La democracia liberal como fundamento de la democracia radical

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1 La democracia liberal como fundamento de la democracia radical Ponencia presentada en el foro “Entre neoliberalismo y revolución: vigencia y futuro de la socialdemocracia en Venezuela”, UCV-UCAB, Caracas 13 de mayo de 2005 Ricardo Sucre Heredia Smart Thinkers Consultora de Asuntos Públicos Escuela de Estudios Políticos y Administrativos de la Universidad Central de Venezuela [email protected] [email protected]

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La democracia liberal como fundamento de la

democracia radical

Ponencia presentada en el foro “Entre neoliberalismo y revolución: vigencia y futuro de la socialdemocracia en Venezuela”, UCV-UCAB, Caracas 13 de mayo de 2005

Ricardo Sucre Heredia Smart Thinkers Consultora de Asuntos Públicos

Escuela de Estudios Políticos y Administrativos de la Universidad Central de Venezuela [email protected] [email protected]

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Resumen El texto sugiere que ensanchar la estructura de oportunidades de las personas será el gran tema de

las instituciones en el futuro -y no tanto quién y cómo influencia en la toma de decisiones- y la forma práctica para iniciar una democracia liberal que permita avanzar hacia una democracia radical. Las oportunidades será el concepto que permitirá reencontrar al ciudadano con la política, mediante la dinámica entre derechos universales con los derechos particulares -propio de una sociedad diversa- porque en las oportunidades se concretizan las instituciones y la acción política cotidiana, al mismo tiempo que abre la puerta a lo que será el tema central de la filosofía política para nuestros países: recuperar y promover la combinación de valores republicanos -propios de nuestra historia- con valores liberales, necesarios para asumir a plenitud la sociedad del conocimiento, la sociedad de la información, y la sociedad de la transformación; indispensables para darle el poder a las personas, para que sean autónomos y puedan escribir su propia vida. Para que esta visión sea práctica, se plantea que las instituciones deben privilegiar, en su diseño, los mecanismos de salida y voz. Es decir, la estructura de oportunidades políticas. El ensayo propone que el diseño de nuevas instituciones pasa por una nueva visión de la política. Para que la democracia recupere su vitalidad, es necesario lograr un sincretismo entre el largo plazo y la volatilidad del mundo contemporáneo. Las reflexiones y sugerencias del ensayo apuntan a promover este sincretismo en el campo de la política, la democracia, y las instituciones.

Palabras claves: Política - Instituciones – Democracia – Liberalismo – Radicalismo - Venezuela

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LA DEMOCRACIA LIBERAL COMO FUNDAMENTO DE LA DEMOCRACIA RADICAL

-Sí-asintió Tarrou- puedo comprenderlo. Pero las victorias de usted serán siempre provisionales, eso

es todo. Rieux pareció ponerse sombrío.

-Siempre, ya lo sé. Pero eso no es una razón para dejar de luchar. La Peste, Albert Camus (1947)

DE LA DEMOCRACIA LIBERAL A LA DEMOCRACIA RADICAL

¿Cómo deben ser las instituciones políticas del futuro? Esta pregunta es oportuna en momentos que

la política es cuestionada por los ciudadanos (Klingemann y Fuchs, 1995 c.p. Dalton, 1998). La pregunta

que Fernando Savater hace en “Política para Amador”, hoy es una verdad para muchos, “¿Por qué optar

por hacer política, por qué intervenir en los asuntos colectivos con voluntad de transformación social, en

lugar de contentarnos con perseguir nuestros intereses privados, intentando maximizar las ventajas y

disminuir los inconvenientes que, para nuestra vida individual, presenta el sistema establecido?” . Cuando

se dice política, lo primero que se viene a la mente es el descrédito de la expresión. El Presidente en

ejercicio de Ecuador, Alfredo Palacio, en palabras luego de juramentarse, dijo que no quería nada con los

partidos y que él no era político, sino médico. Es la hora de la anti-política. En nuestro país, Keller (1996),

al analizar los resultados de una encuesta, halló que un 73 por ciento de los consultados consideró a la

política como poco o nada importante. En un estudio más reciente de Carrasquero y Welsch (2000), un

51 por ciento de las personas consultadas se manifestó “nada interesada” en la política. Incluso en la

música, la crítica existe: “Políticos paralíticos”, de Desorden Público, es un cuestionamiento a lo que

hacen los políticos, así como “Me voy pa’ Choroní” de Tambor Urbano; los dos son llamados críticos a la

política y a los políticos. Pero el fenómeno no ocurre sólo en Venezuela. Dalton (1998), al examinar las

opiniones de una muestra de ciudadanos en 19 democracias industriales avanzadas, revela cómo el

público se ha tornado más distante de los partidos políticos, más crítico hacia las elites e instituciones, y

con menos confianza hacia el gobierno. En fecha más cercana, Kepplinger (2000) muestra la alienación

de los alemanes hacia la política, y evidencia una caída en la imagen de la elite política de ese país.

Finalmente, en el “Estudio sobre la democracia”, realizado por el PNUD en 2004 en nuestros países, un

40 por ciento de los consultados dijo que es posible una democracia sin partidos, y casi un 60 por ciento

está de acuerdo en que la figura del Presidente pueda estar más allá de las leyes.

Muchos están preocupados porque consideran que una baja participación y confianza política

erosionan la legitimidad de las instituciones de la democracia. Ciertamente, el alejamiento de la gente de

la política produce vacíos en la construcción de lo público, que son llenados por minorías que se

atribuyen la representación del pueblo (Verba, 1996; Lijphart, 1997). Es la mineralización y

oligarquización de la democracia. Esta preocupación señala los desafíos que tiene la democracia; pero

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hay otro punto de vista, que ve en la amenaza una oportunidad de redefinir lo político: también podemos

abordar la apatía desde una dimensión subjetiva, de cómo es construida por los ciudadanos; qué significa

para ellos la política, la democracia, las instituciones, y su posición como abstencionistas de la política.

En este caso, la apatía es un mensaje que trasciende la cuantificación del número de personas que no

votó o el porcentaje de confianza en el gobierno; es decir, permite salir de la dimensión técnica de la

gobernabilidad, para llegar a la dimensión humana de la legitimidad. Al abordar ésta última, se abre la

posibilidad de definir una nueva política y, en consecuencia, construir nuevas instituciones. Es en la

cotidianidad donde los cambios que ocurren en la sociedad se observan y viven, y es el mensaje que la

gente le está enviando al liderazgo político, en todo el mundo: las instituciones de la democracia

representativa son necesarias, pero no son suficientes para atender la diversidad propia de una sociedad

del conocimiento, que se desarrolló a partir de la sociedad industrial de mediados del Siglo XIX y de la

sociedad de bienestar de mediados del Siglo XX. No sólo este mensaje incluye la búsqueda que hacen

los electores de políticos con sentido de lo público y de servicio, cosa que escasea en la actualidad, ya

que la clase política luce como una casta cerrada, inexpugnable, que sólo defiende sus privilegios; sino

que el desinterés por lo público busca nuevas instituciones e ideas políticas, con mayor capacidad para

canalizar el mundo diverso presente hoy en cualquier sociedad del planeta, con mayor o menor grado de

desarrollo. Es la “rebelión de la diversidad” lo que limita la eficacia de las instituciones políticas en la

actualidad, que fueron diseñadas para una sociedad simple y no compleja (Giddens, 1994: 78). Las

instituciones lucen estáticas, mineralizadas, incapaces de dar respuestas a los desafíos del presente: la

pobreza, la violencia urbana, la búsqueda de identidad, el empleo, la calidad de vida, las distintas formas

de exclusión, la necesidad de referencias que tienen las personas, el ambiente, la sostenibilidad futura de

los proyectos, la energía, la vigencia de las libertades, el desarrollo económico, y la existencia misma de

la democracia. Son instituciones mineralizadas porque han hecho de los resultados lo importante, más

que los procesos; los resultados no se cuestionan, son una caja cerrada que se ha cosificado. De aquí su

carácter inmutable. Al mismo tiempo, el diseño actual de las instituciones políticas favorecen el

nacimiento de expresiones que destruyen la democracia que pretenden defender: el racismo, la

xenofobia, la exclusión, la violencia, los autoritarismos de nuevo cuño.

Quizás esta idea era válida en el mundo de la post-guerra, porque era necesario construir nuevas

sociedades. Los resultados se imponían a los procesos porque había que crear las instituciones; era la

política vista como “caja negra”, para poder garantizar una estabilidad que hiciese posible la producción,

la reproducción y la creación de riqueza. Era el momento del Estado de bienestar, de la teoría

corporativista para explicar la relación del Estado con la sociedad (Held, 2000: 64); en la que los

acuerdos entre los grupos sociales eran más importantes que las instituciones representativas, es decir,

que en los procesos para hacer la política. Pero la realidad del Siglo XXI, con altos niveles de calidad de

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vida en las sociedades desarrolladas, con una sostenida producción económica orientada al consumo,

por un lado; y con alarmantes niveles de pobreza, violencia y exclusión en los países pobres y en vías de

desarrollo; la estabilidad cómo único objetivo del sistema político no tiene razón de ser. Hoy hay que abrir

la “caja negra”. Hay que revisar las reglas del juego político e interesarse por los procesos.

A pesar que importantes teóricos han argumentado sobre la crisis del Estado capitalista (Habermas,

1976, c. p. Held, 2000: 81), estimo que la crisis del Estado capitalista es una crisis de identidad producida

por una diversidad que busca ser reconocida, pero no una crisis del modo de producción tecnológico.

Este lo que ha hecho es acelerar la diversidad social -pasar a una sociedad de la velocidad- y más que

una crisis de gobernabilidad, el Estado capitalista contemporáneo vive una crisis de legitimidad que

sugiero puede abordarse mediante una definición de los roles de las personas y de la construcción de

una nueva legitimidad sustentada en la diversidad que creó el Estado de bienestar. La diversidad puede

legitimar el sistema y lo que se necesita construir son instituciones que den cuenta de esa diversidad,

pero sin renunciar a lo universal de los derechos; en donde lo universal emerja de las demandas

particulares que hacen los grupos, y el discurso de los derechos sirva para cerrar la brecha que existe

entre las dimensiones universal y particular de los mismos (Chambers, 2000: 25).

En términos marxistas, el nuevo modo de producción centrado en el conocimiento y en la gestión de la

información, genera nuevas relaciones de producción que son vividas por las personas, que buscan

nuevos canales de expresión políticos. Para el mundo desarrollado, el ocio es un problema central de sus

sociedades; para el mundo en desarrollo -nuestra realidad- el tópico es ofrecer nuevas oportunidades

para generar riqueza, que vayan más allá de las formas de organizar el trabajo que hemos conocido

hasta la fecha, y que puedan mejorar la calidad de vida de las personas. Dentro de una visión de la

“democracia radical” en la que se inscribe este artículo (Mouffe y Laclau, 1985, c. p. Chambers, 2000), el

reto en nuestros países es lograr el bienestar pero desafiando la opresión y la dominación que generan

las relaciones económicas de producción rentistas-corporativas, tal como han sido conocidas hasta la

fecha por nuestros pueblos1, y que requieren ser redefinidas, para lograr una verdadera economía de

mercado en nuestros países y, en el caso específico de Venezuela, lograr, entre otras cosas, una

burguesía con conciencia de clase, y no meros “buscadores de renta”, que es lo que hemos tenido –y

tenemos- en demasía, y muy pocos capitalistas y empresarios que puedan ostentar el contenidos de

sendas palabras. De otro modo, ser radical hoy día implica lograr la convergencia entre el socialismo y la

democracia (Mouffe y Laclau, 1985: 178, c. p. Chambers, 2000). Esa convergencia pasa, en nuestros

países y es uno de los argumentos de este documento, por recuperar la noción liberal de derechos (la

libertad negativa, es decir, la protección contra los abusos del poder) que haga posible una política de

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identidad; en otras palabras, reconocer la diversidad, para finalizar en una política en donde la diversidad

pueda ser canalizada en derechos universales que nacen de demandas particulares, propias de una

sociedad diversa (Laclau, 1996: 34, c. p. Chambers, 2000), que sería la democracia radical: reconocer la

autonomía del individuo dentro de una sociedad diversa. Tal vez sea una contradicción afirmar que para

llegar a una democracia radical sea menester primero transitar el camino liberal, pero es la oportunidad

que abren las nuevas tecnologías a nuestros pueblos, imposible de hacer en la sociedad industrial

caracterizada por la producción en masa que obstaculizaba el reconocimiento del individuo como sujeto2,

o en la concepción comunista, que colocó en el Estado la definición de los proyectos de vida y de la

felicidad individual de las personas.

En América Latina, la emancipación de nuestros pueblos pasa por reconocer valores liberales en la

sociedad, junto a los valores republicanos, más cercanos a nuestra historia y tradiciones. Valores

liberales, porque en nuestra historia el individuo siempre ha estado sujeto a una voluntad general,

definida por el caudillo, el ejército, el partido o el Estado, que no ha dejado que la persona desarrolle sus

potencialidades a plenitud, aunque muchas veces se cree -y se le deja creer- que lo hace. Esta visión

organicista de la sociedad -el “centralismo democrático” de inspiración leninista- como representación

social del dominio vertical sobre la sociedad, fue nuestra interpretación de Rousseau, del modelo

industrial de producción en masa; del republicanismo mal entendido, que sustituyó la idea de República -

lo que es de todos- por la sujeción al imperativo moral del deber al partido o al caudillo, el cual representa

la “voluntad general”3. Fue la respuesta de las elites nacionales ante su incapacidad de aceptar lo

1 Chambers (2000: 15) afirma que "Radical democracy must be considered radical because of its departure from orthodox Marxism, on the one hand, and its continued commitment to challenging the domination and opresive effects of capitalism, on the other" 2 Hay que asumir que la transformación tiene etapas, si se quiere ser sincero. No puede hablarse, por ejemplo, de una "economía eficiente pero humanista". La manera de reducir la contradicción es definiendo que valores se privilegian. En este caso, la libertad individual. La experiencia histórica del socialismo sugiere la imposibilidad de lograr, al mismo tiempo, la eficiencia y cumplir con los principios éticos del socialismo. Un protagonista del proceso económico socialista y de la posterior transformación hacia una economía de mercado, János Kornai (1992), indica que "Es imposible crear una teoría socioeconómica normativa, cerrada, y consistente, que pueda asegurar, sin contradicciones, un sistema de valores políticos-éticos y garantizar al mismo tiempo la eficiencia de la economía. Es imposible si dicha teoría pretende ser realista y desea tomar en cuenta las verdaderas características del comportamiento de las personas, comunidades, organizaciones, y grupos sociales" 3 Luis Castro Leiva (1990), en entrevista realizada por la Fundación Rómulo Betancourt, lo expresó con una claridad sorprendente al decir que "La obediencia militar y la cultura heroica forman parte intrínseca del proyecto marxista nacionalizado. De allí viene la vinculación con el apasionado bolivarianismo. Y esto lo subrayo muchísimo ¿Cómo cualquier apasionado bolivariano, conducido por una teoría de la filosofía de la historia como ésta, va a tomar el poder así? Entonces se produce el ethos militarista del partido minimista, con el ethos republicano de la pasión cívica, y esas dos cosas juntas forman parte intrínseca de la cultura política venezolana, y yo diría buena parte de la cultura latinoamericana. Eso es lo que explica endémicamente el proceso constante de militarización de la política, para nuestra comprensión, lo cual creo yo que lo puedo explicar. Hay dos cosas más que explicar todavía. El hombre de partido vive para el partido, no vive para él, él no es nadie, el partido lo es todo. Así como en la república yo no soy nada, sino lo que es la república, así mismo es con el partido, se nace y se muere siendo miembro del partido. Se es del partido primero que uno mismo. Incluso dentro del partido hay que aceptar que uno no es nada, yo soy una brizna de paja en el proceso revolucionario, mi vida no importa, los demás que sigan, etc. Esa idea del sacrificio

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diverso4. Somos sociedades a medias porque a la libertad política lograda a través de las elecciones y de

las luchas populares, no hemos sido capaces de construir economías orientadas a desarrollar las

capacidades de la persona para producir y reconocerse como individuos a través del trabajo productivo.

Para nuestros países, la sociedad del conocimiento puede convertirse en el elemento liberador del pueblo

al permitir que la persona escriba su propia historia, porque puede definir el tipo de producción más

adecuada a su realidad, mientras tiene a su disposición conocimientos para su formación. Como

producción no masiva, es flexible y puede ajustarse a cada quien; como producción sustentada en el

conocimiento, es relacional. Ya no es el modelo taylorista de la línea de ensamblaje donde el producto

era elaborado por muchas personas que no tenían el conocimiento del producto total, ni siquiera de la

sección en la que participaban; todo era dirigido por un centro que sabía todo. Ahora, en cambio, la

disposición de conocimientos y su gestión, pone el centro en el individuo y sus capacidades. El

conocimiento individualiza pero socializa, la producción masifica; y la individualización puede ser el

comienzo de una democracia radical porque las formas de opresión y dominación que genera la

producción centralizada pueden ser reducidas al reconocer una esfera individual de realización pero que

se relacione con una esfera pública a través del trabajo en equipo y de forma descentralizada (Pérez,

2004). El “capitalismo afectivo” (Goodell, en prensa) aplicado en los países asiáticos puede tener su

contraparte en América Latina, al permitir el uso del conocimiento en sociedades como las nuestras,

donde la producción sustentada en la racionalidad y predictibilidad weberiana luce menos eficaz

(Wanloxten, 1993)5 .

¿El reconocimiento de una esfera de derechos individuales hacia dónde debe dirigirse, en primera

instancia? A liberar las potencialidades del individuo para crecer económicamente y reducir la pobreza, al

hacerlo más autónomo. La evidencia en este punto es demoledora. Fields (en prensa) lo dice en un

reciente estudio, “cuando hay crecimiento económico, la pobreza disminuye; cuando la pobreza no ha

disminuido, generalmente es porque no ha ocurrido crecimiento económico”. La U invertida de Simon

patriótico como parte intrínseca del sacrificio por el partido, es porque el partido representa a la vanguardia, la vanguardia representa a al nación, la nación a la evolución. Entonces, esto genera un progresismo militarizado sin militantes" 4 Incapacidad que, en buena medida, se alimentó de la idea del "hombre nuevo" que promovió el comunismo en la extinta URSS y fuera de ella, y que llegó al extremo de uniformar todo. Al recordar esa etapa en la vida rusa, el Premio Nobel de Literatura de 1987, Joseph Brodsky, escribió que "En un Estado totalitario todas las habitaciones se parecen: la oficina del director de mi escuela era una réplica exacta de la habitación de interrogatorios policiales que comencé a frecuentar cinco años después. Las mismas repisas, mesas y sillas de madera -el paraíso de un carpintero. Los mismos retratos de nuestros fundadores, Lenin, Stalin, miembros del Politburó, y de Máximo Gorky (el fundador de la literatura soviética) si era un colegio, o de Félix Dzerzhinsky (el fundador de la policía secreta soviética) si era un cuarto de interrogatorios" 5 Que se tenga pequeños empresarios no sugiere la imposibilidad de desarrollar relaciones capitalistas. Como afirma János Kornai (1992) -profesor de economía de la Universidad de Harvard- sobre el tema, "Si una sociedad permite que haya un gran número de pequeños productores de mercancías, y los deja acumular capital y crecer con el tiempo, tarde o temprano surgirá un genuino grupo de capitalistas". Agregaría: ¡Mucha falta hacen en el país!

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Kuznets (1954) que orientó muchas teorías del desarrollo económico sugiriendo un aumento de la

desigualdad de una sociedad en las etapas iniciales del crecimiento económico para luego reducirse -

afirma Fields- no tiene validez empírica en la actualidad, ya que existen diferentes patrones en diferentes

países. Al analizar Asia, Fields encuentra “una reducción de la desigualdad en Japón, patrones que

siguen una U en Hong Kong, Singapur y Taiwan; y el patrón U invertida en Corea”. El aporte de Fields es

afirmar que lo relevante no es el crecimiento económico per se, sino el tipo de crecimiento económico. Es

aquí donde la sociedad del conocimiento, dada su flexibilidad, ofrece diversas oportunidades para hallar

un tipo de producción que genere un crecimiento económico en nuestros países, y la importancia de

reconocer una esfera liberal a la persona como primer paso hacia una democracia radical. Para ello, hay

que colocar la perspectiva del diseño institucional desde la gente y no en la mira del Estado o de los

grupos de interés; no porque éstos no tengan relevancia -existe una dimensión de poder en la

articulación de la política que no puede ser ignorada- sino porque si se quiere recuperar el interés de las

personas hacia la política, hay que responder a sus demandas de identidad, de protagonismo, de

construir su carrera moral; hay que hablar de oportunidades que es la forma cómo la política reconoce al

ciudadano como centro de la vida pública. Que se ponga en manos del ciudadano la capacidad de

decidir, implica una redistribución del poder a favor de la persona al incrementar su capacidad de salida y

voz. Es ofrecerle la alternativa para controlar el ambiente en donde se desenvuelve y hacerlo menos

dependiente de las decisiones tomadas por otros que lo afectan, pero que pocas veces -o ninguna- se le

consultan. Es, en fin, ampliar su radio de acción política al vivenciar su cotidianidad a través de un

verdadera praxis (Martín-Baró, 1985).

Al poder escoger, se sugiere que el individuo ejercerá un mayor control sobre su ambiente, al percibir

que sus acciones tienen resultado. Existe suficiente evidencia teórica y empírica que muestra que cuando

la persona participa, se generan no sólo cambios en la forma cómo ella se percibe sino en su relación con

los otros y el ambiente en que se desenvuelve, en términos de proponer cambios, de evaluar lo que

existe, de desafiar a la autoridad cuando considera que ésta intenta imponer su voluntad, de participar

más y promover una cultura democrática, y de experimentar un proceso de aprendizaje. Es un cambio

cualitativo y cuantitativo que experimenta el individuo (Lipsky, 1968; Bryder, 1994; Dahl, 1994;

Prilleltensky y Gonick, 1996; Perkins y colaboradores, 1996; Woliver, 1996; Pratkanis y Turner, 1996). No

es casualidad que hoy se hable del accountability (la rendición de cuentas, lo auditable) y del

empowerment (empoderamiento), para referirse al contexto político actual: las instituciones tienen que

ser auditables y transparentes, y la gente tiene que ejercer su poder. Tarrow (1996) argumenta cómo,

junto al modelo del actor racional que calcula costos y beneficios para participar en una acción social, son

relevantes la estructura de oportunidades políticas en una sociedad dada para explicar la transformación

institucional (lo que él llama contentious politics algo así como la política combativa o pugnaz).

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Este tema es apasionante, pero abordarlo en su totalidad escapa a los límites del artículo. Aquí

ofrezco los primeros elementos para construir tal visión. Para ello, primero es menester conceptualizar la

política y su consecuencia en la concepción de la democracia para, después, poder hablar de las

instituciones que se derivan de esta particular noción de la política y la democracia. Las instituciones no

son neutrales desde el punto de vista de los valores, sino que responden a diseños políticos. Definir una

política y una democracia en donde la persona sea el centro, es el primer paso para tener instituciones

capaces de ensanchar las oportunidades a los ciudadanos. Hay que comenzar por desmontar la forma

cómo se mira la política, centrada principalmente en el poder, pero en términos de relaciones asimétricas

y no bajo una visión relacional, en términos espaciales, que considero el primer cambio para avanzar

hacia una concepción liberal que promueva, más adelante, una democracia radical6 en Venezuela. Sin

una nueva forma de ver la política, no es posible una democracia radical. Este ensayo intenta aportar

elementos para ver la política de otra forma, y lo que aquí se propone tiene sus raíces en los primeros

filósofos políticos. Marco Tulio Cicerón, en su obra, De res publica, habló de la importancia de lo que hoy

llamamos “cultura cívica” o “capital social” al oponer lo que es de todos (la res publica) al comportamiento

de una banda de ladrones. En la primera, los nexos son de solidaridad, de intercambio; en la segunda,

las relaciones son de supervivencia, de dominación.

Una advertencia: la participación de los individuos no es el Deus ex machina que hará posible el ideal

de sociedad que buscamos los venezolanos. Al contrario, la participación genera demandas, hay que

instrumentarla, promoverla. Participar, también, es problemático (Oegema y Klandermans, 1994), mucho

más en un contexto -como el nuestro- en donde los costos de participar son muy altos, a pesar del diseño

de la Constitución de 1999, que abre muchas vías para la participación no sólo política sino social.

Almond (1996) habla de las tendencias políticas actuales caracterizadas “por un sujeto alienado, junto a

débiles formas de participación, y desmoralizado por el populismo, el extremismo y la apatía”. Concluye

en que “the civic culture has had its day”. Dalton (1996) complementa y dice que la acción política actual

6 En nuestro país, definirse de izquierda o de derecha no es común, lo que revela nuestro carácter de buscar más el acomodo que la definición. El concepto de izquierda que manejo es el sugerido por Bobbio (1995: 152), quien dice que "A través de estas referencias a situaciones históricas quiero simplemente recalcar mi tesis de que el elemento que mejor caracteriza las doctrinas y los movimientos que se han llamado 'izquierda', y como tales además han sido reconocidos, es el igualitarismo, cuando esto sea entendido, lo repito, no como utopía de una sociedad donde todos son iguales en todo sino como tendencia, por una parte, a exaltar más lo que convierte a los hombres en iguales respecto a lo que los convierte en desiguales, por otra, en la práctica, a favorecer políticas que tienden a convertir en más iguales a los desiguales". En síntesis, junto a Cofrancesco (1990, c. p. Bobbio, 1995: 113), afirmo que "El hombre de izquierda, en cambio, es el que entiende por encima de cualquier cosa, liberar a sus semejantes de las cadenas que les han sido impuestas por los privilegios de raza, de casta, de clase, etcétera" ¿Y la relación de la izquierda con el capitalismo? Tampoco debe preocupar. Como agrega Bobbio (1995: 24), "Ha existido también una izquierda, y todavía existe, dentro del horizonte capitalista". Por su parte, Kornai (1992), agrega "Pero estoy convencido de que el respeto a la libertad individual no es sólo compatible con los objetivos originales de muchos pensadores socialistas sino que debe convertirse en un ingrediente fundamental del programa socialista en cualquier lugar". Es en ese horizonte donde me ubico.

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es más “volátil”, con un patrón de acción ciudadana “más ecléctico y egocéntrico”. Sin embargo, lo

anterior no debe ser excusa para dejar de invitar al público a confrontarse con la cotidianidad. Este

trabajo se inscribe dentro de una postura ordenadora, más no concentradora (el cambio político se

promueve y organiza, no es espontáneo en su desarrollo, puede serlo en su nacimiento). Es decir, los

políticos, los gobernantes o las personas, no serán buenos porque tienen que ser buenos. Los individuos

no participarán simplemente porque sea bueno hacerlo. Lo harán si hay incentivos para engancharse, si

los costos de entrada son bajos, si la evaluación que hace la persona de sus acciones y los resultados lo

lleva a concluir que los eventos en los que interviene son controlables, y estos incentivos son diseñados y

creados por el hombre. Lo que debe debatirse es el radio de acción de ese orden y cómo afecta la

libertad del individuo, y la representación social que las personas construyen del orden político. En

consecuencia, las instituciones pueden modelar comportamientos humanos (Borner y colaboradores,

1993: 9). Estas tienen personalidad y ejercen influencia sobre diversas partes del sistema político. Claro

que innovar toma tiempo e implica una visión distinta para enfocar los procesos, diferente a nuestro

esquema del “operativo”. Prilleltensky y Gonick (1996: 138-144) sugieren cinco pasos para lograr la

“activación” de los individuos en procesos de cambio. Este requiere compromiso, continuidad, paciencia,

asertividad, visión a largo plazo, capacidad para diferir gratificaciones; atributos que están muy lejos de

nuestro carácter de actuar bajo presión para hacer las cosas (Palacios, 1997); “como venga viniendo así

vamos viendo” y agregaría que, conforme “vayamos viendo” así “iremos yendo”, pero por algo tenemos

que comenzar y tal vez sea buscando otra visión de la política.

En síntesis, propongo que ensanchar la estructura de oportunidades de las personas es el gran tema

de las instituciones hoy y en el futuro -y no tanto quién y cómo influencia en la toma de decisiones- y la

forma práctica para iniciar una democracia liberal que permita avanzar hacia una democracia radical. Las

oportunidades será el concepto que permitirá reencontrar al ciudadano con la política, mediante la

dinámica entre derechos universales con los derechos particulares –adecuados a una sociedad diversa-

porque en las oportunidades se concretizan las instituciones y la acción política cotidiana, al mismo

tiempo que abre la puerta a lo que será el tema central de la filosofía política para nuestros países:

recuperar y promover la combinación de valores republicanos -propios de nuestra historia- con valores

liberales, necesarios para asumir a plenitud la sociedad del conocimiento, la sociedad de la información, y

la sociedad de la transformación; indispensables para darle el poder a las personas, para que sean

autónomos y puedan escribir su propia vida. Para que esta visión sea práctica, se plantea que las

instituciones deben privilegiar, en su diseño, los mecanismos de salida y voz. Es decir, la estructura de

oportunidades políticas. El ensayo propone que el diseño de nuevas instituciones pasa por una nueva

visión de la política. Para que la democracia recupere su vitalidad, es necesario lograr un sincretismo

entre el largo plazo y la volatilidad del mundo contemporáneo. Las reflexiones y sugerencias del ensayo

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apuntan a promover este sincretismo en el campo de la política, la democracia, y las instituciones, si es

que tal pretensión puede hacerse en el campo de las ciencias sociales.

¿UN VIEJO ARTE CON UN NUEVO IDEAL?

Diversos autores han argumentado sobre los cambios que han ocurrido en la sociedad y que han

afectado la definición de la política y de la democracia (Almond, 1996; Eckstein, 1994; Nye, 1998; Sucre,

1997). Un cambio es hacia los valores postmaterialistas (Clark, 1995) los cuales, según Ronald Inglehart

(1995; 1997), influencian la relación del ciudadano con la democracia. Inglehart sugiere que en las

democracias industriales se pasó de valores materiales (el orden, la seguridad) y hoy se privilegian

valores como la libertad individual, la igualdad social, y la calidad de vida7, por lo que las nuevas

definiciones de la política8 que se han desarrollado recientemente, van más allá de los conceptos

tradicionales a los que se le vincula9.

La principal tarea que tiene la política es ordenar la convivencia de los seres humanos bajo unas

reglas comunes; en generar un orden político. Es una tarea “ordenadora” (Romero, 1990). Esta función

ocurre en un ambiente de recursos escasos (sean materiales o simbólicos), por lo que a la política se le

asocia con el poder. Easton (1976) se refiere a la política como un proceso en que se “asignan

autoritariamente” valores en una sociedad determinada. Dahl (1984. c. p. Alcántara Sáez, 1993) alude a

la política en términos de influencia. Pero no es sólo el orden y el poder lo que definen la actividad

política, es su carácter social; son acuerdos que se tienen para todos los miembros de una sociedad en

particular (Godinho Delgado, 1993). La política es un asunto público, no privado (Oakeshott, 1991: 70-

71). Así, podríamos definir tentativamente a la política como un proceso ordenador de valores a través de

arreglos de alcance social, cuyo cumplimiento es garantizado por la aplicación del poder. Esta es una

definición “técnica” de la política.

Pero la política también se caracteriza por un lenguaje. Para Sartori (s.f), aquélla es un hacer que se

sustenta en un discurso que involucra a todos. De aquí que el lenguaje del poder sea diferente a otras

formas de lenguaje. Aquél es cerrado, distante y vertical, y establece lejanía, no proximidad. El lenguaje

del poder no explica sino justifica, por lo que emplea “verbos de acción” (como abogó, clamó, aseguró,

informó, manifestó, ordenó) y los performativos ilocutivos (de acción verbal, acompañados de otro tipo de

acción; llamó a la calma, declarar, ordenar) para dar cuenta de sus acciones. Los “verbos de acción

7 Aunque las manifestaciones de dolor por la muerte del Papa Juan Pablo II, pueden sugerir que los valores post-materiales tocaron su límite, y las personas buscan referencias valorativas más definidas y, posiblemente, en términos de seguridad y certidumbre 8 Indudablemente, esto ocurre en las sociedades industrializadas. En nuestro país, la búsqueda puede ser todavía por los valores materialistas. Trabajos recientes sugieren que en los países industrializados opera una vuelta a valores materialistas como el empleo, la seguridad, entre otros. Vid. Lees (1999) 9 Savater (1993) puntualiza que “Decir que la política es una porquería, sería como explicar lo que es una tostadora, afirmando que es un aparato para carbonizar el pan”. Para las críticas y defensa de la política, véase a Caballero (1993; 1993a) y Nuño (1993)

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mental” (creen, piensan) son escasos (Bolívar, 1996). Es razonable que sea así: quien ejerce el poder no

piensa, actúa; no tiene dudas, sino certeza. Es un lenguaje blindado10.

Este distanciamiento de lo político con lo civil a través del lenguaje, puede explicar el rechazo que hay

hacia la política. Se la concibe como actividad aislante y no conductora. Si se hace una metáfora con los

materiales eléctricos, para la visión tradicional, la política está hecha de materiales aislantes (la cerámica,

por ejemplo), mientras que una idea contemporánea la visualiza hecha de cobre, para poder conducir la

energía social de una comunidad de un punto a otro.

Hoy, esta visión, si se quiere “convencional” de la política, comienza a ser desafiada. No es que la

búsqueda de un orden y el poder se eliminen, sino que hoy se redefinen los espacios del orden y del

poder. Por esto los conflictos que experimentan las sociedades modernas. La política ofrece un orden,

pero la naturaleza de ese orden es otro asunto, y es aquí donde se halla la fuente de conflicto que existe

en la política. El poder, en consecuencia, no es sólo para alcanzarlo, para tenerlo; es algo más que un

asunto de regodeo sensual; el poder define y construye realidades11. Es la tradicional tensión entre la

política como “el fin justifica los medios” , expresión que se le atribuye a Maquiavelo; y “son los medios

los que justifican el fin”, afirmación de Albert Camus.

La nueva visión pone un peso relevante en el ser humano. Algunas evidencias sugieren que es así.

Monroe y Epperson (1994) hablan de un comportamiento político centrado en la percepción que tiene un

actor de sí mismo en relación a otros, que delimita el dominio de acciones que aquél percibe como

viables, empírica y moralmente. Havel (1992; 1993: 1-20), afirma que:

“El político debe convertirse de nuevo en una persona, en alguien que confíe no sólo

en las representaciones científicas y en el análisis del mundo sino que deposite su

confianza en el propio mundo. El político no debe creer tan solo en las estadísticas

10 En el caso venezolano, el lenguaje del poder ha sido estudiado, entre otros, por Britto García (1988; 1989), Dávila (1992) y Sucre (1994). El primero encuentra que quienes tienen el poder se perciben como “activos”, son los proveedores de cosas; mientras que el público es construido como un ente “pasivo”, que recibe cosas. Es una suerte de “masa” incapaz de valerse por sí misma. El segundo sugiere que el 18 de octubre de 1945 cambió la cultura política venezolana a partir de un discurso el cual, entre los aspectos negativos, resaltó las relaciones clientelares de la sociedad con el Estado y los partidos políticos. El tercero, al analizar un discurso del expresidente Caldera, concluyó, entre otras cosas, que la visión de la democracia del entonces Jefe del Estado no modificó los elementos centrales de la democracia de élites establecida en Venezuela en 1958. La única diferencia con sus predecesores, fue el empleo de la colectividad, de la gente, como fuente de legitimidad de las acciones de gobierno. Una democracia plebiscitaria que auguraba un desarrollo más complejo en manos de su sucesor: Hugo Chávez Frías. Este lenguaje blindado podría explicar que muchos gobernantes locales empleen para legitimarse la palabra “trabajo”. Todos son “gobiernos de trabajo”. No sólo con esto se busca jugar con valores estimados por la sociedad venezolana (la “unión, paz y trabajo” de Juan Vicente Gómez), sino que se persigue transmitir un sentido de acción. Al parecer, todavía en Venezuela se mantiene la tesis positivista del gendarme necesario (Sosa, 1985): alguien que “ponga” el “orden” 11 Tan es así, que Deschamps (1983, c. p. Howard, 1994: 212) revela que las personas en posiciones de poder son libres para fijar los términos de la categorización cuando definen a los grupos con los que interactúan. Quienes ejercen el poder se definen como miembros de una categoría única, distintos al resto de la sociedad. Quienes no poseen poder, son conceptualizados bajo categorías no diferenciadas: una masa

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sociológicas, sino en la gente real. Debe confiar no sólo en una interpretación objetiva de

la realidad sino también en su propia alma; no sólo en una ideología adoptada, sino en

sus propios pensamientos; no sólo en el resumen de noticias que recibe cada mañana,

sino también en sus propios sentimientos”

El origen de este cambio puede hallarse en la tecnología, al poner al alcance de todos medios para

que la relación con el poder sea más simétrica (Rodotà, 1994); un cambio en los valores, al estar muchos

países en una etapa “postmaterialista” (Inglehart y Carballo, 1997), o nuevos desarrollos en el

pensamiento científico; nuevos paradigmas (Martínez, 1994; 1996), que cuestionan cómo se enfoca la

realidad. Lo interesante son las consecuencias de esta nueva visión en la política. Aquí se destacan dos

que son básicas para diseñar nuevas instituciones y para definir la política y la democracia: el énfasis en

los procesos y no en los resultados; y en una nueva visión espacial, una “topografía política”,

caracterizada por ser más horizontal (valles) y menos vertical (montañas con fuertes pendientes). Es

decir, pasar de una concepción estática de la política a una dinámica.

Al hablar de procesos, se rompe el modelo “eastoniano” de la caja negra. Ahora, se busca abrir

aquélla y esta apertura significa que las relaciones de poder se desean más simétricas, se persigue

indagar sobre los criterios para tomar una decisión, y los pasos seguidos para hacerlo12. Que los

procesos salgan a la luz del público, que puedan ser discutidos y examinados, permite cambiar las

relaciones de poder en un contexto dado, al abrirlo y poner la información en manos de la sociedad.

Aquél es discrecional porque es cerrado. Si se abre, las licencias de quienes lo ejercen disminuyen. En el

peor de los casos, tendrán que justificar muy bien por qué tomaron un curso y no otro, sobre bases que

sean aceptadas por la comunidad. Williams (1994) documenta, al hablar de un estudio sobre cinco

ciudades en los Estados Unidos, cómo la integración de la comunidad a los procesos políticos alteró el

balance de poder entre aquélla y el mundo de los negocios, y produjo una mayor respuesta de las

autoridades a las demandas de la localidad, un incremento en la percepción de la capacidad que tienen

las personas, un mayor nivel de confianza, y un mayor aprendizaje social.

La “topografía política”, por su parte, cambió el objeto de lo político. Es ver espacialmente a la política,

como un campo en donde se mueven los actores, con más o menos restricciones. El poder ahora tiene

que explicar, fundamentar, escuchar y negociar, por lo que se ofrecen nuevas oportunidades para la

acción política. El espacio, entonces, es sinónimo de oportunidades; mientras que los procesos son

sinónimos de transparencia, información y apertura. Un ejemplo de lo anterior es cómo se conceptualiza

la desigualdad actualmente. Sen (1995) y Schmidtz, D (1998) se refieren a la desigualdad en términos del

12 Tal vez esto explique el interés que hay sobre la política pública. Mead (1995), afirma que “Public policy assesses politics against the standard of effective governance”. Y este estándar implica abordar los procesos por los que se decide una determinada política y no otra

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logro y la libertad para lograr13. Sen alude a la capacidad de acción que tiene una persona para alcanzar

valores que son estimados por ésta (Margalit, 2000). Es, pues, una concepción espacial -capacidad de

acción, es decir, posibilidades de hacer, desplazarse, moverse- de los logros, que comienza a irrigar a la

política. Ya no se trata de relaciones tan verticales (de pasos, instancias, de arriba hacia abajo), sino más

horizontales; de moverse en espacios para lograr nuevas oportunidades y formas de expresión. Una

consecuencia es que el concepto de democracia cambia ¿Qué es, entonces, la democracia? Puede

definirse a partir de la idea de lo bueno ¿Y qué es lo bueno? es lo que amplíe la potencialidad de los

individuos, de poder ensanchar su autonomía para ser más libres. Una definición moral de la democracia

(Touraine, 1995: 274)14.

Si se concibe la realidad como dinámica y los grupos tienen proyectos que necesitan una canalización

histórica, es razonable esperar que se muevan para promover cambios sociales. Los cambios políticos

han ocurrido porque las sociedades se movilizan para ello. La ciudad –por ejemplo, la calle- como

topografía política es el escenario donde se verifica la acción política como juego de movidas y contra-

movidas que hacen los actores. Como sugiere McAdam y Tarrow (2000: 149):

“En nuestra opinión, los movimientos, revoluciones y otras instancias de luchas

populares emergen como producto de las interacciones dinámicas entre varios grupos

hacia el conflicto, cuya orientación mutua define un 'campo de debate' fluido y construido

socialmente. Por 'campo de debate' definimos un conjunto de reglas de debate

construidas socialmente que están dentro de un marco legal/institucional, y que ofrecen

las acciones disponibles a los jugadores políticos”

No es casual, entonces, que hoy se le de importancia a los movimientos sociales y a las acciones no

violentas como mecanismos para promover la democracia y los derechos humanos (Ackerman y DuVall,

2000: 147). De aquí que si la nueva política se caracteriza por los procesos (apertura, información y

transparencia) y espacio (oportunidades), los terrenos de la viabilidad de esta nueva concepción serán

los descritos por Albert Hisrchman en su libro Salida, voz, y lealtad (1970): promover que los ciudadanos

hagan mayor uso de la “salida” y la “voz” para ejercer su capacidad de escoger al tener instituciones para

13 Se toma la desigualdad porque es el gran tema para América Latina, ya que somos la región con un elevado nivel de iniquidad, incluso por encima de Africa. Su importancia tiene consecuencias políticas. Kliksberg sugiere que una mayor igualdad se traduce en un mayor nivel de confianza mutua, que estimula el "capital social" necesario para construir confianza en las instituciones políticas de la democracia (Vid. Kilksberg, 1999). Por otra parte, se ha demostrado que la desigualdad es la determinante económica fundamental para la estabilidad democrática. Vid. Muller (1995) 14 Esta definición de democracia tiene algo de Santo Tomás de Aquino, en la medida que la estructura de oportunidades supone buscar el bien común. En Summa Teológica (Parte I de la Segunda Parte, pregunta 90, artículo 4) Santo Tomás de Aquino afirma que, "Thus from the four preceding articles, the definition of law may be gathered; and it is nothing other than an ordinance of reason for the common good, made by him who has care of the community, and promulgated"

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ello y, en consecuencia, aumentar la viabilidad política de los procesos y del espacio en la acción política

cotidiana. Volver al trabajo de Albert Hisrchman (1970), luce, entonces, pertinente.

PARA HACER VIABLE LAS INSTITUCIONES: SALIDA, VOZ Y LEALTAD

Hirschman se interesa por las perturbaciones que afectan el equilibrio de las instituciones y cómo

restablecerlo. Es aquí donde aparecen la voz y la salida, como mecanismos para recuperar una

institución cuyo desempeño ha disminuido. El libro de Hirschman es un argumento a favor del uso de la

voz, porque considera que ésta ha sido descuidada en el campo de la economía y su valor debe ser

recuperado. De aquí que el autor vincule la salida con la economía y la voz con la política. Al fin y al cabo,

como argumenta el escritor, es más fácil salirse de una empresa y buscar otra, que “salirse” del Estado15.

Por esta razón, la salida ha recibido mayor atención en el campo de la economía que la voz. Esta última,

en tiempos recientes, ha tenido privilegiado interés en el área política (Verba et al. 1998).

La salida es, sencillamente, cambiarse a otra alternativa. Por ejemplo, dejar de comprar a una

empresa y hacerlo en otra. La voz es armar un escándalo. Hirschman la define como (1970: 36):

“Definimos aquí la voz como un intento por cambiar un estado de cosas poco

satisfactorio en lugar de abandonarlo, mediante la petición individual o colectiva a los

administradores directamente responsables, mediante la apelación a una autoridad

superior con la intención de forzar un cambio de administración, o mediante diversos

tipos de acciones y protestas, incluyendo las que tratan de movilizar a la opinión pública”

El tercer componente, la lealtad, operaría como una “oportunidad afectiva” que tiene la persona con

una institución, que retrasa la salida. Aquélla puede tener dos consecuencias, una positiva, al darle

oportunidades para hacer uso de la voz. La negativa, al callar la voz, ya que los costos de salida son muy

altos y las penalizaciones también, por lo que se prefiere el silencio. Verbigracia, este es el caso muchas

renuncias en Venezuela. Nadie se queja directamente y todos se van por “razones personales” o

“problemas de salud” (de hecho, en nuestro país es poco elegante que alguien sea despedido aunque

existan méritos para ello, sino que “renuncian”). Lo dicho es pertinente porque impone una restricción en

el uso de la voz. Principalmente, porque en Venezuela la riqueza se halla concentrada en manos del

Estado y éste decide cómo distribuirla. Esto explica, por ejemplo, los conflictos redistributivos que se

observan cuando se discute el presupuesto o, de manera más vergonzosa, la corrupción. En nuestra

nación, como sugiere Dávila (1988), la fortuna de una persona o grupo no se decide principalmente por el

“trabajo” o la “productividad”, sino por las conexiones que se tengan con los grupos políticos que deciden

15 Aunque Hirschman habla de la inmigración de europeos a Estados Unidos a finales del siglo XIX y las dos décadas del siglo XX, como un mecanismo de salida ante las tensiones que vivió Europa en esos años. La “fuga de cerebros” que ocurre hoy en Venezuela, puede ser un mecanismo de salida, ante la imposibilidad de tener un nivel aceptable de calidad de vida, de los altos costos y de la ineficacia percibida para usar la voz en nuestro país. Ahora, irse es una alternativa razonable

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el uso de los dineros públicos16. Por eso, en determinadas circunstancias, es mejor callar, porque usar la

voz implica ser excluido de las gratificaciones materiales y simbólicas que ofrece el Estado o de los

grupos y “macollitas”, y si la riqueza proviene de éstos ¿Cómo hace alguien para romper este círculo

vicioso? Cuando muchas personas se preguntan hoy, por la “apatía que hay en el país”, lo que se acaba

de decir, puede ser una vía sugerente para explicarlo. La crítica seria en Venezuela se penaliza

culturalmente. Se acepta la crítica vocinglera porque ésta es un sustituto de la acción. Es, en términos de

Hirschman, la “domesticación de la voz”, aunque parezca contradictorio, porque es más intensa. Su

intensidad, en muchos casos, es para llamar la atención, para obtener ventajas de un Estado “dador”,

para llamar la atención y sentarse a “negociar”; por el contrario, quienes cuestionan seriamente son

llamados “radicales” y se les construye como peligrosos; se les tiene miedo porque se sabe que pueden

actuar, y eso es lo que se busca evitar con los cuestionamientos ruidosos que sólo son eso: ruido y nada

más. De aquí que la idea de poner la posibilidad de generar riqueza en manos de la persona (es una

suerte de “salida” dentro del mismo Estado, pero a través de una concepción diferente del dinero y de la

producción) sea adecuado, porque al existir formas alternativas de acumulación, habrán incentivos para

emplear la voz sin temer. Pero no es sólo esta exigencia naive sobre la salida. Se requiere, también, una

visión cultural del capital, del dinero, de la producción y del trabajo, distinta a la que hemos tenido hasta

ahora como país. Evans (1995) aporta argumentos para comprobar que es posible que un Estado sea

promotor de la riqueza en manos de los particulares y no como ha sido nuestro modelo, que la ha

concentrado en grupos políticos y económicos muy particulares los que, ni por asomo, han pensado en

dejarla, tanto en el pasado como en el presente.

El modelo, visto así, es sencillo. Sin embargo, Hirschman lo complejiza al incluir otras variables. Por

ejemplo, cómo el monopolio puede hacer poco útil la opción de salida, ya que las instituciones

compensarían entre ellas la salida de los “clientes” disgustados con una firma. Otra variable es cuando se

“domestica la voz”, para quitarle su potencial crítico y lograr que cumpla un papel rutinario dentro del

entramado institucional, pero inofensivo (la “crítica ruidosa” de la que se habló en párrafos anteriores).

Estas dos variables se nombraron porque pueden hallarse ejemplos en Venezuela de su existencia.

En especial, lo que Hirschman (1970: 61-63) llama la “tiranía de la mediocridad”. El autor pone un caso

en Nigeria, pero del que seguramente hay muchos ejemplos en nuestro país.

Así las cosas, una idea a rescatar del modelo de Hirschman (1970: 86 y 151), es que el diseño

institucional puede tener importancia considerable en el diseño de la salida y la voz, y es posible lograr un

16 No es casual que muchas personas que han ocupado posiciones relevantes en la administración pública, cuando dejan el cargo, son adoptados por grupos económicos. La razón es que estos funcionarios dejan conexiones dentro de las estructuras públicas. Para las relaciones entre la economía y la política en Venezuela, véase a Maza Zavala (c. p. Blanco Muñoz, 1986) y Arroyo Talavera (1988). Otra consecuencia de esto es la no claridad, en nuestra

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balance deseado de incentivos institucionales para fortalecer la voz en relación a la salida, o viceversa.

Por ejemplo, la descentralización fue una iniciativa orientada a ampliar la voz pero al quedarse

principalmente como descentralización política, no promovió la salida (la competencia entre los estados

de la federación en términos de condiciones de calidad de vida o de inversión), y hoy estamos en

presencia de una concentración, y la descentralización “no tiene dolientes” ¿Tan ineficaz fue que ya nos

olvidamos de ella? ¿O sencillamente nunca fue salida y sólo voz? Sin embargo, los méritos de la

descentralización no pueden ser desechados, y menos no dejar de enfocarla de otra manera: construirla

como salida, que sería más adecuada porque promovería la competencia y no la búsqueda de la renta,

que parece explicar que su naufragio “no tenga dolientes”. La renta, ahora, se distribuye por otras vías

distintas a la descentralización. No obstante, aquí queremos enfatizar no las reformas institucionales, sino

lo relativo a la consolidación y gobernabilidad política, que serán los temas de Venezuela en el mediano y

largo plazo, incluyendo la transición dentro de la consolidación política. El problema que enfrenta el

sistema político venezolano de cara al futuro es, dada la polarización política y la incapacidad de hallar

“puntos focales” entre los actores políticos, es promover un centro político17, que no sugiere no tener una

posición hacia la izquierda o hacia la derecha, o de otro tipo, por ejemplo, privilegios y en contra de los

privilegios; con base en la siguiente pregunta ¿Cuáles estrategias serán las más adecuadas para generar

sociedad, de lo “público” y lo “privado”. Si los grupos se pueden apropiar de un excedente para callar la voz y ser leales ¿por qué distinguir entre lo que es de todos y lo que es mío? 17 Es una acción que tiene sus riesgos. Buscar un centro político en un ambiente ya polarizado y en el que ambos extremos presionan para una crisis política que genere un resultado, sea el derrocamiento del gobierno o su endurecimiento al tener un motivo para hacerlo, puede significar que se trabaje para una hegemonía política, de forma consciente o inconsciente. Pero el promover el "salir de esto" puede terminar en un régimen no deseado, que probablemente sea peor a lo actual. La experiencia ajena enseña. Cohen (1994), argumenta que las democracias de América Latina durante los 60 y 70, de acuerdo a diversas teorías, colapsaron porque fueron incompatibles con los requerimientos estructurales que exigía el desarrollo capitalista. Cohen usa la teoría de los juegos para explicar este proceso y el autor dice que las condiciones estructurales no necesariamente son obstáculos para las reformas sociales y económicas en América Latina, en un ambiente democrático. Al examinar los casos de Chile y Brasil, Cohen argumenta que el desplome de las democracias en estos dos países fue producto del clásico juego “dilema del prisionero”. Los moderados tanto de la izquierda como de la derecha sabían los beneficios de llegar a consensos en las reformas pero tuvieron miedo de cooperar porque cualquiera de los dos podría acercarse a los radicales. Sin la voluntad de tomar el riesgo de cooperar, los moderados de ambos lados terminaron por apoyar a los radicales. El desorden político abrió las puertas a la intervención militar. Cohen argumenta que, en general, las explicaciones estructurales de los procesos políticos son incompletas porque asumen que las preferencias de los actores políticos son determinadas por las estructuras sociales, económicas y políticas. No se pueden explicar los resultados políticos, sugiere Cohen, sin abordar las creencias y preferencias de los actores como parcialmente independientes de las estructuras, con una dinámica propia que hay que conocer. En la Venezuela de hoy, el papel de las preferencias de los actores será clave. De aquí la importancia de definir el qué queremos políticamente hablando. En nuestra historia, la estrategia radical no parece haber sido efectiva. Quienes vivieron la dictadura de Pérez Jiménez en la resistencia, criticaron la "estrategia putchista" que fue, entre otras, la causa del debilitamiento de la resistencia y de la muerte de brillantes dirigentes, y prefirieron buscar el trabajo unitario y definir estrategias comunes para enfrentarse a la dictadura, más que "salir de esto" por sí mismo. Fue "el salir de esto" pero con sentido del tiempo, de los cambios políticos, y de la estrategia, más que de una reacción afectiva, como lo han revelado el golpe de abril de 2002, el paro de diciembre de ese año, y el rechazo a los resultados del revocatorio de agosto de 2004, que colocan a la oposición al borde de su propia liquidación. Una suerte de “suicidio colectivo”. El testimonio de dos protagonistas de aquellos años así lo sugiere. Vid. García Ponce, G. y Camacho Barrios, F. (1980)

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un consenso normativo en la sociedad que permita definir un proyecto que supere el ethos clientelar y

aleje la posibilidad de salidas suma cero en la resolución de las diferencias intra e intergrupales en

nuestro país? En otras palabras, cómo institucionalizar sin domesticar, formas de salida y voz, al tener

como objetivo central el desarrollo y crecimiento económico para Venezuela18.

Un centro político, por otra parte, buscaría el equilibrio que debe existir entre la salida y la voz, porque

un uso exagerado de las dos se traduce en rendimientos decrecientes para el sistema político. Hirschman

no espera que toda la sociedad esté activa y haga uso de la voz y la salida, ya que es necesario un

tiempo prudente para que la administración introduzca los cambios que se necesitan. Si todos las

personas usaran la voz y la salida al mismo tiempo, la recuperación sería imposible, por lo que se

requiere, como sugiere el autor, clientes “alertas” e “inertes”. Lo relevante para Hirschman es explicar las

condiciones en las cuáles la voz y la salida tienen los mejores resultados y cómo aproximarse a un diseño

institucional para lograrlo. Verbigracia, el estudioso sugiere que hay que incrementar los costos de salida,

ya que en los momentos en que la calidad decrece, salen quienes son más sensibles a la calidad, pero al

mismo tiempo se pierde la voz de personas que serían muy críticas si se quedaran dentro19.

CONSTRUYENDO EL BASAMENTO DE LAS INSTITUCIONES DEL FUTURO

Para aproximar la viabilidad de nuevas instituciones en Venezuela, hay que examinar el contexto. Un

cambio importante ocurrido en nuestro país es que la política ya no es lineal ni local. Hasta 1998, se

decía que si uno quería hacer política, tenía primero que ser alcalde, luego gobernador, y después

aspirar a un puesto en el Congreso o la candidatura presidencial, si era el caso. Sin reducir la importancia

de lo anterior, hoy no es así. Lo relevante será la capacidad de darle coherencia a una realidad

fragmentada y que busca definiciones. Vivimos hoy la época de la política como argumento y contra-

argumento.

Este es uno de los cambios importantes de la política venezolana: emerge el sentido de una política

nacional y lo que marcará la diferencia para hacer política no es si alguien ha sido alcalde, gobernador o

parlamentario -aunque la experiencia que otorgan estas posiciones es invalorable para la comprensión y

el ejercicio de la política, y no sugiero su irrelevancia- sino la capacidad para distinguir el corto del largo

plazo, y ofrecer argumentos o contra-argumentos, dependiendo del caso, para proponer una proyecto de

país que compita en términos de poder. En trascender una realidad fragmentada e ir hacia una política

nacional; en pensar el país. Más que un qué hacer, hoy se requiere un qué decir. Recuperar los temas

18 El Presidente Lula ha planteado que América Latina necesita estabilidad política para generar “crecer económicamente”, en declaraciones dadas a principios de mayo de 2005 19 La polémica desatada por las políticas educativas del gobierno y de la que los decretos 1011 y 3444 han sido fuertemente cuestionados, puede analizarse con este prisma y tal vez explique porqué estos instrumentos han liberado una energía social que no había sido canalizada antes. Sencillamente, porque los costos de salida son altos. No sólo porque cambiar de un colegio o universidad a otra no es fácil, sino porque ante un mecanismo de disuasión

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nacionales es, entonces, la principal tarea para definir qué instituciones requiere el país, en este

momento en que se erige un nuevo sistema político ¿Cuáles son esos temas? A lo largo de estas

páginas se han esbozado algunos tópicos que estimo conveniente sintetizar, desde el punto de vista

macro, que no agotan el temario ni tampoco la discusión. No se pretende ser exhaustivo, pero sí delinear

una propuesta de temas para la acción política, orientada a persuadir a los ciudadanos sobre su

importancia.

Se debe promover el liberalismo para avanzar hacia el radicalismo, y ofrecer un nuevo diseño de las

instituciones políticas que permita este tránsito, centradas en ensanchar la estructura de oportunidades

de las personas, que preserven las libertades negativas.

Como programa político, debe ser un republicanismo-liberal, que combine la virtud pública en el

ejercicio del poder con la iniciativa individual para producir bienestar mediante el trabajo como punto de

conexión entre la esfera privada y el espacio público, en términos ya no del ciudadano deliberante, sino

del ciudadano creador y deliberante, que pueda re-encontrarse con la sociedad a la que pertenece, no

sólo a través de una política de la identidad –la ciudadanía- sino como productor no rentista20.

Se debe promover pasar de la legislación como obstáculo, como barrera; a una legislación como

promotora de oportunidades, liberadora, abridora de espacios y que ofrezca opciones para la acción de

las personas.

Es dar la batalla intelectual y política para separar la idea de mercado como espacio de oportunidades

y bienestar, del mercantilismo-corporativo o del rentismo-corporativo, que son las formas de relación

social dominantes que ha tenido nuestro país. Hoy se escucha una fuerte crítica al capitalismo en

Venezuela. Nominalmente, Venezuela ciertamente es capitalista: el excedente petrolero creó el mercado,

hizo de un país aislado un país de intercambio mercantil. La renta petrolera se privatizó, con un dólar

sobrevaluado a 4,30 hasta 1983, y un total de 111 mil millones de dólares de venezolanos en el exterior,

para la fecha de hoy. Pero sólo hasta aquí nuestro país es capitalista. No llegamos a apropiarnos

realmente del capitalismo como Weltanschauung más allá del “grupo en sí”, y no se llegó al “grupo para

sí”. Tal vez un reto en Venezuela sea crear un burguesía con verdadera conciencia de clase nacional,

atada a su país, un capitalismo, pues. De manera que, desde mi humilde punto de vista, el adversario no

es el capitalismo, sino el rentismo-corporativo, que parece ser la forma de organización más democrática

que existe en Venezuela: está en todas partes, y dificulta al país su tercera modernización o, si se quiere,

la segunda siembra del petróleo. La primera siembra –la de Uslar Pietri- ya ocurrió. Es extraño que

todavía se siga hablando de “sembrar el petróleo” ¿Y la UCV, por ejemplo, qué es? Esa siembra destinó

la renta a la modernización del país a través del Estado; la segunda siembra, es la reintensificación de la

como los citados decretos, la salida no tiene sentido porque invaden todo, sea pública o privada. El recurso de la voz es el que queda y con éste, la voz de muchos padres y gremios críticos que ahora se manifiestan con fuerza

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modernización, a partir del mercado, en conjunción con el Estado, pero son los actores privados los que

tienen el protagonismo en esta “segunda siembra”. Este es el verdadero reto y el meollo del debate en

Venezuela. No hay que perder de vista este punto.

Es romper con el presentismo de la sociedad venezolana, al construir un discurso hacia el futuro,

hacia el largo plazo; que no rememore las utopías del “hombre nuevo" sino que le de cabida como sujeto

activo a los excluidos -no sólo los pobres, sino los nuevos excluidos ya no sólo por condición social, sino

por razones políticas o de pertenencia a determinado grupo social o profesional- y que hoy forman los

desinteresados por la política y críticos hacia ella.

Hay que recuperar la idea de un Estado con sentido estratégico, con capacidad administrativa para

ofrecer los incentivos que promuevan la riqueza privada, y que tenga sentido de unidad, no un Estado

reducido, fragmentado, debilitado, y tomado por grupos particulares. Un Estado selectivo y un

“capitalismo con corazón” (Drijanski , 2004).

Es obligante construir un espacio de centro, que no polarice, aún a riesgo que sea calificado de

"ligero" o "débil", que promueva en el diseño institucional mecanismos de salida (competencia) y voz

(movilizaciones e ideas), y que asuma este debate. Posiblemente, en el futuro, se plantee en Venezuela

una reforma a la Constitución. Ya hay vientos que anuncian esa posibilidad. Dos temas que seguramente

serán abordados, si efectivamente ocurre la reforma, serán la naturaleza de la propiedad y la reelección

presidencial. Si ese momento llega ¿Quiénes serán los defensores del pluralismo, la alternabilidad, y de

los derechos de los particulares a gestionar su propia riqueza y a promover la riqueza de la sociedad

mediante el mercado?

¿El instrumento para todo lo anterior? Sigue siendo el partido político21. Y el partido político nacional.

No es con la "iniciativa propia" que se agota en una persona o camuflarse en la sociedad civil para hacer

20 No sugiere el rechazo a la renta como concepto económico y que todavía es importante en nuestro país 21 En análisis que he hecho previamente (Sucre, 2000) sostengo que en Venezuela la centro-derecha será una opción de poder que competirá con la centro-izquierda, y lo hará con el gobierno del presidente Chávez. La centro-izquierda como un todo pagará el costo de los errores del gobierno y de la emergencia de la centro-derecha, amparada en el discurso de lo inmediato, de la eficiencia. Justamente, esto es lo que obliga a definir una opción de centro-izquierda en un esquema de partido, que pueda atenuar la fuerza de la centro-derecha, por un lado, y ofrecer una alternativa de centro-izquierda real ante un gobierno que pretende serlo pero no lo es, por su carácter hegemónico y por pretender “obligarnos a ser felices”. Acerca de la centro-derecha, hay antecedentes de vieja data que indican un cambio en los valores del venezolano de la izquierda a la derecha, que hay que evaluar con los cambios actuales en el país. El fallecido politólogo Arístides Torres (Hernández, 1988), afirmó, con respecto a los jóvenes, que "el joven está menos dispuesto a involucrarse en política, pero con la característica de que es mucho más derechista que el joven de ayer, tanto los educados como los no educados". Esto sugiere que una propuesta de centro-derecha puede ser, también, popular y no elitesca, como normalmente se cree. Otro indicador es el trabajo de Welsch y Carrasquero (1995), el cual revela que mientras las personas que se identificaron como de centro e izquierda disminuyeron en el lapso 1973-1993, las personas que se identificaron como de derecha y como "ninguna" aumentaron.

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política, lo que hará posible ofrecer a los venezolanos una política nacional. El partido nacional, con

vocación política lo hará22 ¿Cómo debe ser ese partido? Eso es objeto de otro debate23.

22 En Venezuela estamos pagando el precio de muchas equivocaciones y lugares comunes. Uno de ellos -que hoy nos pesa como una montaña- fue el pretender sustituir a los partidos políticos por una gaseosa sociedad civil (principalmente del "establishment") que se dedicó en los 80 a cultivar un discurso zanahoria: "necesitamos gerentes y no políticos". Cierto que los liderazgos partidistas hundieron a sus organizaciones, pero fueron ayudados desde afuera con este discurso civil que luego devino en ataque contra todas las instituciones. Si hoy tuviésemos un sistema de partidos, la situación de gobernabilidad del país sería mejor. Hoy hay que reconstruir el sistema de partidos. La lección de México en sus pasadas elecciones es una bofetada a nuestra ingenuidad, superficialidad y cinismo para analizar a Venezuela. En una excelente entrevista en Letras Libres (www.letraslibres.com), el presidente del Instituto Federal Electoral (IFE, equivalente a nuestro CNE), José Woldenberg, dijo, al hablar del éxito en México, que "Lo que hemos construido en los últimos años es un sistema democrático, a partir de una sociedad plural que fue forjando o consolidando a los diferentes partidos. Estos partidos fueron una y otra vez a las elecciones y, conforme se fueron fortaleciendo, se hicieron más exigentes en las reglas electorales y se vieron involucrados en reformas más profundas. Esta mecánica de partidos más fuertes, en elecciones competidas y reformas electorales sucesivas, es lo que nos ha colocado en un escenario político donde esa diversidad puede expresarse, recrearse, convivir y competir de manera pacífica, institucional y civilizada por los cargos de gobierno y legislativos". Y más adelante agrega, "Yo creo que no hay un sistema democrático sustentable si no es con un régimen de partidos políticos. No hay democracia sin partidos. Los partidos son redes de relaciones, coaguladores de intereses, referentes ideológicos, procesadores de diagnósticos y programas, que permiten la actividad de los ciudadanos, pero de una manera organizada. Lo que ha pasado en muchos de los procesos de construcción democrática en América Latina es precisamente el desplome de los partidos y la emergencia de figuras carismáticas, y lo que esto acaba generando no es un fortalecimiento de la democracia, sino de esas figuras carismáticas que, sin la mediación de partidos, establecen una relación clientelar con núcleos importantes de la población y desde allí gobiernan". En Venezuela, hicimos todo lo contrario: se crearon las condiciones para destruir a los partidos y para que apareciera una figura carismática; el error estuvo en que la figura que apareció no era la que muchos esperaban y ahora están desencantados y quieren echar el tiempo para atrás. Ya no es posible. Sólo queda esperar que hayamos aprendido la lección. 23 Para la reforma de los partidos en el caso venezolano y por dónde debe comenzarse, véase a Ellner (1996).

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