cuotidiano; mascabas semillas como quien recibe hostias consagradas, para unirte a un paraíso sin antes besarte con la muerte. Desertor de la denuncia, buscaste en las drogas una senda de lirios negros y lunas verdes; a las vísceras fuiste a colgar tus nidos, ya no más sol cortado por aceros, y sin un grito cayó el multicolor cerrojo

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dejándote a ti dentro, y afuera al tiempo en un acontecer ajeno.

Te vi pulsando sensaciones como si fuesen cuerdas de un arpa prodigiosa; flotabas en mareas de sonidos y tu cerebro caja acústica expandida. Te vi bombardear al pensamiento, piloto enajenado en cohete sin controles; abrir las válvulas y estallar en fragmentos vivos, cada uno un delirio aparte una caldera bullente en la que el terror y el éxtasis acoplaban sus fantasmas preñando de imágenes tus sienes.

HOMHRE EXHAUSTO:

No me dejaban vivir fuera y resolví quedarme adentro; para qué lúcido y vital, qué mirar con los ojos limpios, qué asir con las palmas húmedas? las precisaban para cavar trincheras y no para descargar frutos. Mejor sumirme en una crisis de formas y colores,

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una danza de materias en caudal de vinos, aun cuando despertara desplomado en un regazo de codos y rodillas.

OBSERVADOR:

Ahí acurrucado, de nuevo feto en la cavidad de un cuarto oscuro, viajero alucinado, a qué juegan hoy los títeres de tu feria?

HOMBRE EXHAUSTO:

En un crepúsculo de ornamentos morados, veo arterias desoladas sin materia a qué abrazarse reptando por carbones encendidos. Huyo por un ojo monstruoso, un túnel de esferas palpitantes, y me hundo lentamente en un ensueño girando cadencioso. Un impulso y nazco de nuevo sobre las canas de una barba que sonríe bondadosa. Ahora hostigan a un cielo púrpura

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águilas y palomas; y una a una se abalanzan arrancando las canas para jugar con ellas; quedo solo, la bondad colgando en horizontes de piedra, sin barba ni sonrisa, desolado, como si un dios hubiese muerto.

CORO DE ASTRONAUTAS:

-quedan politicos? -muchos hay -de dónde salen? -se reproducen como amebas -del rojo nace el granate -el carmesí y el escarlata -también nace el rosado -el palo de rosa -y el rosa de té -cada político una doctrina -cada doctrina un carro aparte -un color y un charlatán -hacen carreras? -no se permiten avanzar -aunque sepan que van hacia el mismo lado? -con mayor razón entonces -si uno pretende mover su carro lo detienen de inmediato -en sus vías ponen durmientes -a veces utilizan explosivos -para qué los carros si no se mueven?

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-para llenarlos de gente -unos por la persuasión -otros por la fuerza -en qué se entretienen? -se vigilan mutuamente -se lanzan piedras -mucho se injurian -qué hacen cuando se aburren? -se bajan los que mandan y concertan reuniones -es el diálogo -pero no se entienden -algunos aprovechan para cambiarse de carro -y los acaudalados, a qué partido pertenecen? -ellos no tienen partido tienen consorcios -y el hombre qué hace mientras tanto? -en los carros sometido espera -por qué no desciende y emprende su camino? -los más ya están tullidos y a los menos los liquidan.

OBSERVADOR:

Niño triste, las antorchas de tu circo se extinguen en la arena; con qué piruetas

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se despiden los últimos payasos?

HOMBRE EXHAUSTO:

Un bosque, no un bosque, como un bosque; bajo un cielo de vitreaux majestuoso avanza aplastando una a una mis serpientes; su voz me inunda como un magnificat a la nave de una iglesia; una ansiedad de vegetal por luz rompe mis poros; un temblor me trae cruces en sucesión de vértices clavando sienes; inmerso en una serenidad de inefable ternura, lloro regando sus raices; respiro hondo profundo pausadamente; y soy un bosque, no un bosque, como un bosque.

OBSERVADOR:

Tus ansias por quedarte rasguñan los telones del cerebro

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dibujando estrías tornasoles; a un símbolo aferrado intentas asesinar al tiempo para no volver, derrotado, las manos vacías y el duende desvanecido detrás de la última mueca. Prisionero de ti mismo, en una losa negra, cada uno en cada una, los espacios blancos deshabitados, el mundo entero un tablero de ajedrez, y los dioses las manos amputadas frente a las piezas inmóviles que renunciaron continuar el juego.

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Marjorie Agosin El Consejo de las Hadas (Selección)

PARES CUM PARIBUS N° 3

Florence Nightingale

Entre todas las heridas, los aullidos tan hondos de los enfermos, de la Crimea incendiada por las fronteras, estabas tú, alada y erguida con tus pasos tras la lluvia, tras las mortajas vedadas, intrépida, jamás abnegada desobediente como una ráfaga entre las envidias, como un ruiseñor entre los abismos perturbados de los hombres.

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Edmundo Olivares

Geniflora (5)

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Giuseppina Grammatico: Petronio y el esqueleto de plata

PARES CUM PARIBUS N° 3

4 Testamentum y monumentum

El testamento de Trimalción -el término testamentum procede del osco tristaamentud.- es proclamado por su propia boca, en un "intermezzo" al que podríamos llamar funus ante litteram, o pseudoparentalia.

En él, el generoso amo dispone la liberación de todos sus esclavos. Deja a uno de ellos, Filargión, unas hectáreas de tierra, además de dejarle a su mujer, esclava ella también; a otro, Carión, una entera manzana de casas, el veinte por ciento del precio al que ha sido comprado, y un lecho bien tendido y arreglado. La más aventajada es naturalmente su esposa Fortunata, que heredera todos sus haberes.

En su propio provecho, Trimalción prescribe que unos libertos mantengan pulcra y aseada su tumba, y cuiden de que nadie la ultraje.

En cuanto al monumento sepulcral, las órdenes dadas a Habinnas son muy detalladas. Ha de ser cuatro veces más grande que lo usual, con cien pies de frente y doscientos en dirección a la campiña. Alrededor habrá toda clase de árboles frutales y una gran cantidad de viñedos. Deberá tener esculpida la sigla H.M.H.N.S., (Hoc monumentum heredem non sequitur). Deberán estar allí unas naves surcando el mar con las velas desplegadas, y Trimalción mismo, sentado en un estrado como un magistrado, vestido con la toga praetexta, con cinco anillos de oro en los dedos y en el acto de distribuir a la gente que lo rodea monedas de una bolsa. En la sala de ingreso estará la estatua del propietario, con una perrita a sus pies, guirnaldas de flores, potes con ungüento, y la representación de todos los combates del famoso gladiador Petraites. A la derecha del dueño de casa estará su esposa Fortunata, con una paloma en la mano y al lado una perrita atada con una correa, su chicuelo, y unas cuantas ánforas de vino, selladas para que el vino no se salga. Y habrá una urna rota un muchachito con encima llorando. En el medio habrá un reloj, colocado de tal modo que, aun sin querer, quien mire la hora lea su nombre allí esculpido. El epitafio, que lo retrata de cuerpo entero dice:

"AQUI YACE GAIO POMPEYO MECENATIANO. LE FUE OTORGADO

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EL SEVIRATO MIENTRAS ESTABA AUSENTE. PUDIENDO ESTAR EN TODAS LAS DECURIAS DE ROMA, NO QUISO. PIADOSO, VALIENTE, FIEL, ACRECENTO SU FORTUNA PARTIENDO DE POCO. DEJO TREINTA MILLONES DE SESTERCIOS. NUNCA ESCUCHO A UN FILOSOFO. ADIOS. ¡QUE ESTES BIEN! -¡TU TAMBIEN, GRACIAS!"

Este epitafio es leído públicamente durante la cena. Todo parece marchar a la perfección. Pero la perfección no es de este mundo, y de repente algo sucede que le cae mal a Fortunata. Bastan unos besitos dados por Trimalción a un joven esclavo muy apuesto, para que arda Troya. Ambos esposos pierden el control. Fortunata estalla en llanto, mientras Trimalción, que tiene la palabra fácil, evoca un pasado en que ella luce un papel no muy fino. De una cosa a la otra, el enojo llega a tal punto que Trimalción imparte una seca contraorden a Habinnas, el marmolero: -No más efigie de Fortunata en el mausoleo; mejor no tener líos después de muerto, ni litigios ni zalamerías. No quiere que esa ingrata mujer le dé besos cuando ya no tenga vida-.

A pesar de que nada se dice al respecto, intuimos que esta última orden no prosperará. Trimalción, en el fondo, es un sentimental y quiere a su mujer, y el enojo se le esfumará en seguida.

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PARES CUM PARIBUS Nº 3

PARTE VI

Final

CORO DE ASTRONAUTAS:

-Algo terrible sucede -el control estuvo llorando -algo acontece abajo -llamadas de auxilio escuché en el parlante -en la pantalla vi sombras corriendo desesperadas -será un terremoto? -más que eso creo -un terremoto con maremoto? -más que eso creo -un diluvio? -un cataclismo? -el fin del mundo creo -ay Dios -sabe alguien cómo llamar a Dios? -para qué si es Él quien lo ha dispuesto? -no puede ser tan cruel -lo ha sido tantas veces -cuándo control di una sola

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-con la Madre con la cuarta persona -nadie contó nada -bah pero cómo gritaba -aaaaaaaaaaaaaaay aaaaaaaaaay ayayay -detente -no sigas no sigas -esa vez cómo gritaba -Señor, no señor mi Dios que es mi Hijo no la corona de espinas no el escarnio no los azotes no la cruz que daña sus hombros aaaaaaaaaaaaaay -basta -no sigas -no sé llorar -que no fue advertida ella? -no habló claro el angel cuando le anunció la trama -cómo se dolian los ecos al regresar del Gó1gota aaaaaaaaaaaaaay aaaaaaaaay ayayay Señor, no mi Señor que es mi Hijo no la crucifixión no el tormento no los clavos en sus manos no los clavos en sus pies aaaaaaaaaaaaaay

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-cómo pudo ser tan cruel -tan inhumano -ella la única víctima de esa gran tragedia -ah qué dolor dolor tremendo -ah cómo en el divino drama la cautiva gemia y suplicaba -Señor, no mi Amo que es mi Hijo no la agonía no su clamor horrendo no la muerte no la herida en su costado no la muerte aaaaaaaaaaaaaay aaaaaaaaay ayayay sé que al tercer día pero lo habré perdido -deja deja -si eso hizo con nosotros será peor.

HOMBRE EXHAUSTO:

Este es el fin sin duda y tengo miedo; aún me duelen los ojos con tantos seres inmolados; me duele Dios con sus ojos. Y tú quién eras, a qué comunidad pertenecías? Tú que has estado tejiendo mis angustias

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con tus manos albas, qué mensajes mudaste en adivinanzas para confundir mi sencillez? En dónde estás? Me ciegan los resplandores y el estruendo del mar me aturde. Yo muero, qué harás tú? volverás a esconder los manuscritos igual que en otras ocasiones? y si ahora no hay un arca como la hubo antes entre las rejas de cada cataclismo? y si las cavernas cerraron sus bocas de piedra definitivamente? y si los ancianos se secaron musitando las postreras cábalas? Ah por qué Dios tuvo la voz tan débil que alcanzó apenas para concertar alianzas con unos pocos? por qué no fue fuerte como sus manos sus manos inmensas que castigaron a tantos y tantas veces?

OBSERVADOR:

Este es el fin sin duda. Cómo alteraron los letreros que en cada cruce del camino señalaban las jornadas de la especie;

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primero el fuego con su horno de lava en donde cumplió su amalgama el alma con la materia; luego el agua que prestó su vientre para engendrar las conmovidas formas; y más tarde la tierra, la difícil prueba. Ahora debía venir el aire pero tornamos al fuego; el hombre jugó a ponerse trampas y en cada alternativa equivocó sus pasos; a qué fin las máquinas para elevarnos, si era el espíritu quien daría las alas?

HOMBRE EXHAUSTO:

En dónde estás? Cuáles eran las reglas del juego en el plan divino? En el umbral supimos que el pan nuestro debía ser el fruto del sudor, pero nadie dijo, nunca habló el castigo que el hambre padecida por los pobres debiera colmar los graneros del mercader.

Debimos unirnos los exhaustos,

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si tan só1o uno hubiese gritado lo suficiente, y luego otro y otros, ser una tempestad de dientes y uñas cortando cadenas aunque descendiera la sangre a entibiar asfaltos; pero era preciso que todos que a cada segundo y al mismo tiempo.

CORO DE ASTRONAUTAS:

-Control control cuida los mandos que somos los últimos seres de la tierra -no queda nadie más? -será ésta un arca? -podemos salvarnos -si la astronave es el arca de esta era -estamos salvados -nadie habló conmigo -no me han exigido compromiso alguno -control control cuida los mandos que somos los últimos seres de la tierra -alguien grita afuera -alguien propone una alianza -se establecen mandamientos? -que hable claro -queremos libertad -pensar lo que deseamos

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-decir lo que pensamos -hacer lo que decimos -probemos de nuevo -quién sabe? -veamos veamos -parece sincero -no le hagamos caso -control control cuida los mandos que somos los últimos seres de la tierra.

OBSERVADOR:

Tal vez los signos no estaban claros, pero cuántos intentaron descifrarlos? los medios eran los mismos que tuvimos al comienzo del camino: no tener, solamente no tener, la posesión fue la falta original, y el desapego el único camino del regreso; no consentir, solamente no consentir, que negara el sabio su ciencia para causar muerte, que negara el hombre sus manos para las armas, no ser cómplice del dolor ni del odio.

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HOMBRE EXHAUSTO:

Las doctrinas se acomodaban para subsistir de cualquier modo, y el dogma sirvió para ocultarse en un disimulo de incienso; era preciso conocer el rostro de la propia conciencia, había que trocar los valores existentes, no más cuánto tienes ni que el éxito deslumbre, sino cómo piensas y cuánto sientes; era necesario dar un testimonio personal y permanente. Cómo poder regresarle a la tierra, por un instante siquiera, un alivio de vello verde y pies desnudos; mas es tarde ahora, en dónde estás? que acaso debo morir solo?

OBSERVADOR:

Ven aquí estoy; lloras? cuando por vez primera lloró el hombre, supo Dios que se habiá equivocado,

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y le dio fastidio un fastidio enorme. Este es el fin, no sé si el fin de fines pero sí nuestro fin; ven pon tu cabeza en mi mano; ahora cierro tus ojos.

Tal vez pudimos caminar juntos y habernos ayudado; pero los conceptos se ajaron tanto de pasar por entre los dientes, cómo usarlos entonces sin avergonzarnos? el amor y la verdad para una comunidad en el goce de los bienes, la libertad y la justicia para una comunidad el uso del poder, si tú y yo los otros igualmente, pero es tarde nadie resta ya has muerto y yo muero.

CORO DE ASTRONAUTAS:

-Estamos descendiendo

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-pierdo el equilibrio -detengan la caída -nos estamos precipitando -vamos a estrellarnos -nosotros los últimos? -siento cercana la tierra -quiénes se quejan allá de tan tremenda manera? -parecen gemidos de mujeres -es agonía de niños -no, son las almas que no saben que no quieren separarse de sus muertos -Noé, Noé -qué es lo que pretendes? -te lo ha ordenado alguien? -si Él no tiene valor para terminar, quién podffa hacerlo sino nosotros mismos? -control control que acaso quieres matarnos a todos? -qué espantoso y puede hacerlo -Adonay, Adonay volveremos a sembrar los campos y tuyos serán los frutos más exquisitos de la tierra -Adón, Adón construiremos nuevas ciudades y tuya será la gloria de los reinos de la tierra -detente detente que debo concebir mis hijos espera espera si es condición que sufran

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yo puedo verlos llorar -Adán, Adán por qué lo haces? -que nadie quede que no permanezca forma alguna que si se escribe otra tragedia se busque el alrna una armazón que resista representar con ella -Adán, Adán que nos aplasta la tierra -Adán, Adán tú te vengas.

Marjorie Agosin: El Consejo de las Hadas

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Marjorie Agosin El Consejo de las Hadas (Selección)

PARES CUM PARIBUS N° 3

Frida Khalo

I

Entre la luz asombrada, más allá de las pisadas de los vivos, y el salpicar de los muertos, en Coyoacán azul, llego a ti Frida, me acerco a tu corazón de tu rostro líquido bendigo tus cejas de leopardo.

II

Estás cansada en la quietud de la morfina violeta. Los extraños visitantes asedian tu caballete, tu espalda como una rama encendida.

III

Estás ahí

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reposada e inquieta, anhelando la soledad del silencio del maguey, el copal, de la lluvia amordazada en Coyoacán junto a las cicutas del amor.

IV

Frida no te dejan sola ni en la paz sutil de la muerte, todos quieren jalar un trozo de tu tela, de tus heridas, las paredes azules de tu casa de tu figura inventada. Todos quieren una postal con tu cuerpo porque les es ajeno porque le es tan familiar y a la vez desconocido curioso en el verdadero dolor.

V

Hoy llegué hasta ti Frida de Coyoacán. Golpee los umbrales

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del azul cobalto en tu casa donde recibías a todos y a ninguno. Estas tú dormida en los sueños de la mala suerte con el vientre plasmado de luciérnagas. Tras el silencio oí tus pasos, oí tu sollozo, tus gritos que decían viva la vida.

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Edmundo Olivares

Geniflora (6)

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Giuseppina Grammatico: Petronio y el esqueleto de plata

PARES CUM PARIBUS N° 3

5 Larua argentea, el esqueleto de plata

Hay un párrafo de la Cena de Trimalción, que conviene leer con particular atención, y en el cual un monigote de plata (larua argentea) juega un papel especialmente importante. Dice asi:

Potantibus ergo nobis et accuratissime lautitias mirantibus laruam argenteam attulit seruus sic aptatam, ut articuli eius uertebraeque laxatae in omnem partem flecterentur. Hanc cum super mensam semel iterumque abiecisset, et catenatio mobilis aliquot figuras exprimeret, Trimalchio adiecit: Eheu nos miseros, quam totus homuncio nil est! "Mientras bebíamos y mirábamos con mucha atención todo aquel bien de Dios, un esclavo trajo un esqueleto de plata, hecho de tal manera que sus junturas y sus vértebras desanudadas se doblaban en toda dirección. Una vez que el esclavo lo hubo arrojado sobre la mesa una y otra vez, y luego que su movediza ensambladura reprodujera diversas figuras, Trimalción añadió: -¡Ay, ay, pobres de nosotros! ¡cómo todo hombrecillo es nada!-".

Larua es en latín el espíritu de los muertos que, según una creencia popular, persigue a los vivientes; es, por ende, "fantasma, espectro, espantajo, máscara como representación de un ser vivo". La larua , siempre según la creencia popular, conserva del cuerpo sólo el esqueleto, por eso identifica también a un monigote en forma de esqueleto. El término tiene cierto parentesco con el nombre del Lar, espíritu tutelar encargado de proteger el hogar. En origen los Lares parecen haber sido divinidades o espíritus infernales. Sus efigies, como ya hemos dicho, se colgaban de hilos de lana en los cruces y en las plazas, supuestamente para que dejaran en paz a los vivos quedándose satisfechos con esos oscilantes simulacros. Nos recuerdan las imágenes fálicas que, en ocasión de la fiesta de Dionisio, los egipcios llevaban en procesión por las calles, haciéndolas preceder por flautistas, y escoltaban cantando con mucho alborozo. Se trataba, según dice Heródoto (2,48), de "marionetas movidas por hilos, largas cuanto un codo, que las mujeres llevan a las aldeas, con el sexo reclinado y no mucho más, pequeño que el resto del cuerpo" (Texto griego)

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Permítaseme aquí una digresión: el fantoche de plata en forma de esqueleto, que inspira a Trimalción la triste reflexión que hemos mencionado, se presta muy bien para simbolizar el imperio de Roma, que ya no tiene firmeza ni vigor y se inclina hacia una y otra dirección de acuerdo a los caprichos de sus gobernantes, que brilla de luz ficticia, que imita y reproduce todas las formas posibles de ese ser que ya no tiene vida propia, y a quien cada cual puede arrastrar cómo y dónde quiere.

Se lo puede manejar según el antojo del amo de turno que, endiosado, cree tener en mano todos los derechos. Es decidor el hecho de que esa larua argentea esté exhibiéndose sobre una mesa, escenario en que se consume su indignidad, mientras ella sufre bailando una danza macabra y ridícula, como en una farsa ante la cual todos ríen . Ríen, pero sólo externamente, pues, adentro, su corazón se inquieta, presintiendo lo que vendrá e identificándose con ese esqueleto en el cual pronto ellos mismos estarán convertidos.

Forzando el símil, diríamos que Roma ya no es sino una larua argentea que se pliega a las exigencias del último tirano. Esas junturas sueltas, esas vértebras laxas, son sus instituciones, sus tradiciones, sus hombres, tambaleantes e incapaces de encontrar algo firme en que sostenerse para seguir de pie. Ya no hay mores ni viri que estén vigentes. La muerte avanza a pasos agigantados. Los huéspedes de Trimalción se sienten perseguidos por las figuras que la larva dibuja para ellos, formas sin consistencia, que ahora son y luego dejan de ser, sucediéndose al azar sin seguir ningún proyecto, ninguna intención, ninguna meta. Esas figuras parecen ser las muchas máscaras del hombre, sus muchas conciencias.

La larua es traída por un esclavo, y es de plata. Es ajustada, acomodada, dispuesta de tal modo que las junturas, las vértebras sueltas se doblan (apto es el equivalente latino del

griego; e interesantes son todas las palabras presentes en el breve párrafo que estamos analizando: articuli, laxatae, flecterentur, abicio, catenatio mobilis, figura).

Espejea el imperio y la vida con sus múltiples formas, con todas sus posibles figuras, como un caleidoscopio en movimiento. Ajuste visible, reflejo de uno invisible. Junturas, vértebras; movimiento real y ficticio. Vida y ficción de vida, exhibiéndose sobre una mesa en que viandas se suceden a viandas, para satisfacer el placer de la carne, hasta la saciedad y la náusea.

Consecuencia de ese modo de ser aptata de la larua y de ese ser laxatae de las junturas y de las vértebras, son las infinitas plegaduras, dobladuras, torceduras de un ser vanamente

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animado, incapaz de asumir una postura que sea suya, laxo (laxatus) en su querer.

¿Es, el suyo, un estado vergonzoso (abiectus)? Notamos que, al parecer, es el esclavo quien arroja una y otra vez el fantoche sobre la mesa. La ficción no es gobernada, entonces, por un ser libre y responsable. El abicio de abiecisset es fuerte. Significa "echar" y "desechar". Hay un singular encono en ese gesto. El esclavo, en cierto modo, es él también una larua a la que otros lanzan por aquí y por allá. Sin embargo de ese abicere repetido y mecánico, nacen formas casi humanas. La de la larua es ensambladura, no soldadura. El movimiento da vida, "expresa" su soplo, (spiritum exprimere = exhalar el aliento), hace dar brincos, arranca de la marioneta su ser móvil e inquieto.

En el contexto frívolo de un beber y un comer que han dejado de ser sacros y sólo satisfacen los sentidos físicos, obedeciendo a un juego caprichoso que engendra caprichosas ficciones con apariencia de verdad, se dibujan y desdibujan figuras que asumen actitudes y posturas propias de un fantoche de hombre, que se mueve porque alguien maniobra sus hilos, sin congruencia ni fidelidad a un orden físico ni lógico. Esta imagen es absolutamente anticipadora de tiempos en ese entonces lejanos, y de connotaciones en ese entonces insospechadas.

Si Petronio, como parece, vivió en la época de Nerón, el monigote de plata encarna con extraordinaria viveza al hombre de esa época, a la merced de un emperador que es esclavo de pasiones incontroladas y juega con la vida de sus súbditos siguiendo unos instintos poco loables. Grafica el desasosiego de una humanidad despojada de sus más elementales derechos por una auctoritas que sólo mantiene el nombre de tal, pues de hecho, lejos de acrecentarlo (augere), aniquila lo humano desfigurando el rostro del hombre y del mundo. Y si no fuese así, sería aún más grave, pues no ya solamente un Nerón, sino un número indeterminado de anónimos Nerones estarían manipulando a su antojo el vivir de los humanos.

Hoy, cercanos al comienzo del tercer milenio, nos percatamos de la lectio secreta de la larua argentea. ¿Advertía ya Petronio el peligro que se cierne, amenazador, sobre la humanidad de todos los tiempos y que ya casi nos alcanza? Nuestros espíritus, temerosos de venir involucrados en un lento pero inexorable proceso de deshumanización, deberán apresurarse a encontrar un antídoto que les consienta salvarse. ¿Dónde lo buscarán? No ciertamente afuera, dentro de un medio hostil y ya todo tendido hacia una robotización que lo seduce bajo la especie de un hechizo cruel, sino dentro de sí, allí donde residen las fuerzas vitales que esperan ser activadas para una puesta en obra capaz de revertir el

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proceso.

Nosotros no queremos ser marionetas, y tampoco queremos ser esclavos que manejen sus hilos. Deseamos inyectar verdadera savia vital en esas junturas desanudadas, en ese ensamblaje movedizo. De poder escoger, preferiríamos ser pequeños lares de plata, inmóviles, hieráticos, destinados a tutelar y no a perseguir, el corazón endeble de nuestro presente, hundidos en el silencio de la ofrenda y de la contemplación.

Margarita Schultz: Identidad nacional en un ensayo de Borges Índice General

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Marjorie Agosin El Consejo de las Hadas (Selección)

PARES CUM PARIBUS N° 3

Isadora Duncan

I

Isadora nublada y luminosa, en las brumas salvajes, ¿cuán largo era tu cabello de garza decapitada? ¿en qué leyenda te dijeron que te desataras el cabello?

II

En esta primavera de somníferos sonámbulos te acercas al amor de puntillas, tu cuerpo es un círculo donde anida la velocidad de lo terrenal.

III

Tus brazos, Isadora amada, son dos cúpulas donde ningún tiempo encuentra su derrota.

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Como la niebla más fugaz como el huésped más oportuno, haces de tus pies bocanadas de humo, estrellas alcanzables prodigiosa es tu felicidad, Isadora hasta las pordioseras, las damas abandonadas, los peces, las mujeres de la vocación y el ocio, palmotean con sus faldas de agua, al verte a ti Isadora, toda alada con tus huesos premonitorios.

IV

Entre los follajes más allá de la luz amada mía, vestida con el traje de las algas ¿en qué lugar dejaste tu corona de fuego?

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Edmundo Olivares

Geniflora (7)

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Marjorie Agosin El Consejo de las Hadas (Selección)

PARES CUM PARIBUS N° 3

Umiliana Cárdenas:

pescadora de poetas

Salida del tiempo de las sirenas y los pescados ceremoniosos, toda humedecida y cantarina, con sus años cargados de escamas de inverosímiles fragancias y de piedras transitorias, sale del mar precaria y gigante, Umiliana Cárdenas. Ofrece poemas a cincuenta pesos cada uno y cincuenta recetas para cocer papas. Es de las islas más islas que el cielo, donde el viento presagia nacimientos y muertes, donde la vida es una esquina dorada de azares y tiempos mudos.

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Edmundo Olivares

Geniflora (8)

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Violeta Parra

I

Violeta de los Andes, Violeta del altiplano, Violeta del Pacífico indomable y serena, cantas transfigurada, cuentas como las llamas, amando a los prófugos, la locura desalmada. "Lo que puede el sentimiento no lo puede el saber".

II

Eres una guitarra de alientos y murmullos una guitarra que aúlla entre la oscuridad de los ausentes. Violeta chilensis.

III

Te desnudas en el paraíso de tu voz

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eres un campo de salvajes zarzamoras, una constelación de violetas entre el cielo y la tierra.

IV

Te recordamos ahora, después de la muerte porque moriste de amor, para bailar con la muerte que tan solo a ti te temía.

V

Violeta, cantas más allá de la noche y sus horizontes como si fueras tú tan solo tú y Violeta, mujer deshabitada, como una guitarra, como mano arrullando al hijo más preciado de la ausencia.

VI

Violeta cuando cantas más que la luz nos llenas de almas y de humos, más que tu voz son tus manos de pájaros y bandurrias vivas tu voz de huracán meciéndonos, despertándonos en los páramos salvajes de nuestra soledad.

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Geniflora (9)

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Xochaquetzal, la diosa de las flores

I

En los tiempos del asombro y las flores fugitivas, estabas tú Xochaquetzal toda vestida de flores toda vestida de sueño y el azar florido de las guerras y la paz.

II

Enmarañada tras los amores, cubrías a la tierra de tan espléndida frescura de los aromas.

III

Cuando desobedeciste, cuando amaste la ilícita pradera,

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te cubrieron de cenizas, te obligaron a llorar, a desprender de tu boca los pinos marchitos, los altares de la tristeza.

IV

Xochaquetzal tan bella y dolida tras los prados del paraíso, encerrado en la mirada desvelada, ya no puedes mirar al cielo e iluminar con tus brazos de flores eres un parque de cenizas una estatua amarrada entre los escombros obligada a llorar, a las tinieblas y sus velos.

V

Pero aún en los días del amor, en las celebraciones clandestinas del cuerpo que no se quiere hacer alma, ahí estás tú mi amada, mi dulce Xochaquetzal con tus ojos de garza

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con tu mirada de gardenia, anclada a las flores que brotan de tu cuerpo lacerado.

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PARES CUM PARIBUS N° 3

Pandora

I

Por abrir esa caja del asombro y ajena a su voz, la acusaron de los maleficios, los males, de todas las plagas y los insomnios de las siniestras soledades.

II

No tenía vocación para el miedo, ni la siniestra capacidad de la obediencia. Fue lo que fue indómita, lejana, transparente. Vestía con el color verde de los dioses, abrió la caja prohibida, nos brindó el asombro,

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la felicidad de su verdad la dicha en el amor la esperanza en los rumbos secretos, la ambigüedad del aliento.

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Penélope

Penélope con tu caminar de piedra y asperezas, tus ojos de isla. Con tu cariño como rezo ¿a quién llamas en la noche de espumas y azahares? ¿A qué patio se dirigen tus tacones de aire? Penélope ¿a quién escribes las epístolas de la espera?

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Safo

I

Safo de Lesbos, Safo en las cobijas de la lluvia, altanera y dulce, repartiendo las cúpulas más siniestras de su vocación, la franja más dulce de la poesía que es, el amor

II

Safo solitaria, acompañada de granizo, la piedra, los metales las ciudades donde se alejan los vientos

III

Safo, aguda y diminuta desnuda entre las palabras, agigantada y precipitada

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IV

Safo delirante amada, amatoria, centelleante ante el verano más genital fiel servidora de la ambigüedad del tiempo, del viento, del rostro con un lienzo de poemas, collares de pájaros.

NARRATIVA: Adiós, Zacarías Díaz

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