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TONGÓBRIGA CAETOBRIGA Revista de Arqueologia romana Ano I - nº 2 - JUNHO 2012 IGAEDIS OLISIPO

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Artículo de Alicia M. Canto sobre la evolución de Itálica.

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TONGÓBRIGA

CAETOBRIGARevista de Arqueologia romana

Ano I - nº 2 - JUNHO 2012

IGAEdIs

OlIsIpO

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CAETOBRIGA

“Uma visão de conjunto sobre a organização funcional e o espaço físico da Setúbal romana, presumivelmente a Caetobriga referida por Ptolomeu e que tem sido consensualmente localizada na desembocadura do Sado...” pág.56

TONGÓBRIGAPor Lino Tavares Dias

pág.74

IGAEdIs Por Pedro C. Carvalhopág.44

O TEATRO ROmANO dA CIdAdE dE OlIsIpO Por: PortugaRomano.com

pág.30

Editorial pág 4 Notícias pág 6O Museu de Arqueologia e Numismática de Vila Real. pág 14A iconografia presente nas Lucernas Romanas da praça da Figueira-Lisboa pág 24O teatro Romano da cidade de Olissipo pág 30Sabia que…Uma cidade Romana… pág 38Igaedis pág 44A oferta de um relógio aos Igaeditanii pág 52Caetobriga pág 56Tongóbriga pág 74Uma Peça, um museu pág 83A valorização das ruínas romanas de Troia pág 84Foto-reportagem pág 98Resenha sobre defesas urbanas tardias da Lusitânia pág 106Museus Nacionais com acervo do Algarve pág 112A colonia Augusta Treverorum pág 124Itálica: de Urbe Turdetana a patria de los Ulpio-Aelios pág 134Roteiro Arqueológico Romano de Caetobriga pág 152

ÍNdICE

Estação Arqueológica do Creiro - setúbalFoto por: miguel Rosenstok

Imagem de capa: CésAR FIGuEIREdO (www.cesarfigueiredo.com)

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ITÁlICA: dE uRBETuRdETANA A pATRIAdE lOs ulpIO-AElIOs

por: Alicia m. Cantouniversidad Autónoma de madrid. de las Reales

Academias de la historia y de Extremadura

Foto: Raul losada

- Escipión en Turdetania

En el verano de 208 a.C. Publio Cornelio Escipión el Joven se retiraba tranquilamente a invernar en sus cuarteles de Tarraco, tras vencer a Asdrúbal Barca en Baecula, ciudad (según Tito Livio) un poco al oeste de la famosa y semitizada Castulo. Aunque prudentemente había permitido la huída del hermano de Aníbal hacia Italia, lo que en cierto modo empañaría su primera, aunque no muy gloriosa, victoria en combate, y le granjearía algunas críticas en Roma, sabía bien que con ambas acciones había asegurado su triunfo definitivo sobre Cartago en Hispania. Se acercaba el fin de una década de cautelas, alianzas, traiciones, triunfos y derrotas en este nuevo y gigantesco territorio hispano. Se acababa de apoderar, en el corazón de la Oretania, del principal distrito minero de plata, plomo y mercurio de la península,

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el de Castulo–Sierra Morena, mucho más productivo que el de la propia Carthago Nova, conquistada por sorpresa el año anterior, aunque ésta le había facilitado la base de operaciones más segura posible, y una estratégica generosidad hacia los rehenes hispanos que allí se encontró

retenidos. Pero no sólo eso, sino que la posición muy favorable de Baecula, sobre la calzada que llevaba tanto hacia el valle bajo del Baetis como hacia la Meseta, le permitiría poder proteger su retaguardia

al mismo tiempo que preparar el último avance romano hacia el sur, hacia Corduba, Hispalis, Gades y el Océano, y con ello la definitiva victoria romana sobre los cartagineses y la expulsión de Hispania del odiado enemigo. Aquel que poco antes, en 211 a.C., había arrebatado

a Roma, junto a miles de conciudadanos, a dos de sus más brillantes consulares pero, ante todo, su padre y su tío. Los proyectos de Escipión se cumplieron y,

Fig.1

en efecto, en la campaña siguiente de 207, reuniendo en la propia Baecula todas su tropas, llegadas desde Cartagena y desde Levante (Fig. 1), se atrevió por primera vez a seguir el valle del Guadalquivir, entrando en la imbellis Turdetania, y decidiendo al tiempo el mejor y más seguro escenario para el encuentro final contra Hanón, Magón Barca y Asdrúbal Giscón. Éstos eran todavía enemigos temibles, por sí mismos y por los refuerzos que durante el invierno habían hecho venir de África y de Celtiberia, sumando entre 55 y 70.000 hombres, que le esperaban, de nuevo protegiendo lo último que no podían perder: sus bases fuertes de Hispalis y Gades, y con ellas el acceso a la potente minería de cobre, plomo, plata y oro de Riotinto (Huelva), la legendaria faja metalífera que alcanzaba hasta los hoy São Domingos (Mértola), Aljustrel (Beja) e incluso Salacia (Alcácer do Sal), más allá del Guadiana y de la Baeturia de los Célticos. Tras un año de posicionamientos, escarceos, motines y actividades diplomáticas, el choque final tuvo lugar, en efecto, en la campaña de 207 o 206 a.C. (las fuentes divergen), junto a Ilipa (hoy Alcalá del Río, Sevilla), fuerte ciudad filopúnica y buen puerto al que llegaban las mareas oceánicas del Baetis. Usando siempre de sus características tácticas de sorpresa para compensar su inferioridad numérica (y de elefantes), la batalla resultó tan victoriosa como la había planeado, y los restos del ejército cartaginés huyeron hacia Gades (cuya ciudad, de creer a Estrabón, les dio la espalda) y, desde allí, a Cartago. Acababa así de comenzar la dominación romana de Hispania, que lentamente se

alargaría durante seis siglos y hacia cuya mitad los hispanos mismos, irónicamente, se harían con el control de Roma. Y no fue tan injusto, ya que puede decirse que el gigantesco Imperio romano se fundó desde sus momentos iniciales, a modo de solidísimos cimientos, sobre el oro, la plata, el bronce, los acerados hierros –éstos en forma de certeras armas–, el aceite y el trigo de Hispania, lo mismo que el Imperio español de la Edad Moderna, como una nueva Roma, se erigió sobre los ricos metales de la América recién conquistada. No eran otras sus respectivas y principales ambiciones. Terminados los asuntos más urgentes de la guerra, en 206 a.C. Escipión pudo pensar en los de la paz, y con ello en instalar a sus veteranos y heridos en algún lugar apropiado del territorio recién adquirido, que además ofreciera ventajas frente a los nuevos intereses de Roma: Itálica.

- De ciudad turdetana a pólis italiké

Una vez expulsados los ejércitos cartagineses, los romanos debían asentarse y empezar a organizar la explotación del territorio conquistado, más un embarque seguro de lo que necesitaban para continuar la guerra aún no acabada, pues duraría hasta Zama en octubre del 202 a.C. y el tratado final del año siguiente, sobre todo metales, aceite y trigo. En este punto es importante considerar que, después de casi tres décadas de más efectivo dominio africano, debían de quedar en la Hispania meridional muchos filopúnicos, tanto ciudades como

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individuos (recuérdense, por ejemplo, la heroica caída de Astapa, o las tremendas divisiones internas en Castulo). Que las ciudades y tribus eran capaces de traicionar y no eran fiables ya lo habían demostrado en el pasado Iliturgi y Castulo, por ejemplo, o los propios celtíberos, como cuando su tío, en Ilorci (Segura de la Sierra, J.). Esta desconfianza justificada

es la que a mi juicio explica que el primer asentamiento estable de los romanos no se hiciera en las grandes o medias ciudades del entorno, aunque éstas contaran con infraestructuras urbanas, puertos y comodidades: No servían ni Ilipa, ni Gades, ni Hispalis, cuyas raíces semitas se hundían aún más atrás, en

el pasado fenicio, y el lugar elegido por Escipión, pues, fue una pequeña pero vigilante altura del Aljarafe sevillano, a medio camino entre Hispalis e Ilipa. (Fig. 2: al fondo, Sevilla).Es Apiano de Alejandría quien, a mediados del siglo II d.C., en su obra sobre todas las guerras de Roma, nos ofrece, muy lacónicamente, el texto capital, Iberiké 38:

“Fue en esta época, poco antes de la 144 Olimpíada, cuando los romanos comenzaron a enviar cada año a las naciones conquistadas de Hispania dos pretores, en calidad de gobernadores o supervisores del mantenimiento de la paz. Escipión dejó allí un pequeño ejército,

Fig.2

el más propio de un tiempo de paz, y avecindó a los (soldados) heridos en una ciudad a la que llamó “Itálica”, del nombre de Italia: ésta fue la patria de Trajano y de Adriano, que más tarde llegaron a ser emperadores de los romanos. Escipión por su parte regresó a Roma con una gran flota, magníficamente engalanada y llena de cautivos, plata, armas y toda clase de botines.”

Este resumen, dentro de su brevedad, nos aporta cuatro datos esenciales sobre este momento: 1) El comienzo inmediato de la administración dúplice de Hispania, y con ella la necesidad de una capital administrativa romana para la recién creada Hispania Ulterior; lo que explica bien que muy poco después (y no 50 o 60 años más tarde, como suele creerse) se produjera una primera verdadera expedición colonial organizada (apoikía) desde Roma a Corduba, la para Estrabón (leyendo bien su frase en III.2,1-2) “primera colonia enviada a Turdetania”, para que esta importante ciudad del valle medio del Baetis sirviera ex arjés (“desde el principio”) como capital. 2) Que el asentamiento en campaña de los romanos se produjo ἐς πόλιν, esto es, en lo que era ya una “ciudad”. 3) Que se avecindó a los romanos en “coexistencia” junto con los indígenas que allí vivían, pues Apiano usa el muy preciso verbo griego συνῴκισε (un detalle que ha pasado inadvertido durante mucho tiempo). Por tanto, este asentamiento romano in situ –que sería el primero de Roma fuera de las propias Italia y Sicilia– no se creó ex novo, ni en forma de “dipolis”, separadamente, como varios

arqueólogos han sostenido con denuedo, sino que fue sinoicístico, como Corduba h. 204 a.C., o como Carteia en 171 a.C. (ésta ya con los que llamo “criollos”), y muchas otras ciudades. 4) Por último que, sin duda en virtud de la naturaleza de los asentados, que debían de ser en su mayoría aliados itálicos, aquella pequeña ciudad, turdetana pero cuyo nombre indígena ignoramos, llamada a un gran destino, fue renombrada Italica.

- De colonia militar y colonia latina a Municipium italica, civium romanorum Mucho tiempo se han repetido, gracias a la poderosa influencia, en el siglo XIX, de Theodor Mommsen y Emil Hübner sobre todo (por CIL II 1119), y en el siglo XX, de A. García y Bellido, las ideas de que Itálica fue en sus comienzos sólo un “lazareto” y de que hasta época de César y Augusto no pasó de ser un humilde vicus civium Romanorum, esto es, una “aldea, barrio” (tales son los significados de vicus) “de ciudadanos romanos” (lo que ya en sí encerraría una notable contradicción), sin estatuto alguno. Sin embargo, observando bien el emplazamiento, y teniendo en cuenta algunos detalles arqueológicos y epigráficos, puede llegarse a otras conclusiones. El lugar elegido por Escipión parece, en efecto, un lugar insignificante, una pequeña colina junto al Baetis o Guadalquivir (que por entonces, y aún en 1835, como se puede probar geológica, hidrográfica, y gráficamente, corría a sus pies), aunque saludable y muy bien aireada. Pero en la elección del lugar se pueden adivinar

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algunas cualidades más, que alejan a Itálica de ser un simple “hospital de campaña”. En primer lugar, porque contaba con un puerto (hoy no imaginable por su alejamiento del río) (fig. 3), a donde podían llegar las embarcaciones medias incluso desde Castulo y Corduba, y por ello lo que se transportara fluvialmente. En segundo, que estaba comunicada por

tierra con Hispalis y las demás ciudades del Aljarafe sevillano al S, y al N con la Beturia Céltica y férrica, por la que más tarde conoceríamos como la vía XXII. Por tanto, sin negar lo que Apiano nos cuenta, su fundación en este preciso lugar parece además bastante estratégica y vigilante, por estar entre Hispalis e Ilipa, pero también enfrente de la primera, y por ello

Fig.3

mismo debió de estar relacionada, no con una lejana e improbable defensa de los lusitanos (como a veces se ha dicho), sino con circunstancias económicas de interés primordial para Roma en ese momento, como el depósito y embarque del mineral de todas las cuencas mineras principales del O, con las que estaba bien comunicada por un antiguo y sugestivo “Camino de los Camelleros” y por el río Ribera de Huelva.

Y esto, en este momento, era lo más vital para los romanos: poder sacar con seguridad los metales de ambas zonas, Sierra Morena y la faja pirítica luso-hispana.La segunda observación es sobre la forma urbana que debió de adoptar el núcleo antiguo fundacional. Éste, desde comienzos del siglo XVII, fue quedando sepultado bajo el pequeño pueblo de Santiponce. A partir de García y Bellido siempre se sostuvo que era difícil o imposible saber nada de esta oculta

Vetus Urbs, afortunada definición del venerable maestro para la Itálica más antigua. Sin embargo, un estudio de las fotografías aéreas de 1954 y 1980 (hoy el panorama urbano del pueblo se presenta ya demasiado degradado y confuso, al no haberse puesto apenas coto a su increíble crecimiento), y la orientación dentro de ella de los pocos edificios y epígrafes conocidos, me permitió en 1983 y 1985

sugerir una planta inicial hipodámica (fig. 4), bastante canónica al compararla con los planos de las colonias militares de la propia Italia, como Capua, Marzabotto, la primitiva Pompeya y, sobre todo, Placentia, fundada sólo 13 años antes que Itálica, en 218 a.C., y también tras el éxito de una guerra, que lo fue ortogonal, de militares y con derecho latino. En efecto, lo lógico es pensar que, en el extranjero, los romanos se organizaran para vivir como lo hacían en sus propios campamentos y en Italia, lo mismo que los colonos de cualquier

Fig.4

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imperio (español, portugués, británico…) trasladaron sus modelos urbanos y sus costumbres sociales a las nuevas y lejanas colonias. En sendas excavaciones de 1973 y 1977 los Prof. Blanco y Pellicer probaron en la Vetus Urbs tanto el primitivo sistema militar de fossa y vallum como los niveles hasta el siglo IV a.C. del hábitat

indígena, en la zona alta del teatro. Esta propuesta urbanística tiene igualmente que ver con otras dos, y con otros documentos arqueológicos y epigráficos: Por un lado que, en el ejercicio del sinoicismo, lo normal es pensar que la ciudad elegida para convivir con

turdetanos tenía que tener determinadas élites de confianza, que se hubieran manifestado favorables o incluso ayudado a los romanos ya durante la guerra. De ello tenemos un buen ejemplo del mismo Escipión (Apiano, ibid. 32), que en el 206 a.C. decidió para Cástulo, “junto a la nueva guarnición romana”, que la gobernara “uno

de sus propios ciudadanos, un hombre de buena reputación”. Por otro lado, otro motivo para descartar el supuesto vicus civium Romanorum es que, si la mayoría de los fundadores eran socii o aliados itálicos, ellos mismos carecían por aquella

Fig.5

época de tan alto estatuto. En cambio, una buena parte de sus ciudades en Italia eran de ius Latii, de Derecho Latino, como las antes citadas. Bajo estos supuestos pude también suponer en su momento (hace un cuarto de siglo) que la nueva Italica debió de gozar del estatuto jurídico inicial de colonia Latina, al que poco a poco se irían incorporando las más notables familias locales. Un esquema que debió de aplicarse en otras muchas ciudades hispanas durante la primera mitad del siglo II a.C. Un precioso documento italicense (fig. 5) vino poco tiempo después a reforzar ambas hipótesis, la urbana y la estatutaria a la vez, y además a darnos la primera llamada de atención sobre una familia, puramente turdetana, que debió de contarse entre esas élites “de buena reputación” llamadas a coexistir, sin duda ricos locales (que, quasi ludens, he llamado otras veces “colaboracionistas”): Un soberbio mosaico de opus signinum republicano, aparecido en 1984 en el extremo O del que supongo el foro antiguo, donde debían de hallarse el tabularium y la curia colonial, ésta ubicada, como en Roma y otros lugares, junto a un santuario de Apolo. Pocas veces un hallazgo parcial (pues la mayor parte del mosaico por desgracia fue dejado sepultado in situ) resulta tan oportuno. El mosaico (sistemáticamente mal fechado en época de Augusto por Caballos, León, Luzón, Rodríguez Hidalgo, Stylow, Beltrán, Corzo y casi todos los autores meridionales) por sus paralelos arqueológicos y epigráficos es sin duda de hacia 100-70 a.C. (por cierto que no muy lejos de

la Pótnia therón de la colección Lebrija), y su interrumpida cartela reza: M(arcus) Trahius C(aii) f(ilius), pr(aetor), Ap[ollinis aedem?] de stipe, idem(que) caul[as d(e) s(ua) p(ecunia) fac(iendum) coir(avit)?]. Este apasionante epígrafe nos presenta a un pr(aetor), justamente el magistrado típico de las colonias latinas (un desarrollo pr(aefectus) es muy poco viable en estas fechas), que además se llamaba “Marco Trahio, hijo de Cayo”, con una latinidad de al menos dos generaciones. Con él se comprobaron por primera vez los ya antes imaginados (1983) Traii italicenses, antepasados directos, paternos, del futuro emperador Trajano, y la causa de que la pequeña Itálica, casi dos siglos más tarde, tuviera tantos motivos para pasar a la gloria nacional e internacional.No sabemos mucho más de la Itálica del siglo II a.C., pero algo sí. Por ejemplo de sus lógicas buenas relaciones con el prestigioso Lucius Aemilius Paullus del Bronce de Lascuta, gobernador de la Ulterior 191-189 a.C. que, tras su victoria en Pidna (168 a.C.), hizo a nuestra ciudad algunos regalos griegos que ignoramos; se trata de una muy famosa inscripción, en copia del II d.C., que en el nuevo CIL republicano de 1986 ya fue por esta causa excluída de los llamados tituli Mummiani, entre los que (también a causa de la pareja Mommsen-Hübner) se la contó durante casi siglo y medio. Itálica cuenta hasta la época de Augusto, como digo, con poquísimas referencias epigráficas y textuales, pero éstas son muy sugerentes, como la de un Caius Marcius (App., Iber. 66) que, siendo un anér Íber ex pólis Italiké (es decir, otro “criollo”), era en 143 a.C.

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nada menos que quaestor, segundo, del gobernador Quinctius durante la guerra con Viriato (y por ello quizá ya senador). Para el año 76 a.C. Orosio el cristiano (V.23.10) la llama urbs Baeticae, y precisa que, en lucha contra Metelo en las guerras sertorianas, el general sertoriano Hirtuleyo perdió “junto a la ciudad” nada menos que 20.000 hombres, lo que nos da una idea

clara al menos de lo adecuado del sitio, y de su carácter de urbs, aunque no deje saber de qué bando se hallaba Itálica. Las segundas y últimas citas, entre el 48 y el 45 a.C., ya de las guerras cesarianas, nos dejan los nombres de cinco personajes, casualmente todos militares. Tres de ellos, Tito Vasio, Lucio Marcelo y el extremadamente cruel Munacio Flaco (Val. Max. IX.2.4), filopompeyanos, se conjuran en Córdoba, con muchos otros, contra el ávido Casio Longino; no sólo eran omnes Italicenses, sino que son llamados municipes (Bell. Alex. 52.4). Otro, Tito Torio, aparece como jefe electo

de dos legiones filopompeyanas (Bell. Alex. 57.3) y, por último, un Q. Pompeius Niger, miembro del orden ecuestre, cesariano, y protagonista de un curioso duelo en el decisivo año 45 a.C. (Bell. Hisp. 25.4). Es poco, pero nos confirma y configura una ciudad noble por su origen y noble por sus habitantes, que cuenta desde muy pronto con familias ilustres y

ricas, latinizadas o romanas: las gentes o familias Trahia, Ulpia, Aelia, Marcia, Vasia, Munatia, Toria… con algunos individuos senatoriales y ecuestres que cuentan en la poca historia romana de Hispania que conocemos de estos primeros siglos.Dadas su participación en el mundo militar, y las últimas más del lado cesariano, no es difícil aceptar que, si no lo era ya de antes (recordemos a los tres italicenses que ya antes eran llamados municipes), Itálica pudo ser una de las ciudades a las que César, vencedor en Munda a pesar de las traiciones béticas, reorganizando la

Fig.6

provincia y en su autoridad como dictator, premió su fidelidad en marzo del año 45 a.C. con el estatuto de municipium civium Romanorum, como a Ulia Fidentia (Montemayor, Córdoba), frente a las ciudades traidoras, más filopompeyanas (Corduba, Ucubi, Urso, Hasta, Hispalis y otras), que fueron castigadas con el estatuto colonial, mucho más pesado (reinterpretación de Dión Casio XLIII.39.5: Canto, Gerión 1997, 276). La tribu electoral de Itálica sería la poco frecuente Sergia. Es ahora seguramente, por la recepción del nuevo estatuto, cuando, como en Gades, se empieza a construir el primer teatro estable de Itálica (fig. 6). Sus materiales más antiguos, enormes tambores de orden dórico, de caliza y anchas estrías, estucadas y pintadas de azul, las cornisas calizas de cyma reversa, y varios capiteles de orden toscano, igualmente estucados, se han perdido, entre las mútiples restauraciones modernas del edificio y el habitual empeño en una datación augusteo/tiberiana del teatro, pero existieron. Ya en época de Augusto, el municipium Italica o Italicensium recibe por primera vez el permiso para acuñar moneda. Y lo hace con la colección de reversos más romanos de toda Hispania: Genio del Pueblo Romano, Ejército de Roma, Loba y Gemelos, Cornucopia, Capricornio de Augusto, Altar de la Providencia imperial, Germánico, Druso y Livia, lo que es buen indicio de la máxima integración de sus habitantes en las “esencias” del Imperio, y de una excelente relación de la ciudad con la domus o dinastía reinante, la julio-claudia.

- De los Ulpio-aelios y la Colonia aelia augusta italica, a campo de ruinas

Poco a poco, los descendientes de los turdetanos, latinizados primero y romanizados después como los Trahii, habían ido mezclándose con los de los primeros pobladores itálicos y romanos, entre ellos los remotos Ulpios y Aelios, ya todos ellos italicenses, y todos ellos en fin hispanorromanos. El más remoto senador italicense del que por ahora tenemos noticia es el bisabuelo del futuro emperador Adriano, Aelius Marullinus (Script.Hist.Aug. Hadr. I.2), buen astrólogo como él. Pero, con el tiempo, y sobre todo en las últimas épocas de los emperadores claudios y flavios (69-96 d.C.), especialmente Tito y Domiciano, cada vez fue mayor el número de senadores y équites de origen italicense, y su influencia, de modo que, en un mapa de distribución de senadores que hice en 1998, para la gran exposición Hispania. El legado de Roma. En el año de Trajano (pág. 240), Itálica, con 17 senadores, resultaba ser, sólo tras Tarraco, la ciudad romana con mayor número de ellos, y ello aunque nunca fue capital de provincia, ni de convento jurídico. Esta creciente influencia condujo finalmente a lo que me permito entender como un verdadero coup d’état de béticos y narbonenses, con algunos tarraconenses, con objeto de asesinar a Domiciano y sentar brevemente a un débil Nerva en el trono, para que éste finalmente recayera en Trajano, muy persuasivamente situado al mando del ejército de Germania, el más cercano a Roma.

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Comienza con Trajano, el Optimus Princeps, “el mejor siglo de la historia de la humanidad”, como dijo Gibbon, en el que se sucedieron 6 emperadores, todos los cuales estaban familiarmente emparentados (por vía directa o por la femenina) y eran béticos, bien por nacimiento (Trajano y Adriano), por matrimonio y adfinitas (Antonino Pío), o por origen familiar (Marco Aurelio, Lucio Vero y Cómodo). Una brillante y entroncada serie imperial que, muy injustamente, viene siendo universalmente llamada desde el siglo XVII “dinastía de los Antoninos”, de “los Adoptivos”, o de “los Buenos”, cuando la descripción histórica que mejor les define es la de “Ulpio-Aelios” (Canto, Gerión 2003). Aunque todo esto exige aceptar, como he dicho en otros momentos, que hubo una muy clara “hispanización” de Roma, por emperadores “venidos de fuera” (advenae), que además resultaron “mejores que los italianos”, al

decir posterior, a modo de balance, de Aurelio Victor (Césares, 11.12). Muchos historiadores no estuvieron (ni están)

dispuestos a ello.Volviendo a Itálica, es difícil creer que semejante a c o n t e c i m i e n t o , sentar a un emperador en el trono de Roma, y además a uno nacido entre los viejos Traii turdetanos (ya que el padre de Trajano, y esforzado general flavio, fue posiblemente un Traius vinculado por matrimonio y adopción a un Marco Ulpio, de donde su cognomen Traianus, lo único que explica satisfactoriamente, y no con alambicadas d e s c e n d e n c i a s maternas, la rehuída frase de Dión Casio LXVIII.4.1-2: que “Trajano era un ibero: ni italo ni italiota, sino un alloethnés”, un “hombre de otra raza”), no tuviera ninguna repercusión urbanística en la

ciudad. Por el contrario, es verosímil suponer que ya desde el 98 d.C. Trajano empezara a pensar o actuar en

Fig.7

la ampliación y embellecimiento de su patria natal. Algo que la ciudad misma también compartiría, entusiasmada. De los “muchos dones y regalos” de Trajano a Itálica no nos ha quedado noticia textual (como sí en el caso de Adriano), pero no es lógico dudarlo. Sí sabemos que, al producirse en el 117 d.C. la proclamación de un segundo emperador italicense, Adriano, sobrino nieto de Trajano y nacido entre ellos en 76 d.C., el viejo municipio se decidió (si es que no lo había iniciado ya con Trajano) a pedir y obtener, aun en contra del consejo de Adriano (Aul. Gel., Noct. Att. XIV.13.4), su conversión en la Colonia Aelia Augusta Italicensium. Para su deductio formal, los dos primeros duoviros (alcaldes) y los tres pontifices primi creati de la nueva colonia (a tenor de la Lex Ursonensis caps. 66-68, no siendo propio “crearlos” en los municipios, que por principio eran autónomos) fueron nombrados por el propio emperador y, a juzgar por sus nomina y cognomina, los dos primeros serían notables parientes locales de ambos emperadores, actuando para la ocasión por delegación de Adriano: L. Blattius Traianus Pollio y C. Traius Pollio (Pollio por su parte es un cognomen típico entre los Aelios). Ambos orgullosamente dejaron memoria de su contribución personal (de sua pecunia) al ampliado y renovado teatro en una larga inscripción, de más de 20 m de lujoso mármol blanco y letras de bronce, hoy todas perdidas (fig. 7), mencionando en ella, entre otros regalos, la nueva orchestra, de bello mármol “verde antico” (recién descubierto en Tesalia en época de Trajano). Con ello, al mismo tiempo que

honraban al emperador, designado sólo como “Augusto” (en plena Itálica no hacía falta más protocolo…), agradecían a sus conciudadanos el haberles reelegido ya para un segundo mandato en la alcaldía, y de ahí el IIvir(i) design(ati) iter(um) con el que se autodefinen. En verdad esta espléndida inscripción, con sus completos nombres, sus cargos y su iteración, son en extremo difíciles de explicar con seriedad en otra época que no sea ésta de principios del siglo II d.C., por mucho empeño que hace décadas tantos autores pongan en ello. Y no digamos tratar de fecharla más o menos en la misma época que el mosaico de opus signinum de Trahius al que más atrás hacía referencia... El fautor o pigmalión de Trajano y Adriano (junto con Plotina y Urso Serviano), el también italicense y poderoso senador y triple cónsul Lucio Licinio Sura (donante del famoso arco de Bará en Tarragona), contribuyó con al menos la nueva decoración pictórica del muro del pulpitum, como se leía en una láurea hoy ya prácticamente perdida (pero bien visible en los años 70, cuando fue descubierta) y que en su día (1983) restituímos a su nombre. Lo que tomamos como indicio, ya que Sura falleció en 108 d.C., de que los trabajos de ampliación del teatro se habían iniciado ya en tiempos de Trajano, cuando el años después tercer pontífice del primer colegio colonial, Lucius Herius, había ya prometido (pollicitus) su contribución para ello al todavía municipio. De esta forma todos los datos encajan, si bien, para toda la cuestión cronológica de la gran ampliación del teatro, lo más decisivo sigue siendo la estratigrafía de M. Pellicer

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en 1977, que así lo garantizó (1982, 18): “a principios del siglo II p.C.”.A estas pocas décadas de exaltación y ayuda imperiales se debe todo lo que arqueológica y turísticamente hizo mucho más tarde celebérrima a la ya arruinada Itálica: la Nova Urbs con la ampliación simbólica de la vieja muralla,

con su templo a la Victoria Augusta (que muy generalmente, pero sin prueba epigráfica alguna, desde 1981 se conoce como “Traianeum”) y unas nuevas, enormes, termas; el gran anfiteatro con su Nemeseion (fig. 8), la ya citada soberbia ampliación y ornamento del viejo teatro cesariano; muchas de las mejores

esculturas y retratos de la Península (fig. 9); decenas de lujosos mosaicos (fig. 10), que embellecían las mansiones (de 500 m2 como media) que las élites italicenses colaboraron levantando, o el nuevo acueducto del siglo II (fig. 11) (Itálica ya tenía uno anterior, que abastecía a la Vetus Urbs), entre otras mejoras. El material

epigráfico conservado de la ciudad, en su mayoría también del siglo II, supera ya los 400 ejemplares, y algunos de los epígrafes son evidencia de esta feliz cooperación, de imagen y urbanística, entre los emperadores, la ciudad y los conciudadanos. Aunque a finales del siglo II, y no a

causa del “bujeo” o cuarteamiento estival de las tierras (otro típico tópico italicense) sino de las purgas de las élites hispanas, sobre todo béticas, que practicó el nuevo emperador, Septimio Severo (198 d.C.), Itálica comenzó su larga decadencia, replegándose de nuevo a la Vetus Urbs. Todavía su respeto y

pasado le mantuvieron el derecho de ser sede episcopal, sufragánea, aunque tan próxima, de la metrópolis hispalense. Se documentan varios obispos de ella en los concilios, y se conservan diversos materiales paleocristianos. Y, por más que modernamente (desde finales del siglo

XIX y sobre todo en el XX) los modernos historiadores los hayan borrado de sus “haberes” históricos, Itálica o sus cercanías vieron nacer también al último de los emperadores de la vieja Roma, Teodosio I (379-395 d.C) –cuya esposa, Flaccilla, era también hispana y, como Adriano, de la prestigiosa familia o gens Aelia– y también a su hijo Arcadio (383-408), el primer emperador de un Imperio ya dividido. Con lo que la noble Itálica (aunque eso no lo llegaría a saber Apiano) no fue cuna de dos, sino de cuatro emperadores. La ciudad mantuvo un hálito de vida, ya muy apagada, en las épocas visigoda –cuando sus murallas fueron reforzadas por Leovigildo, 583 d.C. – y árabe. En el siglo IX-X hasta produce aún un par de literatos, dos al-Taliqí, y luego muere del todo, pasando a ser Talikah y los “Campos de Talca”. En el siglo XIII perderá incluso su verdadera identidad, oculta durante 600 años bajo el nombre de “Sevilla la Vieja”. No recobraría su antigua denominación hasta, curiosamente, un decreto del francés José Bonaparte, el 9 de febrero de 1810. Ya desde su caída la tan rica pero también pobre ciudad fue expoliada en todas las formas y métodos imaginables, en beneficio principalmente de la vecina Sevilla, y de obras públicas, como diques contra el ya entonces Guadalquivir, o arreglos camineros. Lo que hoy vemos de la “Itálica famosa” de Rodrigo Caro es un pálido fantasma de lo que fue, menos y peor aún que los “despojos” que en el siglo XVII conmovieron hasta las lágrimas al erudito humanista y poeta, aunque las modernas excavaciones, desde 1781-1788 (por los

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monjes de San Isidoro del Campo), 1839-1840 (por Ivo de la Cortina), a todas las intermitentes del siglo XX (por muchos investigadores), han conseguido al menos salvar muchas piezas, y acercarnos un poco más (aunque no siempre mejor) a su pasado material, a veces seguido de un lamentable exceso de fantasía

restauradora. La mayor parte de los pocos pero inmejorables testimonios originales salvados de sus escombros pueden ser admirados en el Museo Arqueológico Provincial de Sevilla. Como diría Caro, “para envidia del mundo y sus estrellas”.

Fig.9

Fig.10 Fig.11

CRÉDITOS DE LAS ILUSTRACIONESFigs. 1-4: elaboración propia (mapa base fig. 1 de Vicens Vives, y estuario según J. L. Escacena;foto aérea base fig. 2: Junta de Andalucía).Figs. 5-6, 8-10 izq. y 11: Junta de Andalucía. Fig. 7: Archivo de Itálica, reg. 7-3-11. Fig. 10 dcha.: Archivo de Itálica. - Montajes de la autora.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA* R. Caro, Antigüedades y principado de la ilustríssima ciudad de Sevilla, y Chorographia de su convento iurídico, o antigua Chancillería, Sevilla, 1634, fol. 101v-113r. * F. de Zevallos, La Itálica (msc. 1783), Sevilla, 1886 (reed. Sevilla, 2005).* A. García y Bellido, Colonia Aelia Augusta Italica, Madrid, CSIC, 1960 (reed. 1985).* VV.AA, Itálica (Santiponce Sevilla), Actas de las I Jornadas sobre excavaciones arqueológicas en Itálica (Sevilla, septiembre de 1980), Madrid, 1982.* VV.AA., Itálica MMCC, Actas de las Jornadas del 2200 aniversario de la fundación de Itálica. Sevilla, 1997.* A. Mª Canto, “La Vetus Urbs de Itálica, quince años después. La planta hipodámica de don Demetrio de los Ríos, y otras novedades”, CuPAUAM 25.2, 1999, 145-191 (on line).* J. Mª Luzón, Sevilla la Vieja. Un paseo histórico por las ruinas de Itálica, Sevilla, 1999.* A. Mª Canto, Las raíces béticas de Trajano: los Traii de la Itálica turdetana, y otras novedades sobre su familia, Sevilla, 2003 (on line).

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