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Número 151 de noviembre de 2016 Notas del mes La izquierda, excluida Por Juan-Ramón Capella Cuestiones de encaje Por Albert Recio Andreu Nota sobre el referéndum acerca de la reforma constitucional de Matteo Renzi Por Giaime Pala Filtraciones, geopolítica y el sistema de resolución de conflictos del TTIP Por Joan Ramos Toledano Cinco mil quinientos millones Por Albert Recio Andreu Sobre el “no” al acuerdo de paz en Colombia: ¿una amnistía inaceptable? Por Rosa Ana Alija Fernández La animada vida de las estatuas Por Antonio Madrid Cuando el problema resulta ser un conflicto Por Miguel Muñiz El ecologismo y sus zonas de confort Por Pablo Massachs La desobediencia y Catalunya Por Pere Ortega Entre todos las matamos Por José Ángel Lozoya Gómez El gran titiritero Por Juan-Ramón Capella Ensayo Politizar el dolor (I) Antonio Madrid Historia y mito en «César o nada» de Vázquez Montalbán Loreto Busquets El extremista discreto Actualidades actuales El Lobo Feroz 1

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Número 151 de noviembre de 2016

Notas del mes

La izquierda, excluida

Por Juan-Ramón Capella

Cuestiones de encaje

Por Albert Recio Andreu

Nota sobre el referéndum acerca de la reforma constitucional

de Matteo Renzi

Por Giaime Pala

Filtraciones, geopolítica y el sistema de resolución de

conflictos del TTIP

Por Joan Ramos Toledano

Cinco mil quinientos millones

Por Albert Recio Andreu

Sobre el “no” al acuerdo de paz en Colombia: ¿una amnistía

inaceptable?

Por Rosa Ana Alija Fernández

La animada vida de las estatuas

Por Antonio Madrid

Cuando el problema resulta ser un conflicto

Por Miguel Muñiz

El ecologismo y sus zonas de confort

Por Pablo Massachs

La desobediencia y Catalunya

Por Pere Ortega

Entre todos las matamos

Por José Ángel Lozoya Gómez

El gran titiritero

Por Juan-Ramón Capella

Ensayo

Politizar el dolor (I)

Antonio Madrid

Historia y mito en «César o nada» de Vázquez Montalbán

Loreto Busquets

El extremista discreto

Actualidades actuales

El Lobo Feroz

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La Biblioteca de Babel

La izquierda ante el colapso de la civilización industrial

Manuel Casal Lodeiro

Panrico. La vaga més llarga

Isabel Benítez y Homera Rosetti

Diccionario enciclopédico de la vieja escuela

Javier Pérez Andújar

En la pantalla

Cuando tienes 17 años

André Téchiné

Una misionera explica la realidad de la guerra en Siria

Foro de webs

No al TTIP

TTIP leaks - Greenpeace

Campañas

En defensa de la dignidad de los pueblos, rechacemos las

amenazas, chantajes e injerencias del Eurogrupo y la Comisión

Europea

Exposición sobre los aviadores de la IIª República en Sant Boi

de Llobregat

De otras fuentes

TTIP, CETA, TISA y educación: un territorio para el saqueo

Agustín Moreno

Si CCOO no se reinventa, se la llevará el viento de la historia

César Arenas

"El Estado español se pasa por la entrepierna lo que haga falta

para defender al franquismo"

Alejandro Torrús

El autoritarismo de Hungría podría augurar el futuro de Europa

Owen Jones

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La izquierda, excluida

Juan-Ramón Capella

La Constitución de 1978 —con su indispensable aditamento: la ley electoral—

fue configurada de modo que dificultara al máximo que llegara a gobernar en

España una fuerza de verdadera izquierda. En los años de la transición esa

fuerza era el PCE. La Constitución reconoció los derechos civiles y políticos

fundamentales, pero al mismo tiempo levantó un sistema de diques y barreras

para impedir que la izquierda, cualquier izquierda real, llegara a gobernar. La

izquierda de entonces no lo supo impedir.

Entre los artificios aludidos están: una ley electoral escasamente proporcional,

que facilita la fuerza de los grupos nacionalistas en el Parlamento (para

contraponerlos a la izquierda); una moción de censura constitucional

impracticable, al exigir de la cámara un acuerdo previo para la determinación

de nuevo jefe de gobierno, acuerdo imposible de alcanzar; el establecimiento

de la provincia —y no de la comunidad autónoma— como circunscripción

electoral, lo que facilita la inutilización de los votos que conviene; o la

atribución al ejército del papel de guardián de la Constitución (en el

franquismo era el guardián... de las instituciones), etc.

La conversión del Psoe al neoliberalismo facilitó que pareciera que gobernaba

un partido de izquierdas. Pero no lo era, como en seguida advirtió hasta la

mismísima UGT.

Las aguas volvieron a su cauce derechista con los sucesivos gobiernos

neoliberales del PP o del Psoe, hasta que en la gran crisis económica reciente

el empresariado español decidió romper con el pacto social que había

facilitado hasta entonces el auge de la economía española. Creyó que ya no lo

necesitaba, e inició una ofensiva contra los derechos sociales de las personas

que trabajan.

En la crisis, y temiendo que el Partido Popular, con su enorme lastre de

corrupción, no pudiera mantenerse en el gobierno, los empresarios del Ibex

—es un modo de decir: el gran empresariado de este país— decidieron apoyar

a un partido, Ciudadanos, que se presentara como una derecha moderna

susceptible de funcionar como muleta del PP. A pesar de cierto éxito inicial,

Ciudadanos se deshinchó como partido, mostrándose en las elecciones

recientes incapaz de mantener en pie un gobierno del PP. La operación

Ciudadanos había resultado insuficiente.

Y a todas éstas había surgido con fuerza Podemos. Podemos ha sido visto

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como un peligro por las mismas fuerzas económicas y sociales que habían

lanzado la operación Ciudadanos; y aunque se trata de un partido nuevo, en

formación, aliado al sector más renovador de Izquierda Unida —ambos aún

tienen que dar muchos pasos para convertise en una nueva fuerza política

sólida, programáticamente consistente, y con arraigo—, ha bastado que

existiera la posibilidad de una alianza de Podemos/IU con el Psoe dirigido por

P. Sánchez para que las fuerzas económicas y sociales de la derecha —lo que

llamamos metafóricamente el Ibex 35— hayan preferido destrozar al Psoe

antes de que se consumara tan hipotética alianza.

Cebrián en su diario, Felipe González y sus fieles en el Psoe, se han lanzado a

una campaña feroz y despiadada con sus propias gentes ante este posibilidad.

A su vez, el Psoe parece haber tirado por la borda toda su democracia interna

al impedir que la opinión de sus militantes encontrara expresión política. Hoy

por hoy no cuentan.

Nos hallamos ahora en una fase política peculiar. Grupos afines a

Podemos-Izquierda Unida gobiernan las dos principales ciudades del país, y

algunas otras más. Como cuando en Italia los comunistas gobernaban

ejemplarmente regiones enteras y grandes ciudades. Pero ha quedado claro

que, como ocurrió en Italia respecto del PCI y a través de una historia de

conjuras y crímenes que no es necesario evocar, tampoco en España los

poderes fácticos están dispuestos a permitir que una fuerza de izquierda,

como Podemos-Izquierda Unida, llegue al gobierno, ni siquiera en coalición

con partidos situados a su derecha.

Esta derecha social es incluso peor que la italiana: es inculta, y en esa

incultura se incuba su peligrosidad.

Lo que ha ocurrido es gravísimo: se ha pervertido ante nuestros ojos lo que

quedaba del sistema político democrático. Están en peligro las ya vacilantes y

débiles instituciones democráticas, que van siendo vaciadas mediante formas

sutiles, de momento sin fascismo movimental, porque la derechísima carece

de una base de masas organizada significativa, pero de todos modos

acercándose a las formas de acción institucional que emplearon los fascismos.

La epidérmica reacción de la prensa ante estos acontecimientos, que se

narran analfabéticamente en forma de pugna entre personas, debe hacernos

meditar también ante la escasa calidad al menos de la prensa escrita. De eso

se salva una parte —pero sólo una parte— de la prensa digital. La falta de

apoyo con que ha tropezado el semanario político-cultural impreso Ahora, que

ha tenido que cerrar, muestra que entre los jóvenes interesados por la política

falta sensibilidad para apoyar iniciativas democráticas elementales.

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Se debe aprovechar el poco tiempo en que el gobierno que surgirá del apoyo

al PP del Ibex 35 vía Psoe tenga escasa fuerza parlamentaria, para dedicarnos

los de abajo a tejer partido, a tejer movimientos masivos, mareas,

instrumentos de defensa de los de abajo ante la ofensiva de los de arriba.

Las personas con poca experiencia política deben saber que la confrontación

política no se circunscribe al ámbito institucional sino que se lleva a todos los

terrenos: el de la prensa y la radio, el de los comentaristas, en el ámbito de la

enseñanza y de la cultura, en los textos que circulan por internet. Hay que

leer sin ingenuidades el mundo terrible que nos toca vivir. Y no dejarse llevar

por el calentón de las emociones porque de otro modo acabarán —y es lo

peor— nacionalistas.

25/10/2016

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Cuestiones de encaje

De disidencias, conflictos entre instituciones y movimientos, y

nacionalismos

Albert Recio Andreu

I

Escribo estas líneas antes de que Rajoy sea definitivamente investido de

nuevo como presidente del gobierno. A estas alturas esto ya es un hecho

consumado. Como son asimismo hechos consumados, y ampliamente

debatidos, el golpe de estado y el giro táctico del PSOE, que es el que, en

definitiva, provocará la reelección de Rajoy. Hablo de “giro táctico” porque se

ha tratado sólo de eso; un giro sin duda doloroso e incomprensible para

muchos militantes, pero fácilmente entendible en una estrategia de largo

alcance en las dos cuestiones fundamentales que están en el centro de las

cuestiones más candentes: la política económica y la cuestión de la

organización territorial. Es una visión estratégica en que la “triple alianza”

tiene realmente más cosas en común que diferencias, aunque en este giro se

han roto tantas barreras del imaginario del votante de izquierdas y se ha

actuado tan mal que el PSOE puede acabar pagándolo muy caro (es lo que

ocurre con los “volantazos”, que a menudo el vehículo se sale de la calzada).

Hay, sin embargo, una cuestión, en toda la operación forzada para pasar del

no a la abstención, de la que la nueva izquierda debería sacar lecciones. Me

refiero a las formas y el trato dado a la disidencia. La forma en que fue

descabalgado Pedro Sánchez es de un grado tan elevado de chapuza y

manipulación que invalida por sí mismo a cualquiera de los actuales dirigentes

del PSOE para regir decentemente un país. Lo que lo agrava es la manera en

que se está planteando el asunto de los disidentes que no están dispuestos a

tragar con el voto a Rajoy (por convicción profunda o por mero sentido de la

oportunidad). Aquí vuelve a renacer el viejo modelo del centralismo

democrático, según el cual la mayoría debe siempre forzar a la minoría a

actuar en contra de sus convicciones; un modelo de centralismo que tiene

más de lógica cuartelera que de la pretendida eficacia con la que se pretende

justificar.

Un partido que fuerza a sus miembros a actuar sistemáticamente en contra de

sus convicciones o que ignora y deja sin protagonismo a las minorías acaba

por debilitarse vía escisión o simple abandono. También es cierto lo contrario:

ninguna organización puede funcionar con una minoría que esté

continuamente bloqueando y oponiéndose al resto. Pero entre estos dos

extremos hay muchas posibilidades intermedias, basadas en tres principios

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básicos: a) que cualquier organización que funcione requiere de la lealtad, del

sentido de cooperación entre sus miembros, y para ello deben hacerse

esfuerzos y encontrar propuestas integradoras; b) que la disidencia debe ser

acotada para impedir que la organización se convierta en una mera batalla de

facciones y c) pero que debe haber canales para que en casos de divergencias

irreductibles en una cuestión concreta éstas pudieran expresarse. En el caso

que inspira este comentario, el PSOE lo hubiera podido tener fácil. Al fin y al

cabo, todos sus miembros declaran que coinciden en su programa y en su

oposición a Rajoy y en que lo único que los separa es una apreciación sobre

cuál es la mejor opción que tomar. Por tanto podía haberse construido un

buen relato del voto diferente de unos y otros. Es seguramente pedirles

mucho a los actuales dirigentes del PSOE la sofisticación y las convicciones

democráticas que exigen el encaje de la disidencia en un contexto de elevada

tensión emocional. Falta por ver cómo acabarán resolviendo el embolado. Tal

como han ido las cosas, es más factible que acabemos siendo testigos de un

nuevo sainete de la compañía de Ferraz.

La cuestión no es tanto saber qué le ocurre al PSOE como sacar conclusiones

para el proceso de construcción de la nueva izquierda. Por desgracia, muchas

de las experiencias de las corrientes comunistas y los movimientos

alternativos son tan penosas como la comentada. Hay una larga tradición

tanto de culturas autoritarias como de egos maleducados (y de pequeñas

corrientes organizadas que sólo conciben la pertenencia a una organización si

la política de la misma coincide con su particular hoja de ruta) dispuestos a

romper la baraja a la primera de cambio. Las formas de afrontar los conflictos,

de resolverlos, constituyen uno de los puntos cruciales que toda organización

debe encarar. Sobre todo si se trata de avanzar hacia un modelo social más

justo, deseable e inclusivo. Asistir como espectadores al vodevil organizado

por los jerarcas socialistas puede resultar regocijante, pero no puede hacernos

perder de vista que la construcción de un nuevo espacio de izquierdas

requiere crucialmente el desarrollo de procesos de encaje (que

necesariamente incluyen disidencias) civilizados y capaces de superar las

fricciones que inevitablemente se producen en cualquier actividad colectiva.

II

En la actual coyuntura, Unidos Podemos va a quedar situada como una opción

fuera del sistema. Nada nuevo bajo el sol. Los sistemas tienden a fagocitar a

aquellos cuerpos que les resultan extraños o incompatibles con sus lógicas de

funcionamiento. La ventaja es que ahora es mucho más complicado aislar a

unas fuerzas políticas que ya rozan el nivel de representación de la segunda

fuerza y que, además, tienen el control de muchas grandes ciudades; que

tienen, por tanto, una base de apoyo social impensable en el reinado de Juan

Carlos I. Conscientes de lo complejo de la situación, y de las aspiraciones y la

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cultura política de la que provienen los integrantes de este nuevo espacio

(tanto de Izquierda Unida como del 15M y otros movimientos sociales), ha

vuelto a ponerse en circulación una idea recurrente en la izquierda, la de

“constituir a la vez una fuerza institucional y de lucha”. Es, en el fondo, una

idea a la que ninguna izquierda transformadora puede renunciar. Se participa

en la vida institucional porque se reconoce la importancia del poder político y

la necesidad de utilizar sus palancas como medio de cambio (algo que,

además, es tangible en los “nuevos ayuntamientos” a pesar de sus

limitaciones, de la inexperiencia, de los errores “no forzados”). Pero existe el

convencimiento de que, sin una sostenida participación y movilización social,

es imposible cambiar la correlación de fuerzas y avanzar hacia

transformaciones más profundas. La idea general es buena, pero su aplicación

en la práctica exige no quedarse en el eslogan. La experiencia histórica es rica

en fracasos del modelo.

Las mayores fuentes de problemas se presentan en dos campos diferentes.

Por una parte, la gente que accede a las instituciones tiende a quedar

absorbida por su propia dinámica interna. No sólo por las pleitesías que le

exigen los mecanismos institucionales, sino también (como ocurre en los

ayuntamientos) por las necesidades de atender el día a día de la gestión y de

la relación con las entidades y la ciudadanía en general. Tienden por tanto a

aislarse, y a menudo caen en la tentación de considerar que los movimientos

sociales deben desarrollar sus fuerzas en apoyo de las iniciativas que ellos

tratan de impulsar en el “toma y daca” de las instituciones. Como a menudo

las dinámicas y las lógicas de estos movimientos no coinciden con los ritmos

electorales, se produce la sensación de desconexión y abandono que acaba

por reforzar el aislamiento inicial, y ello es causa de frustración y

desencuentros. Por otro lado, los activistas que están fuera tienden a

considerar que sus demandas y propuestas no son bien atendidas por sus

representantes. Y tampoco es extraño que los líderes de estos movimientos

traten de reforzar su posición contraponiendo su actividad altruista con el

trabajo de los profesionales.

Se trata de contradicciones surgidas tanto de las dinámicas contrapuestas de

los espacios como de las propias vivencias diferenciadas de las personas que

están en uno u otro lugar; sin perder de vista que nadie está exento de

comportamientos que en muchos casos generan problemas al conjunto. Hay

que ser muy ingenuo para olvidar que en la izquierda coexistan tanto

comportamientos altruistas, generosos y solidarios como egoísmos, envidias y

“trepas”. Y que éstos se manifiestan también en las dinámicas de la actividad

institucional y los movimientos.

La presencia de estos problemas la estimo inevitable, pero no insoluble o,

cuando menos, controlable. Y aquí es donde un buen modelo organizativo,

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nacido de la reflexión y el reconocimiento de estos problemas, debe

intervenir, partiendo del reconocimiento de que lo de la lucha y las

instituciones es de entrada un terreno conflictivo; generando tanto un modelo

de organización autónoma en los dos espacios como buenos mecanismos de

diálogo e interrelación entre los mismos, con buenos canales de comunicación

donde no sólo se cuente lo que se hace sino que se expongan los límites de la

propia acción, la reflexión autocrítica.

Consolidar una nueva izquierda no es tarea fácil. Darle densidad social exige

un cuidadoso trabajo no sólo de organización hacia dentro sino de articulación

de un variado conjunto de organizaciones, movimientos e iniciativas sociales

que generen un apoyo social suficiente. La nueva izquierda no puede

configurarse como “representante” de una sociedad civil débil y poco

desarrollada. Debe contribuir a su desarrollo. Porque lo que es evidente es

que la derecha sí tiene una sociedad civil articulada, sin la cual es imposible

entender el continuo apoyo social que obtienen las corruptas y antisociales

políticas del PP. Y para que ello sea posible hace falta pensar en un modelo

sofisticado de articulación de las diferentes partes de este complejo social.

Quedarse en meras formulaciones bien intencionadas no ayuda a hacer frente

a viejas y nuevas contradicciones.

III

Si de por sí ya son complicados los encajes que he planteado (el de cómo

articular la disidencia interna y el de cómo relacionar las esferas institucional

y social), aparece una tercera cuestión allí donde esta nueva izquierda debe

coexistir con un movimiento independentista fuerte, como es el caso de

Catalunya. La propuesta de En Comú Podem de buscar salidas a la cuestión

nacional, de reconocer que hay una masiva aspiración a replantear la relación

Catalunya-España, explica en parte su éxito electoral, pero debe hacer frente

a una ofensiva independentista en cuyo análisis simplista sobra una fuerza

como En Comú. Lo he explicado otras veces. Los estados actuales son en

buena medida el resultado de azarosos procesos históricos que no hay

ninguna razón para considerar definitivos. (Seguramente, una política mundial

realmente transformadora debería cambiar muchas fronteras y generar

marcos políticos de escalas diversas que sean distintos de los actuales.) Mi

problema con los independentistas es que en general aspiran a construir un

nuevo Estado que trate de homogeneizar a la población en función de sus

propias visiones de lo “nacional”, un proceso de homogenización que a

menudo ejerce una actitud coactiva frente a otras visiones encontradas de lo

que es el país y que trata de borrar todo reconocimiento de las

contradicciones que coexisten en el interior de la nación. El uso que hizo la

derecha estadounidense de lo antiamericano para liquidar a la intelectualidad

de izquierdas y a los sindicatos es un ejemplo de manual.

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Bueno, pues a esto ya nos estamos empezando a enfrentar en Catalunya. Lo

ha padecido en sus carnes la gente de Barcelona en Comú cuando

simplemente decidió que el pregón de las fiestas locales lo realizaría Pérez

Andújar o cuando ha tenido la “osadía” de organizar una modesta exposición

sobre la represión franquista en la que se mostraba una estatua del dictador.

(La oposición era, sobre todo, porque se realizaba en el Born, el espacio que

ellos consideran ahora el santuario del independentismo, y por tanto no

utilizable para otros fines.) [1]

Estamos ahora ante otra batalla cultural en la que el independentismo trata

de borrar toda huella de conflicto de clases y traducir la historia reciente en

un enfrentamiento entre España y Catalunya. Por un lado, prolifera un

discurso histórico tendente a plantear la Guerra Civil como una guerra contra

Catalunya (hay quien ya escribe sin rubor que Catalunya tuvo dos “momentos

cero”, el de 1714 y el de 1939). Si bien es cierto que uno de los componentes

de la política franquista fue el de imponer una visión unitarista del

nacionalismo español, es evidente que esto formaba parte de un programa

que tenía como objetivo central instaurar una dictadura de clase y que incluía,

además, un claro proyecto de dictadura católica. Y tan evidente es que

quienes se opusieron al franquismo fueron las izquierdas, los laicos y los

nacionalistas periféricos como que una gran parte de la alta burguesía

catalana formó parte del bando franquista (con intervenciones tan notorias

como la de Cambó, el líder de la derecha catalanista, erigido en uno de los

principales financiadores de Franco, o la de Demetrio Carceller, de la familia

propietaria de la cervecera Damm, que ejerció como ministro en plena Guerra

Civil). Fue una Catalunya —la laica, la popular, la de izquierdas, la obrera— la

derrotada, pero otra Catalunya recuperó sus privilegios y se benefició de un

nuevo marco institucional en el que proliferaron los negocios.

El último episodio en esta dirección lo está protagonizando Òmnium Cultural,

una de las entidades generosamente financiadas por la Generalitat y que,

junto con la ANC, ha constituido el eje vertebrador de la movilización social

independentista. Ahora ha iniciado un ambicioso proyecto de “Lluites

compartides” (“Luchas compartidas”) en el que pretende presentar las

numerosas movilizaciones sociales habidas en Catalunya como formando

parte de un todo colectivo que culmina en las actuales movilizaciones

independentistas. Se trata de una enorme mistificación histórica y social. Los

que hemos participado en numerosas movilizaciones de todo tipo sabemos

por experiencia que ni el independentismo ha jugado ningún papel

significativo en las mismas, ni los prohombres independentistas las han

auspiciado con devoción [2]. Muchas de ellas son sobre todo conflictos en

torno a intereses locales (especuladores, empresarios, depredadores), sin

contar el inestimable papel que fuerzas catalanas, como la fenecida

Convergència i Unió, han desempeñado en muchas de las propuestas políticas

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más reaccionarias y que han generado luchas importantes, como las diversas

huelgas generales. El objetivo de esta movida es tratar de ganar

predicamento en sectores de la izquierda alejados del independentismo y, al

mismo tiempo, impedir que se consolide un relato diferente, el que conecta

los comunes con la tradición obrerista, radical, con los movimientos sociales

de décadas pasadas; en suma, para impedir la consolidación de un referente

colectivo distinto del de sus estrechas visiones de lo nacional.

También aquí hay un problema de encaje. Se trata no sólo de defender una

solución justa al choque de trenes territorial, sino de construir una cultura

social distinta del mundo en blanco y negro que pretenden construir los

independentistas. Y el nivel de violencia simbólica que éstos están

desplegando (con el apoyo de importantes medios de comunicación y su

denso tejido de sociedad civil, del que ya habló en estas páginas José Luis

Gordillo) puede conllevar un retraimiento y una falta de claridad política.

Vertebrar un espacio anacionalista y al mismo tiempo respetuoso con la

diferencia es otra de las tareas que los tiempos actuales exigen a una

izquierda con pretensiones.

IV

El objetivo de estas líneas es simple. Tratar de detectar espacios donde la

nueva izquierda debe desarrollar políticas a la vez sensatas y audaces. Debe

tratar de superar cuellos de botella que impidan la consolidación de un

proceso que, con todas sus limitaciones e insuficiencias, ha conseguido

romper con el reducido espacio en que las fuerzas transformadoras han tenido

que sobrevivir durante demasiado tiempo.

Notas

[1] El Born es el antiguo mercado central de frutas y verduras de la ciudad. Cuando éste se

trasladó a la Zona Franca, quedó un espacio inutilizado y bajo la amenaza de alguna

operación especulativa. Fue el movimiento vecinal barcelonés el que se movilizó para salvar

el bello espacio del mercado modernista. Se pensó en darle el uso de Biblioteca Provincial,

pero al empezar las obras se descubrió que su subsuelo guardaba las ruinas de parte de la

trama urbana de la ciudad destruida en la guerra de Sucesión. Entonces un grupo de

historiadores progresistas se movilizaron para preservar este espacio como muestra del

antiguo tejido urbano. Los independentistas acabaron considerándolo un espacio casi

sagrado, la zona cero de la independencia, algo que reforzó el mandato convergente de la

legislatura anterior.

[2] Mi experiencia con Òmnium es que declinaron la oportunidad de formar parte de un

incipiente movimiento de denuncia de la corrupción en el Palau de la Música. La Federación

de Asociaciones de Vecinos de Barcelona, que propiciaba la propuesta, finalmente se

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presentó, y sigue estándolo, como acusación particular y consiguió salvar los intentos de ser

expulsada del juicio gracias a que mucha gente colaboró en reunir los 6.000 euros que el juez

fijó como fianza. Que una de las instituciones más tradicionales de la cultura catalana

estuviera trufada de corrupción parece que Òmnium no lo consideró un tema por el que

compartir una lucha.

31/10/2016

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Nota sobre el referéndum acerca de la reforma constitucional de

Matteo Renzi

Giaime Pala

El próximo 4 de diciembre de 2016, unos 51 millones de ciudadanos italianos

están llamados a votar en referéndum sobre el proyecto de reforma

constitucional elaborado por el gobierno del Partido Demócrata presidido por

Matteo Renzi. Se trata del proyecto de reforma más importante presentado a

la ciudadanía desde la aprobación en 1947 de la Carta Magna de la República

Italiana, ya que modifica hasta 49 de sus 139 artículos. Y, desde luego, de la

jugada con la cual Renzi —nombrado en 2014 presidente del gobierno por el

Parlamento sin pasar por las urnas (en las elecciones de 2013, el candidato

del Partido Demócrata fue Pier Luigi Bersani, cuyo programa no preveía esta

reforma)— confía apuntalar su liderazgo político, seriamente cuestionado

después del fuerte retroceso electoral que sufrió su partido en las elecciones

regionales y municipales de la pasada primavera. Al ser un proyecto amplio,

extremadamente detallado y redactado con un lenguaje a veces oscuro y/o

demasiado técnico, me limitaré en esta nota a enumerar los puntos sobre los

que se está polarizando el debate político en Italia y contra los cuales se ha

compactado una aguerrida, y políticamente transversal, oposición a la

reforma (es decir, de partidarios del “NO”).

La reforma del Senado

Según el proyecto de reforma, la Cámara de los Diputados tendría, como hoy,

630 elegidos por sufragio universal. Pero el Senado pasaría (sin contar ahora a

los senadores vitalicios) de 310 a 95 miembros, elegidos por los parlamentos

regionales; concretamente: 21 alcaldes de ciudades importantes, más 74

diputados regionales (a los que hay que añadir a 5 senadores nombrados por

el Jefe del Estado). En fin, los ciudadanos ya no elegirían directamente a los

senadores. Y el nuevo Senado, que ya no podría votar al primer ministro y

aprobar los presupuestos, tendría plena competencia legislativa sólo sobre las

leyes más importantes, como las electorales y de reforma constitucional o los

tratados internacionales. En definitiva, no es cierto que se eliminaría el

Senado en aras de una gobernabilidad más rápida y eficiente, tal y como

afirma el gobierno, sino que se mantendría una segunda Cámara con menos

(y harto confusas) funciones y sin legitimidad democrática.

Leyes de Iniciativa Popular

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El gobierno sostiene que la reforma ampliará el protagonismo de la ciudadanía

al obligar a la Cámara a discutir y a votar en un plazo razonable las

propuestas de leyes de iniciativa popular procedentes de la sociedad civil.

Hasta ahora, no existía dicha obligación. Sin embargo, la reforma triplica el

número de firmas necesarias para presentar una ley de este tipo (de 50.000 a

150.000 firmas).

La República Italiana y la Unión Europea

El texto de la reforma prevé la incorporación explícita de la Unión Europea en

el texto constitucional. Si hasta ahora aparecía en la Carta Magna la palabra

“comunitario” para referirse a la UE, en el nuevo redactado se menciona a la

UE hasta doce veces y siempre para referirse a cuestiones fundamentales.

Esto se puede notar sobre todo en la propuesta de reforma del artículo 117,

en el que se afirma que “la potestad legislativa es ejercida por el Estado y las

Regiones en el respeto de la Constitución, además de los vínculos derivados

del ordenamiento de la Unión Europea y de las obligaciones internacionales”.

Pocas dudas pueden caber acerca de que el objetivo del gobierno es vincular

y someter la soberanía del pueblo italiano a la tecnocracia de Bruselas y a una

estructura política hegemonizada actualmente por el establishment

ordoliberal alemán. En la práctica, la reforma va dirigida a

“deconstitucionalizar” la República Italiana con vistas a adaptarla a la

implementación de normas y tratados comunitarios que no han sido

elaborados según un normal proceso democrático. Más claro todavía: puesto

que, como reconocen hasta los europeístas más entusiastas, en estos

momentos no existe en Europa ninguna voluntad real para avanzar hacia una

federalización política del continente y una unión fiscal de sus países que

volviera sostenible la moneda única (es decir, la voluntad de compartir la

soberanía a nivel europeo), se constitucionaliza una cesión de soberanía del

pueblo italiano hacia organismos tan disfuncionales como

socioeconómicamente perjudiciales para la cohesión del país. Este es quizás el

mayor peligro que entraña el proyecto de reforma. Y más en un momento de

profunda crisis de la Unión Europea.

Una reforma recentralizadora

En nombre de una supuesta claridad administrativa y política y de un ahorro

en los “costes de la política”, la reforma promueve una clara recentralización

del Estado por la cual se eliminarían definitivamente los organismos de las

“provincias” (ya semidesmanteladas desde el 2014 y que hasta ese año

ejercían competencias parecidas a las de las Diputaciones españolas) y el

gobierno central volvería a asumir muchas de las competencias que fueron

transferidas a todas las regiones en la reforma administrativa de 2001 (que

valorizaba el principio de subsidiariedad como valor esencial de la República).

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De la devolución de poderes a Roma se salvarían sólo las cinco regiones que

—en virtud de sus peculiaridades históricas, lingüísticas y culturales— gozan

desde los años cuarenta de un Estatuto de Autonomía especial y reforzado

(Cerdeña, Sicilia, Friuli-Venecia Julia, Trentino Alto-Adigio y Valle de Aosta).

Según los críticos de la reforma, dicha recentralización es funcional a la

aplicación más fácil y contundente de las directrices comunitarias en todo el

territorio nacional.

Reforma constitucional y nueva ley electoral

El gobierno ha asociado el proyecto de reforma constitucional a la nueva ley

electoral, denominada “Italicum” y que fue aprobada en 2015 con los votos

del partido de Silvio Berlusconi. Desde un punto de vista técnico, no hay una

relación directa entre la reforma constitucional y la nueva ley electoral. Pero

todo el mundo es consciente de que las dos forman un cóctel explosivo que

desequilibraría la vida parlamentaria y política de la República. En efecto, la

nueva ley —que fija un techo del 3% de los votos para entrar en el

Parlamento— garantiza un premio de mayoría (55% de los escaños) a la lista

que supere el 40% de los votos. Y si ninguna lista alcanza dicho porcentaje,

las dos listas más votadas irían a una segunda vuelta. En suma, nos

encontramos ante una ley hipermayoritaria por la cual —pongamos— un

partido que en la primera vuelta obtiene el 25% de los votos podría, ganando

en la segunda vuelta, hacerse con el 55% de los escaños. Y puesto que, si

gana el SÍ a la reforma constitucional, el Senado ya no podría votar al primer

ministro, la Cámara de los Diputados se convertiría en el escenario decisivo de

la vida política italiana pese a ser dominado por un partido con un número de

escaños totalmente desproporcionado respecto al consenso real obtenido en

las elecciones. Este peligro ha empujado a numerosas personalidades políticas

a posicionarse en el NO a la reforma constitucional. Y el ala izquierda del PD

ha exigido, para votar favorablemente en diciembre, una modificación de la

ley electoral en un sentido más proporcionalista. En el momento en el que

escribo, Renzi ha prometido discutir y realizar algunos cambios en la ley

electoral, pero sólo después del referéndum. Es decir, que de momento no ha

dado ninguna garantía concreta al respecto.

Aplicar la reforma en tiempos de incertidumbre

Un último punto problemático de la reforma sobre el que apenas se habla

pero que hay que tener presente es que, en caso de que ganara el SÍ, el país

debería llevar a cabo un lento y laborioso proceso de consolidación

institucional para asentar la nueva relación entre Estado y regiones, un nuevo

procedimiento legislativo, un Senado con senadores de nuevo tipo y

competencias diferentes, etc. Lisa y llanamente: el país se vería obligado a

entrar en una suerte de limbo institucional que no sería breve y que se

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produciría en medio de fuertes tensiones políticas en la Unión Europea —y lo

que es peor, cuando la crisis del Deutsche Bank amenaza con tensar el ya

maltrecho sistema bancario italiano—. Así las cosas, el sistema político

italiano vería mermadas sus ya escasas defensas para protegerse de una

nueva (y muy posible) crisis político-económica.

En conclusión

Si tenemos en cuenta estos puntos, entenderemos por qué prácticamente

toda la oposición al gobierno de Renzi, es decir, un amplio abanico de fuerzas

que va desde la izquierda radical hasta los partidarios de Silvio Berlusconi

—pasando por el ala izquierda del PD, los liberales cercanos al expresidente

del gobierno Mario Monti, el Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo y el

sindicato CGIL—, haga campaña por el NO a la reforma. Es fuerte la convicción

de estar ante un proyecto tendente a reforzar el poder ejecutivo en

detrimento del legislativo y que restringe tanto la soberanía del pueblo

italiano como los espacios de participación democrática de los ciudadanos. Si

gana el SÍ, Matteo Renzi se consolidará en el poder y lo tendrá relativamente

fácil para obtener una mayoría parlamentaria en las elecciones de principios

de 2018. Si gana el NO, la partida política volverá a abrirse; sobre todo para

una izquierda real italiana que aún no se ha recuperado de la durísima derrota

de 2008 —cuando se quedó a las puertas del parlamento— y del desconcierto

y la impotencia en que, desde entonces, parecen estar sumidos muchos de

sus activistas.

30/10/2016

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Filtraciones, geopolítica y el sistema de resolución de conflictos del

TTIP

Advertencias sobre el TTIP: 2

Joan Ramos Toledano

Sin duda, uno de los mayores problemas a la hora de escribir, opinar o

investigar sobre el TTIP es la falta de información contrastada y veraz sobre el

mismo. A pesar de ello, se escriben muchos artículos académicos y

periodísticos alabando o defendiendo los beneficios que este tratado puede

tener. Artículos que, en algunos casos, contienen cierto margen de fe, pues lo

que se conoce a ciencia cierta es más bien poco. Algunos, incluso, se atreven

a cuantificar un beneficio determinado para cada ciudadano europeo de unos

1000 euros anuales [1]. Sin embargo, las diversas filtraciones que ha habido

sobre las negociaciones entre EEUU y la UE ―destacan especialmente los 13

capítulos (248 páginas) que hizo públicas Greenpeace en mayo de 2016― [2]

sí permiten establecer ciertas dudas y cautelas sobre qué es lo que se está

negociando y qué efectos puede tener sobre la ciudadanía.

Los supuestos beneficios de este tratado suelen exponerse en términos de

ganancia económica para ambas regiones. Algunos estudios hablan de un

«crecimiento adicional anual del 0,48% en la UE y del 0,39% en EEUU

(durante los próximos diez años)». Otros estudios, en cambio, prevén una

pérdida de exportaciones netas para la UE, pérdida de empleos, de ingresos

para los gobiernos y, por tanto, una mayor inestabilidad financiera. Es más, se

plantea la duda de si los principales beneficios hipotéticos del tratado

recaerían en los ciudadanos o en las grandes empresas de determinados

sectores. Estos serían el agroalimentario, de transportes, seguros y servicios

financieros, en el caso de EEUU y el automovilístico, de transporte aéreo y

marítimo y de servicios postales en el caso de la UE. Al fin y al cabo, diversos

informes admiten que «el 80% de los beneficios del acuerdo se lograrían como

consecuencia de la armonización de las regulaciones, así como a través de la

liberalización de servicios y la contratación pública, más que debido a la

reducción de aranceles» [3].

Pero, a medida que aparece más información sobre el tratado, cada vez

parece más claro que uno de sus objetivos principales es extender la

influencia económica y comercial ―de EEUU y la UE, en este caso― de forma

bilateral o regional, prescindiendo de viejos mecanismos que requerían

consenso. Destaca, en el TTIP, pero también en otros tratados ―previsiones

similares se encuentran en el tratado entre la UE y Canadá― el mecanismo de

resolución de conflictos, uno de los aspectos que más ha provocado la

reacción de la población y de determinados sectores políticos. Nos

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encontramos, por tanto, ante un tratado con objetivos políticos y económicos

cuyos efectos positivos para la ciudadanía pueden ser fácilmente puestos en

duda.

Comercio e intereses geoestratégicos

Al margen de los intereses económicos y comerciales, el TTIP (y otros tratados

del estilo, como el TPP), puede tener una importancia geoestratégica vital. A

raíz del fracaso de la OMC en Doha, EEUU inició una oleada de negociaciones

y tratados bilaterales, tratando de alcanzar mediante éstos lo que el obligado

consenso de la OMC le negó. Su intención era conseguir acuerdos comerciales

que, en última instancia, fueran beneficiosos para sus intereses económicos,

de forma que pudiera mantener su dominio comercial global. Para ello, la

apuesta principal consistía en la desprotección de sectores en otros Estados

(como el sector público, para facilitar así la inversión en el extranjero) y la

imposición de sus estándares de protección en otros países respecto a los

sectores clave en EEUU (como viene ocurriendo, por ejemplo, con la propiedad

intelectual e industrial).

Este tipo de tratados bilaterales tienen importancia, a nivel estratégico, por

dos razones. En primer lugar, porque condicionan, cuando no subordinan,

elementos centrales del tejido productivo de un país a los parámetros

negociados. En este sentido, EEUU y la UE han tendido a aceptar, en

determinados casos, condiciones comerciales muy favorables para otros

Estados, pero que a la larga han convertido a éstos ―generalmente

subdesarrollados― en parcialmente dependientes de esa relación. Para un

país pobre, las exportaciones a gran escala a un país como Estados Unidos

pueden ser una excelente noticia a nivel económico, pero ello también puede

implicar cierta dependencia de ese país. Un cambio o ruptura en las

condiciones acordadas, con un escaso coste para el país poderoso, puede

suponer una catástrofe para las gentes del país humilde, de manera que estos

acuerdos comerciales pueden convertirse en un arma para amenazar o

castigar a otros Estados por motivos totalmente ajenos a lo establecido en el

pacto comercial. Pueden servir, por ejemplo, para exigir adhesiones en

decisiones políticas que van más allá de lo establecido en el pacto comercial.

En segundo lugar, los tratados regionales que abarcan a distintos países

delimitan las normas del juego comercial. Ante el crecimiento acelerado de

China en los últimos años y el riesgo de traslación del eje comercial del

Atlántico al Pacífico, EEUU ―con la UE a la zaga― ha maniobrado para

asegurarse cierta hegemonía a derecha e izquierda del continente. No en

vano el TPP (Trans-Pacific Partnership, o Acuerdo Transpacífico de

Cooperación Económica, equivalente al TTIP) excluye específicamente a

China.

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Nos encontramos, por tanto, ante tratados que van más allá de lo puramente

comercial o incluso económico, y tratan de garantizar la hegemonía

estadounidense ―en entredicho en la última década― con alianzas mediante

tratados que tienden a posicionar a quien los suscribe en un bando o en otro.

Fuente: Informe mensual “La Caixa” Research, nº 391 de junio de 2015

El ISDS o sistema de resolución de conflictos

Como se ha dicho, determinadas empresas de potentes sectores son, al

parecer, las principales interesadas en un acuerdo del tipo TTIP, idea que se

ve reforzada por la relevancia del denominado ISDS, el sistema de resolución

de conflictos pensado para que los inversores (empresas) puedan demandar a

los Estados ante un tribunal de arbitraje si ven sus intereses comerciales

afectados (pero no a la inversa si, por ejemplo, se produce una catástrofe

ecológica o sanitaria; el Estado sólo puede perder) [4]. Este mecanismo de

resolución de conflictos no es nuevo, y resulta común en los denominados

tratados bilaterales de inversión (BITs, por sus siglas en inglés).

La Unión Europea, como parte negociante del TTIP, tiene ―desde el Tratado

de Lisboa, en vigor desde 2009― competencias para negociar sobre la

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protección de la inversión extranjera en territorio de la Unión. Ello sucedió, por

ejemplo, en las negociaciones para un tratado de libre comercio entre la UE y

Canadá, denominado CETA (Comprehensive Economic and Trade Agreement),

en el que se incluyó una previsión relativa al ISDS. Sin embargo, el revuelo

levantado por las negociaciones del TTIP ―que ha conseguido alertar y

movilizar a la población― ha paralizado temporalmente la aprobación

definitiva del CETA.

Al margen de los conflictos políticos que implica un sistema como el ISDS para

la resolución de conflictos, lo cierto es que el propio mecanismo ―como se ha

dicho, utilizado en los tratados bilaterales de inversión― es percibido como

deficiente, máxime para tratados omnicomprensivos como los mencionados.

En este sentido, las reclamaciones de inversores privados son decididas por

árbitros ad hoc que no ocupan ninguna función pública, con el riesgo de que

existan motivos poco transparentes o directamente conflictos de interés, y sin

sistemas de apelación tradicionalmente muy importantes en la mayoría de

sistemas jurídicos [5].

En el ámbito político, la importancia es todavía mayor, pues pone en jaque no

sólo la autonomía del poder judicial para resolver conflictos ―ya que

actuarían como jueces unos árbitros que, en su día a día, pueden ser o haber

sido abogados de grandes empresas, por ejemplo― sino la propia capacidad

de decisión de los gobiernos. La lógica es la siguiente: un inversor (una

empresa agroalimentaria, por ejemplo) podría denunciar ante el sistema de

arbitraje del TTIP al Estado español si éste actúa de forma que afecte a la

inversión de esta empresa en dicho Estado. Independientemente de si dicha

actuación es puramente ejecutiva o es una norma aprobada por órgano de

legitimidad democrática como un Parlamento.

En lo que supone una vuelta de tuerca más en esta oleada de tratados de

corte neoliberal, el Estado debería calcular sus actos y normas en función del

número de demandas que pudiera recibir ante el tribunal de arbitraje. Y las

empresas, por su parte, podrían determinar ―en mayor medida incluso― la

normativa que más les convenga amenazando con denunciar a los Estados de

forma masiva en caso contrario.

Dada la falta de información sobre la adopción del ISDS en el TTIP, pueden

analizarse los textos del CETA o el TPP para dar cuenta de las características

de este mecanismo de resolución de conflictos. En el Tratado de Asociación

Transpacífico (TPP) el ISDS se prevé en el capítulo 9 sección B, que establece

una mezcla entre la regulación de este mecanismo y la remisión al Convenio

del CIADI (Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a

Inversores), institución arbitral perteneciente al Banco Mundial para las

disputas entre inversores y Estados, muy comunes en los llamados Tratados

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Bilaterales de Inversión.

El propio sistema de ISDS supone otorgar derechos especiales a los

inversores, que pueden evitar los tribunales tradicionales ―lo cual no pueden

realizar los ciudadanos no inversores― para compensar pérdidas que puedan

haber sufrido por decisiones democráticamente adoptadas por ese Estado.

Uno de los problemas es que son árbitros no pertenecientes a la función

pública ―privados y muy bien remunerados―, externos a ambos países, los

que deben decidir sobre la obligación o no de compensar por parte de los

Estados.

El ISDS había pasado más o menos desapercibido en la aprobación del CETA.

Sin embargo, respecto al TTIP la respuesta ciudadana ha sido mucho más

enérgica ―lo que parece haber paralizado el CETA in extremis―. En una

consulta pública de la Comisión Europea con récord de participación de

150.000 personas, el 97% expresó su manifiesto rechazo a la inclusión de este

mecanismo de resolución de disputas en el TTIP. La Comisión planteó

entonces la posibilidad de renunciar al ISDS e incluir en su lugar un Sistema

de Tribunal de Inversiones (ICS, Investment Court System, en inglés), que en

definitiva viene a ser, en palabras de Greenpeace, «el mismo perro con

diferente collar» [6], ignorando el rechazo público.

Estos sistemas de resolución de conflictos se han incrementado de forma

preocupante durante los últimos años. En 1995 se dieron solamente 3 casos,

mientras que en 2016 la cifra era de casi 700. En algunos casos, las sumas

son multimillonarias. En Los usurpadores, Susan George explica cómo una

petrolera demandó a Ecuador por 1.770 millones de dólares, y la empresa

sueca Vattenfall demandó a Alemania unos 4.000 millones de euros por el

anuncio del cierre de las centrales nucleares alemanas tras el accidente en

Fukushima.

Lo que quiere ponerse de manifiesto con toda esta información es, en primer

lugar, las graves consecuencias que un tratado como el TTIP puede tener en

ámbitos como la soberanía estatal o la capacidad de actuación de las

instituciones democráticamente escogidas. En segundo lugar, quiere

destacarse la importancia de la reivindicación política y ciudadana en un

ámbito como éste. Las manifestaciones, la información obtenida por algunos

eurodiputados ―sobre todo, en España, de IU y Podemos― o las filtraciones

como las que ha publicado Greenpeace sirven para aportar transparencia a un

tratado a todas luces peligroso para muchos aspectos de la vida diaria. Y

sirven para transmitir a la opinión pública la necesidad de actuar de forma

conjunta, estableciendo una presión suficiente para que los partidos políticos

vean muy difícil justificar textos como el aquí transcrito.

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Lo cierto es que todo ello es complejo, máxime cuando hoy en día la

ciudadanía tiende a estar alejada de una política que considera

―erróneamente― que no tiene efectos inmediatos sobre su vida privada. Pero

también lo es que la reacción ciudadana al TTIP ha sido, en términos

generales, ejemplar en Europa, con múltiples manifestaciones en diferentes

ciudades y una voz contraria desde ONG, sindicatos y distintos movimientos

sociales. Cabe destacar que, fruto de esa movilización, diversos medios de

comunicación críticos han dado visibilidad al conflicto, posicionando a parte

de la población en contra de este tratado. En el caso del CETA, la oposición de

la región de Valonia (Bélgica) [7], está poniendo en serios apuros la

aprobación definitiva del tratado, muy similar en su contenido al TTIP (de

hecho, si se analiza el TPP, el CETA y el TTIP se puede apreciar cómo algunos

artículos o secciones son prácticamente iguales). Tal vez manteniendo esta

presión pueda lograrse el retraso en la aprobación de ambos tratados.

Notas

[1] Felbermayr, G.; Heid, B.; Larch, M. «TTIP: Small Gains, High Risks?», CESifo Forum, 2014,

vol. 15, pp. 20-30.

[2]

http://www.greenpeace.org/espana/es/Blog/greenpeace-hace-pblicos-los-documentos-secret/b

log/56365/

[3] Arregui, J., «Relaciones económicas UE-EEUU: negociación e implicaciones del TTIP»,

Revista CIDOB d’Afers Internacionals, nº 10, 2015, pp. 43-66.

[4] George, S., Los usurpadores. Cómo las empresas transnacionales toman el poder, Icaria,

Barcelona, 2015, pp. 109 y ss.

[5] Bronckers, M., «Is Investor-State Dispute Settlement (ISDS) Superior to Ligitation Before

Domestic Courts?» An EU View on Bilateral Trade Agreements», Journal of International

Economic Law, vol. 18, 2015, pp. 655-677.

[6] Documento de posición sobre la propuesta de la Comisión de un sistema judicial de

inversiones en el TTIP: «El sistema judicial de inversiones (ICS): “El mismo perro con diferente

collar”», febrero de 2016.

http://www.greenpeace.org/espana/Global/espana/2016/report/TTIP/PosiciónGreenpeaceISDS

%20febrero2016.pdf

[7] http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-37757434 Sin embargo, todo parece

indicar que finalmente se llevará a cabo la aprobación del

Tratado.

http://www.eldiario.es/politica/acuerdo-CETA-esperan-validacion-UE_0_573942982.html

http://internacional.elpais.com/internacional/2016/10/27/actualidad/1477545803_407224.html

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http://www.publico.es/internacional/belgas-llegan-acuerdo-desbloquear-ceta.html

10/2016

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Cinco mil quinientos millones

Cuaderno de incertidumbre: 14

Albert Recio Andreu

I

Aún no tenemos Gobierno, pero ya sabemos el recorte presupuestario que le

exige Europa. Y que seguramente el PP y sus aliados acatarán por

responsabilidad. Hasta ahora el Gobierno se había pasado por el forro las

exigencias de Bruselas, pero había contado para ello con la complicidad

comunitaria seguramente temerosa que un recorte a destiempo pudiera

provocar un descalabro electoral de las fuerzas del orden. Siempre es más

fácil aplicar un hachazo al principio de la legislatura, cuando los que

Gobiernan se encuentran más fuertes y confían que la mejora posterior de la

situación hará que sus electores olviden el mal trago a la hora de votar. Es

verdad que este Gobierno nace mucho más debilitado que el anterior. Pero no

parece que sus oponentes vayan a estar por la labor de enfrentarse con la

política de la UE. Ya sabemos de qué responsabilidad cojean. La

responsabilidad que les llevó a los recortes de 2010 y al golpe de estado

palaciego contra la constitución, y que ahora les ha llevado a dar el apoyo al

PP, es la misma que les conducirá a tragar la nueva sarta de recortes.

Precisamente la crítica al PP que desde sectores cercanos al PSOE se hacían

por el incumplimiento del déficit indica que van a estar preparados para

cumplir los compromisos.

Un recorte de 5.500 millones de euros en el presupuesto público va a tener sin

duda un efecto depresivo sobre la economía y el empleo. De la forma como se

haga dependerá su profundidad. Lo nuevo en el momento presente es que

hay al menos un nuevo discurso, por parte de economistas oficiales, que

aboga por que el recorte se haga subiendo impuestos en lugar de recortar

gastos. Significa un viraje político y un reconocimiento implícito del fracaso de

los ajustes impuestos en Europa en 2010.

En aquel momento la Unión Europea adoptó como orientación la teoría del

“ajuste expansivo” elaborada fundamentalmente por un grupo de profesores

de la Universidad Boconi de Milán. Según esta teoría, si el gobierno recortaba

gasto los individuos entendían que había una voluntad de reducir impuestos

en el futuro y esto generaba una ola de optimismo que se traducía en un

mayor volumen de inversión y gasto. Por ello, el recorte generaba al poco

tiempo una expansión económica basada en la inversión y el gasto privados.

Es el típico modelo basado en unos discutibles supuestos psicológicos que la

realidad acaba desmintiendo. Los países que recortaron más gasto

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experimentaron una recaída en la depresión, un aumento del déficit y de la

deuda. Lo contrario de lo previsto. Que posteriormente se haya

experimentado una cierta recuperación tiene más que ver con las dinámicas

autónomas de la economía y con circunstancias espurias (como el impacto

que ha tenido para el turismo español la situación bélica en el área

mediterránea) que no porque esta política haya funcionado.

Aumentar impuestos, en cambio, tiene otro efecto. Para los economistas

ortodoxos todo es igual: si al aumentar impuestos la gente gasta más, la

economía también se deprimirá. Pero este argumento pierde de vista que una

parte de la población no gasta todos sus ingresos, mantiene una parte en

forma de ahorro ocioso que no genera demanda (por ejemplo mantiene la

propiedad de pisos vacíos en espera de subidas futuras de precios). Si la

subida de impuestos está bien diseñada y se concentra en rentas ociosas, el

impacto puede ser nulo, porque el sector público mantendrá su nivel de gasto

(y por tanto mantendrá el empleo que éste genera) y el recorte simplemente

reducirá el exceso de ahorro de los ricos. De hecho podría argumentarse que

si el aumento de recaudación se transfiriera a nuevo gasto público la actividad

aumentaría y se podría reducir parte de la deuda. Pero esto último, en los

tiempos presentes, suena a demasiado radical para que lo acepten el núcleo

más poderoso de economistas.

II

Que un teórico ajuste vía aumento de impuestos fuera menos dañino que uno

basado en el recorte de gastos no quiere decir que vaya a ser la línea

adoptada por el Gobierno. Y tampoco hay ninguna garantía de que el aumento

de impuestos se produzca de la forma adecuada. El clasismo y la sumisión a

los intereses de las élites están demasiado consolidados en las políticas de los

partidos “responsables” (tanto los viejos ―PP, PSOE, PDECAT, PNV, Coalición

Canaria― como en los pretendidamente nuevos ―Ciudadanos―) como para

esperar que por una vez atentarán directamente contra estos intereses.

Por ello, considero que la línea de respuesta alternativa debería articularse en

una doble dirección. La primera, la más fácil de desarrollar por las fuerzas

políticas alternativas y los movimientos sociales, pasa lógicamente por la

puesta en cuestión de la lógica del ajuste, por mostrar la inutilidad de las

políticas de ajuste para alcanzar sus propios objetivos manifiestos (recortar el

déficit y la deuda), por denunciar el impacto social del nuevo ajuste, por exigir

una condonación de la deuda (para una buena argumentación, Steve Keen,

«Manifiesto del Observatorio de la Deuda», en Revista Economía Crítica, nº

14, accesible en www.revistaeconomiacritica.org), por exigir un giro en la

política europea… Es, sin embargo, un discurso necesario pero que al mismo

tiempo tiene el peligro de facilitar el aislamiento de quien lo propone, bajo el

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mantra de que es una respuesta utópica, irrealizable a corto plazo. No puede

menospreciarse en este sentido que los partidarios de las políticas

neoliberales cuentan con un ejército de economistas, dispuestos a argumentar

en favor de la racionalidad de sus tesis y con acceso a medios de

comunicación con una potente capacidad de penetración.

Por ello creo que en el contexto actual hay que dotarse de una segunda línea

de actuación que muestre que hay formas mejores de hacer el ajuste y que

traten de minimizar los impactos más antisociales del mismo. Esta línea

debería pasar en primer lugar por defender que cualquier ajuste se haga con

aumentos de impuestos y no con recortes de gastos. En segundo lugar, que

estos aumentos de impuestos se dirijan fundamentalmente a gravar las

actividades parasitarias que generan riqueza privada sin generar bienestar,

algo especialmente palpable en muchas de las actividades financieras e

inmobiliarias donde lo único que se hace es especular con activos

preexistentes. En tercer lugar, un gravamen justo mejorando la progresividad

de los impuestos directos (por ejemplo, igualando la carga fiscal de las rentas

del trabajo y el capital en el IRPF, reintroduciendo en la práctica los impuestos

de transmisiones y sucesiones, aumentando la carga efectiva del Impuesto de

Sociedades…) e incluso de algunos impuestos indirectos (por ejemplo,

estableciendo gravámenes en productos de lujo). Y en cuarto lugar, cerrando

completamente la posibilidad de que el Estado se haga cargo de nuevas

deudas privadas e incluso revisando el pago de indemnizaciones injustas

como la del depósito de gas de ACS. Algo que vale la pena recordar cuando

alguna de las grandes empresas españolas sigue en la cuerda floja debido a

su elevado endeudamiento o cuando inventos como la Sareb (el llamado

"banco malo") generan pérdidas sistemáticas que el Estado debe asumir.

En definitiva, se trata de hacer una oposición en dos patas. La crítica radical,

cultural y política genérica por un lado y la propuesta de alternativas viables,

bien elaboradas, que contrasten los planes neoliberales con las necesidades

de la mayoría. Una pedagogía que permita mostrar que no sólo hay que

cambiar los objetivos y los modos de la política sino también que se pueden

hacer las mismas cosas de diversas formas y si se elige la peor no es por

consideraciones técnicas sino por el interés de la clase dominante. Un tipo de

respuesta que además permite a veces alcanzar alguna victoria parcial, algo

que también hace falta.

31/10/2016

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Sobre el “no” al acuerdo de paz en Colombia: ¿una amnistía

inaceptable?

Rosa Ana Alija Fernández

El 2 de octubre de 2016 los colombianos estaban llamados a votar en

plebiscito su aval al acuerdo de paz con las FARC. Tanto del hecho de que el

gobierno lo sometiera a plebiscito (algo que no tenía por qué hacer, salvo para

dotarlo de una mayor legitimidad) como de su reacción en las horas

siguientes a conocerse el resultado, reconociendo que no tenía un plan B,

salta a la vista que había dado por hecho que ganaría el “sí”. Cuando menos,

había facilitado que así ocurriera situando el umbral mínimo de votos

necesarios para que el acuerdo se aprobara en el 13% del censo electoral. Y

sin embargo, ganó el “no” expresado por un 50,21% de los votantes, que, en

todo caso, constituía un 19% del censo electoral, puesto que el 62,6% de la

población colombiana se había quedado en casa.

¿Qué pasó?

Muchos análisis se han hecho ya para intentar explicar los resultados del

plebiscito. La preocupante abstención se ha achacado, por ejemplo, a las

dificultades climáticas de la jornada (algunas zonas del país se vieron

afectadas por fuertes lluvias provocadas por el huracán Matthew), el

desinterés de la población por la cuestión (posiblemente fruto del escaso

impacto directo del conflicto en las zonas urbanas a día de hoy), la falta de

vías para la participación popular durante la elaboración del acuerdo (para

muchos, las víctimas estuvieron insuficientemente representadas en la mesa

de negociación), la incorporación automática del acuerdo a la constitución

colombiana sin acometer una reforma constitucional, la inadecuada

formulación de la pregunta (que sometía al “sí” o al “no” el apoyo en bloque

al acuerdo, en lugar de permitir mostrar acuerdo o desacuerdo en relación con

partes concretas),…

También al gobierno se le puede achacar en buena medida el inmovilismo de

la población y la derrota del “sí” por haber llevado a cabo una pésima

campaña informativa sobre el contenido del acuerdo (probablemente como

consecuencia de un vanidoso error de cálculo que habría llevado a Juan

Manuel Santos y compañía a dar por supuesto que el acuerdo contaría con el

favor de la población), haber sometido a plebiscito un texto de difícil

comprensión y poco atractivo para la lectura del ciudadano medio (297

páginas con una redacción discutible y llena de tecnicismos), y por el poco

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tiempo para procesar su contenido por la ciudadanía entre su adopción y la

celebración de la consulta (que algunos achacan a la necesidad urgente de

saber cuánto costaría poner en práctica el acuerdo de paz antes de acometer

la reforma tributaria que se debería aprobar antes de que acabe 2016).

En cuanto a las razones esgrimidas por los defensores del “no” —con el ex

presidente Álvaro Uribe a la cabeza— a lo largo de su breve pero intensa —y

efectiva— campaña, las mismas fueron diversas, pero orientadas todas en

una misma dirección: generar indignación entre la población. Así lo reconocía,

apenas tres días después del plebiscito, Juan Carlos Vélez (gerente de la

Campaña por el No, excandidato a la alcaldía de Medellín y, en su momento,

precandidato a la presidencia de Centro Democrático, el partido fundado por

Uribe en 2013) en una entrevista. De acuerdo con Vélez, “la estrategia era

dejar de explicar los acuerdos para centrar el mensaje en la indignación. En

emisoras de estratos medios y altos nos basamos en la no impunidad, la

elegibilidad y la reforma tributaria, mientras en las emisoras de estratos bajos

nos enfocamos en subsidios”. Dicho de otra forma, las grandes líneas

argumentales se centraban en el gasto que para los bolsillos de los

colombianos supondría la puesta en práctica del acuerdo de paz, las medidas

para facilitar la integración social y la participación política del partido que

resultara de las FARC y la impunidad que ampararía a los miembros de la

guerrilla como consecuencia de la amnistía prevista en el acuerdo.

Junto a estas líneas centrales de la campaña por el “no”, es probable que

algunos de los argumentos indicados para explicar la abstención se tradujeran

también en votos en contra (por ejemplo, la no participación de algunos

colectivos en las negociaciones o la incorporación automática del acuerdo a la

constitución). A todo ello se añaden argumentos de lo más variopinto que

resultaron clave en la victoria del “no”. En este sentido, además de la

invocación de la amenaza de que el “castrochavismo” se implantaría en

Colombia si se aprobaba el acuerdo, destaca el virulento rechazo que provocó

en sectores conservadores la incorporación transversal de constantes

referencias al género. La preocupación manifiesta del acuerdo por mejorar la

situación de dos colectivos discriminados y que sufren de forma específica las

consecuencias del conflicto, como son las mujeres y el colectivo LGTBI, a

través del impulso a su participación como actores políticos y sociales y del

reconocimiento de su condición de víctimas, fue interpretada por los sectores

más reaccionarios como una imposición de lo que denominan “la ideología de

género”. En consecuencia, a lo largo de la campaña insistieron en que el

acuerdo era una amenaza a la familia tradicional y a la iglesia, y que votar

“sí” equivalía a apoyar el aborto, el matrimonio homosexual o la adopción por

parejas del mismo sexo.

Cualquiera de estos argumentos merecería unas cuantas páginas, pero esta

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nota se va a centrar exclusivamente en el que se considera que permite un

análisis más reposado desde lo jurídico: la impunidad de los miembros de las

FARC por los crímenes cometidos durante el conflicto.

La extinción de responsabilidad de los implicados en el conflicto

colombiano

En efecto, una de las razones esgrimidas por los defensores del “no” para

lograr el rechazo de la población al acuerdo fue que este prevé amnistías e

indultos para los miembros de las FARC. Este trato, sin embargo, no es

diferente del que se propone para los agentes del Estado, con la salvedad de

que estos recibirían lo que el acuerdo denomina “tratamientos penales

diferenciados” (al respecto, véase el Anexo II al Acuerdo Especial de 19 de

agosto de 2016). Se le ponga el nombre que se le ponga, la consecuencia

jurídica es la misma en ambos casos: la extinción de la responsabilidad penal.

Respecto de las FARC, las amnistías e indultos previstos son de dos tipos:

amnistías de iure, cuando se tratase de delitos políticos (rebelión; sedición;

asonada; conspiración; y seducción, usurpación y retención ilegal de mando) y

delitos conexos a estos (de acuerdo con una lista tasada), y amnistías o

indultos otorgados por la Sala de Amnistía e Indulto del órgano judicial

especial que el acuerdo prevé: la Jurisdicción Especial para la Paz. En este

segundo caso, la concesión de amnistía o indulto se decidiría de oficio, a

instancia de parte o a recomendación de la Sala de Reconocimiento de Verdad

y Responsabilidad y Determinación de Hechos y Conductas, en la medida en

que la persona implicada reconociera los hechos y contara la verdad sobre las

circunstancias en que los delitos se cometieron. En todo caso, la

responsabilidad solo se extinguiría respecto de delitos políticos y delitos

conexos, si bien la Sala de Amnistía e Indulto podría considerar conexos

delitos que no estuvieran incluidos en la lista de los que se beneficiarían de la

amnistía de iure.

En cuanto a los agentes del Estado, cabe distinguir dos supuestos con

consecuencias muy diferentes: el de los agentes del Estado en general y el de

los presidentes y ex presidentes. Así, con carácter general, el acuerdo prevé

que los agentes del Estado se beneficien de un sistema de tratamientos

penales diferenciados, entre los cuales se encuentra la “renuncia a la

persecución penal”, que el acuerdo caracteriza como “un mecanismo de

tratamiento penal especial diferenciado para Agentes del Estado propio del

sistema integral mediante el cual se extingue la acción penal, la

responsabilidad penal y la sanción penal, necesario para la construcción de

confianza y facilitar la terminación del conflicto armado interno, debiendo ser

aplicado de manera preferente en el sistema penal colombiano, como

contribución al logro de la paz estable y duradera”. Es decir: amnistía o

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indulto, pero con otro nombre.

Ahora bien, el acuerdo deja fuera de este sistema de tratamientos penales

diferenciados a quienes hayan ejercido la Presidencia de la República.

Respecto de estas personas se aplicaría lo establecido en el artículo 174 de la

Constitución Política de Colombia, en virtud del cual es competencia del

Senado conocer de las acusaciones que formule la Cámara de Representantes

contra el Presidente y otros aforados, aunque hayan cesado en el ejercicio de

sus cargos. Ello no impide que, si las acusaciones se refieren a delitos

cometidos en ejercicio de funciones, haya juicio penal ante la Corte Suprema

de Justicia tras el juicio ante el Senado. Sin embargo, salta a la vista el doble

filtro político que los delitos que sean imputables al presidente Santos o a ex

presidentes, como Uribe, deben pasar antes de llegar al poder judicial: en

primer lugar, para activar este procedimiento debe haber acusación por parte

de la Cámara de Representantes, y, en segundo lugar, la competencia para

conocer es del Senado en primera instancia. Si la Cámara no acusa (¿y por

qué habría de hacerlo si una mayoría fuera de la cuerda del presidente o los

ex presidentes implicados?), el procedimiento no se activaría y se garantizaría

la impunidad en el interior del Estado de quienes ocupaban su cúspide

mientras se cometían graves violaciones de derechos humanos y del derecho

internacional humanitario.

¿Una amnistía inadmisible conforme a parámetros de derechos

humanos?

La polvareda levantada por los partidarios del “no” ante la inclusión de

amnistías e indultos para las FARC en el acuerdo de paz no está justificada

desde el punto de vista del derecho internacional. Al respecto, conviene

recordar que este no prohíbe las amnistías con carácter general. De hecho, el

artículo 6.5 del Protocolo Adicional II a los Convenios de Ginebra de 1949,

relativo a los conflictos armados de carácter no internacional (1977), dispone

que: “A la cesación de las hostilidades, las autoridades en el poder procurarán

conceder la amnistía más amplia posible a las personas que hayan tomado

parte en el conflicto armado o que se encuentren privadas de libertad,

internadas o detenidas por motivos relacionados con el conflicto armado”. Eso

no significa tampoco que toda amnistía sea admisible: a día de hoy se

consideran prohibidas aquellas que extinguen la responsabilidad penal

respecto de graves violaciones de los derechos humanos y del derecho

internacional humanitario, y, en todo caso, la amnistía nunca podrá ser un

obstáculo a su investigación.

El acuerdo de paz procura ser coherente con estos límites, si bien no alcanza

la perfección. En consecuencia, excluye de la amnistía o el indulto y de la

renuncia a la persecución penal los delitos de lesa humanidad, el genocidio,

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los graves crímenes de guerra, la toma de rehenes u otra privación grave de

la libertad, la tortura, las ejecuciones extrajudiciales, la desaparición forzada,

el acceso carnal violento y otras formas de violencia sexual, la sustracción de

menores, el desplazamiento forzado, además del reclutamiento de menores,

de conformidad con lo establecido en el Estatuto de la Corte Penal

Internacional. Respecto de las FARC, tampoco serían amnistiables los delitos

comunes que carecen de relación con la rebelión, es decir, aquellos que no

hubieran sido cometidos en el contexto y en razón de la rebelión durante el

conflicto armado o cuya motivación hubiera sido obtener beneficio personal,

propio o de un tercero. Asimismo, en cuanto a los agentes del Estado, la

renuncia a la persecución penal no procedería respecto de delitos que no

hubieran sido cometidos por causa, con ocasión o en relación directa o

indirecta con el conflicto armado, ni de delitos contra el servicio, la disciplina,

los intereses de la Fuerza Pública, el honor y la seguridad de la Fuerza Pública,

contemplados en el Código Penal Militar. De este listado, el supuesto más

preocupante es el de los “graves crímenes de guerra”, una categoría que el

acuerdo se saca de la manga, dando a entender que hay crímenes de guerra

que no son graves y otros que sí lo son, y que esa gravedad se alcanza

cuando se cometen infracciones del derecho internacional humanitario “de

forma sistemática o como parte de un plan o política”. Esta categorización no

tiene ningún tipo de fundamento a la luz del derecho internacional penal, y

podría ser una vía de escape para dejar impunes delitos que, de acuerdo con

el derecho internacional, deben ser castigados.

La amnistía, por tanto, no sería una amnistía “a la española”: no se prevé la

exención de responsabilidad penal ante graves violaciones de derechos

humanos y de derecho internacional humanitario y no se ponen barreras a la

investigación y el conocimiento de la verdad sobre las circunstancias de los

delitos. Tampoco se daría la espalda a las víctimas, puesto que el acuerdo de

paz es muy cuidadoso a la hora de garantizar que la extinción de

responsabilidad sería sin perjuicio del deber del Estado de satisfacer el

derecho de las víctimas a la reparación integral (de conformidad con la Ley

1448 de 2011, de 10 de junio, por la cual se dictan medidas de atención,

asistencia y reparación integral a las víctimas del conflicto armado interno y

se dictan otras disposiciones) y sin perjuicio de otras obligaciones de

reparación que pudieran imponerse.

Ciertamente, la propuesta tiene sus puntos sospechosos en cuanto a la

extinción de responsabilidad penal. La invención de la categoría de “graves

crímenes de guerra” o las previsiones respecto de presidentes y ex

presidentes son dos ejemplos. Sin embargo, ninguno de estos supuestos

beneficia particularmente a los miembros de las FARC, sino más bien al

contrario: el primero se aplica tanto a sus miembros como a los agentes del

Estado, y el segundo favorece la impunidad de las personas que

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ocupan/ocuparon la presidencia del país. Por otra parte, no se exige de los

agentes del Estado que contribuyan a la determinación de la verdad sobre lo

acontecido en el conflicto con la misma intensidad que a los miembros de las

FARC. A mayores, las mencionadas vías de escape lo son solo parcialmente en

la actualidad, puesto que las personas responsables de crímenes de guerra

que hubieran quedado sin castigo y los ex presidentes a los que se les

imputen crímenes de derecho internacional podrían ser juzgados en otros

Estados por la vía de la jurisdicción universal o incluso, llegado el caso, por la

Corte Penal Internacional, que sigue manteniendo en examen preliminar la

situación en Colombia.

Sin embargo, no parecen argumentos suficientemente sólidos per se como

para que los partidarios del “no” se aferren con tanto ardor a la necesidad

absoluta de retribución penal de los miembros de las FARC, sino que se intuye

tras ellos una estrategia política que atiende a otros intereses. Más allá de

horadar políticamente a Santos, Uribe podría haber buscado por esta vía tener

un asiento en la mesa de negociación para poder forzar un proceso de

reforma constitucional que le permitiera eliminar la prohibición de reelección

presidencial vigente desde 2015. Pero también cabe otra lectura que supera

los posibles intereses políticos del ex presidente y que apunta al interés de

determinados sectores de la población por mantener el statu quo. No se

puede obviar que con el “no” se cerraban también las puertas a la aplicación

de otros apartados del acuerdo que podían provocar cambios estructurales

significativos en la sociedad colombiana. Es el caso de la reforma rural

integral, un tema que difícilmente va a contar con el visto bueno de los

grandes propietarios de tierras ni de las empresas que se benefician de la

actual estructura de la tierra ni de quienes sacan provecho propio con la

explotación del campesinado. Otro tanto ocurre con la entrada en política del

partido resultante de las FARC, que supone abrir hueco en las instituciones

colombianas a sectores de la población que tradicionalmente han quedado al

margen y, con ellos, a demandas diferentes de las que marcan la actual

agenda política en Colombia.

Volviendo a la comparación con el caso español, si la Ley de Amnistía de 1977

es criticable, no lo es tanto porque la posibilidad de recurrir a la vía penal sea

la panacea para resolver los problemas de la sociedad, sino justamente

porque simboliza el desprecio del Estado a las víctimas y constituye una

maniobra clara y exitosa para mantener estructuras de poder que han sido

construidas durante la dictadura. Paradójicamente, en el caso de Colombia,

esa misma consecuencia se deriva del rechazo al acuerdo de paz —amnistías

incluidas—.

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El Acuerdo final para la terminacion del conflicto y la construccion de una paz

estable y duradera (incluidos el Acuerdo Especial de 19 de agosto de 2016 y el

proyecto de Ley de amnistia, indulto y tratamientos penales especiales) puede

consultarse aquí.

30/10/2016

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La animada vida de las estatuas

Antonio Madrid

Hay estatuas que languidecen sin que nadie recuerde su tiempo ni su razón

de ser. Hay estatuas simpáticas que alegran la vista. Hay estatuas que el

poder político encargó e instaló en su momento y que hoy pasan

desapercibidas. Hay estatuas que no se entienden. Hay estatuas que

provocan incendios. Sin duda que las que tienen una vida más serena son las

de los cementerios.

La vida de las estatuas encargadas e instaladas en los espacios públicos para

recordar hazañas y guardar memoria, o para remover memorias, puede ser

muy animada. Estos días, una estatua decapitada ha sido el centro de una

animación política, cultural y social como no se conocía en tiempo en la

ciudad de Barcelona. Como se sabe, esta estatua sin cabeza era la de Franco.

Alguien le cortó la cabeza hace tiempo mientras dormía el olvido en un

almacén. Y así, desmochada, fue instalada recientemente en la vía pública. Se

le sacó lustre y a la calle. El cuerpo de jinete, sobre un caballo poderoso, se

dirigía hacia la Victoria, representada por otra estatua. La imagen es

conocida. La composición no dejaba de ser algo cómica, ya que caballo y

jinete estaban sobre una plataforma y esta sobre un raíl… Suerte que el

terreno era plano, de otra forma caballo y jinete habrían topado con la

Victoria.

No toparon con la alegoría de la Victoria, sino con pinturas arrojadas,

salivazos, huevos, grafitis, muñecas hinchables, cabezas de cerdo, banderas

alternativas, performances varias, artículos periodísticos, indignaciones y

rasgaduras de vestiduras. Por momentos pareció que la estatua era un gran

escaparate. Si querías salir en la foto algo tenías que hacer con la estatua. Tal

vez alguien que llegó tarde esté pensando: perdí la ocasión. Al final, unos

animosos ciudadanos tumbaron la escultura y el Ayuntamiento la retiró, limpió

el suelo… y aquí paz y mañana gloria. En realidad, los tumbadores de la

escultura le hicieron un favor. Si la escultura hubiera podido hablar tal vez se

habría mostrado agradecida de que la devolvieran a la tranquilidad del

almacén. Por otra parte, al tumbarla también se evitó que alguien pudiera

recordar la leyenda de Sleepy Hollow que llevó al cine Tim Burton.

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La estatua había sido instalada en el marco de la Exposición: “Franco, Victoria,

República: impunidad y espacio urbano”

(

http://elbornculturaimemoria.barcelona.cat/activitat/franco-victoria-republica-

2/). Tres esculturas formaban una composición: la República, la Victoria y

Franco (desmochado) a caballo. Los escultores de estas estatuas: Viladomat y

Marés. Ubicación: el exterior del Born, al lado derecho de la puerta principal.

Esta exposición coincide en el tiempo y en el espacio con otra exposición (esta

vez en el interior del Born): “A mí esto me pasó: De tortura e impunidades

(1960-1978)”. Como se puede leer en la presentación de la exposición, su

objetivo es proponer un debate sobre la tortura, en tanto que expresión de

violencia política, ejercida por el estado franquista. Y al mismo tiempo,

generar debate acerca de la responsabilidad o la impunidad por esos hechos.

La forma de plantear este debate, además de conferencias, obras de teatro…

ha sido presentar los testimonios de personas que fueron torturadas.

(http://elbornculturaimemoria.barcelona.cat/activitat/aixo-em-va-passar/)

Para acabar de situar al lector/a que no conoce el espacio del Born hay que

añadir dos matices. El primero, importante. El Born es un Centro de cultura y

memoria. Su contenido esencial es el yacimiento que ocupa el subsuelo de

este espacio. En él se puede visitar parte de la ciudad tal como era durante

los ataques de las tropas borbónicas de Felipe V hasta la rendición de 1714.

Por tanto, se puede decir que el Born es un espacio de la memoria de la

derrota de 1714, memoria que se ha convertido en símbolo del nacionalismo

catalán. Es un espacio cargado de simbolismo.

Cuando se habla de memoria y de símbolos, una de las cuestiones más

interesantes es plantear qué memorias guardar y cómo guardarlas.

Ciertamente podía resultar chocante acercarse al Born, ver la bandera de

Cataluña izada en un gran mástil (17,14 metros… hasta en esto lo simbólico

tiene su importancia) y a su derecha… la decapitada estatua de Franco.

El segundo matiz, anecdótico. La palabra ‘Born’ proviene del nombre que se

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daba a la zona en la que durante la edad media se celebran torneos de armas.

Por tanto, el nombre es muy adecuado para lo que ha ocurrido durante estos

días. Bromas al margen, lo cierto es que lo vivido en torno a la estatua

desmochada merece una reflexión sosegada. Como la intención de este texto

en realidad es hablar de otras estatuas, de la animada vida de otras estatuas,

por ahora tan solo indicaré algunas reflexiones en torno al pandemónium

mediatizado que hemos vivido.

Las reacciones habidas estos días por parte de muchas personas indican que

la herida causada por el franquismo permanece abierta. La transición no

abordó suficientemente esa cuestión. El silencio fue parte del trato. Se puede

intentar mirar para otra parte, pero la herida no ha cicatrizado y no lo ha

hecho, en buena parte, porque se ha confundido reconciliación con olvido.

Hay quien dice que no se pudo hacer más. En todo caso, es difícil sostener

que ahora no se pueda hacer más que lo que se ha hecho.

La segunda cuestión que ha aflorado estos días es que los medios de

comunicación se apuntan al efectismo. Esto es sabido, pero no por ello ha de

ser aceptado. Durante estos días muchos articulistas han apostado por la

simplificación, por la noticia fácil, en vez de analizar qué estaba ocurriendo y

cómo se podía seguir trabajando para abordar la cuestión de fondo: la

memoria del sufrimiento impuesto por el franquismo. Y no sólo esto, sino para

afrontar lo que queda del franquismo en nuestra vida institucional y política.

La tercera cuestión ha sido poner de manifiesto que si el Ayuntamiento de

Barcelona apuesta, como lo hace, por el debate en torno a la impunidad, es

preciso plantear una ruta a seguir y esto se ha de hacer de la mano de

muchos más actores, porque las manipulaciones y las demagogias están a la

vuelta de la esquina. Una vez retirada la estatua, una vez el soufflé se

desinfla… ¿ahora qué? La cuestión de fondo permanece. Lo que había que

derribar no era la estatua, por más que aquello que recuerda sea odioso. Lo

que hay que derribar no cae tan fácilmente. El reconocimiento de la verdad, la

identificación de complicidades, la ruptura de los silencios… lo que queda por

hacer, eso no se resuelve, desgraciadamente, derribando una estatua.

Tampoco instalándola en el espacio público.

Las estatuas pueden tener una vida muy animada. El mismo escultor Marés

que hizo la escultura de la Victoria que ha sido expuesta estos días junto a la

desmochada de Franco, este mismo Marés hizo la escultura del Timbaler del

Bruc (tamborilero del Bruc. Bruc es el nombre de una planta: brezo). Y el

mismo Franco, esta vez con cabeza y sin caballo, la inauguró en 1952. Se

cuenta que Franco le preguntó al alcalde del Bruc de aquel entonces si el

pueblo necesitaba algo; el alcalde, muy dignamente, contestó “no, nada,

tenemos de todo…”. Sin embargo, la pobreza y el atraso eran mayúsculos. La

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inauguración fue provisional porque la estatua era de yeso. La de piedra

todavía no se había terminado. Cuando Marés la acabó, se retiró la de yeso y

se instaló la de piedra en el mismo lugar en el que se encuentra hoy.

Supongamos que le hacemos una entrevista al Timbaler. Explicará que

conmemora las batallas que tuvieron lugar en el Bruc contra el ejército

francés (1808). La primera escaramuza salió bien para los combatientes

catalanes. Las siguientes no. El caso es que la estatua recuerda la resistencia

frente al invasor. Y claro, esta idea era aprovechable por el españolismo

franquista.

Ya que hemos entrado en calor, lo siguiente que podríamos pedir al Timbaler

es que nos explicara sus vidas. Es decir, que nos explicara las vidas que ha

tenido el símbolo cultural y político del Timbaler. Tal vez la estatua no lo sepa,

pero como mínimo podemos identificar varias etapas… varios significados,

algunos de ellos en clara oposición.

Para hacer corta la historia diremos que la leyenda del Timbaler comienza a

coger cuerpo y fuerza a finales del siglo XIX. El joven Joan Porta i Tobella, en

un interesante trabajo de investigación sobre las batallas del Bruc y la

conversión del Timbaler en instrumento político (2016, en proceso de

publicación), documenta cómo el conservadurismo católico catalán canonizó

el símbolo del Timbaler. El carlismo, por ejemplo, utilizó este símbolo.

Este mismo símbolo (que todavía no tenía estatua) también fue puesto al

servicio del catalanismo a finales del XIX, ya que se veía en el Timbaler la

lucha por la tierra catalana. Inicialmente era un catalanismo católico, que con

el tiempo desarrolló su vertiente republicana. Durante la Guerra civil, el

Timbaler fue utilizado por la República como símbolo del ‘No pasarán’ frente

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al bloque golpista. Y ya durante la dictadura franquista, el Timbaler fue

asimilado de nuevo como símbolo españolista. Y después como símbolo

catalanista de nuevo y para algunos como referente independentista. Esto

explicaría a grandes trazos el Timbaler en una larga conversación. Claro,

cualquier oyente podría pensar que es un chaquetero que se orienta según

sopla el viento. En realidad, los símbolos (y las estatuas como expresión

simbólica) son construidos y orientados según la época y los proyectos

políticos en juego. Igual que sucede con la figura del héroe. Es la sociedad (y

los intereses y proyectos en liza) la que construye a sus héroes o, dicho con

más precisión, es la sociedad la que hace las cuentas con las propuestas de

héroes que le hacen desde fuerzas culturales, políticas, religiosas o

económicas.

La estatua del Timbaler, como tantas otras, condensa 200 años de idas y

venidas, de reorientaciones y resignificaciones. Si se mira la actual estatua del

Timbaler, las preguntas de fondo que se pueden plantear son muchas: ¿Cómo

queremos representar el hecho histórico de la guerra contra el francés:

mediante la representación de un grupo de personas que resisten o mediante

un individuo convertido en héroe? ¿Quién es el héroe: el pueblo o el individuo?

¿O es el pueblo que se identifica en un individuo? ¿A que causa vinculamos el

recuerdo de su heroicidad? ¿Su heroicidad y el recuerdo de la misma se basan

en una verdad histórica o en una invención? Dado que Franco inauguró esa

escultura asociada en la época a valores españolistas, ¿qué queremos hacer:

sustituirla o aportar nuevos significados? Por ejemplo, reorientar ese símbolo

de forma que quede asociado a las luchas colectivas que permiten mejorar

nuestro mundo. No ha sido por casualidad que este 2016 el premio de

Timbaler de honor se haya concedido a una fundación por su lucha contra el

Alzheimer (fundación Pasqual. Por un futuro sin alzheimer

https://fpmaragall.org/). Se ha optado por la causa colectiva, por el esfuerzo

colaborativo, en un intento por resignificar el mito.

Como se ve, el mito del Timbaler ha tenido y tendrá una vida azarosa. No así

la estatua del Bruc, que vive tranquilamente. Sin embargo, cosas de la vida, la

estatua del Timbaler inaugurada en los 50 tenía al alcance de su vista otra

estatua, más sencilla, metálica, no sé si más modesta: un toro. El toro de

Osborne.

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El último toro de Osborne en Catalunya fue el del Bruc, y fue abatido tras

singular batalla en 2009. Durante los años anteriores, el toro había sido

pintado de vaca, se le había pintado con la bandera catalana, le habían

cortado las patas, le habían hecho grafitis… Algunos entendían que el toro

representaba el españolismo. Si no fuera porque hay toros que mueren en las

plazas, y porque hay perros que viven muy bien, se habría dicho que el toro

tuvo una vida de perros. Pero cada vez que el toro era atacado, es decir, cada

que se atacaba lo que representaba el toro para sus detractores, otro grupo lo

volvía limpiar y recuperaba su prestancia. Y así durante años. Hasta que el

destrozo fue tan grande que el toro no volvió a levantar cabeza. Y material del

toro acabó en el chatarrero. Tiempo después en Cataluña se prohibieron las

corridas de toros. Y el Tribunal Constitucional acaba de decir que esa

prohibición excede el ámbito competencial de Cataluña. Pero esa es otra

historia.

24/10/2016

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Cuando el problema resulta ser un conflicto

Miguel Muñiz

Las conclusiones que vemos aflorar en nuestros análisis de los reyes mayas, los jefes de los

noruegos de Groenlandia y los jefes de la isla de Pascua es que, a largo plazo, la gente rica no

tiene garantizados sus intereses ni los de sus hijos cuando gobiernan una sociedad que está

desmoronándose, sino que simplemente compran el privilegio de ser los últimos en pasar

hambre o morir.

Jared Diamond, Colapso (2006)

El diccionario define problema con tres significados que excluyen intervención

humana [1]. Los problemas no tienen causantes definidos, provienen de

situaciones dictadas por las circunstancias o la lógica (en el caso de las

matemáticas).

La palabra conflicto [2] tiene cinco definiciones: tres de ellas implican

enfrentamiento y antagonismo, es decir, lucha; las otras dos remiten a

situaciones personales de indecisión o zozobra.

Es importante retener el carácter lógico, natural o neutral del problema, y su

contraposición con el carácter humano del conflicto.

Si problema y conflicto se aplican a situaciones que se dan en una sociedad

con desigualdades, adquieren valor político. Las variables serian: a) un

problema puede convertirse en un conflicto, b) un problema puede poner en

evidencia un conflicto, c) un problema puede ser la formulación que se usa

para enmascarar un conflicto, d) un conflicto puede manifestar la dimensión

social de un problema, y e) el problema y el conflicto son reconocidos y

aceptados como tales.

Ejemplo sencillo de la variable a): en una sociedad equilibrada (barrio con

mayoría de clase acomodada), una avería causada por un fenómeno

meteorológico que afecte a los que allí viven puede convertirse en un conflicto

si los responsables de solucionar el problema se demoran en abordarlo. El

mismo ejemplo se puede aplicar a la variable d) si el caso se da en una

sociedad con desequilibrios (ciudad con barrios marginados).

También es fácil ejemplificar la variable b): la avería de un aparato doméstico

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en una familia puede poner en evidencia un reparto desigual de tareas y

responsabilidades, y derivar en un conflicto en que afloren manifestaciones

patriarcales.

Pero es en la variable c) donde el uso político del problema o conflicto se

manifiesta en toda su crudeza. Veamos las cuestiones sociales y ecológicas (o

ambientales) implícitas.

El caso social más claro es la caracterización del paro laboral como problema.

La repetición continuada de la expresión «el problema del paro» no tiene

nada de inocente. El paro es una de las manifestaciones más evidentes del

conflicto de clases. Una realidad que surge del conflicto de intereses entre

clases dominantes y clases subalternas está muy alejada de las definiciones

gramaticales de problema. Tenemos un uso político del lenguaje muy evidente

que se repite en expresiones como «el problema de los precios», «el

problema de la vivienda», etc. Es evidente que oculta el conflicto. Vayamos

al campo de la ecología.

La degradación del medio ambiente afecta a todos los seres vivos. Es un

proceso complejo y muy relacionado a nivel local y global. Consideremos los

cinco ejes principales: cambio climático, contaminación química y radiactiva

creciente, agotamiento de los recursos minerales, explotación hasta la

extinción de especies vivas (plantas y animales) que son la base de nuestra

subsistencia, y generación incontrolada de residuos.

A poco que se profundice, los cinco ejes tienen una base común: son

manifestaciones de una búsqueda de lucro insaciable, de obtenerbeneficios

privados por encima de cualquier otra consideración; de una economía que

considera la Naturaleza como fuente de recursos explotables o vertedero

donde deshacerse de productos que no generan ganancias. En el marco

financiero neoliberal los recursos naturales sirven sólo para aumentar los

beneficios especulativos de una minoría. El poder de esa minoría se basa en la

complicidad de unos sectores sociales acomodados, más o menos amplios

según cada sociedad concreta; sectores temerosos de que un cambio ponga

en peligro su bienestar.

La definición del cambio climático, la contaminación radioactiva o química, la

escasez de recursos, o la acumulación de residuos como «problemas»

cumple una función política, como en el caso del paro laboral o los precios.

Veamos algunas de sus implicaciones.

Aunque los impactos ambientales, a diferencia de las desigualdades sociales,

afectan a todas las personas, hay que considerar variables temporales y

espaciales. En las primeras, el corto, medio o largo plazo. En las segundas, la

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residencia en un espacio alejado (aún) de focos de degradación ecológica. Es

cierto que, a largo plazo, la degradación ambiental afectará a todos los seres

vivos, pero, a corto y medio plazo (que puede ser de años a décadas) existe

un margen para eludir la degradación si se dispone de suficiente dinero para

pagarlo. Y en la especulación financiera, el dinero es abundante, tan

abundante que el despilfarro irracional de las clases dominantes se ha

convertido, entre las clases acomodadas, en signo de reconocimiento y

admiración social, no de crítica o denuncia.

Definiendo como problema, por ejemplo, el cambio climático o la energía

nuclear se está transmitiendo un doble mensaje. Primero, que no hay

responsables concretos que deban ser objeto de unas políticas y, segundo,

que todas las personas «somos» responsables. Y si todas las personas

somos responsables, todas podemos «hacer algo» ante el problema.

Abordar lo que son conflictos ambientales como si fuesen problemas genera

empleo, elabora discurso políticamente correcto, fomenta actividad social y

política, produce abundantes materiales divulgativos, fomenta la información

y la desinformación, desarrolla investigación y experimentación de

mecanismos de control social, y aplicaciones basadas en esos mecanismos,

etc. Veamos el caso del «hacer algo» y otras implicaciones del «problema».

Es importante hacer algo. Así se sustituye aplicar políticas necesarias,

basadas análisis rigurosos y científicos de la degradación ambiental, por

cualquier actividad que tenga como referencia el «problema». Afrontar un

conflicto como la energía nuclear o el cambio climático apagando la luz unos

momentos, firmando una petición en internet, o luciendo un símbolo; es decir,

mediante acciones puntuales de denuncia que no tienen destinatario

concreto, que puede realizar cualquiera, y que producen una satisfacción

individual sin mayores consecuencias. Hacer algo es lo que se fomenta desde

las clases dominantes.

El concepto de problema va asociado al de solución, otra línea de actuación

muy mimada por los que mandan.

La solución implica pedagogía. Si existe el problema es porque no hay aún

suficiente gente que se haya dado cuenta de que hay que «hacer algo» para

solucionarlo, para que se adopten las alternativas que solucionarían el

problema sin conflictos. Se parte de que hay un problema de comprensión. Si

se continúan realizando actividades ambientalmente destructivas es porque

los que la realizan no están suficientemente informados del problema, las

clases dominantes son, en realidad clases ignorantes, con una adecuada

pedagogía afrontaran el problema sobre todo si se comprueba que hay

soluciones. Todos somos responsables, pero, al parecer, unos son más

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responsables que otros, aunque basta aplicar la tecnología que se deduce de

la pedagogía.

Porque la tecnología es la clave de la pedagogía; proliferan artículos, libros,

documentales, simulaciones y modelos con pronósticos de cambios

tecnológicos a medio plazo en condiciones sociales abstractas. En un artículo

anterior de mientras tanto, Pablo Massachs ha realizado un brillante análisis

que muestra la inconsistencia de esos pronósticos [3], pero su inconsistencia

científica no disminuye su eficacia social. Se destaca, se prima y se jalea

cualquier información que parezca que avanza en la solución del problema sin

intentar valorar sus implicaciones, su peso, alcance o importancia en el marco

global de la degradación [4].

Por eso cualquier actividad que aborde la degradación ambiental como

problema tiene, de entrada, receptividad y buena predisposición por parte de

quienes mandan y de quienes gobiernan en su nombre. Las declaraciones

ambiguas y positivas tienen difusión garantizadas. Si se hace pedagogía para

explicar que el cambio climático tiene solución (sin entrar en detalles), que la

energía nuclear será sustituida de manera natural y progresiva por las

energías renovables, que se camina hacia la reducción de la contaminación,

que se puede generalizar una explotación sostenible de bosques y caladeros,

que hay sistemas para reciclar todos los residuos, etc., si se apela a la

conciencia de todos, a los pequeños gestos que tienen grandes

consecuencias... y a miles de vagas consignas parecidas, todo irá bien. La COP

21 de París como ejemplo insuperable.

Pero si se detallan y cuantifican impactos y se denuncian a los causantes, se

señalan víctimas concretas y responsables de su situación, si se denuncian

intereses con nombres y apellidos, si se fijan plazos, se determinan políticas y

objetivos, si se redactan leyes que vayan a las causas de los conflictos, si se

intenta movilizar a una parte de la sociedad para abordarlos, si se intentan

crear mecanismos informativos y participativos horizontales, tejer alianzas,

prescindir de eufemismos y llamar a las cosas por su nombre..., si se muestra

el verdadero conflicto que se oculta tras los supuestos problemas..., llegamos

a e), el conflicto es asumido como tal por todas las partes, y ya se intuye a lo

que podemos atenernos [5].

Notas

[1] Sería un problema: 1.- Cuestión que se trata de aclarar; proposición o dificultad de

solución dudosa. 2.- conjunto de hechos o circunstancias que dificultan la consecución de un

fin 3.- Mat. Proposición dirigida a obtener un resultado cuando ciertos datos son conocidos.

Diccionario de la lengua española, vigésima edición. 1984.

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[2] Conflicto: Lo más recio de un combate 2. Punto en que aparece incierto el resultado de

una pelea 3. fig. Antagonismo, pugna, oposición 4. fig. Combate y angustia del ánimo 5. fig.

Apuro, situación desgraciada y de difícil salida. Ref. Ídem anterior.

[3] Mientras tanto, nº 149, Pablo Massachs, "No todos los malos son Darth Vader":

http://www.mientrastanto.org/boletin-149/notas/no-todos-los-malos-son-darth-vader

[4] El último informe Schneider, sintetizado por Xavier Bohigas en "Resurgimiento o declive

de la energía nuclear”, boletín nº 150 de mientras tanto

http://www.mientrastanto.org/boletin-150/notas/resurgimiento-o-declive-de-la-energia-nuclear

, explica como China ha puesto en marcha, entre enero de 2015 y junio de 2016, 11 nuevos

reactores nucleares.

Silenciando este dato, en octubre de este año circuló por internet, en clave exultante, la

información de que la Longyangxia Hydro-Solar PV Station, inaugurada en septiembre, era la

mayor central solar del mundo. Los 850 MW de esta central silenciaban los 11.200 MW en

nuevas centrales atómicas.

[5] A diferencia de otros artículos, el uso de conceptos documentados es tan abundante que

no he puesto referencias de cada uno de ellos para no alargar la extensión de las notas. El / la

lector / lectora mínimamente documentado descubrirá sin dificultad “los que le suenan” de

haberlos leído en otros lugares, preferentemente en artículos de mientras tanto.

[Miguel Muñiz es miembro de Tanquem les Nuclears–100%

Renovables, participa en el GRUP PROMOTOR ILP per un 2020 LLIURE

DE NUCLEARS, y mantiene la web www.sirenovablesnuclearno.org]

10/2016

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El ecologismo y sus zonas de confort

Pablo Massachs

¿Contra Franco vivíamos mejor?

Manuel Vázquez Montalbán

El activismo ecologista sigue siendo una actividad a contracorriente. Incluso

desde círculos supuestamente cercanos ideológicamente se encuentran

actitudes displicentes y poco comprensivas que al final redundan en un apoyo

teórico a sus causas (¿quién iba a estar a favor de destruir el medio

ambiente?), pero en poca ayuda práctica. La carrera de fondo por el fin de la

energía nuclear, por ejemplo, hace que los sindicatos se comporten de forma

ciclotímica, apoyando la causa sobre el papel, pero sin hacer ruido, ya que los

puestos de los trabajadores de centrales nucleares están por delante en sus

prioridades.

En este contexto la labor tenaz y desinteresada de muchos ecologistas tiene

un mérito doble. Desde los asesinatos de ecologistas en Brasil o Filipinas [1]

hasta el acoso violento a luchadoras como Paca Blanco [2] en Extremadura,

defender los espacios naturales de los que todos dependemos puede suponer

jugarse el cuello, y es de justicia que los que no disponemos de tanto valor ni

tanto tesón al menos lo valoremos y nos sintamos agradecidos.

En el otro extremo, la lucha ecologista también tiene sus propias zonas de

confort, espacios psicológicos en los que el día a día se puede desarrollar sin

sobresaltos, a pesar de la apariencia de confrontación. ¿No es esto

paradójico?

Según Claude Steiner, uno de los psicólogos más influyentes del análisis

transaccional, vivimos de acuerdo a guiones o patrones de comportamiento

que nos impiden vivir de manera libre y satisfactoria. Estos guiones son tan

paradójicos como los que siguen algunas víctimas con sus acosadores, que

hacen que los roles se perpetúen, con el sufrimiento que esto lleva asociado.

Por tanto, estos comportamientos pueden resultar paradójicos analizados

desde la fría distancia, pero son un patrón de conducta muy habitual en los

seres humanos.

De forma análoga, algunos actores del ecologismo representan guiones que

no sirven para alcanzar los objetivos planteados.

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Predicando para la propia parroquia

En un reciente estudio [3], la economista Shashi van de Graaff analiza el

fracaso de los partidarios de la energía nuclear por llevar a cabo el

renacimiento de esta tecnología. Naturalmente esta estrategia pasaría por

una aceptación pública mayor. En esta línea, la industria y su brazo político

lleva años intentando vender esta la nuclear como barata, fiable e incluso

ecológica. Sin embargo, esto no ha funcionado por diversos motivos, indica

Van de Graaff. Los argumentos de la industria nuclear no hacen sino reflejar la

visión del mundo jerarquizada que tanto les gusta a sus integrantes. Al final,

solo acaban por convencer a los que ya lo estaban, pero no han ampliado su

base de apoyo.

Este estudio invita a la reflexión sobre varios aspectos. En primer lugar, desde

el activismo antinuclear se tiene la sensación de que la industria nuclear y sus

adláteres tienen infinitos medios para hacer propaganda, tienen las puerta de

los que dictan las leyes abiertas de par en par y saben cómo mover los hilos

del poder para conseguir sus objetivos. Como en todo mito, se mezclan

verdades con exageraciones. Pero los fríos datos demuestran que la industria

nuclear también falla en su estrategia de lavado de imagen, a pesar de los

cuantiosos medios e influencias con las que cuenta.

Por otro lado, seguramente los movimientos ecologistas no están exentos del

pecado de dirigirse fundamentalmente a los ya convencidos. Desde luego las

ventajas de esta “zona de confort” son indudables: reconocimiento social,

sensación de estar avanzando en los objetivos, ausencia de críticas, etc.

Ampliar la base social, por tanto, supone entender otras visiones del mundo

que no se comparten, hablar en un lenguaje que conecte con el otro, y así

facilitar el reencuadre. Tarea lenta e incómoda, pero indispensable.

David contra Goliat

En un foro de debate y análisis sobre cambio climático, un joven asalariado

del ecologismo vociferó que era necesario imponer inmediatamente un límite

a las emisiones de gases de efecto invernadero de cada ciudadano, una

especie de cartilla de racionamiento para mitigar el cambio climático. Da igual

que semejante medida resultase impopular, que no se centre en un primer

término en los grandes contaminadores o que sea irrealizable en el corto

plazo: nadie osó replicarle, y la idea incluso pareció levantar los ánimos de un

sector del público. Quien propone (o más bien impone) algo así, sabe que se

trata de un brindis al sol. Seguramente en otras ocasiones se quejará de los

poderes fácticos que impiden llevar a cabo tan brillante idea. Un David con

mala suerte que no consigue derrotar a Goliat.

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Aunque en ocasiones frustrante, semejante actitud quizá también resulte

cómoda para quien la profesa: aporta cierta superioridad moral a cambio de

solo palabras. El ciclo propuesta irrealizable–queja constante puede no acabar

nunca. Y naturalmente tampoco sirve para avanzar. Podríamos decir que el

ecologista debería tener la mente puesta en la utopía, pero los pies pegados a

la realidad.

ONG como multinacionales

La perversa lógica del mercado también ha calado en algunas organizaciones

ecologistas. Éstas en ocasiones parece que tengan como objetivo vender su

producto en el mercado del lavado de conciencias. Para ello se llevan a cabo

campañas de marketing con el famoso de turno o con performances tan

vistosas como inútiles, y se deja claro al público objetivo cuál es la imagen

corporativa. Todos los voluntarios-comerciales lucen la camiseta-uniforme de

la ONG-empresa, y no faltan pegatinas y chapas con el logo empresarial.

Otras en cambio parece que no encuentran contradicción alguna en recibir

fondos de las instituciones cuyas acciones deben auditar y denunciar. Creen

que el aforismo de Upton Sinclair, aquel que reza que “es difícil hacer que una

persona entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda”, no

va con ellos.

Resulta obvio que el objetivo de una ONG ecologista no es captar más socios

ni más fondos, sino proteger el medio ambiente. Está claro también que las

ONG de todo tipo, también las ecologistas, han sufrido la crisis económica con

dureza. Pero las dinámicas señaladas vienen de lejos, y bueno sería

aprovechar esta nefasta experiencia para replantear ciertas estrategias de

propaganda y captación de fondos.

El ecologismo tiene unas cuantas tareas complicadas por delante. Entre ellas

está sacudir conciencias ante la gravedad de los problemas ecológicos.

Arrancar de las zonas de confort a las clases poco concienciadas, no hacer

sentir bien a cambio de una cuota. Pero para que todo esto sea posible, antes

es necesario que el propio ecologismo se tumbe en el diván y averigüe dónde

se ha acomodado, dónde no es eficiente y cómo puede ampliar su base social.

Notas

[1] Durante el año pasado se asesinaron más ecologistas que en cualquier otro año del

presente siglo: 185 personas, según un informe de la ONG Global Witness. Los países que más

han sufrido este tipo de violencia son Brasil y Filipinas. El informe se puede descargar en

http://ep00.epimg.net/descargables/2016/06/20/8b5a1f34e859db962be9f3cab9f454b1.pdf?rel

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=mas

[2] Paca Blanco, coordinadora de Ecologistas en Acción en Campo Arañuelo denunció la

ilegalidad de un macrocomplejo turístico en una pequeña localidad de Cáceres por

encontrarse en una zona protegida ambientalmente. A partir de entonces sufrió acoso y

agresiones durante años. Ante al fallo de la justicia que le daba la razón decidió abandonar el

pueblo.

[3] Van de Graaff, Shashi, “Understanding the nuclear controversy: An application of cultural

theory”, Energy Policy, julio de 2016.

28/10/2016

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La desobediencia y Catalunya

Pere Ortega

Un fantasma recorre Catalunya, el de la desobediencia. Este término es

abrazado de manera singular por buena parte de los seguidores de la

independencia ante la negativa del Gobierno central a admitir un referéndum

que permita a la ciudadanía catalana a pronunciarse sobre la

autodeterminación (que este autor apoya).

Pero dicho esto, hay que añadir que el término desobediencia es utilizado de

manera un tanto frívola por algunos de sus defensores, porque una vez

formulado y defendido como un derecho democrático, no se está dispuesto a

asumir sus consecuencias. Es decir, ser encausado por desacatar la ley.

En las democracias avanzadas, la objeción de conciencia está reconocida

como un derecho de la ciudadanía, y en ese sentido, la desobediencia con el

ordenamiento jurídico que imponga medidas consideradas injustas. Así lo han

argumentado sólidamente desde la filosofía política John Rawls, Norberto

Bobbio y Jürgen Habermas. Pero éstos advierten de manera inequívoca que la

desobediencia debe ir acompañada de la asunción de responsabilidades, que

es tanto como aceptar las consecuencias del acto, ser inhabilitado, sufrir

sanciones administrativas e inclusive ser encarcelado.

Es bueno recordar que en el Estado español los objetores e insumisos al

servicio militar obligatorio desobedecieron la ley de formas diversas, unos no

presentándose en los cuarteles, otros negándose a vestir ropa militar y ser

adiestrados en el uso de armas para hacer la guerra, y algunos, incluso,

desertando dentro de los cuarteles. Y muchos de ellos fueron condenados y

encarcelados, y algunos fueron inhabilitados para ejercer como funcionarios

públicos. Un movimiento de objeción al servicio militar que tomó tales

proporciones como para obligar a cambiar la ley, primero reconociendo la

objeción de conciencia al servicio militar y después aboliendo el servicio

militar obligatorio.

En ese sentido, la desobediencia es una herramienta política de enorme

fuerza: si es ejercida de manera mayoritaria por la población, ningún Estado

puede hacer frente a un movimiento de esa envergadura. Ese fue el

argumento principal del pensamiento de Gandhi para liberar la India de la

dominación del imperio británico, la fuerza de la noviolencia y sus

herramientas, la desobediencia y la no cooperación. La misma desobediencia

que animó al movimiento por los derechos civiles de los negros, a Rosa Parks

y Luther King en Estados Unidos, las sufragistas y tantas otras gentes

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anónimas que a lo largo de la historia la practicaron.

Pero la desobediencia para cargarse de razón y consistencia moral tiene unas

reglas que provienen de Thoreau y Gandhi, sostenidas en el pensamiento

político por Rawls. Quién lo define como un acto público, nunca puede ser

clandestino ni esconderse ante la ley; no violento, pues si se emplea la

violencia perderá fuerza moral ante la sociedad y el estado; consciente, pues

debe ejercerse en conciencia y con plenas facultades; político, porque se

ejerce para cambiar un programa de gobierno; contrario a la ley, porque

pretende cambiar la ley que se cree injusta; que asuma las consecuencias

legales que se deriven, pues aunque se rechaza la ley se está dispuesto a

asumirla. Esto último es puesto en primer plano por Gandhi, Luther King y sus

seguidores, pues las sanciones que son impuestas por desobediencia, si están

cargadas de razón, se volverán contra el ordenamiento jurídico del estado que

las promulga y servirán de ejemplo moral para toda la población. Eso fue lo

que llevó a la cárcel en muchas ocasiones a Gandhi, King y a tantos otros

como nuestros objetores al servicio militar.

Entonces, debería estar claro que el funcionario público, que debe el cargo

que ocupa al ordenamiento jurídico que le permite ejercerlo, en caso de

objetar y desobedecer la ley debe dimitir y abandonar su cargo y si no lo

hace, aceptar las sanciones que se deriven. Lo mismo, y con mayor enjundia

deben admitirlo los políticos con responsabilidad de gobierno. Pues éstos

deben su cargo precisamente a la ley que les permite ejercer esa función.

Pero sobre todo, porque están en el poder ejecutivo y promulgan leyes, y no

pueden aceptar unas y rechazar otras. Bueno, sí que pueden desobedecer,

pero deberían dimitir de su cargo.

Volviendo a Cataluña, es paradójico que algunos de los políticos que han

ejercido o ejercen funciones ejecutivas o legislativas que están siendo

encausados por desobediencia apelen a la democracia para defender sus

actos, pero en cambio nieguen haber desobedecido la ley. Es evidente que

temen ser sancionados o inhabilitados y esconden sus acciones políticas bajo

la excusa de que obedecen el mandato popular que los ha elevado al cargo.

Es decir, llevan a cabo propuestas que se oponen a la Constitución española,

la misma Constitución que les permite ocupar ese cargo, pero no están

dispuestos a asumir las consecuencias de su acto.

Desde luego que la distancia moral de Luther King, Gandhi y nuestros

objetores de conciencia al servicio militar está muy lejos de la de estos

gobernantes catalanes, pues aquellos no dudaron de que, ante la injusticia

que denunciaban, ilegalmente, el lugar donde debían estar era la cárcel.

Mientras que estos políticos recurren a artilugios verbales sobre la democracia

para amagar el desacato a la ley, pues temen ser inhabilitados. (Aunque en su

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descargo, todo hay que decirlo, existe una judicialización de la política por

parte del Partido Popular que empuja a la fiscalía del Estado a investigar

posibles desobediencias del Gobierno y el Parlamento catalán. Un Gobierno

del PP que se niega a negociar cualquier tipo de salida al conflicto que se vive

en Cataluña.)

Para acabar y volviendo al terreno de la teoría de la desobediencia: En un

estado democrático, aunque existan limitaciones en cuanto a derechos, la

desobediencia no se puede dirigir contra todo el ordenamiento jurídico, lo cual

sólo tiene justificación en un estado autocrático y dictatorial, que no es el caso

del Estado español. Sólo se puede dirigir contra aquella ley que se considera

injusta porque vulnera un derecho. Esa es la enorme dificultad de los

partidarios de la desobediencia en Cataluña.

(Esta nota está escrita desde mis lecturas sobre el pensamiento político de

Gandhi y la no violencia, y no tanto desde un plano jurídico, del que me

confieso ignorante.)

23/10/2016

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Entre todos las matamos

José Ángel Lozoya Gómez

A veces sospecho que me estoy quedando sin argumentos. Que estoy dejando de creer en las

promesas y hasta en las palabras. Que la posibilidad de que dejen de matar a mujeres

hombres que un día dijeron amarlas es una quimera.

No soy de natural conformista y nunca he sido de esos fatalistas que aseguran

que no hay nada nuevo bajo el sol, que siempre ha habido ricos y pobres y

que siempre los habrá, del mismo modo que guerras o racismo. No hace

tantos años llegué incluso a creer que al menos en nuestro país la igualdad

entre los sexos se atisbaba en el horizonte y que el machismo se encontraba

en franca retirada.

La igualdad era el discurso social hegemónico, las leyes que la promovían se

aprobaban por unanimidad, las mujeres destacaban en lo académico y se

incorporaban al mercado de trabajo garantizando sus ansias de autonomía.

Los hombres aceptaban estos cambios con naturalidad y era más fácil

observar sus resistencias en su falta de iniciativa, en el modo en que las

dejaban hacer en público o en cómo se escaqueaban en lo doméstico, que en

su defensa de los discursos conservadores.

Tal era el optimismo que interpretábamos el incremento de las denuncias por

violencia de género como el resultado del aumento de la sensibilidad ante un

fenómeno en retroceso que llevaba a las víctimas a denunciarlo en cuanto

mostraba sus primeros síntomas. Cada año crecían los recursos para proteger

a las víctimas, se empezó a formar a quienes las acompañaban en el proceso

(policías, jueces) e incluso a intervenir psicopedagógicamente con algunos

victimarios. Al rechazo social a los ejecutores de maltrato se unía una

protección efectiva de las víctimas que buscaba ayudarlas a cortar con los

lazos de dependencia económica y emocional que las hacían volver con los

agresores, y la presencia creciente de hombres en las manifestaciones

cuestionaba el silencio cómplice en el que se apoyaban los agresores para

justificar culturalmente su comportamiento con las mujeres. Las críticas

contra la Ley de violencia de género hablaban de sus insuficiencias, de que al

limitar su aplicación a la violencia en las parejas heterosexuales parecía

cuestionar el carácter de género del resto de las violencias machistas contra

las mujeres (el acoso sexual, la violación, el asesinato...), de no hablar de las

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violencias que sufren los colectivos LGTB.

Hablo de una época en la que predominó la idea de que bastaba con que la

acción política denunciara los privilegios masculinos, al tiempo que

empoderaba a las mujeres, para que la sonoridad entre estas y el aislamiento

de los hombres más refractarios nos fuera llevando a un contrato social más

igualitario. Una época en que la unanimidad lograda en torno a la Ley contra

la violencia de género creó la sensación de que la lucha por la igualdad y

contra las violencias machista había dejado de tener color político y nos hizo

confundir la crisis de legitimidad del machismo con el principio del fin de su

derrota, subestimando su capacidad de adaptación.

Hubo voces, apenas escuchadas, que sin cuestionar que lo prioritario era

acabar con las desigualdades que sufren las mujeres, alertaban de lo injusto y

peligroso que era olvidar a los hombres, de lo importante que era apoyarlos

en el cambio que se les exigía para transformar su desconfianza en conciencia

de los beneficios universales de la igualdad. Se ignoró el temor, no siempre

consciente, de muchos hombres que creen que lo que busca el feminismo es

invertir las relaciones de poder entre los sexos, y fue un error creer que se

puede posponer indefinidamente el abordaje de la violencia de género que

sufren los niños en su proceso de socialización para que sean homófobos,

repriman sus emociones, se expongan a riesgos innecesarios, usen la

violencia en la resolución de los conflictos… No se vio que al incorporar los

problemas de los hombres a las políticas de igualdad no se pretende igualar

sus problemas a los de las mujeres, ni supone un reparto de los recursos, sino

que busca que vean que se cuenta con ellos en el diseño del futuro en

igualdad que propone el feminismo. Que lo que se precisa es combatir las

resistencias de los hombres, animándoles a que abandonen sus privilegios, a

que dejen de soportar el precio que pagan por los mismos y a que vean la

necesidad de deconstruir las masculinidades.

Después, la crisis acabó con muchos espejismos; primero fue la supresión del

Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha y la del Ministerio de Igualdad, a

las que siguieron los recortes del Gobierno del PP que dieron paso a un

discurso neo- y postmachista que, haciendo bandera de la igualdad efectiva

frente a las medidas de discriminación positiva, logró ponernos a la defensiva.

Faltan recursos para apoyar a unas víctimas sobre las que se ha extendido la

sospecha de las denuncias falsas, pese a que la mitad de las que resultan

asesinadas lo son pese a haber denunciado su situación, sin que nadie, ni

jueces ni delegaciones de gobierno, asuman ninguna responsabilidad por

dejarlas desprotegidas. Se trata de un retroceso de consecuencias

incalculables.

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Hartas ya de estar hartas, las feministas convocaron el 7N de 2015 a cientos

de miles de personas que recorrieron las calles de Madrid para exigir una

lucha sin cuartel contra las violencias machistas. El 21 de octubre de 2006

celebramos en Sevilla la primera manifestación de hombres contra la violencia

machista para acabar con el silencio cómplice de la mayoría, y en el tiempo

transcurrido se ha avanzado mucho en este terreno, pero el número de las

asesinadas no desciende y la experiencia de los países más igualitarios nos

demuestra que no va a descender si no logramos una implicación más activa

y consciente de los hombres.

Por eso, el próximo 21 de octubre, diez años después de aquella primera

manifestación, hemos vuelto a convocar en Sevilla a hombres de todo el

Estado para demostrar que, a pesar de todo, somos muchos los que vemos

que el machismo es violencia. Aspiramos a ser muchos, pero nuestro éxito

será lograr que quienes no acudan se sientan con la necesidad de justificar su

ausencia.

Sevilla, septiembre de 2016

[José Ángel Lozoya Gómez es miembro del Foro y de la Red de

Hombres por la Igualdad. Información adicional sobre las

movilizaciones de hombres contra las violencias machistas

en: https://hombrescontralasviolenciasmachistas.com]

12/10/2016

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El gran titiritero

Pre-necrológica de Felipe González

Juan-Ramón Capella

Cuando FG muera se le rendirán honores y se le elogiará como si hubiera sido

un gran hombre, un clarividente hombre de estado (lo que debería hacer

sospechoso al Estado). Ascenderá a los espacios siderales impulsado por los

vientos de los estómagos agradecidos. Por eso, lamentablemente, es

permisible hablar de él ahora, en cambio, con una nota pre-necrológica.

Este antifranquista peculiar acudió al congreso de Suresnes del Psoe, en 1974,

provisto, al igual que Alfonso Guerra, de pasaporte entregado para la ocasión

por oficiales del estado mayor del ejército; los militares propiciaban —al igual

que toda la socialdemocracia europea, Miterrand, Brandt, Palme, Craxi, y el

gobierno americano— la resurrección de un partido (hasta entonces

hibernado) capaz de frenar al PCE en el futuro sin Franco; González parecía

más dúctil que Rodolfo Llopis.

González, a su debido tiempo, premiaría con el generalato a uno de aquellos

oficiales. Tan pronto como murió Franco Felipe González se puso a disposición

de Arias Navarro. Con eso consiguió que la policía no molestara a la Ugt y al

Psoe, y sí al PCE y a CC.OO., en los meses que siguieron a la muerte de

Franco, aquel militar felón.

González hizo el gran paripé del "abandono del marxismo" por parte del Psoe.

Pero el Psoe nunca había sido marxista. Pueden ser marxistas las personas, no

los partidos, salvo que el "marxismo" se transmutara en un credo, lo que

evidentemente no es ni puede ser. "Abandonar el marxismo", en realidad,

significaba proclamar a los cuatro vientos ser gente de orden. Por lo demás,

es dudoso que Felipe González haya leído entero un solo texto de Marx, y en

general más libros que los imprescindibles para licenciarse en derecho.

Felipe González estuvo al corriente de la preparación del "golpe blando"

contra Adolfo Suárez que debía llevar a Armada a la jefatura de un gobierno

de "unión nacional" y a España a la Otan, cosas que tenían de antemano su

aceptación. Y al día siguiente del golpe del 23F, como es natural, se opuso

terminantemente a la pretensión de Adolfo Suárez de permanecer unas

semanas más al frente del gobierno para investigar a fondo lo ocurrido. Eso no

podía ser, y, naturalmente, aún seguimos con la farsa de la verdad oficial

sobre el 23F...

En la cuestión del ingreso de España en la Otan, exigida por el gobierno

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Reagan, González engañó reiteradamente a la gente. Primero con el slogan

electoral "Otan de entrada no", que como en seguida se vió servía tanto para

un roto como para un descosido. Después convocó un referéndum sobre el

asunto, presionando a intelectuales (sedientos de sinecuras) y coaccionando a

altos funcionarios de la administración para que hicieran propaganda pro-Otan

(negarse a hacerla le costó el cargo, por ejemplo, al director del Museo del

Prado).

Como González temió perder el referéndum, dado el rechazo que la Otan

encontraba entre los españoles, el día anterior a la votación amenazó a los

ciudadanos con el farol de abandonar la presidencia del gobierno si no ganaba

el "sí a la Otan", comprometiéndose por otra parte a que España no

pertenecería a "la estructura militar de la Otan" (¿tiene alguna otra, además

de su burocracia?), promesa que, por supuesto, incumpliría acto seguido. El

farol, entre un pueblo deseducado de la política durante 40 años, surtió

efecto, y la aceptación de la Otan superó finalmente al rechazo en la votación.

Con el ingreso de España en la Otan F. González fue mucho más allá que

Franco, con sus acuerdos con los Estados Unidos, y que Carrero Blanco, que

se opuso a ingresar en la Organización (lo que probablemente le costó volar

por los aires): González rompió con una política exterior de neutralidad de

más de un siglo. Aznar le seguiría en eso entusiásticamente.

González hizo aprobar una legislación inicua contra los objetores de

conciencia al servicio militar obligatorio, los cuales respondieron con un

movimiento impresionante de insumisión que hizo aquella ley

generalizadamente inaplicable aunque muchos de los objetores fueron a dar

con sus huesos en la cárcel. Su desprecio por los jóvenes se manifestaría

también al arrodillarse ante los USA y sus aliados y enviar tres buques de

guerra a la primera Guerra del Golfo, de 1991, con cuatro centenares de

soldados, cien de los cuales eran reclutas forzosos. Nada se nos había perdido

allí.

González negó terminantemente lo evidente: haber recibido dinero alemán (y

en negro) para su partido: "Ni Flick ni Flock", dijo con gracia sevillana que ha

quedado para la historia de la choricería en España (Flick era quien traía los

maletines con la pasta).

Durante su mandato como presidente del gobierno González —y es cosa que

pocos han destacado— negoció pésimamente el ingreso de España en la

Unión Europea, con concesiones en todo sin advertir que los países europeos

estaban muy interesados en el ingreso español: tanto o más que él mismo. De

esa negociación salieron perdedores la agricultura y sobre todo la ganadería

españolas: hubo que sacrificar a decenas de miles de vacas y ovejas; hubo

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que desmantelar las acerías —alguna, como la de Sagunto, renovada con las

últimas tecnologías recientemente— y otras industrias, afectando sobre todo a

la construcción naval y a la minería: cedió en toda la negociación que

favorecía a Holanda, Bélgica Francia y Alemania. Nunca supo plantarse

(tampoco ante Reagan) porque ante los poderosos González es decididamente

un flan, o, quizá mejor, un tocinillo de cielo sin cielo.

Con su gobierno se generalizó la corrupción en su partido y en los cargos

institucionales. Fueron procesados y condenados la directora del Boletín

Oficial del Estado, el director general de la Guardia Civil, el gobernador del

Banco de España, altos cargos nombrados por González; algunos ministros

dimitieron para no ser procesados; el PSC sufrió un proceso también por

corrupción. Los casos Kio, Wardbase o Rumasa, fueron casos, digamos,

"privados", pero propios de la época. No así los casos Filesa, Malesa y

Time-Export, para la financiación ilegal del Psoe; o el caso Osakidetza, en

oposiciones en el País Vasco para beneficiar a militantes del Psoe y la UGT; o

los cohechos en el Ave y en Seat.

Peor, incluso cruel, fue la Operación Mengele, de secuestro y experimentación

con tres mendigos —murió uno— por parte del Cesid, para probar un sedante

en el proyectado secuestro de un dirigente etarra. Luego el caso Cesid, de

escuchas ilegales a Herri Batasuna; el caso Juan Guerra, hermano del

vicepresidente del gobierno, por cohecho, fraude etc.; caso Petromocho, de

supuesta construcción de una refinería en Gijón, que recibiría 1.000 millones

de pesetas del Estado, y que provocó la dimision del presidente socialista de

Asturias; caso Palomino, el cuñado de González, que vende por cientos de

millones su empresa en quiebra técnica... (hay información sobre estos casos

en internet).

Caso Lasa y Zabala, etarras asesinados bajo tortura y enterrados en cal viva y

en secreto en Alicante, el caso más repugnante de la guerra sucia contra ETA,

asesinato y guerra sucia en los que participó Galindo, un coronel de la guardia

civil ascendido a general por F. González; además Galindo, al cobrar por

comando desarticulado, se dedicaba a dejar en libertad pero vigilados a

algunos etarras para volver a atraparlos y beneficiarse de nuevas operaciones

remuneradas. O el caso Segundo Marey, persona confundida con otra y

secuestrada, caso que acabó llevando a la cárcel al ministro del interior de

González y a su viceministro, Barrionuevo y Vera, e implicó al gobernador y al

secretario del Psoe en Vizcaya. También fueron condenados entre otros el

director general de la policía Rodríguez Colorado y el secretario de Estado de

seguridad Julián Sancristóbal por malveresación de caudales públicos.

González fue denunciado por Julio Anguita como el "señor X", el dirigente del

entramado GAL. Fue la guerra sucia contra Eta impulsada por Felipe González.

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Felipe González defendió la existencia de desagües del estado diciendo que

alguien tiene que ocuparse de las alcantarillas. Pero ¿un gobierno democrático

puede generar mierda que haya que enviar a unas alcantarillas? ¿Quién

autoriza a las instituciones a saltarse la ley? —que en definitiva es lo

defendido por González.

Felipe González inauguró el neoliberalismo del Psoe: las políticas económicas

que han alejado a ese partido de las posiciones socialistas, que han llevado a

puestos dirigentes a cuadros, llamados "barones" (lo que es todo un indicio de

la organización real del Psoe como monarquía artúrica) que abominan de

cualquier política económica que no sea la neoliberal, a las órdenes del gran

capital.

Con FG se enriquecían los suyos o se colocaban muy bien: Boyer, Narcís Serra,

Solchaga, Solana, Peces Barba...

El espacio disponible no permite pormenorizar. Baste decir que Felipe

González, dirigente autodenominado socialista, tiene ahora unos ingresos

anuales de unos 600.000 euros, según el periodista Javier Chicote. Es el

propietario de la empresa Emprendedores (¡sic!). Desde diciembre de 2010 es

consejero de Gas Natural (empresa que empezó a privatizar él mismo, como

tantos otros bienes del Estado). González posee propiedades, que se sepa, en

zonas residenciales de Madrid, en Extremadura, en Tánger, en México, junto

con una red de amistades (relaciones) con millonarios, que incluyen al

venezolano G. Cisneros, al mexicano Carlos Slim, a Carlos Andrés Pérez y un

amplio etcétera. Una fortuna, en suma, pendiente de analizar, pues no parece

que el sueldo de presidente del gobierno diera para tanto.

Así es el tipo que sigue manejando en la sombra a sus títeres en la dirección

del Psoe, siendo él mismo títere del gran capital internacional y nacional.

Recientemente no ha vacilado en dividir a su partido y dejarlo destrozado para

defender los intereses de sus mandantes del Ibex 35, que por mucha

democracia que haya están decididos a impedir que llegue a gobernar en

España una izquierda de verdad.

Esto último es, en el fondo, más que la choricería, la cuestión a meditar.

17/10/2016

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Ensayo

Antonio Madrid

Politizar el dolor (I)

La expresión ‘politizar el dolor’ se ha extendido por los diarios españoles

durante las últimas semanas. La repetición que Pablo Iglesias hace de esta

expresión ha ayudado a ello. La expresión ‘politizar el dolor’ es impactante, no

tanto por lo de ‘politizar’ como por la referencia al dolor. Cuando tratamos con

el dolor… la cosa se pone seria, o eso parece. En realidad, la seriedad

depende de a quién corresponda el dolor… porque el dolor no es anónimo,

aunque muchas veces se le quiera borrar el rostro, la piel… la memoria.

Al sufrimiento (entendido aquí como ‘experiencia del dolor’) se le hace

presente y se le oculta según conviene. El sufrimiento, en cuanto tal, no

cuenta políticamente. Lo que cuenta (si es que cuentan) son las personas. Y

unas personas cuentan más que otras. Por tanto, ‘politizar el dolor’ en serio,

no como una simple frase llamativa pero vacía de contenido, puede querer

decir: politizar las raíces de la vida en común y las estructuras en las que

vivimos.

Propongo en este primer texto algunos ejes que pueden ayudar a darle

contenido a la ‘politización del dolor’. Los ejes que señalo intentan mostrar ‘lo

que colectiva-estructuralmente se hace con el sufrimiento humano’. Otra

precisión: aquí se habla de sufrimiento humano, pero lo que se dice se podría

aplicar, al menos en parte, al sufrimiento impuesto a otros animales o,

incluso, al medio natural.

1. Las causas importan

Politizar el dolor exige preguntarse por las causas del sufrimiento. Creo que

una de las debilidades de la percepción política contemporánea es la

renuncia, y en ocasiones también la dificultad, a identificar y afrontar las

causas de los problemas. Pudiera ser que esta debilidad sea inducida y

consentida. Me explico. Si se identifica la causa de un padecimiento colectivo,

hay que decidir qué se hace ante esa causa. Sin embargo, si no se identifica la

causa o si esta queda disimulada, entonces se puede pasar de puntillas sobre

lo que hacemos con el sufrimiento de las personas.

Politizar el dolor supone, desde mi punto de vista, repensar algunos conceptos

y usos coloquiales que dificultan identificar las causas del sufrimiento

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impuesto a las personas. Una de las expresiones contemporáneas que

ejemplifica el ocultamiento complaciente de las causas es ‘vulnerabilidad’.

Expresiones como ‘situaciones de vulnerabilidad’, ‘persona vulnerable’… han

triunfado durante los últimos veinte años. ¿Cuál es el problema que esconden

estas expresiones? En principio, todos los seres humanos son seres sufrientes.

Todos pueden ser dañados. Todos son vulnerables. Pero decir esto es decir

poco desde una perspectiva política. Lo relevante es preguntarse: ¿Cuáles son

las fuentes del padecimiento impuesto a las personas? ¿Cómo de igual o de

diferente quedan expuestas las personas? ¿Qué mecanismos podemos utilizar

para protegernos frente a las fuentes de padecimiento que podemos sufrir o

sufrimos?

La cuestión política es ver cómo quedan expuestas las personas a los

sufrimientos que se originan en las estructuras políticas, económicas,

jurídicas, culturales… Por ejemplo, que unas personas tengan una expectativa

de vida mucho más elevada que otras personas (en 2014, España: 83 años;

Mozambique: 55 años) no se explica por su vulnerabilidad humana sino por su

desigual exposición ante fuentes de padecimiento. Por su desigual exposición,

y, entiéndase, por el desigual acceso a los sistemas de protección frente a las

fuentes de padecimiento: violencias, enfermedades, explotaciones,

hambrunas… Desde esta perspectiva, politizar el sufrimiento quiere decir

analizar y transformar aquellas estructuras que causan sufrimiento a las

personas, y que generalmente lo hacen de forma desigual. Y politizar el dolor

también conduce, y esto no es fácil, a identificar qué grupos sociales se ven

privilegiados ante la desigual distribución del sufrimiento.

Lo relevante, en términos políticos, es que hay personas que son vulneradas y

por eso ven incrementada su vulnerabilidad. En muchas ocasiones primero se

produce la vulneración y, como consecuencia, el incremento de la

vulnerabilidad. Esta idea ha quedado recogida, por ejemplo, en el Informe

anual 2015 del SJM (servicio jesuita a migrantes) al titular el informe:

“Vulnerables vulnerabilizados” y usar títulos como “Personas vulnerabilizadas

y derechos vulnerados” (http://www.sjme.org/). ¿Quién usa las palabras

‘vulnerable’ o ‘vulnerabilidad’: quién ha sido dañado, violado, agredido,

vulnerado… o quien habla desde una posición de seguridad sobre las

condiciones de vida de los dañados?

2. La dimensión colectiva y estructural del sufrimiento

La forma de hacer neoliberal ha extendido la idea de que el sufrimiento es

individual y de que las causas del mismo también son individuales. La idea

contenida en las expresiones-pensamientos: ‘Que cada palo aguante su vela’

o ‘Cada uno es dueño de su destino’ actúan como un modelo de comprensión

y explicación de la vida en común. Esta individualización del dolor hace que la

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respuesta política ante el interrogante que es el sufrimiento tienda a señalar

la responsabilidad individual, mientras que se oculta, o se dificulta pensar, las

causas colectivas y estructurales del padecimiento impuesto.

El modelo neoliberal enfatiza que cada persona o grupo familiar es

responsable de lo que le sucede. Según esta visión, la inmensa mayoría de las

personas son jugadores en un terreno de juego igual para todos. El resultado

final depende de los intereses y esfuerzos de cada uno. En este modelo, la

dimensión colectiva y estructural de las condiciones de vida tiene poca

relevancia.

Politizar el dolor hoy supone repensar esta individualización e identificar la

dimensión colectiva y estructural de las condiciones de vida. Pongo un

ejemplo de la relevancia de esta cuestión. Hace uno días trabajábamos en

clase la relación entre el derecho y los intereses colectivos. Se trata de un

grupo de primero que reúne a estudiantes de los dobles grados de Derecho y

Dirección y administración de empresas, y Derecho y Ciencia política. Al

plantear la noción de interés, los estudiantes ponían ejemplos de intereses

individuales y de cómo el Derecho aborda estos intereses individuales. Sin

embargo, les era difícil identificar intereses colectivos y verse ellos en esos

intereses colectivos. Tras hablar de esta dificultad, vimos que el principio de

individualidad está muy exacerbado, mientras que la percepción de la

dimensión colectiva de la existencia y de los conflictos de intereses ha pasado

a un segundo lugar.

Ignorar la dimensión colectiva y estructural de las condiciones de vida

contribuye a mantener una visión política de la vida en común en la cual las

personas compiten entre sí para escapar de las fuentes potenciales y reales

del sufrimiento. Sin duda que, por desgracia, en ocasiones se produce y

producirá esta situación de competición, pero también existen ejemplos

presentes e históricos en los que las personas se han unido y se unen para

protegerse mutuamente frente a las fuentes de sufrimiento. Politizar el dolor,

desde la perspectiva que señalo, animaría a analizar estas experiencias y

defender modelos en los que las personas colaboren para conseguir

estructuras que reduzcan su exposición a las fuentes de padecimiento.

Aportaciones como la de Wilkinson y Pickett [Desigualdad: un análisis de la

(in)felicidad colectiva, Turner, 2009] apuntan hacia esta necesidad de

repensar la dimensión colectiva de la vida en común y de los sufrimientos que

son impuestos sobre las personas.

3. La distribución del sufrimiento

El sufrimiento se distribuye. Y esta distribución colectiva no es una cosa de los

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dioses o del azar. La responsabilidad por la distribución del sufrimiento es

humana y es una responsabilidad política.

Los sistemas económicos, jurídicos, políticos, culturales… pueden ser

analizados como sistemas de distribución del sufrimiento. Realizan múltiples

operaciones antes de conseguir este efecto. Señalo dos de las operaciones

más relevantes. Por un lado asumen un punto de partida en cuanto al

sufrimiento de las personas. Por ejemplo: el derecho español no permite que

un ciudadano español sea recluido en un centro de internamiento para

extranjeros. Sin embargo, los centros de internamiento de extranjeros están

repletos de personas (extranjeras) que se hallan en situación irregular en

España. Es el sistema legal el que establece que una persona pueda acabar o

no en un centro de internamiento para extranjeros. Otro ejemplo: el sistema

sanitario y legal determina cuáles son las enfermedades laborales y qué hay

que hacer con las personas que enferman a causa del trabajo que han

desarrollado. Es decir, el sistema legal actúa como un instrumento de

reconocimiento o de no reconocimiento (a la vez que de clasificación) del

sufrimiento de las personas.

Los mecanismos de distribución de sufrimiento suelen incorporar elementos

ideológicos que justifican la desigual distribución del sufrimiento y/o la

desigual protección frente a las fuentes de padecimiento. Estos elementos

ideológicos forman parte de los discursos xenófobos, machistas, homófobos…

También los encontramos en los discursos que alimentan el odio, la

eliminación o la tortura del otro. También forman parte de los discursos y

modelos económicos que establecen mecanismos de distribución de la

riqueza, o de responsabilización frente a crisis económicas.

Politizar el dolor ha de permitir explicar por qué hay vidas más protegidas que

otras, por qué hay vidas más expuestas, más susceptibles de padecer y verse

menos protegidas que otras. Los motivos genéticos y las elecciones

personales tienen su peso, pero esos dos factores, por sí solos, no explican la

distinta suerte colectiva. Por ejemplo, en la ciudad de Barcelona, la esperanza

de vida varía significativamente según el barrio donde se reside. La agencia

de salud pública de Barcelona elaboró un informe en 2014 sobre los distintos

barrios de la ciudad. Este informe evidenció las desigualdades entre barrios.

Algunos de los indicadores que se utilizaron para realizar este informe fueron:

la esperanza de vida al nacer, los motivos de mortalidad, tasa de tuberculosis,

nacimientos con bajo peso, renta familiar disponible, estudios, tasa de

desempleo… (disponible en http://www.aspb.cat/infobarris/)

El próximo mes se tratarán estos puntos: 4. La representación del sufrimiento;

5. ¿Qué voces para la politización del dolor?; 6. Justicia, verdad y sufrimiento.

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23/10/2016

Loreto Busquets

Historia y mito en «César o nada» de Vázquez Montalbán

Mientras la ciudad democrática siga siendo una

necesidad, que no una utopía, la literatura podrá contribuir a construirla.

Manuel Vázquez Montalbán

1. En 1921 Blasco Ibáñez, en un discurso pronunciado en Valencia, anunciaba

la intención de escribir una novela sobre la familia Borja en estos términos:

Y en lo que se refiere a Valencia, nosotros hemos producido en otros siglos —y

de esto yo voy a escribir, valiéndome del medio de la novela, que es el mayor

medio de difusión—, nosotros hemos producido grandes hombres.

Nosotros, Valencia y la Corona de Aragón, hemos producido grandísimas

personalidades eminentes que, por el mero hecho de haber sido españolas,

son calumniadas por la Historia.

A ese vulgo, vulgo universal, que tiene ilustración primaria, que acepta una

serie de mentiras que han tomado carácter tradicional, se le habla de los

Borgia y todos se estremecen y ven venenos y puñales y tienen una

ilustración de ópera; y ven a Lucrecia Borgia asesinando gente, y ven al papa

Borgia que se entretiene en envenenar a alguien, como el mayor de los

monstruos.

Y, sin embargo, señores, [...] Alejandro Borgia, el papa Alejandro VI, es la

figura más eminente para mí que tiene el Renacimiento de aquella época. Y lo

mismo el papa Pedro de Luna que Calixto III, todas las grandes figuras que

produjo Valencia y la Corona de Aragón, tuvieron una influencia universal.

Como os dije, somos calumniados. Y España, en todos los países, por lo mismo

que fue grande en otros tiempos, tiene grandísimos enemigos. Y lo

comprendo: España, durante siglo y medio, dirigió la tierra [1].

La novela vio efectivamente la luz cinco años más tarde con el título A los pies

de Venus (Los Borgia). Desbrozando la “verdadera” historia de los elementos

legendarios que la han falseado y envilecido, reivindicaba la dignidad e

importancia histórica de la familia valenciana apoyándose en “documentos”

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que atestiguan la verdad de los hechos y muestran hasta qué punto éstos han

sido deliberadamente tergiversados por calumnias y maldicencias puestas en

circulación por los innumerables enemigos de los Borja y sus fieles cronistas, y

en España por Pedro Mártir de Anguera, reconocido manipulador de la

Historia, cuyas versiones fueron acríticamente asumidas por los historiadores

posteriores, contribuyendo a legitimar la “leyenda negra” [2].

Blasco no procede a la ficcionalización de la trayectoria histórica de los Borja,

que describe con profusión de noticias y detalles. La ficción, que corre

paralela al relato histórico sin rozarlo siquiera, se reduce a las vicisitudes de

Claudio Borja, descendiente de la ilustre familia, interesado en conocer su

propia historia. Es este personaje quien va adquiriendo datos “certeros” a

través de la lectura de libros y documentos y sobre todo de su amigo el

canónigo Figueras, archivista e historiador en busca de elementos que

permitan eliminar “la cáscara histórica moderna” que sepulta los verdaderos

hechos [3]. El investigador ficticio obra con rigor y honestidad intelectual,

acudiendo a la duda y a la hipótesis cuando la verdad no aparece en toda su

evidencia. El lector de la novela lee en realidad un libro de historia por boca

de Claudio Borja, del mismo modo que el lector de La catedral escucha la

“auténtica” historia de España por boca de Gabriel Luna, quien examina

críticamente la narración historiográfica oficial e invita a sospechar de aquello

que se ofrece como verdadero [4]. Blasco cree en la verdad histórica, a la que

opone las versiones interesadamente subjetivas puestas al servicio de los

intereses de las clases que detentan en cada momento el Poder establecido.

Un segundo antecedente de la obra que es aquí objeto de estudio es la novela

César o nada (1910) de Pío Baroja, título que aparentemente Vázquez

Montalbán toma en préstamo a un escritor que, como Blasco, se inscribe en la

corriente del “realismo reproductivo” que es propio de la novela histórica de

entresiglos [5], hoy estimada por su valor documental incluso entre los

historiadores. Parece confirmarlo el hecho de que O César o nada se abra con

un irónico epígrafe extraído de ella: un César Borja poliédrico y “toreador”,

como apuntando a una “totalidad” y a una promesa [6]. Pese a su intención

primera [7], tampoco Baroja ficcionaliza la historia de los Borja, que

contempla a la luz del Príncipe que Maquiavelo halla encarnado en la figura de

César. Objeto de su novela es reflexionar sobre el ejercicio de la política

concebida como ciencia autónoma desligada de vínculos morales, y sobre la

figura del “tirano”, exaltada por el filósofo florentino, que admite como

necesarios medios moralmente inaceptables para conseguir los fines que

exige la existencia misma del Estado. Siguiendo la pista trazada por Ugo

Foscolo, frecuentada por la mayoría de comentaristas, el Principe queda aquí

equiparado a los tratados de educación de príncipes al uso y su interés

limitado al aspecto doctrinal relativo a la ciencia política.

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Como preanuncia el epígrafe barojiano, Vázquez Montalbán afronta el tema

con distanciada ironía, fiel a la “dictadura de la ironía que se percibe en la

inmensa mayoría de la literatura más notable del fin del segundo milenio”,

según escribe en un texto aparecido contemporáneamente a la novela [8].

Como él mismo tiene interés en precisar, no escribe una “novela histórica” si

por ello se entiende basada en la “historicidad científica” sostenida a lo largo

del siglo XIX y principios del XX, de la que las novelas de Baroja y Blasco

Ibáñez son ejemplo preclaro. Su obra se inscribe, más bien, en la corriente de

la “nueva novela histórica” contemporánea, como he sugerido en mi ensayo

sobre El pianista [9], cuyos postulados parten de la base de que no existe una

verdad historiográfica exhaustiva y neutra, siendo las mismas fuentes en que

se apoya resultado de la subjetividad e imprecisión de quien observa los

fenómenos, cuando no de su deliberada manipulación [10]: “Escepticismo de

la razón sobre su propia capacidad de entender cabalmente la vida y la

historia” y desconfianza en la “memoria histórica” de “los historiadores

objetivos e imparciales” [11].

La Historia, tal es la tesis a la que Montalbán se adhiere, no es sino la versión

de una representación. Por ello le corresponde colocarse de nuevo al lado de

la Literatura, pues ambas son disciplinas basadas en construcciones

lingüístico-narrativas ajenas a la objetividad de la Ciencia. “Existen muchos

puntos de vista prospécticos [12], pero no hay una visión de las cosas que

sea absoluta y que esté desvinculada de la actividad lingüística”, sostiene Don

Cuppit [13]. De ahí que éste proponga sustituir el concepto de realismo con el

de no-realismo, y Montalbán, por su parte, superando de un lado el realismo

decimonónico que “exige que NADA se interponga entre el mundo y su

representación”, y de otro el realismo como representación propiciado por

Lukács y el realismo social del que él mismo proviene, abogue por el realismo

como revelación teorizado por Brecht [14], que aquí pone en acto.

El narrador de O César o nada toma pues las distancias tanto de la Historia

como de la Leyenda, renunciando de buen grado a deshacer el trenzado

inextricable en que ha venido a constituirse la historia de los Borja. Relato por

relato, la leyenda es una “versión histórica” de los hechos tanto o más

significativa que las supuestamente “reales”. Por ello, como en El pianista,

funde aquí historia y literatura, realidad y ficción, desafiando la “objectivité

terroriste” que la historiografía oficial se atribuye [15]. Novela histórica, en

cualquier caso, en el empeño de hacer frente a ese postmodernismo que se

define ahistórico y ahistoricista [16] y de propiciar la rehistorificación de una

literatura que intervenga en lo social y en lo histórico: “Y es que la historia de

España sigue siendo dramática aunque la literatura sea progresivamente

ahistorificadora”, escribe Montalbán en Crónica sentimental de la

transición [17]. Y a propósito de la postmodernidad en que se ha instalado el

establishment: “Como transferencia de esta desorientadora deshistorificación,

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las artes y las letras se replegaron a los ombligos y dejaron lo social y lo

histórico en manos de esos amos sin rostro a los que se refería Fredric

Jameson en El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado”

[18].

2. A lo largo de una dispositio fundamentalmente diacrónica de la historia

narrada, la novela va trenzando realidad y leyenda, construida ésta con las

calumnias de quienes por temor o envidia detestan a los Borja (la nobleza

cortesana y eclesiástica, en la que destaca la figura de Giuliano della Rovere,

futuro papa Julio II) y con testimonios más o menos “fidedignos” (Savonarola,

Burcardo, Guicciardini), dando a ambas igual carta de naturaleza cuando no

privilegiando la segunda, pues, como sostiene un personaje dotado de

inteligencia y argucia, “[e]s mucho más interesante la leyenda” (p. 123).

Leyenda que divierte al narrador, quien se complace en confundir las aguas,

mostrando en cierto momento, con una de sus estrategias retóricas, cómo la

realidad “constatada” por el lector es falsificada unas páginas después por

“rumores” que atribuyen arbitrariamente el hijo natural de Lucrecia a su

propio padre (p. 223). Es más. La novela toda es construcción de un mito a

partir de un mito, asumiendo el autor lo que es tendencia del mundo

contemporáeo: reconocer que la mitología, es decir, el conjunto de mitos

heredados por toda cultura, es condición inherente a la obra literaria,

ontológicamente mitopoietica. Por ello, en manos del narrador el relato de los

Borja que la Historia nos ha transmitido crece con variaciones e hiperbolismos

que se sobreponen como excrecencias de hilarante comicidad en torno al

núcleo histórico-legendario.

Conviene mencionar a este propósito una corriente de la filosofía

contemporánea que, partiendo del mito, desemboca en el pensamiento

radical. En ella destacan Walter Benjamin, Ernst Bloch, Georges Sorel y

Antonio Gramsci, autor este último a quien Montalbán dedica su novela,

precisando que sin sus estudios sobre Maquiavelo “no me habría atrevido a

afrontar una novela tan posthistórica” (volveré a lo posthistórico más

adelante). Aun en sus variantes, todos estos autores comparten la convicción

de que el mito, además de dar una representación petrificada de las

relaciones sociales, tiene su lado de luz abierto a la subversión y al cambio. El

mito implica un horizonte: es “la revelación de mundos inconsuetos, una

apertura a otros mundos posibles que trascienden los límites definidos de

nuestro mundo real” [19]. Es pues a un mismo tiempo fundacional y

liberatorio. Mitificando ulteriormente el carácter esencialmente mítico de

César que Gramsci atribuye al César de Maquiavelo, Montalbán refuerza la

interpretación gramsciana que él hace suya, según la cual César Borja

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“rappresenta plasticamente e ‘antropomorficamente’ il simbolo della ‘volontà

collettiva’” [20].

3. Si el realismo es la ilusión de la verdad y el no-realismo es la verdad de la

ilusión, no hay visión de las cosas que sea absoluta y que esté desvinculada

del sujeto, esto es, de la perspectiva [21], la cual, dicho sea de paso, es la

gran conquista del arte renacentista italiano. El perspectivismo enfatiza el

relativismo profesado por el autor, potenciado por la ironía: “los relativistas

normalmente hemos recurrido a la ironía cuando no al sarcasmo [...]. La ironía

implica una asunción sentimental de la impotencia de la razón [...]. Ese

relativismo emisor conforma unos códigos marcados por el eclecticismo y el

collage, es decir, el mestizaje de códigos” [22].

Ojos y miradas invaden el espacio en un relato que se configura como

escenario: numerosos, simultáneos a veces, sucesivos otros, poblados de

infinidad de personajes en el sentido estricto del término, en cuanto seres

humanos siempre en escena: máscaras, ya no personas, porque el mundo

político que aquí se escenifica es puro teatro y el homo politicus que vemos en

acción es personaje de un gran teatro del mundo abandonado de la mirada

divina, por más que se invoque la Divinidad en quien pocos creen para

legitimar las nefandeces del Poder.

Teatro o tablero de juego es el escenario de la acción, en el que se enfrentan

jugadores más o menos expertos abocados a la victoria o a la derrota. Así

empieza la novela. Maquiavelo lo observa con especial atención, atendiendo a

cómo los personajes, siempre al acecho, se miran unos a otros con temor o

sospecha, tratando de adivinar, tras la fachada, intenciones ocultas y

traiciones posibles.

Memorables son a este propósito dos escenas sucesivas en que Lucrecia se

separa definitivamente de Roma y pasa a la corte de Ferrara. Asistimos ahí a

una auténtica danza de los ojos: distantes e indiferentes los ojos de Lucrecia,

que se cierran al abrazo de César y se abren a la visión de sus dos pequeños

hijos para luego “abarcar, como si fuera por última vez, el friso colectivo de

los hombres y mujeres que la han hecho tal como es”, antes de cruzar

definitivamente el umbral de la corte de Ferrara, donde los ojos enamorados

de Francesco de Gonzaga la buscan afanosamente y se recrean “en la

contemplación” mientras los de su esposa (Isabel de Este) la devoran para

“apoderarse de todo lo que emana de la recién llegada”. Al cruce de

intencionadas miradas entre Francesco y Lucrecia, sigue la mirada bailadora

del zafio Alfonso sobre el cuerpo desnudo de la mujer que ha casado por

poderes, al que ella, mentalmente ausente, mira a los ojos para luego cerrar

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los suyos ante la inevitable penetración y abrirlos de nuevo para seguir la

marcha de Alfonso, que de la alcoba pasa a sus obsesiones donde no tiene

ojos más que para sus inútiles entretenimientos. Concluida esta escuálida y

dolorosa prima nox, los ojos de Francesco buscan de nuevo los de Lucrecia

agasajada por los amores “petrarquistas” de los etéreos Strozzi y Bembo, e

impedidos por el obstáculo, esperan el momento en que los ojos de Lucrecia

asientan a su amorosa propuesta para cerrarlos crispados al llegarle la voz

imperiosa de su consorte y ponerlos por fin “en los labios pálidos de la mujer”,

que ahora sigue con “mirada cariñosa” la espalda del ama que la ha criado

mientras se encamina hacia la salida y abandona para siempre los aposentos

de la corte ferrarese (pp. 282-291).

Batallas visuales se instauran entre combatientes verbales que planean

alianzas y traiciones (p.112). Basta la aparición de la bella Sancha para que

los ojos del Gran Capitán se desentiendan del embajador español para

ponerlos en la morena napolitana, cuyos “juegos oculares” con el militar,

vistos por los ojos de Alfonso, invitan al desenlace (p. 155). Los ojos abarcan

el espacio, cruzan dinteles y ventanas para contemplar escenarios próximos y

lejanos, o espacios imaginarios de conquista que ocupan todo el horizonte.

Ventanas y balcones devienen palco privilegiado que permite ver sin ser visto.

Los ojos ven de lejos, de cerca, de arriba abajo y de abajo arriba, imitando el

picado y contrapicado cinematográficos y dando lugar a encuadres subjetivos

que convierten la realidad fenoménica en pura visión. Voluntad, por parte de

Montalbán, de interrelacionarse con otros sistemas de comunicación, actitud

que estima necesaria a la literatura contemporánea si quiere resituarse en el

universo audiovisualizado de la modernidad [23].

Los ojos se enfrentan en un agresivo cara a cara cuando César, en un

primerísimo plano, le habla a Perotto “boca contra boca” antes de que la daga

rebane su cuello (p. 186); se desliza de abajo arriba, en picado ascendente, la

mirada suplicante de Rodrigo a los pies de Piccolomini, antes de que los ojos

del ahora ya Alejandro VI, montado sobre su caballo, miren de arriba abajo a

quienes le vitorean, buscando con “ojos selectivos” la silueta de Giulia (p. 82).

Ante una maqueta que diseña posesiones y fortalezas de los enemigos, los

ojos se abren a horizontes de conquista (p. 170) o, a falta de ella, César,

“enroscado en sí mismo”, contempla ambicioso “una lejanía que sólo él ve”

(p. 20), o, próximo a la derrota, ocupa su horizonte el inaccesible castillo de

Viana en el que le atiende la muerte (p. 367). Se nubla la vista a modo de flou

cinematográfico por efecto del pánico, y lo que primero es silueta borrosa o

deformada va tomando cuerpo en el gradual enfoque de la imagen (p. 78).

Los ojos escudriñan la conducta del otro para captar sentimientos e

intenciones prudentemente camuflados: “Los ojos de doña Sancha parecen

dedicados a seleccionar los gestos del escándalo: labios demasiado próximos

de parejas que hablan, las manos del papa pasando de la cintura de Lucrecia

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a la de Adriana del Milà...” (p. 123); Lucrecia “estudia a su pupila con ojos

risueños” (p. 274).

Todo se predispone en escenario expuesto a la mirada de un público. El

ensayo que precede a la coronación del papa advierte de la condición de

espectáculo del Poder en un mundo donde todos se disfrazan del papel que

tienen asumido. No hay mejor ocultación que el disfraz: “A todos los Borja nos

gusta disfrazarnos y César va perpetuamente disfrazado” (p. 38). El disfraz

oculta lo que se es y muestra lo que se quiere que se crea que se es. César

dará el ejemplo con su personalísimo vestuario premonitor, que, aparte de

otros significados, es el disfraz con el que arteramente crea una creencia, es

decir, el propio mito. Vestirse de sí mismo, como declara en varias ocasiones,

es señalar la excepcionalidad de su persona, destinada a la admiración

sumisa de los súbditos. Se disfraza también Rodrigo, quien al pasar de la

intimidad de la alcoba a las tablas, ultima su “apariencia de eclesiástico” (p.

18), y en ocasión de la investidura de Pío II, “el compungido cardenal Borja se

pone las facciones de la majestad” (p. 82). Hay ironía en Montalbán cuando

Maquiavelo en persona se recoge en su estudio y ocupa “el casi sillón del

trono [...] para componer el gesto del pensador que cavila a la espera del

visitante” (p. 13). Los ojos del florentino observan, analizan, sacan

conclusiones. Se cuela inadvertido en medio de un público que contempla un

espectáculo tras otro o dentro de otro: los discursos de Savonarola, por

ejemplo, con un Savonarola que a su vez monta su espectáculo ante un

auditorio entre devoto y escéptico (pp. 101-102). En la corte el cardenal Orsini

muestra su destreza en el tiro al blanco, que deviene al punto espectáculo,

suscitando el aplauso de los observadores (p. 62). No de otro modo

contemplan los inquisidores el espacio donde se practican las peores torturas,

verdugo y víctima enfrentados en un combate desigual, cruel y despiadado.

Representación teatral son el cónclave conciliar (pp. 21-22) y el escenario

cruento que predispone Sforza para que en él actuen los personajes que él

maneja como marionetas (p. 158). En esas representaciones se solicita a

menudo silencio para poner fin a los murmullos de quienes murmuran o

traman alianzas y traiciones. Rizando el rizo, en el escenario diseñado por el

narrador, el claustro donde ha ido a retirarse Lucrecia, se abre el escenario de

una tienda de campaña, cuyo interior, visto desde fuera, convierte las figuras

en siluetas y sombras (pp. 140-141). Espectáculo continuo son la corte papal y

las de la nobleza cortesana: la de los Este en Ferrara, la de los Gonzaga en

Mantua... Ahí se exhibe la magnificencia del Poder entre poetas que recitan

versos latinos y el dulce tañido de laúdes y guitarras. El gesto deviene

representación cuando el puñal pasa de las manos de César a las de su padre

en un vuelo que permanece en el aire a lo largo de las dos páginas durante

las cuales se desarrolla el encuentro de la familia al completo (pp. 19-21).

César improvisa reiterados espectáculos de toros donde ostenta su crueldad y

audacia para aviso de todos, y al presentarse disfrazado ante el rey de Francia

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sorprende y deslumbra por el lujo del vestuario y aun de los arreos de la

caballeriza, que hablan por sí solos de una incontenible voluntad de potencia.

4. Siendo espectáculo, la novela asume la estructura de una gigantesca pieza

teatral, o mejor, cinematográfica, pues la gran variedad de escenarios a que

obligan lugares y tiempos diversos que cubren el espacio de hasta cuatro

generaciones, exige una articulación de la materia narrativa de gran aliento.

Sabido es que en los orígenes de esta novela se halla un proyecto de serie

televisiva que no llegó a fraguarse. No dudo de que esta circunstancia haya

condicionado o simplemente potenciado la forma de organizar el relato, que

adopta numerosos procedimientos cinematográficos. Bloques narrativos son

en efecto los diez capítulos de que está formada la obra, dentro de los cuales

se abren los bloques de los subcapítulos que a su vez contienen fragmentos

diacrónicos encajados a modo de poderosos flashbacks, acentuándose de tal

forma el carácter prospéctico que caracteriza la obra. En ellos se introducen

“trozos” narrativos o descriptivos que se inspiran en la dramaturgia clásica y

sobre todo cinematográfica, patente esta última en situaciones que

reproducen el dinamismo enloquecido de los gags del cine mudo cómico

americano (remito al lector a la cinética escena que ocupa el primer párrafo

de la p. 125).

Punto de vista y de mira moldean el escenario que el lector ve discurrir ante

sus ojos. La visión, ya lo he dicho, es perspectiva. En la observación del

objeto, el ángulo de filmación se desplaza de continuo, pasando del

acercamiento de un primer o primerísimo plano (los rostros) a la oportuna

distancia que permite encuadrar el escenario en su totalidad. Para ver mejor

la Piedad que Miguel Ángel muestra al embajador francés, ambos “retroceden

para adquirir perspectiva” (p. 171). La figura de Orsini, tendido el arco del que

se desprende la segura flecha que da en el blanco, constituye un campo

medio observado desde el punto de vista del denominado “espectador de

platea”. El campo visual se amplía al encuadrar el ojo de la cámara recintos y

aposentos y se ensancha ulteriormente cuando se coloca a lo lejos o en

picado, desde balcones y ventanas, ofreciendo, con un movimiento de

cámara, panorámicas horizontales y verticales: “se asoma a la ventana de una

Roma sobre la que campanean las señales de la fiesta” (p. 281); “Desde la

ventana [...] Adriana se empeña en no perder de vista el núcleo de la

ceremonia en las escaleras de la basílica de San Pedro. Puede ver Adriana el

instante justo en que la tiara pontificia amuebla la poderosa cabeza de

Rodrigo Borja” (p. 51); “los hombres de César, desde el barco, ven a lo lejos la

costa de España que María Enríquez contempla “desde un altozano”, fijos los

ojos en la estela del mismo, todavía “lejano” (pp. 354-355).

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La técnica cinematográfica del montaje y relativo raccord inspira la forma con

que el narrador “corta y pega” su fragmentada materia narrativa. Una frase

repetida a nueve páginas de distancia une escenas dislocadas en el espacio:

la frase que Lucrecia pronuncia para sus adentros (“Una mujer no puede

hacer esa pregunta”) une su aposento al comedor privado en que en breve va

a desarrollarse la cena con Adriana del Milà, donde la respuesta antes

imaginada deviene factual y efectiva: “Una Borja no puede dar esa respuesta”

(pp. 273-274). Escaleras y pasillos, caminos y arboledas, puertas y ventanas

funcionan a modo de raccords que ensamblan espacios diversos formando

verdaderos planos-secuencia. Los personajes ven así el dentro y el afuera, y al

recorrer pasadizos que les conduce de un lugar a otro seguidos del ojo de una

cámara en mano, ven los escenarios que se abren a ambos lados de su

recorrido: “Recorre Alejandro los corredores [...] y desemboca en la estancia

donde Lucrecia se prueba un vestido de preñada” (p. 223); “Pasa [Alejandro] a

sus aposentos vaticanos y gana el pasadizo por el que accede a la habitación

secreta y oscura” (p. 233); “pero le reclaman los escalones que le llevan a la

antecámara del emperador, a través de un recorrido lleno de crespones

negros” (p. 388).

El primer subcapítulo del capítulo 7 ofrece un magnífico ejemplo de ese encaje

y sucesión de escenas que imita la técnica del montaje. Llora Lucrecia en su

alcoba, vista, a través de una rendija de la puerta, por su padre, que en su

aposento entabla una conversación con Adriana del Milà, a la que abandona

para dirigirse, con un ligero movimiento horizontal de cámara, al grupo de los

cardenales, a quienes deja por un momento para escuchar detrás de la puerta

el diálogo que instauran entre sí, escenificando ante los ojos del lector una

sabrosa escena de hipocresía que interrumpe de nuevo el regreso del papa a

la reunión cardenalicia, durante la cual Alejandro, abriendo una brecha en el

presente, narra el encuentro que tuvo en el pasado con una gitana que le

profetizó –abriendo una nueva brecha que del pasado se proyecta hacia un

futuro incierto– que alguien de su familia sería rey de Italia. La cámara, que

hasta ahora se ha ido moviendo en un “encuadre móvil”, salta ahora, con un

brusco corte, a un espacio y tiempo lejanos, a la Roma nada menos que de

Calixto III, con la que empalma la memoria de Alejandro. Invitados los

cardenales a abandonar la estancia, Alejandro establece ahora un diálogo con

Burcardo en presencia del cardenal Giorgio Costa, el cual, retirándose a su vez

de esta habitación, observa, al recorrer lentamente un pasillo, el ritual de los

guardias. Voceríos que vienen de fuera abren por breve tiempo el espacio no

visto, pero sí oído, de los mercados callejeros, interrumpido por sollozos de

mujer que inducen al viejo Costa a abrir una puerta que “enmarca” de nuevo

a Adriana del Milà en la misma habitación en que le dejara Alejandro al poco

de iniciar el subcapítulo, y donde el cardenal contempla ahora a Lucrecia en

lágrimas, “desparramada e inconsolable” (pp. 251-256).

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De sugestiva eficacia es el uso del fundido en encuadres que empalman con el

siguiente mediante la repetición del mismo concepto o de la misma palabra a

veces en derivación: “Admite César socarronamente la reserva de Alain de

Albret y no le ha abandonado la socarronería cuando semanas después

avanza...” (p. 231); “Francesc de Borja no entiende lo que han dicho sus

propios labios y los demás dan un paso atrás, conmovidos por el espectáculo

de la angustia de un hombre con la conducta rota [...]. Es la misma angustia

que traslada días después al emperador en persona ... (p. 393); “hasta que el

duque se retira apenado y a nadie revela los pensamientos que pugnan en su

cabeza. El mismo ensimismamiento con el que asiste a la agonía de la reina”

(p. 403). Magnífica es la utilización del fundido encadenado en el paso de un

subcapítulo a otro, disolviéndose lentamente el último encuadre del primero

sobre el primer encuadre del subcapítulo sucesivo. Algunos ejemplos. El final

del subcapítulo 8 del capítulo 7, “y desatiende con una sonrisa los brazos

tendidos de su padre para dar la espalda e iniciar la marcha hacia Ferrara”,

empalma con el siguiente, cruzado el espacio en blanco que los separan, con

esos mismos “brazos tendidos”, los cuales, a través del recuerdo, anexionan

espacios geográficamente distantes: “Esos brazos tendidos que recuerda

como un intento de retenerla más que de despedirla durante las horas, los

días de viaje” (p. 282). Lo mismo entre los subcapítulos 5 y 6 del capítulo 4:

finaliza el primero con “¿Y el señor de Urbino? Se ha dejado atrapar”, y se

abre el segundo, tras el espacio en blanco, con “Si se ha dejado atrapar, ¿de

qué se queja?”, uniendo de tal forma el escenario ocupado por la tienda de

campaña en que se encuentra Joan Borja, con las estancias del Vaticano,

donde su padre comenta la noticia con César. O en el capítulo 10, donde el

final del subcapítulo 3 y el inicio del 4 se funden marcando tiempos distintos

pero inmediatos: así, el soberbio final del primero (“A los nobles los arrestas y

a los bandoleros, si no son nobles, los ahorcas”) se desliza abruptamente

sobre el segundo con un íncipit de poderosa plasticidad: “La sombra de seis

ahorcados... (p. 395).

5. Siendo teatro, o cine, la acción es diálogo, o guión, acaso en homenaje a

ese mismo diálogo en que, a la luz de los diálogos de la Antigüedad, se

estructuran las obras filosóficas del Renacimiento, empezando por el

divulgadísimo Cortegiano de Castiglione. Sugestiones aparte, Montalbán

acentúa el apretado diálogo de los personajes dejando sus palabras, salvo

rarísimas veces [24], sin verbo declarativo, lo que obliga al lector a

“reconocer” la voz de cada uno de ellos por el tono de sus palabras. Todo

tiende a la economía y a la síntesis, propias del arte contemporáneo. Basta la

reiteración del nombre Piccolomini dentro de la serie enumerativa de los

votantes para ver, sin necesidad de descripción alguna, la escena del

cónclave en la elección del nuevo papa.

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Son las palabras, por lo demás, las que nos revelan la fuerza o la debilidad de

un carácter, los sentimientos y emociones del alma, los razonamientos y

cálculos de la mente cuando los personajes se confían intenciones y secretos,

o hablan consigo mismos en verdaderos apartes teatrales. La palabra, a veces

escrita (la carta), a veces sólo pensada o imaginada (“Vayámonos

imaginariamente a Florencia, donde en estos momentos está en la cárcel”, p.

193), abre una escena en la escena, contando un personaje, a la manera del

nuncio clásico, lo acaecido en otro lugar de la acción, o rememorando

acciones que pertenecen al pasado (Alejandro y Lucrecia recuerdan su vida

entera en punto de muerte, p. 328 y 378), o “contando” la Historia, es decir,

la “verdadera” Historia, al estilo de Blasco Ibáñez.

La palabra no pretende reproducir anacrónicamente la lengua de la época. Los

personajes se expresan en el lenguaje de nuestros días, plagado de

locuciones, modismos y coloquialismos cuando no de expresiones soeces de

la mayor actualidad, que utilizan en la intimidad o en situaciones “áulicas” de

hilarante comicidad, contribuyendo de tal modo a la desacralización de un

Poder que deriva de Dios, como ocurre en el graciosísimo encuentro de

Alejandro VI con el “montaraz” embajador de los Reyes Católicos (pp.

226-227) [25]. Lenguaje pues desgajado de la contingencia de la Historia,

mítico en cierto modo y por lo mismo abierto al futuro. Sólo los Borja, en la

intimidad de sus corazones o de sus intenciones estratégicas, se expresan en

su arcaizante lengua madre. Al igual que la de los poemas pensados o

recitados (Petrarca, Ausiàs March), la lengua arcaica marca los tiempos y la

continuidad de la dinastía, desde Calixto III hasta san Francisco de Borja,

subrayando al mismo tiempo su raíz genética y la animosidad que provoca en

el patriciado italiano, y en la misma España, su condición de “extranjeros”. No

por acaso el embajador de España invita a Borja a “hablar en cristiano”.

Acompañan a las palabras el gesto, que habla sin palabras para quien, atento,

sabe interpretarlo: “Ascanio Sforza estudia, calculador, cómo se instala César”

entre los cardenales que preside su padre (pp. 216-217); “Se ha hecho la luz

entre los conjurados y son los gestos los que refrendan las explicaciones del

joven cardenal los que los persuaden [sic]” (p. 70). Lluis embiste como “un

buey con cuernos” en su violenta estulticia (p. 73), César “avanza a largas

zancadas” (p. 184) en su ímpetu decisional. “Generosa disculpa del

emperador en un amplio gesto (p. 385); “Verdad, le dice Bembo con la

cabeza, y besa una mano de Lucrecia, pero la mujer atiende la tristeza teatral

que el beso ha producido en Strozzi...” (p. 313). Poco espacio concede el

narrador a la descripción física de personas y cosas, eludiendo el detallismo

escenográfico y del vestuario tan del gusto de la novela histórica

decimonónica y de las series televisivas que en ella se inspiran. Confía en la

imaginación del lector, en su cooperación, obligándole a añadir elementos a

los pocos que se le ofrecen para completar en su mente el cuadro. Una breve

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derivatio diseña un banquete: “Giuliano della Rovere ha ordenado al copero

que sirva vino en la copa del cardenal d’Amboise y ambos se saludan a

distancia con las copas en la mano” (p. 303). Basta mostrar a Lucrecia

sentada delante del ama peinándole los rubios cabellos con peine de oro y

nácar (p. 23) para que el lector “imagine” su vestimenta. La literatura

contemporánea, argumenta Vázquez Montalbán, exige la colaboración

creadora del lector con el autor: un lector nuevo totalmente distinto del

tradicional, inserto en un mundo audiovisual que condiciona la modalidad de

su recepción:

Para un niño de la última generación dependiente de la literatura como única

fuente noble de vivencias y emociones, la isla misteriosa de la novela de Julio

Verne del mismo título requería una descripción de treinta páginas que la

visualizara. Un niño actual se saltará todas esas páginas porque para él son

letra muerta, ya que ha visto miles de islas misteriosas en el cine o la

televisión.[...] son dos conciencias receptoras diferentes, modificadas por los

medios de comunicación que han incidido sobre ellas [26].

Más que al trazo, el narrador recurre al volumen que las figuras ocupan en el

espacio. Siluetas bidimensionales se dibujan a veces en un fondo sin fondo en

honor a la pintura contemporánea [27], pero la tridimensionalidad, la otra

conquista del arte del Renacimiento, aparece en las voluminosas figuras de

Pietro Bembo (“entra una imponente presencia que domina la de Strozzi”, p.

289), del barrigudo Francesc de Borja, o de Alejandro, de “poderosa cabeza”

(p. 51), que en el culmen de su gloria “se ha izado el pontífice hasta la

enormidad” (p. 131) para al final, en punto de muerte, levantarse “más

pesado que fornido” (p. 325).

6. La pintura asume en la obra una función equivalente a la de la palabra

cuando abre escenarios en el escenario. Los cuadros incorporan relatos en el

relato, multiplicando escenas e insertando fragmentos del pasado en el

presente. Es el caso paradigmático del lienzo que contempla el niño Francesc

de Borja, con el que, en síntesis, toma conocimiento de una historia familiar

que con él ha alcanzado la cuarta generación.

Más allá de su función, no cabe duda de que las descripciones de Montalbán

se inspiran en la esplendorosa pintura del Renacimiento italiano, “[v]oluntario

choque de códigos resueltos en la armonía de la propuesta unitaria literaria”

[28]. ¿De dónde vienen, si no, esos perfiles que transitan por toda la obra?

Burcardo, convencido de que “el hombre sólo debe mirar lo que puede ver”,

habla sistemáticamente de perfil (pp. 24-25), el inquisidor muestra un perfil

amenazante, afilado como un cuchillo (p. 343), Felipe II se muestra

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subrepticiamente de perfil, como si temiera dar la cara (p. 411). César habla

invariablemente de perfil, exhibiendo la nariz judía de sus orígenes, arma

potencial con que desafiar a sus enemigos. Sentado de perfil en el alféizar de

la ventana (p. 19), no puede sino evocar lo que es topos de la retratística de

ese momento histórico, que pone los ojos en los ojos de los retratados al

objeto de captar los matices del alma. El narrador mima las artes plásticas de

la época, o las evoca a veces con ironía, como cuando Maquiavelo asume el

gesto del pensador, o cuando la “enlazada pareja” se configura como grupo

estatuario de bulto redondo al dar vueltas César en torno a ella por ver si se

trata de “abrazo de serpiente” (p. 220) [29]. Los retratos femeninos, de una

suavidad intrascendente, remiten a Pinturicchio, que hizo de las mujeres de

Alejandro modelos de su pinturas “religiosas”, más decorativas que filosóficas,

según sentencia Leonardo. César, tomado por el rey en un aparte, que “como

dialogantes peripatéticos, se encaminan hacia los jardines” (p. 221), es una

hermosa cita de Raffaello, o un homenaje a su innovación artística, como hace

con frecuencia la cinematografía de nuestros días. En ese caminar

“peripatético” vemos a Platón y Aristóteles de La escuela de Atenas

(1509-1510) en fuga prospéctica, donde Platón está representado con el

rostro de Leonardo, figura relevante en la novela. La imagen de Vannozza que

lava el cuerpo desnudo de César tendido en su regazo evoca la iconografía

tradicional de Cristo muerto sostenido por la Virgen y en particular la Piedad

del entonces joven Miguel Ángel (p. 326). El cuerpo desnudo de Corella tras la

tortura, fiel hasta el martirio a César, cubierto el sexo con un harapo, remite a

la imagen de Cristo bajo los azotes de sus verdugos, obediente a la voluntad

del Padre.

Tratamiento relevante merece el claroscuro en que insiste el Manierismo

incipiente, llevando a sus últimas consecuencias la funcionalidad de la luz en

la creación de sombras con que Masaccio diera consistencia volumétrica a las

figuras. “Alguien la ilumina bruscamente [la habitación secreta y oscura] y a la

luz de la antorcha aparece César vestido de gran capitán de los ejércitos

franceses” (p. 233). Un haz de luz irrumpe en la austera mesa de trabajo de

Ignacio de Loyola, rodeada de hombres enlutados y amarillentos sumergidos

en la sombra (p. 405). En la oscuridad de Contrarreforma que distingue ese

último capítulo de la novela, la luz se concentra en el cuadro que narra la

gloriosa epopeya de los Borja (p. 381), dejando el resto sumido en la

oscuridad. Las variaciones de la luz otorgan a la realidad un cromatismo

fluctuante que puede captarse tan sólo en su momento de tránsito, a tenor

del principio heracliteo del “todo fluye y nada es” que preside el movimiento

de la Historia: “César medita con las ropas lilas progresivamente enrojecidas

por el crepúsculo, subrayados también los ángulos de su rostro” (p. 270).

“Yo soy el claroscuro, yo soy mi espíritu y vivo en perfecto claroscuro”, afirma

César (p. 365). Claroscuro dubitativo que muestra una realidad contradictoria.

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Razón y cálculo por antonomasia, seducen a César sueños de grandeza que

parecen confirmarle las premoniciones halagüeñas de una gitana (p. 253) o

los augurios de los astrólogos, por más que trate de exorcizarlos cuando

tienen visos de tragedia: “—No creo en la fortuna, ni siquiera en la suerte [...].

No hay otro móvil que la energía creadora de la virtud, es decir, de la razón y

la evidencia de lo que es necesario (p. 218). Un temor, o una esperanza

supersticiosa, le instan a no desdeñar el significado e influjo de los colores: el

negro que asume para sí mismo, presagio de la muerte, propia o ajena (“O

César o nada”), el verde de la esperanza que viste ante la derrota inminente.

Predispuesto más que a la risa a la risotada que comparte con sus compinches

en sus momentos de juego, mina su ánimo esa melancolía que la época

atribuye a la condición existencial del hombre moderno, dejado de la mano de

Dios, creador de sí mismo pero consciente de sus límites. Claros y oscuros del

alma, contradicciones del ser humano sobre las que reflexiona el pensamiento

renacentista en sus varias formas filosóficas y literarias.

7. Con intermitentes idas y venidas la novela narra la historia de una familia

bajo el signo del toro, esto es, de la fuerza viril y la determinación. En una

larga parábola que va desde que el primer Borja, el futuro Calixto III, pone los

pies en Nápoles para tutelar al rey Alfonso de Aragón hasta su biznieto

Francesc de Borja, que acaba subido en los altares, los acontecimientos

histórico-legendarios protagonizados por los Borja avanzan gracias a la

voluntad humana puesta al servicio de un deseo y de un proyecto: alcanzar el

papado y construir un poderoso Estado de tipo monárquico que asegure la

continuidad de la estirpe y pueda situarse en el concierto de los estados

nacionales europeos: “Los papas no podemos seguir pendientes de la

benevolencia de nuestros amigos los reyes” (pp. 56-57). Para alcanzar este

fin, que es a un mismo tiempo personal, familiar y político, la familia Borja

adopta con habilidad y astucia los medios adecuados para acumular riquezas

y adquirir un poder económico de tal envergadura que acabe

sobreponiéndose al poderoso y litigioso patriciado de la Italia renacentista:

“Necesitamos tener nuestra propia riqueza y nuestro propio poder” (p. 57). Un

proyecto que vemos ya plenamente realizado con Alejandro VI, a quien

Maquiavelo dedica con admiración el capítulo XI de su Principe: “se alcuno mi

ricercassi donde viene che la Chiesia nel temporale sia venuta a tanta

grandezza, con ciò sia che da Alessandro indrieto e’ potentati italiani, et non

solum quelli che si chiamavano e’ potentati, ma ogni barone e signore, benché

minimo, quanto al temporale la esistimava poco, et ora uno re di Francia ne

trema, e lo ha possuto cavare di Italia, e ruinare Viniziani” [30].

Los Borja se introducen con espíritu combativo en ese país “de familias, de

hordas, de tribus” sujetas a la voluntad hegemónica de Francia y España (p.

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340) recurriendo a los mismos medios con que cada una de ellas trata de

imponer su ciudad-estado sobre las restantes y perpetuar la propia estirpe:

mentir, traicionar, sobornar y suprimir a los adversarios con el engaño, el

puñal o el veneno: “Esta ciudad [Roma], este país se divide en asesinos y

asesinados. Entre ladrones y robados” (p. 55). También aquí, como Blasco

Ibáñez en A los pies de Venus, el narrador muestra cómo los Borja actúan

“como todos”. La leyenda negra forjada por los envidiosos y voraces rivales, y

confirmada por los historiadores a su servicio, se ha construido, en realidad,

ocultando lo que constituye el espíritu y denominador común de la época.

Época humana, tan humana, que todo se hace en nombre de Dios sin que

nadie crea ya en su existencia. Aunque una vena supersticiosa anime la

acción de los Borja en su proyección de futuro (el destino de Calixto predecido

por san Vicente Ferrer, el de Alejandro por una gitana que anuncia el triunfo

futuro de César), todo parte de un “yo puedo y yo quiero”: “Puedo ser Papa,

quiero ser Papa” (p. 16). Confianza en “la dignidad del hombre”, capaz de

hacerse a sí mismo doblegando la circunstancia a fuerza de ingenio y pocos

escrúpulos.

El Humanismo impregna la sociedad de la época, crea un estado de opinión,

una mentalidad. Los Borja, no menos que los nobles de Mantua o Ferrara,

poseen una cultura universitaria (hombres de leyes son Calixto y Rodrigo,

César se ha formado en las prestigiosas aulas de Pisa y Padua) y viven en

contacto directo con ese Humanismo proteico que, a la luz de las literaturas

clásicas en que se inspira, asume formas diversificadas que van de las

especulaciones filosóficas de la Academia Platónica de Florencia a estudios

teóricos formulados por preceptores y publicistas atentos a las mudables

relaciones que se establecen en todos los tiempos entre el Hombre y la

Sociedad. Los Borja (de Calixto a Lucrecia, pasando por Rodrigo y César) leen

a Heráclito, a Juvenal, a Séneca, textos filosóficos o literarios que suplantan

las enfadosas lecturas edificantes de santos y mártires. La vida se impone

ahora con sus fueros, sin prescripciones que no salgan de las que ella impone.

El amor puede pasar por el prostíbulo y el incesto no sólo en casa Borja: es

cosa “de todos”. Es este amor a la vida lo que entusiasma a Blasco Ibáñez del

Renacimiento italiano (“a los pies de Venus”) y también a Vázquez Montalbán,

que contempla con sonriente complacencia la exuberante sensualidad de

Alejandro y su debilidad ante las mujeres, que halagan su virilidad y le

aseguran con su fecundidad la continuidad de la estirpe, y transcribe con

regocijo los excesos de un César disoluto que “juega” con prepotencia con sus

tres gracias de carne y hueso a la luz de las etéreas Gracias de Botticelli, a la

sazón tristemente devoto del sombrío Savonarola.

Un oscuro complejo de inferioridad anima y sostiene la tenacidad de los Borja

en la realización de su intento. Venir de la nada (p. 20) y llegar a la cumbre

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venciendo el poder y la hostilidad de los adversarios, que los desprecian por

judíos y extranjeros, es el resorte que empuja su acción a un tiempo

determinada y temeraria, propia, dirá Gracián, de los hombres que nacieron

para lo grande. No presiden el cielo de los Borja ni Dios ni la Trinidad. Lo

ocupan, de un lado, los antecesores familiares: Rodrigo invoca con emoción, y

en catalán, o sea, en la lengua de sus raíces, a su madre y a su tío Calixto

como testigos de sus logros, César, vencido, apelará a su padre, Francisco no

podrá sacarse de la cabeza la grandeza de un César ya mítico que

inconscientemente le insta a emularle; y de otro, los gigantes de la

Antigüedad, ejemplos preclaros de quienes han hecho la Historia: Alejandro

Magno inspira el nombre que asume Rodrigo al ser nombrado papa,

proclamándose en su incontenible manía de grandeza descendiente nada

menos que de Julio César (p. 41), en quien se identifica luego el propio César,

jefe por fin de la milicia, al proyectar, espada en mano, su grandioso plan de

conquista.

Un poderoso sentido dinástico dicta a Calixto y Rodrigo el imperativo de

construir una familia compacta que el propio Montalbán equipara a la Mafia

[31]. A él subordina Alejandro la individualidad de sus cuatro hijos, a quienes

impone cargos y roles, especialmente a Lucrecia, mera pieza de ajedrez en

sus manos con la que establece alianzas matrimoniales y anexiona territorios

perpetuándolos por ley de herencia. La trágica figura de Lucrecia, acaso la

más denigrada por la leyenda, sirve al narrador para arrojar una luz piadosa

sobre las tan celebradas mujeres del Renacimiento, dotadas de

temperamento, talento y cultura y sin embargo reducidas a objetos

subordinados a “la razón” de la familia, es decir, del Estado, o a decorativas

comparsas en las fastuosas y frívolas cortes italianas: “abejas paridoras”

desposeídas de sus cuerpos y de sus almas (p. 260). Lucrecia abre un espacio

doloroso en un mundo en que los sentimientos son implacablemente

subordinados a una racionalidad que no conoce dudas ni flaquezas. Las

lágrimas de Lucrecia, que lloran el fruto de un amor que le es brutalmente

arrebatado, así como su desazón y sus pensamientos de muerte (“Me lloro a

mí misma. Nunca seré feliz ni realizaré mis sueños”, p. 256), hallan su

expresión afortunada en la corona de flores que remata su frente y se desliza

de un capítulo a otro, en un eficaz fundido encadenado, sobreponiéndose a la

corona de espinas de un Savonarola crucificado (p. 197), símbolo del alto

precio que pagan los individuos en su sometimiento a las monstruosidades del

Estado.

8. El juego de los toros, afirma un beato y sombrío Pío V, “implica egolatría y

escaso temor de Dios” (p. 409). “Jugar al toro siempre me ha parecido algo

diabólico”, susurra Juana la Loca al oído de Francisco de Borja (p. 403). Un Yo

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ensoberbecido que disminuye y desprecia como inferiores a cuantos le rodean

y devora implacable a quienes entorpecen su camino, campea desaprensivo y

victorioso en las páginas de la novela, desafiando a la divinidad o al destino

con arrogancia de ángel caído: pulsión narcisista que se retuerce en un

aislamiento con visos suicidas.

Como todos los Borja, César es en la medida en que es su familia, trabados

sus miembros con vínculos de acero que él mismo impone y consolida: “Yo

soy yo y mi familia” (p.15). Familia que mira a un mismo tiempo con

admiración y desprecio. Juicios inclementes son lanzados como envenenados

dardos contra sus hermanos Joan y Jofre: el primero tachado de

incompetencia y de brutalidad vanidosa e inútil, el segundo de inepcia y

puerilidad, juguete despreciable en manos de una poderosa e hispana Sancha.

Son juicios que hieren a ese “padrazo” de Alejandro VI, como dice de él Blasco

Ibañez, quien, resentido, acusa tácitamente a César de “falta de fraternidad”.

Doble es la actitud de César ante su padre, a quien admira y envidia, deseoso

de ocupar un día su puesto, aunque no puede no observar, desde la atalaya

de su juventud y de su inteligencia, errores y flaquezas. Le acusa a veces de

ceguera, especialmente ante su hijo Joan, “el predilecto” de Rodrigo y

Vannozza, motivo no último del impulso que le lleva a distinguirse. Ambición y

vanidad son cualidades, o defectos, que reconoce en sí mismo en ocasión del

jueguecito de la hidra en la corte de Ferrara (p. 270) y que parecen

enderezados a conseguir el amor de un padre que alberga en su corazón otras

preferencias y que sólo al final habrá de reconocer que su hijo “es un genio”.

César es la personificación del modelo humano que el Renacimiento italiano

ha elevado a paradigma, esto es, el hombre total y polifacético que el

Cortegiano de Castiglione difunde por toda Europa: “Tiene tanto dinero como

un banquero y para ser el hombre total sólo le falta ser mujer”, “César en

realidad es un condotiero, un cardenal, un filósofo mago que lee a Nicolás de

Cusa, a Pico della Mirandola o a los herméticos seguidores de Marsilio Ficino y

consulta los astros. Además es un príncipe” (p. 36).

De un príncipe posee en sumo grado las “virtudes” que, en realidad, más que

Maquiavelo, prescriben los tratadistas en sus educaciones del príncipe al uso:

espíritu de observación, razón raciocinante, desprecio de la moral corriente y

tacticismo intrínseco al buen gobierno, que va de la habilidad diplomática al

cálculo, de la ocultación al engaño. Las resume Maquiavelo en una auténtica

apología de César:

Chi adunque iudica necessario nel suo principato nuovo assicurarsi de’ nimici,

guadagnarsi delli amici, vincere o per forza o per fraude, farsi amare e temere

da’ populi, seguire e reverire da’ soldati, spegnere quelli che ti possono o

debbono offendere, innovare con nuovi modi li ordini antichi, essere severo e

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grato, magnanimo e liberale, spegnere la milizia infidele, creare della nuova,

mantenere l’amicizie de’ re e de’ principi, in modo che ti abbino o a

beneficiare con grazia o offendere con respetto, non può trovare e’ piú freschi

esempli che le azioni di costui [32].

“Farsi amare e temere” son dos de sus virtudes que la novela pone de relieve.

César inspira terror en los enemigos, siendo implacable el desprecio que

ostenta por la vida humana puesto hiperbólicamente de relieve en el

asesinato del inofensivo príncipe Djem o en el de Perotto y la “permisiva”

doncella de Lucrecia, que ejecuta con sus propias manos en una escena de

brutalidad “tauromáquica”. Pero al mismo tiempo suscita afectos

inquebrantables, como subraya el narrador al presentarlo rodeado de sus

hombres, adheridos a su persona como su propia sombra: “César no podía dar

ni un paso sin mí. Si tú no vienes, Juanito, viajo sin sombra” (p. 15). Miquel de

Corella, Juanito Grasica, Ramiro de Llorca y, en un segundo momento,

Guidubaldo de Urbino, con quien consulta estrategias militares, forman un

cuarteto que asegura al Príncipe la fidelidad de un lado y de otro el

asesoramiento técnico, ambos indispensables, a juicio de Maquiavelo, en el

ejercicio del Poder. Lealtad ciega encarna Juanito (“Yo siempre fui leal a mi

jefe, aunque casi nunca entendía el sentido de lo que hacía”, p. 15), “el

arcángel de la muerte” que vierte “lágrimas totales” ante el cuerpo desnudo

de César (p. 368). Leal de una lealtad congénita se revela Corella (“– ¿Por qué

te sigo siendo leal, César? [...] –Tal vez no sepas ser desleal”, p. 316), hombre

del Renacimiento él mismo, casi un doble de César por su inteligencia, espíritu

de observación y vasta cultura humanística, cuyas intervenciones en el

diálogo abren espacios que informan al lector acerca de las artes plásticas del

momento o de las formulaciones filosóficas de Marsilio Ficino (p. 133). Corella

comparte con César la lógica implacable y también la ironía, la chanza y el

sarcasmo, que se traducen en burlonas consideraciones y sonoras risotadas.

Sombra e instrumento de César, quien, refugiado en los bastidores, deja que

sea él quien dé muerte con crueldad despiadada a Ramiro de Llorca, que paga

con la vida sus imprudentes excesos.

La soledad del Poder acucia sin embargo el ánimo de César, consciente de su

verdadera condición: “Yo sólo soy una apuesta. La última apuesta que le

quedaba a nuestro padre. O César o nada” (p. 273). Ajeno a las dulzuras del

amor que por un instante envidia a su hermana Lucrecia, goza de las mujeres

que encuentra en su camino con “asaltos sexuales” que denotan una

sexualidad compulsiva que es, al mismo tiempo, simbólica: las “cuatro

lanzadas y muy diestras” con que César, con un “instrumento” que deja

boquiabierta a la novia y le da glorioso acceso al panteón amatorio de la

familia (p. 232), hablan por sí solas de la índole del Príncipe, capaz de someter

los caprichos de la Fortuna a la Virtud, como corresponde a su “animo grande”

y a su “intenzione alta”: “perché la fortuna è donna; et è necessario,

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volendola tenere sotto, batterla et urtarla. E si vede che la si lascia piú vincere

da questi, che da quelli che freddamente procedano. E però sempre, come

donna, è amica de’ giovani, perché sono meno respettivi, piú feroci, e con piú

audacia la comandano” [33].

9. Telón de fondo de las vicisitudes históricas narradas es el Humanismo

italiano, cuyo espíritu permea las conciencias. La centralidad otorgada al ser

humano en un mundo impregnado, en el mejor de los casos, de una divinidad

inmanente que no interviene en la construcción de sí mismo y en la

autonomía de sus acciones, desvinculadas de los imperativos de una moral

confesional o trascendente, es común a todos los personajes de la obra, a

excepción de Savonarola y de sus adeptos, anclados en una visión del mundo

considerada retrógrada y obsoleta que en algunos inspira compasión y en la

mayoría desprecio: “El humanismo, tanto se habla de humanismo y

humanistas, no es otra cosa que resucitar el principio de que el hombre es la

medida de todas las cosas”, sentencia Leonardo (p. 298).

Salvo alguna que otra excepción, como es el caso de Botticelli, seducido por el

tremendismo savonaroliano, y de algún modo Miguel Ángel, no indiferente a la

“rigidez moral” a que invitan sus predicciones, los hombres cultos de la Italia

renacentista, entre los que destacan los Borja, contemplan el

fundamentalismo predicado por los “iluminados” como un retroceso al

oscurantismo medieval, que desdeñan en su condición de hombres modernos.

“La corrupción es más tolerable que el fanatismo”, asegura Maquiavelo, y

Leonardo, hombre “moderno” por excelencia, mira con displicencia desde lo

alto de su superioridad indiscutida, no sólo la fe fanática de Savonarola sino

incluso esa otra algo diluida e inocua salida de la Academia Platónica

florentina, que alimenta un Humanismo que Montalbán califica de “seráfico” y

que invade el mundo cortesano, con sus poetas no menos seráficos que viven

ficcionalmente penas de amor platónico e improvisan elegantes versos con los

que ensalzan las grandezas de príncipes forjados a la antigua que rivalizan

entre sí como mecenas de literatos y artistas. Sobresale entre ellos el

magnánimo Alejandro VI, sensible a la cultura y a las bellezas del arte, que

deja que se desarrollen en plena libertad sin índices ni censuras

inquisitoriales: “He dejado hacer a humanistas como Pomponio Leto, Pietro

Gravina, Aldo Manuzio. Apenas ejerzo vigilancia sobre las impresiones que

multiplican las copias de los libros. Todos los humanistas glosan mi

generosidad en el arte ornamental, monumental” (p. 299).

“Arte ornamental”, le señala Leonardo al imputar a Pinturicchio, el artista

privilegiado de la corte vaticana, un arte no filosófico (p. 297), y al denunciar

la servidumbre a los modelos del mundo clásico a que se atiene un

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humanismo evasivo reducido a pura retórica disfrazada de antiguo, y que

Montalbán, siempre reacio a las dictaduras de cánones impuestos por las

tendencias estéticas dominantes, satiriza en la escena en que Bembo y Strozzi

se enzarzan en un retorcido juego de palabras que hace las delicias de los

presentes (p. 312).

Frente a ese humanismo arqueológico alejado de la realidad (“Mucho poeta y

mucho laúd, mucho humanismo y mucho Petrarca, pero no saben en qué

mundo viven”, sentencia Giuliano della Rovere, p. 340), y ese otro humanismo

de segundo orden denunciado por Maquiavelo (“En su tiempo, Florencia

estaba llena de estudiosos de toda Europa. En cambio, Savonarola y los

anti-Savonarola son mediocres, mezquinos, pequeños, beatos”, p. 103), existe

un Humanismo moderno, representado por Lorenzo Valla, Leonardo da Vinci y

el propio Maquiavelo, cuyos ojos están puestos en la realidad de su tiempo,

social y política. Una realidad que se niega a ser inmovilizada en

prescripciones estéticas o en formas científicas que no tengan una aplicación

práctica en un mundo en transformación constante. El principio heracliteo del

“todo fluye y nada es”, en boca de todos como ostentación de un saber

“clásico”, es sólo cabalmente comprendido por esos humanistas que tratan de

entender y modificar el curso de la historia: “Italia vive un momento de

esplendor cultural que no se corresponde con su poquedad política”, comenta

Maquiavelo con César (p. 242). Identificar las causas que han conducido a ello

y examinar los efectos perniciosos que ha tenido en el sucesivo desarrollo de

la Historia de Italia constituye motivo de una reflexión político-cultural que

arranca de Maquiavelo y llega hasta nuestros días.

10. En el cruce de perspectivas y encuadres subjetivos antes señalados, se

impone como clave de bóveda de la entera obra la perspectiva de Maquiavelo,

atento a la observación de la realidad política, que él escruta y disecciona en

sus mínimos detalles [34] al objeto de captar relaciones entre causas y

efectos. Constatar las reiteraciones de la conducta humana y el engranaje de

la acción política en todos los tiempos es el “pasatiempo” favorito de un

hombre que se traslada al Pasado para confirmar sus hipótesis y sobre todo

legitimarlas con la auctoritas de los antiguos: “Imitamos los modelos antiguos

pero nada es igual a la antigüedad” (p. 306).

Objetivo de su observación “científica” es entender “el sentido de los

tiempos” (p. 371): “Todo lo contempla Maquiavelo grave, pero no conmovido,

como si asistiera a un fenómeno de la Historia inevitable” (pp. 204-205); “lo

que hay que ver es la sociedad, la naturaleza social, las conductas sociales”

(pp. 306-307). No es pues objeto de su Principe prescribir líneas de conducta

que el Poder conoce de sobra, sino describir aquéllas que conducen al buen

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éxito de una empresa y a partir de ellas formular una teoría: “He admirado

sus sueños [de César] porque podían ser realidad. Detesto a los soñadores”

(p. 341); “No he reunido la suficiente teoría sobre eso. Todavía. Pero analizo

sus pasos, César, y sólo veo acciones lógicas si tenemos en cuenta lo que

pretende, la finalidad de una empresa” (p. 241). Siendo el objetivo del

Príncipe derribar adversarios, conquistar adeptos y hacerse con el Poder, nada

más idóneo que comparar su acción con el juego de cartas con que da inicio la

novela, en el cual intervienen la Virtud y la Fortuna, binomio al que

Maquiavelo dedica el capítulo XXV de su obra y Montalbán retoma en el lejano

capítulo 9, interrumpido y reanudado en el último subcapítulo del mismo (de

p. 11 a 337 y a 370), pasando pendularmente de la convicción de que no hay

más suerte que la que el hombre construye construyendo y modificando la

circunstancia, a la admisión de que existe una “lógica del jugador” ajena a la

razón raciocinante, que depende de lo imponderable.

El hombre y la circunstancia orteguiana, que aquí se llama ocasión. La

circunstancia del Príncipe la constituyen los seres humanos, enemigos o

súbditos, cuya naturaleza es fundamentalmente la misma en todos los

tiempos. Brotan en este contexto las sentencias que son y serán habituales en

los tratados de educación de príncipes: el cambio seduce inicialmente a los

hombres pero luego les asusta, y temiendo lo demasiado nuevo, se oponen a

él, pues “los hombres normales son conservadores y cobardes” (p. 309). No

podía sino ser negativa la concepción del ser humano en quien concibe un

Estado que no tardará en convertirse en el Leviathan hobbesiano. ¿El hombre

como medida de todas las cosas?: “El hombre como medida de la estupidez,

aún peor que como medida de la maldad”, apostilla César (p. 310). Malo es el

hombre por naturaleza, como por otra parte confirma Leonardo aun

concediendo que se le coloque en el centro del universo, como sugiere

optimistamente Pico della Mirandola, no fuera sino para apartar del mundo a

ese Dios cristiano que ha humillado y envilecido al ser humano, haciendo de la

obediencia virtud y de la vida puro tránsito a la eternidad.

Dominar la circunstancia significa saber ver la ocasión que la Fortuna depara y

cogerla al vuelo, “virtud” que los Borja poseen en grado sumo: “e sanza quella

occasione la virtú dello animo loro si sarebbe spenta, e sanza quella virtù la

occasione sarebbe venuta invano” [35]. Admiración suscitan en Maquiavelo

las “tácticas” comportamentales de César, hijas de su índole y de su poderosa

inteligencia, que se elevan a paradigma en los tratados de la época y que

hacen posible la acción memorable de la conquista de Sinigaglia a la que

Maquiavelo, estupefacto, dedica el famoso capítulo VII de su Principe y

Montalbán uno de los capítulos más fascinantes de su novela (pp. 317-322)

[36]. En él escenifica la cena con que César da muestra suprema del arte de

la simulación y del engaño (“e seppe tanto dissimulare l’animo suo, che li

Orsini, mediante el signor Paulo, si riconciliarono seco” [37]), de su capacidad

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de coger al vuelo la ocasión que le brinda una condición humana diríase

permanente (“li uomini mutano volentieri signore credendo migliorare ...; di

che s’ingannono” [38]) y del cinismo de “attribuire la crudeltà al ministro”,

dando al pueblo la satisfacción de un castigo cruel que el narrador saca

directamente del Principe:

E, perché conosceva le rigorosità passate averli generato qualche odio, per

purgare li animi di quelli populi e guadagnarseli in tutto, volle monstrare che,

se crudeltà alcuna era seguíta, non era nata da lui, ma dalla acerba natura del

ministro [Ramiro de Lorca]. E, presa sopr’a questo occasione, lo fece mettere

una mattina, a Cesena, in dua pezzi in sulla piazza, con uno pezzo di legno et

uno coltello sanguinoso a canto. La ferocità del quale spettaculo feci quelli

populi in uno tempo rimanere satisfatti e stupiti [39].

11. Sale del ámbito de los lugares comunes la importancia otorgada al

“sentido de la Historia” y al “instinto dinástico” que Maquiavelo atribuye a los

Borja, especialmente a César. Ello le hace idóneo a intervenir activamente en

ella llevando a término un proyecto ya esbozado en la mente de sus

antepasados y puesto en marcha, desde los inicios, “con il danaio e con le

forze” [40]: “Joan, éstas son las fortalezas a conquistar, no por conquistarlas,

sino por un plan de anexión real de territorios para el estado pontificio en

detrimento de los poderes feudales” (p. 136). Esta consideración da acceso a

la interpretación del Principe propuesta por Antonio Gramsci que Montalbán

hace suya, según la cual la acción política de los Borja no está dictada por la

mera ambición personal, sino por un proyecto de largo alcance: anexionar a

un poderoso Estado pontificio las ciudades-estados en que está fraccionada la

Península con vistas a la creación de un Estado unificado bajo el gobierno de

una monarquia hereditaria.

Maquiavelo y Gramsci, y con ellos nuestra novela, subrayan la

excepcionalidad de la situación política de Italia en pleno siglo XVI, paralizada

de un lado por el sueño de la Roma clásica concebido por el Vaticano en su

idea de Imperio universal, y de otro por la fragmentación belicosa de las

ciudades, en manos de una nobleza desprovista de “imaginación histórica”,

incapaz de comprender que los feudos y el sistema de creencias que los

sostenían son “valores tradicionales [que] se han hundido” (p. 263) y de

oponerse al dominio de las grandes naciones a cambio de recibir su apoyo:

“¿De qué ciudades italianas está hablando? – espeta el embajador de sus

“majestades católicas” – Éste es un país de familias, de hordas, de tribus. La

soberanía de esas ciudades durará lo que queramos franceses y españoles”

(p. 340).

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Pero la nueva mentalidad que los Borja encarnan no surge ciertamente de la

nada. Antes de Antonio Gramsci, la señalada dicotomía del Humanismo, uno

inoperante y abstracto, y otro atento a las exigencias de los nuevos actores

sociales, ya había sido remarcada por Francesco De Sanctis, para quien la

Italia del Renacimiento es “l’Italia dei letterati col suo centro di gravità nelle

corti. Il movimento è tutto sulla superficie, e non viene dal popolo e non cala

nel popolo. O per dir meglio popolo non ci è. Cadute sono le repubbliche;

mancata è ogni lotta intellettuale, ogni passione politica. Hai plebe infinita,

cenciosa e superstiziosa, la cui voce è coperta dalla rumosorsa gioia delle corti

e de’ letterati, esalata in versi latini” [41]. Sólo los Borja parecen haber tenido

el suficiente sentido de la Historia como para escuchar las voces de ese

humanismo “hacia adelante” atento a las cuestiones sociales y políticas del

momento. No solamente la fuerza y el dinero empujan a Calixto a llevar a

término un proyecto a largo plazo; detrás, o a su lado, está Lorenzo Valla que

teoriza sobre la oportunidad de acabar con la fragmentación política de Italia

(“He discutido mucho sobre ello con Lorenzo Valla..., p. 57), del mismo modo

que Rodrigo, y sobre todo César, pretenden ser aconsejados por Leonardo y

Maquiavelo en persona. Los humanistas que tienen los ojos puestos en la

Antigüedad y sueñan con el Imperio viven “fuera de la realidad” y por tanto

no están en condiciones de configurarse como expresión de una “nueva

cultura”, protagonizada por la burguesía económicamente en auge: “il

richiamo all’antico è un puro elemento strumentale-politico e non può creare

una cultura di per sè e [...] perciò il Rinascimento doveva per forza risolversi

nella controriforma, cioè nella sconfitta della borghesia nata coi comuni e nel

trionfo della romanità, ma come ritorno al Sacro Romano Impero” [42].

Tendencia de los intelectuales de la época que, según algunos, persiste en la

intelectualidad italiana de todos los tiempos, la cual, aun en situaciones

económico-políticas diversas, ha asumido siempre un rol anacional y

cosmopolita, acaso condicionado por el universalismo del Imperio romano

primero y de la Iglesia Católica después.

Sólo los Borja, en opinión de Maquiavelo, supieron interpretar el dinamismo de

una sociedad realista y pragmática, sujeta a las leyes inexorables del

mercado: “Dinero con mayúscula, César, dinero fluyente, no propiedades

feudales, oro, oro, ríos de oro necesarios para comprar y controlar. Ése es el

signo de los tiempos” (p. 306). Por su parte Gramsci conjetura que Maquiavelo

dirige precisamente su obra a esa burguesía emergente y potencialmente

“revolucionaria” que, desconocedora de sus potencialidades, necesitaba de un

“jefe” que le ayudara a tomar conciencia de clase:

La classe rivoluzionaria del tempo, “il popolo” e la “nazione” italiana, la

democrazia cittadina che esprime dal suo seno i Savonarola e i Pier Soderini e

non i Castruccio e i Valentino. Si può ritenere che il Machiavelli voglia

persuadere queste forze della necessità di avere un “capo” che sappia ciò che

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vuole e come ottenere ciò che vuole, e di accettarlo con entusiasmo anche se

le sue azioni possono essere o parere in contrasto con l’ideologia diffusa del

tempo, la religione [43].

Vázquez Montalbán asume pues la tesis gramsciana según la cual el cambio

que exigen siempre los nuevos tiempos (“ése es el signo de los tiempos. El

cambio”, p. 306) requiere la presencia de una minoría ilustrada que sea

consciente del momento histórico que está viviendo y sepa concienciar a sus

protagonistas del rol que la Historia les tiene asignado: “A los pueblos los

cambian las minorías inteligentes y seguras de sí mismas” (p. 83) porque

“sólo una minoría de sabios y de audaces no teme al cambio” (p. 306). “El

poder es el que puede imprimir en el cerebro de las masas las palabras

necesarias, puede rellenar esos cerebros de Virtud” (p. 309), confirma el

Maquiavelo ficticio. Un discurso que, no sólo en la Italia de Mussolini, se presta

a lecturas totalitarias que Gramsci trata de sortear precisando el significado

que él otorga a un cesarismo “progresivo”a decir poco sospechoso: “Ci può

essere un cesarismo progressivo e uno regressivo. [...] E’ progressivo il

cesarismo quando il suo intervento aiuta la forza progressiva a trionfare sia

pure con certi compromessi e temperamenti limitativi della vittoria, è

regressivo quando il suo intervento aiuta a trionfare la forza regressiva […]

[44].

El “tirano” de Maquiavelo no es pues el que somete la voluntad del pueblo al

propio arbitrio, sino el que, aprehendiendo la realidad social en que actúa,

sabe obtener consenso y construir hegemonía, esto es, aquella condición que

permite a una clase económicamente ascendente hacerse con el Poder que la

represente, desplazando el dominio de la clase que la tiene subordinada.

“[usted] se ha dado cuenta de que vivimos una auténtica revolución que

sepulta lo viejo y abre paso a lo nuevo y está hecho de la madera de los

príncipes” (p. 242), escribe Montalbán siguiendo a Maquiavelo, quien indica a

César como ejemplo a seguir a cualquiera que desee “innovare con nuovi

modi li ordini antichi” [45]. Un proyecto que, siguiendo aún las sugerencias

del Maquiavelo histórico, encuentra en la monarquía de Fernando el Católico

el modelo de un Estado moderno con voluntad de Imperio: “Los viajes

coloniales, la victoria sobre el Islam, el sometimiento de los señores feudales

de Castilla y Aragón, las limpiezas de etnias y religión del Cardenal Cisneros y

el oro, los galeones cargados de oro que llegan de América, el oro con el que

los españoles pueden comprarlo todo. Ésas son las bases de una posible

hegemonía española en los próximos años” (p. 305).

A ese “sueño” César ajusta su conducta “tiránica” legitimando, de un lado, el

poder político por la gracia de Dios que le adjudica la Iglesia (las majestades

hispánicas son “católicas” por estricta disposición de Alejandro) y, de otro,

creando un ejército nacional compuesto por ciudadanos que se identifican con

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el Estado y que pone fin a las milicias mercenarias, incompetentes e

irresponsables. Cuestión, la del ejército, de gran relieve en la obra de

Maquiavelo, que la novela recoge fielmente como ulterior señal de la

modernidad de César, quien, con el asesoramiento de Leonardo da Vinci,

concibe la guerra como una ciencia (p. 155) y ve en sus audaces proyectos

técnicos la clave de un futuro progresismo europeo basado en la ciencia y en

la técnica: “Usted puede conseguirlo [fortalecer a Italia]. Está en muy buena

situación. La espada y la Iglesia. Ha comprendido la Historia, es usted un

político” (p. 242).

12. El “sueño” de la unificación de Italia se realizó, como es sabido, a

mediados del siglo XIX. Las causas que han dado lugar a la singularidad del

país en una Europa constituida por fuertes estados nacionales han sido motivo

de reflexión por parte de políticos e intelectuales, a quienes de un modo u

otro “les duele” Italia, desde Maquiavelo hasta nuestros días: “Perché in Italia

non si ebbe la monarchia assoluta al tempo di Machiavelli?”, se interroga

Gramsci [46].

También Maquiavelo reflexiona, tanto en la realidad de su obra como

ficcionalmente en la novela, sobre los motivos que hicieron fracasar un

proyecto “realista”, ajeno a ensoñaciones revolucionarias a la Savonarola.

¿Por qué fracasó César?, se pregunta Maquiavelo en el mencionado capítulo

VII del Principe a él dedicado. Si la suerte no es otra cosa que razón y

capacidad de pre-ver, disponer y actuar, César ha debido de cometer errores

tácticos que el florentino en efecto enumera: ante todo, no haber impedido

que el nuevo papa, muerto su padre, no le fuera enemigo (y lo era en sumo

grado y desde siempre Giuliano della Rovere), bien sabiendo que “li uomini

offendono o per paura o per odio” [47]. Cauto ha sido César al haber previsto

la muerte de su progenitor e imaginar incluso lo que sería de él sin su

presencia: “He pensado muchas veces en lo que debería hacer si mi padre

faltara. Se me abriría el suelo bajo los pies. He de conseguir que me nombre

gobernador vitalicio de Roma” (p. 261). Pero no ha previsto ni la vida breve de

Alejandro ni su propia enfermedad, factores que están en manos de la suerte:

“Muchas veces he pensado en lo que debería hacer si mi padre moría, pero no

esperaba que eso se produjera estando yo postrado, sin capacidad de

respuesta” (p. 327). Mal que le pese al Maquiavelo que vemos en el exordio

de la novela, la suerte existe más allá de toda lógica. Nada puede César

contra circunstancias desfavorables que le obligan a depender “dalla fortuna e

forze d’altri”, aplastado como se halla entre “i dua potentissimi eserciti

inimici” [48], los de España y Francia. El “jugador” vencido por circunstancias

imprevistas e incontrolables, abandona aquella voluntad de potencia

sostenida con la virtud que le unía al padre, y se embarca en una desatinada

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aventura quijotesca al objeto de liberar a Beaumont del castillo de Viana,

lance del que sale malparado y peor herido: “Ya no siento como mía aquella

finalidad que nos marcamos con mi padre. Estoy solo, Juanito. Solo para vivir y

solo para morir” (p. 366).

Es una de las pocas veces que César utiliza el verbo sentir. Su Razón topa sí

con la mala suerte, pero sobre todo con los sentimientos: ilusiones y fantasías

que Juanito Grasica trata inútilmente de quebrantar, fútiles esperanzas

depositadas en el color verde del atuendo (p. 365), ofuscación de la mente al

acercarse al castillo de Viana cual si fueran molinos de viento, mostrándole

Juanito, como nuevo Sancho, la dureza de la realidad (p. 364). Sueños de

invencibilidad, sentimiento doloroso de soledad. Siguiendo aquí Montalbán el

texto maquiaveliano [49], César lo tenía todo previsto menos que sin su

padre se sentiría solo. Quizás, no pudiendo ya demostrarle que es un genio, su

proyecto ha dejado de tener sentido. En el escenario de la derrota que le

atiende, César, disfrazado siempre de negro, se disfraza ahora con atuendo

“de combate” en una batalla ridícula y patética, destinada a un previsto

fracaso. César cumple un gesto suicida, teatral acaso, quijotesco sin duda en

manos de Montalbán. Con él, paradójicamente, se reapropia de su destino,

acrecentando con su final trágico, o melodramático, la fortuna de un mito

destinado a introducirse en la Historia y modelar aún el futuro.

13. Y el futuro está ahí, en manos de quienes finalmente se apoderan del

escenario ocupado poco antes por un César ahora desarmado, prisionero de

esos mismos Reyes Católicos en quienes temerariamente ha depositado su

confianza. Pero César se ha convertido ya en un mito “peligroso” (p. 359), y el

Vaticano, convertido en una potencia gracias al extraordinario legado de los

Borja [50], puede utilizarlo para conquistar una credibilidad moral que pasa

justamente por la condena de los Borja en su versión legendaria: “la futura

fortaleza del Vaticano ha de ser militar y moral” (p. 341). Julio II, que se ha

dado a sí mismo un nombre que alude a Julio César y rivaliza con el de César

Borja, asume las mismas formas del Poder que han practicado los Borja sin

renunciar a los mismos métodos, licenciosos y corruptos, con que se ha

construido la leyenda negra. La magnífica escena del cuerpo muerto de

Alejandro VI en manos de eclesiásticos inmundos que con gestos soeces,

ultrajantes y sacrílegos tratan de introducirlo en un féretro insuficiente (pp.

328-334) [51], ofrece al lector la demostración, sarcástica y cruel, de que los

Borja no eran ciertamente peores que “todos los otros”. La monarquía

absoluta instalada ahora en el Vaticano, lejos de proponer una reforma moral

como la imaginada por Savonarola, destructora del sistema [52], se limita a

simularla, fingiendo una revolución moral que restaure la fachada de una

Iglesia desprestigiada y consolide el status quo. La ficción, una vez más, se

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configura como espectáculo: “Los Borja fueron maestros en esa teatralidad, y

en el futuro no habrá poder sin teatro [...] Julio II está haciendo la misma

política que los Borja, porque sólo esa política era posible” (pp. 370-371).

Pero algo sí ha cambiado. Si César representaba las aspiraciones de una clase

social económicamente ascendente (“Aún soy la esperanza de muchos

ciudadanos, de los que tuvieron el sueño de la unificación frente a los nuevos

bárbaros”, p. 338), ahora objetivo precipuo del Estado es “frenar la audacia de

los hombres”, acaso movidos sólo por “sueños republicanos”, e imponer “el

orden”, limpiándolo de enojosas disidencias y herejías: “un orden no

justificado por la virtud del individuo genial, un orden en el nombre de Dios”

(pp. 370-371).

Dios ocupa ahora de nuevo el puesto que César le había usurpado: “¿Qué

papel le queda a Dios si sólo se puede elegir entre el hombre y la nada?” (p.

372). Un nuevo lema, ahora en latín, instrumento hegemónico con que la

Iglesia suele enajenar a los fieles [53], cierra como broche de oro la novela:

“Aut Deus, aut nihil!”. Contra la mutabilidad que presidía la concepción del

mundo renacentista, la nueva época repropone el punto fijo e inmóvil del Dios

trinitario en torno al cual gira lo transitorio, reducido a pura y simple nada (p.

216). Una teocracia de signo oscurantista impone una restauración que barre

las conquistas humanas y laicas del Renacimiento, salvo la de la concepción

del Estado subordinado a la inflexible razón de Estado, esbozado por el

mismo. Cursos y recursos de la Historia que Giambattista Vico teorizará en el

futuro y que aquí teoriza Maquiavelo en persona: “a toda época de liberalidad

le sigue otra de control [...] son tiempos de Inquisición y algún día volveremos

a la Virtud” (pp. 371-372).

14. En ese nuevo escenario desemboca la cuarta generación de los Borja.

Apagadas ya las luces del magnífico Renacimiento italiano, el lector penetra

ahora en los espacios sombríos y permanentemente enlutados de la

Contrarreforma, cerrados los postigos al “amarillo, color del sol” (p. 365) que

ha iluminado el escenario borjiano.

Los nuevos protagonistas de la Historia se hallan sumergidos en la oscuridad

de un tenebrismo que penetra en las conciencias, o procede de ellas. María

Enríquez, motor de la acción entre vindicativa y reivindicativa del último Borja,

repudia la luz de Gandía (p. 379), y a la esposa de Francesc le aturden la luz,

el sol y el calor del Levante hispánico (p. 383). Los “eficaces” jesuitas son

“negros”, como negros son los crespones funerales de un Carlos V

obsesionado con la muerte. Lúgubres estancias revestidas de farragosos

tapices sofocan El Escorial filipino en que el monarca consuma su congénita

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melancolía persiguiendo los fantasmas de su mente: herejes y falsos

conversos.

Sueña ahora un Imperio “espiritual” la Iglesia católica, sosteniendo a las

monarquías absolutas de Europa por derecho divino e introduciéndose en las

conciencias de las clases adineradas destinadas a manejar las riendas del

Estado a través de la enseñanza y de los medios de persuasión que Ignacio de

Loyola ha predispuesto con sus Ejercicios espirituales, la predicación

sistemática y el espectáculo (el teatro): “Los jesuitas queremos estar en todas

las cortes del mundo y formar las conciencias del nuevo poder (p. 407).

Pragmático y animado por una especie de furor divino en la conquista de las

almas, trazas de su pasado de “iluminado”, Ignacio sabe que construir un

nuevo humanismo cristiano sobre las ruinas del “humanismo pagano del siglo

pasado” (p. 384) comporta crear un plantel del que salgan intelectuales que lo

sostengan y elaborar una retórica a la que ajustar la predicación del clero,

clave del sistema, cuya oratoria girará obsesivamente en torno a las miserias

de la carne, las tentaciones lisonjeras del demonio y el Juicio final que espera

a los mortales traspasado el umbral de la muerte.

El mito de César inspira la acción de esos nuevos estrategas de la acción

político-religiosa. Hijo de su tiempo y de ese maquiavelismo que informa el

denominado humanismo cristiano, Ignacio es al cabo hombre del

Renacimiento (yo quiero, yo puedo), dotado de la capacidad de amoldarse a

las exigencias de los nuevos tiempos al concebir su Compañía a imitación de

un “ejército de fieles” que César ponía al servicio del Poder y él pone

incondicionalmente al servicio de la Iglesia: “los jesuitas son una respuesta al

desorden actual”, “No es una herencia del pasado. Ha nacido a la medida del

desafío de nuestro tiempo (pp. 397-398). Ambiciones de poder e instinto de

dominio bullen en su sangre bajo el control de una “virtud” que, simulaciones

aparte, sigue consistiendo, no menos que en César, en coger al vuelo la

ocasión favorable y ocultar intentos, acogiendo la sabrosa oferta de Francisco

de Borja porque “nos abre las puertas del emperador” (p. 399).

A esa misma estirpe de titanes pertenece el futuro santo, diríase

genéticamente predispuesto al mando. El mito de su glorioso antecesor le

insta a proseguir y perpetuar un proyecto familiar que en sus manos deviene

teleológico, pasando previamente por el enderezo de los “descarríos” de la

Historia. Iniciado por su catolicísima madre en el odio por todo lo que sus

antepasados representan, a él le incumbe el triste honor de iniciar un viraje

regresivo de la Historia, reconduciéndola al medievalismo que César había

vencido [54]. Preside la obstinada constancia con que persigue su objetivo el

lema invertido de César: el hombre abandona el puesto en el centro del

mundo que le había asignado Pico della Mirandola y se coloca de nuevo al

margen, asumiendo la condición de pecador que la Iglesia le impone y

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aceptando como finalidad última de su existencia, ya no construirse a sí

mismo sino “amar a Dios sobre todas las cosas en esta vida y adorarle en la

otra”, en obediencia al primer precepto del Catecismo ignaciano.

El síndrome de la obediencia ciega se apodera de la Compañía de Jesús y lo

sublima en precepto: “Debemos siempre tener, para en todo acertar, que lo

blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia hierárquica así lo

determina” (Ejercicios espirituales). “Tenemos el espíritu de obediencia y

disciplina de los militares”, afirma jactancioso Loyola ante un Francisco que

verá materialmente encima de su cabeza la aureola de la santidad futura (p.

405). Creer en Dios y sobre todo temerle, obedecer los preceptos divinos

debidamente elaborados por la Iglesia bajo el asesoramiento de la Compañía,

asegura la sumisión y obediencia de los súbditos, fundamento de la

monarquía católica hispana, de hecho siempre alejada del humanismo italiano

aun en sus momentos de mayor esplendor cultural. Lo comenta con desprecio

Leonardo da Vinci: “En Castilla llaman humanismo a lo que promueve el

cardenal Cisneros, pero Cisneros no cree en el hombre, sólo cree en Dios. Yo a

España no voy ni atado” (p. 296).

Interlocutores de ese nuevo Borja, ambicioso pero servil hasta la médula, son

ahora Carlos V y Felipe II, que marcan en el relato el tiempo progresivo de la

Historia. Montalbán aprovecha esos encuentros para ofrecer una divertida e

inclemente caricatura al límite del sarcasmo de esas “grandes” figuras de la

Historia que la historiografía oficial ha engrandecido y magnificado en su

versión hagiográfica. Desmitificación del mito en el sentido feijooniano del

término, es decir de la impostura tramada por los historiadores hegemónicos.

Atenaza a un Carlos V amarillento y gotoso una melancolía enfermiza, bien

distinta de la melancolía “pensante” de los Borja, de la que se distrae con una

pesca pueril predispuesta por sus coadyuvantes (p. 399), tratando de

ahuyentar la obsesión de la muerte y la visión de esos cuerpos devorados por

gusanos que la predicación barroca pone “teatralmente” ante los ojos de un

público amedrentado y sumiso. “Eternos rezadores del rosario” los Habsburgo,

temerosos de su propia sombra, víctimas de obsesiones persecutorias que

tratan de exorcizar persiguiendo los fantasmas que pueblan sus mentes

enfermas: a los “resentidos sociales”, a judíos y falsos conversos, a

protestantes “financiados por las cancillerías extranjeras que quieren arruinar

la presencia de España en el mundo”(p. 412). Chivos expiatorios con que

intentan camuflar las dificultades económicas del reino pese a las riquezas

que vienen de América, devoradas por acreedores y banqueros.

Todo obedece a la construcción de un Imperio concebido como diseño de la

Providencia (p. 385), que permite ejercer un poderío del que no se debe dar

razón a los súbditos sino sólo al Dios montado por las astucias de la Iglesia.

Desde lo alto de un púlpito, la voz de Alonso de Santa Cruz, ante quien se

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postran genuflexos el emperador y Francesc de Borja acompañados de sus

respectivas esposas, impreca con “gesticulación terrorífica” al Anticristo

encarnado en César Borja, hijo del maléfico humanismo pagano que los Borja

representan, celebrando al Emperador que, por fin, “ha impuesto la Palabra

verdadera del Dios Padre, del Dios Hijo, del Dios Espíritu Santo!” (p. 386). La

nueva Jerusalén que soñara Savonarola y ahora hace suya el Vaticano pone

punto final a la Historia, dando por definitivo el triunfo de una cristiandad que,

descarriada temporáneamente por un paganismo que exaltaba las

potencialidades del ser humano, ha vuelto, como hijo pródigo, al regazo de la

madre Iglesia.

15. Vázquez Montalbán califica su novela de “posthistórica”. Es de suponer

que con ello se refiere al famoso “final de la Historia” proclamado por Francis

Fukuyama en la obra que lleva este título (1992) [55], donde anunciaba el

Apocalipsis en el sentido de que el capitalismo había vencido al marxismo y a

otros modelos de resistencia que estimaba definitivamente muertos, y de que

la democracia ya se había realizado plenamente. A ello, Derrida respondía

afirmando que la herencia del marxismo no se había agotado porque

“l’héritage n’est jamais un donné, c’est toujours une tâche”: un proyecto a

llevar a cabo, un es que todavía no es, una democracia futura que debe aún

construirse con vistas a la consecución de la justicia global [56].

Por su parte, Montalbán, en La literatura en la construcción de la ciudad

democrática, denuncia el postmodernismo que se ha apoderado de “los

profesionales de la cultura neoliberales” y en general de la sociedad

postfranquista, o de la denominada Transición: “El establishment trataba de

ocultar el callejón sin salida en el que se encontraba, en el callejón de la

postmodernidad más que de la modernidad, desde la renuncia a la idea

dialéctica de que en todo fin hay un principio y se instala en el fin como si la

historia ya hubiera terminado”:

La inteligencia crítica española –prosigue una líneas más abajo– tiene que

plantearse que la auténtica creatividad cultural está paralizada porque el

problema no radica en recuperar las libertades democráticas como

instrumentos, sino en detentar los instrumentos que hacen posible esas

libertades democráticas y las convierten en agentes de cambio social, desde

la voluntad de que artes y letras contribuyan a un mejor conocimiento de los

obstáculos para la felicidad o de las causas de la infelicidad, desde el yo y

desde el nosotros [57].

Nada, creo, sería más erróneo que suponer que la novela aquí examinada se

exime de tratar “lo social y lo histórico” y no intente contribuir de algún modo

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“a un mejor conocimiento de los obstáculos para la felicidad o de las causas

de la infelicidad, desde el yo y desde el nosotros” [58]. La Historia no ha

concluido. Si la novela gira en torno a la lectura que Gramsci realiza del

Principe de Maquiavelo es porque está dirigida a la comprensión de un

presente abierto al futuro a partir del mencionado concepto gramsciano de

hegemonía: “Il gruppo sociale fondamentale [...] giunge all’esercizio

dell’egemonia (e a quello del “dominio” attraverso il potere coercitivo dello

Stato), quando, superando il piano originario dell’attività economica, si eleva a

funzioni di ordine propriamente politico” [59].

Gramsci ve en la figura de César Borja magnificado por Maquiavelo no tanto al

personaje histórico, sin dejar de serlo, cuanto la encarnación de un mito en el

sentido mítico-ideológico concebido por Georges Sorel: mito encarnado en una

persona real que sólo puede ser “un organismo; un elemento di società

complesso nel quale già abbia inizio il concretarsi di una volontà colletiva

riconosciuta e affermatasi parzialmente nell’azione”. En la conclusión del

Principe, argumenta Gramsci, “il Machiavelli stesso si fa popolo, si confonde

col popolo, non con un popolo “genericamente” inteso, ma col popolo che il

Machiavelli ha convinto con la sua trattazione precedente, di cui egli diventa e

si sente coscienza ed espressione, si sente medesimezza: pare che tutto il

lavoro “logico” non sia che un’autoriflessione del popolo” [60]. El Príncipe es

voluntad colectiva, sujeto de un devenir.

No se trata pues de oponer a la Historia el Mito, esto es, de oponer a la

realidad del presente, o si se quiere, a la Babilonia de hoy, la utopía de una

Jerusalén atemporal y eterna. La exortatio final del Principe no invoca un

Apocalipsis savonaroliano que dará acceso a la Ciudad de Dios, de la que se

apodera oportuna y oportunistamente la Iglesia para poner punto final a la

Historia. Si Montalbán ha privilegiado el Mito en detrimento de la Historia es

porque, como ha señalado Ricoeur, el mito implica un horizonte, la apertura a

mundos posibles [61]. Mito que ha mitizado ulteriormente abriendo

perspectivas sobre un futuro que afecta al ahora y que se vislumbra como

posibilidad de cambio en la historia contemporánea [62].

El mito, dice Ricoeur, está centrado en la dialéctica entre pasado y futuro:

“idea dialéctica de que en todo fin hay un principio”, añade Montalbán, a la

que la postmodernidad, empezando por las artes y las letras, ha renunciado al

instalarse “en el fin como si la historia ya hubiera terminado” [63]. Si la Italia

del Renacimiento, arguye Gramsci, no consiguió poner fin a la era feudal

inaugurando lo que llamamos el mundo moderno, ello es debido a la función

regresiva y cosmopolita de los intelectuales de la época que, salvo raras

excepciones, no supieron interpretar el impulso innovador que animaba a la

sociedad progresista de su tiempo, demostrando la debilidad congénita de la

clase dirigente burguesa. Impulso que, como hemos visto, desemboca en una

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restauración oscurantista que trunca el proceso evolutivo que los Borja

pusieron en marcha [64].

Retornan, con la reacción, la hegemonía del clero y la refeudalización de la

alta burguesía comercial. Y con ellas los medios “tradicionales” que aseguran

la pervivencia del sistema. Los que utiliza el presunto reformador de la Iglesia,

Giuliano della Rovere (Julio II) para obtener y mantener el Poder no difieren un

ápice de los “escandalosos” chantajes, sobornos y simonías de que se han

servido con cínica desenvoltura Alejandro y César. Corella, la sombra de

César, el sicario de que necesita el Príncipe, afronta con coraje, en honor a

una “fidelidad incondicional”, la perspectiva de la muerte, de la que se salva

aduciendo que “obedecía órdenes”, reciclándose como experto de crueldades

y crímenes en la corte de Florencia. Ante los “resentidos sociales” que

amenazan el orden establecido, vale siempre la idea de César de frenar su

audacia con métodos de segura eficacia: “A los nobles los arrestas y a los

bandoleros, si no son nobles, los ahorcas” (p. 395).

Dice Maquiavelo en la ficción: “En el futuro algo habrá que hacer para escapar

de ese dominio” (p. 371). No difiere ese dominio del que presentan los

tiempos modernos, ante el cual algo habría que hacer. No es pues casual que

ante el dominio que atenaza nuestras vidas [65], haya quien hoy proponga

resucitar el concepto de hegemonía de Antonio Gramsci: profesores,

intelectuales, artistas, editores, periodistas, historiadores, científicos, figuras

diversas por específico peso cultural pero unidas por un compromiso militante,

proyectan la constitución de una “hegemonía cultural” capaz de construir un

estado de opinión que someta a severa crítica la presente cultura neoliberal y

se oponga a sus prácticas y estrategias [66]. Si César encarnaba míticamente

un proceso hegemónico destinado a modificar el curso de la Historia que no

supieron interpretar y sostener los intelectuales de la época, la inteligencia

crítica hodierna podría y debería hacerse voz de la voluntad de los ciudadanos

deseosos de invertir el curso de la historia, liberándola de la tiranía impuesta

por el Poder económico y financiero, que invalida las conquistas democráticas

[67], pues, como advierte Montalbán, “el problema no radica en recuperar las

libertades democráticas como instrumentos, sino en detentar los instrumentos

que hacen posible esas libertades democráticas y las convierten en agentes

de cambio social” [68].

[Nota: Este ensayo ha sido publicado por vez primera en Studi

Ispanici, n.º 41, 2016, pp. 77-107. Deseo expresar mi gratitud al

editor Fabrizio Serra por su autorización a reproducirlo en esta

revista y a Juan-Ramón Capella por su amistoso interés en publicarlo.

La cita de M. Vázquez Montalbán que lo encabeza está tomada de su

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libro La literatura en la construcción de la ciudad democrática,

Barcelona, Crítica, Grijalbo Mondadori, 1998, p. 188.]

Notas

[1] Vicente Blasco Ibáñez, Valencia y lo valenciano, discurso pronunciado el 16 de mayo de

1921 en ocasión de su nombramiento como Director honoris causa del Centro de Cultura

Valenciana (en Obras completas, IV, Madrid, Aguilar, 1987, pp.1352–1353).

[2] Vicente Blasco Ibáñez, A los pies de Venus (Los Borgia), Valencia, Prometeo, 1926.

[3] Ibídem, p. 252.

[4] Sobre ello puede verse mi El pensamiento de Bakunin en la tetralogía social de Blasco

Ibáñez, que será publicado en el número de “Studi ispanici” de 2017, dedicado al tema “La

literatura y la cultura rusas en la literatura hispánica”.

[5] La expresión es del propio Montalbán (Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la

construcción..., cit., p. 145). La obra de Baroja se limita a ofrecer un breve recorrido de la

trayectoria histórica de los Borja en el capítulo XVIII de la primera parte, ocupándose la ficción

de César Moncada, personaje que se identifica ideológica y políticamente con César Borja (Pío

Baroja,César o nada, Madrid, Editorial Caro Raggio, 1920). Nada permite suponer que Vázquez

Montalbán se inspire en esta obra, como sostiene Santos Alonso, La novela española en el fin

de siglo, 1975-2001, Madrid, Marenostrum, 2003, pp. 284-285. En todo caso es Blasco Ibáñez

quien puede se haya inspirado en ella, tanto en la figura de Claudio Borja, ansioso de conocer

la historia de sus antepasados, como en el recorrido ficcional independiente del de la Historia.

[6] Manuel Vázquez Montalbán, O César o nada, Barcelona, Editorial Planeta, 1999; las citas

proceden de esta edición. El epígrafe proviene del mencionado capítulo XVIII de la primera

parte de la novela, pp. 170-171.

[7] En Mis mejores páginas Baroja escribe: “[l]a curiosidad por César Borgia la tenía yo desde

que visité Viana de Navarra”, lo que le llevó a concebir la idea de escribir una novela histórica

que “no salió. Desde el principio renuncié a ella. Había que averiguar un conjunto de detalles

de vestuario, de muebles, de costumbres, cosa que exigía mucho tiempo, mucho estudio, una

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larga estancia en Roma, y que, por encima de todo podía ser muy aburrida” (Pío Baroja, Mis

mejores páginas, Barcelona, Editorial Mateu, 1961, p. 268).

[8] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción..., cit., p. 153.

[9] Loreto Busquets, Historicismo y antihistoricismo en “El pianista” de Vázquez Montalbán,

en Pensamiento social y político en la literatura española. Desde el Renacimiento hasta el

siglo XX, Madrid, Editorial Verbum, 2014, pp. 365–369.

[10] El lapsus voluntario que el narrador incluye en su relato confundiendo en pocas líneas

laúd y guitarra (p. 258) pone en evidencia la imprecisión inherente a toda transcripción de la

realidad.

[11] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción..., cit., p. 147.

[12] Me permito la licencia de crear este adjetivo a partir del étimo prospectus, ‘vista’, del

que deriva el italiano prospettico, ‘de la perspectiva o que utiliza la perspectiva’.

[13] Don Cuppit, Life Lines, Londres, SCM Press, 1986, p. 223.

[14] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción ..., cit., pp. 164 y 170.

[15] Pierre Barbéris, Le Prince et le marchand. Idéologiques: la litterature, l’histoire, París,

Fayard, 1980.

[16] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción..., cit., p. 155.

[17] Manuel Vázquez Montalbán, Crónica sentimental de la transición, Barcelona, Mondadori

Debolsillo, 2005, p. 159.

[18] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción..., cit., p. 102.

[19] Paul Ricoeur, A Ricoeur Reader: Reflection and Imagination, ed. de M.J. Valdés, Nueva

York/Londres, Harvester/Wheatsheaf, 1991, p. 490.

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[20] Antonio Gramsci, Note sul Machiavelli, sulla politica e sullo Stato moderno, Turín,

Einaudi, 1966, p. 3.

[21] Don Cuppit, op. cit., p. 223.

[22] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción ..., cit., p. 154.

[23] Ibídem, p. 178 y passim. Al “miedo a un interactivismo bastardo con códigos e

imaginerías no esencialmente literarias” manifestado por Northorp Fry y George Steiner,

Vázquez Montalbán opone la convicción de que “no sólo su antigua hegemonía [de la

literatura] ha sido destruida por otros medios de representación, expresión y comunicación”,

sino que “esos medios han influido muy poderosamente en los códigos de lectura del

receptor” (pp. 177 y 172).

[24] Por ejemplo con: “Ahora es César quien le replica” (p. 91), sin utilizar nunca los dos

puntos tradicionales, o bien añadiendo a posteriori “Lo ha dicho Maquiavelo y el peregrino

finge sorpresa” (p. 102), o “Finalmente habla”, seguido excepcionalmente de los dos puntos,

como dando a la intervención de Maquiavelo el realce de una sentencia que asume carácter

premonitorio (p. 105).

[25] Ni arcaizantes tratamientos de vos ni señorías, sino más bien un lenguaje

deliberadamente anticortesano. La comparación con la serie televisiva Isabel

(directores-realizadores: Jordi Frades, Oriol Ferrer, Max Lemcke, José María Caro, 13 episodios,

2012), cuya acción se desarrolla en el mismo periodo histórico, resulta de utilidad para

constatar diferencias y también recursos cinematográficos que Montalbán introduce en su

obra.

[26] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción..., cit., p. 178. Partiendo de

la tesis de Goethe según la cual la obra de arte o literaria es el resultado de la acción de dos

sujetos, escritor y receptor, Montalbán considera que la literatura no puede ignorar la

condición cultural del lector actual, “bombardeado de imágenes mediáticas”, debiendo pues

adaptarse a esos “diferentes mecanismos de lectura” interrelacionándose con otros sistemas

de comunicación, especialmente el cine (ibídem, pp. 176-178).

[27] Por contemporáneo entiendo a partir del Impresionismo, el cual, inspirándose en la

pintura japonesa, asume la bidimensionalidad como rasgo proprio que transmite al arte

sucesivo.

[28] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción..., cit., p. 136.

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[29] La escultura de bulto redondo es también una conquista del arte renacentista que

comporta el abandono de la colocación frontal y estática del observador y la posibilidad de

contemplarla en distintas vedute girando en torno a ella.

[30] Niccolò Machiavelli, Il principe, Turín, Giulio Einaudi Editore, 1961, 8ª ed., p. 54. Confirma

un historiador: “Sono realmente questi Borgia l’espressione di un’abilità che non può venir

non rilevata, anche perché prodottasi in uno dei momenti della storia in cui le fortune di

famiglie isolate, anche se potenti, sono rarissime, in pieno sviluppo com’è il trionfo di poteri

centrali, creatisi attraverso il lento ma sicuro sviluppo delle varie nazioni europee” (Marcello

Vannucci, Il Machiavelli presso Cesare Borgia, Florencia, Edizione dell’Istituto professionale

Leonardo da Vinci, 1968-69, p. 47).

[31] “De hecho, los Borgia no son otra cosa que una familia mafiosa que sobrevive entre

otras familias mafiosas”, afirma Montalbán en una entrevista (Xavier Moret , “Me cuesta más

escribir las novelas de Carvalho que las consideradas serias”, Barcelona, “El País”, 26 de

mayo de 1998).

[32] Niccolò Machiavelli, op. cit., pp. 39-40.

[33] Ibídem, p. 125.

[34] Es divertido el comentario del verdugo a la meticulosa observación de Maquiavelo:

“—Espléndida ejecución, maestro… – ¿Lo ha notado?”, y luego: “¡Buen observador!” (p. 205).

[35] Niccolò Machiavelli, op. cit., p. 27.

[36] También Baroja menciona ese episodio en el capítulo XI de la segunda parte de su

novela, cuando César Moncada hace con el ministro de Hacienda, “que se cree más listo de lo

que en realidad es”, “lo que hizo él [César] en Sinigaglia” (Pío Baroja, César o nada, cit., pp.

289, 298).

[37] Niccolò Machiavelli, op. cit., p. 34.

[38] Ibídem, p. 7.

[39] Ibídem, pp. 35-36.

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[40] Ibídem, p. 56.

[41] Francesco De Sanctis, Storia della letteratura italiana, I, Turín, Einaudi, 1958, p. 397.

[42] Antonio Gramsci, Il Risorgimento, Turín, Einaudi 1955, 7ª ed., p. 21.

[43] Antonio Gramsci, Note sul Machiavelli…, cit., p. 10.

[44] Al comentar la obra que nos ocupa, García-Posada recuerda que “[e]l fascismo español

vería en la obra [de Baroja, César o nada] un anuncio de la revolución fascista y en César una

anticipación del caudillaje de los años treinta, interpretación ésta no del todo descaminada”

(Miguel García-Posada, Los príncipes modernos, “El País”, Babelia, 6 de junio de 1998).

[45] Niccolò Machiavelli , op. cit., p. 40.

[46] Antonio Gramsci, Note sul Machiavelli…, cit., p. 7.

[47] Niccolò Machiavelli , op. cit., p. 40.

[48] Ibídem, p. 38.

[49] “E lui mi disse, ne’ dí che fu creato Iulio secondo, che aveva pensato a ciò che potessi

nascere morendo el padre, et a tutto aveva trovato remedio, eccetto che non pensò mai, in su

la sua morte, di stare ancora lui per morire” (ibídem, p. 39).

[50] Alejandro VI, “di tutt’i pontefici che sono stati mai, monstrò quanto uno papa, e con il

danaio e con le forze, si poteva prevalere, e fece, con lo instrumento del duca Valentino e con

la occasione della passata de’ Franzesi, tutte quelle cose che io discorsi di sopra.[…] ciò che

fece tornò a grandezza della Chiesia; la quale dopo la sua morte, spento il duca, fu erede delle

sue fatiche” (ibídem, p. 56).

[51] A los pies de Venus da como hecho histórico la condición del cuerpo de Alejandro al poco

de su fallecimiento: “grande y obeso de cuerpo, su cadáver se hinchaba inmediatamente

descomponiéndose. Su cara, negra y tumefacta, resultó a las pocas horas inconocible”; “tan

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voluminoso era al fin, que resultaba difícil acoplarlo en el ataúd é imposible cerrar la tapa de

éste” (Vicente Blasco Ibáñez, A los pies de Venus, cit., pp. 305 y 308).

[52] Gramsci rechaza la vulgata que hace de Savonarola “hombre del Medioevo” porque no

tiene debidamente en cuenta su lucha contra el poder eclesiástico, pues su renovatio

religiosa, moral y política no se basa en la ideología teocrática medieval tout court sino en

una clara conciencia de la realidad histórica (Antonio Gramsci, Il Risorgimento, cit., p. 35). La

novela confirma esta tesis en boca de Maquiavelo: “El discurso de Savonarola era destructivo

del sistema, del orden” (p. 341).

[53] La expresión es del propio Montalbán (Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la

construcción..., cit., p. 149).

[54] Gramsci considera que el Renacimiento en Italia tiene un carácter regresivo, al contrario

del resto de Europa, donde ha dado lugar a un movimiento histórico progresista: “nel resto

d’Europa il movimento culminò negli Stati nazionali e poi nell’espansione mondiale della

Spagna, della Francia, dell’Inghilterra, del Portogallo” (Antonio Gramsci, Il Risorgimento, cit.,

p. 13).

[55] Francis Fukuyama, The End of History and the Last Man, Nueva York, The Free Press,

1992.

[56] Jacques Derrida, Spectres de Marx, París, Éditions Galilée, 1993, pp. 94 y ss.

[57] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción..., cit., pp. 102, 103.

[58] “A pesar de mi pulsión porque mi propia escritura intervenga social, históricamente,

algún crítico [...]”. En los años sesenta, señala el autor, se detectaba ya “el papel relativizado

que la literatura tenía como elemento de creación de conciencia e ideología, liberada así de

una cierta responsabilidad histórica como instrumento de transformación” (ibídem, pp. 139 y

129).

[59] Giorgio Nardone, Il pensiero di Gramsci, Bari, De Donato, 1971, p. 251.

[60] Antonio Gramsci, Note sul Machiavelli…, cit., p. 5 y 4.

[61] Paul Ricoeur, op. cit., p. 490.

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[62] “descubro que he escrito siempre en esa disyuntiva, convocado por las voces de sirena

de la memoria personal y coral de los perdedores de la guerra civil y abierto a la esperanza

del futuro, de la transformación social” (Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la

construcción..., cit., p. 130).

[63] Ibídem, p. 102.

[64] Afirma el autor: “Ellos estuvieron a la cabeza espiritual de su tiempo, quisieron avanzar

hacia la modernidad; pero la historia enseña que todos los intentos por avanzar han sufrido

siempre la oposición conservadora” (en Salvador Enguix, Vázquez Montalbán reivindica el

papel de los Borja, “La Vanguardia”, 19 de mayo de 1998).

[65] «En Italia, las ciudades Estado disputaban el poder frente a las nuevas monarquías de la

nación Estado. Hoy asistimos al final del papel de la nación Estado. La época, por tanto, tiene

cierto paralelismo con la actual y la sensación de que la gente está desprotegida, entregada a

las leyes del mercado, fortalece el papel de tribu, de mafia» (en Xavier Moret, loc. cit.).

[66] Piero Bevilacqua, Un’officina per l’egemonia culturale, “il manifesto”, 28 de enero de

2016, p. 15.

[67] "Esta es una novela de vencedores y vencidos", sostiene Vázquez Montalban (en

Salvador Enguix, loc. cit.)

[68] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción..., cit., p. 103.

30/10/2016

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El extremista discreto

El Lobo Feroz

Actualidades actuales

En funciones

Este Lobo no acaba de entender la prisa con que periodistas, contertulios,

tertulianos, diarios, locutores de radio y demás parque jurásico han querido

acabar con el gobierno en funciones. "¡Necesitamos un gobierno de verdad!

—gritaban como monaguillos de Susana Díaz—. ¡Hay que acabar con esto!". Y,

sin embargo, la vida política es a mi juicio menos agria con un gobierno en

funciones, con un gobierno que no puede hacer demasiadas cosas, que no

puede introducir más recortes salariales y en las pensiones, que no puede

hacer guarradas con las leyes de procedimiento penal o administrativo, etc.

Un gobierno en funciones se parece un poco a un gobierno en minoría; incluso

si se trata de un gobierno en funciones como el de Rajoy, que arrogantemente

se ha negado a dar explicaciones en el parlamento acerca de las decisiones

que ha tomado, algunas de las cuales rozan la ilegalidad si no están instaladas

en ella.

Con el gobierno en funciones hemos comprobado la verdad de que el mejor

gobierno (de la derecha, claro es) es el que gobierna menos. Hemos de exigir

de los gobiernos que nos dejen en paz. Que no se dediquen, como parece ser

su oficio desde hace años, a amargarnos la vida.

Estabilidad

«Rajoy presenta al PP como el partido de la "estabilidad" y la "seguridad" tras

la crisis del PSOE»

Es ciertamente estable, pues siempre hay alguno robando; puedes tener esa

seguridad.

Abucheo a González

Con El País a la cabeza, toda la prensa escrita se ha pronunciado en contra del

abucheo a Felipe González en la Universidad Autónoma de Madrid.

Sin embargo los estudiantes defendían un viejo principio: en la universidad no

puede hablar cualquiera: hay que estar invitado por la universidad real, o ser

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estudiante, o ser profesor. No vale que te inviten cuatro derechistas. De otro

modo los charlatanes invadirían la universidad.

Por lo demás, a González habría que abuchearle en todas partes. Ya tiene él

guaridas donde reponerse en los salones de la derechona. En el diario de

Cebrián puede decir lo que le pasa por la cabeza. Para él, ir a la universidad

era como ponerse un abrigo guapo: una cuestión de imagen.

Los ingenuos creen que se limitó la libertad de expresión de González, cuando

en cierto modo, según se mire, los estudiantes abucheadores hasta le hicieron

un favor.

Cebrián

Otro que tal baila, desde que entró en Pueblo de subdirector o redactor jefe,

que lo mismo daba. Era el hijo de su papá, importante dirigente de la prensa

del Movimiento, en la que el joven hizo su casi innecesario meritoriaje: el

oficio le viene de casta.

La pregunta del millón

En las próximas elecciones, sean cuando sean, ¿cuántos votos tendrá que

obtener IU/Podemos para conseguir un diputado? Y ¿cuántos votos necesitará

para lo mismo el PP?

Contra las bases

Las bases del Psoe y sus dirigentes son, por voluntad de estos últimos, como

el agua y el aceite: no se pueden juntar. El rechazo a las bases, la negativa a

recurrir a la opinión de los militantes, la decisión de impedir que se puedan

expresar en su institución, es casi lo más llamativo de la crisis que

experimenta el Psoe. Son un curiosum político estos demócratas

antidemocráticos que lo gobiernan ahora. Y se escribe casi lo más llamativo

porque todavía es peor que el Psoe siga sosteniendo una política económica

neoliberal.

Las bases, claro está, no parecen comprender que si hubiera nuevas

elecciones ahora el descalabro del Psoe sería mayúsculo. Un descalabro

creado por los dirigentes derechistas del Psoe, como tiene que ser: antes que

el territorio hay que preservar la parcela, la parcelita de poder.

Maduro

Los jóvenes aprendices de brujo que le bailaron el agua a Maduro están muy

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calladitos ahora. Maduro, que desde luego no es Chavez, fía su salvación en el

incremento de los precios del petróleo; cada vez está más que maduro pero

no acaba de caer. Triste sino el de Venezuela, con el gobierno que tiene y con

la oposición que tiene, con la derecha que tiene y con la corrupción que tiene.

Más le valdría no tener.

Estatuas de Barcelona

Irreflexivos jóvenes al parecer nacionalistas acabaron cargándose la

decapitada estatua ecuestre del invicto caudillo que el ayuntamiento

barcelonés había expuesto —en todos los sentidos de la palabra— en el

malhadado entorno del Born. En cierto modo lo ocurrido ha sido una lástima:

el caballo era de Viladomat, un buen escultor, y con el tiempo y con otra

cabeza hubiera podido servir para homenajear, por ejemplo, a Macià. Por eso

va lo de irreflexivos.

Mientras tanto el consistorio barcelonés no se ha decidido a retirar la

estatua-homenaje al Negrero de la plaza Antonio López, como su mismo

nombre indica, y por otra parte sigue incólume en la Via Laietana barcelonesa

el busto del prócer Francesc Cambó, quien no sólo financió —entre otras cosas

menos sanctas— las ediciones de los clásicos de la Fundació Bernat Metge

sino también la compra de los llamémosles artefactos que la aviación italiana

lanzó sobre Barcelona durante la guerra civil. Conste que el Lobo que suscribe

no quiere dar ideas: las cosas se han de hacer con orden, institucionalmente.

Es mucho mejor.

25/10/2016

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La Biblioteca de Babel

Manuel Casal Lodeiro

La izquierda ante el colapso de la civilización industrial

Apuntes para un debate urgente

La Oveja Roja, Madrid, 2016, 362 pags.

Un libro que toda la izquierda debería leer y discutir

2015 y 2016 han sido, qué duda cabe, dos años

trepidantes durante los cuales se ha jugado en España una partida política de

gran trascendencia histórica. La izquierda sociopolítica ha avanzado

posiciones pero, por lo que parece, el ciclo electoral se cierra con una victoria

pírrica de la derecha social y política. Pírrica porque lo que viene ahora es un

nuevo período de ajustes presupuestarios que no harán más que ensanchar el

empobrecimiento masivo y, por tanto, la deslegitimación social del régimen

del 78. La monarquía parlamentaria surgida de la reforma del franquismo se

está quedando sin flotadores políticos. Su futuro inmediato está ligado, ahora,

al del nuevo gobierno del Partido Popular, tras los harakiri sucesivos de CiU,

Ciudadanos y PSOE.

Pero el Partido Popular es una maquinaria política carcomida hasta los huesos

por la corrupción que, además, no dispone, a diferencia de la legislatura

anterior, de mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados. Con esos

mimbres hay que recortar 5.500 millones de euros del presupuesto público

según las órdenes impartidas por la Comisión Europea, a la cual le trae sin

cuidado lo que los ciudadanos españoles hayan votado o dejado de votar. El

próximo ciclo electoral, que se puede abrir más temprano que tarde, será la

hora de la verdad para la izquierda no sometida a los dictados del poder

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financiero. Incluso puede llegar a gobernar, pero ¿para hacer exactamente

qué? ¿Enfrentarse abiertamente a la troika comunitaria? ¿Políticas

neokeynesianas para estimular el crecimiento económico? Si no tiene claro lo

que quiere y puede hacer, su momento pasará y lo que venga después puede

ser, no la crisis terminal del mal llamado Estado del Bienestar, sino la crisis del

Estado a secas.

Para saber racionalmente lo que se quiere y se puede hacer se necesita

disponer de un buen diagnóstico de la situación, de un buen mapa de lo que

ha ocurrido y de lo que puede ocurrir en el futuro inmediato. El mundo oficial

español, al igual que Unidos Podemos y los independentistas catalanes,

actúan como si la crisis que dio comienzo en 2007-2008 fuera una crisis más

de las diversas crisis periódicas del capitalismo. En consecuencia, sólo hace

falta esperar a que escampe la tormenta. Todo volverá a su cauce en cuanto

se recupere la inversión y la maquinaria económica vuelva a funcionar a todo

trapo. ¿Y si ese fuera un diagnóstico equivocado? ¿Y si esta fuera una crisis

que, como ha dicho y repetido hasta la saciedad Antonio Turiel, no terminará

nunca? ¿Y si todo lo ocurrido desde 2007-2008 no fuera más que el inicio del

colapso de las sociedades occidentales? ¿Qué deberían proponer entonces los

partidarios de la supervivencia y la emancipación?

Manuel Casal Lodeiro, con gran humildad, afirma haber escrito un libro de

divulgación. Y puede que lo sea, pero en todo caso es exactamente el libro

que algunos estábamos esperando desde que estalló la crisis en 2007-2008.

La AIE (Agencia Internacional de la Energía) reconoció en su informe de 2010

que en 2006 el mundo ya había llegado al peak oil o techo de producción del

llamado petróleo "fácil o convencional", que es el 80% del petróleo que

consume el mundo. Si eso es así, entonces está claro que el declive de su

producción va a comportar el colapso de las sociedades industriales, porque

como dijo dos años antes del 11-S el vicepresidente de los EE.UU con Bush

II, Richard Cheney: "El petróleo es la base y fundamento sobre el que se

asienta todo el edificio de la economía mundial". En el mejor de los casos, el

colapso de las sociedades industriales dará paso a una sociedad con un gasto

energético muy inferior al actual, porque las sociedades consumistas y

despilfarradoras no tienen alternativa energética, y las energías renovables

sólo pueden sostener a una sociedad muy diferente de la actual. Por eso es

tan importante leer y debatir el muy oportuno libro de Manuel Casal.

José Luis Gordillo

26/10/2016

Isabel Benítez y Homera Rosetti

Panrico. La vaga més llarga

Edicions del 1979, Barcelona, 2016

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Reproducimos a continuación el prólogo del libro Panrico. La vaga més llarga,

editado recientemente en catalán y que esperamos que en breve se publique

en castellano.

* * *

Ja no ens alimenten molles, / ja volem el pa sencer. / Vostra raó es va desfent, / la nostra força

creixent.

Ovidi Montllor, “Tot explota pel cap o per la pota”

Entre el inicio de la lucha de Laforsa y el final de los

efectos de la lucha de Panrico pasan cuarenta años. La primera se sitúa en el

momento de máxima expresión de la lucha obrera; la segunda en la

finalización de una etapa de reflujo. La primera, en el inicio del fin del

franquismo; la segunda, en la ruptura con el bipartidismo clásico. La primera,

en el momento de máximas conquista de derechos laborales y la segunda,

acabadas de aprobar las más duras contrarreformas laborales. La primera, la

protagoniza una clase obrera homogénea; la segunda, una clase obrera

atomizada. Estas son las grandes diferencias entre las dos huelgas más largas

de la historia del país en toda una empresa y en un centro de trabajo.

Aunque el contexto político, social y sindical eran bastante diferentes hace

cuarenta años podemos encontrar más coincidencias de las que

imaginaríamos: “O todos o ninguno”, es decir, una visión clara de no sacrificar

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a nadie para ver si puede continuar el resto, sino que todos luchamos cuando

ataquen a uno; respuesta contundente a través de la huelga indefinida; acción

combinada entre la representación legal (unitaria) y el método asambleario;

red de apoyo externa con la izquierda combativa; cajas de resistencia;

agitación y propaganda más allá de los centros de trabajo. En definitiva,

utilización de los métodos clásicos del movimiento obrero en los conflictos

laborales. Es fundamental analizar algunas de las cuestiones que determinan

el diferente contexto entre ambas luchas. Esencialmente, podríamos hablar de

conciencia política, conciencia de clase y composición de la clase trabajadora.

Difícilmente se puede encontrar otro momento en la historia del país con la

clase trabajadora tan politizada como en 1975, cuando se tenía la visión de

que la acción política podía cambiar la realidad material. En la actualidad

vivimos en uno de esos momentos extraños de la historia en la que “la crisis

se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de

nacer”, que decía Bertolt Brecht; sin querer que se convierta conclusión

gramsciana: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en estos

claroscuros surgen los monstruos”. Si bien existe una gran radicalización en

algunos sectores de la sociedad (fundamentalmente entre la pequeña

burguesía y la juventud), la situación de la clase trabajadora es más compleja.

Se ha producido un giro a la izquierda que ha roto con una hegemonía de la

socialdemocracia durante más de treinta años, pero esto no ha significado

una participación masiva del conjunto de la clase trabajadora. Seguramente

en la conciencia y opción política se impone aún querer volver al modelo

económico y social de las últimas décadas y no romper con el régimen y el

proceso político que lo generó.

De hecho, esta visión sobre la posibilidad de volver a la realidad del

posfranquismo y el felipismo está alimentada en buena medida por una falta

de identificación de clase. Más allá de su efecto, deberíamos identificar las

causas de este desarraigo clasista: el ascensor vivido por toda una

generación, que si bien no supone en general cambiar de clase, sí se

transforma en una mejora de las condiciones materiales de vida nunca

conocidas antes. Asimismo, debemos tener en cuenta también la renuncia de

buena parte de la izquierda histórica y de las direcciones de los sindicatos

mayoritarios. No favorece la conciencia de clase que desde las organizaciones

progresistas se contribuya a la confusión usando términos alternativos a

“clase trabajadora”, tales como “precariado”, “clase media empobrecida”,

“extrarradio”, “ciudadanos”... Es muy fácil de entenderlo: una ciudad como

Cornellà no es una ciudad dormitorio sino una población obrera; un operario

de artes gráficas no es “precariado” sino proletariado; quien trabaja cosiendo

en casa para grandes multinacionales del textil es autoexplotada, no

emprendedora. Somos clase trabajadora.

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Evidentemente, la atomización actual de la clase trabajadora dificulta su

participación en las movilizaciones. Trabajadores y trabajadoras convertidos

en autopatronos como falsos autónomos, contratos administrativos, falsos

becarios, trabajadores y trabajadoras inmigrantes excluidos del permiso de

trabajo, interinos, temporales... Y todo esto en una realidad en la que el

contrato temporal es hegemónico y la contratación indefinida no genera

ninguna seguridad fruto de la existencia del despido libre y de bajo coste. Las

limitaciones actuales a la hora de luchar tienen su origen también (y en gran

medida) en la renuncia de algunas direcciones sindicales. De esto sobre todo

habla este libro: de la clase trabajadora, de sus métodos de lucha, de las

renuncias de las direcciones de los sindicatos mayoritarios.

Para entender por qué las páginas siguientes hablan de luchas combativas y

renuncias sindicales desde una perspectiva de clase, hay que analizar sus

autoras, Isabel Benítez y Homera Rosetti. Ambas mujeres proceden del

periodismo. De lo que hace de su profesión compromiso político, de lo que

hace acción política con el periodismo comprometido. Ambas hace años que

dan apoyo activo a buena parte de las grandes luchas laborales de este país.

Es difícil no encontrarlas en las manifestaciones o grupos de apoyo de los

sectores más combativos del sindicalismo. En este libro también expresan en

buena medida sus modos de hacer: compromiso revolucionario, el rigor en el

análisis, la falta de sectarismo, la visión materialista y el posicionamiento de

clase. No sé porqué tengo la sensación de que no será la última obra que

escribirán juntas. Su humildad y su sinceridad lleva las autoras a definir el

texto como “una historia parcial, apasionada y contada desde abajo”. Le

tenemos que agradecer, tanto a las autoras como la editorial, el interés de

hablar de la clase trabajadora de una manera protagónica en un momento en

que la ideología dominante la sitúa en una posición subalterna, como un

sujeto bufonesco o en un imaginario estereotipado por el consumo y la cultura

de masas.

La obra comienza con una contextualización del conflicto en el momento

económico y social y un análisis profundo de la realidad de los sindicatos

mayoritarios. Nos cuentan como la dirección de la empresa se adapta a

regímenes políticos y tendencias económicas: del colaboracionismo con el

franquismo a dar cabida a un hermano de Artur Mas, pasando por la falsa

modernidad del felipismo; del desarrollismo franquista en la economía

especulativa del siglo XXI. El texto no se construye únicamente de una

manera lineal o a partir de la construcción del antagonismo, sino que se

transforma en una hoja de ruta sobre los métodos tradicionales del

movimiento obrero en las grandes luchas: sindicalismo combativo como

chispa, huelga general, asamblea, traición de la burocracia, caja de

resistencia, autoorganización, extensión del conflicto..., y sobre todo el Comité

de Apoyo. Su existencia suple en buena parte la pérdida de tradiciones en el

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movimiento obrero con el hilo rojo de las luchas que nunca perdieron las

organizaciones políticas revolucionarias.

La jurisdicción social aparece casi siempre en el conflicto laboral. A veces es

utilizada para evitarlo; en otros es la última barricada de lucha. Hay que

entender que la legislación laboral es la expresión de la correlación de fuerzas

de cada momento cosificado como ley. Las grandes conquistas normativas no

son un regalo del Parlamento ni están relacionadas con el crecimiento

económico; son, normalmente, expresión de cómo las luchas y movilizaciones

determinan la letra de lo que luego las instituciones burguesas concretarán en

forma de ley. En nuestro país, la huelga de la Canadiense o las grandes

movilizaciones de los años setenta determinaron las más importantes

conquistas laborales. En cuanto a los tribunales, hacen un ejercicio

interpretativo de la ley, ahora bien, debemos tener claro que en los grandes

conflictos laborales las sentencias las hacen magistrados y magistradas pero

su ejecución se hará efectiva gracias a la lucha y conciencia de los que

luchan. El mejor ejemplo de esto último puede ser el conflicto de Coca-Cola en

Fuenlabrada: rápidamente se puede encontrar la diferencia que hay entre una

lucha en que las direcciones sindicales no se oponen a la voluntad de los

trabajadores y otra en que hacen de tapón.

La dirección que toma el movimiento sindical es la cuestión fundamental a la

hora de conseguir derrotas y victorias en las luchas laborales. En este libro se

hace un relato comparativo de luchas en que la dirección se ve obligada a

luchar (en el que tiene poco margen para frenar movilizaciones), en la que se

opone pero no lo consigue totalmente y en la que actúa directamente contra

los trabajadores que quieren luchar. La última es la realidad actual de la

dirección de los sindicatos mayoritarios. El sindicalismo de la concertación ha

jugado un papel determinado en las últimas dos décadas, en el que el eje de

la negociación ha sido desregular a cambio de ligeros incrementos

retributivos. Esto ha funcionado parcialmente coincidiendo con una etapa de

crecimiento económico y, en general, bajos niveles de desempleo. La actual

etapa se caracteriza por altos niveles de desempleo y precarización. Mientras

que el Estado y la patronal han roto el Pacto Social, las direcciones sindicales

mayoritarias mantienen un inútil compromiso de concertación. No tiene

sentido cumplir un pacto cuando la otra parte la ha roto.

Más allá del papel de renuncia de las direcciones de los sindicatos

mayoritarios, también hay que analizar porqué puede haber derrotas cuando

tenemos direcciones combativas. Correlación de fuerzas y construcción de un

bloque que vaya más allá de los trabajadores directamente afectados es una

cuestión de mínimos. En el otro extremo resulta también necesario combatir

la argumentación que la lucha no sirve, ya que es falsa y miedosa. No luchar

es una derrota por sí misma, por lo que la movilización consciente y

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participativa es la única alternativa que tiene el movimiento obrero.

En muchas ocasiones la literatura sobre las luchas del movimiento sindical

muestra sus protagonistas como robots más que como personas de carne y

hueso. No es el caso de este trabajo: las autoras nos muestran una gran

huelga que se vive con mucha intensidad emocional y humana y en la que

encontramos personas valientes que sufren, gozan, tienen miedo y son

superadas por la incertidumbre.

Se cumple casualmente el veinte aniversario de la huelga de los estibadores

de Liverpool: salieron a defender a sus compañeros, no dejaron la huelga y

siguieron en el piquete. Recibieron la solidaridad internacional, que no fue

suficiente, sin embargo, ante la actitud de las direcciones sindicales de fuera

del puerto que los dejaron solos. Aquello fue una derrota, una gran derrota,

pero que ha sido fundamento de muchas pequeñas victorias que llegan hasta

hoy: un sindicato mundial, un local social en Liverpool y la eterna dignidad de

quien protagonizó la lucha. Ni en la huelga de Liverpool ni en la de Panrico se

quiso renunciar a nada y se recibió el apoyo y el acompañamiento de quien

defiende nuestros intereses de clase. El conflicto surge cuando los ricos nos

quieren quitar el pan. Y el mismo año de la lucha de Liverpool murió Ovidi,

aquel que nos cantó en “Tot explota pel cap o per la pota” que “ja no ens

alimenten molles, ja volem el pa sencer” (“ya no nos alimentan migajas,

queremos el pan entero”). Esta es la resistencia ideológica de aquellos y

aquellas que, sin renuncias, han mantenido viva la llama del internacionalismo

y la lucha de clases. De las cenizas siempre se puede esperar una chispa y

será en las pequeñas hogueras donde quemaremos el egoísmo, el

individualismo, la competencia y la explotación... y construiremos un mundo

nuevo donde los hombres y las mujeres sean los únicos dueños de sus

destinos.

Cornellà de Llobregat, septiembre de 2015

Vidal Aragonés

31/10/2016

Javier Pérez Andújar

Diccionario enciclopédico de la vieja escuela

Tusquets, Barcelona, 2016, 477 pags.

Álbum de cultura popular

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“Si las cuatro provincias de Cataluña fueran los Beatles,

Barcelona sería Paul McCartney, pero tocando con la derecha”.

Es Pérez Andújar un gran retratista del contraste entre la Barcelona céntrica

del diseño y el escaparate y la periférica que echa sus raíces en la gran

emigración de posguerra. En este mundo subalterno fue donde se crió (ver su

magnífica Paseos con mi madre) y donde desarrolló una infancia realmente

feliz (en el sentido de una infancia propia). Y desde ahí nos muestra cómo la

conformación de la identidad está en las cosas, en el trabajo, en la calle, en

los barrios, es decir, en aquello que ha sido negado por un modelo de

desarrollo urbano especulativo y orientado descaradamente hacia el turismo.

Esto —y el escribir en lengua castellana— explica que estemos ante un autor

incómodo para la burguesía y para el nacionalismo locales (como se ha visto

con el intento de boicot a su pregón para las pasadas fiestas patronales de la

ciudad y reproducido en el anterior número de mientastanto.org).

Pérez Andújar nos ofrece aquí un álbum de textos breves (unos publicados en

la prensa o en blogs, otros inéditos) pensado como un bonito juego de

referencias cruzadas con el lector y presentado en el formato de libro más

común en todas las casas (el diccionario enciclopédico), también en las de las

familias menos acomodadas. Es eso coherente con la crítica del libro al

clasismo, empezando por el de los muñidores de un modo elitista de definir lo

que queda dentro y lo que queda fuera de la “cultura”. El autor nos recuerda

que ni siquiera penetró en la literatura de la mano de los grandes del género,

sino a través del tebeo y la novela ilustrada popular, es decir, en un terreno

entre lo popular y lo pop. Y es esta subcultura la que reivindica y tiene más

entrada en las voces de este diccionario (al lado de otras dedicadas al cine o

la música), y no la de la alta cultura que Pérez Andújar conocería

posteriormente en la universidad central de la ciudad que cuenta. Pues, con

todos sus problemas (el tebeo o el cine y la música de masas forman ya parte

de una industria moldeadora de arquetipos sociales), ha tenido una influencia

notable en la educación sentimental y moral de las clases trabajadoras de la

generación llegada a adulta en los años ochenta.

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Antonio Giménez Merino

23/10/2016

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En la pantalla

André Téchiné

Cuando tienes 17 años

Francia, 114’, 2016

Para quien firma esta reseña resulta cada vez más peliagudo recomendar

películas que echan en los cines, habida cuenta de la miseria en la afluencia

que se registra en las salas pequeñas o con cabida aún para el cine con

mayúsculas. El pase dominical nocturno de Cuando tienes 17 años (tan sólo

dos días después de su estreno) que toma como referencia el cronista no

registró más espectadores que él mismo...

Y a pesar de la posibilidad de que desaparezca de la cartelera en días, hay

que dejar constancia de la última película del autor de En la boca, no y Los

juncos salvajes, es decir del Téchiné que tan bien sabe tratar el universo de la

adolescencia como territorio de conflictos y de conformación de la identidad

personal. Para ello, cuenta en esta ocasión con la colaboración en el guión de

la directora Céline Sciamma (Water Lilies, Tomboy, Girlhood), especializada en

la conformación de la identidad sexual en la adolescencia. Diferencias de

clase, raza y cultura se funden en este cuadro donde todos los personajes

(hijos y padres) están atravesados por miedos profundos que, de una u otra

manera, tienen su expresión en formas de violencia. Una estupenda metáfora

de la Francia actual.

Antonio Giménez Merino

24/10/2016

Una misionera explica la realidad de la guerra en Siria

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La hermana María Guadalupe Rodrigo nos cuenta su vivencia personal

durante los primeros años de la guerra en Siria. Grabada en diciembre de

2015, en esta charla nos relata de forma sincera, crítica y directa cómo se

gestó la guerra y el papel jugado por los medios de comunicación

occidentales.

31/10/2016

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Foro de webs

No al TTIP

http://www.noalttip.org

La web de la campaña estatal #NoalTTIP resulta especialmente útil para la

puesta en común de la información relacionada con el Tratado de Comercio e

Inversiones entre la UE y EE.UU. que se lleva negociando de espaldas a la

ciudadanía desde 2013, así como otros tratados como el CETA

(Comprehensive Economic and Trade Agreement) y el TISA (Trade In Services

Agreement) orientados a profundizar el socavamiento la soberanía de los

pueblos en materia democrática, alimentaria, energética, o medioambiental.

Por tanto, la campaña estatal #NoalTTIP actúa también para detener estos

tratados. Forma parte de la campaña europea, junto con organizaciones del

resto de países de la UE, y la campaña transatlántica, junto con

organizaciones de EEUU y Canadá, que comparten el mismo objetivo.

El lector encontrará en esta web documentos de acceso abierto explicativos

del contenido y alcance de los tratados e información útil sobre las actividades

que se van desplegando a nivel local, estatal y global.

Complementariamente, resulta muy recomendable la visita de la web del

grupo de investigadores y activistas del Corporate Europe Observatory donde

se recoge una amplia información en torno a los intereses en juego en la

negociación de estos tratados, así como su impacto sobre la población y el

medioambiente.

A.G.M.

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22/10/2016

TTIP leaks - Greenpeace

http://ttip-leaks.org

Página web de Greenpeace en la que pueden consultarse todos los

documentos filtrados por esta organización relativos al TTIP. Debido al enorme

secretismo con el que este tratado se está llevando a cabo, estos documentos

resultan de gran utilidad para poder analizar no sólo qué se esta negociando,

sino qué posibles efectos tendría el tratado para la ciudadanía de Europa y

Estados Unidos.

Además de los documentos filtrados, que pueden encontrarse catalogados en

función de los ámbitos a los que hacen referencia (agricultura, propiedad

intelectual, sanidad, sector público, resolución de conflictos, etc.) la web

aporta noticias novedosas con regularidad respecto al proceso de negociación

de este tratado.

J.R.T

15/10/2016

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Campañas

En defensa de la dignidad de los pueblos, rechacemos las amenazas,

chantajes e injerencias del Eurogrupo y la Comisión Europea

Para firmar la declaración, pincha sobre la imagen

Ante la servidumbre del gobierno del estado y de los representantes políticos

que negocian y preparan nuevos recortes del presupuesto y el gasto público

en cumplimiento del objetivo de déficit de 2017 dictado por el Eurogrupo y la

Comisión Europea y ante el silencio de quienes miran hacia otro lado, los

abajo firmantes nos dirigimos a la ciudadanía, a las organizaciones políticas,

cívicas y sociales, para:

1. Defender la soberanía y la dignidad de la ciudadanía y pueblos del estado

español ante la brutal presión de la Comisión Europea que amenaza tramitar

la congelación de los fondos estructurales que se envían anualmente al estado

español -lo que significaría una pérdida de más de 1.100 millones de euros- en

caso de incumplirse el recorte de 15.000 millones de euros para alcanzar el

objetivo impuesto de déficit público del 3,1% en 2017 (2,2% en 2018), cuya

concreción debe presentar el gobierno en funciones a Bruselas antes del 15

de octubre.

2. Rechazar la arbitrariedad y el trato desigual que ejercen las instituciones

de poder de la UE entre unos y otros estados de la Unión Europea. Es

intolerable, que en el pasado se omitiesen las sanciones previstas por

incumplimiento de los criterios de Maastricht y del posterior “Pacto de

estabilidad” sobre déficit público y deuda, a estados como Francia y Alemania

que los incumplieron reiteradamente en 11 y 5 ocasiones respectivamente,

mientras a estados como Grecia se le ha sometido y castigado con las

medidas recogidas en el último memorándum provocando un inmenso dolor

social, la quiebra del estado y obstruyendo la salida efectiva de la crisis

económica. Nos oponemos firmemente contra la arbitrariedad de aplicar a

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nuevos castigos a las ciudadanías y pueblos de España y Portugal, como del

resto de la UE.

3. Rebelarse contra las políticas fracasadas de ajuste y austeridad que impone

las instituciones de la Unión Europea, a pesar del desastre social, del aumento

de la injusticia y la desigualdad que han provocado, del estancamiento y

riesgo de caer en crisis económicas más profundas, de la crisis política que se

extiende por doquier, con la creciente deslegitimación de las instituciones de

representación y gobierno en los estados que componen la UE, y el creciente

y transversal euroescepticismo hacia el mismo proyecto de la Unión Europea.

Cuando los que detentan el poder real en la UE, no quieren escuchar la voz de

protesta e indignación de los ciudadanos/as, subestiman las consecuencias de

la decisión de la ciudadanía del Reino Unido de abandonar la UE, permanecen

insensibles ante las críticas y cuestionamientos de sus políticas económicas

neoliberales que expresan un creciente número de economistas de prestigio

internacional, incluso de las opiniones e indicaciones de instituciones como el

FMI, los pueblos de los estados de la Unión Europea deben decir basta y

tomando ejemplo del Reino Unido romper las cadenas que nos condenan a un

futuro sin esperanza.

Por consiguiente, llamamos a la ciudadanía, a los trabajadores/as, a las

organizaciones sociales, cívicas y políticas del conjunto de pueblos del estado

español a luchar contra el diktat insultante, irracional e injusto del Eurogrupo

y la Comisión Europea, a movilizarse para presionar al gobierno en funciones

para que no aplique servilmente los recortes presupuestarios y del gasto

público que se derivan de tal imposición, a interpelar a las representaciones

parlamentarias para que no legitimen con su participación y firma acuerdos

que traicionan los intereses y soberanía de los pueblos del estado español.

Es hora de decir ¡Basta! a la injusticia, la arbitrariedad y la traición a la

soberanía popular.

Defendamos nuestra dignidad rompiendo con los tratados que nos esclavizan,

derogando el art. 135 de la Constitución española, y avanzando en la

recuperación de la soberanía popular.

Octubre de 2016

11/2016

Exposición sobre los aviadores de la IIª República en Sant Boi de

Llobregat

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10 septiembre 2016 - 18 diciembre 2016

Sant Boi de Llobregat

El Museo de Sant Boi de Llobregat alberga una exposición sobre la “Gloriosa”,

las Fuerzas Aéreas de la República Española (F.A.R.E.) organizada por A.E.N.A

y la A.D.A.R (Asociación de Aviadores de la República) con un total de 25

plafones explicativos a todo color y todo lujo de detalles. La exposición

empezó el pasado 10 de Septiembre y acabará el próximo 18 de Diciembre de

2016.

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La exposición trata sobre los

antecedentes de la aviación republicana a la guerra, donde se cita entre

muchos otros al ingeniero y piloto español, fusilado por los mal llamados

“nacionales” a inicios del conflicto en el verano de 1936 en el Norte de África,

Virgilio Leret quien inventó y patentó un prototipo de lo que hoy llamaríamos

“motor a reacción”. A continuación trata del conflicto propiamente dicho, las

divisones del espacio aéreo durante la guerra, dónde y cómo enviaban a los

pilotos a su formación ultrasecreta ya fuese en Francia o en la misma Unión

Soviética, menciones especiales a las escuadras preparadas para los vuelos

nocturnos. Y ya para acabar, el papel de la Asociación de aviadores y su

evolución desde la postguerra hasta el día de hoy, pasando por los

importantes años de la transición y los primos 80, siendo los aviadores

republicanos los primeros miembros del

Ejército Popular de la República en

ser reconocidos nuevamente en España como ex-militares y

ex-combatientes. Aéreas de la República Española (F.A.R.E.) organizada por

A.E.N.A y la A.D.A.R (Asociación de Aviadores de la República) con un total de

25 plafones explicativos a todo color y todo lujo de detalles. La exposición

empezó el pasado 10 de Septiembre y acabará el próximo 18 de Diciembre de

2016.

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A la exposición y sus magníficos plafones, le

acompañan varias vitrinas ya sea con documentación y manuales de piloto

originales de los años 1937-38, maquetas hechas a mano de muchos de los

modelos, tanto del bando republicano como de los rebeldes fascistas, de los

aviones de la guerra con especial cariño los modelos de Polikarpov I-15 o I-16,

los famosos “Chatos” y “Moscas” que fueron la espina dorsal del esfuerzo

aéreo de las F.A.R.E. durante el conflicto. Y un mini-documental de apenas 10

minutos de duración donde se ven entrevistas a algunos de los aviadores de

la república recordando los tiempos de la guerra.

Para más información, horarios y dirección, consulten la web del Museu de

Sant Boi en el siguiente enlace: Exposició Aviadors de la República.

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Y precisamente en Sant Boi, hace 40 años, se hicieron las primeras reuniones

de los aviadores y miembros de las F.A.R.E. para constituirse como asociación

en la naciente democracia al morir Francisco Franco. Es por ello, que la

A.D.A.R celebrará un encuentro en Sant Boi de Llobregat para

conmemorar estos 40 años, el próximo 12 de Noviembre con una serie

de actos insitucionales y el descubrimiento de una placa conmemorativa, así

como una comida de hermandad en el Hotel Castell de Sant Boi.

[Fuente: Nou Treball]

Jorge Torres

1/10/2016

123

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De otras fuentes

Agustín Moreno

TTIP, CETA, TISA y educación: un territorio para el saqueo

Hace tiempo que el neoliberalismo ha puesto los servicios públicos en el punto

de mira de sus objetivos estratégicos. Cada vez que las instituciones

internacionales encargadas de impulsar el capitalismo global han abordado un

nuevo marco de acuerdo de liberalización, intentan convertir la educación, la

sanidad y otros servicios públicos fundamentales en simples servicios

susceptibles de ser privatizados. Es la vía para aplicar lo que David

Harvey llama “la acumulación por desposesión” y que no es otra cosa que

privatizar lo público para mayor gloria de los beneficios empresariales. Al

considerar los servicios esenciales para la comunidad una mercancía, se

convierten en un puro negocio. Pero hay algo más grave aún, como bien

dice Adoración Guamán, se produce un asalto de las multinacionales a la

democracia.

Sucesivas oleadas liberalizadoras del comercio y las inversiones han sido

detenidas por la resistencia de los pueblos y los movimientos sociales o bien

han fracasado por la contradicción de intereses entre los diferentes países. Así

pasó con diferentes iniciativas de la OMC como el Acuerdo Marco de

Inversiones (AMI) a nivel mundial o con la Directiva Bolkenstein en la Unión

Europea (UE). Pero cuando se han impuesto estos tratados de “libre comercio”

sus demoledores efectos no han tardado en dejarse sentir. El capitalismo

persigue el máximo beneficio, ese es su objetivo fundamental. Llevado al

paroxismo, el sistema hace que la riqueza se concentre en el 1% y haya un

empobrecimiento generalizado en sectores del resto de la población.

Desde 2013 se viene negociado el Tratado Transatlántico de Comercio e

Inversiones (TTIP) entre la UE y Estados Unidos, así como el CETA, entre la UE

y Canadá y el TISA, centrado en los servicios. Es una negociación rodeada de

secretismo y total opacidad para hurtar a la ciudadanía lo que está en juego.

Sus objetivos declarados son maximizar los intercambios comerciales entre

los bloques económicos y potenciar la presencia de inversiones extranjeras.

Para ello se pretende abordar las reglas de acceso al mercado, suprimiendo

aranceles y liberalizando servicios; establecer las normas de cooperación

reguladora y fijar mecanismos comunes de solución de las diferencias entre

los Estados y los inversores. Esto último impediría la reversibilidad las

privatizaciones realizadas por un gobierno que quisiera ejercer su soberanía y

cumplir su programa electoral. Los negociadores norteamericanos exigen una

mayor liberalización de los servicios y la disminución de las normas europeas

y de los Estados miembros para que sus empresas multinacionales puedan

124

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entrar a hachazos en el mercado europeo.

Los conceptuados como “servicios” suponen dos tercios del PIB mundial.

Desde el punto de vista de la educación, lo que más puede afectarle son los

mecanismos para la desregulación de servicios del TTIP y CETA. Según la

UNESCO, la educación es un tesoro fabuloso que se cifra en 2 billones de

dólares al año. De ahí el interés económico para el capitalismo y sus empresas

que no están dispuestas a renunciar a un suculento pastel.

Esta política de privatización de lo público para convertirlo en un nicho de

negocio del capital financiero es una irresponsabilidad desde el punto de vista

social y del interés general de los pueblos. La educación es un servicio

fundamental, un derecho constitucional y un bien público. Pocas inversiones

son más rentables social y económicamente. Además, todo lo que se invierte

en educación-prevención se ahorra en reinserción o intervención en daños. En

España estamos sufriendo una privatización de la educación que hace que

seamos el tercer país de Europa (tras Bélgica y Malta) en presencia de

enseñanza privada y concertada. Ello hace que cada vez se cuestione más si

tiene sentido ahora la escuela concertada. Precisamente estos tratados de

liberalización de los servicios servirían como excusa para intensificar el

proceso privatizador. La derecha los aprovecharía para ir más lejos evitando el

coste político. Quizá por ello, y a diferencia de otros gobiernos europeos como

Francia, el de Rajoy no ha intentado condicionar dichos acuerdos: una de las

pocas condiciones que ha puesto es que se asegure la solvencia financiera de

las universidades y empresas que vengan a instalarse en España.

En Europa se están movilizando contra los tratados. Destacan las grandes

manifestaciones de Alemania del 17 de septiembre, con cientos de miles de

personas. Esta semana se desarrolla una movilización contra estos tratados

en España convocada por organizaciones de la sociedad civil, ecologistas,

ONG de desarrollo, campesinas, políticas y sindicales. El próximo 15 de

octubre se han convocado manifestaciones en dos decenas de ciudades

españolas coincidiendo con el Día Internacional contra la Pobreza; también

hay convocatorias en otras ciudades francesas. Los motivos están claros: “No

a la pobreza, no a la desigualdad, soluciones con derechos: No a los tratados

CETA, TTIP y TISA”. Lo que está en juego y las razones de la movilización se

resumen muy bien por diferentes activistas en un magnífico vídeo (ver

abajo) elaborado para la ocasión. Si no queremos que las personas, el

medioambiente, la democracia y la soberanía de los pueblos sean relegadas a

los intereses económicos de las grandes corporaciones, hay que salir a la calle

para frenar esta agresión que, de aprobarse, solo traerá más pobreza, más

desigualdad y más autoritarismo.

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[Fuente: Cuarto Poder]

12/10/2016

César Arenas

Si CCOO no se reinventa, se la llevará el viento de la historia

La victoria del Partido Popular, en las elecciones generales de 1996, coincidió

con el inicio de un ciclo financiero expansivo, que se prolongó hasta 2007 y

que tuvo como correlato, un largo período de paz social. Sin embargo, esa

prosperidad resultó ser un espejismo, donde el endeudamiento generalizado

ocultaba el aumento de la desigualdad, la pobreza y la temporalidad. Además,

la desmovilización que siguió a la victoria ideológica del neoliberalismo,

deterioró aún más el tejido asociativo del país.

La llegada de la crisis, en 2008, no hizo sino acelerar dichas tendencias,

provocando, de paso, que las estructuras sindicales fueran percibidas como

cómplices del deterioro de las condiciones de vida y trabajo de la mayoría de

la población. Así lo señalan las encuestas realizadas al conjunto de la

ciudadanía, en las que las organizaciones sindicales aparecen como una de

las instituciones peor valoradas y también las que responden los trabajadores

asalariados que suspenden, igualmente, la labor realizada por los sindicatos

en la empresa.

Dicho desprestigio se refleja igualmente en la caída afiliativa, en el

envejecimiento acelerado de dicha afiliación (de casi 5 años desde el 2000) y

en una mayor rotación (el 44,9% causa baja antes de tres años) que revela el

carácter instrumental de la vinculación con el sindicato. Caída también del

número de delegados, especialmente jóvenes, que el sindicato achaca a un

elevado nivel de desempleo y precariedad, aunque debiera parecer obligado

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analizar por qué tiene que haber, necesariamente, una menor intervención

sindical cuando, precisamente, las condiciones de los trabajadores son peores.

El desprestigio de los sindicatos, no ha impedido, sin embargo, una oleada de

movilizaciones (Huelgas Generales, 15M, Marchas por la Dignidad), alentadas

por la propia emergencia social, que, sin embargo, no consiguieron que se

revirtiesen contrarreformas que han terminado por provocar una catástrofe

social: aumento del paro (50% de los jóvenes), precarización del mercado

laboral y deterioro del poder sindical en las empresas.

Esa debilidad en la correlación de fuerzas, que se traduce, por ejemplo, en

una tendencia descendente desde el inicio de la crisis, en el número de horas

perdidas por huelgas, trajo como consecuencia el desplazamiento progresivo

de la resistencia, desde los centros de trabajo a los espacios ciudadanos, en

un proceso de radicalización social, que se tradujo más tarde en radicalización

política, como prueba el giro a la izquierda en el auto posicionamiento del

electorado y el avance electoral de la suma de IU y Podemos.

La radicalidad de la movilización se manifestó de forma más intensa en

sectores como sanidad y educación, que adoptaron formas de acción influidas

por el espíritu del 15M (Mareas), lo que explicaría el giro a la izquierda en las

EESS de la enseñanza pública, que CCOO, y por supuesto UGT, no habrían

sido capaces de cabalgar de forma generalizada.

Por su parte, las direcciones confederales de CCOO y UGT, que habían

conseguido con las huelgas generales de 2010 y 2012 retomar su liderazgo

social, cuando constataron que la movilización no había logrado debilitar la

ofensiva neoliberal, volvieron a apostar por el modelo de respetabilidad

institucional y diálogo social. Sin embargo, la misma brutalidad en la

imposición de políticas regresivas de gobiernos presionados por el poder

económico, trajo consigo el fracaso del diálogo social como marco para

establecer políticas compartidas y equilibradas frente a la crisis. De hecho, los

últimos Gobiernos del PSOE y el PP han legislado para favorecer la

devaluación salarial, la destrucción de empleo y el incremento de la

desigualdad social.

Ha sido el largo ciclo electoral de 2015 y 2016, el que ha terminado de

demostrar que el consenso social que salió de la Transición estaba

definitivamente roto, no sólo por la corrupción de las élites sino también por la

hartura de la ciudadanía con décadas de precarización, de aumento de las

desigualdades y de quiebra de las expectativas de un futuro mejor (“No

somos mercancía en manos de políticos y banqueros” se decía en el 15M).

La crisis del régimen de la Transición coincide, además, con una ruptura

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generacional, al repercutir el capital financiero en los jóvenes el coste de la

crisis, a la vez que culpabilizaba a los trabajadores con derechos de tener

condiciones de “privilegio”, frente a aquellos a los que el propio capital se los

estaba negando.

Ha sido precisamente la hegemonía del pensamiento neoliberal, la que ha

provocado la ruptura entre ambos colectivos. Las condiciones precarias en las

que se insertan los jóvenes están provocando que el trabajo pierda para ellos

centralidad social, y en consecuencia también la pierda el sindicalismo, que,

sin embargo, no es sustituido por otras formas de organización estable. La

precariedad, el miedo al desempleo y la represión patronal impiden a muchos

jóvenes sindicarse en organizaciones que, por otra parte, no han sabido

transformarse para acogerlos en las condiciones concretas en las que les ha

tocado socializarse.

Rota la identificación con un proyecto del conjunto de la clase trabajadora, los

jóvenes activistas perciben a los sindicatos como estructuras que emanan del

consenso del 78 y por ello como rémoras para la movilización. Hay que tener

en cuenta que no ha sido infrecuente que los sindicatos tolerasen la

precarización de las nuevas incorporaciones a la empresa, siempre que la

plantilla ya existente mantuviese sus condiciones salariales y de estabilidad.

Como prueba de dicha ruptura podemos constatar que la afiliación a los

sindicatos se concentra entre quienes tienen edades avanzadas, entre los

trabajadores fijos y a jornada completa. Sin embargo, la tasa de afiliación es

escasa entre jóvenes, precarios, inmigrantes, no cualificados, subcontratas y a

tiempo parcial.

El espacio en el que se organizan las generaciones más jóvenes, en especial

los hijos de trabajadores estables con alto nivel de formación, ha sido ocupado

por movimientos sociales con una gran capacidad de reacción y movilización,

pero grandes dificultades para estructurarse de manera estable.

Esa ruptura entre colectivos de una misma clase trabajadora tiene reflejo en

los propios resultados de las elecciones sindicales, donde crecen las llamadas

candidaturas de los “otros”, fruto, en parte, de la fragmentación de la clase

trabajadora (entre activos y parados, funcionarios y laborales, fijos y

precarios, empleados de la empresa matriz y de las subcontratas, hombres y

mujeres, españoles y extranjeros). El menor sentimiento de pertenencia a un

proyecto común llevaría a algunos colectivos a distanciarse de los procesos

sindicales o a apoyar a sindicatos corporativos, que representarían lo más

cercano, en la pelea por repartirse un bien escaso.

A ese menor sentimiento de pertenencia contribuiría que, una parte del

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movimiento sindical y de la izquierda en general, haya creado un imaginario

en el cual” clase obrera” se identificaba con lo que sólo es una parte reducida

de la clase trabajadora: los obreros fabriles.

En esas condiciones, el sindicato corre el riesgo de dejar de ser una

organización de clase, con un proyecto común para todos sus colectivos, para

pasar a ser una organización de defensa de determinadas fracciones de

trabajadores, precisamente las más estables y de mayor edad.

La crisis de legitimidad que sufre el sindicato se ha manifestado, en el interno

de la Confederación, en la proliferación de Gestoras y Direcciones

Provisionales a lo largo y ancho del país, tal vez en un intento de evitar que la

desafección se convierta en oposición organizada.

Además, el estrangulamiento económico de CCOO, al que ha contribuido

también la caída afiliativa, se ha traducido en EREs en casi la totalidad de las

estructuras y en el progresivo cierre de los FOREM y de numerosas sedes de

estructuras de base.

Esa misma situación económica ha influido en la política de fusión entre

Federaciones, que sin embargo está produciendo efectos distintos a los

proclamados, ya que conlleva pérdida de efectivos en las estructuras más

cercanas a los trabajadores, mayor corporativismo y mayor poder de las

cúpulas de las grandes Federaciones, en detrimento del aspecto socio político

del sindicato.

Por otro lado, la afiliación se ha visto sorprendida por escándalos como el de

las tarjetas Black o los complementos salariales de COMFIA, frente a los que la

reacción fue torpe y tardía.

En esas condiciones, de divorcio entre el discurso y la práctica, tanto el código

ético, que quiso responder, con tanta rotundidad al escándalo de los

sobresueldos a dirigentes de la antigua federación de banca, que Ignacio F.

Toxo aseguró que “CC OO se reinventa o se la lleva el viento de la historia”,

o la actual campaña por “repensar el sindicato”, impulsada por la dirección

confederal, pueden terminar pareciendo meras operaciones estéticas.

Eso hace imprescindible la extensión de un movimiento transversal, dentro

del sindicato, que ponga en marcha un proceso de regeneración democrática,

frente a quienes podrían estar deshaciendo el trabajo que la mayoría

construye de forma esforzada y honesta.

Todo esto sucede en pleno proceso de empobrecimiento del país, condenado

al subdesarrollo político, económico y social, en la periferia de una Europa

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alemana, con un modelo en el que sólo puede haber menos democracia y

sindicatos en un papel subalterno, en un círculo vicioso de derrota sindical,

desprestigio social, caída afiliativa, retrocesos electorales y dificultades para

el relevo generacional.

Es cierto que estos últimos tres años, la ilusión creada por el proyecto de

asalto a las instituciones, tomó el relevo a la movilización social. Sin embargo,

aunque la máquina electoral pueda llegar a triunfar, en Grecia aprendimos

que tener el gobierno no significa tener el poder, y por lo tanto el sindicato

debe mantener la autonomía respecto a las instituciones.

Sin embargo, ahora el escenario más previsible es el de una nueva recesión

que legitime las apremiantes exigencias de la Troika para nuevas vueltas de

tuerca al modelo social. En ese escenario, que los partidos del Régimen están

siempre dispuestos a consentir, el conflicto de clase sólo puede acrecentarse,

y eso abre la posibilidad de que, las generaciones que en él se socialicen,

puedan incorporarse al sindicalismo desde una inserción conflictiva en la

precariedad.

Justamente el movimiento sindical francés ha optado por canalizar la

explosividad social como una vía posibilista para evitar su desaparición. Una

opción más realista que la de instalarse en la melancolía y esperar que, por sí

solos, los poderes económicos decidan restaurar un nuevo equilibrio, en el

que los sindicatos vuelvan a colocarse en el centro del terreno juego. Porque

la salida a la profunda crisis de legitimidad de la Segunda Restauración

dependerá mucho de la movilización social y sin ella probablemente se

impongan medidas regresivas y el triunfo de una sociedad más desigual y con

menos democracia.

Por eso, en un momento de aceleración del tiempo histórico, parece

imprescindible debatir qué papel queremos que cumpla el sindicato. La

izquierda sindical, pero también la política y social, deberían apostar por un

sindicato combativo, como el mejor marco posible para establecer alianzas

entre los trabajadores estables y los trabajadores jóvenes y precarios. Una

alianza que pasa por construir identidades de clase también en el ámbito

local, en barrios y ciudades, impulsando igualmente nuevos espacios de

representación que integren a los trabajadores subcontratados, de manera

que se active una comunidad de intereses, que pueda sindicalizar a los

trabajadores más precarizados de una comunidad de trabajo, y se impulsen,

de forma prioritaria, iniciativas de reparto del empleo, que puedan ser vistas

como inclusivas por las generaciones precarizadas.

Hay que debatir también que aportaría CCOO a la construcción de una

mayoría social que unifique a los damnificados por la crisis. CCOO puede

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aportar, por ejemplo, muchos miles de delegados, afiliados y dirigentes

sindicales, que rompen el bucle cuando se enfrentan al retroceso en derechos

y condiciones de vida, pegados a sus compañeros, porque, entonces sí, los

trabajadores se reconocen en ellos. Luchas contra los cierres y la

deslocalización, o por el derecho de huelga, sirven además como catalizador

en las relaciones entre sindicalismo y acción política (Coca-Cola o Airbus son

casos emblemáticos) El sindicato sería también el mejor marco para

establecer alianzas entre los colectivos de la clase trabajadora con mayor

nivel de instrucción (radicalizados al ver frustrados sus proyectos de vida) y

los grupos menos cualificados por el sistema educativo.

El sindicato podría pues ser punto de encuentro, parte de un tejido social

denso, parte de lo que podría empezar a ser la unidad popular por la base, y

parte, también, de ese marco simbólico del relato de unidad que necesita la

clase trabajadora.

Pero para empezar a recorrer ese camino se debe empezar por escuchar a los

trabajadores, apoyar las resistencias que se vayan organizando y, cuando sea

posible, generalizarlas, construyendo un discurso alternativo sobre las causas

y salidas de la crisis, que sitúe el conflicto capital-trabajo en el centro del

tablero, y la recuperación del empleo y los derechos laborales como objetivo

prioritario. Para así, apostando por la movilización y por un relato alternativo,

que confluya con la izquierda social y política, empezar a empoderar a la clase

trabajadora en una expectativa de cambio.

César Arenas es profesor de secundaria y afiliado a CC.OO.

[Fuente: ctxt]

24/8/2016

Alejandro Torrús

"El Estado español se pasa por la entrepierna lo que haga falta para

defender al franquismo"

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Gerardo Iglesias tomó ayer, por el martes, la medicación suficiente como

para poder pasar una hora en un juzgado de Oviedo relatando las atrocidades

que tanto él como su familia sufrieron durante la dictadura y que denunció

ante la Justicia de Argentina. Ha sufrido hasta cinco operaciones en su

columna vertebral que le han dejado un dolor crónico. Sin embargo, merecía

la pena. Era un paso más, dentro una larga marcha, para acabar con la

impunidad franquista. "Tenían que tomarme declaración en casa, pero

no tienen dignidad. Ya sabemos en qué país estamos" , dice

Iglesias. Pero, finalmente, tampoco fue el día.

Apenas unos minutos antes de que comenzara su declaración, la jueza

informó a Iglesias y su letrada, Ana Messuti, de que la declaración quedaba

suspendido a petición de la Fiscalía, que el pasado 30 de septiembre envió

una instrucción de obligado cumplimiento instando a que se suspendieran

todas las declaraciones solicitadas por la justicia de Argentina, que instruye la

única causa judicial que investiga la dictadura franquista. "No me ha

sorprendido, pero me ha indignado mucho. No esperaba esto después de

haberme citado, pero ya conocemos la postura del Poder judicial y del

Gobierno", prosigue.

La situación es grave. En aplicación de esta instrucción no sólo serán

suspendidas las declaraciones de las víctimas sino también la de los altos

cargos del franquismo que han sido imputados en Argentina, entre los que

se encuentran los exministros Rodolfo Martín Villa y José Utrera Molina (suegro

de Gallardón). Primero, la Justicia española denegó la extradición, después fue

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el Gobierno y ahora es la Fiscalía la que pide suspender el proceso apelando a

(sorpresa) la Ley de Amnistía, la prescripción de los hechos

denunciados y a la Transición.

"El Estado español está enfermo de franquismo. Ni siquiera se ha condenado

formalmente el golpe militar ni la dictadura. No podemos sacudirnos el

lastre de la cultura franquista, entre otras razones, porque los franquistas

siguen dentro del Estado. Impregnan todo. Y el Partido Popular se niega a

rechazar la dictadura. Ni siquiera se condenan los actos de exaltación del

franquismo", prosigue el fundador de IU, que ha sufrido torturas, detenciones

y cárcel durante la dictadura.

Los letrados de la querella argentina no tienen dudas de que el motivo que

hay detrás de la instrucción de la Fiscalía no es la declaración de Gerardo

Iglesias y sí los exhortos que pedían a la Justicia española que tomara

declaración a los 19 franquistas. Muchas de estas órdenes ya estaban en sus

correspondientes juzgados y muchas de ellas ya han sido devueltas, como ha

sido el caso de los juzgados de Valencia. Otro caso curioso se da en los

juzgados de Oviedo, donde había dos exhortos: uno, que pide la declaración

de Iglesias por las torturas que sufrió por, entre otros, el

policía Pascual Honrado, y, otro, para tomar declaración indagatoria al

mismo policía por sus torturas. Ahora, ninguno de los dos declarará. Al menos,

de momento.

"Esta jugada de la Fiscalía se debe a la intención de la jueza de tomar

declaración a altos cargos franquistas. El Gobierno quiere evitar que gente

como Martín Villa tenga que entrar a un juzgado a declarar ", señalan

fuentes del equipo jurídico de la querella argentina a Público.

Para Gerardo Iglesias, que lleva desde los 15 años en el PCE y lleva en su ADN

la lucha contra el franquismo, lo sucedido ayer, por el martes, y la instrucción

ordenada desde la Fiscalía es "una tomadura de pelo". Pero tiene más

maneras de describirlo: "auténtico cachondeo", "impunidad llevada al

infinito", "desprecio a la ley", "descaro autoritario" y un largo etcétera que

se resume en la siguiente frase: "El Estado español se pasa por la entrepierna

lo que haga falta para defender al franquismo. Ya sean los tratados

internacionales que ha suscritos o sus propias leyes. Lo que haga falta", incide

Gerardo Iglesias.

El colmo "de la desvergüenza", para Iglesias y sus letrados, ha sido que no

han podido tener acceso a la instrucción de la Fiscalía, ya que debían

presentar la petición por escrito y esperar. A locos pocos minutos, sin

embargo, la agencia de noticias EFE ha publicado los detalles y ha señalado

que ha tenido acceso a la instrucción. "¿Pero qué humillación es esta?", se

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preguntan desde el equipo de letrados de la querella argentina.

Por su parte, Gerardo Iglesias dice no perder la esperanza y estar

convencido de que las batallas por la dignidad y por los derechos humanos

siempre se ganan. "España ganará su batalla contra la impunidad de

franquista. No sé si yo lo veré, me gustaría, pero se ganará. Este país no

puede crecer bajo cientos de miles de cadáveres y sin que la sociedad no

conozca ese período de la historia de España. Primero, el levantamiento

militar; después, la Guerra y, por último, la dictadura sangrienta.No tengo la

menor duda de que se acabará resolviendo. Lo lamentable es que se

tarde tanto", concluye el autor de libros como Maquis y La amnesia de los

cómplices.

[Fuente: Público.es]

5/10/2016

Owen Jones

El autoritarismo de Hungría podría augurar el futuro de Europa

Hungría está en peligro mortal y su supervivencia determinará el futuro de

nuestro maltrecho continente. Este fin de semana, el principal diario de la

oposición —imagínense un Guardian húngaro— fue cerrado por sus

propietarios tras seis décadas de existencia. Su archivo digital desapareció de

la red; se dejó a sus trabajadores fuera de la oficina y no fueron capaces de

acceder a sus correos.

Públicamente se ha presentado como una decisión comercial: en la cada vez

más represiva sociedad húngara, existe un cinismo generalizado sobre tal

argumento. Era un periódico que osó desafiar al gobierno, ya fuese en

cuestiones políticas, de corrupción o por sus ataques contra la democracia.

El autoritarismo populista de derechas está barriendo el mundo occidental:

Hungría es un ejemplo destacado. Todos sabemos que la historia ha dado un

giro después de la crisis financiera de 2008: estamos empezando a ver lo

afilado de ese giro. Desde el movimiento independentista escocés a Podemos

en España, de Donald Trump al Frente Nacional de Francia y la extrema

derecha de Hungría, del ascenso de Bernie Sanders y Jeremy Corbyn a Syriza

en Grecia: acaba de empezar una lucha dolorosa por el futuro de Occidente.

El primer ministro húngaro, Viktor Orbán —cuyo partido derechista alcanzó el

poder en 2010— lo reconoce. Su principal lección de 2008 es que “los Estados

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democráticos liberales no pueden seguir siendo globalmente competitivos”.

Orbán ha comprometido su gobierno a la construcción de una “democracia no

liberal”, y está cumpliendo su palabra.

Otros tienen descripciones más duras. El disidente húngaro Gáspar Miklós

Tamás acusa al gobierno de “mearse en el status quo liberal” en favor del

“posfascismo”.

El poeta húngaro-británico George Szirtes lo sabe todo sobre represión. Su

madre era fotógrafa, su padre, un alto funcionario ministerial y ambos

huyeron después de que la Unión Soviética machacase la revolución húngara

en 1956. “La democracia húngara está en peligro”, me contó. “Nos dirigimos

hacia una situación putiniana”. Como indica Lydia Gall, de Human Rights

Watch: “Lo que hemos visto en los últimos seis años es, básicamente, un

deterioro continuado del Estado de derecho y de la protección de derechos

humanos”.

En 2010 y 2011, Hungría aprobó una serie de leyes que fueron condenadas

por Amnistía Internacional como “amenaza al derecho a la libertad de

expresión”. Los medios de comunicación húngaros debían registrarse ante

una autoridad nacional. La emisora Klubrádió —crítica con el gobierno— se

convirtió en una de sus víctimas. A finales de 2011, las autoridades decidieron

no conceder la licencia de emisión a Klubrádió, forzándola a una larga batalla,

aunque finalmente ganó la emisora.

Este gobierno autoritario ha modificado la Constitución en varias ocasiones:

un cambio estableció discriminación contra la comunidad LGTB definiendo la

familia como una unidad “basada en el matrimonio de un hombre y una

mujer, o una relación por línea de sangre o tutela”. De hecho, a principios de

este año, Hungría bloqueó un acuerdo europeo para prevenir la discriminación

contra la comunidad LGTB.

Otros cambios han atacado la independencia judicial y las libertades

religiosas. Instituciones públicas clave, tales como la oficina del fiscal general

y el tribunal constitucional, se han quedado de facto a cargo del partido en el

gobierno. “Estas son instituciones que deberían ejercer de vigilantes sobre el

gobierno”, señala Gall. Existe una creciente atmósfera de intolerancia en este

país, acusando a aquellos que disienten de traidores y cómplices del

terrorismo. Peor todavía, uno de los principales partidos de la oposición es

Jobbik, un partido antisemita y neofascista con una rama paramilitar.

El papel de Hungría en la crisis de refugiados europea ha sido espantoso,

provocando al ministro de Exteriores de Luxemburgo proponer su expulsión

de la UE por tratar a los refugiados “peor que los animales”. El año pasado, el

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país declaró el estado de crisis y construyó una valla con la intención de

contener a los refugiados en Serbia. Las gente que ya ha huido de la violencia

está siendo supuestamente perseguida por perros y golpeada.

¿Y qué ha hecho la Unión Europea? Hungría es, después de todo, dependiente

de la asistencia económica de la Unión. El Artículo 7 del Tratado de la Unión

Europea existe para sancionar a los Estados miembros que violen sus normas

e incluye la suspensión de sus derechos de voto. La Comisión Europea ha

hecho cada vez más difícil reclamarlo y el año pasado el Parlamento Europeo

desechó una propuesta para invocar el Artículo 7, o al menos para activar un

mecanismo de advertencia.

Cuando el gobierno de Hungría impuso la prejubilación masiva de jueces

veteranos en favor de reemplazos más maleables, la Unión Europea tomó

medidas —pero solo basándose en la discriminación por edad. Hungría fue

multada y forzada a pagar una compensación económica a aquellos

afectados— pero aun así logró su objetivo. Un reciente referéndum propuesto

por el gobierno para oponerse a los planes de la UE sobre el asentamiento de

refugiados fracasó por la insuficiente participación pero desató una retórica

inflamable, racista y xenófoba.

La situación de Hungría tiene ecos alarmantes en la historia de Europa: pero,

horriblemente, podría augurar también nuestro futuro. En lugar de sentirse

repelidos, una nueva generación —incluidos graduados universitarios— se

sienten cada vez más atraídos por la extrema derecha. Polonia también está

en manos de una derecha autoritaria que socava la democracia difícilmente

ganada en el país. Sin consecuencias significativas, estos gobiernos se sienten

cada vez más animados. En Austria, la extrema derecha se acerca al poder;

en Francia, se fortalece; en Suecia y otros países, también.

La cura para tales movimientos es una izquierda que ofrezca una alternativa

inspiradora y pertinente para las inseguridades y ambiciones del mundo

poscrisis. No tenemos eso todavía, pero no es excusa para la apatía. Y

nosotros en Gran Bretaña no podemos, engreídos, condenar a Hungría, por

supuesto: desde la votación del Brexit, el nacionalismo xenófobo ha desfilado

desafiante. Nuestra primera ministra condena a sus rivales políticos por

mostrar desprecio al patriotismo; esta semana, tanto el periódico Daily Mail

como el Daily Express imprimieron portadas espeluznantes pidiendo condenar

a los “Brellorones [llorones del Brexit] antipatriotas” por “conspirar para

subvertir la voluntad del pueblo británico” y pidiendo silenciar a “los quejicas

de la salida de la Unión Europea”.

Cada vez es más común en la Europa moderna que los oponentes políticos

sean retratados como antipatriotas de la quinta columna. La historia de

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nuestro continente nos cuenta donde puede ir esto a parar. Hungría es quizá

el caso más extremo, un concentrado de en lo que se está convirtiendo

Europa. Es una advertencia a la que deberíamos atender.

[Fuente: eldiario.es. Traducido por Javier Biosca Azcoiti]

16/10/2016

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