La larga guerra del siglo XX 045

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La Larga Guerra del siglo XX 1914-1989 Entreguerras Tras el ascenso al poder de los nacional- socialistas, Alemania inicia su expansión y sus continuas exigencias territoriales 10 Serie dirigida y coordinada por: Armando Fernández-Xesta Hitler y el régimen nazi A tribuir todo aquello que pasó a la lo- cura, a la paranoia de un hombre, a su megalomanía, es quizá la forma más rápida y cómoda de aventar de nues- tra conciencia la responsabilidad co- lectiva por un horror que no nos atrevemos a asu- mir ni aun hoy, cuando despedimos en los cemente- rios a los últimos miembros de aquella generación. Hitler, es cierto, fue la encarnación del fenómeno nazi, pero no fue el único nazi. Ni los nazis fueron los únicos alemanes que jalearon su delirios. Ni los alemanes los únicos europeos que se plegaron a su política, a sus métodos y a sus excesos. Ni siquiera podemos descargar la culpa colectiva únicamente en dirigentes débiles como Daladier, ciegos como Chamberlain, oportunistas como Stalin o ventajis- tas como Mussolini. Ni en las multitudes que vito- reaban al Führer en Viena o a sus soldados en Riga, ni en los millones de personas que colaboraron con el ocupante en la mayoría de los países de Europa. Ciertamente, en el epicentro de todos los acon- tecimientos, que componen el periodo más san- griento y cruel de “La Larga Guerra del siglo XX”, está la figura de Adolf Hitler, un austriaco desarrai- gado que hace suya la patria alemana. Su ascenso (“El resistible ascenso de Arturo Ui” que parodia Brecht) es sólo explicable en una país que no quiere asumir las consecuencias de la Gran Guerra y que ha vivido aterrorizado un intento revolucionario. Que sufre la doble sangría primero de la inflación y luego del paro. Una sociedad que ha perdido sus referentes morales, carente de liderazgos y, sobre todo, de una auténtica vocación colectiva. Hitler y su grupúsculo (uno más de los muchos que proliferan en aquella Alemania de la derrota) ofrecen respuestas a todos los males. Respuestas simples, claras, contundentes e inmediatas…, pero, sobre todo, respuestas que buscan el eco de los demonios ancestrales: la disciplina como valor básico, de herencia pru- siana, y la identificación de un enemigo racial como genera- dor de todos los problemas presentes y pasados. A nadie engañó Hitler. Fue quien dijo que era, hizo lo que dijo que haría. Basta ojear el Mein Kampf o releer sus discursos. Pero muchos sí se autoengañaron con Hitler. Y los logros sociales alcanzados por el régimen, no ya en años sino en meses, convencen a los escépticos. El prestigio exterior deslumbra a la mayoría. Bien pocos serán los que no se acomo- den a la nueva situación y se hagan los ciegos ante lo que no desean ver. Y muchos no desearon ver ni en Alemania, ni en el resto de Europa. Hasta que el nacionalismo, exacerbado hasta el límite, en un siempre “más difícil todavía”, abocó a Alemania a la guerra. Y con Alemania a Europa y al mundo. El terror como arma política y como arma de guerra fue utilizado por los nazis con precisión y meticulosidad germánicas, sobre todo en el execra- ble genocidio de la indefensa comunidad judía o en las poblaciones del Este… Terror que contribuyeron a extender todos los demás: desde las inauditas masacres japonesas en China o Filipinas, a las deportaciones, asesina- tos en masa y violaciones sis- temáticas perpetrados por los soviéticos, los indiscriminados bombardeos sobre las ciuda- des alemanas, con sus arra- sadoras tormentas de fuego, preconizados y dirigidos por los altos mandos de la aviación británica… hasta el empleo de la ener- gía nuclear como arma de destrucción masiva por los norteamericanos. Nunca la Humanidad había llegado a deshumanizarse tanto. Sin Hitler no se explica nada de lo ocurrido, pero la figura de Hitler no explica todo de lo que ocurrió. ARMANDO FERNÁNDEZ-XESTA Su ascenso es sólo explicable en una país que no quiere asumir las consecuencias de la Gran Guerra y que ha vivido aterrorizado un intento revolucionario Hitler saluda a las tropas de la Legión Cóndor, que regresan de la Guerra de España, en julio de 1939 ABC (Madrid) - 04/03/2014, Página 37 Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de los contenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposición como resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de los productos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.

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La Larga Guerradel siglo XX1914-1989

EntreguerrasTras el ascenso al poder de los nacional-socialistas, Alemania inicia su expansióny sus continuas exigencias territoriales10

Serie dirigida y coordinada por:Armando Fernández-Xesta

Hitler y el régimennazi

Atribuir todo aquello que pasó a la lo-cura, a la paranoia de unhombre, a sumegalomanía, es quizá la formamásrápida y cómoda de aventar de nues-tra conciencia la responsabilidad co-

lectiva por un horror que no nos atrevemos a asu-mir ni aunhoy, cuandodespedimos en los cemente-rios a los últimosmiembros de aquella generación.Hitler, es cierto, fue la encarnacióndel fenómeno

nazi, pero no fue el único nazi. Ni los nazis fueronlos únicos alemanes que jalearon su delirios. Ni losalemanes los únicos europeos que se plegaron a supolítica, a susmétodos y a sus excesos. Ni siquierapodemos descargar la culpa colectiva únicamenteen dirigentes débiles como Daladier, ciegos comoChamberlain, oportunistas como Stalin o ventajis-tas comoMussolini. Ni en lasmultitudes que vito-reaban al Führer enViena o a sus soldados enRiga,ni en losmillones de personas que colaboraron conel ocupante en lamayoría de los países de Europa.Ciertamente, en el epicentro de todos los acon-

tecimientos, que componen el periodo más san-griento y cruel de “La Larga Guerra del siglo XX”,está la figura deAdolf Hitler, un austriaco desarrai-gado que hace suya la patria alemana. Su ascenso(“El resistible ascenso de Arturo Ui” que parodiaBrecht) es sólo explicable enunapaís quenoquiere

asumir las consecuencias de la Gran Guerra y queha vivido aterrorizado un intento revolucionario.Que sufre la doble sangría primero de la inflacióny luego del paro. Una sociedad que ha perdido susreferentes morales, carente de liderazgos y, sobretodo, de una auténtica vocación colectiva.Hitler y su grupúsculo (unomás de los muchos

que proliferan en aquella Alemania de la derrota)ofrecen respuestas a todos los males. Respuestassimples, claras, contundentes e inmediatas…, pero,sobre todo, respuestas quebuscan el eco de los demoniosancestrales: la disciplina comovalor básico, de herencia pru-siana, y la identificación de unenemigo racial como genera-dor de todos los problemaspresentes y pasados.A nadie engañó Hitler. Fue

quien dijo que era, hizo lo quedijo que haría. Basta ojear elMein Kampf o releersus discursos. Pero muchos sí se autoengañaroncon Hitler. Y los logros sociales alcanzados por elrégimen, no ya en años sino en meses, convencena los escépticos. El prestigio exterior deslumbra ala mayoría. Bien pocos serán los que no se acomo-den a la nueva situación y se hagan los ciegos ante

lo que no desean ver. Ymuchos no desearon ver nien Alemania, ni en el resto de Europa. Hasta queel nacionalismo, exacerbado hasta el límite, en unsiempre “más difícil todavía”, abocó aAlemania a laguerra. Y con Alemania a Europa y almundo.El terror como arma política y como arma de

guerra fue utilizado por los nazis con precisión ymeticulosidad germánicas, sobre todo en el execra-ble genocidio de la indefensa comunidad judía o enlas poblaciones del Este…Terror que contribuyeron

a extender todos los demás:desde las inauditas masacresjaponesas enChina oFilipinas,a las deportaciones, asesina-tos en masa y violaciones sis-temáticas perpetrados por lossoviéticos, los indiscriminadosbombardeos sobre las ciuda-des alemanas, con sus arra-sadoras tormentas de fuego,

preconizados y dirigidos por los altos mandos dela aviación británica… hasta el empleo de la ener-gía nuclear como arma de destrucciónmasiva porlos norteamericanos. Nunca la Humanidad habíallegado a deshumanizarse tanto.SinHitler no se explica nada de lo ocurrido, pero

la figura deHitler no explica todo de lo que ocurrió.

ARMANDO FERNÁNDEZ-XESTA

Su ascenso es sólo explicableen una país que no quiere

asumir las consecuencias dela Gran Guerra y que ha vivido

aterrorizado un intentorevolucionario

Hitler saludaa las tropasde

la LegiónCóndor,que regresande

laGuerradeEspaña, en

julio de 1939

ABC (Madrid) - 04/03/2014, Página 37Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de loscontenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposicióncomo resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de losproductos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.