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Título original: La Última alma©2012 Anna Roldós Martínez

umero de asiento registral en laropiedad Intelectual 

02/2012/4672 

ublicado el 04/2013 

iseño de la portada: © Annaoldós Martínez

magen de la portada:©123RF.com

 Queda prohibida la reproducción

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total o parcial de ninguna parte deesta obra (incluidos el diseño y/ola imagen de portada) sin laautorización previa de los

ropietarios del copyright. 

ara más información sobre laobra:

laultimaalma.blogspot.com.es 

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La Última almaAnna Roldós

 

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~ Primera parte ~

El Portador de almas 

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1. La chica que lloraba

 Aurora se inclinó hacia

delante, angustiada.―¡Alberto! ―gritó, co

desesperación.Pero la imagen del chico que

tenía delante se desvaneció en elaire antes de poder alcanzarlo y

ella se encontró sentada en su cama,con la mano tendida al vacío.La luz de la mañana entraba a

raudales por la ventana indicando

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el inicio de un nuevo y radiante día.La chica parpadeó un par de veces para acostumbrarse a la claridad y,al hacerlo, descubrió que su madre

estaba junto a ella, con la manoderecha todavía puesta sobre la

correa de la persiana.―Buenos días ―la saludó la

mujer―. ¿Has dormido bien?Ella no respondió. En vez de

eso, se la quedó mirando comoquién mira a un fantasma y trasfarfullar un par de palabrasincoherentes se levantó de la cama,

b i l i l ill

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embutió los pies en las zapatillas yse metió en el baño cerrando de u portazo.

Como cada mañana, y después

de permanecer media horaencerrada en el aseo, Aurora

 bajaría a la cocina, donde laesperaría el desayuno que había

 preparado su madre. Como cadamañana, ella sólo tendría que

comérselo y dar las gracias, antesde salir a toda prisa para llegar a lahora.

Como cada mañana.

ll

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Pero aquella era una mañanadiferente, porque Aurora habíavuelto a soñar con Alberto.

Cuando entró en la cocina, s

madre la observó preocupada. Ellani se dio cuenta. Se limitó a dejar la

mochila a un lado y se sentó en unode los taburetes metálicos, echando

un vistazo el conjunto de platos y botes distribuidos por encima de la

mesa. No tenía hambre, pero comono le apetecía discutir por el temade la comida le dio un sorbo altazón de leche y mordió co

id d l d ill

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cuidado la tostada con mantequilla.―Hoy tienes buen aspecto

―oyó decirle a la mujer.―Si tú lo dices...

―Y, además, te has puesto elersey nuevo que te compré el otro

día.Aurora se encogió de

hombros. Sólo era un jersey. Yestaba limpio.

―He pensado... ¿te apeteceríair a dar una vuelta por el centro,esta tarde? ―insistió su madre.

Pero Aurora no tenía ganas de

i i ú l d C t

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ir a ningún lado. Como tampocotenía ganas de hablar. Sólo queríaque la dejaran sola con su pesar.

Apartó el tazón de leche, de

mal humor, y se puso en pie de unsalto.

―¿Quieres dejarme tranquila?―le espetó a su madre, mientras

cogía la chaqueta para abrigarsecon ella―. Recuerda nuestro trato:

tú no te metes en mis cosas y yo me porto bien y sigo con mi vida. Asíque no me molestes. Si quieres ir alcentro, ve tú sola. Y no te

t l

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 preocupes, no voy a cortarme lasvenas por haber soñado con él.

Y, sin esperar ningunarespuesta, se colgó la mochila a la

espalda y salió corriendo de scasa.

Las lágrimas habían empezadoa caer por su rostro antes de llegar 

al portal y Aurora sollozó,agazapada en el hueco de la

escalera. No le gustaba tratar así asu madre pero había aprendido queera la única manera de alejarla deella. Y aquella mañana la

necesitaba especialmente lejos No

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necesitaba especialmente lejos. Noquería su compasión, era inclusomás dolorosa que el hecho de haber soñado con Alberto.

 

Cuando se hubo calmado u poco, Aurora suspiró. El reloj quehabía colgado en la pared delvestíbulo marcaba las ocho ycuarenta y seis. Si no se daba prisa,

iba a llegar tarde al instituto.Se puso en pie y se acercó al

espejo que decoraba la pared delfondo. Con la ayuda de un pañuelo

de papel trató de borrar los signos

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de papel trató de borrar los signosde las lágrimas que acababa dederramar, pero la rojez de sus ojosno iba a desaparecer con tanta

facilidad. Volvió a suspirar y secargó de nuevo la mochila a la

espalda. Antes de dirigirse a la puerta, observó una última vez el

reflejo que le devolvía la superficiecristalina.

Desde hacía ya algún tiempo,le costaba reconocerse cuando semiraba en el espejo.

Quizás era cosa del pelo.

Aurora siempre había lucido una

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Aurora siempre había lucido unalarga melena ondulada, que smadre adoraba cepillar. Pero, envenganza por el hecho de que sus

 padres la hubiesen cambiado deinstituto, se la había cortado ella

misma. Ahora su pelo era poco máslargo que el de la mayoría de

chicos y las ondas que dibujabaconseguían que estuviera

despeinado la mayor parte deltiempo.O, quizás, era cosa de la edad.

A veces, cuando pensaba en ello,

Aurora tenía la sensación de haber

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Aurora tenía la sensación de haber  pasado su último año de vida comoen un sueño. Y cuando intentabarecordar algo relacionado co

aquellos días, no conseguíaencontrar más que vacío. Aun así,

las manecillas del reloj habíaseguido avanzando y los

calendarios, perdiendo páginas. Yahora, sin darse cuenta, estaba a u

mes escaso de cumplir losdiecisiete.Un largo y entero año...Se perdía de nuevo e

recuerdos amargos cuando u

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recuerdos amargos, cuando umovimiento a sus espaldas llamó satención. Levantó la mirada y, através del reflejo, pudo ver que

había alguien junto a la puerta deentrada.

Era un chico.Entre asustada y abrumada,

Aurora trató de identificarle, perodescubrió que no le había visto

nunca antes. Se trataba de un joveun poco mayor que ella, más biealto, pero de constitución delgada.Su piel era blanca, suave, casi

delicada apenas cubierta por

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delicada, apenas cubierta por cuatro pelos rebeldes que aflorabaen la zona del bigote y la barbilla;sus mejillas, de un tono carmesí que

contrastaba con su piel de nieve; lanariz, pequeña, como la boca; y los

ojos... vacíos.¿Vacíos?

Aurora se dio la vuelta paraencararle. No tenía ni idea de qué

iba a decirle una vez estuvierafrente a frente.¿Quién eres? ¿Qué miras?

¿Buscas a alguien?

Pero de todos modos no tuvo

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Pero, de todos modos, no tuvoque preocuparse mucho por ello porque, al volverse, él ya no estaba.

Había desaparecido. Como si

amás hubiese estado allí.La muchacha miró

repetidamente a ambos lados. El portal seguía cerrado y en el tiempo

que había tardado en darse la vueltano había escuchado el

característico chirrido de falta deaceite. Entonces... ¿Dónde estaba elchico? Porque allí no había ningunaotra salida ni recoveco en el que

esconderse

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esconderse.Indecisa, Aurora se acercó a la

 puerta y la abrió con cuidado. Lacalle estaba tan desierta como de

costumbre. La oteó en ambasdirecciones sin encontrar nada

remarcable.¿Cómo podía ser?

Estaba segura de que habíavisto a un chico junto al portal.

Pero no había ni rastro de él.El ruido de la persianametálica de la tienda de la esquinale recordó que estaban a punto de

dar las nueve. Ahora sí que iba a

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dar las nueve. Ahora sí que iba allegar tarde, no tenía tiempo paratonterías. Y olvidando por completo el suceso ocurrido, echó a

correr en dirección al instituto. 

Afortunadamente, llegó justo atiempo. El timbre de las nuevehabía tocado hacía cinco minutos ylos últimos rezagados estaba

entrando ya en clase. Se metió en elaula de 4º C y se dirigió hasta s

 pupitre, situado en un rincón de laúltima fila. Una vez allí, se dejó

caer sobre la silla, cruzó los brazos

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caer sobre la silla, cruzó los brazosencima de la mesa y hundió lacabeza en ellos.

Se sentía extraña y, para

colmo, durante el trayecto hasta elcolegio había tenido la sensació

de que alguien la seguía. Sensaciótotalmente infundada, claro, porque,

al volverse sobre su hombro, nohabía encontrado a nadie.

¿Imaginaciones suyas, como lodel espejo de su casa? No estaba muy segura.El profesor de inglés entró e

clase, haciendo enmudecer a todos

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c ase, ac e do e udece a todoslos chavales que chillaban y corríade un lado para otro. Aurora seguíaencogida sobre sí misma, pero

nadie le dijo nada; ni siquiera el profesor. Todos sabían que aquella

chica era especial, que habíavenido a ese instituto intentando

olvidar un hecho terrible. Y, por eso, siempre la dejaban a un lado,

como si estuviera envuelta con uhalo protector o como si fuera deotro planeta.

Y es que, con apenas dieciséis

años, Aurora había probado el

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, pamargo sabor de la pérdida de user querido cuando udesafortunado accidente se había

llevado la vida de Alberto, suchico, y la había sumergido en una

depresión de la que ahoraempezaba a salir.

Aurora había dejado de asistir a clase desde el mismo día del

accidente, once meses antes. Y por eso, a pesar de los esfuerzos de sus padres y la comprensión de los profesores, le habían suspendido el

curso. De ahí que la psicóloga

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q p ginsistiera en que repetir en un nuevoambiente iba a ayudarla a salir del pozo. Y allí estaba, en su nuevo

instituto, rodeada de extraños,esforzándose cada día en olvidar u

suceso que la perseguía incluso esueños y del que creía que jamás se

 podría recuperar.Desechando los pensamientos

negativos que poblaban su mente,Aurora levantó la cabeza y sedispuso a prestar atención al profesor. Se había propuesto hacer 

un esfuerzo para sacarse el curso.

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pPero tendría que ponerse las pilas.El primer trimestre había resultadoser un desastre y los exámenes del

segundo estaban a la vuelta de laesquina.

 

2. La Puerta en el almacén

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2. La Puerta en el almacén

 Había pasado una semana

desde el extraño suceso en elvestíbulo del bloque de pisos y,

desde ese día, Aurora había tenidola sensación de que la seguían.

El sentimiento no laabandonaba ni de camino alinstituto ni cuando regresaba,oprimiéndole el pecho y dibujandoun nudo en su estómago.

A pesar de ello, y por más que

se esforzaba en descubrir a s

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 perseguidor, no lo conseguía. Denada servía detenerse en medio dela calle sin previo aviso para

volverse sobre sí misma, niesconderse en los portales para

observar sobre su hombro codisimulo. Siempre que lo hacía, se

encontraba sola en el camino.La chica empezaba a pensar 

que todo aquello eraimaginaciones suyas y que haber soñado con Alberto la semanaanterior la había alterado por 

completo. Ahora hacía tiempo que

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no le sucedía y quizás esa mejoríaque le parecía haber experimentadodurante los últimos tiempos, era

sólo un espejismo.Pero aquella fría mañana de

febrero, durante el trayecto hacia elinstituto, la sensación fue mucho

más intensa y sofocante; mucho máscorpórea. Por eso, al llegar a s

destino, Aurora corrió a refugiarseen el interior del edificio, pensandoque, fuera quién fuese, no podríaentrar sin llamar la atención.

El ajetreo de las clases, los

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cambios de aula para lasasignaturas variables, el parloteode sus compañeros... todas aquellas

escenas cotidianas la ayudaron aolvidar momentáneamente s

 preocupación. Pero cuando eltimbre que indicaba la hora del

recreo hizo poner a todos suscompañeros en pie, el miedo

regresó.Aurora esperó a que todo elmundo saliera del aula. Queríaganar tiempo a cualquier precio

 para no tener que salir del edificio.

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Cuando ya no quedaba nadie e

clase, se dirigió al servicio y seencerró en uno de los

compartimentos, dispuesta aquedarse allí durante los veinte

minutos restantes.Desafortunadamente, Rojo, la

 profesora de química que teníafama de ser todo un sargento, entró

en los lavabos y empezó a echar alas demás chicas que, como Aurora,estaban allí reunidas huyendo delfrío de la calle.

―Chicas ―amenazó la

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 profesora―, os quiero a todas fueraen cinco minutos. Y no valenexcusas. Si tenéis frío, os ponéis

una chaqueta. Nadie protestó y, poco a poco,

fueron saliendo todas.Sin alternativas, Aurora hizo

lo mismo. No podía contarle a la profesora que no quería salir 

 porque tenía miedo de que alguie pudiera estar siguiéndola. Sabía perfectamente lo que aquellosupondría. Y no quería más horas

de terapia.

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Por suerte, con todo aquel

embrollo había perdido suficientetiempo y quedaban poco más de

diez minutos para el fin del recreo.Saldría fuera y se quedaría sentada

en los escalones de la entrada. Allíestaría bien porque, si algo la

asustaba, podría correr cofacilidad hacia el interior deledificio.

Pero, cuando cruzaba elvestíbulo de la planta baja, un levemovimiento entre las sombras que

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de nieve.A l ó hillid di

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Aurora soltó un chillido y dio

media vuelta para subir corriendolas escaleras de vuelta hacia s

clase. Al llegar allí, se arrinconó enuna pared y se encogió sobre sí

misma, hecha un ovillo. Esperaba,angustiada, que ese chico la

siguiera hasta allí.Pero no lo hizo.Y cuando sus compañeros de

clase regresaron, se la encontrarosollozando en un rincón. 

 Le costó n poco con encer a

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Le costó un poco convencer a

sus padres de que el incidente nohabía sido más que un suceso

aislado. Su madre, muy preocupada por el hecho de que Aurora pudiera

sufrir una recaída en su depresión,había insistido en que se cogiera

unos días libres y había sacado eltema de retomar las visitas con la psicóloga, que ahora se limitaban auna sesión de control cada dosmeses.

Pero ella se había negado e

redondo. No quería volver ad d

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quedarse encerrada en casa como

una enferma, para pasarse las horasmuertas dándole vueltas a todo.

Además, después de que losnervios pasaran y una vez había

 podido analizar el suceso cocalma, el miedo y la ansiedad se

habían diluido para convertirse emera curiosidad.¿Quién era ese chico? ¿Y por 

qué la seguía? Porque, después delo ocurrido, quedaba claro que eraél quien la había estado siguiendo

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entre ellos hasta la entrada delinstit to sin mirar atrás sig ió

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instituto y, sin mirar atrás, siguió

adelante.A medida que avanzaba y se

iba quedando sola en la calle,regresó la sensación de tener a

alguien tras ella. Era la oportunidad perfecta para desenmascararlo.

Repitió las mismas tácticasque había usado los días anteriores, pero esta vez con másdeterminación. Se volvió sobre shombro más de veinte veces y trató

de coger desprevenido a s

 perseguidor dando vueltas ecírculo para atraparle por la

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círculo para atraparle por la

espalda.Pero no obtuvo ningú

resultado. Él era más rápido o,simplemente, no estaba donde ella

creía que debía estar. Y, al llegar asu casa, las dudas sobre la

existencia real de aquel chicovolvieron a su mente.Aurora lo había escuchado,

había oído los pasos y el vaivén desu respiración tras ella y tambié

había sentido su presencia física.

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hacer. Quizás tendría que esperar pacientemente a que él volviera a

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 pacientemente a que él volviera a

 presentarse ante ella por voluntad propia, como había hecho la

 primera vez. Entonces podría preguntarle quién era y qué quería.

Fuera como fuese, no iba arendirse.

Se disponía a abrir la puertade entrada, cuando el ruido de ufrenazo, seguido del de una bocinaenfurecida, le hizo dar un respingo.Salió a toda prisa para comprobar 

qué había sucedido y vio un coche

que se alejaba a toda velocidad. Elconductor había sacado la mano por

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conductor había sacado la mano por 

la ventanilla e increpaba a umuchacho que acababa de cruzar la

calle. Él se volvió apenas unafracción de segundo en dirección al

vehículo, pero no respondió a losinsultos, sino que siguió su camino

sin inmutarse, andando cabizbajo ycon las manos metidas en los bolsillos de unos pantalones que parecían sacados de un vertedero.

Fue entonces cuando le pudo

ver el rostro.

Era él.La misma piel pálida el

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La misma piel pálida, el

mismo pelo oscuro, rizado,revuelto. Los mismos ojos vacíos.

Aurora volvió a meterse en el portal por acto reflejo y contuvo la

respiración, como si de aquel modono pudiera ser vista. Aunque

rápidamente se hizo cargo de lasituación: ¡le había encontrado! Eraél. El mismo al que había estadointentando descubrir durante toda lasemana. El que la había estadosiguiendo durante días. Le tenía

delante, a escasos metros. No podíadejarle escapar No ahora

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dejarle escapar. No ahora.

Inspirando una gran bocanadade aire, sintiendo como una mezcla

de miedo y excitación la recorría por dentro, salió del portal co

cuidado, tratando de no llamar mucho la atención.

 No hizo caso de la voz de laconciencia que, en el fondo de smente, le advertía de que aquello podía ser peligroso. Al fin y alcabo... no tenía ni idea de quién era

ese chico. ¿Y si resultaba ser un

maníaco? ¿Y si había estadosiguiéndola todo ese tiempo co

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siguiéndola todo ese tiempo co

alguna oscura intención?Pero ahora la curiosidad era

más fuerte que la razón. Ahora loúnico que le importaba era saber 

quién era él. 

Le siguió desde la distancia, através de las calles de la ciudad.

Aurora caminaba encogida,cubriéndose toda ella con la

chaqueta para tratar de no ser vista.La mochila todavía colgaba de s

espalda y la bolsa de deporte de shombro derecho; no había tenido

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hombro derecho; no había tenido

tiempo de dejar sus pertenencias ecasa. De vez en cuando se escondía

en algún portal o disimulabahaciendo ver que observaba u

escaparate. Algunos transeúntes lamiraban como si estuviese loca,

 pero ella no les hacía ningún caso;sería mucho peor si él la descubría. Ni siquiera tenía idea de por 

qué le estaba siguiendo ahora.Quizás pensaba que saber de dónde

era él le daría alguna pista sobre

sus motivos. O quizás haber invertido los papeles la hacía sentir

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invertido los papeles la hacía sentir 

un poco mejor consigo misma, u poco más segura.

Mientras avanzaban, había idoobservando la figura del joven que

la guiaba, sin saberlo, hacia elcentro de la ciudad.

Todo en él era extraño. A pesar de que tenía el aspecto de uchico normal y corriente, Aurorasabía que no lo era, y no sólo por sus ropas. Avanzaba como un

autómata sin prestar atención a

nada, con los hombros caídos y lasmanos metidas en los bolsillos de

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a os et das e os bo s os de

unos pantalones de raso viejos,gastados y sucios. Había llegado a

 pensar que el joven tenía algún tipode retraso, pero se había deshecho

de aquella idea en cuanto habíavisto que, de vez en cuando, se

detenía, levantaba la vista y luegose giraba hacia ella. La primera vezhabía faltado sólo un segundo paraque no la viera. Pero las demás,ella había estado alerta y había

 podido evitarlo a tiempo.

Pero, de hecho, lo que másllamaba la atención en él y lo que le

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llamaba la atención en él y lo que le

hacía parecer más raro eraaquellos extraños ojos, que daba

la sensación de estar vacíos devida. La chica ya había podido

comprobar que no era sólo la faltade color lo que le daba esa

impresión, sino el hecho de mirar dentro de ellos y no encontrar nada:ni calidez, ni sentimientos, niemociones. Nada.

Y aquello, en vez de asustarla,

la fascinaba y la entristecía a la

vez.El trayecto duró casi veinte

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y

minutos. Aurora vivía en la partemás exterior de la ciudad y el paseo

la había conducido hasta el mismocentro. Y ya empezaba a sospechar 

el destino de aquel joven: la biblioteca.

El edificio, situado al final deuna larga avenida, se erguíasolitario y gris. Era unaconstrucción clásica, de más decien años de antigüedad, que, a

 pesar de haber sido restaurada para

acoger la biblioteca, seguíaofreciendo un aspecto lúgubre y

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p g y

sobrio.Aurora se había detenido en el

cruce de una de las calles quedesembocaba en la avenida,

observando al chico avanzar hastala puerta de la biblioteca, si

atreverse a salir al descubierto por miedo a ser vista. No fue hasta queél hubo entrado en el edificio y ellase hubo cerciorado de que no iba asalir momentos después, que se

atrevió a salir de su escondite.

Había decidido que aquelsería un buen lugar para abordarle.

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g p

En la biblioteca no podría hacerledaño porque estarían rodeados de

gente. Allí podría preguntarle sintapujos el motivo por el que la

seguía. 

La puerta de la bibliotecachirrió cuando Aurora la empujó y

eso la asustó. Con el corazólatiendo a mil por hora, se introdujo

en la amplia sala que se abría anteella. Toda la planta baja estaba

constituida por una sola habitación.Frente a la entrada se situaba la

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recepción, una isla circular en laque trabajaban dos mujeres. A

ambos lados de la misma se abríados caminos entre las estanterías,

que conducían al centro de laestancia. Allí, en medio de todas la

hileras de libros, había situadasunas cuantas mesas, que a esa horaempezaban a llenarse de niños yóvenes que salían de la escuela.

Saludó con un gesto de cabeza

a las bibliotecarias y se encaminó

 por el pasillo de la derecha.El lugar, iluminado por 

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decenas de fluorescentes quecubrían el techo y por la luz de la

tarde que se colaba por los ampliosventanales, estaba sumido en u

silencio sepulcral. Aurora volvía asentir el corazón retumbando dentro

de su pecho. Estudió las mesas codetenimiento, paseando su mirada por cada una de ellas, pero no vioal chico por ninguna parte.

¿Dónde se había metido?

Estaba segura que le había visto

entrar y aquella era la única salaque había.

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De pronto, se sobresaltó aldescubrir una sombra entre las

estanterías más apartadas, perosuspiró aliviada al ver que se

trataba de un anciano que intentabaalcanzar un libro de la última

estantería.Fue entonces cuando le vio aél, de camino al final de ese mismo pasillo.

Aurora sintió el subidón de

adrenalina.

Era ahora o nunca.Sin pensárselo dos veces, se

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dirigió hacia allí.El miedo la recorría por 

dentro y se le hacía difícil respirar.La biblioteca le parecía mucho más

siniestra que de costumbre, llena desombras espeluznantes y de

rincones extrañamente oscuros. Lashileras de estanterías la envolvían,haciéndole sentir que se perdía por un laberinto de libros. No fueromás de treinta segundos, pero a

Aurora le pareció que aquel

trayecto era el más largo que habíahecho en toda su vida.

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Al final llegó un punto dondelas estanterías cesaban. En aquel

rincón, escondido entre los libros,había una puerta que ahora estaba

entreabierta. Aurora pudo ver claramente la señal de prohibido el

 paso que colgaba de la madera, pero hizo caso omiso, pues estabaclaro que el chico había entrado por ahí. Miró en derredor, paraasegurarse de que nadie la veía, y

se escabulló hacia el interior,

cerrando tras ella.Dentro se encontró unas

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escaleras al final de las cuales seextendía un pasillo largo, iluminado

solamente por luces de emergenciaque apenas reducían la espesa

oscuridad. Avanzó casi a tientascon el corazón en un puño. El lugar 

olía a humedad y, además, hacía uncalor sofocante, que contrastabaespecialmente con el frío de lacalle. A cada nuevo paso, Aurorasentía que le faltaba el aire.

De pronto, comprendió que e

aquel lugar se había convertido eun blanco fácil. Barajó la

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 posibilidad de dar media vuelta yregresar por donde había venido.

Pero la descartó casi al instante.Había algo que la empujaba a

seguir adelante, a pesar del peligro.Era como si aquel desconocido

estuviese ejerciendo un magnetismoincontrolable sobre ella.ecesitaba saber quién era.ecesitaba saber por qué la seguía.

Y también por qué sus ojos

 parecían muertos.

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 No entendía nada. Y queríarespuestas. Así que, tragando

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saliva, empujó la puerta cosuavidad.

La habitación, a diferencia del pasillo, estaba iluminada por la luz

 pálida que entraba a través de dosclaraboyas situadas en lo alto de la

 pared. Aurora pudo ver que allídentro se encontraba un pequeñotrastero, lleno de objetos viejos,cajas, muebles y demás, todocubierto por sábanas y, al menos, u

dedo de polvo. Daba la impresió

de que nadie había estado allídesde hacía años. Sólo las pisadas

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marcadas en la suciedad del suelodelataban la presencia de un intruso

en la sala.La chica miró a ambos lados,

sintiendo todo el cuerpo en tensión.Estaba claro que el joven debía

seguir allí dentro, escondido ealgún rincón, pues no había más puerta que la que ella había usado.

Tragó saliva.―Sé... sé que estás ahí

―tartamudeó, tratando de parecer 

segura de sí misma. Pero sóloconsiguió que le saliera un suave

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murmuro. No hubo respuesta. Ningú

ruido, ningún movimiento.El miedo la volvió a atrapar 

¿Y si el chico salía disparado haciaella? ¿Y si era una trampa?

―¡Sal! ―ordenó, esta vez coun poco más de autoridad.Pero tampoco sucedió nada.Después de unos instantes de

duda y al ver que el tiempo seguía

 pasando y no ocurría nada, Aurora

se aventuró a inspeccionar laestancia. Levantó algunas sábanas,

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apartó algunos muebles, observócada rincón. Y, para su sorpresa, se

encontró con que allí no habíanadie. La habitación estaba

completamente vacía.¿Tendría el chico la llave de

alguna de las otras habitaciones yse habría escondido en una deellas? Parecía lo más probable, pero... estaban las pisadas. Auroravolvió a la entrada de la habitació

y trató de distinguir sus huellas de

las otras. Fue fácil pues ella tenía el pie bastante más pequeño. Siguió el

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rastro a través de la sala hasta urincón al que no había prestado

mucha atención. En él solo habíauna cajonera vieja y roída, que se

había estropeado por la humedad, yun espejo, tan grande como todaella y que en algún momento debíahaber sido una espléndida pieza dearte. El marco estaba tallado eforma de extrañas criaturas ychapado en lo que debía haber sido

oro; pero ahora cada uno de esos

 pequeños recovecos estaba lleno desuciedad.

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Aunque lo más llamativo erael cristal. A pesar de los años que

debía tener la reliquia, seguíaintacto, sin ningún rasguño y si

ninguna mancha. La superficie permanecía pulida como el primer día.

Aurora sintió una enormecuriosidad hacia el objeto y, por acto reflejo, acarició el vidrio cosuavidad.

Pero retiró la mano asustada al

sentir que, al hacerlo, sus dedos sehabían fundido con la superficie y

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la habían atravesado.Incrédula, volvió a repetir la

operación.Su mano se hundió en la

superficie cristalina.―¿Qué demonios es esto?―exclamó retirándose, una vezmás.

Pero, esta vez, no pudo. Smano se había quedado atrapadadentro del espejo. Trató de

estirarla, valiéndose de su otra

mano, pero lo único que consiguiófue que ésta se hundiera más,

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llevándose también su otro brazo.Se echó hacia atrás gritando de

miedo. Tenía los ojos llenos delágrimas, pero no podía hacer nada

contra el espejo, que la succionabahacia su interior. 

3. Udegelia

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  Sonaba una melodía suave, ta

triste que Aurora pensó que elcorazón se le rompería en mil

 pedazos.Miró a su alrededor. Todoestaba oscuro y vacío pero, a pesar de ello, la chica podía ver esanegrura que la envolvía y observar 

su propio cuerpo. No sabía muy bien por qué, pero estaba tranquila.

Ya no había ni rastro del miedo ni

de la angustia que la habíaacechado durante la persecución e

l bibli i d l l

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la biblioteca, ni tampoco del malrato que había pasado al sentirse

atrapada por el espejo. Todoaquello ya quedaba muy atrás en el

tiempo.Sin saber muy bien adónde ir,la joven empezó a andar con pasoságiles, a través de la oscuridad. Elruido que producían los tacones desus botas camperas se esparcía por la infinidad que la rodeaba,

devolviéndole un eco apagado.

Caminó y caminó, sin detenerse, ytampoco sin dudar del camino que

h bí t d S l t ó

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había tomado. Solamente cesó sus pasos cuando estuvo en el punto

usto donde quería estar; algo quesólo ella sabía pues en aquella sala

sin luz que parecía extenderse hastael infinito era imposible orientarsey todos los sitios teníaexactamente el mismo aspecto.

Y entonces, una vez allí, unafigura empezó a tomar forma anteella.

Primero hubo un tímido

 parpadeo de luz; una luz pálida yefímera, que parecía tan fría como

l i i D é i

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la misma nieve. Después, como siaquella luz la hubiese reconocido,

se tornó cálida como la del sol y se produjo un destello más intenso. Y

al final de ese destello apareció una persona.―¡Aurora! ―dijo el chico que

acababa de materializarse ante ella.Ella le miró. Se trataba de u

oven, de edad parecida a la suya,muy alto y de constitución fuerte y

ancha, de pelo castaño y mirada

dulce. Le reconoció al instante yaquello la dejó sin palabras.

Él ió li t t

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Él pareció malinterpretar aquel silencio.

―Aurora, ¿no me reconoces?Soy yo, ¡Alberto!

Aquellas palabras la pusieroaún más tensa. ¡Claro que le habíareconocido! Pero aquello no teníasentido. Alberto... Alberto estabamuerto. No podía ser que ahora se

apareciese delante de ella como por arte de magia. A menos... a menos

que...

 Negó con la cabeza al mismotiempo que se mordía el labio

i f i t l lá i

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inferior, para contener las lágrimas.De repente se sentía confusa y

mareada, como si acabase dedespertar de un trance. ¿Qué era ese

lugar tan extraño? ¿Y cómo habíallegado hasta él?Las palabras del chico, que

sonaron demasiado cerca, lahicieron volver a la realidad:

―¿Qué haces aquí? ―le oyódecir―. No puede ser que tú

también hayas... No, eso no puede

ser, además, tu cuerpo... Tú estásviva.

¡Cállate! le chilló ella de

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―¡Cállate! ―le chilló ella, deimprovisto. Él retrocedió. ―¡Tú no

 puedes ser mi Alberto, porqué estámuerto! Eres el chico que me

seguía, ¿verdad? ¿Qué clase detruco has usado, desgraciado? ¡Note perdonaré nunca que uses srostro! ―dijo ella, furiosa.

Luego, fuera de control, intentó

apartarle de un empujón. Pero evez de chocar contra su cuerpo,

 pasó a través de él y cayó de bruces

al suelo. Se removió, gimiendo, pues se había lastimado en la caída.

Aunque rápidamente se dio la

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Aunque rápidamente se dio lavuelta y se quedó mirando al chico,

entre asustada y fascinada.Él sólo pudo devolverle una

mirada de profunda tristeza.―No puedes hacerme nada.o tengo cuerpo, soy sólo un alma.

Entonces ella comprendió. ¡Deverdad era Alberto! O, al menos, lo

que quedaba de él. ¿Habían muertolos dos para estar juntos al fin? Ella

nunca había creído en el cielo ni e

las rencarnaciones, pero sealegraba de haberse equivocado.

Trató de ponerse en pie lo más

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Trató de ponerse en pie lo másrápido que pudo. Pero, al dar u

 paso al frente, su pie se hundió eel suelo. Sin entender muy bien qué

ocurría, intentó liberarse de aquellatrampa. Pero sus manos tambiéhabían quedado atrapadas en lanegrura. Frenética, se debatió paraalejarse, pero no lo consiguió. La

oscuridad la envolvía por momentos. Y todo lo que pudo oír 

antes de desaparecer, fue la voz de

Alberto que le decía:―¡Huye, Aurora! ¡Corre! ¡No

dejes que te atrapen!

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dejes que te atrapen! 

Cuando despertó, estabatendida en el suelo.

Trató de levantarse. Teníatodo el cuerpo entumecido y

adolorido y, además, la cabeza ledaba vueltas de una manera

espantosa. Cuando lo huboconseguido, dio un vistazo a s

alrededor.Se encontraba en una sala

 pequeñísima, poco más grande quela cabina de un ascensor. La

habitación estaba iluminada por la

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habitación estaba iluminada por laluz que se filtraba a través de las

dos grandes ventanas que ocupabados de las cuatro paredes. En la

otra, estaba la puerta. Y en laúltima, el espejo.El mismo espejo que había

visto antes, pero que ahora ya noestaba lleno de polvo ni poseía

ninguna marca que delatara el pasodel tiempo. Aunque aquella no era

la única diferencia. Había algo más,

algo que hacía de aquél un objetosiniestro.

Y es que su fino cristal ya no

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Y es que su fino cristal ya nodevolvía el reflejo de Aurora ni de

la sala en la que se encontraba, sinoque mostraba una habitación llena

de objetos cubiertos de polvo.El almacén.La chica pudo sentir que s

corazón daba un vuelco. Casi por instinto, se echó encima del espejo,

con la intención de cruzar aquellaextraña puerta y volver a la

 biblioteca. Pero lo único que

consiguió fue darse un golpe contrael cristal.

―¿Qué ? ―fue todo lo que

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¿Qué...? fue todo lo que pudo decir.

Palpó con suavidad el objetoque tenía delante. Era sólido; nada

que ver con lo que había ocurridoen el otro lado, en el que su manose había fundido con el cristal y lohabía atravesado. Acarició toda susuperficie en busca del punto flaco

que le permitiera volver. Analizótambién las tallas del marco, una

 por una. Debía haber alguna manilla

o algún mecanismo para abrir elcristal.

Pero no dio con él

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Pero no dio con él.Enfurecida, pegó un puñetazo

al espejo, que se tambaleó, sillegar a caerse. No entendía qué

clase de puerta le permitía entrar, pero luego no la dejaba salir.―Que no cunda el pánico

―se dijo a sí misma.Había otra puerta. Y lo más

seguro era que condujera a otra delas habitaciones que había en el

 pasadizo de la biblioteca. Si no

 podía volver atrás, seguiría haciadelante y buscaría otra salida. Así

que sin pensárselo dos veces dio

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que, sin pensárselo dos veces, diomedia vuelta e hizo girar la manilla.

Se le escapó un chillido agudoal cruzar el umbral y descubrir que

ante ella se extendía un clarorodeado por un espeso bosque.Entre asustada y sorprendida

se volvió hacia la pequeñaconstrucción de la que acababa de

salir y, a través de la puerta quehabía dejado abierta de par en par,

observó de nuevo el espejo que

había en el interior y que ledevolvía la imagen del almacé

dónde había estado momentos antes.

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dónde había estado momentos antes. No lo había soñado.

Así pues, ¿cómo podía ser queahora se encontrara en medio de u

 bosque si se suponía que estabadentro de la biblioteca, en el centrode la ciudad?

Las lágrimas empezaron adescender por sus mejillas,

lentamente primero, con más fuerzadespués. Sin entender nada de lo

que estaba ocurriendo, Aurora se

arrodilló, haciéndose un ovilloconsigo misma, y empezó a

sollozar. Sólo quería que todoi d

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sollozar. Sólo quería que todoterminara, despertar en su cama y

descubrir que aquella locura que larodeaba no había sido más que una

 pesadilla. 

 Ni ella misma supo cuantotiempo estuvo agazapada en el

suelo. Quizás fueron sólo segundoso quizás fueron horas. Fuera como

fuese, al final, el sonido de unos pasos que se acercaban le hizo

levantar la cabeza.Ante ella se encontró al chico

de los ojos vacíos.Tú ó

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de os ojos vac os.―Tú... ―susurró.

Era la primera vez que le veíatan de cerca.

Pudo comprobar que realmenteera alto, mucho más que ella, tal ycómo le había parecido la primeravez que habían cruzado la mirada através del espejo. Pero aquello no

le hacía peligroso. Al contrario:tenía un aspecto más bie

desgarbado, de larguirucho. El

típico muchacho que crecedemasiado y se vuelve torpe.

Además, visto al natural, lalid d i l h í h

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, , palidez de su piel se hacía mucho

más evidente. Era casi enfermiza,como si le hubiesen robado el sano

color de la vida. Algo parecido a loque ocurría con sus ojos, que, por más que se buscara en ellos, unosimplemente se hundía en dos pozosde nada.

Se encontraba perdida en utrance, preguntándose cuál era el

secreto que escondían esos ojos,

cuando la voz de él la sacó de suscavilaciones:

―No deberías habermeid dij l b

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seguido ―dijo, con palabras

suaves, monocordes. Su mirada,aunque vacía de emoción, parecía

mostrar algo de pena―. Pero ahoraya estás aquí y por eso tendrás quevenir conmigo.

La amenaza implícita eaquellas palabras hizo que Aurora

recordara el sueño que acababa detener, en el que Alberto la había

advertido sobre unos supuestos

 perseguidores. Y el momento deensoñación se truncó.

 No estaba segura que lasl b d hi h bi id

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g q palabras de su chico hubiesen sido

algo más que el producto de simaginación. Pero la realidad a s

alrededor se estaba tambaleando losuficiente como para tomar en seriocualquier advertencia. Por eso, sesupo en pie casi de golpe y, sin tansiquiera estudiar la situación, echó

a correr hacia el bosque.Su gesto había cogido por 

sorpresa al chico de los ojos vacíos

y eso le dio un buen margen. Detodos modos estaba convencida de

que, tarde o temprano, terminaríat á d l

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q , p ,atrapándola.

 Cuando ya no pudo correr más,

Aurora se detuvo y se escondióentre unos arbustos. Allí agazapada,

se permitió el lujo de descansar u poco y, una vez hubo recuperado el

aliento, trató de guardar silencio yaguzar el oído para determinar si el

chico la seguía de cerca. No debía ser así, porque no le

 pareció escuchar nada que nofueran los propios crujidos del

 bosque.Descolgándose la mochila de

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qDescolgándose la mochila de

la espalda, buscó el móvil en el bolsillo delantero para llamar a s

madre. No estaba muy segura dequé iba a contarle y, además, estabaconvencida de que toda aquellahistoria supondría un retroceso esu recuperación. Lo más probable

era que sus padres perderían laconfianza en ella durante un tiempo

y quisieran que retomara las visitas

con la psicóloga. Pero no habíaalternativa. Aurora tenía miedo de

que aquel chico la encontrara y, por otro lado no sabía cómo salir de

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otro lado, no sabía cómo salir de

allí, especialmente porque no teníani idea de dónde se encontraba.

Desafortunadamente, la pantalla del teléfono indicaba queno había cobertura.

La chica se puso tensa. Apagóel aparato y volvió a conectarlo.

Pero el resultado fue el mismo.Cobertura cero, sin señal. Sabía

que en los lugares apartados

aquello era el pan de cada día, perose suponía que estaba cerca de la

 biblioteca, en el centro de laciudad Por más que hubiese

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ciudad. Por más que hubiese

corrido durante un trecho, no podíaestar tan lejos de la civilizació

como para no tener cobertura en elmóvil.Frustrada, inspiró

 profundamente y se abrazó fuerte asus piernas, apoyando la barbilla e

las rodillas.¿Qué iba a hacer ahora?

Echó un vistazo en derredor y

un escalofrío la recorrió de arribaabajo. El bosque que la rodeaba

tenía un aspecto siniestro. A pesar de que aún era de día la luz del sol

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de que aún era de día, la luz del sol

era blanquecina por la niebla quecubría el cielo; además, las espesas

ramas de los árboles seentrecruzaban formando un techovegetal que apenas dejaba pasar unos pocos rayos, sumiendo el bosque en una tenue oscuridad.

Se sentía confusa y sola. Elmiedo se mezclaba con la tristeza y

el dolor, sumergiendo su corazón en

la más terrible oscuridad.Solamente quería quedarse allí y

esperar a que alguien la rescatara.Pero el móvil no funcionaba y

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Pero el móvil no funcionaba y

nadie sabía dónde estaba ella.adie vendría a buscarla. Debía

seguir adelante, a pesar de todo;tenía que encontrar un teléfono yllamar a su madre, pues, si no lohacía, nadie lo haría por ella.

Suspirando, Aurora se levantó

y se cargó mejor las bolsas a laespalda. Después, echó a andar de

nuevo, abriéndose paso a través de

los árboles. En realidad, no habíaningún camino dibujado en el suelo

y continuamente tenía que esquivar obstáculos apartar ramas o

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obstáculos, apartar ramas o

desenredarse de las zarzas que se leenganchaban en la ropa.

Por eso, cuando al fin dio coun claro, no pudo evitar suspirar,aliviada.

Observó el sitio codetenimiento: era un lugar amplio,

desde el cual se podía ver el cielosin las molestas ramas. El suelo

estaba libre de las hojas marrones y

rojizas que cubrían el bosque, y que producían unos escalofriantes

crujidos al ser pisadas. Parecía ulugar tranquilo

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lugar tranquilo.

Aurora vio un árbol caído alotro lado. Con paso firme se dirigió

hacia el tronco y se dejó caer sobreél, exhausta; tenía que descansar urato, antes de retomar el camino.

Pero al hacerlo se oyó ugemido.

La chica se levantó desopetón. Aquel sonido, parecido al

maullido de un gato enfurecido,

 provenía del lugar dónde se habíasentado. Con el corazón disparado,

observó el tronco con detenimiento.Se detuvo al ver la criatura que

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Se detuvo al ver la criatura que

reposaba encima del árbol y que selamía una cola con fervor.

―¿Qué...? ―murmuró ella,atónita.El animal levantó la vista y le

dirigió una mirada fría que, a pesar de todo, le pareció muy tierna a

Aurora. Tras la sorpresa inicial, lachica no pudo evitar una sonrisa.

―Lo siento, bichito. ¿Me he

sentado sobre tu cola? ―dijo,acercándose de nuevo para

observarlo mejor.Se trataba de un animal u

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Se trataba de un animal u

tanto peculiar que ella no habíavisto jamás. A primera vista podía parecer un conejo o una ardilla, oincluso un gato, pero sus orejastenían un tamaño tadesproporcionado que hacían que elanimal pudiese envolverse en ellas.

Su pelaje era de color anaranjado ytenía aspecto de ser tan suave como

el algodón. Y sus ojos, tiernos y

dóciles, eran de color verdeesmeralda.

Parecía, claramente, upeluche.

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 peluche.

Y aquello hizo que Aurora no pudiera evitar la tentación deacariciarle la cabecita, a pesar delo temerario que podía resultar acercarse a un animal desconocido.

De todos modos, la respuestade él fue la de cerrar los ojos y

mover las orejas, demostrando loencantado que estaba ante las

atenciones ajenas.

―¡Qué animal más gracioso!―sonrió ella.

Y entonces, él abrió los ojos ydijo:

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dijo:

―Bonyur.La chica ahogó un grito y, por 

instinto, apartó al animal haciendoque éste cayera al suelo. Él, que sehabía puesto en pie rascándose eltrasero con la pata delantera, ledirigió una mirada de reproche;

 parecía profundamente ofendido.Y entonces volvió a hablar.

Aurora tardó unos instantes e

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muy gracioso. Luego se puso acuatro patas y dio un par de saltos

hasta situarse frente a ella.Sin salir de su asombro,

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,

Aurora había podido observar queel bicho tenía dos largas colas deardilla.

“¿Veo visiones?” pensó.Pero no tuvo tiempo de

averiguarlo porque el animal posósu mirada esmeralda en la de ella.

Y cuando sus miradas se cruzaron,sintió un cosquilleo en su interior;

una sensación agradable que le

recordaba vagamente a cuando eraniña y su madre le acariciaba el

 pelo.“¿Me entiendes ahora?”.

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¿

Aquellas palabras la sacarode su ensimismamiento. ¿Lo habíaoído de verdad? No, más bien habíasido como un pensamiento. Miró asu alrededor, frunciendo el ceño.

“¡Aquí! ¡A tus pies!”.Ahora si lo había oído bien,

aunque quizás oír no sería la palabra exacta. Había sentido esas

 palabras dentro de ella. ¿Telepatía?

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Pero Aurora no respondió. Envez de eso se puso las manos en las

orejas y cerró los ojos.―¡Deja de hacer eso!

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“Pero si yo sólo...”.El animal tuvo que dejar la

frase a medias, porque Aurorahabía echado a correr hacia laespesura. 

El pequeño wingli se habíainternado en el bosque siguiendo

los pasos de Aurora y no tardó endar con ella. La encontró

acurrucada a los pies de un graroble, con la cabeza hundida en sus

manos.Al oír los pasos del animal,

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Aurora levantó la miradalentamente. Sus ojos color caféestaban ahora enrojecidos de tantollorar, como sus mejillas. Se frotólas lágrimas una vez más y miró al

wingli con los ojos entrecerrados.―¿Qué quieres? ―murmuró,

con la voz ahogada.“Vienes del Otro Lado,

¿verdad? Cruzaste la Puerta”.

Aquel pensamiento habíaresonado una vez más en su cabeza

 pero, esta vez, Aurora no se habíamolestado por ello. Estaba

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demasiado cansada para darleimportancia.―¿La Puerta?“El espejo. Vienes de la

Tierra. Eres una maraya”.Aurora recordó el espejo. Las

dos caras del espejo. Una en la

 biblioteca y la otra en aquella pequeña construcción que había e

el claro del bosque. Las dos caras...

La Tierra....“Un momento” pensó ella

“¿Ha dicho la Tierra? ¿Y la Puerta?Quiere esto decir que...”

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―¿Dónde estoy? ―dijo evoz alta, terminando el rumbo quehabían tomado sus pensamientos.

El wingli ladeó la cabeza y aAurora le pareció ver cierta tristeza

en aquel gesto.“En Udegelia, el país de los

 brujos”.Aquellas palabras, lejos de

hacerla sentir más confusa, se le

antojaron terriblemente reales.Ahora todo se volvía más nítido,

más claro, con más sentido. Brujos.Brujos era sinónimo de magia y,

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aunque Aurora no creía en la magia,estaba segura que lo que había vistoesos últimos días lo había sido.

La chica sacudió la cabeza.―Pero en qué estoy pensando

―murmuró. A pesar de que aquellale parecía la explicación más

lógica, su parte racional seguía si poder creérsela. ¿Magia? ¡Eso era

imposible!

Un pensamiento del wingli ladevolvió a la realidad:

“¿Escapaste de él?”Aurora fijó la mirada de nuevo

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en los ojos verdes del animal.Sabía muy bien a quién se refería.―Yo... yo no... ―tartamudeó. No, en realidad no había

escapado, pues él no había llegadoa cogerla. Pero Aurora tenía lacerteza que eso sólo era cuestión de

tiempo.La chica se llevó la mano a la

cabeza y gimió.

―¡No entiendo nada! ―sequejó, en voz alta.

“Si te sirve de consuelo, tediré que eres la única que ha

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conseguido huir del Portador dealmas”.―¿El Portador de almas?“El chico que te perseguía. Se

llama Zac, pero aquí todo el mundole conoce con ese sobrenombre”.

Así que se llamaba Zac...

―¿Tú sabes por qué me perseguía?

“Supongo que será cosa del

Doctor”.―El Doctor ―repitió ella,

como si tratara de memorizar aquelnombre.

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“Si. Es el sobrenombre que sele da a Lord Kermiyak, soberanodel Udegelia”

―¿El rey?“Si quieres llamarlo así...”

―¿Y qué tiene que ver el reyen todo esto?

El wingli se encogió un poco,como queriendo decir que no tenía

ni idea.

“Lo siento, pero no estoyhecho para pensar. Sólo para ser un

animalillo gracioso”Aurora sonrió.

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―Lo siento. No quería parecer grosera con tantas preguntar, pero...

“Tranquila, lo entiendo.Supongo que todo esto debe ser 

algo difícil para ti”.Aurora suspiró.

―Gracias por preocuparte por mí. Y por cierto, me llamo Aurora.

“Lo sé, me lo dijo tu corazón.

Yo me llamo Shiu”Aurora no entendió muy bie

aquellas palabras, pero se limitó asonreír. Nada tenía sentido en aquel

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lugar y por lo tanto, no hacía falta buscar explicaciones lógicas.―Bueno, ahora sólo me queda

encontrar la salida ―dijo ella, poniéndose en pie y sacudiéndose

las hojas que se habían enganchadoen sus pantalones―. ¿Tú sabes

dónde está?“¿La salida?”

―Claro. Debe haber alguna

forma de salir ¿no? Tengo quevolver a casa, mis padres debe

estar preocupados. Si el espejosólo es de ida, debe haber alguno

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de vuelta.El wingli llamado Shiu la mirófijamente y esta vez Aurora sí pudover claramente que la observabacon profunda tristeza.

―¿Por qué me miras así?―quiso saber.

“No hay salida, Aurora. LaPuerta está sellada.”

 

4. Pueblofrontera

 Aurora se removió inquieta.

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Se encontraba tumbada en elsuelo, hecha un ovillo sobre símisma, tiritando de frío a pesar delas capas de ropa que se habíaechado encima, usando las prendas

de deporte como manta. Hacía yaunas horas que la oscuridad había

caído sobre el bosque y el wingli lehabía aconsejado pasar la noche

allí, antes de seguir con la marcha.

Pero aquello de dormir en elsuelo no estaba hecho para ella. Era

incómodo, duro y frío. Además, letraía horribles recuerdos sobre la

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acampada dónde había conocido aAlberto.Suspiró una vez más. No podía

dormir, su mente trabajaba a todavelocidad, procesando toda la

información que Shiu le había dadoaquella tarde.

La Puerta estaba sellada.Aquella revelación había

caído sobre Aurora como un jarro

de agua fría. Primero se habíanegado a creerlo. Pero, ante el

relato que le había explicado Shiu,no había tenido más remedio que

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aceptar la evidencia: no habíaforma de salir de Udegelia.El wingli le había contado la

historia del país de los brujos y elmisterio de la Puerta: aquel lugar 

donde se encontraba no era sinootro mundo, quizás otra realidad; u

lugar situado en otra dimensión. Shistoria se remontaba al siglo XIII,

cuando la Santa Inquisición había

confabulado un maléfico plan paraeliminar a todos los brujos y brujas

y combatir así la herejía.Aurora no había podido evitar 

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llevarse una terrible sorpresa,llegado a ese punto, pero Shiu lehabía recordado que la historiasiempre la escriben los ganadores yque, por lo tanto, era normal que la

existencia de la magia se hubiesereducido a dar argumento a u

montón de libros infantiles.A la Iglesia no le gustaban los

 brujos, pues, según ellos, estaba

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y riquezas, dicho Tribunalconsiguió que se creara la Puerta,

una abertura interdimensional quellevaba a otra realidad. En ese

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nuevo mundo, y gracias a su magia,esos mismos brujos crearon el belloreino de Udegelia y, después,hicieron correr la voz de que aquelidílico paraíso había nacido con el

fin de que los brujos pudiera practicar su magia sin perjudicar a

los marayas, que eran aquellos queno poseían el Don.

Lo que no contaron fue que la

Puerta estaba sellada con uconjuro y, una vez dentro de

Udegelia, ya no se podía regresar ala Tierra.

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Muchos fueron los que cayeroen la trampa. Los demás fuero perseguidos y exterminados. Igualque lo fueron los brujos que habíacreado Udegelia.

Shiu también le había contadoque después de aquello, Udegelia

se había convertido en un reino prospero, lleno de vida y que, a la

larga, los brujos terminaron por 

agradecer aquel infortunio que leshabía separado del resto de los

humanos.Hasta que llegó Lord

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Kermiyak. Nadie sabía de dónde habíasalido. Poco a poco fue ganando poder y, antes de que nadie se dieracuenta, ya gozaba de la vida eterna

gracias a oscuros conjuros de magianegra que usaban el poder de almas

humanas.A partir de ahí, ya nadie pudo

detenerlo, y fueron muchos los que

lo intentaron. El Doctor siguiórobando almas a los brujos y

conjurando el poder oscuro paraconquistar toda Udegelia. Y, de ese

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modo, se hizo con el dominio detodas las tierras y se convirtió en ssoberano.

Aurora había quedado taconmocionada por el relato que,

hasta un buen rato después, no habíacaído en la cuenta. La imagen de

unos ojos incoloros se dibujó en smente.

―¿Y cómo es que Zac sí

 puede cruzar la Puerta? ―le habíadicho a Shiu.

Pero ante eso, el wingli nohabía sabido qué responder. Quizás

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era la misma brujería oscura que elDoctor había usado en susanteriores hazañas.

Después de eso, Aurora habíainsistido en la necesidad de

encontrar un pueblo y buscar aalguien que todavía dominase la

magia, para pedirle que intentaraabrir la Puerta por ella.

Shiu había intentado

convencerla de que no iba a servir de nada dar con algún brujo o co

alguna bruja. El encantamiento quele habían echado a aquel espejo era

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demasiado complejo para cualquier  practicante de nivel elemental y eUdegelia ya no quedaban brujos derango alto, porque el Doctor sehabía encargado de eliminarlos a

todos.Pero ella había insistido e

insistido, hasta convencerlo. Y alfinal, el pequeño wingli no había

tenido más remedio que aceptar.

Juntos habían recorrido el bosque hasta que había caído la

noche. Después, Shiu se habíanegado a dar un paso más, pues el

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lugar se volvía peligroso con lacaída del sol.―Dormiremos ―había

sentenciado el animalillo―.Apenas quedan unos kilómetros.

Mañana por la mañana,terminaremos el recorrido co

calma.Aurora suspiró, resignada. La

noche se le estaba haciendo eterna.

Se levantó y apiló un pocomejor las hojas que se esparcía

 por el suelo, de manera que formóun lecho más mullido para

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descansar. Sobre el mismo, tendióun par de prendas. Luego seacomodó sobre ellas y se cubriócon la toalla que usaba en las clasesde gimnasia. Sin hacer ruido, estiró

los brazos y cogió al wingli, quedormía a pierna suelta a un metro

escaso de donde estaba ella.El animal no protestó. De

hecho, apenas se movió. Solamente

ronroneó y se acurrucó mejor en lacurva de la barriga de Aurora.

“¡Qué calentito!” pensó ella,mientras echaba un vistazo al cielo,

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completamente estrellado ycoronado por una luna rojiza que parecía un mal augurio.

Aurora pensó en sus padres yen Alberto, y en todo aquel

embrollo en el que se había metidoy la había llevado a aquel lugar si

sentido. ¿Podía ser que aquelloestuviese ocurriendo de verdad?

¿No sería todo una alucinación o

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de pelo anaranjado y ojosesmeralda que le miraba fijamente.

“¡Despierta, dormilona!” oyódentro de su cabeza.

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―Shiu... ―murmuró, alreconocerle.Se frotó las legañas. Poco a

 poco, los recuerdos de lo que habíasucedido el día anterior fuero

regresando a su mente. No habíasido un sueño, estaba de verdad

atrapada en Udegelia. Suspiró,desanimada, mientras se

incorporaba hasta quedar sentada

sobre el lecho. Al hacerlo, el rugir de sus tripas le recordó que no

había comido nada desde elmediodía anterior.

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―Uf ―se quejó―, tengo tantahambre... Me comería cualquier cosa.

“Pues me temo que tendrás queesperar. Quiero que te quedes aquí

mientras me adentro en el pueblo.Los marayas no son bien recibidos

en Udegelia y tú llevas una ropademasiado extravagante. ¡No

 pasaríamos inadvertidos ni co

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creo que tenga poder suficiente parahacer lo que pides. ¡Si fuera ta

fácil, lo habrían hecho muchos antesque ella! Además, tampoco sé siquerrá ayudarte. Piensa que el

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Doctor debe andar buscándote y site encuentra en su casa, la matará.¿Entiendes?

Ella hizo que sí.

“Y ahora, espérame aquí. Notardaré mucho, pero, por si acaso,

mantente oculta y que nadie te vea”.La chica asintió y Shiu se alejó

dando pequeños saltos, mientras

arrastraba sus enormes orejas por el suelo.

 Shiu tardó lo que pareció una

id d d ó ll b

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eternidad y cuando regresó llevabaalgo atado al cuello. Al observarlo

mejor, Aurora descubrió que setrataba de una cuerda que terminaba

en un pequeño paquete envuelto,que el wingli arrastraba tras él.

Iba a preguntarle de qué setrataba, pero cómo si le leyera lamente, él se le adelantó:

“Desátala y póntela por 

encima. Es una capa. Tendremosque cruzar el pueblo para llegar a

casa de Nuba.”Aurora hizo lo que el wingli lemandaba. Se acercó un poco más a

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él y deshizo el nudo que sostenía el paquete alrededor de su cuello.Luego, desenvolvió el bulto ydesplegó la capa, para echársela

 por encima.Una vez se hubo cubierto co

la tela, se puso en pie y salió delmatorral.

“Será mejor que dejes t

equipaje aquí. Abulta mucho yllama la atención”.

―Pero... ¡son mis cosas! No puedo perderlas.“No te preocupes. Vendremos

ll d h d l

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a por ellas cuando haya pasado el peligro”.

La chica le dirigió una miradadubitativa, pero terminó haciendo

lo que se le pedía: recogió todassus pertenencias, las guardó dentro

de la bolsa de deporte y la escondióunto a la mochila entre los

matorrales. Solamente conservó el

móvil, que guardó en el bolsillo dela chaqueta.

“Y ahora... ¡andando!”.―Oye Shiu... ―murmuró lachica, mientras avanzaban por el

i i i dó d h bí

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mismo sitio por dónde habíadesaparecido el wingli poco antes.

“Quieres saber cómo hesabido lo que ibas a preguntarme

antes” afirmó el pequeño animalilloen la mente de la chica.

―¡Sí! ―dijo ella, muysorprendida.―. ¿Cómo lo sabías?

Es decir, ¿cómo lo haces?

El wingli se rio con smaullido particular. A Aurora ya le

había parecido en más de unaocasión que el Shiu le leía la mente,

l h bí d d i t il P h h í l

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 pero no le había dado importanciaal tema. Pero ahora... ahora sí lohabía podido ver con claridad.

“¿Cómo crees que hago paraentenderte? Te recuerdo que no

hablo tu idioma, sólo sé hablar faranés, el idioma de Udegelia.”

Aurora le miró fijamente. Esoera cierto, pero no había caído en la

cuenta, al fin y al cabo, ella hablaba

y Shiu respondía, así que se suponíaque la entendía. Pero también era

cierto que para hablarle lo hacía por telepatía.“Se llama lenguaje deló ” dij l i li á d l

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corazón” dijo el wingli, sacándolade su confusión. “Los winglis

somos producto de la magia. Los brujos nos crearon hace cientos de

años. No sé cómo lo hicieron, niqué somos exactamente, pero sí sé

que nos otorgaron una serie dedones, como el lenguaje del

corazón, que sirve para que nos

comuniquemos con cualquier ser,aunque use un idioma distinto al

nuestro. Antaño servíamos cómotraductores a los magos, peroahora... ya casi no hay magos y todol d h bl f é P l

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el mundo habla faranés. Por eso loswinglis nos hemos convertido e

animalillos semisalvajes.”Mientras hablaban, habían ido

recorriendo el trecho de bosque queaún les separaba de su destino:

Pueblofrontera, el pueblo dóndevivía la hechicera.

Una vez las primeras

construcciones empezaron adibujarse en el paisaje, Aurora

tomó a Shiu en brazos y dejó que élla guiara gracias a las instruccionestelepáticas. Así, a la vista decualquier aldeano parecía que la

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cualquier aldeano, parecía que lamuchacha se dirigía con paso firme

a un destino que conocía perfectamente.

Aurora pudo observar, através de la capucha de su capa que

le cubría la cabeza, el pueblo dóndese había introducido. Tenía el

mismo aspecto que las aldeas

medievales que salían en las películas, pero con un toque

distinto. Las casas del centroestaban hechas con piedra de color negruzco, mientras que las de losalrededores eran simples chozas de

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alrededores eran simples chozas demadera y paja. El suelo de las

calles principales estaba pavimentado con adoquines negros

y blancos, pero podía verseclaramente que estaba en muy mal

estado: todo tipo de plantas crecíaen las juntas menos transitadas,

faltaban piezas en el mosaico y las

que quedaban tenían un color sucioy gastado. De hecho, todo el pueblo

tenía aspecto de dejadez yabandono, como si antaño sehubiese levantado bello ymajestuoso en el linde del bosque y

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majestuoso en el linde del bosque y,con el paso de los años, se hubiese

ido degradando sin que nadie lehubiese puesto remedio.

En su camino, Aurora se cruzócon algunas personas,

especialmente mujeres, que iban yvenían cargadas con bultos, cestos y

arras, y que la miraban co

desconfianza. Ella, siguiendo lasindicaciones de Shiu, las saludaba

con un leve gesto de cabeza silevantar la mirada de la capucha, yseguía adelante, sin detenerse.

Afortunadamente la casa de

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Afortunadamente, la casa deuba no quedaba muy lejos y,

cuando llegó, Aurora pudo suspirar aliviada de que nada malo le

hubiese sucedido.La vivienda estaba construida

con la misma piedra negra y lasmismas tejas oscuras que las

demás. Tenía un porche de madera

al que habían renovado la paja quelo cubría hacía poco. De todos

modos, no era tan majestuosa comolas otras. Se trataba, más bien, deun cuchitril hecho con los restos deaquellas piedras y rematado co

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aquellas piedras y rematado coalgunas maderas y paja, a medio

camino entre las casas del centrodel pueblo y las chozas de las

afueras.Aurora observó la puerta, que

estaba carcomida por los parásitos,y suspiró antes de llamar.

Mientras esperaba, se dio

cuenta de que desde el alfeizar dela ventana que había justo al lado

de la entrada la observaba ucuervo negro. Se había fijado quetoda la aldea estaba llena de esosbichejos detestables que graznaba

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 bichejos detestables, que graznabade forma amenazante cada vez que

alguien les dirigía una miradaPero no tuvo mucho tiempo

 para pensar en ello, porque la puerta se abrió y una cabecita

asomó de entre la penumbra. 

5. El Doctor Aurora estaba sentada junto al

fuego, con una taza de sopa en elregazo una cuchara en la mano

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regazo, una cuchara en la manoderecha y una hogaza de pan a

medio comer en la izquierda.La anciana Nuba, una mujer 

muy mayor, bajita y de constitucióndelgada, la había recibido en s

casa de buena gana y ahora sehallaba hablando amigablemente

con ella, usando a Shiu de

traductor.“Nuba dice que aquí estarás

segura mientras te busca algún sitiodonde esconderte.”Aurora asintió.―Gracias ―balbuceó co

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Gracias balbuceó, couna media sonrisa, pues aún tenía la

 boca llena de la última cucharadade sopa que se había tomado.

 No era el mejor manjar quehabía probado en su vida pero,

dada el hambre que tenía, leresultaba lo suficientemente

apetecible.

―De rien ―le respondió laanciana.

Y luego, se volvió hacia elwingli y se le quedó mirando u buen rato. Aurora supuso que enaquellos momentos estaba

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aquellos momentos estabamanteniendo una conversació

telepática. Y no se equivocaba.Justo después, el wingli miró a

Aurora y le transmitió el mensaje.“Nuba quería saber el

verdadero motivo que te habíallevado hasta aquí. Espero que no te

moleste, pero se lo he contado. Me

ha dicho que… bueno… ella no puede ayudarte con lo que

 pretendes. Es más, me ha dicho que,que ella sepa, nadie ha conseguidonunca abrir la Puerta.”

―Pero… ―empezó a

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Pero… empezó amurmurar ella, algo confusa.

―Arrete ―oyó que le decíauba a Shiu.

El animalillo se volvió haciala anciana y ella le hizo un gesto

 para que se le acercase. Entonces,Shiu se puso sobre su regazo y la

miró fijamente. De nuevo, Aurora

quedaba excluida de esaconversación.

Sintiéndose repentinamentedesanimada y con un molesto nudodibujándose en la boca de sestómago, Aurora se volvió hacia el

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g ,fuego y contempló fijamente el

crepitar de las llamas. Había pensado que todo sería tan sencillo

como llegar hasta la casa y dejar que los otros solucionaran sus

 problemas. Pero estaba claro quelas cosas no funcionaban así. Y si

encima ella pedía la Luna, ¿quié

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misterioso la envolvió. Aurora parpadeó un par de veces, incapaz

de creerse lo que estaba viendo. Lamujer desprendía una energíaextraña, cálida y agradable. Y lachica supo, sin saber muy bie

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p , ycómo, que se trataba de magia.

El fuego se volvió más intensoy Aurora dio un respingo en su

silla.Entonces, la anciana abrió los

ojos.El wingli seguía en sus

 piernas, sentado, pero con los ojos

cerrados como si durmiera. Aunqueno lo hacía, pues Aurora sintió su

voz dentro de ella.“Tenía ganas de hablar directamente contigo, ¡pero esto delos idiomas complica tanto las

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pcosas…!”.

Aunque los pensamientos erade Shiu, Aurora supo que la que

hablaba era Nuba.―¿Cómo…? ―fue todo lo

que pudo murmurar la muchacha.“Magia,” respondió

sencillamente la voz en su cabeza.

“En realidad se trata de un truco bastante sencillo. Utilizo la mente

de Shiu como puente. Puesto que éles capaz de comprendernos a lasdos, le he utilizado de traductor,aunque sin la necesidad de que esté

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q qtodo el rato pasándonos mensajes.

Es como si nuestras mentesestuviesen conectadas a través de

él”.―Entiendo… ―respondió

Aurora. Aunque no era del todocierto.

“Bueno muchacha, así que

vienes del Otro Lado”.Ella asintió con la cabeza.

―Eso parece.“Ya veo. Y pretendesregresar”.

―Sí. Shiu me contó que la

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Puerta está sellada y todo eso. Pero

Zac… quiero decir… el Portador de almas, puede cruzarla. Yo le vi

en mi mundo, él me perseguía y por eso llegué aquí. Si él puede, debe

haber algún modo de regresar.“Ai, niña inocente” le

respondió Nuba, sonriendo. “Dices

eso porque no sabes qué tipo demagia usa el Doctor. Es cierto que

su secuaz, Zac, como le llamaalgunos, o el Portador de almas,como le llaman otros, es capaz decruzar la Puerta y regresar. Pero…

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el precio que se paga por ello es

muy alto”.―A qué... A qué se refiere

―le preguntó, temerosa de conocer la respuesta.

“No sabes por qué te quieren,¿verdad?”

―N…no.

“Lord Kermiyak usa la magianegra. Un poder oscuro y prohibido

desde hace más de mil años. Élrescató esas artes oscuras delolvido y empezó a usarlas parahacerse más y más poderoso”.

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―Y qué... quiere de mí

―murmuró Aurora, aterrorizada.“Tu alma.”

―¿Mi alma? ―repitió ellallevándose una mano al pecho.

“Sí. El Doctor extrae el poder vital que habita en las almas puras

de algunas personas y luego lo usa

 para realizar sus propios hechizos.Gracias a eso, consiguió la vida

eterna y, también gracias a eso,consiguió un poder tan grande quetoda Udegelia cayó rendida a sus pies”.

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―¡Pero…! ¡Pero si ya tiene

todo lo que quiere! ¿Por quénecesita más almas? ¿Y por qué

 precisamente la mía? ―preguntóella horrorizada.

“Eso ya no lo sé, niña. Lasrazones de Lord Kermiyak son cosa

suya. Pero hay quien dice que,

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debe impedírselo… Alguiendebe… detenerlo.

“Me temo que eso que pides esimposible, niña. Aquí hay muchagente que daría cualquier cosa por regresar. Nos encerraron aquí

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injustamente y aún hay sed de

venganza en muchos corazones. Y siel Doctor les da esa oportunidad,

nadie se lo va a impedir, aunque susmedios sean totalmente

inaceptables y reprochables”.Aurora hundió los hombros y

enterró el rostro entre sus manos.

Allí sentada, lloró mucho rato. No podía creer que aquello le estuviese

 pasando de verdad: ¿alguien iba ainvadir la Tierra? Y encima queríanrobarle el alma para conseguirlo.Entonces, ¿qué sería de ella?M i í ? T í d

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¿Moriría? Tenía que detener 

aquello de algún modo. Pero estabaclaro que nadie en Udegelia iba a

ayudarla. Tan sólo podía contar conque la anciana la mantuviese

oculta... ¿cuánto tiempo? ¿Toda lavida?

Tan concentrada estaba en sus

cavilaciones que ni siquiera se diocuenta de que Nuba había deshecho

el conjuro y el wingli y ella habíasalido de la casa para dejarleintimidad.

Se puso de pie y volvió ai l f

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mirar el fuego.

―Alberto… Alberto, ¿qué puedo hacer? Quiero... quiero

regresar a casa. Tengo tantomiedo...

Ya no lloraba y su rostroiluminado por la luz anaranjada de

las llamas la delataba como a una

chica frágil y derrotada. Sólo lequedaba el consuelo de que aún no

había caído en manos de susenemigos. Pero aquello era sólocuestión de tiempo. No podía pasarse la vida huyendo por ul d í

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lugar que desconocía o permanecer 

una eternidad encerrada en aquellacasa diminuta, sintiendo como las

 paredes se le caían encima.Se recostó en la pared y miró

hacia el infinito.Debía haber una solución, una

alternativa. Pero no se le ocurría

ninguna. 

Había pasado un buen ratodesde que Nuba y Shiu había

desaparecido y Aurora seguía en lacasa de la anciana contemplando el

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casa de la anciana, contemplando el

fuego, que poco a poco se ibaconsumiendo.

De repente, alguien llamó a la puerta. Aurora quiso esconderse, pero no tuvo tiempo, puesto que elque había llamado entró sin esperar respuesta.

Se trataba de un hombre de

mediana edad, bajo y rechoncho,con la piel morena y la caracubierta por una espesa barbanegra. Sus miradas se cruzaron tasolo un instante, el tiempo queAurora tardó en subirse de nuevo la

h d l b i bi

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capucha de la capa y cubrirse bie

con ella.Pero el desconocido ya la

había visto.Tratando de escapar de

aquella intrusión repentina, Aurorase levantó del taburete en el que

había estado sentada y dio un paso

atrás, a pesar de que el reducidoespacio de la casa no le dabamucho margen de maniobra. Pero elrecién llegado se acercó a ella y leapartó la capucha sicontemplaciones.

¿Qui est tu? ¿Ou c’es

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―¿Qui est tu? ¿Ou c es

uba?Aurora, que no entendía ni

media palabra de lo que le decían,agachó la cabeza y le dio la espalda

al desconocido. Luego apretó los puños y rezó interiormente para que

aquel hombre la dejara en paz.

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A partir de ahí, todo ocurriómuy deprisa.

En unos instantes latemperatura de la habitación sehabía hecho insoportable y el fuegohabía traspasado la madera y lapaja que cubría el interior del

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 paja que cubría el interior del

techo, llegando a las vigas. Lasllamas descendían por las paredes y

se apoderaban de los escasosmuebles que había en la casa.

Sin pensárselo dos veces,Aurora salió de allí, dejando caer 

su capa con las prisas. Pero, al

 poner un pie en la calle, se diocuenta que la casa estaba rodeada.El hombre que instantes antes habíaentrado estaba fuera, junto a otroscinco, que le cerraban el paso a lachica.

El miedo la invadió haciendo

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El miedo la invadió, haciendo

que todo su cuerpo se tensara en elacto. No podía volver atrás, porque

la casa estaba en llamas, nitampoco podía correr hacia delante,

 porque el grupo de hombres leimpedía el paso.

Sin saber muy bien qué hacer,

arremetió contra uno de ellos, unoque le pareció más pequeño y débil.Consiguió cogerle desprevenido yle hizo caer al suelo. De esamanera, aprovechando el hueco quehabía abierto, Aurora echó correr calle arriba bajo la atónita mirada

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calle arriba, bajo la atónita mirada

de los demás hombres, que gritabaentre ellos. Pronto los tenía a todos

tras ella.Avanzó dando codazos a todo

el que se encontraba por delante.Sólo pensaba en huir. Trato de

recordar el camino que había

seguido para llegar hasta la casa yasí poder regresar al bosque. Peroantes de siquiera llegar a la entradadel pueblo, alguien la cogió por u brazo. Aurora cayó y rodó por el

suelo, hasta quedar hecha un ovillo.Todos gritaban a su alrededor

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Todos gritaban a su alrededor.

Incluso las mujeres los niños habíasalido de sus casas y observaba

curiosos el espectáculo.Al levantar la mirada, la

muchacha pudo ver de reojo que uhombre se le acercaba, cuchillo e

mano. Aterrorizada trató de ponerse

en pie para huir, pero alguien lacogió por una pierna, haciéndolacaer de nuevo al suelo. Se debatiófrenéticamente tratando deliberarse, mientras chillaba.

El hombre levantó el cuchillo,dibujando una oscura sonrisa en s

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dibujando una oscura sonrisa en s

rostro sucio y peludo. Luego lodescargó en ella con toda su fuerza.

Pero antes de que llegara atocarla, el cuchillo salió despedido.

Aurora miró en derredor,tratando de encontrar una respuesta

a lo que había pasado y se encontró

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vista y dijo unas palabras a todoslos presentes. En respuesta,hombres y mujeres se retiraroapresuradamente y, en apenas un par de minutos, sólo quedaron ella

y él en medio de la calle.―Vamos ―le dijo Zac, al

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Vamos le dijo Zac, al

tiempo que dejaba caer su mochilaa sus pies.

Aurora la reconoció enseguiday se abalanzó sobre ella.

Desconfiada, abrió la cremallera ycomprobó que los libros y elmaterial escolar había

desaparecido y habían sidosustituidos por lo que llevaba en la bolsa de deporte: la ropa, la toalla,la botella de agua... Después, miróal chico con miedo, y dio un paso

hacia atrás.―No ―dijo ella, tratando de

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j ,

 parecer firme. No había duda de que él la

acababa de salvar, pero, tal y comole había confirmado la anciana

uba, aquel chico no era de fiar, pues trabajaba para el Doctor, cuyofin era hacerse con todas las almas

 puras que le hacían falta para susoscuros hechizos.Entonces Zac se acercó a ella

y la cogió del brazo. Ella trató dedeshacerse del agarre, pero no lo

consiguió. Él era demasiado fuerte.―¡Suéltame! ―gritó, mientras

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¡ g ,

trataba liberarse.Pero en vez de soltarla, Zac

empezó a arrastrarla tras él.―¡Qué me sueltes! ―insistió

ella, arañándole una mano.El joven ni se inmutó.―¡Por favor…!

La fuerza que había mostradoAurora al principio empezó adesvanecerse. Rompió a llorar.

―No quiero morir…―sollozó.

Zac no respondió. Siguiótirando de ella.

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En unos instantes ya seencontraban en los límites del

 bosque. Sintiéndose acorralada, lachica se dejó caer al suelo,

intentando frenar al joven. Él lasoltó y se la quedó mirando.

―Debes venir conmigo.

―¡No!―Si no vienesvoluntariamente, será por la fuerza.

―Pero… ¡me llevarás ante elDoctor!

―Sí.―Me matará… ―murmuró

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ella, aturdida.Hubo un momento de silencio.

Aurora habría jurado que Zacdudaba, pero no mostró nada y sus

ojos siguieron tan vacíos comosiempre. Al final, el chico le alargó

la mano, mientras decía:

―Vamos.Y Aurora se rindió. Ya no lequedaban fuerzas para luchar. Y élle había dicho que si no eravoluntariamente, sería por fuerza.

¿Qué más podía hacer? No teníaadónde ir y nadie en el pueblo iba a

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y p

 prestarle ayuda. Quizás lo mássensato ahora sería seguirle y

esperar encontrar, más adelante, elmodo de huir. Además, Zac era el

único que podía cruzar la Puerta.Tenía que descubrir cómo lo hacía.

Después, podría regresar a casa.

Ignorando la mano que lehabía tendido, Aurora se puso en pie.

―Vamos ―dijo cabizbaja,mientras se ponía a su lado.

 

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6. Setecientas sesenta ysiete cerraduras

 Seguían avanzando si

descanso, a través del mismo bosque que Aurora había recorrido

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q q

la tarde anterior.La chica había perdido ya la

noción del tiempo; estabademasiado exhausta para pensar.

Además, tenía hambre. Aquellamañana sólo había desayunado u

 plato de sopa y un trozo de pan, y la

noche anterior ni siquiera habíacenado. Pero a Zac aquellas cosasno parecían importarle y seguíaabriendo la ruta a través de losárboles con paso firme, si

detenerse.Cuando el sol ya culminaba s

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descenso y los últimos rayos de luzse filtraban entre las ramas, Aurora

se detuvo, agotada. El Portador dealmas tardó unos instantes en darse

cuenta de que ella ya no le seguía y,cuando lo hizo, sólo se dio lavuelta, la miró y le dijo:

―Vamos, no te detengas.Pero ella ni se dignó acontestarle. En vez de eso, se dejócaer sobre el suelo y permanecióallí sentada hasta que él se le

acercó. No tenía ni idea de lo que

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 pasaba por la cabeza del chico.¿Estaría barajando la posibilidad

de dejarla allí? ¿De matarla? ¿Dearrastrarla por el suelo hasta s

destino? Seguramente debía ser aquello último porque, después deobservarla en silencio unos

instantes, le tendió la mano y tratóde ayudarla a levantarse. Ella sedejó hacer porque ya no lequedaban fuerzas para protestar.

Zac la cogió con fuerza y tiró

de ella. Aurora pudo sentir queaquella mano que la sostenía era

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grande y fuerte, pero fría como lanieve. De todos modos, el tacto la

reconfortó, haciéndola sentir másacompañada en aquel lugar 

inhóspito. Ahora, el chico andabamás despacio y buscaba el caminomás sencillo; aunque ella no se

daba cuenta, pues caminabaausente, como durmiendo de pie.Cuando salió de su trance,

Aurora se encontró sentada en elsuelo de una especie de refugio

cubierto que se formaba entre umontón de rocas.

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―Quédate aquí ―oyó quedecía alguien tras ella.

Se volvió y vio al Portador dealmas, que la miraba fijamente,

cuchillo en mano. Aurora sintió queun escalofrío la recorría de arribaabajo, pero él se dio la vuelta y se

 perdió en el bosque, dejándolasola.Ella ni siquiera se preguntó

adónde habría ido. Se recostó en la pared de la cueva y cerró los ojos.

Tenía que recuperar fuerzas,aquella era la oportunidad perfecta

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 para huir y debía aprovecharla.Pero estaba demasiado cansada. El

cuerpo no le respondía y la cabezale daba vueltas. Sólo podía pensar 

en una cosa: dormir. Abandonarse aun sueño profundo y reparador.Acarició esa idea y la saboreó.

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un palo, había un trozo de carne queantaño debía haber sido un animal,cocinándose. A la chica se lerevolvió el estómago con sóloverlo, pero enseguida el asco se

volvió hambre. En aquel momento,le daba igual lo que fuera aquello sí

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 podía comerse.Se levantó y se dirigió a la

hoguera. Primero, se agachó junto alas llamas y acercó las manos a

ellas para entrar en calor. Luego, sevolvió hacia la carne y tomó utrozo. En ese momento le hubiese

apetecido más un croissant, pero notenía otra opción, así que se lollevó a la boca. Sabía a conejo.

―Hay un riachuelo aquí allado, por si tienes sed.

El cuerpo de la muchacha dioun respingo al oír la voz de Zac.

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―Sí… sí… claro―tartamudeó, mirándole de reojo.

 No sabía si darle las gracias por sus atenciones. Parecía algo

contradictorio el hecho de que se preocupara por ella si la estaballevando a una muerte segura.

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haría una vez hubiese escapado,sola en el bosque en plena noche.Sólo echó a correr y no paró hastaque Zac la atrapó.

Intentó zafarse de él cuando el

oven la agarró por un brazo, peroera demasiado fuerte y la redujo

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con facilidad. Después de aquelincidente, él la obligó a regresar al

campamento improvisado, dondeAurora terminó cayendo dormida

otra vez, vencida por el cansancio.Y, a la mañana siguiente,retomaron el camino.

Tal y como habían hecho eldía anterior, Zac anduvo delante,abriendo el paso, y Aurora le siguióa cierta distancia, tratando demantener el ritmo. De todos modos,

aquella mañana el trayecto no fue,ni por asomo, tan tranquilo.

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Aurora intentó escapar eotras dos ocasiones, aunque ambas

fracasaron.Le era imposible engañar al

Portador de Almas. A pesar de queél iba más adelantado, parecía tener un ojo en la nuca que siempre

estaba puesto sobre ella y cada vezque la chica se daba la vuelta parasalir corriendo en direcciócontraria, él lo percibía enseguida.

A mediodía, Zac se detuvo en

un claro que habían encontrado y le pidió que le esperara. Ella no le

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respondió, tan solo le dedicó ugesto de desprecio y se sentó en una

 piedra, resignada.“Lo llevas claro si crees que

te voy a esperar” pensó mientrasveía al joven perderse entre laespesura.

Aguardó, escuchando coatención los sonidos que proveníadel bosque y cuando creyó que scaptor estaba suficientemente lejos,se adentró entre los árboles, e

silencio, siguiendo la direcciócontraria a la que había tomado él.

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o sabía qué camino seguir parasalir de allí, ni tampoco sabía cómo

haría para no morirse de hambre, pues hasta el momento había sido

Zac quién le había ido proporcionando el alimento,cazando y recolectando frutas y

hierbas silvestres. Pero no podía permitir que aquello la detuviera.―La suerte me sonreirá

―murmuró, mientras recordaba al pequeño wingli que la había

ayudado el primer día.¿Qué habría sido de él? ¿Y de

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uba? ¿Les habría hecho algo Zac para sacarles información?

A medida que iba avanzado por el camino elegido, los árboles

se iban haciendo más gruesos y sustroncos adoptaban formas másretorcidas y siniestras. Los

matorrales a sus pies también sehacían más espesos y más altos.Continuamente tenía que estar agachándose para atravesarlos odar grandes rodeos para evitarlos.

Además, se le hacía difícil ver elcielo y el sol debido al techo

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vegetal, por lo que no conseguíaorientarse.

Cuando llevaba un buen ratodando tumbos, se detuvo a

descansar cerca de una gran encinaque estaba cubierta de hiedras dehermosas hojas. Pero, al acercarse

más al árbol, atraída por la bellezade las plantas que lo cubrían, se diocuenta de que ya lo había vistoantes. Alarmada, dio un vistazo a sualrededor.

―Dios mío ―se dijo, casi sivoz.

h bí d llí b

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Ya había estado allí. Estabadando vueltas en círculo.

Intentó con todas sus fuerzasque el pánico no la poseyera.

Inspiró profundamente y trató dememorizar bien la zona,quedándose con cada detalle, co

cada rincón. Luego tomó un caminoy se esforzó en seguirlo en línearecta a pesar de los obstáculos,marcando algunos de los árbolescon los que se iba topando para

saber si ya había pasado por allí. 

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Anduvo mucho tiempo.Al final, todos los árboles le

 parecían iguales y ya no podíarecordar si había estado en un lugar 

determinado o no. El sol se ponía yel bosque empezaba a llenarse de

una fina niebla que aún dificultaba

más su tarea.El miedo, el cansancio

acumulado y la desesperacióhicieron que el recuerdo de sus padres acudiera a ella. Debían estar 

realmente preocupados. A lo mejor incluso pensaban que se había

i id d

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suicidado. No sería la primera vez que lo

intentaba.Aun sabiendo que aquello no

serviría de nada, descolgó lamochila y buscó el móvil. En la pantalla seguía apareciendo el

mismo mensaje de “Red nodisponible”. Ignorándolo, buscó asu madre en la agenda y le dio a‹‹llamar››. Pero el teléfono noemitió ningún sonido, como si

intentara por todos los mediosencontrar alguna red a la que

t Fi l t l

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conectarse. Finalmente elcaracterístico sonido de conexió

no establecida sonó en su oreja.Aurora colgó y después

desconectó el aparato; apenas lequedaba batería y quería guardar  para cuando consiguiese regresar a

casa.Todavía sumida en su pesar,

oyó un ruido tras ella.Con el corazón disparado, se

dio la vuelta y escudriñó los

alrededores con la mirada. Pero novio nada.

P dí Z l h bi

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¿Podía ser que Zac la hubieseencontrado al fin? ¿O había alguie

más en el bosque?Peinó la zona una vez más y al

encontrarla vacía, se obligó acalmarse. Se estaba imaginandocosas. El cansancio le jugaba una

mala pasada. Lo que tenía que hacer era descansar.

Retomó la marcha. La luzdiurna estaba por extinguirse ycuando lo hiciese tendría que

interrumpir su marcha, pues andar atientas por aquel bosque

d id lt b li

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desconocido resultaba peligroso; podía tropezar con cualquier piedra

o raíz, incluso caer por un desnivel.Tenía que darse prisa y encontrar 

un refugio para pasar la noche.El color anaranjado delatardecer fue volviéndose grisáceo

a medida que avanzaba, al tiempoque la niebla se volvía más espesa.La temperatura también estabacayendo por momentos, haciéndolatiritar. Pero no encontraba ninguna

cueva ni ningún saliente bajo el quecobijarse, solamente árboles y más

árboles Y así cuando el sol ya

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árboles. Y así, cuando el sol yahabía desaparecido por completo y

el cielo se había vuelto negro,Aurora comprendió que tendría que

 pasar la noche al raso.Suspiró y se dispuso a montar su campamento entre unos

matorrales espesos que probablemente la cubrirían losuficiente para pasar inadvertida.

Pero se detuvo al oír otroruido. Y esta vez, mucho más real.

El corazón le dejó de latir unos instantes. Tragó saliva y se

volvió lentamente temblando como

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volvió lentamente, temblando comouna hoja. Encontrándose con un par 

de ojos rojizos que la observabaescondidos entre la oscuridad, al

hacerlo.Luego, apareció otro par y otromás. Estaba rodeada.

Aurora levantó un brazoinstintivamente y dio un paso atrás.Los ojos fueron acercándoselentamente, acompañados degruñidos amenazantes.

Pero ella no esperó a ver dequé se trataban. Casi al instante,

echó a correr cómo una posesa

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echó a correr cómo una posesa.Oyó ladridos, oyó los pasos de

aquellas criaturas tras ella, oyó lasramas crujiendo. Pero no se volvió.

Siguió hacia delante, corriendocomo nunca lo había hecho, a pesar de los golpes que le producían las

ramas y a pesar de los tropiezos ylas caídas.

Por desgracia, tras una de esas

caídas, ya no pudo levantarse, porque se le había enganchado el

 pie entre unas zarzas.Sintió que una de aquellas

criaturas se le echaba encima

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criaturas se le echaba encima.Chilló aterrorizada, mientras

 buscaba algo con que defenderse.Dio con una piedra, que estampó ela cabeza del animal, haciendo queéste se marchara aullando. Peroantes de poder ponerse en pie otra

vez, otro animal siguió al primero.“Esto es el fin” pensó la chica.Iba a morir, en el bosque,

donde jamás la encontraría nadie.Y fue entonces, cuando todo

 parecía perdido, que una luz lailuminó y la hizo volverse.

Zac apareció de entre los

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Zac apareció de entre losárboles con un leño encendido en la

mano. La luz anaranjada bañó a las bestias y Aurora pudo observar susformas. Se trataba de unos animales parecidos a los lobos pero detamaño más pequeño y pelaje negro

azabache. Sus ojos relucían con utono carmesí, que denotaba su ansiade carne.

Entonces, el joven blandió elleño contra ellos y como respuesta,

los lobos fueron alejándose de él,alertados ante la presencia del

fuego sin dejar de gruñir

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fuego, sin dejar de gruñir.Zac insistió y después les

 persiguió unos metros, sacudiendola llama para ahuyentarlos. Al finallas bestias se perdieron en el bosque, para no regresar.

Cuando estuvieron a salvo, la

muchacha se incorporó ligeramentey observó su alrededor, algoaturdida. Le dolían las rodillas por 

la caída y tenía la cara llena dearañazos.

―Estás bien ―oyó que decíael joven, que se había puesto a s

lado Era una pregunta pero apenas

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lado. Era una pregunta, pero apenastenía entonación.

Aurora levantó los ojos y lemiró. No parecía preocupado deverdad por la respuesta. Y ellahabía estado a punto de morir.

Morir…

Al fin se dio cuenta de lo quehabía sucedido. Había estado a punto de morir. Y si no hubiesesido por él, ahora no sería más quecarne para lobos.

Acaparada por todos aquellossentimientos que la invadían,

rompió a llorar Zac se acercó a

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rompió a llorar. Zac se acercó aella y la ayudó a ponerse en pie.

Ella aceptó la ayuda y, una vezestuvo junto a él, se le echó al

cuello. Ni siquiera sabía lo que buscaba con aquello, se habíasentido demasiado sola y

necesitaba saber que había alguiea su lado, aunque ese alguien fueraaquel que la llevaba a la muerte.

Zac no le devolvió el abrazoni hizo ningún gesto, tan sólo se

quedó allí, de pie, con la antorchaen la mano, dejando que ella

ahogara las lágrimas en su pechoMi d é d l

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ahogara las lágrimas en su pecho.Minutos después, cuando la

chica se sintió más calmada, seseparó de él.―Lo… lo siento ―murmuró,

incapaz de mirarle a los ojos―. Nosé qué me ha pasado.

Trató de apartarse de él, peroZac la detuvo, cogiéndola por lamuñeca y atrayéndola de nuevohacia él. A Aurora se le encogió elcorazón. Cerró los ojos, temiendo

lo peor y pensando si no habríasido mejor caer en mano de los

lobos. Pero cuando los abrió dedi d Z

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lobos. Pero cuando los abrió denuevo se dio cuenta de que Zac ya

no estaba a su lado sino unosmetros más allá, mientras que ella

sostenía ahora la antorcha entre susmanos.―Siéntate ―le ordenó el

chico.Ella obedeció al acto. Se

arrodilló y se dejó caer sobre u

mullido colchón de hojas que seamontonaban en el suelo.

―Voy a por leña. Si apreciastu vida, no te muevas.

Aurora asintió lentamente col b i d i d N

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Aurora asintió lentamente cola cabeza, sin decir nada. No, no

 pensaba huir. No ahora. Ya habríaalgún momento más propicio parahacerlo.

―Si vuelven, usa el fuego―le aconsejó él. Después

desapareció entre la oscuridad quese había adueñado de losalrededores.

La chica quiso gritarle que nola dejara sola, que se quedara a

defenderla de los peligros queacechaban. Pero no lo hizo. La

antorcha se estaba consumiendo yt d í ti

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antorcha se estaba consumiendo yno tardaría en convertirse en u

montón de cenizas. Necesitaban unahoguera que les protegiera de loslobos. 

Zac regresó al poco tiempo,

cargado con un montón de troncos yramas que había recogido de losalrededores. Amontonó una

 pequeña cantidad junto a algunashojas secas y le prendió fuego co

la antorcha que Aurora habíaguardado. Luego, se aseguró de que

todo estaba en orden y volvió ad l b b

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ydesaparecer en el bosque en busca

de más leña.Aurora le esperó recostadaunto al fuego. Estaba agotada, tanto

 por la caminata como por lasituación que había vivido hacía u

rato, pero no podía dormir. Nolograba sacarse de la cabeza la ideade que los lobos debían seguir por 

los alrededores y, si se dormía, laatacarían sin piedad.

Cuando finalmente el Portador de almas se sentó junto a ella,

Aurora había contado al menoscinco viajes al bosque y en

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cinco viajes al bosque y, en

consecuencia, junto a ella se erguíaun montón de leña preparada paraser quemada en la hoguera. Si elfuego era lo que ahuyentaba a loslobos, definitivamente aquella

noche no debían preocuparse más por ello.

Aurora se removió inquieta e

su lecho improvisado y pensó en elarrebato que momentos antes la

había llevado a lanzarse en brazosde Zac. Un leve rubor cubrió sus

mejillas al recordarlo. ¡Qué moscale había picado para cometer

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j ¡Qle había picado para cometer 

semejante locura! Le dirigió unamirada discreta al chico, preguntándose en qué estaría pensando o si se habría enfadado por lo ocurrido.

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no la estaba mirando… Se encogiómás sobre sí misma y cerró losojos. Aunque no quisiera, debía

descansar. 

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7. De camino 

Aquella noche, Aurora nohabía dormido demasiado bien ydurante el día siguiente habíaarrastrado el cansancio acumulado.Pero no se había quejado, ni

tampoco había vuelto a huir. Seh b li i d i l d

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había limitado a seguir los pasos de

su captor sin abrir la boca.La compañía que le daba Zac

era, dentro de lo que cabía,agradable. Él era muy respetuoso

con ella y no la había reñido por 

ninguna de sus locuras; ni siquierale había reprochado su actitud antelos lobos. Además, cada vez que

ella se levantaba, él ya había ido al bosque a por comida, ya fuera algú

animal de pequeño tamaño queasaba al fuego o alguna pieza de

fruta, como por ejemplo bayas yfresas silvestres También la dejaba

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fresas silvestres. También la dejaba

descansar cuando se lo pedía yestar a solas cuando lo necesitaba.Pero, en el fondo, aquella compañíaera poco más que nada. Zac apenashablaba y cuando lo hacía era sólo

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 para hacerlo. Tenía claro que elDoctor la necesitaba con vida, asíque la misión de Zac debía consistir 

en mantenerla a salvo. Pero, detodos modos… había podido

comprobar que, en un par deocasiones, él había actuado con más

intensidad de la que eraestrictamente necesaria. Además, el

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estrictamente necesaria. Además, el

día en que la había capturado ePueblofrontera, estaba segura que lehabía visto dudar, aunque sólohabía sido durante un breve instantede tiempo.

Habían sido esos pequeñosdetalles los que habían hecho queAurora empezara a mirar a Zac co

otros ojos y a sentir la necesidad deconocer más sobre él.

Por eso, aquella mañana, lachica se había decidido a hablar.

Habían dejado el bosque atráshacía unas pocas horas y andaba

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hacía unas pocas horas y andaba

 por un camino ancho y despejadoque se abría lugar entre camposdorados llenos de cereales y céspedsilvestre. Aurora, que iba unosmetros detrás de él, como siempre

hacía, apresuró sus pasos y secolocó a su lado.

Zac ni siquiera la miró.

―¿Quién eres? ―dijo ella,intentando parecer segura de sí

misma, a pesar de lo absurdo deaquella pregunta.

Ahora sí le devolvió lamirada, el chico. Sin detenerse,

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, ,

ladeó la cabeza y clavó sus ojos sifondo en ella, que se estremecióante aquel gesto.

―Ya sabes quién soy ―dijo,con indiferencia, aunque, como

había sucedido con anterioridad,Aurora pudo notar un cierto matizde duda en aquellas palabras.

Aurora tartamudeó y se mordióel labio inferior. La respuesta de él

la había dejado algo descolocada ytenía miedo de seguir por aquel

camino. Pero no se amedrentó.Inspiró profundamente y se volvió a

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p p y

encarar con él.―No. No lo sé. ¿Quién eres?¿De dónde vienes? ¿Por qué meseguías, allá en la Tierra? ¿Y por qué me dijiste eso de que no tendría

que estar aquí? ¿Quién es elDoctor? ¿Y qué quiere de mí? ¡Yono le he hecho nada! ¡Sólo quiero

volver a mi casa, con mis padres!Aurora se detuvo en medio del

camino e inspiró profundamente,tratando de recuperar el aliento.

Había empezado lentamente pero, poco a poco, todas aquellas

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p p , q

 preguntas habían ido saliendo desus labios sin que ella se diera nicuenta. Necesitaba sacarlo yaquella había sido la únicaoportunidad que se le había

 presentado para hacerlo.Zac también se detuvo. Tenía

la mirada puesta en algún lugar más

allá del infinito. Sus mejillasestaban sonrojadas por el frío que

les había atrapado al salir del bosque y de sus labios salía

 bocanadas de vaho blanquecinocuando respiraba. Aurora le

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p

observó abiertamente, mientrasfruncía el ceño, esperando algunareprimenda o una negativa por s parte.

Pero, para su sorpresa, él no le

reprochó su conducta, sino queempezó a hablar, pausadamente.

―Me llamo Zac, aunque

algunos me conocen como elPortador de almas. No tengo casa

 pues siempre estoy de aquí paraallá cumpliendo con mi obligación,

que es la de traer almas puras parami señor.

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―¿Almas puras?―Almas puras, como la tuya.Almas blancas, cristalinas, repletasde un poder mágico tan grandecomo el sol. Lord Kermiyak las

necesita para sus conjuros.―¿Conjuros? ¿Qué conjuros?

¿Qué pretende hacer con mi alma?

―Abrir la Puerta.Zac guardó silencio durante u

 breve instante y Aurora tragósaliva.

―El mecanismo que lamantiene sellada está compuesto

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 por nada menos que setecientassesenta y siete cerraduras. LordKermiyak había conseguido abrir unas cuantas de ellas con su magia, pero éstas se cerraban casi al

instante. Fue hace unos cientocincuenta años cuando se dio cuentade que si las cerraduras no se

desbloqueaban todas a la vez no podría abrirse la Puerta. Y ningún

humano podía abrir las setecientassesenta y siete cerraduras mágicas

al mismo tiempo. Al menos, ningúnhumano convencional.

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―¿Y? ¿Qué hizo?―Diseñar un conjuro que le permitiera abrir todas lascerraduras al mismo tiempo.Aunque para hacerlo necesitaba el

mismo número de almas humanasque de cerraduras tiene. Y aquíentro en juego yo, el Portador de

almas. El Doctor me concedió eldon de atravesar la Puerta, de

manera que puedo dirigirme a laTierra para encontrar las almas

 puras que tanto anhela.>>Actualmente, cuenta co

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setecientas sesenta y seis almas.Por eso vine a tu mundo, a tciudad. Por eso te seguí. Porque tú,Aurora, eres la que hace setecientassesenta y siete. Eres la Última alma.

La que le permitirá abrir la Puerta.La chica se quedó sin habla.

Lo que le había contado la anciana

uba era cierto…―Pero tú eres bueno… Lo he

visto. Me salvaste… ―musitó, algoconfusa.

―Te salvé porque LordKermiyak te necesita con vida. Si

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mueres, tu alma escapará y se irá alcielo. Debe ser él quien te la quite,mediante su magia.

Aurora se estremeció al oír aquellas palabras y toda ella tembló

como una hoja. ¿Qué horribleconjuro usaría aquel condenado brujo que se hacía llamar el Doctor 

 para arrebatarle el alma? Se abrazóa sí misma, mientras los ojos se le

llenaban de lágrimas.―Mentiroso ―le espetó al

oven que seguía a su lado y que lamiraba sin verla―. Yo lo vi, vi

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como dudabas aquella vez. Vi…Aurora no pudo terminar lafrase. Dio media vuelta y echó acorrer. Sentía las lágrimascayéndole por el rostro y la

vergüenza producida por todo loque había pasado latiendo en susmejillas.

Zac la alcanzó al cabo de ucentenar de metros. Se abalanzó

sobre ella y ambos rodaron por elsuelo.

En realidad ella no habíaquerido huir, sino hacer 

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desaparecer todos aquellossentimientos confusos que searremolinaban en su mente. ¿Por qué, a pesar de todo, no le podíaodiar? ¿Por qué se empeñaba e

ustificarle, en tratar deconvencerse a sí misma de que lehabía visto dudar?

Ambos quedaron tirados en elincómodo suelo, Aurora tendida de

espaldas sobre la superficie terrosay Zac recostado encima de ella. El

oven se incorporó ligeramente, demanera que su rostro quedó a u

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 palmo escaso del de ella, y la miró.Aurora también le miró, observósus labios carmesíes, que dibujabauna línea perfecta, y no seavergonzó al pensar a que debía

saber un beso de ellos.Pero no le besó. En vez de eso

levantó la mano derecha y con ella

acarició la mejilla de él, cotorpeza, pues estaba temblando por 

el miedo, la vergüenza y el frío.―No quiero morir…

―susurró, como si le hiciese laconfesión más personal que jamás

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hubiese hecho.Zac no dijo nada, ni tampocose movió. Se quedó unos instantesmirándola, en la misma posición eque había quedado; unos instantes

que parecieron una vida. Luego giró

la cabeza hacia otro lado y se pusoen pie.

―Vamos ―fue todo lo que ledijo antes de volver al camino.

Aurora se levantó. Lo habíavuelto a ver en sus ojos, a pesar de

todo, como si de un centelleo setratase. En cualquier otra ocasió

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habría pensado que era producto desu imaginación pero, en aquellascircunstancias, sabía que no lo era.Había algo en el fondo de aquellosojos, aunque fuera muy, muy en el

fondo.

 

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8. Ninguna Parte 

Aurora abrió los ojos. Norecordaba muy bien dónde estaba y

tampoco podía situarse porque todoa su alrededor estaba oscuro.

Probablemente sería de nochetodavía. Se sentía cansada y tenía elcuerpo magullado por los tres días

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cuerpo magullado por los tres díasseguidos de camino. Aun así se puso en pie, no sin esfuerzo, y trató

de buscar a Zac a tientas.Pero no dio con él. Ni co

nada.

¿Por qué estaba todo vacío?―¿Hola? ¿Hay alguien?

―susurró.Pero no hubo respuesta y la

chica echó a andar hacia ningunadirección en concreto.

Mientras caminaba, sesorprendió de ver que, a pesar de lanegrura podía verse a sí misma e

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negrura, podía verse a sí misma eun extraño efecto. Era como si en elfondo no estuviera oscuro sino queen realidad no hubiese nada a salrededor. Y recordó aquel lugar:

era el mismo en el que había estado

al cruzar la Puerta y en el que habíavisto a Alberto.

Entonces, sin previo aviso, laoscuridad que la rodeaba empezó a

desvanecerse y en cuestión desegundos la cegó una luz intensa; la

de los rayos de sol que sereflejaban en el manto de nieve quecubría el paisaje dónde se hallaba

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cubría el paisaje dónde se hallabaahora.

¿Cómo había llegado hastaallí?

Porque, de repente, se

encontrara en la cima de una

montaña y a su alrededor solamente podía ver nieve y más nieve.

Montañas de fría nieve virgen.Un escalofrío la sacudió

entera. Con la irrupción del nuevo paisaje, la temperatura se había

vuelto insoportablemente fría.Aurora empezó a tiritar mientras seabrazaba a sí misma No podía

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abrazaba a sí misma. No podíarecordar dónde había dejado lachaqueta. ¿Se la habría quitado paradormir? Era extraño, porquedurante esos días no lo había hecho

nunca; el frío de la noche era

demasiado intenso para prescindir de esa prenda. Pero no había rastro

de ella y el jersey que llevaba puesto no la abrigaba lo suficiente.

Poco a poco, la bajatemperatura empezó a calarla.

Apenas sentía las puntas de losdedos y tenía los pies helados.Además cada bocanada de aire que

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Además, cada bocanada de aire quesalía de su boca dibujaba unanubecilla de vaho blanco.

“Tengo que moverme”comprendió. “¡O moriré

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frío era tan intenso que se le

clavaba en la piel como afiladascuchillas, interrumpió su marcha.

  Cerró los ojos. No podía pensar con claridad porque sólo

sentía frío.Y entonces lo oyó: un grito.

Aurora alzó la cabeza.¿Había oído bien? ¿O habíasido producto de su imaginación?

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sido producto de su imaginación?―Piensa en algo bonito.Miró en derredor. ¡Esa vez si

lo había oído!De repente, la tormenta de

nieve había desaparecido y volvía a

 brillar el sol.―Piensa en un lugar que ames.

Ella quiso decir algo, pero nole salieron las palabras.

―Sólo hazlo ―insistió la voz.Y lo hizo. Dejó la mente en

 blanco y se concentró en un sitioque le traía recuerdos agridulces:era la montaña dónde había

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era la montaña dónde habíaconocido a Alberto, aquella vez quehabía ido de acampada con una

amiga.Y todo a su alrededor volvió a

cambiar. Ya no había nieve, ni

hacía frío. Ahora sólo había uncamino que seguía el contorno de u

monte rodeado de árboles.―Yo también recuerdo éste

lugar.Aurora se dio la vuelta,

asustada. Había alguien con ella; elmismo que le había estadohablando animándola a no rendirse

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hablando, animándola a no rendirse.Un chico alto y fuerte, de pelocastaño y sonrisa dulce. Un chico al

que conocía muy bien.―Alberto… ―susurró ella, al

reconocerle.

―Ese soy yo ―dijo él, afable.Sus miradas se cruzaro

apenas unos instantes antes de queambos se fundieran en un tierno

abrazo. Pero éste terminóenseguida, pues Aurora pudo sentir 

que el cuerpo de Alberto sedesvanecía entre sus brazos, comole había sucedido la vez anterior.

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le había sucedido la vez anterior.―¿Por… por qué te

desvaneces? ―preguntó ella,

angustiada.―Porque así lo deseas

―respondió él, de forma

enigmática.―¿Qué? ¡Pero qué dices! ¡Eso

no es cierto!Aun así, Alberto no dejó de

sonreír. Se apartó un poco de ella yfijó la mirada en el infinito.

―Estamos en Ninguna Parte―explicó―. En este lugar, todopuede ser como queramos. Puede

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 puede ser como queramos. Puedeextenderse miles de kilómetros oser tan pequeño como un alfiler.

También puedes decidir a quiénquieres ver y cómo lo quieres ver.

―¿Qué? ―repuso ella,

aturdida. No estaba entendiendonada de lo que le contaba―. Pero

yo… estaba en el bosque,durmiendo… ¿Estoy soñando?

Alberto no respondió. Seacercó a ella, la tomó por la

 barbilla y le hizo levantar el rostro.Tenía intención de besarla, peroella apartó la cabeza en el último

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ella apartó la cabeza en el últimomomento, movida por un extrañosentimiento.

―¡Lo siento! ―dijo al darsecuenta de lo que había hecho.

Pero él, lejos de enfadarse, la

miró intensamente.―Tranquila. Lo entiendo.

―¡No! No es eso… Pienso eti cada día.

―Por eso mismo, Aurora.Para ti, ahora soy sólo un recuerdo.

Y es comprensible, porque ha pasado mucho tiempo.―¡Pero yo te quería!

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¡ y q―A eso me refiero: me

querías. Pero ahora ya no soy aquelal que amaste, porque en tu interior ya has aceptado que estoy muerto y

que no volverás a verme jamás.

Aurora se dio la vuelta. Sesentía realmente confusa. ¿Por qué

le estaba hablando de aquellascosas, Alberto? ¡Ella le había

echado mucho de menos! Y, aunqueen cierto modo había empezado a

dejarle atrás, lo estaba haciendo por su bien. ¡No podía pasarse lavida con la mirada puesta en el

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p pasado!

―No estés triste, princesa.

―Alberto se había acercado otravez―. No voy a guardarte ningú

rencor por ello, porque en realidad

es lo que yo quería que sucediera.Tenías que seguir con tu vida y

 pasar página, era la única manerade hacerlo.

―Yo... ―susurró ella,mientras una lágrima resbalaba por 

su mejilla.El silencio cayó sobre elloscomo una losa. Aurora desvió la

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mirada hasta posarla en sus pies yugueteó nerviosa con el puño del

ersey. A pesar de que él tuvieserazón, no podía dejar de sentirse

culpable, como si el hecho de

empezar a mirar hacia el futurofuera algo sumamente vergonzoso.

Pero no tuvo mucho tiempo para pensar en ello, porque el chico

no había terminado de hablar:―Por otro lado

―prosiguió―, creo que hay otra persona a quién sí quieres ver,¿cierto?

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Cuando levantó la mirada, lachica se encontró frente a frente co

Zac. El corazón le dio un vuelco yse volvió hacia Alberto, con la

intención de decirle que se

equivocaba. Pero él le dedicó unaamplia sonrisa.

―Aurora ―la miró fijamentea los ojos―, no te reprocho que te

intereses por otro chico. Pero tienesque tener cuidado con éste.

Bajo la atenta mirada deAurora, Alberto estiró un brazo yempujó a Zac. El cuerpo inerte del

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Portador de almas cayó hacia atrás,como si fuera un simple objeto, y se

estrelló contra el suelorompiéndose en mil pedazos.

Aurora dejó escapar un grito.

―¿Qué has hecho? ―le dijo, preocupada por lo que el otro

acababa de hacer.―Tranquila. No era más que

el producto de mi imaginación. Sino estás en Ninguna Parte, no

 puedes aparecer cuando alguien tellama.>>Aunque... creo que alguie

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acaba de regresar.Alberto había apartado la

mirada de ella y la había fijado eun punto del camino, un poco más

allá de dónde estaban ellos. Había

una figura recostada en un árbol,con los brazos cruzados y los

hombros caídos. Cuando elvisitante alzó el rostro y apartó los

rizos negros que le caían por lacara con un movimiento de cabeza,

Aurora pudo ver que se trataba deZac.Pero sin aquellos ojos vacíos.

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Porque ahora tenían el aspecto quecualquier mirada normal, teñidos de

un color gris azulado muy peculiar.¿Qué estaba pasando? ¿Y

quién era aquel Zac? Porque,

aunque tenía el mismo aspecto queel otro, no tenía la misma mirada.

Aurora quiso gritar, perosintió que su pierna derecha se

hundía en el suelo. Al darse lavuelta la encontró atrapada en u

hoyo de profunda oscuridad. Tratóde liberarse, debatiéndose, pero loúnico que consiguió fue hundirse

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todavía más en él.―¡Alberto! ―fue todo lo que

 pudo gritar antes de ser engullidacompletamente.

 

Cuando abrió los ojos, se

encontró con la mirada vacía deZac ocupando todo su campo devisión. Se hizo a un lado,sorprendida. Pero antes de que pudiera decir nada, él se leadelantó:

―Tenías una pesadilla.

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Apenas recordaba nada delsueño, éste se había desvanecido

tras una niebla densa y oscura.Suspiró y trató de incorporarse.

Pero un dolor punzante en la sien la

hizo detenerse. Se llevó una mano a

la cabeza.Desde aquella posición, dio u

vistazo a su alrededor. Estabatendida en el suelo, sobre un lecho

de hojas, a los pies de un roble. Erael mismo lugar que habían elegido

 para pasar la noche, la tardeanterior. Junto a ella se encontrabanlos restos de la hoguera que la

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había mantenido caliente durante elsueño. Y, cerca de éstos, Zac le

había dejado algunas frutas que ellaignoró.

Había amanecido ya y u

cálido sol de invierno se filtraba por entre las ramas, indicando el

inicio de un nuevo día.“Otra dura jornada de camino”

 pensó ella, desmoralizada.Inspiró profundamente y apartó

la chaqueta de chándal que se habíaechado por encima la nocheanterior, para cubrirse del frío. Se

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sentía cansada, pero no sólofísicamente. Estaba harta de

caminar y caminar, sabiendo que loúnico que le esperaba al final de

aquel trayecto infinito era la muerte.

Y la discusión que había tenido conel Portador de almas el mediodía

anterior solamente habíaconseguido alterarla más.

―Necesito lavarme ―le dijoa Zac, mientras se ponía en pie.

Eran ya tres días de trayectocon la misma ropa y empezaba asentirse sucia.

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―Tendrás que esperarte ―lerespondió él―. No hay ningún río

 por aquí.Aurora contrajo la boca,

haciendo una mueca. Luego, guardó

sus cosas en la mochila, y se acercóal chico.

―Pues entonces, a quéestamos esperando ―le espetó, de

mala gana.Zac no se inmutó por s

comentario, solo se puso en pie yempezó a andar. Ella le siguió,aunque no era aquello lo que habría

id N i b d

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querido. Necesitaba un poco deatención y no había manera de que

él se la diera.Aunque, cuando apenas había

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interés y la añadió a la lista de

 pequeños gestos que Zac habíamantenido con ella.

 

Se acercaba el mediodíacuando se detuvieron a descansar.El cielo empezaba a cubrirse de una

fina capa de nubes blancas y,aunque la temperatura era

l ti t d bl b

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relativamente agradable, empezabaa levantarse un viento húmedo y

frío. Habían encontrado uriachuelo que se abría camino entre

los matorrales y las rocas y que a

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recorrió de arriba abajo.

Armándose de valor, humedeció latoalla y empezó a limpiarse la piel

 por debajo de la ropa que se habíadejado puesta, usando el jabón que

conservaba de su bolsa de deporte.En ella también tenía la ropa

interior de recambio, así que pudocambiarse, rociándose codesodorante después. Finalmente,

l ó l l á d l l j

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se lavó el pelo, secándolo lo mejor que pudo con la toalla.

Al terminar, se sentía helada ydescompuesta. El sol había

desaparecido tras las nubes y el frío

se había vuelto más intenso.Para entrar en calor, se

acurrucó junto a un árbol y seencogió sobre sí misma.

―Quién es Alberto.Aurora se volvió, con el

corazón encogido, y se encontró coZac, que trataba de encender ufuego con un montón de hojas secas.

o le había oído llegar

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o le había oído llegar.Tardó unos largos segundos en

analizar las palabras del Portador de almas.

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Y a Zac… ¡Qué tenía la mirada

llena de vida!Aurora se incorporó y miró

fijamente al Portador de almas.Pero él seguía como siempre, co

su actitud ausente. La chica sacudióla cabeza. Había sido sólo u

sueño, muy real, pero sólo usueño.Zac había encendido el fuego

al fin y Aurora se arrodilló junto a

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al fin y Aurora se arrodilló junto alas llamas para entrar en calor. A s

lado había un animalillo muerto.Desvió la mirada asqueada. No

 podía soportar la muerte de seres

indefensos, pero sabía bien queseguía viva gracias a ellos.

―Alberto era mi novio ―dijode repente, mientras miraba a Zac

de reojo.El chico no le devolvió la

mirada, seguía ocupado con elfuego y la comida, pero Auroraintuyó que la escuchaba y siguióhablando

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hablando.―Empezamos a salir hace dos

años. Una amiga me convenció parair de acampada con el grupo de

montañismo del colegio y allí nos

conocimos. Él estaba en un cursosuperior. Creo que lo nuestro fue

amor a primera vista, aunque yo nome atrevía a decirle nada ―dijo,

sonriendo―. Fue una noche,cuando jugábamos al escondite e

medio del bosque con el grupo,cuando me dijo que le gustaba. Yono sabía dónde esconderme y él mehabía cogido de la mano y me había

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había cogido de la mano y me habíallevado tras las tiendas. Nadie

había pensado en aquel lugar yestábamos los dos solos, sentados

de lado y riendo a carcajadas

 porque Susi, que en aquel momentoera la que buscaba, no daba co

nadie. Y entonces me mirófijamente y, sin dejar de sonreír, me

dijo: “Me gustas”. Y a mí, elcorazón me dio un vuelco. No creíahaberle oído bien y por eso no lerespondí. Pero él volvió a repetirloy entonces yo también le dije lo quesentía

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sentía.Aurora hizo una pausa porque

los ojos se le habían llenado delágrimas. Había empezado a hablar 

sin pensar y, poco a poco, le había

ido saliendo todo. Nunca le habíacontado aquella historia a nadie

después de que Alberto muriera, nohabía llegado a intimar lo suficiente

con ninguno de sus compañeros declase para abrir su corazón deaquella manera.

―Murió…―dijo, con la vozrota―, murió en un accidente detráfico Alberto vivía en el pueblo

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tráfico. Alberto vivía en el pueblovecino e iba cada día al instituto e

moto. Pero una mañana no llegó.Estuve esperándole más de tres

horas, en la puerta del colegio,

antes de que alguien viniera a buscarme… antes de que…

La chica no pudo continuar,rompió a llorar desconsoladamente.

―Nunca encontraron scuerpo ―gimoteó―. Cayó por u puente y la corriente le arrastró.Pero la moto y sus pertenenciasaparecieron en la búsquedapolicial Y al final le dieron por

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 policial. Y al final le dieron por muerto.

Zac la observó sin decir nada,mientras ella lloraba acurrucada

sobre sí misma, murmurando frases

inconexas. La chica habría queridoque él la consolara, que la abrazara

y le murmurara palabras dulces, o,como mínimo, que le dijera algo así

como “lo siento”. Pero él no hacíaesas cosas.Y cuando ella ya se hubo

calmado, sólo le dijo:―Come, lo necesitas.Aurora asintió y tras frotarse

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Aurora asintió y, tras frotarselas lágrimas con la manga de la

chaqueta, cogió el muslo de conejoasado que le ofrecía. No entendía

cómo podía Zac quedarse

indiferente ante un relato comoaquel, era como si no tuviese

corazón. Seguramente, en otraocasión habría rechazado s

ofrecimiento con malas palabras.Pero ahora estaba demasiadocansada para gritar. Y empezaba aacostumbrarse a ello. 

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Después de almorzar, Aurora

se tumbó un rato. Estaba máscansada de lo normal y el frío se le

había metido en los huesos debido

al baño. Pero cuando Zac la

despertó para reiniciar la marcha,ya no pudo levantarse.

―Lo siento… ―le murmuróal Portador de almas.

Creía que él la reñiría y laobligaría a andar. Por eso, cerró losojos y apretó los puños, sintiéndosemuy frágil.

Pero en vez de eso, Zac searrodilló junto a ella y le puso una

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arrodilló junto a ella y le puso unamano en la frente. Aurora enrojeció

 por aquel contacto y el alivio que le produjo aquella situació

inesperada le hizo darse cuenta que

ya había gastado todas las fuerzasde que disponía. Se sentía como e

una nube a pesar del malestar y elfrío.

Entonces, él la tomó en brazos.Aurora se impresionó por ello.Pero no protestó; no podía, porqueestaba demasiado cansada. Así quese dejó llevar, acurrucada en el pecho de él, con los ojos cerrados.

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pec o de é , co os ojos ce ados.Y, hasta que él no la dejó de nuevo

en tierra, no volvió a la realidad.El suelo estaba frío y era

especialmente duro e incómodo. La

chica echó un vistazo a su alrededor y vio que se encontraban en una

cueva que supuso bastante honda, pues la luz en el interior era más

 bien escasa. Trató de incorporarse pero tuvo que tenderse de nuevo.Sentía que le subía la fiebre y se leiba la cabeza.

―Tranquila ―fue lo último

que le oyó decir al joven, antes de

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q y j ,caer dormida.

Se despertó un par de veces y,entre sueño y sueño, vio que Zac

había encendido una hoguera y le

había preparado una camaimprovisada con la ayuda de hojas

y juncos, para que no tuviera frío.Finalmente, cayó en u

 profundo sueño y ya no recordónada más. 

Se había dormido, lo sabía,

 pero una vez más se encontraba el l ll d d Ni

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paquel lugar lleno de nada. Ninguna

arte  lo había llamado Alberto enaquel sueño. Pero… ¿por qué

regresaba tantas veces allí? ¿Por

qué se había vuelto tan recurrente

aquel sueño?Asqueada, dio un paso al

frente y la oscuridad desapareció.Ahora se encontraba en una cueva

de paredes color arena, iluminada por la luz de una hoguera quellenaba todo de maticesanaranjados. Se detuvo, asustada.Alberto le había contado que e

inguna Parte era ella la que

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g qcontrolaba las cosas: podía llamar 

a cualquiera que estuviera allí y podía hacer de aquel lugar lo que

quisiera. Pero Aurora no había

deseado que sucediera aquello, nohabía pensado en nada especial ni

había sido presa de algún estado deánimo.

De todos modos… aquel lugar le resultaba extrañamente familiar.¡Claro! ¡La cueva!Era la cueva donde había

acampado con Zac.

Y entonces apareció. La

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phoguera cobró forma en medio del

 pasadizo rocoso y a su ladoapareció también su cuerpo

dormido, cubierto con la chaqueta y

los juncos que Zac había traídoaquella tarde para mantenerla

caliente.Y entonces también él cobró

forma.Estaba sentado junto al fuego ymiraba fijamente el vaivén de lasllamas mientras lo avivaba coalgunas ramillas secas.

La primera reacción de la

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pchica fue la de asustarse. Sin mirar 

atrás, corrió a esconderse tras usaliente de la pared, por miedo a

ser descubierta. Pero enseguida se

dio cuenta de que él no la podíaver. Estaba en la cueva, pero en el

fondo, era como si no estuviese.Regresó junto al fuego y se

sentó en la posición opuesta a la deZac. Él seguía en su mundo,mirando las llamas sin mucho afán,con aquellos ojos sin vida.

―¿Qué debe pasar por t

mente? ―murmuró, mientras lo

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veía lanzar ramitas al fuego.

De repente, como si la hubiesevisto u oído, él levantó la cabeza,

separando la mirada de las llamas y

fijándola en ella. Aurora sintió unescalofrío. Le veía a través del

fuego y sus ojos brillaban ahora coun reflejo anaranjado y tembloroso.

El miedo y la vergüenza la paralizaron. Iba a decir algo,cuando el chico se puso en pie,tomó un tronco encendido a modode antorcha y empezó a caminar 

 pasadizo abajo.

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Pasaron algunos segundo antes

de que la chica se diera cuenta deque en realidad no la había mirado

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misma ante aquel espectáculo,

aunque realmente no tuviese frío. Lehubiese gustado arrimarse al chico

y que él la protegiera, pero no seatrevió a acercarse, y en vez de eso

se limitó a mirarle desde ladistancia.Entonces, cuando no había

 pasado ni un minuto desde queambos llegaran junto a la entrada, la

expresión de Zac, siempre tai i j

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serena e inexpresiva, se contrajo.

Fue apenas un instante y Aurora parpadeó un par de veces, sin saber 

si lo habría visto bien. Pero,

después de sacudir un poco lacabeza, el chico pareció volver a la

normalidad. Acto seguido, echó unúltimo vistazo a la tormenta que

caía y volvió hacia el interior de lacueva.Avanzó en silencio, dando

grandes zancadas para regresar alcampamento, mientras sostenía e

alto el leño que le iluminaba eli A t bié di i ió

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camino. Aurora también dirigió una

última mirada al exterior,alegrándose de no tener que dormir 

al raso en una noche como aquella,

y siguió la luz que desprendía laantorcha para volver junto a él.

Le alcanzó cuando llegaba.Zac devolvió el tronco a la hoguera,

 pero no fue a sentarse junto alfuego. En vez de eso, se acercó alcuerpo que yacía en el suelo y searrodilló a su lado.

Aurora se estremeció y unas

agradables cosquillas lei l tó

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recorrieron el estómago.

Zac estuvo en aquella posiciódurante un largo minuto,

observándola. Ella no sabía qué

hacer, se sentía extraña alcontemplar esa escena, que le

 parecía tan lejana y tan cercana a lavez. Ella estaba allí, de pie, alejada

de aquello, pero, a la vez, era scuerpo el que estaba en el suelo yera objeto de la atenta mirada deél.

¿Por qué la observaba de

aquel modo, sin hacer ni decir d ? ¿C b b t d d

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nada? ¿Comprobaba su estado de

salud? No entendía nada. Y cuando ya

 pensaba que Zac iba a quedarse e

aquella posición el resto de lanoche, él recorrió el espacio que

les separaba y la besó.En los labios.

Aurora abrió los ojos como platos. Poco a poco, fue levantandola mano hasta posarla sobre s boca. Por extraño que pudiera parecer, lo había sentido. En aquel

momento, había estado en dos sitiosa la vez: había sido la Aurora

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a la vez: había sido la Aurora

dormida y había sentido la suavecaricia de aquellos labios helados

sobre los suyos; pero también había

sido la Aurora que estaba de pie yhabía visto la escena desde la

distancia.Pero antes de que Aurora

 pudiera reaccionar, el sonido de ungemido la sacó de sensimismamiento. El Portador dealmas acababa de caer al suelo,llevándose una mano al pecho.

―¡Zac! ―gritó, alarmada.Corrió hacia él No pensó e

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Corrió hacia él. No pensó e

si aquello era o no un sueño, nitampoco le importaba que él

 pudiera descubrirla allí,

espiándole. Sólo le importaba él.Pero cuando se arrodillaba junto al

oven para tratar de ayudarle, todoa su alrededor se desvaneció y

volvió a encontrarse en NingunaParte.―Maldita sea ―se quejó.Cada vez le era más difícil

separar la realidad del sueño. No

sabía ni dónde estaba ni si lo quehabía visto había sido real o no

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había visto había sido real o no.

¿Le había sucedido algo aZac? ¿O había sido todo un simple

sueño?

―¡Por qué! ―gritó,fastidiada, mientras le pegaba una

 patada al suelo inexistente. Y luegoañadió, algo preocupada―: Zac...

 No se sorprendió cuando elcuerpo del Portador de almasapareció delante de ella. Recordólo que había sucedido con Albertola noche anterior. Ella podía hacer 

aparecer a la gente que quisiera yaquella figura era sólo eso u

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aquella figura era sólo eso, u

 producto de su imaginación. Seacercó a él, dispuesta a descargar 

su ira, y lo empujó, esperando que

el objeto cayera hacia atrás y serompiera en mil pedazos.

Pero cuando posó la manosobre el pecho de Zac lo notó

cálido y suave.Le miró, sorprendida,retirando la mano rápidamente,avergonzada de haberle tocado cotanta naturalidad. Entonces

descubrió que se trataba del mismoZac que había visto en el sueño del

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Zac que había visto en el sueño del

día anterior. El que no tenía elescalofriante vacío en los ojos.

―¿Quién eres? ―le preguntó

ella.El otro Zac no respondió, sólo

se acercó a ella y la besó, comohabía visto hacer al Portador de

almas en la cueva.―¿Qué haces? ―protestóAurora, mientras daba un pasohacia atrás.

La había cogido desprevenida

y no había tenido tiempo dereaccionar Zac la acababa de besar

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reaccionar. Zac la acababa de besar 

y no quería que nadie más lohiciera.

Pero… ¡él era Zac!

¿Entonces…?Iba a decir algo, pero él se le

adelantó. Aunque ella no le pudooír, sólo pudo contemplar, atónita,

como él movía los labios sin emitir sonido alguno. Trató de acercarsemás a él para oírle mejor. Pero, aldar un paso al frente, cayó en elhoyo que siempre se la llevaba de

aquel lugar.Esta vez no trató de escapar

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Esta vez no trató de escapar.

Dejó que la nada la tragaramientras miraba a aquel que le era

tan conocido y desconocido a la

vez. 

Cuando despertó, su captor seguía sentado junto al fuego. Ella

volvía a tener aquel horrible dolor de cabeza, pero esta vez sí

recordaba todo el sueño coclaridad. Se incorporó un poco,

 para poder verle mejor, pero unmareo la sacudió y tuvo que

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acostarse de nuevo.Afortunadamente, parecía queél estaba bien. Por un momento

había temido encontrarle muerto al

regresar.―No te levantes ―le dijo

Zac, al ver que ella se movía―. Sinecesitas algo, sólo pídemelo.

―No… yo… Es sólo que…―tartamudeó ella.Quiso preguntarle si se

encontraba bien. Pero él lainterrumpió antes de hacerlo:

―Duérmete.La réplica cortante le sentó

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La réplica cortante le sentó

como una bofetada. Al final, todo loocurrido no habría sido más que u

sueño. El beso, el ataque, Ninguna

Parte... Seguramente, habrían sidosólo productos de la fiebre.

Suspiró, desanimada, y se arrebujómejor bajó la manta vegetal que la

cubría.―Buenas noches ―susurró,sin ánimo. 

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9. Mira y Maya 

Tres días estuvieron eaquella cueva, los que tardó Auroraen recuperarse.

Durante aquel tiempo, Zachabía cuidado de ella del mismomodo que lo había hecho durante eltrayecto: había mantenido vivo el

fuego, yendo al bosque a por leña,había salido a cazar y a recoger 

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y g

frutas para comer y había idoreponiendo el agua de la botella de

Aurora, cada vez que ésta se

terminaba.De todos modos, la relació

que había entre ellos apenas habíaevolucionado lo más mínimo. Casi

no habían intercambiado palabra eaquellos tres días, a pesar de queAurora lo había intentado en más deuna ocasión, iniciandoconversaciones que pronto

terminaban en silencio. Y al final,el sueño del beso había caído

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rápidamente en el olvido, como siamás hubiese sucedido o como si

solamente hubiese sido una mala

ugada de su subconsciente.Además, la chica no había

regresado a Ninguna Parte nitampoco había visto que el Portador 

de almas mostrase una actitudespecial o distinta.Aquella mañana había

amanecido tranquila, comparadacon los días de tormenta que

dejaban atrás. No había salido elsol y el cielo seguía cubierto de

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y g

finas nubes blanquecinas quedibujaban formas caprichosas en el

cielo. Pero, a pesar de ello, la

temperatura había subidoligeramente y la caminata al aire

libre se hacía bastante agradable.Retomaron el camino que

habían abandonado por laenfermedad de Aurora. A ella lesorprendió la calma que rodeabaaquellos parajes. A pesar de haber  pasado por campos de cultivo y

recorrer un paso despejado queindicaba viajes habituales, durante

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el trayecto no se habían cruzado conadie y los únicos seres vivos que

habían visto eran los pájaros en el

cielo y alguna ardilla o conejodespistados que cruzaban el

camino.Se detuvieron un par de veces

antes de mediodía, porque la chicaaún se sentía débil y fatigada ynecesitaba descansar a menudo.Pero en el último tramo, cuandoella ya no podía más y le había

 pedido al Portador de almas que ladejara reposar un poco, él

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respondió:―Aguarda un poco.

Llegaremos en seguida.

A ella le sorprendió aquellarespuesta.

¿Iban a algún lugar econcreto? ¿O era que estaba

llegando a su destino?Durante sus días deconvalecencia había dejado de pensar en ello, estaba demasiadoocupada recuperándose y las

atenciones de Zac le habían hechoolvidar que en realidad la muerte

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aguardaba a la vuelta de la esquina.Pero ahora que le oía decir 

aquello...

―¿Vamos a algún sitio?―preguntó, acelerando el paso

 para ponerse a su lado.Tras innumerables charlasfrustradas en la cueva y confesionesde lo más íntimas, Aurora habíaterminado por perderle el miedo aZac y ya no sentía tanto pudor alhablarle. Tampoco mostraba reparo

en hacerle preguntas directas sobrecualquier cosa. Había entendido

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que, a pesar de todo, él también erauna persona, como ella, y que

aunque pareciera imposible, debía

tener corazón en algún lugar recóndito de su cuerpo. Además,

solía ser suficientemente cortés para responder directamente cuandose le preguntaba.

―Hay un pueblo cerca de aquí―explicó él―. Aún estás débil ynecesitas descansar. Pero no en elfrío e incómodo suelo de una cueva.

Por eso te llevo allí. Hay una posada donde podremos quedarnos

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algunos días. Lord Kermiyak puedeesperar si sabe que es por tu bien.

Aurora se quedó pensativa. No

terminaba de entender la actitud delPortador de almas.

―¿Por qué te tomas estasmolestias conmigo? ―le preguntó,

directamente, pero sin mirarle―.Da igual que enferme o no. Voy amorir de todas formas. Deberías preocuparte sólo de llevarme antetu señor.

Al principio Zac no respondió.Siguió andando, con la cabeza alta

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y la mirada perdida en la lejanía.Pero después, cuando Aurora ya

había vuelto a quedarse rezagada y

trataba de acelerar el paso para no perderle, segura de que no iba a

obtener respuesta, él se volvió ydijo:―Sólo quiero que estés bien. No había sentimiento e

aquellas palabras ni tampocoexpresión en su rostro. Pero, detodos modos, Aurora agradeció el

comentario y lo añadió a la lista decosas por la que su corazón seguía

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oponiéndose a su razón y seempeñaba en justificar los actos de

Zac.

Se apresuró de nuevo y volvióa ponerse junto a él.

―Gracias ―le dijo, con lasmejillas sonrojadas, un ratodespués. 

Zac había estado en lo cierto:el pueblo estaba casi a la vuelta de

la esquina.El último trecho lo había

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hecho despacio y Aurora habíamarcado el ritmo en todo momento.Además, el chico se había ofrecido

a llevarle la mochila, para que no

tuviera que cargar con el peso ellasola. Pero, de todos modos,

llegaron poco después de mediodía.El pueblo, que más que u pueblo parecía una pequeña ciudad,se erguía en medio de un valle yestaba rodeado de extensos camposde cultivo que lindaban con las bases de aquellas montañas que los

franqueaban. No había murallas,sólo un montón de casas hechas de

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 piedra grisácea que se organizabaen estrechas callejuelas sin forma

definida.

A diferencia de la aldea queAurora había visitado en su primer 

día en Udegelia, aquel lugar estaballeno de vida. Los niñoscorreteaban por las calles, persiguiéndose o jugando a ser  poderosos guerreros, mientras blandían deformados bastones demadera. Mujeres de todo tipo iba

de un lugar a otro, cumpliendorecados, yendo a comprar o

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charlando con una vecina. Muchosde los bajos de los edificios (la

mayoría de los cuales tenía tres

 plantas) estaban abiertos al públicoy mostraban prósperos negocios,

como herrerías, sastres o cesterías.Aurora se dejó guiar por Zac através de las callejuelas.

Se sentía extrañamentecohibida al cruzarse con tanta gente

desconocida después de aquellosdías de aislamiento. Y tampoco

ayudaba el hecho de que losaldeanos la miraran de aquel modo

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tan extraño, mezcla de miedo,rencor y compasión. Nadie la

conocía, eso era cierto, pero sí

conocían al chico que iba con ella.El chico que la llevaba con él.

Todo el mundo en Udegelia conocíaal Portador de almas y nadie seatrevía a enfrentarse a él, ya que erael emisario del Doctor y susórdenes eran ley en todo aquel

mundo.Se detuvieron delante de u

edificio más grande que los demás.Éste estaba hecho de piedra

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grisácea, como el resto, y tenías las puertas y los marcos de las

ventanas pintadas de color verde

oscuro. Había dos grandes tonelesunto a la entrada sobre los que

descansaban jarrones con flores yen el cartel de madera que colgabaencima del portal podía leerse“Auberge”.

La hoja de la entrada estaba

entreabierta y el Portador de almasentró sin llamar. Aurora le imitó.

El recibidor de la posadaconsistía en una pequeña y

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acogedora salita, llena de la cálidaluz que entraba por las ventanas que

daban a la calle. A mano derecha

había un banco de madera cubierto por algunos cojines de tela roja y, a

mano izquierda, una mesa decoradacon un jarrón lleno de flores, quedesprendían un agradable aromaque se esparcía por todo el lugar.

Zac cruzó la estancia y se

dirigió hacia la otra puerta quehabía al fondo. Dio un par de

golpes sobre la lámina y aguardó. Nadie respondió.

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Repitió la operación. Nada.

Se disponía a abrir cuando

alguien lo hizo antes que él, desdeel otro lado.

Desde la penumbra del pasadizo emergió la figura esbeltade una mujer joven. Zac no hizoningún gesto al verla, ni siquieracambió la expresión de su cara; pero sí lo hizo Aurora, que sequedó pasmada al ver a la

desconocida que había entrado.Era muy alta para ser una

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mujer, casi tanto como lo era Zac, ysu cuerpo dibujaba unas formas casi

 perfectas, como si fuera una modelo

de anuncio publicitario. Tendríaunos veinticinco años. De cabellos

largos, muy largos, y lisos, de color cobrizo, que llevaba recogidos couna cinta que se anudaba al final desu melena. Su rostro, blanco comola nieve, era el más bello que

Aurora hubiese visto jamás: denariz pequeña, mejillas suavemente

sonrosadas y labios gruesos decolor rojo sangre, coronado por 

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unos ojos grandes y… vacíos.Aurora tuvo que reprimir u

gesto de sorpresa al ver los ojos de

aquella mujer. Eran los mismos quelos de Zac.

―Mira ―murmuró el joven, amodo de saludo, sacando a Aurorade su trance.

Así pues, ellos dos seconocían…

La mujer preguntó algo en loque Aurora supuso que sería

faranés y, en respuesta, Zac asintiócon la cabeza. Mientras los otros

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dos conversaban, ella no pudoevitar repasar de pies a cabeza a la

recién llegada. Vestía una camisa

roja de terciopelo, de mangasanchas que se anudaban a sus

muñecas en un puño de encaje,ajustada al cuerpo con un corsénegro ribeteado con tiras de piel decolor pálido y que dejaba al aire la base de su cuello y sus clavículas.

Del mismo color oscuro eran lasmallas y las botas de piel que le

cubrían la pierna hasta mediomuslo, así como los guantes bajo

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los que escondía las manos.Entonces, interrumpiendo la

charla de los otros dos y llamando

la atención de Aurora, que seguíafascinada contemplando la belleza

de Mira, irrumpió en la sala unaniña de unos diez u once años.Todas las miradas se pusieron

sobre ella y la niña sonrió,complacida.

Era casi tan delicada comoMira, larga y esbelta como u

unco, pero su cuerpo apenas teníaformas, a pesar de que ella

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intentaba dibujarlas con un apretadocorsé y unas mallas ajustadas. S

melena rizada era rubia y danzaba

de un lado para otro con cada unode sus movimientos. Y sus ojos, de

color verde oliva, parecían cínicos,casi malvados; no tenían nada quever con los de Zac o los de Mira.

Tras su entrada triunfal, laniña se acercó al Portador de almas

y le comentó algo, en un tono de vozque no gustó nada a Aurora. De

todos modos, él no pareciósobresaltarse demasiado con las

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 palabras de la otra y se limitó aresponderlas con una frase corta y

monocorde. En respuesta, ella

chasqueó la lengua y le dirigió unamirada de desprecio a Aurora.

―Así que tú eres la Últimaalma ―le dijo, en su idioma―.Pues es verdad que no tienes muy buen aspecto. Estas marayas… ¡noaguantan nada! ―dijo, mientras se

reía.Luego se pavoneó por la

salita, como si tratara de comprobar alguna cosa.

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―Bueno ―añadió, tras sdesfilada―, supongo que a Lord

Kermiyak no le importará que nos

retrasemos un par de días. Al fin yal cabo, ya eres la última. Nos

quedaremos aquí hasta que estés bien, para que no te nos mueras por el camino ―le dijo a Aurora.Luego se volvió hacia Zac yañadió―: Y luego os guiaremos

hasta el castillo. Por si las moscas.Un silencio tenso se dibujó e

el aire.La niña de pelo rizado seguía

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frente a Zac y le miraba con odio.El chico, por su parte, le devolvía

su fría e impenetrable mirada.

Finalmente ella desvió los ojos y sevolvió hacia su compañera.

― Allez, Mira.La joven asintió y cruzó lasalita de madera en dirección a la puerta. Antes de imitarla, la niña de pelo rizado se volvió hacia Zac una

última vez y le dijo:―Parece que se te ha metido

algo en los ojos, Primero. Ve concuidado.

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Después le dirigió una sonrisamalvada y fue al encuentro de s

compañera.

―Nos veremos luego―añadió, antes de desaparecer tras

la puerta de entrada―. No intentéisnada raro porque os estaremosvigilando. 

Volvían a estar solos.Aurora se sentía confusa

después de aquel encuentro. Nohabía entendido mucho de lo quehabía sucedido y aquellas chicas,

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especialmente la más pequeña,habían tratado a Zac como a u

simple criado. Además, habían

hablado como si fuera el mismoLord Kermiyak quien las hubiese

enviado. ¿Significaba eso que elDoctor tenía otros siervos, apartede Zac?

De repente, mientras pensabaen todo aquello, le sobrevino u

 pequeño mareo. Estaba cansada por el camino y por el momento de

tensión anterior, y, además, todavíase sentía débil por los días de

l i P d

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convalecencia. Pero antes de quellegara a caer al suelo, Zac la cogió

en brazos.

―Estoy bien ―trató dedecirle. Pero su voz sonó como u

murmullo.El mundo entero parecíadesvanecerse a su alrededor y lossonidos se difuminaban hastahacerse imperceptibles. Entre el

vaivén de su consciencia, pudodistinguir que Portador de almas

dejaba la salita y se adentraba en la pensión en busca del propietario.

C d l fi d ó

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Cuando al fin despertó,sobresaltada, se encontraba tendida

en una cama de sabanas suaves que

olían a lavanda.―¿Qué ha pasado? ―dijo,

nerviosa, aunque sin dirigirse anadie en particular.Le respondió la voz de Zac:―Te desmayaste.Aurora le buscó con la mirada

y le encontró de pie junto a unaventana por la que se colaba la luz

del atardecer. Su aspecto era el decostumbre y sus ojos ofrecían el

i í d i

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mismo vacío de siempre, pero, auasí, a ella le parecieron más cálidos

que de costumbre.

―¿Tú me has traído aquí?Él asintió una sola vez y

devolvió la mirada al exterior.Aurora observó la estancia ela que se encontraba. Era unahabitación amplia, bien iluminada.La cama ocupaba el centro de la

misma y junto a ella se encontrabala ventana por la que Zac miraba. A

su derecha había un arcón demadera rojiza cubierto de grabados

i i d ñ

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y a su izquierda un pequeñoescritorio, hecho del mismo

material, sobre el que descansaba

un jarrón parecido al que habíavisto en el recibidor, decorado con

las mismas flores azules y blancas.Aurora quiso levantarse, peroel Portador de almas se lo impidió.

―Descansa, ahora que puedes. Yo me quedaré aquí por si

acaso.“¿Por si acaso?” pensó ella,

“No voy a escaparme si es lo que piensas”. Pero no dijo nada. Se

li itó t l d

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limitó a sentarse en la cama, demanera que su espalda quedaba

confortablemente recostada en el

respaldo.―¿Quiénes eran aquellas

chicas? ―quiso saber.―Mira y Maya. Las hijas delDoctor.

―¿Qué? ―exclamó,sorprendida.

En aquel instante, Aurora sedio cuenta que en ningún momento

se había planteado cómo era aquelhombre que quería robarle la alma.

“Si tiene hijas debe ser

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“Si tiene hijas debe ser uhombre algo mayor…” dedujo.

Aunque rápidamente cayó e

la cuenta de que eso era algorelativo, puesto que el brujo tenía el

 poder de la inmortalidad. A lomejor tenía docenas de hijos e hijasy si ellos no gozaban de lainmortalidad, como él, podían ser mayores que su propio padre.

Incluso podían haber muerto añosatrás.

¡Qué mundo más confuso,aquel de Udegelia!

Antes prosiguió Zac que

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―Antes ―prosiguió Zac, queno había terminado de hablar―,

Mira y Maya se encargaban de

mantener el orden en los pueblosrebeldes. Pero en los últimos

tiempos la gente ya no se enfrenta alDoctor; se han acostumbrado a él ymuchos ven con buenos ojos lo quequiere hacer. Además, ya no robaalmas dentro de los dominios de

Udegelia. Siempre trae gente de laTierra.

>> Por eso, últimamente Miray Maya también se encargaban de ir 

en busca de almas a la Tierra como

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en busca de almas a la Tierra, comohago yo. Mira también tiene el do

de atravesar la Puerta y Maya es

una gran hechicera con unaexcelente capacidad para llevar a

las almas hasta el castillo de LordKemiyak.Quedaron de nuevo e

silencio.Aurora trataba de asimilar 

toda aquella información cuandorecordó algo que Maya había dicho.

Levantó la mirada y observófijamente al chico.

¿Y por qué no se fían de ti?

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―¿Y por qué no se fían de ti?Zac también levantó la mirada

y la cruzó con la de ella. Pero no

contestó. Y Aurora tampoco pudoleer nada en aquellos ojos vacíos

que no transmitían sentimientos.De pronto, el joven se apartóde la ventana y se dirigió hacia la puerta.

―Será mejor que me vaya

―dijo, poniendo la mano sobre lamanilla.

Pero ella le detuvo, saltandode la cama.

―¡No! ¡Espera!

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―¡No! ¡Espera!Corrió hacia él y le obligó a

darse la vuelta hasta quedar frente a

frente.Se miraron en silencio. Aurora

no sabía muy bien por qué habíahecho aquello. Pero no importaba.o podía dejarle ir, le necesitaba a

su lado, aunque fuera el siervo desu enemigo. Y, a pesar de la

vergüenza que sentía en aquelmomento, levantó la mano y apartó

con suavidad algunos cabellos quecaían por la frente de Zac y le

cubrían los ojos Los observód i i d l

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cubrían los ojos. Los observódurante un tiempo, ignorando la

extraña sensación que le producía

hacerlo, y recordó la primera vezque los había visto, a través del

reflejo del espejo del recibidor desu casa.Aurora sonrió.Habían pasado tantas cosas

desde entonces… Y, aunque hacía

apenas una semana que seencontraba en Udegelia, parecía

toda una vida. Sí, muchas cosashabían cambiado: entre las que se

encontraban sus sentimientos Algoh bí d

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encontraban sus sentimientos. Algohabía empezado a crecer en s

interior con respecto a Zac. Y,

aunque sabía que él la estaballevando hacia la muerte, Aurora

estaba segura que, en el fondo,quería ayudarla.―Maya dijo que se te había

metido algo en los ojos―susurró―. Yo también lo he

visto.Y le besó en los labios.

Aunque sólo fue un beso corto,no correspondido.

Luego se apartó y regresó a la

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Luego se apartó y regresó a lacama.

―Puedes irte, si quieres ―le

dijo, mientras se cubría con lasabana y cerraba los ojos.

Zac no respondió, pero cuandoAurora levantó levemente la cabeza para comprobar qué había hecho, leencontró de nuevo junto a laventana.

 No, él no le había demostradonada, ni tampoco se lo había dicho.

o había podido ver nada en susojos, al besarle. Pero había sido

dulce todo lo dulce que podía serb l i t

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dulce, todo lo dulce que podía ser  besar a alguien que no te

corresponde.

 

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10. El verdadero Zac

 Aurora cerró los ojos y dejó

que su cuerpo se sumergiera en elagua templada. Al hacerlo, la

invadieron un sinfín de agradablessensaciones y dejó escapar u

suspiro. ¡Hacía tantos días que no podía tomar un baño caliente!

―Quizás sea el último…―murmuró para sí misma.

Pero no dejó que la tristeza lavenciese Se sumergió bajo el agua

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Pero no dejó que la tristeza lavenciese. Se sumergió bajo el agua

y aguardó unos instantes, como si

de aquel modo los malos pensamientos fueran a desaparecer.Cuando salió, el flequillo le caía por la cara, formando pequeñasondas que se enganchaban sobre sfrente.

Se puso en pie y sin salir del

cubo, se frotó con un trapo que previamente había restregado por 

una pastilla de jabón natural. Luegose echó un poco de agua por encima

para enjuagarse y salió de la bañeraimprovisada

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 para enjuagarse y salió de la bañeraimprovisada.

Rika, la dueña de la posada,

había sido muy amable al prepararle el baño caliente, a pesar 

del trabajo que comportaba aquello(había tenido que calentar el aguaen una olla de la cocina); pero ecuanto se había enterado de queAurora había estado enferma, la

mujer se había negado en redondo aque la chica tuviera que lavarse co

las gélidas aguas del pozo.También le había

 proporcionado ropa limpia,bastante más adecuada que la que

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p p p p , bastante más adecuada que la que

ella traía; y en mejor estado.

Aurora cogió una túnica delana que había en la silla al ladodel tonel y se la puso encima de lacamiseta deportiva que conservabaen la mochila. Picaba un poco yademás resultaba algo pesada, peroera cálida. Después, se volvió a

enfundar los tejanos, que aúresistían, y finalmente se calzó unos

 botines de piel que Zac le habíaconseguido en el pueblo.

Estaba lista.Salió de la habitación que

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Salió de la habitación que

Rika le había cedido para asearse.

El pasillo estaba tenuementeiluminado por unos fanalillos rojosde papel que pendían del techo y eel aire se olía un agradable aromade pan recién horneado.

“El desayuno” pensó ella,relamiéndose los labios. Al fin

 podría comer algo más que trozosde carne chamuscada y frutos

silvestres.Caminó en dirección a la

habitación, donde Zac debía estar esperándola

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,esperándola.

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 pasadizo le parecía mucho más

oscuro y siniestro, y los fanalillosondeaban mecidos por una corrientehelada que debía colarse por lasventanas de las habitaciones. Econsecuencia, su luz rojiza se

apagaba y se volvía tan tenue que parecía desaparecer.

Oyó chillar a la niña una vezmás, con su aguda voz infantil. Pero

no hubo respuesta. En vez de eso,se escuchó un nuevo golpe, esta vez

 parecido al ruido de un bofetón.Finalmente alguien respondió

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p Finalmente, alguien respondió.

Era Mira. Pero lo hizo en faranés y

Aurora no la entendió.La conversación continuó entrelos gritos de Maya y los susurros deMira, hasta que se hizo un silencioy la puerta de la habitación se

abrió.Aurora se pegó más a la pared

con el corazón desbocado. La figurade Zac emergió de entre la luz que

salía por la abertura y la mirófijamente. Ella aguantó la

respiración durante los largossegundos en los que él estuvo

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segundos en los que él estuvo

 plantado en el pasadizo y sus

miradas se cruzaron.Pero, finalmente, el Portador de almas dio media vuelta y sedirigió a su habitación.

Aurora, por su parte, se quedó

en la misma posición en la queestaba. El corazón aún le latía

apresuradamente y sentía todo elcuerpo en tensión. No entendía qué

era lo que había ocurrido, pero elinstinto le decía que no era nada

 bueno.De pronto recordó que las

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De pronto recordó que las

hijas del Doctor seguían dentro de

la estancia y podían salir ecualquier momento. Aurora seobligó a sí misma a centrarse. Teníaque regresar a la habitación antesde que alguien se diera cuenta de

que había escuchado (aunque nocomprendido) algo que no debía.

Se apartó de las sombras quele cubrían, dejando que la luz rojiza

de los fanalillos la bañara. El airegélido que soplaba instantes antes

se había esfumado y, aunque laposada no era un lugar

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 posada no era un lugar 

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durante unos instantes. Parpadeó u

 par de veces y observó lahabitación.Zac estaba de pie junto a la

cama, mirando por la ventana, bañado por la luz grisácea que

entraba a través de los cristales.Ella se sonrojó al descubrirle e

aquella actitud tan relajada yaguardó unos instantes, en silencio,

observándole, antes de encontrar lavoz que parecía haber perdido, para

llamarle.―¿Zac…?

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¿

Él se volvió y, durante una

milésima de segundo, la chica pudover al Zac de ojos grises ante ella.Aurora no sabía si había sido

una mala pasada de ssubconsciente o realmente le habíavisto, pero la imagen se habíadesvanecido con demasiada

rapidez. Y entonces todo a sualrededor se esfumó y ella cayó y

cayó, hasta perder el sentido. 

Al despertar, se encontraba en

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inguna Parte. Se puso en pie de u

salto y corrió hacía ningún lugar e

concreto.―¡No, no, no! ¡Espera!¡Quiero volver! ―gritó, enfadada.

 No sabía a quién se dirigía nisi había realmente alguien detrás

de todo aquello, pero necesitabadesahogarse y echar la culpa a

alguien. Había estado tan cerca dedescubrir lo que se ocultaba tras

aquellos ojos sin vida…Se sentó en el suelo, de mal

humor. No quería estar allí, perdiendo el poco tiempo de que

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p p p q

disponía.

Y entonces cayó en la cuenta:¡Alberto! Él sabía algo de lo queescondía tras la mirada de Zac. Laúltima vez había estado a punto decontárselo, pero Aurora había

dejado Ninguna Parte demasiado pronto. Además, parecía conocer 

aquel lugar mejor que ella. Quizás podría ayudarla.

Tenía que traerle, como fuera.Entrelazó las manos a la altura

del pecho y cerró los ojos, como sirezara. Se concentró en la image

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g

del chico de pelo castaño y mirada

vivaracha y dejó que sus labiosformaran el nombre de él.Así estuvo, durante un rato, si

encontrar ninguna respuesta.Empezaba a creer que aquello

no funcionaría cuando una voz lehizo dar un respingo:

―Estoy aquí.Aurora se dio la vuelta de u

salto. Alberto estaba ante ella, conlas manos en la cintura, sonriendo

abiertamente, como siempre hacía.Ella también sonrió al reconocerle.

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―¡Alberto!

―¿Por qué siempre que vieneste rodeas de oscuridad? ―observóél, mientras se acercaba, mirando asu alrededor.

―No lo sé. Falta de

costumbre, supongo.Acto seguido se encontraro

en un parque muy concurrido, couna gran fuente rodeada de bancos

de madera, bajo un cielo tan azulque deslumbraba. Un parque

 parecido al que había cerca dedonde vivía Aurora.

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Aunque para ella aquello se le

antojaba como un simple decorado.Se apoyó en un banco, sillegar a sentarse, hundiendo loshombros.

―Voy a morir, Alberto.

La expresión del chico cambió por completo y se volvió seria y

melancólica. Había autentico dolor en sus ojos, dolor por saber que

aquello que Aurora decía eracierto.

―Y cuando esté muerta―añadió ella, tratando de

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sonreír― entonces estaremos

untos, ¿verdad? Vendré aquícontigo.En un principio, y ante las

amargas palabras de la chica, él laabrazó tiernamente. Pero pasados

unos segundos y a pesar de que ellaya había hundido el rostro en s

 pecho, donde derramaba lágrimas,la apartó.

Aurora le dirigió una miradadesconcertada.

―No ―dijo Alberto.―¿No?

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―No es conmigo con quie

quieres estar. Ni tampoco me hasllamado para esto.Ella dudó, sintiéndose

ligeramente culpable, pero al finaldijo:

―Alberto, estoy asustada. ¡Nosé qué hacer! He intentado luchar,

 pero no soy lo suficientementefuerte.

―Deja que él te eche unamano.

―¿Él?―Ya sabes a quién me refiero.

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Aurora enrojeció levemente.

―Pero... ¡Tú me dijisteaquella vez que tuviera cuidado coél! ¡Y que no dejara que meatraparan!

―Lo sé. Pero ahora sé que

 puedes confiar en él, porque sé queno está de parte de Lord Kermiyak.

―¿A qué te refieres?Pero Alberto no respondió a

su pregunta. En vez de eso, dijo:―No debes temerle. Quiere

ayudarte.―¿Ayudarme? ¿De verdad?

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¿Cómo lo sabes?

―Porque le conozco.―¿Que le conoces?―preguntó ella, estupefacta.

Pero en ese momento, el suelose volvió flácido y Aurora sintió

que se hundía en él.―¿Cómo puedes conocerle si

estás muerto? ―chilló, cuando yase había sumergido hasta la cintura,

intentando agarrarse a un sueloinexistente.

Se iba demasiado rápido, eltiempo se escabullía sin remedio,

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ya estaba sumergida hasta los

hombros y era cuestión de un par desegundos que desapareciera deinguna Parte. Pero, entonces, el

rostro de Alberto, con sus durasfacciones y sus ojos marrones

llenos de alegría, se acercó a ellahasta casi rozarla y de sus finos

labios brotaron aquellas palabras:―¡Porque el verdadero Zac

está aquí conmigo! 

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~Segunda parte~

El castillo de LordKermiyak 

 

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11. Compañeros de viaje

 

La plaza mayor dePueblofrontera, que se abría lugar entre las calles del centro, estaballena hasta arriba.

Alby avanzó por entre las

hileras de gente apelotonada en elreducido espacio hasta llegar a la

 primera fila, donde le esperaba shermana Nannette.

―¿Estás segura de lo que vasa hacer? ―le preguntó a la joven,

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y observó a la mujer en silencio.

―Supongo que nada―reconoció, ante la dureza de las palabras de ella. Luego dio uvistazo en derredor, para volversede nuevo hacia Nannette―.

¿Estamos todos?―Me parece que sí.

―Bien, pues. Será mejor queempecemos.

Ella asintió y se dirigió haciala tarima improvisada que había

hecho usando una mesa baja y quehabían colocado al fondo de la

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 plaza. Alby la observó mientras se

subía a la madera: se la veía pequeña y frágil, casi una niña,aunque él sabía que de niña lequedaba poco. Nannette contabaveintiséis años y muchas vivencias

a sus espaldas. Aunque nadacomparable a lo que se traían ahora

entre manos.―Por favor ―empezó la

mujer, levantando ambas manos para llamar la atención del resto de

aldeanos.El alboroto que había en la

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 plaza no se detuvo y la voz de

annette murió ahogada entre lasconversaciones de los presentes.―Por favor ―insistió,

elevando el tono sin resultado.―¡Atención! ―gritó Alby, de

repente, haciendo uso de su potentevoz.

Todo el mundo guardó silencioy ella agradeció el gesto.

―Con permiso delgobernador... ―empezó.

El hombre, que se hallaba eun rincón apartado de la

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muchedumbre, hizo un gesto

despectivo con la cabeza, comoqueriendo decir que aquello no eracosa suya.

―Vecinos de Pueblofrontera―prosiguió ella―, sabéis que

anteayer fue encontrado el cuerposin vida de mi abuela, la curandera

uba. Sabéis también a qué sedebió su muerte: el Portador de

almas acabó con ella porque ayudóa la niña maraya.

―¡Ella se lo buscó! ―gritóalguien de entre el público.

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Se hizo un silencio sepulcral.

―¿Que se lo buscó? ―repusoannette, severa. Nadie respondió.―Mi abuela sólo quería

 proteger a una pobre niña;

 protegerla de una muerte segura.¿No es cierto que no os gustaba que

el Doctor robara almas a vuestroshijos e hijas, a vuestros hermanos y

hermanas, a vuestros esposos yesposas? Aquella niña no quería

morir y mi abuela sólo trataba dedarle una oportunidad ―sentenció,

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lanzando una mirada severa a aquel

sector del público del que habíavenido la contestación.>>Pero, en realidad, no es de

eso de lo que he venido a hablar.Me da igual lo que un atajo de

egoístas como vosotros pueda pensar de mi abuela. Lo que ocurre

es que hay ciertos hechosrelacionados con su muerte que

creo que deberías saber.Todo el mundo la miró en

silencio, preguntándose a qué serefería. Nannette no se dejó

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amedrentar por aquellas miradas.

En vez de eso, bajó de la tarima yse dirigió hacia un rincón maliluminado al que nadie había prestado atención. Una vez allí, searrodilló, sosteniendo el pliegue de

su falda de lana, y estuvo en aquella posición durante unos instantes.

Después volvió a levantarse y sehizo a un lado.

Un wingli apareció de entrelas sombras, dando pequeños

saltitos mientras arrastraba suslargas orejas al avanzar. El silencio

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que había reinado en la plazadurante aquellos momentos seconvirtió en un suave murmullo desorpresa.

El wingli dio un salto y subióa la mesa.

―¿Qué hace un wingli aquí?―dijo una voz de mujer, con cierto

deje de miedo. No todos en Pueblofrontera

conocían la existencia de lamascota de Nuba.

―¡Tranquilizaos! ―intervinoannette―. Se llama Shiu y tiene

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algo que contaros.El animal meneó sus dos

largas colas de ardilla, mientrasobservaba a los aldeanos. Sabíaque no era bien recibido ePueblofrontera y menos ahora que

uba había muerto. Su especie lesrecordaba a los humanos los

tiempos en los que la magia estaba permitida, los tiempos en que Lord

Kermiyak todavía no había llegadoal poder.

Pero también sabía que siestaba allí era precisamente por 

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eso: para darles la oportunidad deluchar por lo que habían perdido.

―Para aquellos que no losepáis, yo conocía a Nuba ―iniciósu discurso el animal―. Se puededecir que era su wingli, aunque ella

siempre respetó mi libertad y no meató a su lado.

>>Nuba era una grahechicera. Poderosa y fuerte como

 pocos, siguió practicando la magiaa pesar de los tiempos que corrían.

Y se la enseñó a sus hijos y a susnietos, como ella había aprendido

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de su madre. Los pocos que sabéisalgo de magia en este pueblo, se lodebéis a ella.

>>Pero una casualidad deldestino la llevó a la muerte. Unacasualidad que yo provoqué.

>>En una de mis ausencias,cuando me encontraba en el bosque

que separa Pueblofrontera de laPuerta, conocí a una niña. Esta niña,

llamada Aurora, resultó ser unamaraya que había escapado del

Portador de almas. Parecía tadesesperada y sola que me

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compadecí de ella y la traje aquí,con la esperanza de que la magia de

uba pudiera ayudarla a regresar asu casa.

>>Pero nadie puede abrir laPuerta. Nadie, excepto el Doctor. Y

 pretende hacerlo con la ayuda delas almas que hace tiempo que

recoge. Porque eso es lo que se traeentre manos desde hace años, ese es

el motivo por el que hemos visto pasar a tantos marayas por estos

lares durante los últimos tiempos.Quiere utilizarles para romper el

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sello y regresar a la Tierra.Hubo un murmullo

generalizado.Los presentes se miraron unos

a otros. Había gente que estaba alcorriente de las intenciones de Lord

Kermiyak y que no se sorprendieroal oír las palabras de Shiu. Pero

había muchos otros que no losabían.

―Aunque eso no es todo―prosiguió el wingli, sin esperar 

que la gente se calmara―. Hayalgo más. Algo que ni siquiera

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uba sabía. Algo que descubrícuando el Portador de Almas lamató y su corazón me habló, siquererlo, de los planes de su señor.

―Y de qué se trata ―preguntóun hombre que se hallaba cerca de

la tarima.―Eso, eso, de qué se trata

―le corearon otros.Shiu les miró fijamente, casi

con desprecio, porque sabía que nose tomaban en serio la muerte de s

anciana mentora. Habían sido precisamente ellos los que había

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quemado la casa de Nuba alencontrar a Aurora en su interior,sin esperar que la mujer seexplicara y sin darle ninguna

oportunidad a la chica.―Aurora es la Última alma

que el Doctor necesita paraconjurar el poder que abrirá la

Puerta y unirá de nuevo la Tierracon Udegelia.

Los murmullos se convirtieroen gritos de exclamación.

―¿Y qué nos importa si esosucede? Es más, al fin podremos

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regresar a nuestro hogar, despuésde tantos siglos de cautiverio―gritó alguien, desde el fondo.

―Habla por ti ―le reprochó

Alby―. Mi hogar es Udegelia. Y elde mis padres, abuelos y

tatarabuelos.―Es cierto ―añadió

annette―. ¿Qué ocurrirá cuandolos marayas puedan entrar y salir de

Udegelia a su antojo? No nosquerían hace siglos, ¿esperáis queahora sí lo hagan? ¡Destruiránuestro mundo, nuestras tierras y

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nuestras casas! ¡Volverán aquemarnos en hogueras por herejes!

Las conversaciones terminaroa gritos. Los presentes se chillaba

unos a otros e incluso había algunosque llegaban a las manos.

Shiu dio un paso encima de lamesa, tratando de que ningún mató

de campo le alcanzara con u puñetazo desviado. Alby también

corrió hacia la tarima y abrazó a shermana para protegerla.―¡Parad todos! ―gritó de

repente el gobernador,

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interviniendo al fin en aquelencuentro y haciendo que todo elmundo se detuviera.

Los aldeanos se miraron unos

a otros y poco a poco fuerorecuperando la calma. El hombre,

 por su parte, se acercó a la mesa.Shiu le observó: era bajo y

seboso, tenía los ojos salidos y lafrente tan ancha que no se le

distinguía de la calva. Antaño, su pelo había sido rubio, pero ahora el poco que le quedaba tenía un color  blanquecino descolorido.

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―¿Y cómo se supone quevamos a impedir que abran laPuerta? ―le siseó el gobernador alwingli, cuando estuvieron frente afrente.

―La… la chica. El Portador 

de almas la lleva al castillo de LordKermiyak. Si conseguimos

alcanzarlos antes de que lleguen yla liberamos ya no habrá Última

alma.―¿Y entonces…?

―¿Entonces qué?―¿Qué se supone que haremos

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una vez hayamos liberado a la niña?El Doctor mandará a sus hijas trasnosotros, como hacía con los pueblos que se volvían contra él,

hace algunos años. Y entonces yano tendrá compasión. Volverá a

robar el alma de nuestro pueblo,como sucedía antes de que

apareciera Zac.Shiu se quedó en silencio y sus

adorables ojos verdes se abrieroen un gesto de miedo. No había pensado en eso. Miró a salrededor y se dio cuenta de que

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todos los presentes aguardaban esilencio su respuesta. De éldependía el destino de aquel país a partir de entonces.

―Veréis… ―murmuró,tratando de ganar tiempo.

Tenía que encontrar unarespuesta rápida si quería que

aquella gente le echara una mano.Aunque fuera mentira.

―Zac... El Portador de almas,me dijo que Aurora era especial.Porqué era la última, claro. Tieneque ser precisamente ella la que

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abra la Puerta y no puede ser nadiemás. Además, el poder que tieneella es el único que puede destruir al Doctor. Si la rescatamos, ella

nos guiará hacia la victoria.Los aldeanos permaneciero

callados. Aquella niña llorona quehabía estado en el pueblo hacía u

 par de días no parecía la heroínaque iba a llevarles a la victoria, ni

mucho menos.Shiu les observó, tratando dedeterminar si sus palabras habíatenido el efecto deseado. Se lo

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había inventado todo, obviamente.Y, aunque tenía la sensación de queno había estado muy convincente,en algún lugar de su corazón algo le

decía que su teoría no era tadescabellada.

―¿Estás seguro de lo quedices, wingli? ―le espetó el

gobernador, acercándose peligrosamente a él.

Pero Alby se interpuso entreellos, mirando fijamente a los ojosdel hombre.

―Claro que dice la verdad.

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 plan y vuestra decisión. Así que, siqueréis llevarlo adelante, por mítenéis vía libre. Aun así, sifracasáis, pienso negar estas

 palabras ante el Doctor y toda laresponsabilidad recaerá sobre

vosotros.A pesar de la dureza de las

 palabras del gobernador, los doshermanos sonrieron y se abrazaron.

Luego, Alby se acercó al borde dela tarima y se encaró al público quele observaba.

―¿Quién quiere unirse a

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nosotros? 

 Nannette se arrodilló y tomó

en brazos al pequeño quereclamaba su atención. A su lado

había otra niña de poco más decinco años de edad, de pelo rizado,rubio como el sol, que se chupabael dedo mientras se aferraba a lafalda de su madre.

Alby, que se hallaba ante ella,ataviado con sus prendas de caza y

con una bolsa cargada a la espalda,le sonrió.

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―Así es como debe ser,hermana. Tú tienes que cuidar detus hijos, eres lo único que lesqueda. Además, eres demasiado

frágil para un viaje tan largo y losabes. No quiero perderte a ti

también. Nannette agachó la cabeza y

dejó que los cuatro cabellos que seescapaban de la trenza con la que

recogía su larga cabellera cubrierasu rostro, para que él no la vierallorar.

―Venga ―murmuró con la

di i ié d l

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voz rota, dirigiéndose a losniños―, decidle adiós al tío Alby.

El pequeño que tenía entre brazos le hizo un gesto de adiós co

la mano, mientras sonreía; la pequeña se acercó tímidamente a

Alby y se abrazó fuerte a su cintura.―Vuelve, por favor ―fue

todo lo que pudo decirle.Alby era lo más parecido a u

 padre que había tenido desde que elsuyo muriera, tres años atrás.―No lo dudes, pequeña.

Cuidaros mucho vosotros también.

Y d l d d l

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Y rezad para que el poder de laÚltima alma nos ayude a liberar este mundo de aquel mal nacido. Ytú, hermana, no llores más, por 

favor. Nos veremos pronto.Ella asintió y se limpió las

lágrimas con la manga de svestido. Luego se acercó al hombre

y le dio un beso en la mejilla.Finalmente, Alby se dio la

vuelta y anduvo por la oscura calleen dirección a las afueras mientraslos cuervos le dedicaban susagudos e insoportables graznidos,

í i i i t U

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que parecían risas siniestras. Unavez allí, se reunió con losvoluntarios que habían decididoacompañarles a él y al wingli e

aquel rescate suicida.―¿Estamos todos? ―preguntó

al llegar, mientras echaba unvistazo a sus compañeros.

Phil era el mayor de todosellos. Contaba unos cuarenta años y

conocía bien el camino hasta elcastillo del Doctor porque en otrostiempos había trabajado demensajero. Germián era su hijo y,

á l

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aunque era poco más que un zagal,había insistido tanto en acompañar a su padre que él se lo había permitido. Pierre, el mejor amigo

de Alby, no había queridoabandonarle en una hazaña ta

importante como aquella y habíasido el primero en ofrecer su ayuda

a la causa. Y, por último, Amelia,la única mujer del grupo,

demasiado alocada para encontrar marido, no se perdía ningunaaventura que el destino pudieraofrecerle.

Sí t t d

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―Sí, estamos todos―respondió Phil.

―¿Pues a qué esperamos?os llevan tres días de ventaja, no

hay tiempo que perder. 

12 L d L

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12. Luz de Luna

 Zac se arrodilló y observó el

cuerpo inerte que yacía ante él.Aurora estaba tendida sobre el

suelo de la habitación con los ojosabiertos de par en par, aunque sin

un atisbo de vida en ellos. Y suexpresión, contraída en una horrible

mueca, era la prueba irrefutable deque estaba muerta.Al menos, temporalmente.―Porque quien no tiene alma,

está muerto susurró el Portador

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está muerto ―susurró el Portador de almas.

¿Dónde había oído esas palabras?

Ah, sí. Era una de las frases preferidas del Doctor. Le gustaba

recitarla mientras contemplaba,complacido, los cuerpos sin vida de

sus víctimas, una vez les habíaarrebatado el alma.

Pero a Zac no le gustabaaquello, y menos aún si el cuerpoque estaba tendido ante él era el deAurora. Daba igual saber que ella

terminaría volviendo que como él

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terminaría volviendo, que, como él,conocía perfectamente el camino deregreso de Ninguna Parte. Aquellono le tranquilizaba. Nunca sabía lo

que podía suceder durante aquel periodo de ausencia.

Se había arrodillado junto aella para tratar de traerla de vuelta

cuando, de repente, la puerta seabrió sin que nadie hubiese

llamado. Veloz como el rayo, Zacse apresuró a pasar la manoderecha por el rostro de la chica ycerrar sus ojos, pues éstos eran la

prueba de su perdición

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 prueba de su perdición.―¿Sucede algo? ―preguntó la

voz aguda de Maya, desde elumbral de la puerta―. Hemos oído

un…Se detuvo al ver a Aurora en

el suelo.―¿Qué diablos…?

Debido a la presencia deMaya y a la magia que ésta

desprendía, Zac sintió el vaivén desu consciencia y esa horriblesensación de pérdida de larealidad. El conjuro que mantenía

sellado su cuerpo se intensificaba

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sellado su cuerpo se intensificabacon la presencia de la niña y el lazoque le unía a su ser se desvanecía,obligándole a regresar a Ninguna

Parte.Tenía que resolver aquel

asunto antes de que su cuerpo pasara a actuar según los dictados

del Doctor, como sucedía cada vezque él no podía controlarlo.

Por eso, haciendo acopio detoda su fuerza de voluntad, logró ponerse en pie y se volvió paraencarar a la niña.

―La chica ha sufrido u

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―La chica ha sufrido udesmayo.

Maya bufó, poniéndose lasmanos en la cintura.

―Maldita cría ―murmuró,mientras empujaba con el pie el

cuerpo inerte de Aurora. Nosoportaba nada de ella y menos aú

que fuera tan débil y desdichada.Además envidiaba su juventud y

vida.Zac volvió a sentir lejos sconsciencia y agradeció aquelhecho porque, en otras

circunstancias habría apartado a

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circunstancias, habría apartado aMaya de un empujón.

―¡Llévala a la cama!―ordenó ella―. Y más le vale

recuperarse pronto. Nos vamos hoymismo.

Él no dijo nada y se inclinósobre Aurora para tomarla en

 brazos. Al levantarse, le dirigió unaúltima mirada a Maya. Pero ella ya

se había ido y, en vez de los ojosverdes llenos de maldad de la pequeña, se encontró con los vacíos pozos de nada de Mira.

―Mira ¿qué haces? ―se oyó

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Mira, ¿qué haces? se oyódecir a Maya, desde el fondo del pasillo.

La mayor no respondió. Siguió

observando a Zac fijamente duranteun tiempo indefinido y, al final,

añadió:―Partiremos antes de

mediodía. Estad preparados. Losdos.

Luego se dio la vuelta y fue areunirse con su compañera.Zac observó a la mujer 

alejarse. Sabía que ella conocía s

secreto; Mira gozaba de una

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secreto; Mira gozaba de unasensibilidad especial y, además,había sufrido un destino parecido alde él. Pero aquello no le

 preocupaba. Mira se limitaba acumplir órdenes y si su cometido

era llevarles al castillo de LordKermiyak, a ella tanto le daba lo

que pudieran hacer durante elcamino, mientras que al final

terminaran donde debían de estar.Olvidándose de las hijas delDoctor, el Portador de almas cerróla puerta con el pie y se dirigió

hacia la cama, donde depositó el

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ac a a ca a, do de depos tó ecuerpo de la muchacha. Después,acarició su mejilla, que empezaba aenfriarse y a perder el color, y

susurró:―Vuelve.

Hubo un momento de duda.Seguidamente Aurora, abrió la boca

y tomó una gran bocanada de aire,como si acabase de salir a la

superficie después de permanecer largo rato bajo el agua. Tras ello,levantó los párpados, lentamente.

―Zac, ¿dónde estás?

―balbuceó, aturdida aún.

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,―Aquí ―respondió él.Sus miradas se cruzaron. A la

muchacha le había parecido

encontrar una pizca de sentimientoen aquellas palabras como tambié

le pareció ver algo de color en losojos del joven. Pero el momento se

diluyó cuando Zac empezó a sentir que, de nuevo, su razón se nublaba

y se iba; esta vez demasiado lejos para regresar. 

***

 

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Alby se detuvo en medio delcamino y se volvió hacia el bosqueque acababan de abandonar. Lo

observó en silencio, sumido todavíaen la penumbra matutina. El sol

había salido hacía un par de horasdando así comienzo a su cuarto día

de viaje, pero seguían sin encontrar ninguna pista que les condujera

hasta la chica maraya y el Portador de almas.Y las dudas y la falta de

resultado empezaban a hacer mella

en él.

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Retomando el paso, regresóunto al grupo y buscó la compañía

de Phil.

―¿Estás seguro que éste es elcamino? ―le preguntó al hombre e

voz baja, para que los demás no leoyeran.

El otro asintió con fuerza.―Pues no lo entiendo ―se

quejó―. Hace ya tres días que loseguimos y no hay manera de dar con ellos.

―Pero el wingli insiste en que

aún siente su rastro ―comentó el

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otro, despreocupado.―Es cierto... Quizás es sólo

que vamos demasiado lentos.

―No te preocupes, Alby. Aúnqueda un trecho hasta el castillo del

Doctor. Les alcanzaremos antes deque lleguen. Por otro lado, hay u

 pueblo no muy lejos, Luz de Luna.Podríamos pasar la noche allí, así

los chicos se distraerán un poco yyo podré colocar mis cansadoshuesos en una cama decente.

En un principio Alby dudó;

detenerse en el pueblo implicaba

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 perder tiempo de viaje. Pero elwingli había asegurado que elrastro que seguían era reciente. Así

 pues, el Portador de almas y lachica no podían llevarles tanta

ventaja. Y los chicos necesitaban urespiro.

―Me parece bien. Pero sóloesta noche. No podemos

demorarnos. ***

 

Habían bajado al comedor 

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 para tomar el almuerzo. Auroraremovió, sin ánimo, el contenidodel cuenco con la cuchara. La

 posadera le había preparado un bolde leche de almendras con cebada,

que había quedado remojada yformando grumos. La mezcla estaba

tibia y tenía un sabor dulce, debidoa la miel que le habían añadido.

Aun así, su aspecto no era el másapetecible del mundo.―Come ―le ordenó Zac, que

se hallaba sentado frente a ella.

Aurora levantó la mirada.

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―No tengo hambre ―repuso,casi sin fuerzas.

Y era cierto. Un nudo en el

estómago le impedía tragar cualquier cosa.

―Prefieres que pida algo de pan con miel. ¿O unas chuletas?

―No… no es eso.―Pues entonces come –instó

él. Ella torció el gesto y, harta de protestar, llenó la cuchara demadera con la mezcla y se la metió

en la boca. Mascó sin ganas los

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grumos, que se le enganchaban e

los dientes, y tragó. Después,repitió la operación varias veces

más.Cuando ella hubo terminado,

se dirigieron a la salita que hacíalas veces de recepción, donde el

día anterior se habían encontradocon Mira y Maya. Ellas tambié

estaban allí, esperándoles. Nohabía equipaje que preparar nimaletas que recoger, por lo quetodo estaba listo para la marcha.

―Bueno, niña, ahora no te

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desmayes otra vez, ¿eh? ―se burlóMaya, con su aguda voz infantil―.

o nos gustaría que te murieras

antes de tiempo.Aurora se mordió el labio

inferior, intentando tragarse unas palabras que con gusto habría

escupido a la cara de la hija menor del Doctor. Miró a Zac de reojo,

 buscando apoyo en él, pero seencontró con su característica pasividad.

Mira tampoco parecía

interesada en aquella burla cruel,

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 pero, aun así, aprovechó el

momento para dirigirse hacia lasalida, murmurándole unas palabras

en faranés a la pequeña.―Claro ―repuso ella,

regalándole una última miradacargada de desprecio a Aurora―.

o queremos hacer esperar a LordKermiyak.Y, seguidamente, salió tras su

hermana.Fue entonces, cuando Aurora

se disponía a ir tras ellas, que Zac

la retuvo cogiéndola por la muñeca.ll l i i i b

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Ella se volvió, inquieta. Sabía

que él no lo hacía adrede cuando pasaba por alto los comentarios

ocosos de Maya, pero seguíasabiéndole mal que no la defendiera

más a menudo. Por eso dijo, coalgo de brusquedad:

―¿Qué quieres?Él no respondió. En vez deeso, le tendió un paquete envueltoen una tela áspera de color grisáceoque ella cogió.

―¿Qué es? ―quiso saber la

chica.G á d l bi E b i

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―Guárdalo bien. Es un abrigo

hecho de pieles de lobo, te servirádurante el trayecto, cuando el frío

se haga insoportable.Aurora estrechó el bulto contra

su pecho. Un cierto remordimientola recorrió por dentro: estaba claro

que él estaba haciendo todo lo que podía y, aunque a ojos decualquiera pudiera parecer que noera mucho, ella sabía que era ugran esfuerzo. Sonrió, coamargura, mientras guardaba el

 paquete en la mochila. Cuando huboi d d li l

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terminado, y antes de salir tras las

hijas del Doctor, que sin dudaalguna debían estar esperándoles, le

miró una vez más.―Gracias ―murmuró,

regalándole una tenue sonrisa. ***

 Amelia corrió hacia la entrada

de aquel pueblo que era tan grandeque parecía una ciudad.

―¡Uau! ―dijo sorprendida.

 Nunca antes había visto nadai l

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igual.―Bonito lugar, ¿verdad?

―comentó Phil, sonriente.

Los cinco compañerosobservaron la ciudad con asombro:

las grandes casas hechas de piedraque se elevaban, en algunos casos,

más de tres pisos; el suelo pavimentado con adoquines

oscuros, que no estabadescuidados como los dePueblofrontera; las chimeneashumeantes, que llenaban todo de u

olor a madera y comida muyd bl l it í d l t

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agradable; y el griterío de la gente y

los niños.―Chicos ―dijo entonces

Alby, en plan solemne―, Phil y yohemos pensado que podríamos

 pasar la noche aquí. Estamoscansados y nuestro objetivo no está

tan lejos. Será mejor recuperar fuerzas por lo que pueda surgir.―¿En serio? ―repuso

Germián, con los ojos brillantes dealegría.

―¡Podremos dormir en una

cama! ―añadió Amelia,ol iéndose hacia Pierre

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volviéndose hacia Pierre.

Por su parte, Alby volvió adirigirse a Phil, dejando que los

demás saborearan la idea de pasar la noche en la ciudad.

―¿Conoces a alguien aquí?―No, pero hay una posada

que está muy bien. Los dueños somuy amables y solía hospedarme eella cuando hacía de mensajero.

―Bien, pues. Pasaremos lanoche allí.

 

***

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Maya miró de reojo a Aurora,que andaba cabizbaja al lado de

Zac. Él parecía no prestarle lamenor atención pero ella sabía que

no era así. Había un estrechovínculo que unía a ese par y aquello

la enfurecía, porque antaño Zachabía sido suyo.Sí, era cierto, él no tenía

sentimientos y no podía amar anadie, pero a ella le había gustadousarlo como si fuera un muñeco. Y,

aunque había terminado por cansarse de él como terminaba

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cansarse de él, como terminaba

cansándose de todo lo que larodeaba, no le gustaba ver como

otra persona recogía las migajas delo que ella había desechado.

Y menos aún si esas migajasempezaban a mostrar unos

sentimientos que nunca antes habíamostrado.Con un retorcido plan en la

cabeza, la niña se detuvo en seco.Aurora, que iba justo detrás de ella,

tropezó con su pierna y cayó de

 bruces.¡Oh! Vaya Deberías vigilar

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―¡Oh! Vaya. Deberías vigilar 

 por dónde andas ―soltó la rubia,desagradable como sólo ella podía

ser, aprovechando el momento para pisarle una mano a la chica.

Aurora la miró desde el suelo,mostrando signos evidentes de

querer echarse a llorar. Pero no ledio aquel placer. Se levantó, sesacudió el polvo y siguió andando,sin quejarse lo más mínimo.

Aunque, en realidad, a Maya

no le importaba la reacción de ella,

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cuando había vuelto la vista alfrente seguía inexpresivo como

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frente, seguía inexpresivo como

siempre.Así que, renegando, Maya se

apartó de él.Aurora esperó a que la niña

retomara el camino y volvió a ponerse al lado de Zac. Le miró de

reojo, sintiendo de algún modo el peso del regalo que él le habíadado dentro de la mochila. Luego,inspiró profundamente e, ignorandoel cosquilleo del vientre, alargó la

mano y tomó la de él.

Zac no se inmutó, pero ledevolvió el gesto estrechándosela

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devolvió el gesto, estrechándosela

también. 

*** 

Amelia se abrió paso entre elgentío. A aquella hora cercana almediodía las calles estaban llenasde gente, especialmente mujeresque estaban en medio de susquehaceres. También había muchosniños que correteaban empujándola

sin compasión.

Le llamó la atención una mujer que avanzaba a lo lejos con posado

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que avanzaba a lo lejos, con posado

elegante, y que era tan alta quesobresalía de entre la multitud.

Tenía una larga cabellera cobrizaque caía como una cascada por s

espalda y la piel de su cuello y scara se veía tan pálida y suave

como la de una noble; nada que ver con el color tostado que adquiríatodos aquellos que se pasaban eldía trabajando al aire libre.Además, sus ropas tenían aspecto

de ser muy caras y estar bie

rematadas.“¡Qué envidia!” pensó ella,

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¡Qué envidia! pensó ella,

mientras la veía alejarse por unacalle lateral.

―¿Qué miras con tantoentusiasmo? ―le preguntó Pierre.

―Nada, nada ―sonrió ella,avergonzada ante el hecho que u

hombre pudiera descubrirlaenvidiando la belleza de otra mujer.Alby también se les acercó

segundos después, llevando alwingli en brazos. Lo había tomado

 por miedo a que alguien pudiera

 pisarlo sin querer.―¿Habéis visto a Phil y a s

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¿Habéis visto a Phil y a s

hijo? ―preguntó.Los otros dos negaron con la

cabeza.―Entonces será mejor que

avancemos. No deben andar lejos.Busquemos un lugar más despejado.

 Alby se detuvo ante la puerta

verde de la posada. La habíaencontrado gracias a las

indicaciones de algunos de loshabitantes de Luz de Luna, porque

de Phil y Germián seguían sin haber rastro alguno.

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ast o a gu o.

Pero, para su sorpresa, cuandolos tres compañeros entraron en la

 posada, encontrándose un pequeñoy acogedor recibidor, fue Phil quien

les recibió.―Al fin ―murmuró el

hombre, mientras se rascaba la barba―. ¡Cuánto habéis tardado!Alby le miró descolocado.

Habían estado buscándole durantemás de una hora. Pero fue Amelia la

que habló, hecha una furia:

―¿Cómo que cuanto hemostardado? ¡Maldito viejo, llevamos

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tardado? ¡Maldito viejo, llevamos

años buscándote!―Cálmate, Amelia ―le

sugirió Pierre, poniendo un brazoante ella, por si se le ocurría alguna

locura.Pero Phil, lejos de enfadarse,

estalló en una sonora carcajada.―Vaya. Y yo que pensaba queéste sería el primer lugar donde me buscarías.

Los tres se miraron, algo

avergonzados por la evidencia de

aquel hecho.―Sí, bueno ―repuso ella,

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, p ,

tratando de quitarle importancia altema―. Pero, la próxima vez, no

vuelvas a desaparecer así, sin más.―¿Desaparecer, yo? ¡Si

fuisteis vosotros! Recuerdo que osdije “la próxima calle a la

izquierda, estad atentos” y cuandome volví, ya sólo me seguíaGermián.

 Ninguno dijo nada. No lehabían oído.

―¿Y tu hijo? ―preguntó

Pierre.―Dejando el equipaje en la

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j q p j

habitación. ¡Por suerte tienen sitiode sobras! Rika, la posadera, me ha

dicho que esta misma mañana sehan ido los únicos huéspedes que

tenían.―Perfecto ―comentó Alby,

contento de que al fin algo saliera bien. 

Pasaron el resto del día

holgazaneando. Después de lacomida, Amelia insistió en ir a

visitar al lago que daba nombre al pueblo y que no estaba lejos. Pero

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p y q j

sólo Pierre había accedido aacompañarla. Y Alby sabía bien

 por qué.―Ten cuidado con lo que

haces, Pierre. Amelia es un huesoduro de roer. No quiero que

vuelvas con un cuchillo clavado eel estómago ―le había advertido asu amigo.

Pero el otro se había limitadoa guiñarle el ojo, mientras

decía:

―Sé lo que me hago.Después de aquello, Alby se

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p q y

había ido a dar una vuelta por el pueblo. Añoraba Pueblofrontera y

también echaba en falta losconsejos de Nannette, siempre ta

 prudente y sabia. Pero había hecholo correcto dejándola en su casa. Ni

en sus mejores tiempos habríaaccedido a llevarla con él; aún ledolía demasiado la pérdida de sus padres a manos de las hijas de LordKermiyak, cuando habían sido

descubiertos usando la magia y no

quería perder también a su hermana.Regresó a la pensión cuando

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empezaba a anochecer y, aunquetodavía era pronto para la cena,

 pidió a la posadera que le preparara algo de comer y se metió

en la cama, cayendo pronto en usueño intranquilo.

Fue Shiu quien le despertó, amedianoche.“En la cocina” le dijo el

animal, usando el lenguaje delcorazón.

Alby quiso preguntar de qué se

trataba, pero Shiu señaló la puerta yle instó a salir.

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Se levantó rápidamente y sevistió, saliendo al pasadizo.

Avanzó en silencio y descendió por las escaleras hasta la planta baja,

donde se encontraban la cocina, elcomedor y las habitaciones de los

dueños. No le sorprendió descubrir la pálida luz que se escabullía por la ranura inferior de la puerta de lacocina. Caminando de puntillas, seacercó hacia allí y pegó la oreja

sobre la pared para escuchar lo que

hablaban en el interior.―…siento por ella, pero

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nosotros poco podíamos hacer.―Lo sé. Pero me da mucha

 pena. ¡Se la veía tan indefensa…!―Ya sabes lo que pienso al

respecto: prefiero que sean ellos anosotros.

―Pero Didier, ¡era solo unaniña!―Me da igual. Además, me

alegro de que se fueran estamañana. No me gusta tener por aquí

al siervo del Doctor ni a sus hijas;

especialmente la pequeña. Esinsufrible.

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Alby tuvo que reprimir ugemido de sorpresa, apartándose u

tanto de la puerta. Parecíaimposible que los huéspedes que

habían partido aquella mismamañana fueran los que ellos estaba

 buscando. Los habían tenido tacerca… Estuvo a punto de echarsea correr hacia las habitaciones ydespertar a sus compañeros, perorecordó que aún quedaban algunas

horas para la salida del sol y que, si

salían ahora, corrían el riesgo de perderse o de sufrir algún percance

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 por la falta de luz.Maldiciendo para sus

adentros, subió sigilosamente haciael piso superior. Shiu le esperaba

sobre la cama.―¿Cómo lo has sabido? ―le

dijo. ―Detecté los rastros de Zac yAurora en cuanto llegamos aquí. Heestado husmeando por la ciudad einvestigando a los posaderos.

Quería estar seguro. Ahora sé que

han partido hacia el bosque, pocoantes de mediodía, y que Mira y

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Maya se han unido a ellos. Si hadetenido su marcha para pasar la

noche, nos llevan medio día deventaja.

―Mira y Maya... ―susurró eloven―. Esto no me gusta.

―¿Qué vamos a hacer?―No creo que tengamosalternativa. ―Suspiró―.Partiremos al alba.

Alby volvió a meterse en la

cama, esta vez sin siquiera quitarse

la ropa. No iba a dormir; tampoco podía.

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13. La Primera alma

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  Partieron temprano.

Alby les había despertado poco antes del alba y les había

 puesto al corriente de la situación.En cuanto el sol había hecho stímida aparición más allá en elhorizonte, los seis estaban listos para la marcha. Ninguno había protestado al conocer la noticia yPhil se había encargado de

excusarse ante la posadera por s

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los árboles y el frío se había idoacentuado con el paso de las horas.

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―Huele a tormenta―murmuró Pierre en un momento

indeterminado. Ninguno dijo nada pero aquel

era un pensamiento común entre elgrupo.

―¿Va a nevar? ―quiso saber el más joven, mientras echaba uvistazo al cielo, que se habíaconvertido en un mar de algodón.

―Probablemente ―le

respondió el primero que había

hablado―. La temperatura es cadavez más baja y de llover (y seguro

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que va a hacerlo), será en forma denieve.

Un silencio se dibujó en elaire; todos temían que les alcanzase

una tormenta de nieve en medio delcamino.

―Es culpa mía ―se quejóPhil―. No debí insistir en que pasáramos la noche en aquel pueblo. Fui demasiado egoísta yahora hemos perdido a la chica y

nos alcanzará una tormenta.

―No digas tonterías, Phil ―leriñó Alby―. Lo acordamos los dos

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y nadie puso objeción. Además,sólo nos llevan medio día de

ventaja y en su grupo hay tresmujeres. Si mantenemos el ritmo, no

será muy difícil alcanzarles, comomuy tarde, mañana al mediodía.

Amelia estuvo a punto de protestar ante aquel comentario, pero se mordió la lengua. No eramomento para defender sus teoríasfeministas y, por otro lado, sabía

que Alby llevaba algo de razón en

sus palabras, pues a ella misma leestaba costando un poco mantener 

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el ritmo de sus compañeros.Suspiró y siguió avanzado co

grandes zancadas, con la vista puesta en el suelo.

―Vamos, campeona, no terindas ahora ―oyó que decíaalguien a su lado.

Al volverse, se encontró cola mirada vivaracha de Pierre.Sonrió.

―No te voy a dar esa

satisfacción ―simuló haberse

ofendido ante la falta de confianzade su compañero.

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Pero terminó soltando unacarcajada y le pegó un codazo

amistoso.―No pienses que con esto me

estoy rajando, ni nada parecido, pero... estoy un poco intranquila. Esdecir, cuando me uní a estaexpedición pensaba que nuestrotrabajo consistiría en liberar a laniña del cautiverio del Portador dealmas. Y que ahí terminaría todo.

Pero ahora, con la aparición de las

hijas del Doctor... No sé, yo notengo ni idea de magia y, aunque sé

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defenderme bien, nunca he luchadocon alguien tan fuerte. Mira y Maya

me dan miedo.Pierre, que no borró una

amigable sonrisa de su rostro etodo el tiempo que Amelia estuvohablando, le puso una manoafectuosa en el hombro.

―¿Sabes? Yo también estoymuerto de miedo. Pero confío eAlby. Y en el wingli, por supuesto.

Por eso les voy a seguir hasta el fi

del mundo, si hace falta.Alby, que estaba situado a la

b d l ó l i

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cabeza del grupo, oyó el comentario pero hizo como si nada. En cambio

Shiu, que estaba posado en shombro porque el trayecto a pie era

demasiado para sus cortas patas ylargas orejas, se volvió hacia Alby:―No te preocupes ―le

dijo―. Saldremos adelante.―Sólo espero no estar 

llevándoles a la muerte, como lesocurrió a todos los demás que lo

intentaron antes que nosotros.

―Los otros no conocían a laÚltima alma.

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 ***

 Aurora tuvo que abrazarse co

fuerza a sí misma para entrar ecalor. Durante el día la temperaturahabía ido descendiendoalarmantemente y, a pesar de latúnica de lana que le había regalado

la posadera, la sudadera de deporteque se había echado encima y la

chaqueta de plumas, el frío

empezaba a calarla hasta loshuesos.

I d l ti

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Ignorando los continuosreproches de Maya por su paso

lento, se detuvo y descolgó lamochila que llevaba a la espalda.

Cuando la tuvo en el suelo, sacó el bulto que Zac le había dado lamañana anterior, desenvolviéndolocon cuidado, como si fuera algo precioso y frágil.

La piel de lobo parecía suavey brillante, pero Aurora sintió una

 punzada en el estómago al intentar 

acariciarla. ¿Cuántos animaleshabrían muerto para que ella no

t i f í ? S dió l b

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tuviera frío? Sacudió la cabeza,como si de aquel modo pudiera

alejar aquellos pensamientos de lamente, y desplegó la capa, que se

echó encima los hombros.Rápidamente sintió la agradablesensación de calidez que letransmitía la prenda.

―¿Se puede saber qué haces?

―le gritó Maya desde el fondo delcamino.

Pero Aurora la ignoró y

retomó la marcha como si nada.Cuando estuvo al lado de la rubia,

é t l b ó d t id t

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ésta la observó detenidamente.―¿De dónde has sacado eso?

―siseó la niña, señalando elabrigo.

Ella no respondió, por lo queMaya la obligó a detenerse.―Quítatelo ―ordenó.Aurora la desafió con la

mirada.

―No.―¡Qué te lo quites, sucia

maraya! ―gritó la otra tirando del

 borde del abrigo. ―¡Alguien comotú no merece llevar una prenda

j t !

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semejante!Aurora se apartó de un salto,

evitando a la niña de ojos verdes.o consentiría que le robara el

abrigo; era un regalo de Zac y,además, si se lo quitaba moriríacongelada. Pero como respuesta,Maya levantó una mano, enfurecida.Sus ojos brillaban encendidos co

el fuego del odio.Fue Mira quien la detuvo,

acercándose a ella para cogerla por 

la muñeca y murmurarle algo efaranés. La otra, furiosa consigo

misma y con el mundo apartó la

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misma y con el mundo, apartó lamano opresora de su hermana de u

tirón y gritó. Luego, se volvió denuevo hacia el camino y siguió la

marcha. 

Aurora se acurrucó más en sabrigo, tratando de pasar 

desapercibida ante Maya.Tras la caída del sol, se

habían detenido en un lugar rocosocon la intención de pasar la noche.

Pero Zac y Mira habíadesaparecido al llegar, en busca de

leña y comida y la habían dejado

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leña y comida, y la habían dejadosola con la niña rubia. Y ahora ella

no sabía cómo controlar aquellasituación.

Cerró los ojos, haciéndose ladormida. Quizás así la otra ladejaría en paz.

Pero no tuvo tanta suerte.―Así que te gusta Zac, ¿eh?

―dijo Maya, sarcástica, mientrasatizaba las llamas.

Aurora intentó ignorar el

comentario, manteniendo los ojoscerrados. Pero Maya continuó

hablando Sabía perfectamente que

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hablando. Sabía perfectamente quela otra la escuchaba y no iba a dejar 

escapar la oportunidad de torturarlaun poco más, ahora que Zac y Mira

no estaban para defenderla.―Sí, hacéis buena pareja, taunidos. Qué lástima que estémuerto, ¿verdad?

Aquel comentario

malintencionado hizo que la chicaterminara cayendo en la trampa y

abriera los ojos, casi sin querer.

―Déjame en paz, ¿deacuerdo? No sé qué te he hecho,

pero me da igual Sólo olvídate de

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 pero me da igual. Sólo olvídate demí.

―¡Oh! Vaya ―dijo Maya,fingiendo cara de niña buena

sorprendida―. Estoy convencidade que no me crees. Y eso sólo puede querer decir una cosa: queZac no te ha contado su pequeñosecretito.

Aurora guardó silencio; ambaslo guardaron. Se observaron largo

tiempo, envueltas por un denso y

asfixiante silencio. Aurora habíasabido desde el principio que tras

aquellos ojos sin fondo que tenía

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aquellos ojos sin fondo que teníaZac había un secreto. Pero tambié

sabía que no podía fiarse de Maya.Y, aunque podría haberle gritado

que se callara, levantarse e irse acualquier lugar para esperar elregreso de Mira y Zac, no lo hizo.En vez de eso, murmuró:

―¿Secreto?

Maya se rió con ganas, porquehacer sufrir a aquella chica era lo

más divertido que había hecho e

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Lord Kermiyak decidió que aquelmuchacho sería el último habitante

de Udegelia que moriría por s

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de Udegelia que moriría por scausa. De este modo mató dos

 pájaros de un tiro: dejó de tener alos habitantes de Udegelia en s

contra y, aprovechando un cuerpovacío, creó a alguien que pudieratraerle almas humanas desde elOtro Lado. ¿Por qué crees que Zacsi puede cruzar la Puerta? Porqué

está muerto. Y los objetos sin vidason los únicos que pueden atravesar 

el cristal mágico.

>>Sí niña, sí. Zac es laPrimera alma. O lo que queda de él,

vaya Porque ahora ya no es más

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vaya. Porque ahora ya no es másque un cascarón vacío movido por 

la voluntad de Lord Kermiyak.―Mientes ―repuso Aurora,

tajante.―Sólo quieres hacermedaño.―Si miento... entonces, ¿por 

qué lloras?Aurora se llevó las manos a la

cara y palpó las lágrimas que sedeslizaban por sus mejillas.

En aquel momento llegó Zac,

cargado con un montón de leña.Aurora sintió la mirada vacía de él

puesta sobre ella y las palabras de

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 puesta sobre ella y las palabras deMaya resonando dentro de sus

oídos. No podía dejar de pensar eque si Maya tenía razón (y parecía

que la tenía) todo lo que habíavivido aquellos últimos días, lo quehabía sentido y lo que creía haber visto en los ojos del Portador dealmas no había sido más que una

mentira, pues él era poco más queun muñeco de trapo movido por los

hilos oscuros del Doctor. Ya no

 podía confiar en él y las palabrasque Alberto le había dedicado en

sueños habían perdido todo el

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sueños habían perdido todo elsentido. ¿Podía ser que incluso

aquellas palabras fueran unaugarreta del brujo, para llevarla

ante él con mayor facilidad?El peso de la verdad cayósobre ella como una losa,haciéndola sentir tan perdida comosólo se había sentido al llegar a

aquel extraño lugar llamadoUdegelia. Sin saber muy bien lo que

hacía, se levantó de un salto,

movida por la adrenalina queacababa de inundarla por dentro y

echó a correr hacia el bosque, sii

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echó a correr hacia el bosque, simirar atrás.

―¡Qué haces! ¡Detente! ―oyógritar a Maya detrás de ella―.

Maldito estúpido, no te quedes ahí parado. ¡Ve a buscarla y tráela devuelta! 

Zac la alcanzó tras lo que pareció una eternidad.

Se abalanzó sobre ella y lahizo caer al suelo. Después, la

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abría paso en medio de una paredde piedra, escondida tras la maleza.

Una vez dentro, la hizo caminar ati t h t ll l f d d l

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,tientas hasta llegar al fondo de la

misma y allí le ordenó que sesentara.

Pero ella no obedeció y, a pesar de que en la oscuridad de lacueva no podían verse, le desafiócon la mirada.

La respuesta que él le dio la

dejó descolocada:―No sé cuánto tiempo voy a

 poder controlarlo. Y si nos

cruzamos con Maya, terminará ecuestión de segundos.

El tono de voz que Zac habíal d l h bit l f í

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qempleado era el habitual: frío y

carente de emoción, el mismo queusaría cualquiera para contar una

obviedad. Pero el contenido de lafrase era distinto. Casi podíadecirse que él no quería queaquello sucediera.

―¿Qué? ―susurró ella, si

entender―. No sé de qué me estáshablando. Ni siquiera sé por qué

has hecho lo que acabas de hacer.

¡No entiendo nada! ¿Por qué me hasayudado? ¿Y por qué ahora me

obligas a permanecer en este lugar?L ú i i i l j

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g p gLo único que quiero es irme lejos

de aquí y si no piensas ayudarme,será mejor que lo dejes claro ahora.

―Si sales de aquí y gritas,ella te encontrará y te atrapará ―lainterrumpió Zac.

Entonces el chico se hizo a ulado en la estrechez de la cueva, la

tomó por un brazo y la empujóhacia la salida.

―Si quieres irte, eres libre de

hacerlo. No voy a impedírtelo. Peroella está al acecho y si te coge, no

voy a poder ayudarte.Aurora ojeó el pasadizo que se

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y p yAurora ojeó el pasadizo que se

extendía ante ella, al final del cualse apreciaba algo de la luz nocturna

que entraba por la apertura, y queera muy poca porque aquella nocheel cielo estaba cubierto de nubes.Se imaginó a la pequeña Mayadando vueltas por los alrededores,

 paseando su ira. Y tembló.―No... No quiero irme.

―Estaba claro que no era el

momento de abandonar aquelrefugio―. Pero, ¿qué vamos a

hacer?Esperar

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―Esperar.

Aurora asintió y, tras dirigir una última mirada a la entrada de la

cueva, se recostó en la pared de piedra. Estaba fría y era áspera.El silencio se había apoderado

del lugar y los segundos empezaroa transcurrir con languidez. Los

recuerdos de las palabras de Mayallenaron el vacío y Aurora se sintió

extraña en compañía del Portador 

de almas. La compenetración quehabía llegado a experimentar con él

durante los últimos días,especialmente después de que él se

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especialmente después de que él se

hiciera cargo de ella al caer enferma, parecía haberse esfumado

de repente, como si no conocer lossecretos que escondía el joveabriera una brecha insalvable entrelos dos.

Instintivamente, le buscó co

la mirada en la oscuridad. Pero lafalta de luz no le permitió

localizarle. Aun así, podía sentir su

 presencia, ahí, muy cerca; y srespiración, suave, pausada, casi

inaudible. Quizás fue aquel detalle(el de no poder verle) el que le dio

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(el de no poder verle) el que le dio

fuerzas para formular aquella pregunta:

―¿Es… es verdad que estásmuerto?Lo había soltado de

improvisto, le había pasado por lacabeza y lo había pronunciado si

más. Pero en aquel momento, yanada importaba. No había lugar 

 para formalismos, ni tampoco para

los miedos. Ella iba a morir y Zacera lo único que se interponía en s

destino. Tenía que estar segura depoder confiar en él y de saber a qué

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 poder confiar en él y de saber a qué

atenerse.―Sí.

La respuesta le llegó casi alacto. Aurora no pudo ver laexpresión de él para saber si permanecía impasible como decostumbre o si había nacido en el

fondo de sus ojos un poco deemoción. Contuvo el aliento,

dejando que la verdad la inundara.

Había sabido en todo momentoque las palabras de Maya no había

sido solamente un modo de herirla,lo había sabido porque ella misma

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lo había sabido porque ella misma

sospechaba que había algo especialtras la mirada vacía del Portador de

almas. Pero escuchárselo decir a éllo hacía mucho más real; mástangible.

―Pero… pero…―tartamudeó―. Pero tú no puedes

estar muerto. Estás aquí, ahora,conmigo. No estás... muerto.

Sus palabras fuero

apagándose hasta convertirse e poco más que simples murmullos,

ahogadas por el nudo que tenía ela garganta También sus ojos

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la garganta. También sus ojos

habían ido llenándose de lágrimas,que ahora caían por sus mejillas.

―Estoy muerto porque notengo alma. Me fue arrebatadacomo lo será la tuya. Y eso esmorir.

Las palabras de Zac se

clavaban como agujas de hielo esu pecho.

―Basta ―gimió Aurora. Y se

llevó las manos a las orejas. No quería escuchar nada más.

o podía soportarlo.Pero él, como si hubiese leído

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Pero él, como si hubiese leído

su gesto, alzó las suyas y tomó lasde ella, apartándolas con cuidado.

―Que no quieras escucharlo,no lo hará menos real.Y entonces ella recordó las

 palabras que le había dicho Albertoen aquel último sueño: “¡Porque el

verdadero Zac está aquí conmigo!”.Claro. Alberto estaba muerto y

aquello era el cielo. Y si Zac estaba

con él, sólo podía querer decir unacosa: que todo lo que contaba ahora

era verdad.―¿Y cómo puede ser que te

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¿Y cómo puede ser que te

muevas, que andes, que hables?―Mi cuerpo siguemoviéndose gracias a la magia ysigo sabiendo quién soy porque, a pesar de todo, mi alma aún sigueaquí, en algún lugar de esta tierra,muy cerca. Pero sigo sin tener alma

y, por lo tanto, no puedo sentir, ni pensar por mí mismo, ni desear.

Sólo puedo cumplir las órdenes de

mi señor.―Pero yo lo vi, lo noté. Había

vida en ti. Y ahora... ahora me estásayudando...

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ayudando...

Aurora no pudo terminar lafrase, acaparada por el peso de sus propios sentimientos. No podía ser que todo aquello hubiesen sido sóloimaginaciones suyas. No podía ser que su mente se lo hubieseinventado para hacer más

soportable la desesperación quesentía.

Zac tampoco le respondió y

siguió inmóvil, ligeramenteinclinado hacia ella, de manera que

sus rostros quedaban frente a frente,separados solamente por la

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oscuridad.Y entonces, en un últimointento a la desesperada, Aurorarecorrió aquel espacio que lesseparaba y puso sus labios sobrelos de él, buscándolos en lanegrura.

Sintió el tacto frío de Zac, la pasividad de su boca, la dureza de

su gesto. Pero, a pesar de ello, no

se detuvo y empezó a mover lentamente sus labios sobre los de

él. Puso en ese beso todo lo quehabía dentro de ella: el amor, el

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,

dolor, el sufrimiento, el miedo y, por encima de todo, la necesidad detenerle. Le acarició con dulzura y leinvitó, a través de sus labios, asentir lo que ella sentía.

Pero lo único que encontró eese beso, fue el gusto salado de sus

 propias lágrimas, que habíaresbalado por su rostro, hasta

llegarle a la comisura de los labios.

―Dime… Dime que hassentido algo ―susurró, al

separarse.La respuesta que obtuvo por 

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p q p

 parte de él fue su silenciosa pasividad.

Aurora suspiró derrotada, parpadeando un par de veces paraahogar las lágrimas que seamontonaban en sus ojos color café.

o había nada que hacer. El mismo

Zac se lo estaba diciendo: no podíasentir porque no tenía alma. Y si

ahora le estaba echando una mano,

 probablemente fuera por algúresquicio de humanidad que todavía

conservaba en su interior.Se dio media vuelta para

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dejarse caer sobre el suelo y pasar así una noche en la que, estabaconvencida, no podría pegar ojo,cuando Zac la tomó por la cintura.Su cuerpo dio un respingo ante elcontacto inesperado.

«¿Qué haces?» quiso

 preguntarle. Pero antes de poder hacerlo, se encontró con que los

labios de él sellaban los suyos y le

regalaban un beso que la dejó sialiento.

―¿Qué...? ―balbuceó, alsentirse liberada, sin entender aquel

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cambio repentino de actitud―.¿Cómo...?Pero él no la dejó continuar y

volvió a besarla.Esta vez ya no le importó a

Aurora. De repente, ya nada lohacía y lo único que pasó a ocupar 

la mente de la muchacha fue eldeseo de sentirse amada por el

Portador de almas.

Entreabrió sus labios al sentir la caricia de la lengua de Zac sobre

ellos y dejó que se hundiera en ellamientras perdía las manos en s

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 pelo, acariciándolo y atusándolocomo si le fuera la vida en ello.

Había estado esperando aquellodesde hacía muchos días y ahoraque al fin lo había conseguido noquería pensar en nada más que nofuera Zac y lo que despertaba e

ella.Hubo un momento de duda, e

el que el Portador de almas gimió

de dolor y se llevó una mano al pecho, en un movimiento que le

recordó a Aurora el suceso quehabía tenido lugar en otra cueva,

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unos días antes. Pero no tuvotiempo de interesarse por la saludde su compañero que, antes de abrir la boca, él ya había vuelto a besarlacon fuerza. Y, mientras lo hacía, se

acomodó sobre el suelo y la invitóa sentarse sobre él.

Inundada por un súbito calor,Aurora deshizo el nudo que

mantenía unida a su cuerpo la capa

de piel de lobo y sin apartar la prenda completamente, desabrochó

la cremallera de la chaqueta, asícomo la de la sudadera que llevaba

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debajo, deshaciéndose de las dosen un movimiento torpe. Zacaguardó en silencio a que ellaterminara, como si a pesar de laoscuridad que les cubría supiera e

cada preciso momento lo que ellaestaba haciendo. Después, puso una

mano sobre la mejilla de la chica yla acarició suavemente,

descendiendo lentamente por s

cuello y su pecho, haciendo que la piel de ella ardiera allá donde él la

había tocado por encima de latúnica de lana que aún llevaba

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 puesta. La sensación se intensificócuando esa misma mano se colocósobre su piel, colándose por la parte inferior de la prenda.

 No estaba tan fría como de

costumbre, pero el contraste con elcalor de su cuerpo encendido, la

hizo estremecerse. Aurora dejóescapar un gemido y se abrazó al

Portador de almas con fuerza. Podía

sentir sus caricias por todo scuerpo y aquello la derretía por 

momentos.Esta vez fue ella quien buscó

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sus labios y quien se hundió eellos, movida por la necesidad desentirse unida a él de todas lasmaneras posibles.

Y cuando quiso darse cuenta,

se encontraba tendida en el suelocon Zac recostado sobre ella.

A pesar del lecho improvisadoque había montado con la chaqueta

y la sudadera, a Aurora la sacudió

un escalofrío. l cubrió mejor elcuerpo de ella con el suyo propio y

tiró de la capa de piel de lobo parataparlos a ambos. Después, la besó

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con pasión. 

Los rayos de sol que seescabullían por la entrada de la

cueva despertaron a Aurora.Confusa por las horas de

sueño, la chica entreabrió los ojos yse encontró a sí misma envuelta

entre capas de ropa. El ambienteestaba caldeado gracias a una

hoguera que quemaba con fuerza u poco más allá de dónde estaba ella,

cerca de la entrada de la cueva. Y,a sus pies, reposaban algunas bayas

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silvestres y un trozo de queso.―Vístete. Hace frío.Aurora se sobresaltó.Zac estaba sentado junto al

fuego.

 No le había visto.Entreabrió los labios para

decir algo en alto, pero se encontrócon que las palabras no acudían. E

vez de eso, el recuerdo de la noche

anterior pasó a ocupar toda smente. Se ruborizó violentamente y

le dirigió una mirada de reojo alPortador de almas.

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Él, por su parte, se la devolvióy, después volvió a centrarse en lallamas, mientras masticaba colentitud algunos frutos que iballevándose a la boca.

A primera vista parecía quenada hubiese cambiado en él. Pero

Aurora podía sentir que sí lo habíahecho. Había algo distinto en él,

algo en el halo que le rodeaba. Y en

sus ojos, que seguían pareciendodos pozos llenos de nada, empezaba

a brillar algo parecido a unaemoción.

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Sin salir de debajo de la capade piel, Aurora se enfundó los pantalones, las botas y laschaquetas que llevaba la tardeanterior. Cuando estuvo lista, plegó

la capa de piel de lobo y se acercóal fuego. Dudó, pero finalmente

terminó sentándose junto a Zac.―Hay algo que no te he

contado.

La voz del Portador de almasresonó en la cueva.

Aurora le miró, frunciendolevemente el ceño. No le había

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gustado el modo en que él había pronunciado aquellas palabras.Pero no dijo nada y esperó a que elcontinuara hablando.

―Conoces Ninguna Parte,

¿cierto?Aurora se quedó pensativa

unos instantes. Sí, lo conocía, o almenos eso creía; había estado allí

en unas cuantas ocasiones durante

el tiempo que llevaba en Udegelia.Y en ese lugar se había rencontrado

con Albero. Pero aquello eran sóloun puñado de sueños, ¿no?

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―¿Cómo sabes lo de NingunaParte?Aunque rápidamente se dio

cuenta de lo estúpido de aquella pregunta. Alberto le había

mencionado que el verdadero Zacestaba allí con él; y sabiendo lo que

sabía ahora, entendía que se referíaa que su alma. Pero entonces… ¿se

trataba de un lugar real? Y los

sueños que había tenido... ¿tambiélo eran?

―Apenas recuerdo el día eque fui capturado por Maya, hace

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más de ciento cincuenta años ―lavoz de Zac la devolvió a larealidad―. Mi muerte formó partede unos acontecimientos quecambiaron la historia de Udegelia.

Lord Kermiyak había ofrecido utrato a los habitantes de este país:

dejar de capturar almas en Udegeliaa cambio de la paz. Solo pedía una

cosa a cambio: una última víctima

con poderes de brujo. Por eso meeligió a mí. Yo era un alma pura,

tenía el don y mi muerte servía deadvertencia a todos aquellos a

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quienes pudiera pasárseles por lacabeza enfrentarse al Doctor.>>Lo que sí recuerdo con toda

claridad fue el momento previo ami muerte. Me habían atado sobre

un altar y yo luchaba por aflojar lascuerdas y poder huir. Tenía miedo,

mucho miedo, incluso creo quelloré suplicando por mi vida. Pero

nadie iba a venir a rescatarme,

 porque mi muerte había sido pactada por todos. Entonces, el

Doctor se me acercó y me mirófijamente, justo antes de conjurar s

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 poder oscuro para abrir el portal deinguna Parte.>>“Te presento tu nuevo

hogar” me dijo. Y luego añadió:“Ninguna Parte es, a pesar de lo

que su nombre indica, un sitio.Pero, tal y como se puede deducir,

está situado en un lugar inexistente, pues se yergue más allá de la

comprensión humana. Aunque no

 pretendo que lo entiendas, sóloquiero que sepas que ahí reposará

tu alma hasta que haya conseguidolas otras setecientas sesenta y seis

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que me faltan para abrir la Puerta.Porque tú no eres más que el primero”.

>>En ese instante, empecé asentir que perdía mi cuerpo, que

todo se difuminaba a mí alrededor.Pero antes de perder por completo

el sentido de la realidad, oí que élañadía: “Antes de que desaparezcas

 por completo, creo que querrás

saber que vas a ser tú mismo quieme traerá estas setecientas sesenta y

seis almas que necesito; tú, o lo quequedará de ti.”

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>> Te mentiría si te dijera queno traté de rebelarme, pero ya nada podía hacer. Mi alma se iba yapenas podía sentir nada de lo quemi cuerpo transmitía.

Aurora se quedó en silenciounos instantes, tratando de asimilar 

todo aquello que él iba contándoley que parecía tan irreal como el

hecho de que él no tenía alma.

―¿Entonces… Ninguna Partefue creado por el Doctor?

―Sí. Es el lugar dónde ha idoguardando las almas de las

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setecientas sesenta y seis víctimasque, como yo, han caído en susmanos. Allí nos encierra y nosmantiene prisioneros, aguardando eldía de tu llegada, el día en que se

completará el número y se abrirá laPuerta.

 No fue algo instantáneo, perotras unos instantes, Aurora se dio

cuenta de lo que implicaba

aquellas palabras.Inconscientemente, se puso tensa

cómo un palo de escoba y se apartóde él, casi con asco.

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Zac la dejó levantarse y lacontempló en silencio, esperandouna explicación. Pero como esta nollegaba, murmuró:

―Qué sucede.

Aurora le miró con rabia yresentimiento. Su ceño fruncido

denotaba que alguna cosa no iba bien. Pero Zac no entendía a que se

debía aquel cambio de actitud.

―¿Que qué me pasa? Malditoembustero. ¡Y esperas a contármelo

todo ahora, ¿verdad?! ¡Ahora queya te has aprovechado de mí!

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¡Cómo he podido ser tan necia!―gritó, enfadada consigo misma.―¿A qué te refieres?

―insistió él, sin entenderla.―¡Tú te llevaste a Alberto!

¡No fue un accidente de moto! ¡Erescómplice de asesinato!

Aquellas palabras hirieron aZac como una bofetada.

―¡No pude hacer nada al

respecto! ―dijo, denotando u poco de su impotencia en aquel

grito. Una descarga castigó eseintento de acercarse más a s

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cuerpo así que retomó algo de sfrialdad―. Mi alma está presa einguna Parte y, aunque a veces

 puedo salir de ese lugar yacercarme a mi cuerpo, me es

imposible tomar completamente elcontrol, porque un sello mágico me

lo impide. La mayor parte deltiempo soy sólo espectador de lo

que yo mismo hago.

―Si es eso cierto, mírame ydime que intentaste ayudarle co

todas tus fuerzas.Zac le sostuvo la mirada, pero

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no respondió.―Cómo has podido…―susurró ella, con los ojos llenosde lágrimas.

―Lo intenté con los cie

 primeros, quizás doscientos. Perono funcionó ¿Por qué tendría que

haber funcionado con los demás?¿Por qué tendría que haber 

funcionado con él?

―¡¿Y porqué conmigo sí?!―¡Porque a ti te quiero!

Había puesto demasiadaintensidad en aquellas palabras y el

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sello que protegía su cuerpoarremetió con fuerza expulsando elalma que con tanto empeño estabaintentando regresar.

Zac cayó de rodillas,

llevándose ambas manos al pecho yadeó. Y, antes de desplomarse

sobre suelo, sin sentido, Aurora pudo ver que sus ojos ya no estaba

vacíos, sino llenos de vida.

Aurora gritó. Preocupada, seabalanzó sobre el cuerpo del

Portador de almas y lo zarandeó.Pero rápidamente se dio cuenta de

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que era inútil. No respiraba, no semovía. Estaba muerto.Por su culpa.Asustada por lo que acababa

de ocurrir, abrasada por sus

 propios sentimientos, Aurora se puso en pie y salió corriendo de la

cueva, sin dejar de llorar. 

14. Un cuerpo sin alma 

¿Está muerto? ―quiso saber Mira.

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―No ―respondió su hermana,sacudiendo con el pie el cuerpoinerte de Zac―. No más de lo quelo estaba antes.

La rubia se rio a carcajadasante la mirada indiferente de s

compañera. Después, se arrodilló ytomó a Zac por el cabello,

levantándole ligeramente la cabeza.

―Despierta.El Portador de almas abrió

lentamente los ojos y parpadeó u par de veces. Con movimientos

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ágiles y como si nada hubiesesucedido, se puso en pie. Su miradavolvía a ser un pozo de infinitanada.

Maya le miró fijamente, como

si esperara algo de él. Pero Zac nohizo ni dijo nada.

―No me fío de ti ―siseó ella.Después, echando un vistazo e

derredor, estudiando los restos de

las brasas en la entrada de la cuevay la capa de piel de lobo que había

quedado abandonada en el suelo, preguntó―: ¿Dónde está la chica?

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―Huyó ―se limitó aresponder él.―¡Eso ya lo sé, imbécil!

―gritó ella, haciendo un gesto cola mano―. Ve a buscarla ahora

mismo.El joven permaneció dónde

estaba, desobedeciendo la orden desu compañera.

―¡Te ordeno que vayas!

―insistió ella, enfurecida.Pero él siguió sin moverse. Y

cuando Maya clavó su mirada llenade odio en los ojos de él, pudo ver 

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 perfectamente que no le obedecería.i ahora, ni nunca.Completamente fuera de sí, la

niña profirió un grito cargado derabia y frustración, para,

seguidamente, cruzarle la cara aloven de un bofetón.

―Maya ―intervino Mira.Pero la otra la apartó de u

empujón.

―¡Cállate, maldita estúpida!Si quieres hacer algo útil, ve a

 buscar a la chica. No puede haber ido muy lejos. Además, ha

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empezado a nevar y su rastro seráfácil de seguir.Mira le dirigió una última

mirada al Portador de almas y, trasasentir levemente con la cabeza, se

marchó, siguiendo el rastro queAurora había dejado tras ella.

  ***

 

Empezó a nevar poco despuésdel amanecer.

―¡Mirad! ―gritó Germián,emocionado, pues no era muy

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habitual ver nieve en su pueblonatal.―Se cumplen los malos

 presagios ―murmuró Alby,dirigiendo una corta mirada al que

había pronosticado aquella nevada.En respuesta, Pierre se

encogió de hombros.Las pequeñas borlas blancas

caían suavemente, como pétalos

mecidos por el viento, y se posabasobre las hojas y los troncos de los

árboles que les rodeaban,enharinando el paisaje a salrededor y creando una

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composición de contrastes entre laoscuridad de la vegetación y la blancura de la nieve. De haber sidoun viaje de placer, probablemente

se hubiesen detenido un rato acontemplar el bello espectáculo que

tenían delante.Pero no lo era.

―Shiu ―le dijo Amelia al

wingli―, si quieres puedo llevarteen brazos.

El animal de pelo anaranjadose detuvo unos instantes,sospesando aquella propuesta. Pero

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la desechó casi de inmediato.―No hace falta. Por ahora

creo que podré continuar yo solo; lanieve aún no me impide ver el

camino y el suelo no está muy frío.Pero gracias de todos modos,

Amelia.Ella sonrió, envidiando la

fortaleza de aquel ser. Nunca

hubiese imaginado que los winglisfueran capaces de tales hazañas. A

 pesar de haber sido creadosmediante la magia y pertenecer a brujos y brujas poderosos, siempre

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le habían parecido animales tiernosy débiles.

Alby aminoró su paso hastacolocarse junto a ellos.

―¿Cómo vamos? ―le preguntó a Shiu.

―El rastro es muy fuerte―repuso el animal―. Ni siquiera

la nieve puede disiparlo. Creo que

están muy cerca, Alby.El joven apretó fuerte los

 puños, sintiendo una mezcla deemoción y terror.―¿Cómo de cerca?

D i i

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―De seguir con este ritmo,daremos con ellos antes demediodía.

Alby levantó la vista buscando

el sol, para situarse en el tiempo, pero se encontró con el techo de

nubes densas como algodón quecubría el cielo, dándole un aspecto

siniestro. Había olvidado que los

winglis poseían un sentido deltiempo tan agudo.

―Aceleremos el paso,entonces. Y estad atentos ―añadió,dirigiéndose a todo el grupo―. Losi d l D

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siervos del Doctor no son ta poderosos como él, pero pueden ser temibles.

Todos temblaron al oír 

aquellas palabras, aferrándose a lasrudimentarias armas que llevaba

con ellos y que se limitaban aviejas espadas oxidadas, cuchillos

de caza y algún martillo.

  ***

 Maya levantó sus largas pestañas, mirando al cielo gris.E b Al l t

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Empezaba a nevar. Algo molesta,sacudió su cabeza, apartando

algunos copos que habían caídosobre su pelo. No soportaba que

nada pudiera estropear su perfecta,aunque infantil, belleza. Y la

humedad siempre terminaba por encresparle el pelo.

Después, como si volviera a la

realidad tras un largo periodo deausencia, volvió la cabeza hacia el

oven que se hallaba ante ella y quetambién empezaba a quedar cubierto de nieve. Clavó la mirada

él dié d l l i

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en él, perdiéndose en el color grisazulado que habían adquirido sus

ojos.Le costaba reconocer en él al

muchacho que había servido a LordKermiyak junto a ella durante tantos

años. De hecho, que ella recordara,sólo le había visto el color real de

sus ojos en una ocasión: el día e

que le había capturado para llevarleante su señor.

―¿Crees que no sé lo que te propones? ―masculló, finalmente,la niña.

Z li itó t l l

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Zac se limitó a sostenerle lamirada, mostrando, sin reparo, s

intención de recuperar el dominiode su cuerpo.

―No te temo ―dijo, erespuesta.

Maya soltó una carcajada,entrecerrando los ojos en una

mueca siniestra. Luego, colocó las

manos en su cintura e inclinóligeramente la cadera.

―¡No me hagas reír! No sé silo recuerdas, pero tu cuerpo estásellado y tu alma, encerrada e

inguna Parte No puedes hacer

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inguna Parte. No puedes hacer nada contra mí. En cambio, yo

contigo puedo hacer lo que me plazca.

Haciendo una demostración desu poder, Maya movió ligeramente

la mano y Zac pudo sentir que elcontacto con su cuerpo se

desvanecía. Aquella bruja intentaba

confinarle de nuevo, como tantasveces había hecho antes y como

tantas veces le había permitidohacer él.Pero esta vez iba a ser 

diferente Esta vez no iba rendirse

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diferente. Esta vez no iba rendirse.Debía proteger a Aurora.

Con todas sus fuerzas, luchó para desvanecer la atmósfera de

irrealidad que le envolvía y leobligaba a regresar a Ninguna

Parte. Se concentró en las vagassensaciones que le transmitía s

cuerpo, abandonado en medio de la

nevada. Sintió el frío, la rigidez y elmiedo. Y aquello le permitió

retomar algo de control.Parpadeó un par de veces yobservó de nuevo el paisaje que lerodeaba blanco gris y negro

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rodeaba, blanco, gris y negro.Había vuelto a su cuerpo. Aunque

aquello le conllevó también lavuelta del dolor, que le cruzó de

arriba abajo como un latigazo y lehizo caer de rodillas. La presencia

de Maya avivaba la fuerza delsello.

Ella sonrió al verle retorcerse

a sus pies.―Eres patético ―se mofó―.

¿Qué crees que conseguirás coesto? Lo único que sacarás serádestruir tu alma y tu existencia.

―Pues pues que así sea

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―Pues… pues que así sea―respondió él, entre espasmos.

Maya se rio de nuevo.―Así podré disfrutar del

 placer de verte morir, por segundavez.

Zac apretó con fuerza losdientes, tratando de ignorar el dolor 

agudo que cada vez se hacía más

intenso. Tenía que regresar por completo, tratar de romper el sello,

aunque fuera gracias a su fuerza devoluntad. Era la única manera quele quedaba de ayudar a Aurora.

Pero aunque en algunos

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Pero, aunque en algunosmomentos tenía la sensación de que

de nuevo volvía a ser dueño y señor de sus actos, también sabía que no

era humanamente posible acabar con el sello maligno que el Doctor 

le había impuesto a su cuerpo, amenos que tuviera el hechizo

correspondiente para hacerlo.

―¡Detente! ―le gritó Mayade improvisto―. ¿No ves que t

comportamiento no te está trayendomás que dolor?Pero él no la escuchó. Su alma

estaba demasiado ocupada

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estaba demasiado ocupada buscando el modo de deshacersedel sello.

―¡Qué pares! ―insistió la

niña, apretando su pie contra el pecho de Zac, ahora tendido

 bocarriba en el suelo.Él entreabrió los ojos y jadeó.

La ira de Maya era tanta que casi

 podía sentir como emanaba de ella.Pero ya no le importaba. Prefería

morir intentándolo antes que vivir otros ciento cincuenta años de aquelmodo. Volvió a cerrarlos y sehundió en la oscuridad en busca de

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hundió en la oscuridad, en busca deuna salida.

Pasados unos minutos, Mayasoltó un gruñido, harta de la

 perseverancia del joven. A medidaque el tiempo avanzaba y él seguía

adelante con su plan, el peso de laduda empezaba a recorrer el

interior de la niña. ¿Qué ocurriría si

Zac no se detenía hasta lograr destruir su alma? De nuevo

volverían a ser las setecientassesenta y seis de antes, y aquello nole haría ninguna gracia al Doctor.

La niña sospesó aquella idea

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La niña sospesó aquella idea,mientras observaba el intento de

suicidio del joven. No. No podía consentirlo.

Quizás pasarían años antes de quesu señor pudiera localizar de nuevo

un alma pura. ¿Y quién le asegurabaque no habría otros que intentaría

lo que el Portador de almas, otros

como, por ejemplo, Mira, o inclusola niña maraya que acababa de

escapar? Tenía que detenerlo antesde que fuera demasiado tarde.―¡Tú te lo has buscado! Me

da igual lo que piense Lord

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da igual lo que piense LordKermiyak sobre todo esto. Nunca

regresarás a tu cuerpo ―fue todo loque le oyó decir a la chica.

Instantes después, la sensacióque le produjo el filo cortante de u

cuchillo hundiéndose en su pecho,le hizo volver de forma violenta a

la realidad. Abrió los ojos de par 

en par y levantó ligeramente lacabeza, para encontrarse a Maya

arrodillada junto a él con las manosaferradas a la empuñadura de s puñal, que había clavado en elcorazón de muchacho.

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corazón de muchacho.―Muere ―murmuró ella, co

su voz acaramelada.Aquella simple palabra había

desatado el poder de Maya,canalizándolo a través del puñal y

rompiendo la poderosa magia que,a pesar de la falta de espíritu, había

mantenido con vida el cuerpo del

Portador de almas. Casi al instante,Zac sintió que todo el trabajo hecho

hasta el momento se desvanecía ysu alma era arrancada de su cuerpo para ser devuelta a Ninguna Parte. 

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***

 Amelia caminaba concentrada

en sus pensamientos y por eso no sedio cuenta que bajo el montón de

nieve que pisaba se escondía una piedra. Pudo sentir perfectamentecomo su pie derecho se deslizaba

 por la superficie helada de la roca,hasta quedar doblado en el suelo,

 produciéndole un terrible dolor. Y,sin poder evitarlo, cayó de brucesal suelo, hundiéndose en la nieve.

Sus cuatro compañeros y el

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p ywingli se volvieron rápidamente al

oír el grito agudo que había soltadoy se la encontraron acurrucada en el

suelo, quejándose del dolor en stobillo lastimado.

―¿Y ahora qué sucede? ―sequejó Alby, algo molesto.

El cansancio y la tensió

empezaban a hacer mella en él y levolvían más arisco de lo habitual.

Amelia le lanzó una miradafuribunda, mientras se sentaba en elsuelo para comprobar el alcance desu lesión. Se quitó la bota, los

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q ,calcetines de lana y subió el bajo

del pantalón. El tobillo no tenía buen aspecto y se estaba hinchando

 por momentos.“Mal asunto” pensó, al verlo.

Pero no tenía opción. Estabamuy cerca y no podía demorar más

la marcha. Por eso, volvió a

enfundarse el calzado y puso el pieen el suelo, con mucho cuidado.

Pero la punzada de dolor querecibió a cambio le hizo ver que noiba a poder caminar.

Pierre fue el primero e

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preaccionar y se apresuró a socorrer 

a su compañera. Se arrodilló juntoa ella y le ofreció el brazo para que

se apoyara. Pero se encontró con urotundo rechazo.

―Puedo yo sola ―le espetóAmelia, apartándose de él y

 poniéndose en pie por sus propios

medios.La chica no soportaba que le

trataran con tantos miramientos, por el simple hecho de ser mujer.Probablemente no fuera tan fuertecomo ellos, pero no por eso

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p pnecesitaba que la tratasen como a

una niña pequeña.Para demostrarles a todos que

estaba bien, dio un paso, cargandotodo el peso de su cuerpo en la

 pierna buena. Luego, dio otro más.Y otro más. Pero en el cuarto

intento, apoyó mal el pie lastimado

y terminó tropezando otra vez.Afortunadamente, Pierre pudo

tomarla en brazos en esta ocasión yle evitó un golpe contra el suelo.―No puedes andar 

―sentenció el joven, ignorando el

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j godio que le dirigía ella con la

mirada.―¡Lo que nos faltaba! ―bufó

Alby, a su lado―. ¡Otro bulto conel que cargar!

Amelia acusó las palabras.―Oye, que no lo he hecho

adrede ¿eh?

―En buena hora te acepté eel grupo ―murmuró Alby, mientras

se volvía hacia el otro lado.Pero ella le oyó.―¡A mí no me vengas con

cuchicheos, Alby Devereau! ¡Si

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tienes algo que decir, dímelo a la

cara!―Chicos, por favor, dejadlo

ya… ―empezó a decir Shiu.Se había mantenido al marge

hasta el momento, pero la discusióempezaba a salirse de madre. Y

ahora que estaban tan cerca de

encontrar a Aurora, no era elmomento adecuado para reproches.

De todos modos, ni Amelia niAlby estaban por la labor deescucharle y ambos le ignoraro por completo. El joven, que se

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había alejado un poco mientras ella

gritaba, volvió sobre sus pasos y sele acercó.

―¿De verdad quieressaberlo? ―repuso, en un tono

 parecido al que ella había usado―.Pues entonces te lo diré claramente:

 pensaba que eras distinta, Amelia.

Pero ya veo que, en el fondo, erescomo todas las demás.

La chica sintió sus mejillasarder por la vergüenza y lahumillación que aquel estúpidocampesino le estaba haciendo

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sentir. Tenía ganas de llorar; pero

llorar hubiese sido como darle larazón a Alby. Por eso, cogió un

 puñado de nieve y se lo lanzó a lacara, con toda su furia.

Seguidamente se abalanzó sobre él,con el puño en alto, para darle s

merecido.

Pierre la retuvo en el últimoinstante y, aunque ella forcejeó para

soltarse, nada pudo hacer contra lafuerza de su compañero. Al finalterminó por rendirse.

―¿No crees que te has pasado

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un poco?

Era Pierre el que habíahablado, dirigiéndose a su mejor 

amigo. En respuesta, Alby renegó yse volvió para buscar la aprobació

de Phil. Pero el viejo era del mismo parecer que los otros dos: aquello

no había estado bien. Y, sintiéndose

traicionado por sus compañeros, ellíder el grupo vociferó un insulto e

hizo ademán de retomar la marcha.Cuando un ruido provenientedel bosque le detuvo.

Todos lo habían oído y todos

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guardaron silencio.

El sonido, producido por alguien o algo que avanzaba entre

las ramas y las bardizas, se repitióy fue acercándose rápidamente

hacia donde estaban ellos. Pero,cuando ya estaba muy cerca,

cambió de rumbo y volvió a

alejarse.―¿Qué… qué era eso?

―preguntó Germián, cuando elmiedo hubo pasado.―¿Animales salvajes? ―se

 preguntó su padre, mientras mirabaé d l á b l

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a través de los árboles.

―Lo dudo mucho ―lerespondió Alby―. No creo que

haya cazadores por estas tierras yno veo por qué un animal tendría

que correr hacia nosotros a estavelocidad y sin motivo aparente.

―Era una chica ―sentenció

Shiu, moviendo ligeramente lasorejas.

―¿Las hijas del Doctor?―intervino Pierre.―No, no eran ellas. Era

Aurora. ¡Debe haber escapado!T d i Shi

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Todos miraron a Shiu, que

 permanecía subido en la roca,mirando al cielo y oliendo el

 perfume que el aire le traía.―Hay que ir tras ellos.

La voz de Alby rasgó elsilencio. Todos le miraron. El

oven parecía haber olvidado la

discusión con Amelia y también elhecho de que ella estaba herida. Por 

eso fue ella misma quien lerespondió:―Id vosotros. Yo no puedo

andar y no haría más quel t O é í

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molestaros. Os esperaré aquí.

Alby supo que las palabras deella habían sido dichas con toda la

intención de herirle y también sabíaque ella era consciente de que lo

había conseguido. Pero no se rebajóa disculparse. En vez de eso, siguió

en sus trece.

―Estoy de acuerdo. Será lomejor para todos. Vendremos a por 

ti cuando todo hay terminado.Pero Pierre echó por tierra sus planes.

―Yo me quedo con elladij L ll é t

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―dijo―. La llevaré a cuestas.

Iremos detrás de vosotros.Alby se volvió hacia su amigo,

con una mirada severa pintada en elrostro. Quería decirle que le

necesitaban, que aquello era muchomás importante que una chiquilla

lastimada y que en cuanto

terminaran podrían volver a buscarla sin problemas. Perotambién sabía que Pierre se habíaencaprichado de Amelia y que nolograría cambiar su opinión, dijeralo que dijera. Por otro lado, not í ti d C d

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tenían tiempo que perder. Cada

segundo que pasaba, les alejaba u poco más de la chica maraya y de

sus perseguidores.―Haced lo que queráis. Pero,

 por favor, no tardéis. Ya somossuficientemente pocos como para ir 

 perdiendo miembros antes del

enfrentamiento. Phil, Germián,vamos.―Luego, se volvió hacia elwingli y cruzó su mirada oscura cola esmeralda de él, antes dedecirle―: Guíanos, Shiu.

El animalillo asintió y con umovimiento rápido descendió de la

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movimiento rápido descendió de la

roca donde descansaba. Sus largasorejas se arrastraban por la nieve,

 pero aquel detalle no parecióimportarle, porque, con un par de

ágiles saltos, se introdujo entre laespesa vegetación que rodeaba el

sendero que habían estado

siguiendo. Tras él, tambiéndesaparecieron Alby, Phil yGermián, dejando solos a Amelia yPierre.

―No tenías porqué hacerlo―se quejó ella, al verlos partir―.Sé cuidar de mí misma y no quiero

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Sé cuidar de mí misma y no quiero

humillarme más ante él.―Estas herida, encanto. No

hay nada de malo en aceptar ayuda.―Haz el maldito favor de no

llamarme encanto. No soy una detus conquistas. Y ahora, vete.

Quiero estar sola. Además, ellos te

necesitan. A mí sólo me hace faltadescansar un poco. Enseguidaestaré bien.

Pero lejos de irse, Pierre searrimó más a ella, sonriendo.

―Vete ―insistió ella, cadavez menos convencida

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vez menos convencida.

Y, en vistas de que él no le ibaa hacer el menor caso, Amelia

suspiró.―Pues quédate, si es lo que

quieres. ¡Pero no pienso dejar queme trates como a una damisela e

apuros!

  *** Aurora sintió la presencia de

Mira tras ella y trató de acelerar el

ritmo. Pero estaba tan cansada quelas fuerzas le fallaron El ruido que

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las fuerzas le fallaron. El ruido que

 producían los pasos de la hija delDoctor sobre el manto de hojas

secas que la nieve aún no habíacubierto iba acercándose cada vez

más. Y, encima, estaba ese horribledolor en los pulmones cada vez queintentaba coger aire y que la instaba

a detenerse y descansar un rato.Pero no podía detenerse ahorao la iban a coger.

Saltó por encima de uarbusto pequeño que le impedía el paso, rodando por el suelo al caer,y volvió a levantarse Huir huir

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y volvió a levantarse. Huir, huir,

huir. Era lo único que tenía enmente y todo lo demás había pasado

a ocupar un lugar alejado en smemoria.

En un intento desesperado, seaferró fuerte al tronco de un árbol y

aprovechando el impulso de s

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―Será más fácil si no oponesresistencia ―le aconsejó la joven.

Pero eso era lo último queAurora pensaba hacer. Lo de ser una niña buena había terminado. A partir de ahora, lucharía hasta elfinal y ofrecería toda la resistencia

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final y ofrecería toda la resistencia

de la que fuera capaz.Aprovechando un leve

descuido de Mira, Aurora searrodilló y cogió una piedra del

suelo. Sin pensarlo dos veces laestampó en la cabeza de la hija del

Doctor.

Se oyó un ruido seco y elcuerpo de la pelirroja cayó alsuelo.

Un silencio sepulcral se dibujóen el lugar, roto, solamente, por losaullidos del viento.

Aurora observó el cuerpo de

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Aurora observó el cuerpo de

la mujer, mientras jadeaba por elesfuerzo e intentaba recuperar el

aliento. Pero se sorprendió al ver que empezaba a moverse de nuevo.

Mira se levantó, sin tasiquiera mostrar signos de dolor. Se

llevó una mano a la frente y palpó

la brecha que Aurora le habíaabierto. La sangre emanaba de ellasin freno, cubriendo su inmaculadorostro de carmín. Sin miramientos,la limpió con el puño de la manga

de su camisa. Después, dirigió unamirada a la chica.

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mirada a la chica.

Aurora se había quedadohelada de miedo y aquello le

impidió reaccionar a tiempo.Cuando quiso darse cuenta, Mira ya

se encontraba frente a ella.La dejó inconsciente de ugolpe seco en el estómago y

después cargó el cuerpo inerte de lachica a sus espaldas, emprendiendoel camino de regreso. 

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15. Hojas de ritzal 

Fue Shiu quien encontró elcuerpo sin vida de Zac.

El Portador de almas yacíaunto a la entrada de la cueva donde

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había pasado la noche con Aurora ydonde Maya le había matado. S

cuerpo estaba parcialmente cubierto por la nieve y a su alrededor se

dibujaba una aureola de color rojo.Aún tenía el cuchillo clavadoen el pecho.

El wingli arrugó la nariz,disgustado. El olor a sangre eramuy intenso y hería su sensibleolfato. Además, el espectáculodantesco que se dibujaba ante él noera el más agradable del mundo.

―¿Has encontrado algo?

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¿ g

―preguntó Alby, más allá.El silencio del wingli fue

respuesta suficiente para que,instantes después, el joven moreno

aparecía junto a él. Su expresión sevolvió seria.

―¿Qué demonios…?

Phil y Germián también seacercaron.―¡Por todos los Dioses

misericordiosos! ―exclamó elmayor.

El más joven dejó escapar ugemido, mezcla de miedo y de asco.

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g , y

―¿El rastro de sangre y pisadas que hemos seguido por el

 bosque era de él? ―preguntó Albysin dirigirse a nadie en particular, a

 pesar de que sabía que sólo elwingli podía responder a aquella

 pregunta.

―No. El olor es distinto.―¿Por qué deben haberlomatado? ―intervino Phil,arrodillándose junto al Portador dealmas, para examinar la herida del pecho―. El puñal parece de mujer.

―Quizás la chica maraya le

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Q y

apuñaló y después huyo. Por eso lashijas del Doctor le perseguía

―murmuró Alby, pensando en vozalta―. Aunque, en el fondo, me da

exactamente igual lo que hayasucedido y me alegro de que esté

mal nacido esté muerto.

―No saques conclusiones precipitadas ―le riñó Shiu―. Hayalgo en este chico que… Es como sinada en él fuera lo que aparenta.

Alby le miró de refilón,

mientras fruncía el ceño.―¡Se puede saber qué estás

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¡ p q

diciendo! ―estalló.―Cálmate Alby ―ordenó

Phil, cogiéndole suavemente por el brazo, pero denotando firmeza en s

voz. El joven se volvió hacia él y

le miró fijamente, con los ojos

desencajados.―¡Pero no oyes lo que dice!¡Está defendiendo al malditoengendro que mató a mi abuela!―Luego se volvió hacia a Shiu―.

¡Eras su wingli! ¿Es que no lorecuerdas?

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―¿Y acaso tú no aprendistenada de Nuba? ―le espetó el

animalillo.Alby se mordió la lengua,

tratando de no decir nada de lo queluego pudiera arrepentirse. Pero erademasiada la tensión que se

acumulaba en su interior y loscontinuos roces con suscompañeros no hacían más queaumentarla. Se dio la vuelta, con lacabeza gacha e inspiró y espiró u

 par de veces, para calmarse.Quizás Shiu tenía razón al

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reprocharle que ya no pensarafríamente y se dejara llevar por la

respuesta más simple.―El corazón de este chico me

habló ―el wingli retomó la palabra―. Y sé que no fue unacasualidad. Él era muy consciente

de ello. Creo que ha tratado deayudar a Aurora desde que llegó;sino, no me explico cómo fue posible que, después de tantotiempo, una simple niña maraya

lograra escapar de él.―¿Qué insinúas? ―quiso

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saber Alby, mirándole de nuevo alos ojos.

―Que las hijas del Doctor ledescubrieron. Quizás dejó marchar 

a la chica, o quizás ella aprovechóel desconcierto ocasionado por una pelea para huir. Sea como sea, él no

hizo nada para atraparla y una deellas le mató. Y juraría que fueMaya.

―¿Y la maraya?―Ella debe estar bien, aunque

sea por poco tiempo. La necesitaviva. Lo más probable es que la

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hayan encontrado y luego hayavuelto sobre sus pasos. De aquí que

el rastro nos haya llevado hastaaquí.

Se hizo un silencio tenso.―Si estuviera vivo podríamosinterrogarle ―refunfuñó Phil.

―Pero está muerto.―Puede que aún quede algunaesperanza. No hace mucho que hasido asesinado y su cuerpo aún estácaliente. Quizás su alma aún ronda

 por aquí... Alby, tu sabes usar lamagia, tienes el Don, y tu abuela te

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enseñó sus caminos. Quizás…―Puedo intentar curarle, si

eso es lo que quieres. Pero no prometo nada. No soy muy bueno e

esto. Además, lo de resucitar a losmuertos va más allá de miscapacidades. Si su alma ha partido,

ya no podremos hacer nada por él.Y, aunque no lo dijo en vozalta, todos pudieron oír la parte nodicha: que no le gustaba para nadala idea de devolver la vida al

asesino de su abuela.―Vamos, hombre ―trató de

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reconfortarle Phil, dándole una palmada en la espalda―. Piensa

que, de este modo, podráshacérselo pagar.

 No sonaba muy reconfortante...De todos modos, Alby asintió.―Necesitaré hojas de ritzal y

agua. Germián, ¿por qué no vas a buscarme las hojas?El chico se volvió lentamente

hacia Alby y asintió. Durante eltiempo que llevaban allí, no había

 podido apartar la mirada delcadáver, movido por una creciente

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fascinación morbosa.―¿Sabes qué planta es?

―insistió Alby, viendo que el másoven no parecía muy por la labor.

―La de las bayas moradas,¿no?―Exacto. Ve y no tardes.

Germián volvió a hacer que sícon la cabeza y corrió hacia losárboles.

―Empecemos entonces―susurró Alby, mientras se frotaba

las manos, para entrar en calor, trashaberse quitado los guantes de

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cuero.Cogió la empuñadura del

cuchillo con firmeza y tiró de ella,sacando el arma del pecho del

Portador de almas. Germiáreapareció casi al instante, trayendoconsigo una rama de arbusto. Se la

entregó a Alby con una calma casiceremoniosa, temblando por losnervios; la magia era una rareza eaquellos tiempos y un rito comoaquel no se veía dos veces en la

vida.El líder del grupo la tomó y la

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examinó, asegurándose que setrataba de lo que él había pedido.

Después, fue arrancando una a unalas hojas de la rama para

depositarlas encima de la herida deZac, que previamente había mojadocon un poco de nieve fundida.

Cerró los ojos y dejó su menteen blanco. El aire ondulaba a salrededor, vibrando, lleno de laenergía mística que él convocaba.Entonces, lentamente, aquel poder 

fluyó hacia las hojas de ritzal,arrastrando sus propiedades

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curativas, canalizadas por el agua,hacia el interior de la herida, que

 poco a poco empezó a cicatrizar. Ni siquiera los pájaros

cantaron durante aquellos largosminutos en los que Alby estuvo entrance. Todo permaneció calmado,

tranquilo, como si el mundo enterose hubiese detenido.Pero de repente, movido por 

un impulso invisible, Alby cayóhacia atrás. Un quejido lastimero

escapó de sus labios debido algolpe que se había llevado.

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―¿Qué ocurre? ―preguntóPhil, que hasta el momento había

 permanecido casi tan rígido comosu compañero.

―¡Y yo que sé! ―se quejóAlby, mientras se incorporaba―.Es como si hubiera… ¿un sello? No

logro hacerle recuperar la vida, a pesar de que la herida ya ha sanado.―Puede que ya sea demasiado

tarde. Su alma debe haber llegadoal cielo.

―No, no es eso. Es algooscuro. Algo que no me gusta.

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―Insiste ―intervino Shiu.―Pero…―intentó decir Alby.

Aun así, terminó dejandomorir la frase a la mitad.

Confiaba en el wingli y nosólo porque había sido el siervo desu abuela. Aquel animalillo le

inspiraba más respeto y simpatía dela que había sentido por muchoshumanos.

Respiró hondo, tratando dedespejar su mente, y apartó las

hojas de ritzal que ahora sólocubrían una cicatriz en el pálido

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 pecho del Portador de almas. Ya nonecesitaba su poder curativo.

Ahora, lo que le hacía falta era u poder destructor suficientemente

grande como para luchar contraaquella magia que encantaba aloven.

Y si las palabras que le habíadedicado siempre su abuela eraciertas, ese era precisamente el quese albergaba dentro de él. PorqueAlby era fuerte como un roble.

Volvió a tender la mano yvolvió a cerrar los ojos. Y de

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nuevo el silencio en el bosque sehizo presente. Pero esta vez, apenas

duró un largo minuto.Fue tan sencillo que Alby casi

consiguió sorprenderse. ¿Acaso eldueño del poder que controlaba elsello se había cansado de jugar? ¿O

era una trampa?Abriendo lentamente susoscuros ojos, se apartó un poco delcuerpo, murmurando:

―Ya está.

Phil y Germián asintieron, sientender muy bien qué había

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ocurrido. Pero el wingli, mássensible a la magia, sí había podido

 percibir el pequeño cambio que sehabía producido en el cuerpo del

Portador de almas.Aguardaron en silenciodurante los minutos venideros,

esperando alguna reacción por  parte de Zac.Pero ésta no llegó.―Pues al final va a resultar 

que sí hemos llegado tarde ―dijo

Phil.―¿Sabéis qué creo yo? ―le

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interrumpió Shiu―. Creo que elPortador de almas estuvo muerto

desde el principio y era LordKermiyak quien controlaba s

cuerpo mediante un hechizo.Sus tres compañeros lemiraron si entender.

―Me parece ―repuso Alby,algo sarcástico― que esta vez no teseguimos.

―Es muy fácil: el Doctor debió hacerse con el cuerpo de este

 pobre muchacho, expulsando salma y sellándolo para que ésta no

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regresara. Después, le lanzó algútipo de encantamiento y le convirtió

en su títere.―Pero eso no tiene sentido

―intervino Phil―. Tú mismo hasdicho antes que el Portador dealmas trató de ayudar a escapar a la

chica. Si es el mismo LordKermiyak quién le controla, ¿nosería absurdo pensar que quiereliberar a su presa?

―Pero es que era Zac quie

trataba de ayudar a Aurora. Y fue elcorazón de Zac el que me habló

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aquel día. El verdadero dueño deeste cuerpo ―explicó Shiu.

―¿No acabas de decir que elDoctor le robó el alma? ―Germiá

seguía sin entender―. ¿Cómo podría haber hecho tal cosa?―¡Porque, de algún modo, s

alma sigue aquí!―¡E influía en las decisionesde su cuerpo! ―comprendió,finalmente, Alby―. Pero si eso escierto... ¿por qué no regresa ahora

que ha sido liberado?Phil, Germián y Shiu se

i ll b

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miraron entre ellos. Se estabahaciendo la misma pregunta.

―¿Puede alguien destruir ualma? ―preguntó Phil, pensado e

voz alta.―Seguro que el Doctor sí puede.

 

*** 

Mira levantó la vista al cielo yse volvió para observar el caminoque dejaban atrás.

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―Nos siguen ―dijo, en vozalta.

Maya frenó sus pasos y miró asu compañera.

―¿Qué?―Que nos siguen ―repitió

ella.

―¡Y por qué no lo has dichoantes! ―gritó la niña, irritada.―No estaba segura.Maya maldijo por lo bajo,

exasperada.

―¿Cuántos son? ―quisosaber.

Ci

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―Cinco.Maya asintió y paseó nerviosa

 por el camino, mientras buscaba elmodo de arreglar aquel

contratiempo. Se detuvo cuando unaidea empezó a dibujarse en smente.

―Voy a realizar un hechizo para ponerme en contacto con LordKermiyak y que mande a alguien arecogernos.

―No hay tiempo. Están al

acecho.―¡Cállate! Es nuestra única

lid L hi ti ll l

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salida. La chica tiene que llegar alcastillo como sea y si tenemos u

enfrentamiento cara a cara,corremos el riesgo de que salga

herida o que escape.Mira asintió.―Bien. Tu tarea consistirá en

detenerles. En el fondo da igual silo consigues o no; para cuandoaquellos necios lleguen al castillo,ya será demasiado tarde para ella―añadió, señalando el cuerpo

inerte de Aurora, que Mira cargabaa sus espaldas―. Pero asegúrate de

d ti Y i t t t

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darme tiempo. Yo, mientras tanto,me encargaré de llevársela al

Doctor. ***

 ―Detente ―ordenó Amelia,

dándole a Pierre un leve golpe en elcostado.

―¿Por qué? ―preguntó él.―Porque quiero bajar.En respuesta, él se detuvo y

dejó que la joven se deslizara cosuavidad por su espalda.

U t l i l

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Una vez tuvo los pies en elsuelo, Amelia dio un par de pasos

vacilantes para comprobar elestado de su lesión.

―¿Cómo estás?―Bastante bien. Aún me dueleun poco, pero puedo andar si

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encontraban sus compañeros; elmismo lugar en el que habíaencontrado el cuerpo sin vida delPortador de almas.

Al verles llegar, Alby

murmuró, de mal humor:―Habéis tardado mucho.

Tras ello se puso en pie y

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Tras ello, se puso en pie yordenó retomar la marcha,

instándoles a aligerar el paso pararecuperar el tiempo perdido.

Amelia le dirigió una miradade odio. Quiso gritarle como habíahecho antes, pero se contuvo al

sentir el roce de la mano de Pierresobre la suya. Comprendió lo que éltrataba de decirle: debía

mantenerse unidos.Suspirando profundamente, se

volvió hacia sus compañeros, quetambién se habían puesto en pie

para retomar la marcha y les

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 para retomar la marcha, y lesdirigió una sonrisa afectuosa.

―¿Estás mejor? ―quiso saber Shiu.

―Sí, gracias. Y vosotros,¿habéis encontrado algo?―Nada bueno ―respondió

Phil, arqueando las cejasAmelia y Pierre le miraron,

 preocupados.

―¿La chica...?―No. A ella no la hemos

encontrado. Pero será mejor quevayamos tirando, Alby está que

echa humo y no quiero darle más

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echa humo y no quiero darle másmotivos para que se enfade. Os lo

contaré por el camino.El grupo se adentró en laespesura, siguiendo los pasos de slíder y de Shiu, que les guiaban através del rastro que las hijas del

Doctor habían dejado tras ellas.Mientras caminaban, Phil fuerelatándoles todo lo que concernía

al encuentro con Zac.―¿Y que habéis hecho con el

cuerpo? ―quiso saber Amelia.―Lo hemos dejado donde

estaba Alby lo ha protegido con un

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estaba. Alby lo ha protegido con unhechizo, para que se conserve

intacto a pesar del tiempo. Así, sien algún momento el alma del pobrediablo encuentra el camino deregreso, podrá volver a la vida.

―Por eso está de tan mal

humor, ¿verdad?―Se lo está tomando todo

demasiado a pecho.

―Pensad que ha perdido atoda su familia en esta lucha. Ya

sólo le queda su hermana ―trató deustificarle Pierre.

Pero Phil no estaba muy de

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Pero Phil no estaba muy deacuerdo con aquella afirmación.

―Aquí, todos hemos perdidoa alguien cercano y no por esovamos chillando a todo el...

En ese momento, un grito profundo interrumpió la

conversación, asustando a algunos pájaros que reposaban en la copade un árbol y que levantaron el

vuelo. El grupo se volvió hacia ellugar de donde había venido.

―¿Era la voz de Alby?―susurró Amelia.

―¿Le habrá sucedido algo?

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¿Le habrá sucedido algo?―¡Hay que ir con él!

―exclamó Pierre, echando a correr hacia el lugar.Amelia, Phil y Germián fuero

tras él.Detrás de la curva que

dibujaba el camino, esquivando una pared rocosa que descendíaabruptamente entre los árboles,

encontraron a Alby intentandocontener el ataque de Mira. El

oven sostenía su vieja espada en lamano izquierda y, con la derecha,

se aferraba con fuerza el costado

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se aferraba con fuerza el costadoizquierdo. La sangre emanaba de

entre sus dedos, salpicando lanieve.Con un esfuerzo sobrehumano,

Alby detuvo el golpe con el que laoven pelirroja pretendía poner fi

a su vida. Aun así y debido alimpacto, la espada salió volando yél se desplomó sobre el blanco.

―¡ALBY! ―gritó Pierre.Aquello hizo que Mira

reparara en la presencia de losrecién llegados, dejando a un lado a

su víctima Se volvió hacia ellosd ó

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su víctima. Se volvió hacia ellos,espada en mano, y empezó a

caminar en su dirección.―Iros ―quiso gritar Alby, amodo de advertencia. Pero ya ni para eso le quedaban fuerzas.

La hija del Doctor estaba cada

vez más cerca y los cuatrocompañeros se pusieron en guardia,desenfundando sus armas. Pero

Germián, que por primera vez veíael peligro de cerca y comprendía

que aquello había dejado de ser u paseo por el campo, dio un paso

atrás, poseído por el miedo. Col f hó l

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atrás, poseído por el miedo. Cotan mala fortuna que se enganchó el

 pie con una rama y trastabilló,cayendo hacia atrás.Mira percibió el suceso

enseguida y aprovechó el momentode distracción para cargar veloz

contra él. El muchacho sólo tuvotiempo de dirigirle una miradacargada de terror, al tiempo que

levantaba las manos en alto en ugesto inútil, antes de que la

estocada mortal le alcanzara.Aunque, en el último instante,

alguien se interpuso.L h j h dió

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alguien se interpuso.La hoja se hundió en su cuerpo

y lo cruzó de lado a lado.Seguidamente, y con un movimientocalculado, Mira extrajo el metal deél y lo empujó de un puntapié. Sataque había sido tan preciso que ni

siquiera le había dejado gritar; sóloun pequeño gemido había escapadode los labios de Phil al ser herido.

Germián contemplóhorrorizado como el cuerpo de s

 padre caía al suelo. Tras el impactoinicial, se abalanzó sobre él y trató

de darle la vuelta para comprobart d L ió d ó

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de darle la vuelta para comprobar su estado. Lo meció, zarandeó,

golpeó y chilló. Pero ya erademasiado tarde. La espada lehabía atravesado el corazón y nohabía nada que hacer. Phil yacíamuerto sobre la nieve.

―¡Dios mío! ¡Phil! ―gritóAmelia, mientras se acercaba aellos también.

Aquellas palabras hicieroreaccionar al chico.

―Le has matado...―balbuceó, incapaz de creérselo

todavía―. ¡Le has matado!hilló lé i á d l

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¡―chilló, colérico, encarándose a la

hija del Doctor.Después, presa de una furiaque ni él mismo sabía que poseía,se puso en pie de un salto y seabalanzó sobre Mira, blandiendo s

cuchillo de caza en busca devenganza.

Afortunadamente, Amelia le

interceptó antes de que lograra sobjetivo. La mujer era peligrosa y

el muchacho no tenía ni idea de loque era un combate cuerpo a

cuerpo, salvo por un par de peleasque pudiera haber tenido con sus

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p , p p pque pudiera haber tenido con sus

amigos del pueblo.Germián forcejeó en brazos deella, intentando liberarse de sagarre, ciego de ira. Pero Amelia,que era una mujer de recursos

 prácticos, le cruzó la cara de u bofetón para hacerle razonar.

―Sólo conseguirás que te

mate a ti también ―le espetó. Y elotro pareció calmarse por 

momentos.En otro plano, Pierre se había

encarado a Mira, reclamando satención para proteger a sus

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,atención, para proteger a sus

compañeros. La pelirrojacorrespondió aquella demanda.Ambos se observaron e

silencio; Pierre en posición deataque, agazapado, Mira relajada y

erguida, sin expresión en el rostro.Tras aquel primer contacto visual, ysin más dilación, ella se lanzó

contra él, empuñando el arma coambas manos.

Pierre fue más rápido yesquivó el ataque haciendo una finta

que le permitió devolverle el golpe.Las dos espadas se encontraro

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q p g pLas dos espadas se encontraro

 produciendo un agudo sonidometálico. Entonces, el joven giró sespada por la empuñadura,acompañando a la de ella con elmovimiento, buscando desarmarla.

Pero Mira se apartó de un salto,volviendo a la carga segundosdespués.

Luchaban ferozmente y losaceros se encontraban una y otra

vez, rozando sus pieles, de vez ecuando, y abriendo brechas e

ellas. Fue una estocada fallida deMira la que decantó la balanza e

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Mira la que decantó la balanza, e

un momento indeterminado,haciendo que Pierre aprovechara laocasión para clavarle el filo.

 No hubo ninguna muestra dedolor por parte de la mujer. Ningún

gemido, ninguna mueca en su bellorostro, ningún espasmo. Permanecióimpasible, a pesar de la herida que

le habían abierto en el vientre.En vez de eso, Mira aprovechó

el momento de desconcierto posterior al ataque y apartó a Pierre

de un puñetazo. Él se llevó ambasmanos a la nariz sangrante y ella se

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manos a la nariz sangrante y ella se

apresuró a coger la espada que lehabía clavado, y que aún cruzaba scuerpo de lado a lado. Se la sacósin vacilar.

Ahora la hija del Doctor tenía

en su poder las dos armas y seacercaba a un Pierre desarmado yaturdido por el puñetazo que

seguramente le había roto la nariz.Pero algo la detuvo y cuando

Mira se volvió sobre su hombro,descubrió que Amelia había

hundido el cuchillo de caza deGermián en su espalda

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Germián en su espalda.

La pelirroja se dio la vuelta ydirigió una mirada vacía peroamenazante a Amelia. Pero antes deque pudiera siquiera rozar a laoven, Pierre la embistió por 

detrás, cargando contra su cuerpocon toda su fuerza y haciéndola caer al suelo. Después corrió hacia s

compañera, la cogió de la mano y laobligó a moverse.

―¡Tenemos que huir! ¡No podremos acabar con ella!

Amelia asintió.―¡Corred! ―les gritó a Shiu y

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¡Corred! les gritó a Shiu y

a Germián, que se habían quedado pasmados un poco más allá.En respuesta, el muchacho

tomó en brazos al pequeño wingli yechó a correr camino arriba,

 pisando con fuerza la nieve para noresbalar. Amelia y Pierre lesseguían de lejos.

De todos modos, Mira noestaba dispuesta a dejarles escapar.

La orden que le había dado Mayahabía sido tajante.

La mujer sacó un pequeñopuñal de su bota y lo lanzó co

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 puñal de su bota y lo lanzó co

 precisión a la pierna de Amelia. Alrecibir el impacto, la otra cayó alsuelo, soltando un grito de dolor.

Pierre se detuvo y volviósobre sus pasos para socorrer a s

compañera. Trató de ayudarla alevantarse, pero ella se lo impidió.

―No. No puedo. Iros, por lo

que más quieras. Pon a salvo aGermián.

―Ni por todo el oro delmundo ―repuso él, muy serio. Y

 buscó con la mirada algo que lesirviera de arma para enfrentarse a

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sirviera de arma para enfrentarse a

Mira.Encontró una rama gruesa yfuerte que debía haber caído delárbol en una nevada como la queestaba cayendo ahora. Cuando s

contrincante llegó a su lado, Pierreconsiguió detener el golpe deespada que ella le dirigió. El arma

quedó clavada en la rama y élaprovechó para tirar fuerte de ella y

lanzarla lejos de allí.Pensaba en cuál iba a ser s

siguiente movimiento, ahora que élhabía quedado desarmado y Mira

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había quedado desarmado y Mira

aún conservaba una de las espadas,cuando alguien gritó:―¡Eh, tú!Sorprendido, Pierre buscó el

origen de esa voz. ¿Realmente se

trataba de Alby? ¿O habían sidoimaginaciones suyas?

Mira también quiso volverse,

 pero antes de poder hacerlo sintiócomo su enemigo tomaba la

empuñadura de puñal que ellatodavía tenía clavado en la espalda

y usando el mismo poder que habíautilizado con el Portador de almas,

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,

rompía el conjuro que la manteníacon vida.La hija del Doctor cayó al

suelo, como si de una muñeca setratase.

Alby sonrió y, tras su gesta,también se dejó caer.

―¡Alby! ―gritó Pierre,

corriendo hacia su lado paratomarle entre sus brazos y ayudarle

a incorporarse.―Viejo amigo…

―Cállate. Ahórrate lasfuerzas. A ver esa herida.

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La expresión del rostro dePierre fue la prueba que Albynecesitaba para saber que sussuposiciones eran ciertas. No lequedaba mucho tiempo de vida.

―Cuida… de… Nannette…―fue todo lo que pudo murmurar.

Después cerró los ojos y se

sumió en un profundo sueño del quesabía que ya no iba a despertar.

 

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16. Un niño 

Maya hizo un último esfuerzo para subir los peldaños restantes

del vestíbulo y, cuando lo huboconseguido, dejó caer el cuerpo de

Aurora al suelo, casi con furia.Cargar con la muchacha desde el

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carruaje que las había dejado a las puertas del castillo le habíasupuesto un tremendo esfuerzo,debido al deforme e infantil cuerpoque poseía.

El golpe hizo que Auroravolviera en sí. Aturdida aún, seincorporó y se llevó una mano al

vientre, que le dolía con intensidad.―¿Dónde estoy? ―murmuró,

al comprobar que el bosque a salrededor había desaparecido.

Se hallaba en una sala degrandes dimensiones, de paredes de

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g p

 piedra parcialmente escondidas por tapices de colores cálidos, como elrojo, el dorado o el naranja. Elsuelo estaba decorado por bellas yexóticas alfombras bordadas co

motivos florales, que se extendían através de toda la habitación,cubriendo incluso la pequeña

escalera que separaba la puerta deentrada del resto de la sala y que

dividía la estancia en dos niveles.o había ventanas, ni muebles, sólo

un montón de puertas que seesparcían por cada una de las

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 paredes que la rodeaban y laestancia se iluminaba gracias a laluz del centenar de candelabrosrepartidos por toda la sala.

 No reconocía aquel lugar, ni

tampoco conseguía recordar cómohabía llegado hasta él. Lo últimoque tenía en mente era estar 

corriendo por el bosque mientrashuía de Mira.

―Aprisa, levántate ―leordenó Maya―. Lord Kermiyak nos

espera.Aurora obedeció sin rechistar,

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intimidada por las maneras de larubia. Pero, una vez se hubo puestoen pie, no pudo evitar girarse paracontemplar la sala en su totalidad.Era realmente grande. Enorme. Y

los bordados de los tapices, querepresentaban escenas variadas,eran lo más exquisito que hubiese

visto jamás. Ese lugar no tenía nadaque ver con los que había visitado

durante su viaje a través deUdegelia.

Fue ese pensamiento el que lehizo recordar lo que había ocurrido

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en el bosque.―¡Vamos, muévete! ―insistióMaya, dándole un empujón.

Aurora dio un par de tímidos pasos. Aunque volvió a detenerse.

Tragó saliva.―¿Dónde está Mira? ―quiso

saber―. ¿Y... y Zac?

Apretó los puños, preparándose para una reprimenda.

Temía que la furia de la pequeñahechicera cayera sobre ella co

todo su esplendor, ahora que susotros dos acompañantes había

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desaparecido y ya no estaban para protegerla.Por eso se sorprendió cuando

la niña repuso, sonriendo comalicia, mientras enrollaba en el

dedo uno de sus rizos perfectos:―No debes preocuparte por 

mi hermana. Ella estará bien,

seguro. Aunque no puedo decir lomismo de los insensatos que ha

osado seguirnos y van a conocer elalcance de su poder ―se rio.

>>Y con lo que respecta altraidor... ―escupió aquellas

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 palabras con asco―. No volverása verle jamás.Aurora palideció.―¿Qué quieres decir?―¡Estúpida niña! ¿Es que no

entiendes nada?―¿Estaba... estaba muerto?―Ya te lo dije: estuvo muerto

desde el principio. Pero si terefieres al estado de su cuerpo, te

diré que no estaba muerto. Aunqueyo misma me tomé la molestia de

arreglar ese pequeño problema. ¡Yahora ya no podrá regresar jamás

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 para retomar el control de esacáscara vacía!La mirada de Aurora se

desencajó y ella se llevó una manoa la boca, mientras negaba con la

cabeza. De repente, la culpabilidadempezaba a roerle las entrañas.Ella no había querido hacerle daño

a Zac al huir de aquella manera. Dehecho, y ahora que lo pensaba

fríamente, tampoco creía que élfuera culpable de la muerte de

Alberto, ni de las demás personas alas que el Doctor había arrebatado

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el alma. Él era, solamente, otravíctima más.Pero ahora ya era tarde para

 pedir perdón. Ahora ya era tarde para rencontrarse con él y decirle

que agradecía todo lo que habíahecho por ella y que, a pesar detodo, seguía queriéndole.

Aurora sintió náuseas.Zac había muerto para

ayudarla. Había muerto por sculpa, porque ella le había

abandonado en el bosque despuésde que él le mostrara todo su amor.

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Le había sentenciado y Maya habíasido el verdugo.Con pasos vacilantes empezó a

andar sin rumbo fijo, intentandohuir de no sabía qué.

―¡Eh, oye! ¿Adónde te creesque vas? ―trató de retenerla Maya.

Pero Aurora la apartó de un

empujón para echar a correr haciael fondo de la sala, cruzándola si

tomarse siquiera la molestia deelegir una dirección. Abrió una de

las cinco puertas que había en la pared de enfrente, la que le quedaba

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más a mano, y que, casualmente, erala más grande, hecha con gruesa ymaciza madera de pino, tallada comotivos variados.

Al tocar la manilla, una

sensación de frío antinatural le hizo

retirar la mano. Aurora se fijó enaquel elemento metálico con más

detenimiento: parecía hecho de oro puro y se retorcía en una compleja y

curiosa forma.Pero, por el rabillo del ojo,

 pudo ver que Maya se acercaba co pasos rápidos; todo lo rápidos que

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sus cortas piernas le permitían dar.o había tiempo para distraersecon tonterías como aquella. Asíque, sin más dilación, hizo girar la palanca.

Al cruzar el umbral, la invadióuna extraña sensación. Observó laestancia. No era muy grande y

estaba tenuemente iluminada por algunos candelabros que pendía

del techo, llenos de velas. El sueloy las paredes estaban cubiertos por 

los mismos tapices y por lasmismas alfombras que la entrada.

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Tampoco había ventanas.Solamente una escalera con el pasamanos de mármol.

Al final de dichas escalerashabía otra puerta, discreta e

comparación con las que había

visto en la gran sala, y que estaba parcialmente cubierta por unas

cortinas de color morado que sedoblaban formando ondas.

Precisamente en aquel instante,la puerta se abrió.

Aurora dio un respingo e hizoun paso hacia atrás al ver que unafigura emergía de entre la

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figura emergía de entre laoscuridad. En ese momento, lasvelas que iluminaban la sala seapagaron. Asustada, buscó la salidaa tientas. Antes de darse cuenta que,

en realidad, las velas seguía

encendidas.―¿Qué ha sido eso?

―preguntó, asustada, mientras parpadeaba insistentemente,

asegurándose que no padecíaalucinaciones.

 No tuvo tiempo decomprobarlo.Hola dijo una voz dulce y

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―Hola ―dijo una voz dulce yaguda, muy cerca de ella.

Con el corazón en un puño, lachica se volvió, descubriendo quela figura que antes estaba junto a la

 puerta, en lo alto de las escaleras,

ahora se encontraba justo detrás deella. Y se trataba de un niño.

Atónita, movió los labios sin emitir sonido alguno, antes de encontrar 

las palabras adecuadas.―Pero… pero… ¡estabas allí!

―exclamó, estupefacta, señalandola puerta junto a las cortinasmoradas

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moradas.Él, sin embargo, se limitó a

responderle con una sonrisa.Fue en ese preciso instante

cuando Aurora se dio cuenta del

gran parecido que aquel niño

guardaba con Maya. Era igual derubio, con el pelo corto y ondulado,

y sus ojos verdes también brillabacon aquel punto de cinismo y

maldad.―¿Quién… quién eres?

―quiso saber.Antes de que él respondiera,Maya irrumpió en la sala

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Maya irrumpió en la sala.―¡Señor! ―gritó, paseando la

mirada por la estancia. Se la veíanerviosa y acalorada.

Al ver al niño que se

encontraba junto a Aurora, la

 pequeña hechicera se arrodilló couna reverencia exagerada, dejando

que sus rizos perfectos cayerahasta cubrirle el rostro.

―Lord Kermiya―pronunció, a modo de saludo.

El pequeño sonrióampliamente.―Querida Maya ―dijo

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―Querida Maya ―dijo,acercándose a ella.

La tomó suavemente por los brazos y la obligó a levantarse. Ellase dejó guiar, abandonando su

reverencia. Después, él le dio u

 beso suave en la mejilla, antes dedecirle:

―Ahora ya has cumplido tcometido. Puedes retirarte.

―Pero, señor… ―trató de protestar ella.

La mirada amable del pequeñose volvió fría y Maya seestremeció Como respuesta la niña

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estremeció. Como respuesta, la niñaagachó la cabeza, antes de salir dela sala.

El ruido de la puerta alcerrarse hizo que Aurora despertara

de su momentáneo trance. Toda ella

había quedado estupefacta aldescubrir que aquel niño era, e

realidad, el temible Doctor. Todoaquello… ¿por un niño?

Se hizo un silencio que a ellase le antojó terriblemente tenso.

Aunque él no parecía incómodo.Seguía con aquella sonrisa tiernapintada en un rostro coronado por

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 pintada en un rostro coronado por unos ojos llenos de maldad. Unaextraña combinación del bien y el

mal que no dejaba de resultar estremecedora.

―¿Estás cansada? ―le

 preguntó el niño, con su hablar máscortés―. Puedes dormir, si quieres.

El castillo tiene demasiadashabitaciones vacías. Te

 proporcionaré una. Esta noche eresmi invitada.

Aurora tartamudeó algo que nisiquiera él entendió.―¿Tienes miedo Aurora?

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¿Tienes miedo, Aurora?―le preguntó. Y al ver la expresióndel rostro de ella, añadió―: Sí,conozco tu nombre. Por supuesto.Sé muchas cosas sobre ti. No te

dejes llevar por las apariencias, no

soy ningún niño. He vivido muchossiglos, aunque no lo parezca.

Conozco el mundo a la perfección.Tanto, como el alma humana. Pero

no hablemos de eso ahora. Ven, teenseñaré tus aposentos.

Tan confundida estaba ella,que obedeció sin rechistar.Dejó que el Doctor la tomara

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Dejó que el Doctor la tomarade la mano y la condujera a travésde las escaleras con el pasamanos

de mármol. Se perdieron tras la puerta cubierta con cortinas

moradas, que desembocaba en u

 pasadizo que se extendía a derechae izquierda, envuelto en penumbra.

Sólo lo iluminaba la pálida luz queentraba a través de las decenas de

ventanas que había en la pared deenfrente y que ofrecían la magnífica

vista del jardín trasero del castillo.Pero ahora no podíadistinguirse nada más allá de los

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distinguirse nada más allá de loscristales. La nevada que habíaempezado a caer aquella mañana se

había convertido en una auténticatormenta de nieve y las ráfagas

 blancas nublaban la visión,

extendiendo sus cortinas de hielo yfrío sobre el lugar.

Al percatarse de la nevada,Aurora no pudo evitar la necesidad

de acercarse a la ventana que teníadelante y colocó las manos sobre el

frío cristal, dejándose invadir por él. También acercó el rostro, para poder ver mejor la nieve, mientras

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p j ,se imaginaba a sí misma durmiendoal raso, junto a Zac.

Pero el húmedo y cálidoaliento que se desprendía de sus

labios empañó el cristal.

―¿Piensas en alguien? ―le preguntó Lord Kermiyak, de

repente.Ella se estremeció y, pasando

una mano por encima del aguacondensada, dibujando así unas

rayas difusas en el cristal, se apartóde la ventana.―No ―mintió.

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―Ya veo ―repuso él.Después, juntó las manos a la

espalda y anduvo un par de pasos,antes de detenerse otra vez, para

clavarle la mirada a la chica―. Sé

lo que ha hecho Maya. Y si te tengoque ser franco, no me gusta nada.

Zac era mi mano derecha y, aunquees cierto que a veces se me

escapaba de las manos, siempre mehabía servido fielmente. Y ahora ya

no voy a poder traerle de vuelta por más que le sane, porque, por culpade esa condenada, alguien lo ha

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, gliberado.

―Tú… Tú… ¿le controlabas?

El niño sonrió de nuevo, antesse asentir brevemente. Aurora se

apartó de él, volviendo junto a la

ventana.―Sé lo que te preocupa ―le

comentó Lord Kermiyak, mientrasse acercaba a ella―. Esta noche, no

era yo. Esta noche, era él ―lesusurró, con la vista perdida en la

nieve que caía fuera―. De todosmodos, puedes estar tranquila, porque te reunirás con él muy

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p q y pronto.

Aurora suspiró, casi

imperceptiblemente, y dejó caer sushombros, que había mantenido e

tensión todo aquel tiempo. De

repente, se sentía cansada y débil,sólo una hoja mecida por el viento.

Lord Kermiyak la tomó lamano.

―Ven ―le dijo, guiándola através del pasadizo―. Esta

habitación es especial. ***

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 Pierre zarandeó un poco a

Amelia y le golpeó suavemente lamejilla.

―¡Eh! ¡Eh! Vamos, Amelia,

abre los ojos. ¡No te duermas!Pero ya era demasiado tarde.

La joven había caído en un estadode semiinconsciencia.

―Mierda ―gruñó él.Aunque quizás que aquello

fuera lo mejor. Tenía que quitarle el puñal que Mira le había clavado ela pierna y aquello iba a doler.

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yInspiró profundamente y

descendió la mirada hasta la herida.

La empuñadura del cuchillosobresalía de entre los ropajes del

 pantalón de Amelia. Con cuidado,

rasgó la tela y dejó la piel aldescubierto. Tenía la mitad de la

hoja hundida en la carne y el hechode que aún se mantuviera allí

impedía una hemorragia mayor.El problema llegaría ahora,

cuando se lo quitase.Pensó en las posibilidades quetenía a su alcance para evitar que la

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chica se desangrase, ahora queAlby ya no estaba para curarla. ¿U

torniquete? Desechó rápidamente laidea; Pierre no era muy bueno e

temas médicos y sabía que si no lo

realizaba con precisión, podíahacer que Amelia perdiera la

 pierna. ¿Y si se limitaba ataponársela y a esperar que dejara

de sangrar? Esperaba quefuncionase, porque no quería

 perderla ahora.Para adormecerle la pierna,empezó a recoger puñados de nieve

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y la fue amontonando alrededor yencima de la herida de ella, hasta

cubrirla por completo. Hacía muchofrío, los dedos se le habían puesto

rojos y apenas los sentía. Pero

Pierre no desistió. Trató dehacerlos entrar en calor, frotándose

vigorosamente las manos. Mientrasaguardaba, cubrió a la chica con la

capa de Alby, para que también ellase mantuviera caliente.

Esperó un tiempo prudencial,hasta que el tacto de la piel de ellaen la zona herida tenía una

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temperatura similar a la de lamisma nieve. Y entonces, cogiendo

la empuñadura del cuchillo, tiró deél con suavidad, pero también co

firmeza, intentando dañar lo menos

 posible sus músculos.Amelia gimió y durante unos

instantes abrió los ojos. Perorápidamente volvió a quedar 

inconsciente.Pierre le dirigió una corta

mirada, sonriendo amargamente, para, después, volver aconcentrarse en la herida. Había

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empezado a sangrar, pero noabundantemente, como él había

temido en un principio. Cruzó losdedos para que aquello funcionara,

tomó un trozo de tela que había

cortado de su capa y cubrió laherida, presionando con fuerza.

Afortunadamente, tras utiempo de presión prudencial, la

herida dejó de sangrar. Pierresuspiró, aliviado. Limpió la pierna

de Amelia con un poco de nieve ydespués la cubrió con un vendajecompresivo.

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Un soplo de aire gélido leazotó el rostro, cubriendo su corta

 barba de copos blancos. Apretó losdientes. Hacía un frío de mil

demonios y el golpe que Mira le

había dado en la nariz le dolíahorrores. Pero no tenía tiempo para

 pensar en ello. Ahora que habíasolucionado lo de la herida de

Amelia, tenían que encontrar ulugar para pasar la noche o

morirían congelados, pues latormenta empeoraba por momentos.Recordó al muchacho y

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volvió la cabeza, buscándole. Leencontró acurrucado bajo a u

árbol, abrazado a sus rodillas,sollozando. Pierre se levantó y se

acercó a él.

―Germián, tienes queayudarme. Tenemos que buscar un

lugar para pasar la noche y leña para encender una hoguera.

El muchacho no respondió.―Germián ―insistió el otro,

 poniendo una mano en su hombro ysacudiéndole un poco.Pero estaba totalmente ido.

i i ó

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Pierre suspiró.―Está en estado de shoc

―dijo una voz detrás de él.Se volvió para encontrar al

 pequeño wingli hundido en la

nieve.―Shiu. Lo siento por él, pero

ahora no tenemos tiempo paralamentaciones y llantos. Nos va la

vida en ello ―susurró. A pesar delos días de convivencia, no se

acostumbraba a tratar temas de vitalimportancia con aquel graciosillo ymenudo animal de peluche.

P Shi í bi

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Pero Shiu, que conocía bielos sentimientos de Pierre, le

respondió con todo el afecto ycomprensión de que era capaz.

―Lo sé. De allí vengo. He

encontrado una cueva.―¿De verdad? ―No había

 podido evitar la sorpresa. Al finalresultaría que Shiu si era, de

verdad, un buen compañero deviaje―. ¡Pues vamos antes de que

la tormenta empeore!El wingli asintió y se preparó para retomar la marcha. Pierre por 

t l ió l i

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su parte, volvió al camino yexaminó el cuerpo de Amelia,

asegurándose que todo marchabacorrectamente, antes de cargársela a

la espalda, tal y como había hecho

aquella misma mañana. Después, sereunió de nuevo con Shiu y

Germián.―Vámonos.

Shiu asintió y con graesfuerzo inició el viaje, dando

grandes saltos sobre la nieve tiernaque se acumulaba ya sobre la tierra.Pierre también había

d d t l á b l

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empezado a andar entre los árboles,tratando de evitar las zarzas y los

matorrales que quedabacamuflados bajo el manto de nieve

y que le harían tropezar en más de

una ocasión, siguiendo los pasos desu compañero animal. Pero se

detuvo a escasos metros dedistancia, al percatarse que el chico

no les seguía.―¿Qué demonios haces,

Germián? ¡Vamos! ―le gritó.Lejos de obedecer, el chicooptó por hundir la cabeza entre susb d i

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 brazos cruzados y empezar a gemir como un bebé reclamando a s

madre.Shiu, que también se había

detenido, miró a Pierre.

“Habla con él” le susurró,usando el lenguaje del corazón.

Pierre suspiró y meditódurante unos instantes lo que tenía

que hacer con el chaval. Shiu teníarazón, debía hablar con él. Pero…

¿cómo hacerlo? Apenas le conocíay, además, él también sufría aquelmaldito revés que les había dado eld ti Alb h bí id j

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destino. Alby había sido su mejor amigo de la infancia y ahora estaba

muerto. Por no hablar de lo que lehabía ocurrido a Amelia.

Armándose de valor, volvió

sobre sus pasos, hasta llegar juntoal muchacho. Le dio un golpe suave

con el pie para llamar su atención.―Escúchame, Germián:

Amelia está herida. Necesitollevarla a un lugar seguro para que

ese corte deje de sangrar. Y no essólo eso. Hay una maldita tormentasobre nosotros y el día avanza corapidez Si la noche cae y no hemos

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rapidez. Si la noche cae y no hemosencontrado un lugar en el que

cobijarnos, moriremos congelados.¿Es eso lo que quieres? ¿Morir?

Germián, que permanecía en el

suelo con el rostro desencajado,elevó la mirada hasta Pierre. Negó

con la cabeza, desesperado.―Pues entonces, ¿a qué

esperas? 

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17. Pedazos de calma 

Cuando se incorporó, no supodecir con certeza cuanto tiempo

llevaba tendida en aquella cama.o había dormido profundamente pero, durante un tiempo largo eimpreciso, había estado sumida eese estado que se yergue entre elsueño y la realidad

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sueño y la realidad.Sin moverse de donde se

encontraba, se dio la vuelta sobre símisma, hasta quedar tendida

 bocarriba. Después, perdió la

mirada en el infinito.Estaba muy confusa. Tanto,

que apenas lograba discernir larealidad de la fantasía. ¿En qué

 punto el mundo a su alrededor habíallegado a perder tanto el sentido

como para convertirse en lo que eraahora?Pensó en su casa, en los días

que hacía que la había abandonado

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que hacía que la había abandonado,y se preguntó qué estarían haciendo

sus padres. ¿Habrían denunciado sdesaparición a la policía? ¿La

estarían buscando por los

alrededores, pensando que habíasido secuestrada? A lo mejor creían

que se había fugado. No era algoque ella fuera a hacer, pero su vida

estaba lo suficientemente patasarriba como para que ellos llegara

a aquella conclusión.Lo que más sentía en aquelmomento era que ellos estuviarasufriendo por ella y lo que más la

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sufriendo por ella y lo que más laentristecía era que aunque lograra

escapar de las manos del Doctor,quizás ni siquiera conseguiría

regresar a la Tierra nunca más,

 porque nadie podía cruzar LaPuerta.

Aquel recuerdo le llevó a pensar también en Zac, en todos los

días que habían pasado juntos, en el bosque. Pensó también en la nocheque habían compartido y lo cercanoque le había resultado en aquelmomento. Pero Zac estaba muerto,aunque aquella no fuera la palabra

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aunque aquella no fuera la palabraadecuada para describirlo, y ya no

volvería a verle más.De todos modos, un destino

 parecido al de él la aguardaba a la

vuelta de la esquina. Y todo por culpa de ese... ¿niño?

Menuda sorpresa se habíallevado al conocerle. No sabía muy

 bien por qué, pero durante todoaquel tiempo había estado pensandoen el Doctor como un hombremayor, viejo, feo y arisco, lleno demaldad y de modales intolerables.

Nada más lejos de la realidad

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 Nada más lejos de la realidad.El aspecto hermoso de Lord

Kermiyak la había desarmado y por eso había permitido que la tratara

como una marioneta; como hacía

con todo el mundo. Pero él no eraningún niño. A pesar de su aspecto

dulce, su interior estaba repleto demaldad, una maldad asfixiante, que

lo envolvía todo y lo reducía acenizas. Como haría con ella.Asi pues... ¿significaba

aquello que no había salida posible?

Aurora suspiró

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Aurora suspiró.Pesarosa y desanimada, se

incorporó y se arrastró por elcolchón hasta posar sus pies en el

suelo.

El fuego ardía con furia en lachimenea situada en la pared de

enfrente, a los pies de la cama, yella corrió a calentarse las manos

en él. Hacía frío, mucho frío, deaquel que una vez se mete dentro yano es posible sacarlo ni con elcalor de una hoguera. Aun así lointentó, sentándose junto a lasllamas para observarlas

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llamas para observarlas.Tenía que pensar, poner los

 pensamientos en orden y… y hacer algo.

Pero, ¿qué?

Fue en ese momento cuando sedio cuenta de un detalle que antes le

había pasado por alto: la habitacióestaba casi a oscuras, iluminada

solamente por las llamas. No habíani pizca de luz tras las cortinas que

cubrían las ventanas. Y aquellosólo podía querer decir una cosa.Paseó la mirada por s

alrededor, en busca de algo con lo

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alrededor, en busca de algo con loque iluminar la estancia, y encontró

un candelabro de cinco brazos en larepisa de la chimenea. Lo tomó y

 prendió una a una las velas con la

ayuda del fuego que lamía la leñaen el hogar.

Después, cruzó la grahabitación, fijándose en cada

detalle: la cama con dintel, del que pendían unas cortinas vaporosascomo la niebla, el armario de pino,la cajoneras con preciosasmanillas, el tocador de cuento dehadas, el espejo con marco de oro,

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hadas, el espejo con marco de oro,la mesa circular con una pata

central que parecía un cuerno.Hasta llegar a la pared más alejada,

donde había dos grandes

ventanales, con forma de arco.Con urgencia, apartó las

cortinas que los cubríadescubriendo la noche que se

extendía más allá del castillo.Mientras ella perdía el tiempodurmiendo, el día había terminado.

¿Cómo haría para huir, ahora?Era fácil: no podría.Un escalofrío la recorrió de

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U esca o o a eco ó dearriba a abajo y la invadió una

oleada de terror. Soltó la cortina ycorrió a esconderse bajo las

sábanas y el cubrecama, haciéndose

un ovillo, tal y como solía hacer cuando era pequeña y temía que

algún fantasma saliera del armario.Pero rápidamente se dio

cuenta de lo absurdo de lasituación. Ya no tenía siete años yel monstruo no iba a salir delarmario, sino que se hallaba ealgún lugar de aquel castillo,

acechando.

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―Zac ―murmuró, a punto de

echarse a llorar.Quería verle, lo necesitaba,

sentirle cerca, sentir que aún estaba

con ella, que aún… Ninguna Parte.

Claro. Estaba allí y siemprehabía estado. Sólo tenía que

conseguir llegar hasta ese malditolugar para verle.Aurora cerró los ojos co

fuerza, hundiendo la cabeza en laalmohada, y dejó la mente e

 blanco. Tenía que ir, tenía que ir.

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q , qRelajarse.

Dormir. Ninguna Parte.

 No, no, no. No debía pensar.

Silencio.Zac…

El recuerdo de un beso y unacaricia.

¡No!Silencio.Zac…La necesidad de verle otra vez

y pedirle perdón...El deseo de que él volviera y

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q yla rescatara, cual caballero

andante...Aurora se incorporó de golpe,

adeando. No podía concentrarse,

estaba demasiado alterada y los pensamientos iban y venían por s

mente sin control. Cada vez quecerraba los ojos lo único que

conseguía era que la imagen de élacudiera para confundirla.Refunfuñando, volvió a hundir 

la cabeza en la almohada.“Debe haber otra manera”

 pensó, mientras observaba el fuego

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p , gdesde la cama.

Cuando se levantó, de nuevo,tratando de encontrar algo que la

ayudara a relajarse, le llamó la

atención un vestido que reposabaencima de la silla del tocador.

Rápidamente se preguntó por quéno se habría fijado antes. Y, como

si hubiera caído bajo un influjomágico, caminó directa hacia él para tomarlo entre sus manos. Lolevantó en alto para verlo mejor ala luz del fuego. Era sencillo, poco

más que una túnica, de tela suave

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qcomo la seda y de un color crema

estampado con motivos bordadosen hilo de color granate.

De repente, tuvo la urgente

necesidad de ponérselo.Se desvistió allí mismo,

ignorando el frío y esparciendo por el suelo la ropa que iba quitándose

(los vaqueros, la sudadera, latúnica de lana), y se lo puso corapidez. Casi se sintió aliviada alhacerlo.

Una vez hubo terminado,corrió hacia el espejo, candelabro

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en mano, y se observó en el reflejo

del cristal. Era una prenda hermosaque le recordaba a los vestidos de

época de las películas clásicas. Y,

aunque el escote la incomodabaligeramente, porque era generoso y

ella apenas lo llenaba, tambié podía disimular aquel pequeño

detalle con la larga cabelleraondulada que le caía por loshombros.

Aurora ni siquiera se percatóde aquel detalle. Los cabellos,

antes cortos y alborotados, le caía

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ahora como una cascada brillante y

ligeramente ondulada. A veces, aún pensaba en ella misma con aquella

 bonita melena y cuando se veía ante

el espejo con el pelo corto, no sereconocía. Por eso, no se dio cuenta

de aquello que, por fuerza, teníaque ser obra de la magia.

  *** 

Pierre se dejó caer junto alfuego, exhausto. Temblando de frío,

acercó las manos a las llamas paraentrar en calor se q itó el j bón

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entrar en calor y se quitó el jubón,

que había quedado empapado.Llevaba toda la tarde buscando leña

entre la nieve, procurando que ésta

estuviera lo más seca posible, puesya le había costado bastante

encender la hoguera con las ramasmojadas.

Germián le acercó un trozo decarne que había estado cocinandoen su ausencia. Pierre lo tomó y lomordió con avidez. Pero trasmasticar un par de veces el primer 

 bocado, lo tragó casi con asco.E fó l dij l l

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―Es rufón ―le dijo el otro, al

ver su cara de disgusto―. Sé que scarne no es muy buena, pero co

este tiempo es todo lo que he

 podido encontrar. Si quieres, puedococerlo un poco más, para que el

sabor no sea tan fuerte.―Déjalo. Está bien así.

El joven terminó de comersesu porción de la cena y tras beber algunos sorbos de agua que habíaconseguido al fundir un poco denieve, se acercó a Amelia. La chica

descansaba a unos metros dedi t i d d d ll

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distancia de donde ellos se

encontraban, bien envuelta en scapa y con la cabeza recostada e

su bolsa de viaje. Dormía co

expresión serena y respirar acompasado.

Con cuidado, comprobó elestado de su herida. No tenía mal

aspecto. De todos modos, preparóuna infusión con unas ramas detomillo que había encontrado en s periplo por el bosque y trató elcorte con ella.

―¿Se pondrá bien?tó G iá d d d d

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―preguntó Germián, dudoso, desde

el rincón donde se hallaba.―Tiene buen aspecto. Sólo

espero que no se infecte.

Pero aquella respuesta nocalmó al muchacho, que tras unos

instantes de duda, formuló la pregunta que tanto temía Pierre y e

la cual había estado pensando todaaquella tarde:―¿Y ahora… qué vamos a

hacer?El joven suspiró y paseó la

mirada por sus tres compañeros.G iá í bi b j

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Germián permanecía cabizbajo

y tenía los ojos hinchados de tantollorar. Shiu dormía a su lado,

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con la vida de sus dos compañeros,

no podían hacer nada contra él.―Regresar ―dijo, finalmente.

Hubo un silencio algoincómodo.

―Lo haces por Amelia,¿verdad? ―preguntó Germián,mientras miraba a la chica dormida.

Pierre titubeó.―Supongo ―respondió―.

Aunque sólo en parte. Ahora queAlby ha muerto ¿Qué podemos

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Alby ha muerto... ¿Qué podemos

hacer? Él era nuestro líder, nuestroguía. Él era quién de verdad quería

acabar con el Doctor. Ya fuera por 

venganza o por querer ayudar a lachica maraya.

―No era el único ―susurróentre dientes―. Yo también quiero

vengarme de ese condenado.Pierre observó al muchachomientras decía aquellas palabras:tenía los puños apretados y semordía el labio inferior con rabia.

―¿Y cómo piensas hacerlo?o eres más que un niño no

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o eres más que un niño ―no

 pretendía ser grosero con aquellas palabras, sólo mostrar la

realidad―. Mira acabó con la vida

de Alby y la de tu padre en un abrir y cerrar de ojos. Y todavía queda

Maya. Aunque lograras acabar conella, ¿qué te hace pensar que

 podrías hacer lo mismo con elDoctor? Es inmortal, Germián, ydomina la magia negra. Se desharíade ti como de un mosquito molesto.

―¡Pero está la chica! ¡Shi

dijo que ella era especial y que spoder nos ayudaría a acabar con él!

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 poder nos ayudaría a acabar con él!

Además, pensaba que tú podríasayudarme...

―¿Yo? Ni hablar. Tengo que

cuidar de Amelia.―Podemos dejarla aquí. ¡Tú

mismo has dicho que está bien! Luzde Luna está a sólo dos días de

camino. En cuanto se recupere u poco podría ir ella misma.―No pienso dejarla aquí,

indefensa y malherida.Quedaron en silencio otra vez.

Pero la propuesta de Germián yahabía hecho mella en Pierre

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había hecho mella en Pierre.

―Wingli ―dijo el joven, de pronto, mirando al animalillo que

se hacía el dormido―, cuánto

queda para llegar al castillo deLord Kermiyak.

Shiu abrió sus ojos esmeralday parpadeó un par de veces antes de

responder.―No estoy seguro, nunca heestado en estas tierras. Pero si elinstinto no me falla, menos demedio día.

Pierre se rascó los pelos quele crecían en el mentón

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le crecían en el mentón.

―Si llevo a Amelia acuestasdisminuiremos el ritmo. Pero

supongo que si salimos al alba

esteremos allí para después decomer. Aunque quizás para

entonces ya sea demasiado tarde. SiMaya y la chica han mantenido el

ritmo de esta mañana... puede que aesta hora ya se encuentren en elcastillo.

A Germián se le iluminaronlevemente los ojos.

―Pero… pero... aun asídeberíamos intentarlo Por la chica

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deberíamos intentarlo. Por la chica

y eso, ya sabes. Y yo puedoayudarte a llevar a Amelia.

Podríamos turnarnos.

Le sorprendió el ímpetu y elcoraje del muchacho. Durante el

viaje de ida, apenas había abiertola boca para mostrar su opinión y se

había limitado a seguir los pasosdel grupo y a obedecer cuandoalguien le mandaba algo(especialmente, su padre). Esedebía ser el motivo por el que Phil

le había aceptado como compañerode aventura

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de aventura.

―Te hacía más callado―observó Pierre, con una sonrisa

melancólica.

Germián parpadeó y desvió lamirada, azorado.

―Sólo quiero vengar lamuerte de mi padre.

Ya. Y Pierre la de Alby. YAlby la de su abuela. Y asísucesivamente hasta llegar al principio de los tiempos. Pero loque estaba claro era que Lord

Kermiyak tenía que morir, por eldaño que le estaba haciendo a esa

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daño que le estaba haciendo a esa

tierra y a las personas que usaba para sus oscuros fines.

―Duérmete, lo necesitas.

Mañana tendrás que estar frescocomo una rosa si pretendes que

hagamos lo que propones.Él chico asintió, sin mucho

afán, y se encogió sobre sí mismo,cubriéndose con la capa, dispuestoa dormir.

Pierre, por su parte, recogió la prenda que se había quitado al

llegar, y que estaba prácticamenteseca, y se la puso de nuevo. Echó

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seca, y se la puso de nuevo. Echó

un par de ramas al fuego y lo atizó para que prendieran; algo que costó

mucho pues estaban bastante

húmedas. Pero al final lo consiguió.Resopló. Estaba cansado y

adolorido por la pelea, pero no podía dormirse: alguien tenía que

vigilar el fuego porque, si seapagaba, terminarían muertos defrío.

Se levantó y se acercó aAmelia, acomodándose a su lado. Y

desde allí, observó la hoguera,distraído, mientras buscaba cosas

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,

en que pensar para no caer en el pozo de la tristeza.

Fue la voz de ella la que le

sacó de su trance:―Buenas noches.

Abrió los ojos, aunque estabaconvencido de que en ningú

momento los había cerrado. Nosabía cuánto tiempo había pasado,aunque, por el estado del fuego,dedujo que no mucho. Casiautomáticamente, se estiró y cogió

otro tronco que echó a las llamas.Después, se volvió hacia ella y la

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p , y

contempló en silencio.―Así que has despertado

―dijo, finalmente―. ¿Cómo te

encuentras?―Bien. Duele un poco, pero

 puede soportarse ―respondióAmelia, sin levantarse. Y después

añadió―: Llevo ya un tiempodespierta. He oído vuestraconversación. La verdad es queestaba esperando que Germián sedurmiera.

―Vaya. ―Pierre no se loesperaba―. Y… ¿qué opinas al

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p ¿q p

respecto?―Me parece un suicidio

―dijo, muy seria. Pero antes de

que él pudiera intervenir, continuóhablando―: Pero estoy de acuerdo

con vosotros: debemos acabar coese malnacido y ayudar a esa pobre

niña. Y ya no sólo por nosotrosmismos, sino por nuestro mundo.Porque si el Doctor abre la Puerta,todo se vendrá abajo. Por esoquiero ir con vosotros.

Pierre dudó.―¿Estás segura? No sé lo que

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¿ g q

vamos a hacer, no tengo ningún plan. Y será muy peligroso. Lo más

 probable es que ya sea demasiado

tarde. ―Trataba de persuadirla para que no fuera, aunque, e

realidad, no estaba convencido dequerer apartarse de ella, a pesar de

que aquello supusiera enfrentarla a peligros insospechados―. Además,está tu pierna.

―Yo estaré bien.Amelia sonrió,

afectuosamente, mientras acariciabala mejilla de Pierre. No se dejaría

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convencer tan fácilmente. Pero ssonrisa se congeló al darse cuenta

de que él estaba llorando. Iba a

 preguntarle qué ocurría, pero sedetuvo. No hacía falta ser muy listo

 para deducirlo: acababa de perder a su mejor amigo, a aquel que había

compartido todo con él desde lainfancia. Y también había estado a punto de perderla a ella. Además,estaba cansado, adolorido, mojadoy tenía frío. Pero, a pesar de ello,

no podía permitirse el lujo dedescansar y olvidar sus penas por 

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un rato, pues tenía que cuidar deGermián y de ella. Por eso, en vez

de hablar, Amelia se incorporó y le

abrazó, atrayéndole hacia ella.Pierre se dejó llevar. Ahogó

algunas lágrimas en el pecho deella, sintiéndose protegido yarropado por primera vez en aqueldía. Ahora ya no tenía quedemostrar que era un hombre hechoy derecho, no tenía que privarse desus propias necesidades,

anteponiendo las de los demás.Dejó que Amelia le consolara y

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después buscó sus labios para besarlos, casi con desesperación.

Al principio, Amelia dejó que le

 besara, confusa, pero después, seseparó de él con delicadeza y le

obligó a recostarse a su lado.―No, Pierre, éste no es elmomento ni el lugar ―murmuró,mientras señalaba a Germián con ugesto de cabeza―. Lo que necesitasahora es dormir. Yo vigilaré elfuego, ya he dormido suficiente esta

tarde.―Pero…

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―Shht, no digas nada.Le tapó la boca con delicadeza

y después acarició su pelo co

ternura.Pierre no tardó mucho tiempo

en caer dormido. ***

 Aurora había salido de s

habitación, algo indecisa.Tras ponerse el precioso

vestido, había estado aguardando,sentada en el tocador, la llegada de

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Lord Kermiyak. Tenía el presentimiento de que él vendría a

 buscarla (¿habría llegado la hora?)

y que por eso le había hecho llegar aquella túnica.

Además, estaba el detalle del pelo.La chica se había dado cuenta

del cambio en cuanto se habíasentado ante al espejo para peinarse.

“Realmente, el vestido

quedaría mucho mejor si tuviera el pelo largo, como antes” había

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 pensado, creyendo que el reflejoque le devolvía el cristal era sólo

 producto de su imaginación.

Pero al acariciar las hebrascastañas había podido sentir el

tacto sedoso entre sus dedos. Yentonces había podido comprobar que no se trataba de una visión, el pelo le había crecido de verdad yvolvía a tener la misma melenaondulada que antes.

El tiempo se había ido

deslizando, perezoso, mientras ella permanecía frente al espejo,

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deleitándose con el tacto suave quele ofrecía su recién estrenada

melena. La había peinado de mil

formas distintas: haciéndose unacoleta, una trenza, un recogido;

dejándola caer a un lado u otro.Pero al final había optado por dejarla tal y como estaba.

Después, cansada de esperar,y en vista de que del Doctor noaparecía ni la sombra, salió de shabitación para husmear un poco.

o sabía lo que le esperaba fuera,ni tampoco si Lord Kermiyak se

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enfadaría al verla deambulandosola por el castillo. Pero la

curiosidad la había podido.

Se agarró con cuidado el pliegue del vestido, para no pisarlo

al andar, y con la otra mano tomó elcandelabro de cinco velas que leservía para iluminar el camino. Lesorprendió el hecho de que nohubiese ninguna luz encendida etodo el pasillo, ni siquiera unasimple vela, y, aunque al principio

se asustó por la densa oscuridadque envolvía el lugar, se animó a

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seguir andando.Aquella podía ser la única

oportunidad para pasear a solas por 

el castillo. Y aunque tampocoesperaba encontrar la manera de

huir de allí, a lo mejor el paseo ledaba alguna idea.Recorrió el mismo camino que

habían trazado aquel medio día, através del pasillo de grandes

ventanales. Como había ocurridoen su habitación, las cortinas

estaban echadas, haciendo elambiente más claustrofóbico y

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sofocante.A punto estuvo de pasar de

largo la puerta por la que había

entrado horas antes; a la luzinsuficiente del candelabro parecía

otra más, simple, pequeña eimpersonal. Pero algo dentro deella le hizo detenerse. Entoncesaminoró sus pasos y se volvió haciala madera. No dudo en hacer girar 

la manilla, ni en apartar las cortinasde color morado al entrar, evitando

así que se quemaran con el calor delas velas.

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Bajó con decisión lasescaleras de mármol, sintiendo e

sus pies cubiertos solamente por los

calcetines de deporte el tacto de lamoqueta. Una vez en el rellano,

abandonó la estancia para entrar eel vestíbulo, donde habíadespertado esa misma tarde.

El lugar, también sumido en penumbra, ofrecía un aspecto

tétrico y silencioso. La oscuridadno parecía acabarse nunca y,

aunque el sitio inmediato querodeaba a la chica se iluminaba co

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la luz anaranjada del candelabro,todo lo demás parecía extenderse

en una bruma de negrura infinita.

Permaneció unos instantes eaquella posición, estudiando el

lugar y tratando de calmar sacelerado corazón, que martilleabacon fuerza dentro del pecho. Nosabía por dónde seguir. Había untotal de diez puertas en la sala, si

contar la puerta principal ni la quehabía usado ella al salir, y todas

ellas tenían un aspecto parecido.Eligió una al azar, una que

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estaba situada en la pared que lequedaba a mano izquierda. Al

abrirla, Aurora se encontró con otro

 pasadizo, muy amplio, también aoscuras. Pero esta vez, al fondo de

todo, pudo ver que, entre la ranurade una puerta entreabierta, seescabullían algunos rayos de luz.

Temiendo ser descubierta,apagó las velas del candelabro y

dejó el objeto en un rincósuficientemente apartado para que

nadie tropezara con él. Después,avanzó de puntillas tratando de

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 pasar lo más inadvertida posible. 

18. Devolver las cosas a su

estado natural

  Mira ha muerto.

La voz del niño llenó laestancia, una pequeña y acogedorasala de estar decorada con mueblesantiguos, así como algunos objetosmodernos que contrastaba

especialmente en aquel lugar.Lord Kermiyak se hallaba

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sentado en una confortable butacatapizada con piel, situada enfrente

de una chimenea donde quemaba

una gran hoguera.Maya, que permanecía de pie

unto a la puerta, se sobresaltó cola noticia.―¿Qué? ―exclamó, incapaz

de creérselo―. ¿Cómo hasucedido?

Aunque tenía una ligera idea alrespecto. De todos modos, parecía

tan improbable que aquel grupo decampesinos hubiese podido acabar 

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con la vida de su hermana...―No lo sé ―reconoció él―.

Pero llevo toda la tarde intentado

hacerme con el control de su cuerpoy no lo consigo. Además, este

mediodía, poco después de tllegada, pude percibir que alguietrataba de romper mi encantamientosobre ella. Debí haber prestado másatención.

―No… no puede ser. ¿Y,ahora, qué hacemos?

―¿Hacer? ―preguntó LordKermiyak, como si realmente le

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sorprendiera aquella pregunta.Después, sonrió tiernamente, co

aquella extraña combinación que

 producían sus malvados ojos y sexpresión afectuosa, y añadió―:

ada, por supuesto. Ahora yatenemos a la Última alma. Nonecesito a Mira para nada. Mañana,cuando realice el ritual, todo habráterminado.

Maya tragó saliva, incómodaante la réplica que le había dado el

 brujo. Después de todo… ¿seríacapaz de deshacerse de Mira co

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tanta facilidad? La mujer llevaba yamuchos años con ellos.

―Además ―añadió el

Doctor, arrancándola de sus pensamientos―, siempre puedo

sustituirla por otra. Como a Zac. Ycomo a todos los demás.Y entonces comprendió lo que

Lord Kermiyak quería hacer.Asustada, dio un paso atrás. S

mirada y la de él se cruzaron,ambas de ese verde aceituna ta

hermoso, pero a la vez llenas delodio que habían ido acumulando

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tras siglos de soledad.―Quieres… quieres

cambiarnos por aquella niña

maraya ―tartamudeó, aterrorizada. No hubo respuesta.

―¡No puedes hacerme esto!¡Guillaume, por favor!―Te tengo dicho que no me

llames Guillaume ―repuso LordKermiyak, sin levantar la voz, pero

mostrando en ella una frialdad casiantinatural.

―¡Por favor! ―Mayasollozaba mientras pronunciaba

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aquellas palabras―. Mírame, soyyo, Chantal. Sigo aquí a pesar de

este maldito aspecto que ahora

tengo.―Me da igual quién seas. Ya

sabes por qué te permito seguir viva.―¡Pero tú me querías! ¡Me

amabas! ¡Me salvaste cuando micuerpo moribundo ya no podía

retener mi pobre alma! ¡Y me disteeste cuerpo!

―Realmente eres estúpida ysiempre lo has sido. Yo no te

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amaba, ni te amo. Sólo te utilicé para que dieras vida al cuerpo de

mi difunta hermana. Pero, desde

hace un tiempo, sólo consiguesmancillar su nombre con tu actitud.

Así que prefiero que el cuerpovuelva a quedar vacío, aguardandoa que alguien más digno que tú loocupe.

―¡No puedes hacer esto! ¡Me

necesitas! Ahora que Zac no está,sólo yo conozco todo lo que te

rodea. Sólo yo podré ayudarte en tnueva misión de vengarte de todos

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los que nos encerraron en estelugar, allá en la Tierra.

―No necesito tu ayuda. E

cuanto le robe el alma a Aurora,convertiré su cuerpo en mi nueva

compañía. Ella me guiará por laTierra, porque la chica, más que tú,conoce aquel lugar. 

Aurora se recostó en la pared,unto a la puerta, y contuvo la

respiración.Mientras avanzaba por el

ill h b d l d

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 pasillo, había oído las voces deLord Kermiyak y de Maya y habíasupuesto que estaban teniendo una

conversación, algo tensa a juzgar 

 por el tono de voz que ambos, y eespecial ella, estaban usando.

Pero ahora que habíaalcanzado su destino, las voceshabían cesado.

Temerosa de haber sidodescubierta, desechó la idea de

seguir espiando a hurtadillas y diomedia vuelta para volver al

vestíbulo. Pero un grito provenientede la habitación entreabierta la hizo

d l ó

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detenerse, con el corazón en u puño.

―¡Non!

Era la voz de Maya la quehabía gritado y que ahora parecía

retomar la conversación. La puertase había abierto un poco más,dejando que la luz que se escapasede la estancia, permitiendo,también, que la voz de Maya se

oyera alta y clara.―Arrete. ¡Guillaume, arrete!

Aurora reprimió unaexclamación de sorpresa al creerse

d bi P á id

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descubierta. Pero rápidamente sellevó las manos a la boca, para

cubrírsela. Aquellas palabras no

iban dirigidas a ella. No debíadelatarse. Quedó pasmada en medio

del pasillo, paralizada por elmiedo.Después, no hubo más gritos.

Sólo silencio.Una ola de frío entremezclada

con una brisa suave acarició aAurora, haciéndola tiritar. La chica

sabía perfectamente de qué setrataba, porque lo había sentido

t d N b i

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antes, en casa de Nuba: era magia ymuy poderosa. Y entonces, se oyó

un ruido seco y el cuerpo de Maya

asomó por la rendija abierta en la puerta. Estaba tendida en el suelo,

con el rostro vuelto hacia Aurora, ysus ojos estaban completamentevacíos.

Estaba muerta.Siguiendo sus instintos más

 básicos, Aurora echó a correr por el pasillo, en dirección a la entrada

 principal del castillo. Tenía quehuir de aquel lugar, aunque aquello

ll i l d

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conllevara morir congelada emedio de la tormenta de nieve que

asolaba los alrededores.

Pero, antes de alcanzar siquiera la puerta que separaba el

 pasillo en el que se encontraba delvestíbulo, Lord Kermiyak aparecióante ella.

La puerta del salón se habíaabierto completamente y la luz de la

hoguera les bañaba a ambos. Losrizos color miel del Doctor 

 parecían brillar con un resplandor danzante y sus ojos verdes

b t t ld d A

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emanaban tanta maldad que Auroracreyó que la mataría. Pero la suave

y pícara curva que dibujaban sus

labios le indicó que no estabaenojado.

―Yo, yo… ―tartamudeó ella,sin saber muy bien qué hacer.Estaba asustada, pero tambié

confusa. No sabía si echar a correr o permanecer allí quieta, si llorar o

reír, si hablar o callar. Noconseguía ni imaginar la reacció

que tendría aquel niño diabólico yaquello la desconcertaba.

Pero él se limitó a ampliar s

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Pero él se limitó a ampliar ssonrisa, dibujando así un par de

graciosos hoyuelos en sus mejillas.

Después, dio un par de pasos haciaella, tendiéndole las manos, e

señal de buena voluntad, mientrassusurraba:―No tengas miedo.El eco de su aguda voz infantil

recorrió el pasillo, haciendo que

Aurora se estremeciera y se alejaraun par de pasos de él, casi de forma

involuntaria; hubiera querido huir, pero el miedo la mantenía

paralizada Y ante aquel rechazo

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 paralizada. Y, ante aquel rechazo,el gesto de Lord Kermiyak murió e

un intento, haciendo que el niño

 bajara las manos y se quedarainmóvil.

―Tranquila, no te haré daño―insistió―. Ya te dije que estanoche eras mi invitada.

Las palabras pronunciadassonaron tan surrealistas que Aurora

se sintió molesta al oírlas.―Pero… pero… ¡acabas de

matarla! ―repuso, casi furiosa.El niño se quedó callado unos

instantes pensando en lo que ella le

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instantes, pensando en lo que ella lehabía dicho. Después ladeó un poco

la cabeza y desvió la mirada, para

observar el cuerpo de Maya. Derepente, se había puesto muy serio.

―Sí. Y no. En verdad yaestaba muerta; o tendría que estarlo.Yo sólo me he limitado a devolver las cosas a su estado natural.¿Crees que he obrado mal? ―al

decir las últimas palabras, levantóde nuevo la mirada, clavando sus

ojos verdes en los de ella yhaciéndole sentir un extraño

desasosiego que la recorrió por

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desasosiego que la recorrió por dentro.

Aurora quedó desconcertada

 por aquel sentimiento y por laextraña replica que le había dado

él, así que guardó silencio duranteunos instantes, antes de murmurar:―No lo sé. Supongo que no.Ahora era ella la que desviaba

la mirada, aturdida. Lord Kermiya

volvió a sonreír.―Pero sigues teniendo miedo,

¿verdad? De acabar como ella.Sí… sé que suena terrible. Pero es

tu destino: tienes un alma pura y la

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tu destino: tienes un alma pura y lanecesito. ¿Que no es justo? Lo sé.

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tener que matar más gente sólo por 

el simple hecho de que no les gustalo que hago y se empeñan e

interponerse en mi camino. Y los brujos de Udegelia tenían esadetestable capacidad. Además, tenen cuenta que en las guerrassiempre hay víctimas inocentes. Y

yo te estoy ofreciendo una muertedigna y limpia. Nada comparado

con el horrible sufrimiento quetuvieron que soportar los brujos que

murieron quemados vivos en lah

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murieron quemados vivos en lahoguera.

Ella gimió angustiada. El

Doctor tenía parte de razón, peroella no tenía la culpa de todo eso.

Todo era tan confuso y las razonestan efímeras…―¡Pero ahora la Tierra es un

lugar distinto! ¡Ya no hayInquisición que persiga a los

 brujos! ¡Ni siquiera conocemos laexistencia de la magia! Ahora todo

eso ya no son más que mitos yleyendas, simples cuentos infantiles

para hacer dormir a los niñosL é Z l h d

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 para hacer dormir a los niños.―Lo sé. Zac me lo ha contado

todo. Y ese me parece un mayor 

motivo para querer volver.Aurora entreabrió la boca,intentando decir algo más, pero las palabras no le salieron. Habíausado ya todos sus argumentos y parecía que el Doctor no pensabaescucharla, dijera lo que dijera.

Una lágrima solitaria descendió por su mejilla, símbolo de su derrota.

Finalmente, optó por quedarsecallada y agachó la cabeza.

―No te entristezcas niña Elid d t d á d l

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No te entristezcas, niña. Erealidad te comprendo más de lo

que tú crees. Pero tú tambié

tendrías que comprenderme a mí―dijo él, casi con pesar. Despuésnegó con la cabeza y dejó escapar un suspiro, antes de continuar―.Pero ya está bien de hablar de eso,quiero que tu última noche sea feliz.Por eso te pido que me acompañes.

De repente, se encendierotodas las velas de los candelabros

que pendían a un lado y otro del pasillo, llenándolo de tanta luz que

Aurora tuvo que cerrar los ojosd t d

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Aurora tuvo que cerrar los ojosdurante unos segundos, para

acostumbrarse. Al abrirlos de

nuevo, vio que Lord Kermiyahabía comenzado su marcha. Peroella se quedó quieta. Inspiró profundamente un par de veces.

―Te agradecería que fuerasamable conmigo y no intentarashuir. ―La voz la cogió

desprevenida y encogió scorazón―. Mi paciencia es grande,

 pero tiene un límite. Y no me gustanlos juegos. Si tengo que ir a por ti,

me temo que tendré que acabarrápidamente con toda esta farsa y

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me temo que tendré que acabar rápidamente con toda esta farsa y

no habrá noche de despedida para

nadie.Ella tembló, preguntándosecómo habría sabido él lo que le pasaba por la cabeza. 

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19. Un cuento sin final

feliz 

Cenaban.Aurora se llevaba a la boca

 pequeñas porciones de comida quemasticaba sin hambre, mientrasobservaba la estancia de reojo.

Se encontraban en un saló

muy grande, a pesar de que LordKermiyak había advertido de que se

trataba un comedor algo discretob d h bí i it

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gque usaba cuando no había visitas.

La mesa alrededor de la cual

estaban sentados, situada en elcentro de la sala, era maciza, demadera clara y en ella cabrían, si problemas, una decena decomensales. Las sillas, del mismomaterial, estaban tapizadas con telaverde bordada en rosa, como el

mantel que cubría toda la mesa. Euna de las esquinas, una gra

chimenea caldeaba el ambiente.Aurora y el Doctor se

encontraban sentados en uno de losextremos de la mesa y ante ellos se

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extremos de la mesa y ante ellos se

distribuían varias fuentes, bandejas

y cazuelas llenas de manjaresexquisitos que ella ni probó. Él sícomía, cortando los alimentos comodales exquisitos y saboreándolosintensamente antes de tragarlos.

―¿No te gusta la comida?―comentó él, viendo el poco

apetito que mostraba ella―. Puedo preparar otra cosa, si lo prefieres.

Aurora hizo que no con lacabeza.

―No, no es eso.―¿Piensas en Zac?

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,―¿Piensas en Zac?

―Bueno… ahora mismo, no.

La verdad es que estaba pensandoen Maya.

―Uhm, Maya… No te dejesengañar por las apariencias, aquellamujerzuela debía ser la másmalvada de las mujeres. Era tadistinta de ti… Tú tienes un alma

 pura y la suya estaba corrompida por el odio. Aunque, de hecho, si

ella también hubiera sido como tú,no hubiese podido usar su alma

 para dar vida al cuerpo de miherma

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p pherma.

―Yo… creía que eras su

 padre.―Y lo soy. Yo la cree y por eso la considero mi hija. Aunque tú pensabas en otra cosa, ¿cierto?Pero, como comprenderás, con estecuerpo es imposible engendrar hijos biológicos.

Aurora permaneció esilencio, sosteniendo con su mano

derecha el tenedor del que pendíauna hoja de lechuga. Finalmente,

desvió la mirada que habíamantenido fija en el niño y

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qmantenido fija en el niño y,

soltando un suspiro, se llevó la

comida a la boca.―Confuso, ¿verdad? ―le preguntó él, sonriendo.

Ella asintió on la cabeza.―Sí, supongo que sí.

Mientras hablaba, LordKermiyak tomó la copa que tenía

ante él, llena de vino tinto, y, trasobservarla a la luz de las velas, se

 bebió su contenido de un trago.Acto seguido, se levantó y se

acercó hacia Aurora, invitándola ahacer lo mismo

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hacer lo mismo.

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 pasó la palma de su mano extendida

 por encima de él. En consecuencia,éste empezó a levitar.Aurora, que contemplaba la

escena con los ojos abiertos de par en par, se hizo a un lado cuando

Lord Kermiyak se acercó, seguidodel cadáver flotante.

―Acompáñanos, por favor ―le dijo él.

Y así lo hizo.Avanzaron en dirección al

vestíbulo y, una vez allí, sedirigieron a la puerta que conducía

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dirigieron a la puerta que conducía

a la sala de las escaleras con el

 pasamanos de mármol. Las velas delos candelabros iban encendiéndosesolas a medida que avanzaban.

En el piso superior,recorrieron el pasillo de amplios

ventanales, doblando a la izquierdaal final de todo, y después otra vez,

 para tomar el pasadizo internodonde se encontraban las

habitaciones. Dejaron atrás la queAurora había usado aquella tarde, y

que era la primera de todas, asícomo otras tantas que ella no se

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molestó en contar. Deteniéndose

finalmente ante una cuya hoja sedeslizó sin necesidad de accionar lamanilla.

―Ésta era la habitación deMarie Aline, mi hermana ―explicó

Lord Kermiyak.Aurora dirigió una mirada

rápida a la habitación, sorprendida por aquellas palabras, y después

esperó de pie junto a la puertaobservando al Doctor. Él también

entró, seguido del cuerpo de Maya,que flotaba tras él. Se acercó co

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 parsimonia a la cama y, tras coger 

en brazos el cadáver, lo colocósobre el colchón. Cuando Auroravolvió a mirar a la niña, se percatóque el corsé verde y las mallashabían sido remplazadas por una

túnica sencilla, parecida a la quellevaba ella. Lord Kermiyak colocó

una muñeca de trapo, quedescansaba a los pies de la cama,

entre los brazos cruzados de laniña.

―Querida Marie Aline―murmuró, para después darle u

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, p p

 beso suave en la frente.

Se sentó junto a ella y leacarició el pelo con ternura. Auroraobservó la escena desde ladistancia, sin saber muy bien quéhacer y sin comprender del todo lo

que estaba ocurriendo. Aunque,antes de que tuviera tiempo de

abandonar la estancia, LordKermiyak empezó a hablar:

―Marie Aline era mi hermanagemela. Murió hace casi tres siglos.

La chica, que escuchaba esilencio, se acercó a la cama. Se

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fijó en cada detalle del rostro de

aquel niño rubio y cayó en la cuentadel inmenso parecido que tenía coMaya.

―¿Quién eres? ―preguntó evoz alta y clara, sorprendiéndose de

su osadía.Él sonrió.

―Ahora mismo no sabría quéresponderte. Sé que una vez fui

Guillaume Kermiyak de Montfort, pero ahora ya no queda en mí nada

de ese niño. Quizás podría decirseque en realidad morí, como mi

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hermana.

Levantó la mirada, que habíamantenido fija en el cuerpo deMaya, y buscó la de Aurora. Ella seestremeció al sentir aquel par deojos sobre ella.

―¿Quieres que te cuente ucuento?

El aire vibró y elestremecimiento de Aurora se

convirtió en temblor. Casi sin darsecuenta, se encontró a sí misma

respondiendo afirmativamente aaquella pregunta.

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Érase una vez, hace mucho,mucho tiempo, un país perfecto que,

aunque nacido del engaño y lacorrupción de algunos, se erguía

 próspero y feliz. Este país, llamadoUdegelia, no tenía rey y cada

 persona que habitaba en él eradueña de su propio destino.

Aun así, en estas tierras, y eel pueblo que se encontraba másallá de los jardines de este palacio,todo el mundo conocía a RaouldPi d M tf t l

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Pierre de Montfort como el

Gobernante.

Raould no había sido bendecido con el don de la magia, pero suplía aquella carencia couna gran astucia e inteligencia.Había sido él quien había unido a

los campesinos del norte y habíaestimulado el comercio en Jardín de

Invierno hasta convertir un pequeño pueblo en una ciudad próspera,

conocida en todo el lugar. Era unhombre respetado y admirado, que

se había casado con la hija menor del brujo más conocido de

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Udegelia, y con la que había tenido

un par de mellizos encantadores: mihermana y yo.A decir verdad, no recuerdo

mucho acerca de mis padres y esque, por aquel entonces, había

 pocas cosas en el mundo que meimportaran más que mi hermana.

Marie Aline era un ángel, siempretan callada y tímida. Solía

apuntarse a todos mis juegos yhacer cada una de las barbaridades

que le pedía; siempre estaba allí, para mí, y era la única persona e

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terrible.

Era primavera y le había pedido a Marie Aline que jugaraconmigo al escondite. Ella estabacansada pero yo insistí e insistí,hasta conseguir su aprobación. Me

sentía eufórico aquella mañana y por eso no dejamos de correr a por 

la hierba, a través de las flores,hasta que llegó la hora de comer.

Después de almorzar, ella se retiróa su habitación, alegando que

estaba cansada. Pero sindisposición no era sino u

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síntoma de una enfermedad y, antes

de caer el sol, Marie Aline seencontraba en la cama ardiendo defiebre.

La mala fortuna había queridoque mis padres no se encontraran e

el castillo aquella vez y, aunqueeran mucho los que dominaban la

magia en los alrededores eintentaron curar a Marie Aline hasta

la saciedad, ninguno de ellos eratan poderoso como mi madre. La

fiebre no dejó de subir y su estado,de empeorar.

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Al final, alguien me llevó.

Pasé mucho rato en mi habitación,apagado y confuso, tendido en lacama sin saber qué hacer. Cuandointentaba salir, siempre habíaalguien que me lo impedía y me

instaba a permanecer en misaposentos sin molestar. Pero llegó

un momento que el ajetreo sedetuvo. Era ya muy tarde, bie

entrada la madrugada. Entonces,salí de mi habitación y me dirigí a

la contigua, que era la de mihermana.

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Ella descansaba en la cama, e

esta cama dónde nos encontramosahora, de la misma forma en que lohace ahora. Yo no sabía que estabamuerta, pensé que al final habíamejorado y todos había

aprovechado para irse a dormir. Meacerqué y la sacudí ligeramente, y

al ver que no me respondía, insistícon más fuerza. Pero todo lo que

conseguí fue que su cabeza seviniera hacia un lado, inerte.

Grité como un loco. Meabalancé sobre ella y la estreché e

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mis brazos, sacudiéndola, para

hacerla reaccionar. Pero,obviamente, ya no había nada quehacer. Ni cuando mis padresllegaron, esa misma madrugada,usto antes de la salida del sol,

 pudieron hacer nada por ella. Erademasiado tarde.

Y, a partir de aquel momento,la felicidad con la que habíamos

vivido todos esos años, se truncóirremediablemente.

Mi padre me culpaba de lamuerte de Marie Aline, aunque

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nunca me lo dijera abiertamente.

Por eso, un día, sin poderloaguantar más, estallé. Mi madretrató de detenernos, pero tuvo quehacerse a un lado dada la violenciade la pelea. No eran sólo los

golpes, sino la rudeza de las palabras que nos decíamos.

Y entonces ocurrió: maté a mi propio padre.

 No recuerdo cómo sucedió,sólo sé que de pronto me había

acercado a su escritorio y habíacogido el puñal que guardaba en el

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cajón inferior. Acto seguido, el

cuchillo estaba clavado en scorazón.Mi madre nunca me lo

reprochó, aunque aquello habíasido también su sentencia de

muerte: había perdido a su hija y asu marido, y ya no le quedaba

fuerzas para seguir adelante. La pena terminó llevándosela también.

La culpa me carcomía lasentrañas y empecé a estudiar los

libros de magia y hechicería quehabía en la biblioteca; busqué a los

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Poco a poco, la gente empezó

a marcharse y el castillo quedóvacío. Nunca trascendió que lamuerte de mi padre hubiese sido por culpa mía, pero el que teníacarisma, el que se había ganado el

respeto de todo el mundo había sidoél, y no yo. Yo sólo era un pobre

mocoso que había perdido el juicioante la muerte de su familia. Ni

siquiera era el heredero oficial denada, porque mi padre no era rey.

En un acto de impotencia, lanoche en que el último de los

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sirvientes del castillo se marchó,

corrí hacia la cripta donde estabaenterrados mis padres y mihermana, y le grité al mundo que medaba igual querer ser Dios y que loúnico que me importaba era

recuperar a la familia que había perdido, aunque aquello supusiera

corromper mi alma.Cuando desperté, a la mañana

siguiente, había alguien junto a mí.Era un hombre tan alto que

daba miedo y su rostro, defacciones perfectamente definidas,

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hacía pensar en un cuervo. Creo que

 por más que pasen los años, nuncaconseguiré olvidarle. No se presentó ni me explicó

cómo había llegado, sólo se sentóunto a mí y me habló de las artes

oscuras que usaban el poder de lasalmas puras. También me dio esto:

la llave que abre las puertas deinguna Parte. Incluso me habló del

camino al Paraíso, el lugar dondese dirigían todas las almas después

de morir. Me aseguró que siconseguía el poder suficiente como

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 por lo tanto, me daba igual venderle

mi alma al Diablo, pues no iríanunca al infierno.Así que acepté.Todo empezó casi como un

uego, pero terminó convirtiéndose

en mucho más que eso. Algo peligroso, oscuro y terrible.

Primero fue la inmortalidad ydespués el poder supremo. Ahora

mismo no recuerdo cuánta gentemurió para que yo pudiera

conseguirlo, cuántas almas purasfueron destruidas con el fin de

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darme su magia. Pero llegó un díaen que mi poder era casiequiparable al de Dios. Y ese día,subí al Paraíso.

 No te aburriré con detallessobre fantasías religiosas, sólo te

diré que fui en busca de mihermana. Y que la encontré. Su

cuerpo aguardaba en Udegelia, protegido por un hechizo que yo

mismo había lanzado sobre ella para mantenerla intacta a pesar del

 paso del tiempo. Y yo iba a hacerlaregresar después de aquellos años

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de sufrimiento y soledad.Pero cuando intenté

llevármela, algo me lo impidió.Para que te hagas una idea, el

Paraíso se parece a Ninguna Parte:no se puede salir de allí. Pero yo

tenía el don de hacerlo y podíallevarme de allí a quién quisiera.

Sólo había una condición: que esaalma también deseara salir de allí.

El problema era que mihermana no quería. Parece ser que

el Diablo olvidó mencionar aquel pequeño detalle.

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Así que cuando regresé, me di

cuenta de que ya no me quedabanada. Estaba sólo, sin motivos paravivir y sin poder morir en paz, puescuando aquello sucediera, el Diabloestaría aguardando a que yo pagara

mi deuda. 

Aurora parpadeó, como sidurante ese tiempo se le hubieseolvidado hacerlo. De hecho, asíhabía sido. Durante el tiempo que

había durado el relato, le había parecido estar muy lejos de la

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habitación, como si todo lo que lecontaba el Doctor tomara formaante sus ojos.

―Así... Todo lo que has hechodurante los últimos ciento cincuentaaños, has sido sólo… ―susurró,

incrédula, al comprender.―Exacto, un motivo para vivir 

―corroboró el niño―. Un motivo para seguir adelante. Estar 

encerrado en este país pequeño yridículo me ahogaba, por eso decidí

que si tenía que vivir durante todala eternidad, mejor sería hacerlo e

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el Otro Lado, un mundo fantástico yexótico que nunca dejaba desorprenderme cuando lo observabaa través de mis poderes.

―¿Y Maya…?―Uhm… sí… A ella la cree

después de que mi hermana murieradefinitivamente para mí. Entendía

que Marie Aline no quisieraregresar. Después de todo, era su

decisión. Y en el Paraíso podía permanecer junto a las almas de mis

 padres. Pero, a pesar de ello, no podía olvidarla.

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>> Por aquel entonces yo

disponía de una guardia demercenarios que había reunido paraque me trajeran las almas puras quenecesitaba. Y como comprenderás,tantos hombres viviendo bajo este

techo necesitaban que hubiesealguna mujer esperándoles cuando

regresaban a casa.>>Entre ellas estaba Chantal.

>>Nunca había sido una mujer dulce, ni cariñosa. Además, era fea

como ella sola. Por eso ninguno delos hombres se fijaba nunca en ella.

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Así que su principal ocupación seconvirtió en cuidarme. Siempreestaba a mi lado y, de algún modo,terminé por encariñarme de ella.

>>Pero un día enfermó. Escierto que yo podría haberla curado

con mis poderes, pero como le teníaun afecto especial, le propuse u

trato: darle un nuevo cuerpo, quesería joven y bello eternamente. El

cuerpo de mi hermana.―Y ella aceptó…

Lord Kermiyak asintió ydespués guardó silencio, como si,

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de repente, hubiese perdido elinterés en continuar con aquellaconversación. No fue hasta despuésde un largo minuto, que se decidió a

hablar.―Creo que se ha hecho tarde.

Deberías descansar. Mañana,cuando el sol llegue su punto más

alto, las puertas de Ninguna Partese abrirán reclamando tu alma.

Aurora se estremeció y desvióla mirada. Durante el breve

intervalo que había durado aquellaconversación, había olvidado el

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motivo que la había traído hastaallí.

―No tengas miedo ―lesusurró él, al observar s

reacción―. No te dolerá, si es esolo que te preocupa. Además, puedes

 pensar que allí te rencontrarás coZac.

Se abstuvo de replicar queaquello daba igual porque

terminarían desapareciendo detodas formas cuando él destruyerasus almas para robarles la magia.

―Será mejor que me vaya.

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El Doctor le dirigió unamirada inquietante, advirtiendo quesus palabras habían ido demasiadolejos y habían herido lasensibilidad de Aurora. Pero notrató de disculparse.

―¿Quieres que te acompañe?―No hace falta. Conozco el

camino.―Como quieras. Si necesitas

algo, podrás encontrarme en mihabitación. Es la que hay justo al

lado de ésta. 

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20. Madrugada

 Amelia despertó de

madrugada, poco antes de la salidadel sol.

Había estado haciendo turnosde vela con Pierre durante la noche,

 para mantener el fuego encendido.Pero en su última vigilia, había

caído presa del sueño.Pierre estaba tendido a su ladoy respiraba pesadamente. Murmuróalgo cuando ella se apartó, para

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echar más leña al fuego. De todosmodos, ya era demasiado tarde: dela gran hoguera no quedaban másque cenizas y escombros.

―Bueno, no importa. Al fin yal cabo, ya casi es hora de

levantarse ―murmuró para símisma.

Shiu, que la había oídolevantarse, se apartó de Germián,

con quien había estado durmiendoaquella noche bajo el calor  protector de su capa, y se desperezóantes de acercarse a Amelia.

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―Buenos días ―la saludó.Ella, concentraba como estaba

en sus quehaceres, dio un respingo.―Vaya ―le dijo al

animalito―. Así que tú tambiénestás despierto. Buenos días.

―Está amaneciendo―observó Shiu.

Amelia suspiró.―Es cierto. Supongo que

tendremos que despertar también aeste par de dormilones.

Primero se arrodilló junto aPierre y le zarandeó. Él murmuró

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algo entre sueños y después larodeó por la cintura con su brazo yla atrajo hacia sí, dispuesto adormirse de nuevo. Pero Amelia no

se lo permitió. Esta vez, le sacudiócon insistencia hasta conseguir que

el joven abriera los ojos.―¿Qué… qué pasa? ¿Me he

dormido? ¿Otra vez el fuego?―balbuceó él, mientras se

incorporaba.―No, dormilón. Estáamaneciendo. Deberíamosmarcharnos cuanto antes si

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queremos llegar al castillo delDoctor antes de que ocurra unadesgracia.

Pierre se incorporó toscamente

y se llevó una mano a la sien, queaún le daba vueltas por la falta de

sueño. Mientras, Amelia se acercóa Germián, andando a la pata coja

 para evitar apoyar su piernalastimada en el suelo. Una vez junto

al chico, le zarandeó como habíahecho con Pierre, aunque con algomás de delicadeza.

―Vamos, arriba.

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―¿Mamá? ―preguntó él,confuso, con los ojos entrecerrados.

Pero Amelia se limitó a darleunas palmaditas en la mejilla.

―No, Germián. Soy Amelia.El chico se incorporó de

sopetón, con los ojos desencajados.Su tez se había vuelto tan pálida

que parecía un cadáver. Como siaún no terminara de creérselo, dio

un vistazo a su alrededor y sedetuvo al cruzar sus ojos con los de

ella. ―Creí… creí que todo había

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sido un sueño y estaba en casa, comi madre y mi padre.

―Lo siento. Me gustaríahaberte dejado dormir algo más. Sé

que lo necesitas, después de todo.Pero se nos hace tarde.

Él asintió y permaneciósentado, con la mirada perdida.

Pero Amelia no le permitióabandonarse de nuevo al mundo de

la confusión y el caos. Con cariño,apoyó su mano en el hombro delchico, atrayendo su atención.

―Eh, Germián, ¿estás bien?

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―Sí ―se limitó a responder él.

―¿Todavía quieres ir alcastillo del Doctor?

La mirada del chico seoscureció.

―Por supuesto. 

Recoger el campamento quehabían improvisado dentro de lacueva no les llevó nada de tiempo.Apenas llevaban pertinencias y las

 pocas que guardaban, fueroabandonadas ahí sin más. Ahora

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sólo se necesitaban a ellos mismosy a las armas que aún les quedaban.

Shiu salió al frente, abriendoel camino, guiado por sus agudos

sentidos. Tras él iba Germián,embriagado por el deseo de

venganza. Y cerrando la marchaestaba Pierre, que cargaba a Amelia

a sus espaldas.Pero con lo que no contaba el

grupo, al salir de la cueva, era coel manto de nieve que seencontraron en el exterior. Todossabían que durante la noche anterior 

h b d d i

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había estado nevando, pero ningunode ellos, poco acostumbrados alfrío norteño, se había parado a pensar que aquella nieve cuajaría y

terminaría formando una capa queles llegaría hasta por debajo de la

rodilla.―¡Dios mío! ―exclamó

Amelia.―¿Y ahora que vamos a

hacer? ―repuso Germián, igual desorprendido que su compañera.―¿Esperar a que la nieve se

derrita? ―murmuró Pierre,

l ó i

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totalmente atónito.―¡Eh! ¡Eh! ¡Alto! ―se quejó

el pequeño wingli, que de un saltose había subido a la espalda del

muchacho porque la nieve le cubríacasi por completo―. No os rindáis

tan fácilmente. Si avanzamos por el bosque, el manto será menor.

―¿Por el bosque? ¡Pero siavanzamos a ciegas podemos caer 

en cualquier agujero y rompernosuna pierna! ―se quejó Germián.Pero el wingli soltó u

maullido parecido a una risita y

ñ dió

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añadió:―Tranquilo, muchacho. Yo te

guiaré. 

*** 

Aurora se levantósobresaltada. Desde la cama,

recostada en la almohada, observósu alrededor y soltó un largo y prolongado suspiro.

Otra vez aquella malditahabitación.

Apenas había podido pegar 

j d t l h h t l

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ojo durante la noche y, hasta que elsol no había despuntadotímidamente, no había podidodormir más de cinco minutos

seguido. Aunque, al final, parecíaque lo había conseguido. ¿Cuánto

tiempo debía haber pasado?Levantándose de la cama, se

acercó a las ventanas, con pasoscortos y rápidos, y descorrió las

cortinas. La intensidad de la luzsolar la cegó. Confusa, se frotó losojos y aguardó a que éstos seacostumbraran, antes de abrirlos de

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nuevo.Era casi mediodía.―¡No! ―exclamó, alarmada,

al descubrirlo―. ¿Cómo puede ser 

tan tarde?Aquella idea la llenó de

 pánico. El fin estaba a la vuelta dela esquina.

En un arrebato, abalanzóambas manos sobre la manilla de la

ventana y forcejeó con el cierre,intentando abrirlo. Sin ningúresultado.

―¡Mierda! ―gritó, fuera de

sí pegando n golpe al cristal

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sí, pegando un golpe al cristal.Pero tampoco éste mostró

indicios de querer romperse.Dejó a un lado la ventana y

corrió hacia la puerta, haciendogirar la manilla repetidas veces.

Desafortunadamente, estaba cerradacon llave o con algún tipo de

sortilegio y no cedió. Intentó abrirlade todas formas, incluso le lanzó la

silla del tocador, sin poder siquieraarañar la madera. Estaba claro queLord Kermiyak no tenía ningunaintención de dejarla escapar y,

aunque ella hubiese creído durante

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aunque ella hubiese creído duranteel día anterior que era libre para ir y venir a su antojo, o para escapar en cualquier momento, estaba claro

que no era así: el Doctor la habíatenido bajo control en todo

momento.Entonces, se dejó caer en el

suelo con los ojos llenos delágrimas de frustración, que no

derramó. ***

 

Germián fue aminorando sus

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Germián fue aminorando sus pasos hasta quedar detenido emedio de la nieve. El peso quellevaba a la espalda se le hacía

insoportable.―Ya no puedo más

―murmuró con dificultad, pues srespiración era entrecortada por el

esfuerzo.Amelia frunció el ceño,

 preocupada, pero no dijo nada alrespecto. Había advertido desde el principio que aquello terminaríaocurriendo. Y, aunque ella era una

mujer de complexión más bie

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mujer de complexión más bie pequeña, el hecho de que alguiesoportara su peso durante la largacaminata por la nieve era una tarea

complicada.―Déjame en el suelo ―le

 pidió al chico, estirando su pierna buena para bajar.

Prefería continuar a pie,arrastrando su pierna herida, que

tener que protagonizar por mástiempo aquella escena que para ellaera terriblemente humillante.

Pero el chico le apretó los

muslos con más fuerza para

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muslos con más fuerza paraimpedírselo y después se la cargómejor a la espalda. Ella se limitó arodearle el cuello con sus brazos

 para aferrarse a él, tratando así desoportar algo de peso también.

―No hay tiempo. Nos hemosdetenido hace apenas un rato. A

este ritmo no llegaremos ni el añoque viene ―dijo él, alto y claro,

mientras proseguía la marcha co paso vacilante.Amelia abrió la boca,

dispuesta a protestar, pues se veía

que Germián no estaba e

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que Germián no estaba econdiciones de continuar y noaguantaría mucho más. Perofinalmente se mordió la lengua.

Dijera lo que dijera, terminaríahiriendo los sentimientos de chico.

―Allá tú… ―sentenció.Al poco rato se encontraro

con Pierre, que les esperabarecostado en un árbol, con Shi

sobre su hombro derecho. El jovese había adelantado sin querer al nodarse cuenta de que ellos se habíadetenido.

―¿Estás cansado chico?

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―¿Estás cansado, chico?―preguntó, acercándose aGermián.

―No. Creo que podré

aguantar un poco más ―repuso elotro.

―Como quieras. Pero yasabes que si no puedes seguir, sólo

tienes que decírmelo.Pero no insistió al percatarse

de que Amelia le hacía señas ynegaba con la cabeza.―Bien, pues. Un último

esfuerzo ―añadió. Después giró la

cabeza hacia el wingli y le miró de

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cabeza hacia el wingli y le miró dereojo mientras le preguntaba―:¿Falta mucho?

―No. En realidad falta muy

 poco.―¿De verdad? ―exclamó

Germián. Se le habían iluminadolos ojos.

El animalillo asintió ydespués, de un salto, bajó a tierra,

hundiendo la mitad de su cuerpo ela nieve.―Aguardad aquí ―pidió.Acto seguido se alejó del

grupo, dando pequeños saltos.

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grupo, dando pequeños saltos.Cuando volvió, tras unos

minutos, se limitó a murmurar:―Llegaremos a mediodía.

Y todos respondieronlevantando la vista hacia el cielo.

 

21 Un cuerpo en el altar

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21. Un cuerpo en el altar

 Aurora observó a Lord

Kermiyak cuando éste entró en lahabitación. Se había arreglado para

la ocasión con un jubón de cuero decolor granate, bordado con hilo

dorado. Debajo llevaba una túnicade lana oscura, así como unas

mallas que cubrían sus piernas. Susrizos dorados brillaban cointensidad debido a la luz del sol ysus ojos eran más verdes que de

costumbre.

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costu b e.―Vaya, estás preciosa ―le

dijo a la chica, al verla―. Ayer notuve la oportunidad de decírtelo,

 pero esta prenda te sienta realmente bien. ―Pero cuando estuvo delante

de ella, su expresión seendureció―. Aun así, esto…

―murmuró, alzando el dedo índicede su mano derecha―, estaría

mejor fuera.Aurora sintió que la trenza cola que había atado sus cabellos sevolvía ligera y flotaba, acercándose

al niño. Instintivamente, levantó una

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,mano y la llevó hacia su cabello.Pero él la detuvo. Entonces, latrenza desapareció y los finos

cabellos de Aurora cayeron por suescote, libres de nuevo.

―Mucho mejor, ¿no te parece?

Ella no respondió, enmudecida por la sorpresa. Lord Kermiyak le

regaló una sonrisa y se apresuró acogerle ambas manos entre lassuyas.

―Bueno, ha llegado la hora

―dijo, como si de un niño a punto

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j , pde irse de excursión al parque setratase―. Si haces el favor deacompañarme…

La muchacha, que sentía unudo en la garganta, no fue capaz de

responderle.La guió por el castillo hasta

una parte en la que ella no habíaestado. Se detuvieron delante de

una puerta que Lord Kermiyaabrió, invitando a Aurora a entrar.Asustada como estaba, ella dudóunos instantes antes de dar el paso.

Pero terminó cruzando el umbral

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cuando él la empujó suavemente por la espalda.

Dentro, se encontró una sala

muy grande, de forma cilíndrica,con el techo formado por una

cúpula ovalada constituida por decenas de cristales, a través de la

cual entraban los rayos de sol cotoda su fuerza y esplendor. Lo más

sorprendente era que la sala estabacompletamente vacía, excepto por una tarima elevada, situada en elcentro, hecha a base de plataformas

de piedra concéntricas, una puesta

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p pencima de la otra, y cada cual más pequeña que la inferior. Sobre laúltima, había un altar de mármol.

Aurora tragó saliva, sintiendogran desasosiego ante aquella

decoración.―Bienvenida a mi laboratorio

―le oyó decir a Lord Kermiyak.Repentinamente, Aurora se

sintió poseída por el deseoirracional de huir. Pero antes de poder mover siquiera un pie, la puerta se cerró de golpe tras ella,

 produciendo un gran estruendo que

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resonó por toda la sala.―¿Vas a huir, niña? ―La voz

del Doctor, siempre tan dulce y

acaramelada, había sonado ahorafría y oscura.

Aurora le miró con los ojosdesencajados, apartándose de él

unos pasos, hasta dar con la pared.―Te agradecería que me lo

 pusieras fácil, Aurora. ¿Lo harás?Pero ella no respondió.Lord Kermiyak la miró

fijamente.

―No querrás que sea por las

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malas, ¿verdad?La muchacha sintió como si

una mano invisible la tomase y la

arrastraste hasta donde él sehallaba. Trató de forcejear, pero

fue en balde. Así que se dejó mecer como a una pluma.

―No me gustaría tener queatarte, como a los demás ―le

susurró él al oído, cuando la tuvo asu lado.Ella gimió de puro terror.

Podía sentir el aliento de él en la

mejilla y el poder oscuro emanando

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de sus ojos verdes.

―Buena chica. Ahora ve ysiéntate en el altar.

 ***

 ―¡El castillo!

El grito alto y claro que había pronunciado Germián, se extendió por todo el valle, resonando ecada una de sus esquinas. Y fue por eso que Pierre se acercó al

muchacho y le dio una colleja.

―¿Quieres que nos descubra

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antes de empezar y que todo se vayaal traste, o qué? ―le reprocho, por lo que Germián se encogió sobre sí

mismo, avergonzado por su acto.Después de abandonar el

 bosque por el que habían estadocaminando durante toda la mañana,

habían ido a parar a un pequeñosaliente que dejaba a sus pies u

valle que se extendía hasta elmontículo donde se hallaba elcastillo de Lord Kermiyak. El lugar,que tenía el aspecto de haber sido

un sitio importante en otros

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tiempos, estaba ahora abandonado

 por el paso de los años, permitiendo que los árboles y la

maleza crecieran por losalrededores de los altos muros que

rodeaban el castillo. Además, elcolor beige de las paredes se había

vuelto negruzco a causa del moho yla suciedad, y estaba cubierto e parte por enredaderas y hiedras quetrepaban a su antojo.

Amelia se debatió con Pierre,deslizándose por su espalda para

 bajar y quedarse de pie apoyada e

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él.

―Parece que sólo hay unaentrada ―comentó―, aunque no se

ve a nadie vigilando. Además, estesitio tiene pinta de llevar siglos

abandonado. ¿Estás seguro de quees aquí, Shiu? A lo mejor han

cambiado de guarida…―No, estoy seguro. Es aquí.Puedo oler en el aire el rastro deAurora y el de Maya. Y tambiénnoto la presencia maligna de lamagia del Doctor. ¿Acaso no lo

sentís vosotros?li i

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Amelia y Germián negaron co

la cabeza, convencidos, pero Pierrese mantuvo callado, con la vista fija

en la construcción de piedra que secaía a trozos en el centro del valle.

Su expresión era seria y se le veíaconcentrado.

―Sí, hay algo raro en estelugar. No sé si es magia o es otracosa, pero puedo percibir unasensación extraña en el aire.

―Entonces, ¿cómo es que nohay vigilantes? ―insistió Amelia.

―El Doctor no necesita adi l h l b j i

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nadie que le haga el trabajo sucio, puede controlar la seguridad delcastillo con sus poderes y si

necesidad de estar presente etodos los sitios ―le explicó Shiu.

―¿Y cómo haremos paraentrar? ―intervino Germián,

nervioso―. ¡Si vamos de frente nosverá!

―Eso parece ―respondióPierre, que se había alejado u poco del grupo, tratando de ganar ángulo de visión para inspeccionar 

la parte trasera del castillo.E ?

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―¿Entonces…?

―Entonces tendremos quearriesgarnos.

 ***

 Aurora se había sentado en elaltar que había encima de la tarima,tal y como le había ordenado elDoctor. Lloraba sin cesar, dejandoque grandes lagrimones cayeran por sus mejillas hasta llegar al suelo.

Aunque bien sabía que aquello no

iba a arreglar nada.L d K i k h ll b

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Lord Kermiyak se hallaba a

ras de suelo y miraba ansioso haciael cielo, a través del cristal de la

cúpula. La chica sabía que elaspecto del brujo era el mismo que

el del día anterior: el de un niño dedoce o trece años, menudo y

delgaducho, de cabellos rizados yrubios, tan tiernos como sapariencia. Pero ahora era incapazde mirarle de aquel modo. Parecíaextraño, pues a primera vista, nadaen él había cambiado. Aun así,

cuando ella le observaba, sólodí h l dif

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 podía ver un halo oscuro, difuso,

donde destacaban sólo unos grandesojos verdes que no dejaban de

llorar maldad.Durante la espera, él había

sacado de su cuello una cadenadorada de la cual pendían dos

amuletos: uno parecía un saquito pequeño, de terciopelo negro,cerrado con un cordón plateado; elotro, una llave de oro, sin ningúadorno. Cogió el segundo y losostuvo entre sus manos, volviendo

a colocar la cadena en su sitio. Y,sto en el momento en q e el sol se

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usto en el momento en que el sol se

encontraba en su punto más alto,alzó la mano y la abrió con la

 palma hacia arriba, mostrándola ala luz del sol.

De repente, la llave saliódisparada, en dirección a la cúpula,

como si un potente imán tirase deella. Se detuvo a escasoscentímetros de la misma, justo en elcentro, y se posó encima del cristal.Poco a poco fue hundiéndose en s

interior, cómo si en realidad se

tratase de una superficie líquida.Cuando desapareció en su lugar no

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Cuando desapareció, en su lugar no

quedó más que un agujero negro, taoscuro y profundo que apenas se

 podía observar lo que se escondíaen su interior.

El agujero empezó a crecer y acrecer, de manera que su poder 

oscuro aspiraba todo lo que habíaen la sala, provocando una suave brisa que mecía los cabellos deAurora.

La chica no pudo evitar soltar 

un chillido al sentirse arrastrada

 por él y acto seguido se tumbó bocaabajo en el altar aferrándose fuerte

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abajo en el altar, aferrándose fuerte

a los lados. Tenía los ojos cerradosy los dientes tan apretados que le

dolían las mandíbulas.Fue entonces cuando se dio

cuenta de que su cuerpo habíadejado de responder.

Trató de abrir los ojos, deincorporarse, de hacer cualquier cosa. Pero no pudo. Era como estar soñando despierta. Aterrada, luchóconsigo misma, intentando doblegar 

su cuerpo a voluntad. No lo

consiguió.Y de pronto se encontró a sí

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Y, de pronto, se encontró a sí

misma flotando en medio de la salacircular. Entre sorprendida y

asustada, paseó la mirada por lahabitación y descubrió el cuerpo e

el altar.“Su cuerpo” en el altar.

¿Qué estaba pasando? ¿Cómo podía ser que su cuerpo se hallaraen el altar y al mismo tiempo pudiera estar viéndolo? ¿Acasoestaba… muerta?

  “Claro. Es como aquella vez

en la cueva, cuando Zac mebesó ”

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 besó… .

Empezando a comprender lasreglas de aquel nuevo juego, deseó

con todo su ser regresar a scuerpo. Y casi al instante su alma

empezó a luchar contra las fuerzasque la arrastraban. Ahora ya no

tenía sentido “querer” moverse, yano había cuerpo físico con quehacerlo, ahora todo se limitaba aldeseo. Pero su alma no teníacapacidad suficiente para resistirse

a aquel poder oscuro que la

arrastraba y envolvía, nublándole lapercepción e impidiéndole pensar

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 percepción e impidiéndole pensar 

con claridad. 

*** 

Pierre dio un último empujón aAmelia y dejó que Germián cargaracon su peso desde arriba. Después,trató de trepar por la pared casivertical y llena de nieve,

resbalando cuando se encontrabacasi en la parte superior. Por suerte,

el muchacho, que ya había dejado a

Amelia en el suelo, le tendió unamano a tiempo

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mano a tiempo.

Ahora, los tres se encontrabaunto a la entrada del castillo de

Lord Kermiyak, agotados tras elterrible esfuerzo que les había

supuesto escalar el montículo dondese hallaba el castillo.

Tras un breve descanso, Pierrese levantó y buscó con la miradaalguna piedra por su alrededor. Nole fue muy difícil dar con una. Coel proyectil en la mano, se acercó a

la gran arcada que era la entrada y

que no disponía siquiera de vallas ode puertas de madera que la

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de puertas de madera que la

 protegieran, y lo lanzó a través deella.

 No sucedió nada.―Parece que no hay ningú

hechizo.Amelia, Germián y Shiu le

miraron con expectación.―Aun así, iré yo primero―añadió.

―Voy contigo ―repuso elwingli, corriendo hacia él, ta

deprisa que hacía volar sus grandes

orejas.―Bien, pero vosotros dos

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Bien, pero vosotros dos

―dijo, dirigiéndose a suscompañeros― quedaros aquí hasta

que venga a buscaros, ¿de acuerdo?Ambos asintieron con la

cabeza.Pierre tragó saliva al empezar 

a andar por el patio delantero quehabía entre las murallas y elcastillo. De los jardines que antañolo debían haber cubierto todo ya noquedaba nada y ahora aquello

 parecía algo así como una selva,

llena de árboles, arbustos y malezaen general. Entre la nieve

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en general. Entre la nieve

acumulada, podía distinguirse quela mitad de aquellos árboles

estaban muertos y sus troncosennegrecidos se retorcían en formas

espeluznantes. Además, el silencioque rodeaba el lugar se hacía

 pesado e insoportable, y era roto,solamente, por los pasos de Pierrey los saltitos de Shiu.

―No me gusta nada este sitio―comentó el joven, aferrándose

con fuerza a la empuñadura de s

espada.―A mí tampoco, pero parece

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ta poco, pe o pa ece

que no hay peligro. Al menos yo nolo percibo.

―¿No? ―repuso el otro muysorprendido―. Pues yo hace rato

que tengo un malestar aquí metido―dijo señalándose el pecho.

Shiu se detuvo unos instantes ylevantó su cabecita, cerrando losojos para concentrarse mejor.

―Sí, sé a lo que te refieres.Yo también lo percibo. Es el aire

maligno de algún conjuro. Pero

tengo la extraña certeza de que noestá dirigido a nosotros.

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g

Al oír aquellas palabras, todoslos sentidos de Pierre se dispararon

―¿Un conjuro? ―dijo,alarmado―. No estará intentando

abrir la Puerta ya, ¿verdad?Y sin aguardar siquiera a su

acompañante, echó a correr a travésde la nieve, hasta llegar a laentrada. No se detuvo a comprobar si ésta estaba protegida por uhechizo, subió los peldaños del

 porche y se abalanzó sobre las

hojas de madera, tratando deabrirlas.

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Pero las encontró cerradas collave.

Muy deprisa, se dio la vueltacon la intención de ir a buscar a

Amelia y Germián que debían estar aguardándole en el exterior de la

muralla. Pero se detuvo al percatarse que ambos ya habíainiciado el camino hacia el castillo,desobedeciendo su orden.

―¡Daros prisa! ―les gritó―.

¡No puedo abrir la puerta,

necesitaré tu ayuda, Germián!Después, se volvió otra vez

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p ,

hacia la entrada y forcejeó con lostiradores, para terminar dando una

 patada al cierre, sabiendo queaquello no solucionaría nada.

Pero, milagrosamente, la puerta se abrió.

Sorprendido, el joven se dio lavuelta y observó a sus compañeros,que ya estaban llegando.

―¿No decías que no podíasabrirla? ―preguntó Germián.

―Y no podía. Pero ahora se

abierto así, sin más.Pierre introdujo la cabeza por 

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j p

la apertura para ver que se escondíatras ellas. Pero Amelia le detuvo

antes de que terminara de entrar.―No creo que sea una buena

idea. Parece una trampa, o algo peor.

Pero Pierre se deshizo de ellacon facilidad, y tras cruzar sus ojosverdes con los de ella, se introdujoen el castillo.

―¡Pierre! ―gimoteó ella,

imitando a su compañero.

Antes de que pudiera añadir nada más, el wingli la interrumpió:

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g p

―No te preocupes. El Doctor se ha ido.

―¿Cómo que se ha ido?―quiso saber.

―No siento su presencia en elcastillo.

―¿Y la chica?Pero Shiu no respondió, en vezde eso, empezó a correr a través dela sala, en dirección a las puertasque había en el fondo, adelantando

a Pierre por el camino, mientras

decía:―¡Vamos! ¡Por aquí!

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Recorrieron todo el castillo:Shiu delante, Pierre en medio,cargando a Amelia a sus espaldas yGermián detrás. Cruzaron elvestíbulo, la habitación de las

escaleras y, una vez en el pisosuperior, giraron a la derecha,

recorriendo el largo pasadizo llenode ventanas hasta llegar a la entrada

de una de las torretas, donde Shise detuvo.

La puerta estaba entreabierta.Pierre se acercó y terminó de

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abrirla, haciendo chirriar las bisagras. En su interior se

encontraba una sala cilíndrica, coel techo formado por una gra

cúpula de cristal y un altar en elcentro. Nada más.

Dio un paso al frente,introduciéndose en la sala. Amelia,que se aferraba con fuerza a scuello, paseó también su mirada por aquella extraña construcción.

Aunque ella, a diferencia de s

compañero, sí se percató de la presencia de un cuerpo tendida

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 bocabajo encima del altar.―Pierre, mira ―le dijo al

oven, señalando la tarima.Shiu, que también acababa de

entrar en la habitación y había vistolo que Amelia señalaba, cruzó la

sala veloz como un rayo, maullandoel nombre de Aurora. Saltó losescalones de dos en dos y se subióal altar dónde yacía la chica. Cotodas sus fuerzas, trató de darle la

vuelta para comprobar si aún seguía

con vida. Pero su peso erademasiado para él y tuvo que

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esperar a que Pierre se acercara para echarle una mano.

El joven también subió lasescaleras que rodeaban el altar y,

una vez arriba, dejó a Amelia en elsuelo con cuidado antes de

acercarse a Aurora, volviéndolalentamente para tomarla entre sus brazos.

Amelia la examinó. La chica parecía dormida y su rostro

dibujaba una expresión serena y

tranquila. Apartó algunos cabelloscastaños que caían por su rostro,

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rozando sin querer sus mejillas, queestaban terriblemente frías.

Asustada, Amelia se detuvo.Aquella frialdad no era normal.

Poco a poco, levantó la mirada buscando la de su compañero.

―Está muerta, ¿verdad?―preguntó, desolada.A lo que Pierre respondió con

un leve movimiento de cabeza,mientras susurraba:

―Sí.

 

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~Tercera parte~La Puerta

 

22. Nannette Devereau

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  Lord Kermiyak apareció e

Pueblofrontera tras utilizar uno delos portales que escondía en el

castillo y que le conectaban codistintos puntos de Udegelia, a losque podía acudir con el simplehecho de hacer girar la manilla deuna puerta. Era un método que solíautilizar a menudo, porque le permitía ahorrarse largos viajes a

través del territorio boscoso, pero

que tenía un gran inconveniente:sólo funcionaba en sentido de ida,

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nunca de vuelta. Algo parecido conlo que ocurría con la Puerta que

unía Udegelia con la Tierra.Tras arrebatarle el alma a

Aurora y conseguir las setecientassesenta y siete que necesitaba para

su conjuro, el Doctor había sentidola presencia de unos intrusos en susdominios; seguramente, los mismosque habían acabado con Mira el díaanterior. Pero había desechado

rápidamente la idea de u

enfrentamiento. No porque no secreyera capaz de derrotarles (se

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trataba de un grupo reducido que nole podía acarrear demasiados

 problemas), sino porque no queríaque ningún contratiempo estropeara

sus planes. Había esperadodemasiado tiempo ese momento y

nada ni nadie iba a demorarle más.ecesitaba abrir la Puerta,necesitaba escapar de Udegelia.

Por eso, ignorando a losvisitantes y abandonando el castillo

a su suerte, había desaparecido

discretamente, usando el portal.Para cuando ellos llegasen de

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nuevo a Pueblofrontera (si es que loconseguían), él haría mucho tiempo

que habría conseguido su propósito.Una anciana que observaba la

calle sentada bajo el porche de scasa le vio aparecer a través de la

entrada de la casa de su vecina (queera, en realidad, la salida del portal). Sorprendida por el hechode no reconocerle, no tardó eacercarse a él para preguntar:

―¿Y tú de dónde sales, niño?

unca te había visto por aquí. ¿Esque te has perdido?

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El Doctor endureció su gesto.Dejó que su magia fluyera desde s

corazón y le envolviera por completo, distorsionando s

apariencia para convertirla en la deun brujo alto y poderoso. Y fue precisamente aquella imagen la quevio la anciana, haciéndola caer derodillas asustada y llorosa.

―Muestra más respeto, mujer ―masculló él, con voz oscura y

grave―. ¡Soy Lord Kermiyak,

soberano de Udegelia!―¡Lo… lo siento! ―gimoteó

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ella al descubrir la verdad y silevantarse del suelo, donde había

quedado sentada―. No sabía queerais vos, yo no… Por favor, nunca

he usado la magia, no tengo elDon… No me matéis.El Doctor no tenía ninguna

intención de tomar en consideracióel ruego de ella, así que levantó unamano en alto, en un gesto hostil.Pero, interrumpiendo la escena, una

niña de cinco años, de pelo rubio y

rizado, salió de la casa del porche,recostándose en el marco de la

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 puerta tímidamente.―¿Abuela? ―murmuró,

asustada por el revuelo.La anciana palideció al verla.

―¡Monique! ¡Entra en casa yno salgas! ―gritó, con autoridad.La pequeña vaciló un instante

antes de dar un paso atrás pararegresar al interior de la vivienda.Pero, sin haber dado todavía elsegundo, se encontró flotando en el

aire a escasos centímetros del

suelo. Lord Kermiyak la habíacapturado con uno de sus hechizos

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y, con un leve movimiento de mano,la atrajo hacia él, haciendo que el

cuerpo volase en su dirección.Monique empezó a llorar 

cuando se encontró en brazos deaquel desconocido.La anciana sintió que el

corazón le daba un vuelco al ver que el Doctor se hacía con su nietay, presa de un ataque de pánico, selanzó a sus pies, a los que se

agarró, gimoteando.

―Por favor, no le hagáis dañoa la niña. ¡Por favor! Tomadme a

í i éi d j dl ll

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mí si queréis, pero dejadla a ella e paz.

Pero Lord Kermiyak se limitóa acomodar mejor a la pequeña e

su pecho. Al hacerlo, descubrió quela niña sí tenía el Don; algo que

 podía ser de mucha utilidad.Después, valiéndose de su manolibre, agarró a la anciana por elcuello de la túnica y le preguntó:

―¿Dónde están sus padres?

Ella titubeó.

―No tiene padre, señor. Sumadre trabaja en los campos que

h d á d l bl

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hay detrás del pueblo.―Pues ve a buscarla

―sentenció él, empujando a laanciana hacia atrás y dando la

conversación por terminada.La mujer, que había caído de

espaldas por el impulso, se levantótan rápido como sus viejos huesosle permitieron y, tras dirigir unacorta y aterrorizada mirada a LordKermiyak y a su nieta, se fue

corriendo calle abajo. No se detuvo

ni un instante, arrastrando susdoloridas piernas por las calles de

P bl f t d é l

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Pueblofrontera y después por loscampos de hortalizas y cereales que

se cultivaban en la parte trasera del pueblo. Buscó desesperada a s

nuera entre el grupo de hombres ymujeres que estaban a cargo de la plantación, gritando su nombre sicesar. Y cuando al fin dio con ella,todo lo que pudo decir fue:

―Nannette, la niña…tu hija…Después cayó al suelo, echa u

mar de lágrimas.

 Nannette no era una personaque se dejase llevar fácilmente por 

l á i d i

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el pánico, pero cuando vio aparecer a su suegra tan acalorada en los

campos de cultivo, pronunciandoaquellas palabras, su estómago se

encogió por el miedo.Soltando la alcachofa que

tenía entre las manos, y sin pensar en nada más que no fuera su hija,echó a correr en dirección al pueblo. Nunca había sido una mujer fuerte ni una buena atleta, pero

recorrió el tramo que separaba los

cultivos y la casa en un abrir ycerrar de ojos, sorteando

b tá l t d l id d

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obstáculos a toda velocidad.Lo que no esperaba era

encontrarse aquella escena alllegar.

Lord Kermiyak todavíasostenía a la pequeña con él y el primer pensamiento que cruzó lacabeza de Nannette fue para preguntarse quién era aquel mocoso

y de dónde había salido. Pero laoven, a diferencia de su suegra, sí

 poseía el Don y su sensibilidad a la

magia le indicó rápidamente queaquel no era un niño corriente.

¿Q ié ? tó

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―¿Quién eres? ―preguntó,fría y decidida

Él sonrió levemente,mostrando de nuevo su faceta tierna

y pareciendo a los ojos de todos poco más que un simple niño.―Veo que tú no te dejas

influenciar por las apariencias. Minombre es Guillaume Kermiyak de

Montfort. Aunque supongo que meconocerás más fácilmente por el

sobrenombre de Doctor. ¿Y tú

eres…?Tras la sorpresa inicial,

annette tragó saliva y trató de

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annette tragó saliva y trató deaparentar serenidad.

―Soy Nannette, NannetteDeverau. Y la niña que tienes en tus

 brazos es mi hija.―Ya veo ―murmuró él―.Entonces eres la persona con la quequería hablar.

Dicho eso, soltó a la niña y

dejó que ésta flotara en el aire. Coel dedo índice de la mano derecha

trazó un círculo imaginario a s

alrededor. Seguidamente, sobre elcírculo dibujó un cuadrado y éste se

materializó convirtiéndose en una

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materializó, convirtiéndose en unacaja de cristal llena de agua que

envolvió a la pequeña.Asustada, Nannette se lanzó

sobre ella y la golpeó furiosamentecon los puños cerrados.Pero Lord Kermiyak la detuvo

con sus palabras:―Tranquila, Nannette. La niña

está bien. Si te fijas, verás que estáenvuelta por una burbuja llena de

aire. Además, te advierto de que

este cristal es irrompible: por mucho que lo golpees, no

conseguirás abrir en él ni una

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conseguirás abrir en él ni unamísera grieta.

Incrédula, la mujer volvió denuevo la mirada hacia el interior de

la caja de cristal y observódetenidamente su contenido.Efectivamente, tras los litros ylitros de agua, su hija reposaba sanay salva envuelta por una burbuja de

aire.―¡Pero se va a ahogar!

―protestó ella devolviéndole una

mirada desencajada al Doctor―.Cuando el aire de la burbuja se

termine

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termine…―No debes preocuparte por 

eso ―aseguró él―. Mi magiaenvuelve la burbuja: tendrá aire

infinitamente ―explicó. Y, tras unaleve pausa que dejó para que lamujer se calmara, añadió―: Yahora quiero que me lleves hasta laPuerta. Voy a abrir la cerradura y tú

serás mi ayudante, porque yo solono puedo controlar el poder de las

setecientas sesenta y siete almas.

ecesito a alguien que tenga el Doy que domine la magia y estoy

seguro de que tú vas a ser la

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seguro de que tú vas a ser la persona ideal.

>>Ahora bien, si te niegas ointentas algo extraño durante el

conjuro, la burbuja que envuelve atu hija desparecerá y ella seahogará dentro del cubo de agua.

>>Pero tú no quieres que esoocurra, ¿verdad, Nannette? Por eso

harás lo que te ordene y no crearás problemas. Así que haz el favor de

acompañarme.

 ***

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 Oscuridad. Aquello fue todo lo

que Aurora encontró cuando abriólos ojos: kilómetros y kilómetros deinmensa e infinita negrura. Porque,una vez más, se encontraba e

inguna Parte.Se puso en pie, sintiéndose

algo desorientada. Pero, poco a

 poco, los recuerdos fueroregresando a su mente: el viaje por 

Udegelia, el último día que había

 pasado en el castillo de LordKermiyak, los últimos instantes e

aquella habitación circular Y al

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aquella habitación circular… Y, alfinal, el peso de la verdad cayó

sobre ella como una losa. Lasrodillas le temblaron y los ojos se

le llenaron de lágrimas. El Doctor le había robado el alma. Estabamuerta.

Gimió, desconsolada, y sedejó caer sobre el suelo inexistente,

quedándose sentada sobre élmientas se frotaba las lágrimas co

el dorso de una mano y con la otra

se aferraba con fuerza a la ropa desu chaqueta de plumas. El vacío que

sentía dentro de su pecho era ta

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sentía dentro de su pecho era tagrande que apenas la dejaba

respirar.Sin que ella se diera cuenta,

una figura tomó forma ante ella ycuando Aurora levantó la mirada yle reconoció, no dudó en lanzarse asus brazos.

Alberto la abrazó con ternura,

dejando que derramara lágrimas demiedo y frustración en su pecho.

Aunque ella no se dio cuenta,

mientras lloraba y él acariciabalentamente sus cabellos, el vacío

inmenso que les rodeaba

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inmenso que les rodeabadesapareció dejando paso a una

hermosa y tranquila playa de arenaoscura y agua grisácea que el chico

había imaginado para ella.―¿Estás mejor? ―le preguntóél, apartándola ligeramente paramirarla a la cara, cuando el llanto parecía haber menguado.

Aurora exhaló un profundosuspiro y asintió

imperceptiblemente, mientras

observaba anonadada el paisaje queles rodeaba, percatándose entonces

del cambio.

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del cambio.―Es la playa donde fuimos de

excursión aquel verano, ¿verdad?―comentó, sorprendida, al ver el

agua a sus pies que dibujaba suavesolas que lamían la arena.Alberto asintió.Ambos se quedaron e

silencio y fue precisamente en ese

momento en el que una tercerafigura empezó a tomar forma en la

 playa. Una figura que poseía unos

desconcertantes aunque bellos ojosgrises que hicieron que Aurora se

sonrojara al acto.dij lb d

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sonrojara al acto.―Zac ―dijo Alberto, a modo

de saludo. Después, se volvió haciaAurora y añadió―: Creo que

tendríais que hablar. Mejor os dejoa solas.Ella abrió la boca y levantó

una mano para detenerle. Pero dejóel gesto a medias, para terminar 

haciendo un gesto de asentimientocon la cabeza. Y, para cuando quiso

darse cuenta, la figura que tenía a s

lado había dejado de ser la deloven alto y fuerte, de pelo rebelde

de color chocolate, para convertirsel d l P d d l

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de co o c oco ate, pa a co ve t seen la del Portador de almas.

Aurora le observó de reojo,mientras jugueteaba con sus manos,

nerviosa. Quería hablar,disculparse por su comportamientoen su último encuentro, decirle aZac que en realidad le quería y queno había querido hacerle daño ni

abandonarlo y que sentía muchoque, por su culpa, Maya hubiese

hecho lo que había hecho. En fin,

todas esas cosas que había estado pensando el día anterior y que

ahora tenía la oportunidad de poner l

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p pen alto.

Pero las palabras no le salían.Afortunadamente, fue él quie

dio el primer paso y preguntó:―¿Cómo estás?Sorprendida por aquella

 pregunta inesperada, Aurora sonriólevemente. De algún modo se había

sentido aliviada de que él la tratasecon aquella familiaridad, porque

seguía teniendo la extraña

sensación de que el Zac de ojosgrises era, en realidad, u

desconocido para ella.Ah j G i

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p―Ahora mejor. Gracias.

―Después, tomó una gra bocanada de aire y, sin apartar la

mirada de sus pies, añadió―: Zac,quiero… quiero que me perdones por lo que hice ayer. Ni siquiera medetuve a escuchar tu explicación yeso estuvo mal. Sé que tú no eres

culpable de todo lo que te haocurrido, ni tampoco de todos los

muertos que cargas a tus espaldas,

eres sólo una víctima más, comotodos nosotros. Pero estaba ta

asustada…Tí id t A l ó l

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Tímidamente, Aurora alzó los

ojos y los cruzó con los de él, quela observaban expectantes. Aquel

gris azulado la hacía sentir incómoda y perdida. Pero, aun así,no podía apartar la mirada de él.

―No debes preocuparte por eso ahora ―aseguró él,

conciliador―. Lo entiendo perfectamente. ¡Lo más

sorprendente es que no me lo

echaras en cara antes!Ella sonrió y asintió,

sintiéndose más relajada.A í é t tú

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j―Así que éste eres tú

―murmuró, poco después.Zac se arrodilló y tomó una

 piedrecilla que había en la arena yla lanzó al agua cristalina,dibujando olas concéntricas en ssuperficie.

―Sí ―dijo con voz neutra―.

¿Te molesta?―No… En realidad, no. Es

sólo que… se me hace extraño.

Creí que te conocía, pero ahora,cuando te miro, sé que eres distinto.

Y por eso no puedo tratarte como lohacía; no puedo porque no eres el

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p phacía; no puedo porque no eres el

Zac que ha estado conmigo estosdías. Al menos, no del todo.

Precisamente tú eres la parte de laque yo no sabía absolutamentenada, la parte que más me esforzabaen conocer.

Aurora no estaba muy segura

de haber expresado correctamentelo que sentía. Pero Zac, que la

escuchó pacientemente mientras

hablaba, respondió:―Sé a qué te refieres. El que

estaba en Udegelia no eracompletamente yo Apenas pudiste

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completamente yo. Apenas pudiste

conocer nada de mi personalidad, porque muy pocas veces pude

acercar mi alma lo suficiente paramostrártela. Tú sólo podías ver lafachada. El títere que en la mitad deocasiones estaba controlado por lamagia del Doctor.

―Sí, pero, aun así... La otranoche, cuando estuvimos juntos e

la cueva… eras tú, ¿verdad? Eras

Zac, el Zac que me habíaacompañado durante todo el viaje,

el que me había agobiado con sussilencios y reconfortado con fríos

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silencios y reconfortado con fríos

cuidados cuando estaba enferma.Pero, al mismo tiempo, eras cálido

y cariñoso. Y aquello… me gustó.Aurora sintió como el chico letomaba una mano entre la suya, eun gesto parecido al que ella habíahecho en un par de ocasiones

durante el viaje. Y, cuando sevolvió hacia él, Zac se inclinó

sobre ella y selló sus labios con u

 beso.Fue un beso suave y corto,

 pero cargado de ternura, que lellenó el estómago de mariposas y

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llenó el estómago de mariposas y

encendió sus mejillas como sifueran dos semáforos en rojo.

―Me gustaría que esto fuerareal ―musitó él, mientras tomabaun mechón del cabello ahora largode ella y lo acariciaba entre susdedos.

―¡Es real!―En parte ―matizó él―.

Sólo somos las representaciones

imaginarias que muestran nuestrasalmas. En realidad no te estoy

acariciando, ni besando, nisintiendo

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sintiendo.

Aurora suspiró y la certeza deque se les acababa el tiempo hizo

que una lágrima asomara de entresus pestañas y resbalara por smejilla. Zac la cazó antes de quecayera por su barbilla y la recogiócon el dedo índice.

―Después de todo, LordKermiyak va a salirse con la suya...

Y ya no vamos a poder detenerlo.

Pero de repente, Zac miró aAurora como si hubiese visto u

fantasma, tensando su expresión yabriendo los ojos como platos La

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abriendo los ojos como platos. La

tomó por los hombros y la acercóun poco más a él, con un gesto que

resultó algo brusco.―¡Pero es que sí hay unaforma de detenerlo!

―¿Qué? ―fue todo lo que pudo responder ella, sorprendida.

―¡Claro! ¡No sé cómo no seme ha ocurrido antes! Aurora, tu

 puedes entrar y salir de Ninguna

Parte, ¡lo llevas haciendo todo eltiempo que has estado en Udegelia!

―Sí pero… Yo creí que sóloeran sueños

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eran sueños…

―No, no. Estuviste aquírealmente, yo te vi. Y Alberto

también, ¿verdad? ―le preguntó alotro chico, que permanecía a ciertadistancia de donde estaban ellos.

―Así es.―Pero… pero… ¡No sé cómo

hacerlo! ¡Ni siquiera sé cómo hacía para llegar hasta aquí! Solamente

me despertaba y ¡plaf!

―Debía de ser cosa de tsubconsciente ―comentó Alberto

 pensativo, uniéndose a sus doscompañeros― En realidad

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compañeros . En realidad

deseabas estar aquí.―Como ahora ―añadió

Zac―. Sigues aquí porque teníasmiedo de tu muerte y necesitabasnuestro apoyo. Ahora sólo debesdesear marcharte.

Aurora permaneció en silencio

unos instantes, con los ojos abiertosde par en par y la mirada perdida.

Y entonces, también ella recordó

algo:―Ahora que lo mencionas, el

Doctor me explicó, antes dematarme, que una vez el Diablo le

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matarme, que una vez el Diablo le

había dado el poder necesario paraadentrarse en el Paraíso. Tambiénme comentó que el Paraíso era ulugar muy parecido a NingunaParte. Quizás… quizás tengo algúdon parecido al que el Mal leconfirió a él. Pero, ¿cómo? ¿De

dónde lo he sacado? ¿Y por qué precisamente yo?

―¿Será cosa del destino?

―puntualizó Alberto.―O cosa de Dios ―murmuró

Zac.―A fin de cuentas, da lo

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A fin de cuentas, da lo

mismo. Lo importante es sacarte deaquí. De esta manera, LordKermiyak no podrá llegar aconjurar el poder de nuestras almas porque, de nuevo, le faltará una.

―Pero… ¿y vosotros? No pienso dejaros aquí. ¡No puedo

irme y abandonaros! ―Después sevolvió hacia Zac y le atravesó co

la mirada―. Tú también podías

salir de Ninguna Parte, como hacíayo. Aunque no consiguieras

recuperar el control de tu cuerpo, porque la magia del Doctor te lo

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p q g

impedía, había visto ese atisbo devida en el fondo de tus ojos.Los dos chicos intercambiaro

una mirada llena de tristeza, antesde que el moreno se volviera haciaAurora para decirle:

―Aurora... Ya es demasiado

tarde para nosotros, porque, aunqueconsiguiéramos salir de Ninguna

Parte, no tenemos un cuerpo al que

regresar. Alberto murió hacetiempo y yo fui asesinado por Maya

en el bosque.La chica le miró con el rostro

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desencajado, comprendiendo lasituación. No había pensado eello, aunque era cierto. Ahora, tantoZac como Alberto eran sólo almasy, si ella no se daba prisa yrecuperaba el control de su cuerpo,correría el mismo destino.

Estaba a punto de echarse allorar por el peso de la verdad

cuando una frase asomó en s

conciencia.―¡Pero tú no estás muerto,

Zac! ¡El Doctor me lo dijo, anoche!¡Me dijo que alguien te había

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¡ j q g

liberado!El chico parpadeó un par deveces, a la vez que dirigía unamirada incrédula a Aurora.

―¿A qué te refieres?Ella negó con la cabeza.―No lo sé exactamente, pero

esas fueron sus palabras: «no voy a poder hacerme con el control de s

cuerpo porque, por más que lo sane,

alguien lo ha liberado».Mientras hablaban, el paisaje

costero se desvaneció bruscamentey volvieron a encontrarse en la

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y

nada. El silencio característico sevio quebrado por el grito queemitió Aurora al sentir que sucuerpo se hundía en la negrura y, encuestión de milésimas de segundo,se hallaba sumergida hasta lacintura. Desesperada, estiró sus

 brazos en dirección a los doschicos que se hallaban ante ella y

ellos se apresuraron a cogerla

fuerte, cada uno por una muñeca.Sabían que no había manera de

detener aquello, que el momento demarcharse había llegado. Pero aú

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quedaban demasiadas cosas por decir.―Alberto ―gimoteó ella,

mientras seguía hundiéndose en lanada―. Alberto, lo siento.

―No es culpa tuya ―repusoel muchacho, sin soltar su mano, y

sin borrar de su rostro una sonrisa.Después, se volvió hacia el otro y

añadió―: Debes ir con ella.

Y, tomando la mano de lachica que sostenía, del cuerpo de la

cual ya solo asomaban los brazos,se la ofreció al antiguo Portador de

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Almas.Zac apenas pudo dirigirle una

mirada llena de incomprensión aAlberto y sus labios formularon una palabra que no llegó a pronunciar, pues cuando Aurora se desvanecióen la oscuridad, le arrastró a él tras

ella. 

Aurora volvió en sí

descubriendo que no habíaregresado a su cuerpo. Podía verse

a sí misma y andar como si tuviera piernas, pero, de algún modo,

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estaba convencida de que aquellono era su yo real; quizás porque yahabía vivido una situación parecidaantes.

Sin poder evitarlo, en s

 pensamiento se formó la imagen delniño rubio que era en realidad el

malvado soberano de Udegelia. El paisaje a su alrededor cambió y se

convirtió en un bosque de árboles

altos y secos, sin apenas hojas esus ramas, que se retorcían e

tétricas y escalofriantes formas. U bosque que conocía bien pues era el

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que había de camino a la Puerta.Un ruido la alertó y Auroracorrió a esconderse tras uno deesos troncos, a pesar de que con sapariencia actual no podía ser vista

 por nadie, pues las almas soinvisibles a ojos humanos.

De entre un grupo de árbolesapareció una mujer de estatura

 pequeña que andaba con pasos

vacilantes. Sus movimientos eralentos y frágiles, aunque ella trataba

de seguir adelante aparentandofirmeza. Vestía una túnica de lana

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de un color gris muy desgastado yse cubría con una capa beige llenade parches. Aurora se fijó en surostro y en sus cabellos largos,oscuros como la noche, que llevaba

trenzados a la espalda. Aunque nola había visto en la vida, sintió que

le era familiar.De todos modos, la mujer no

iba sola: Lord Kermiyak la seguía

de cerca.La muchacha contuvo la

respiración al verle y permanecióescondida mientras le observaba.

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El hombre con cuerpo de niñocaminaba despacio, apoyándose elos árboles y ofreciendo síntomasevidentes de cansancio. Por eso,ella no se sorprendió cuando le vio

detenerse y sentarse sobre una rocacubierta de una fina capa de

esponjoso moho verde, paradescansar.

―Detente ―le ordenó el

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de su interior un pequeño frasco decristal cerrado con un tapón de

corcho.La curiosidad invadió a

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Aurora que, deseosa de conocer qué era lo que el brujo guardabacon tanto recelo, se acercó a él, primero con cautela, después comás soltura al cerciorarse de que,

efectivamente, no podía ser vista.A simple vista, el frasco

aparentaba estar vacío. De todosmodos, cuando Aurora se fijó, le

 pareció ver alguna cosa que

 brillaba en su interior. Hipnotizada,alargó un dedo y acarició el cristal,

sintiendo algo parecido a uchispazo al hacerlo. Pero retiró la

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mano al acto cuando el Doctor cerró la suya entorno a la botella yse puso de pie, con los ojosdesencajados.

―¿Quién anda ahí?

―masculló.Sólo la mujer que iba con él se

volvió.Aurora, que había caído de

espaldas, se arrastró por el suelo,

alejándose de él. Y sólo cuandoestuvo lo suficiente lejos se puso e

 pie y echó a correr, deseando queaquella pesadilla terminara de una

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vez por todas. 

23. El poder de LordKermiyak 

 

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Shiu seguía recostado entrelos brazos de Aurora, tratando de

no pensar en nada.Aquel había sido un golpemucho más duro de lo queesperaba. Al final, la pequeñamaraya había sido asesinada por el

Doctor. Shiu sabía que no era culpasuya, pero no podía dejar de

 preguntarse si realmente había

hecho todo lo que estaba en susmanos para ayudarla. Además, Phil

y Alby habían muerto en aquelrescate y aquello no habría servido

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 para nada.Los winglis no lloraban, peroel animalillo no pudo evitar soltar un pequeño maullido de angustia. Sitan sólo hubiesen llegado unas

horas antes… Aunque, de ser así, probablemente todos ellos estaría

muertos también.Instintivamente cerró los ojos

y se acurrucó mejor contra el

cuerpo de su compañera, que aúguardaba algo de su calor, algo que

 parecía sorprendente pues había pasado ya un par de horas desde s

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fallecimiento.Fue entonces cuando, derepente, un leve movimiento le hizoabrirlos otra vez. Por más extrañoque pudiese parecer, había tenido la

sensación de que el brazo de lachica se movía, aprisionándole u

 poco más contra su pecho.―Imaginaciones producidas

 por el cansancio―se dijo a sí

mismo.Pero entonces oyó una

vocecilla dentro de su cabeza quemurmuraba:

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“¿Dónde estoy?”Sin terminar de creérselo, elwingli se hizo a un lado paradejarle espacio a la chica, que,tomando una gran bocanada de aire,

se incorporó sobre el altar. Ahoraella se encontraba sentada en la

mesa de mármol, con las piernascolgando y las manos apoyadas e

la piedra, levemente echada hacia

delante.―¡Dios mío! ―exclamó,

atónita, haciendo que su vozresonara en cada rincón de la sala

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vacía―. ¡He vuelto!Perpleja aún por la novedad,no se sorprendió al oír que alguiedecía su nombre dentro de sus propios pensamientos.

“¡Aurora!”En realidad, ni siquiera se

había dado cuenta de que el sonidono había llegado a ella por los

oídos, sino directamente a s

cabeza.Miró a ambos lados, creyendo

que quizás se trataba de Zac, quehabía aparecido de nuevo e

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Udegelia, junto a ella. Pero, para ssorpresa, a quién encontró fue al pequeño animalillo de peloanaranjado y colas de ardilla que lahabía ayudado en su primer día e

aquel país hostil.―¿Shiu? ―susurró, perpleja.

“¡Sí, soy yo!” repuso él, locode alegría. “¡Por todos los Dioses,

Aurora, estás viva de verdad!”

Ella se miró a sí misma y se palpó el pecho con ambas manos,

tratando de asegurarse querealmente había conseguido

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regresar a su cuerpo.―Estoy viva ―repitió,fascinada―. ¡Estoy viva! ―Y sin poder borrar una sonrisa sincera desu rostro, añadió―: ¡Shiu! ¡No

 puedo creer que estés aquí!Después tomó al animal entre

sus brazos y lo apretó fuerte contrasu pecho.

―Porque supongo que esto

sigue siendo el castillo de LordKermiyak, ¿no? ―observó, al

soltarlo, mientras echaba un vistazoa la estancia en la que se

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encontraba, asegurándose que era lamisma a la que le había conducidoel Doctor para arrebatarle elalma―. ¿Acaso llevo muerta muchotiempo?

“Creo que no más de un par dehoras” explicó el wingli.

“Veníamos pisándoos los talones.”―¿Veníamos?

“Es una larga historia…”

―Me gustaría oírla.Shiu arrugó la nariz e hizo

mover los bigotes arriba y abajo.“Bueno, podría resumirse e

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que después de que Zac te capturaraen Pueblofrontera, durante tu visitaa casa de Nuba, conseguí reunir ugrupo de aldeanos con la intencióde rescatarte y, de este modo, hacer 

fracasar el descabellado plan delDoctor. Entre ellos estaba el nieto

de Nuba, Alby, su amigo Pierre, unachica llamada Amelia, Phil y su

hijo Germián. Conseguimos daros

alcance en Luz de Luna, perovolvisteis a escapar. Aunque

después aparecieron Mira y Maya,y todo se complicó…”

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Aurora pudo entrever enseguida el rastro de pena y dolor que mostraban los ojos del wingli.

―¿Qué pasó…? ―preguntó,algo asustada.

“Mira. Fue letal como uinvierno sin techo bajo el que

cobijarte.”―No me digas que muriero

todos… ―susurró, llevándose una

mano al rostro.Tenía los ojos llenos de

lágrimas.“No. Pierre, Amelia y

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Germián están bien. Pero Alby yPhil no tuvieron tanta suerte…”Las lágrimas caían a

 borbotones por las mejillas deAurora.

―Lo siento… ―fue todo loque pudo murmurar, sintiendo como

la muerte de aquellos dos hombresque no conocía caía sobre s

conciencia como una losa.

Pero Shiu captó rápidamenteaquellos pensamientos y se

apresuró a consolar a su deprimidaamiga.

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“No te culpes. Si hay uresponsable de todo esto, soy yo.Fui yo el que les convenció parainiciar este viaje tan peligroso. Nosé en qué estaría pensando cuando

les animé a enfrentarse al Doctor.Además… Les conté algo que no

era del todo cierto para conseguir que me ayudaran en tu rescate…

Les dije una mentira”.

―¿Una mentira? ―preguntóella, sin entender.

Pero las imágenes quesurcaron su mente y que se

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entremezclaban con los recuerdosde Shiu, le hicieron comprender.―Oh ―fue todo lo que

alcanzó a decir. Aunque,repentinamente, Aurora terminó

cayendo en la cuenta de algo―.¡Pero Shiu, en realidad no les

contaste ninguna mentira! ¡Sí hayuna manera de acabar con él! ¡Y yo

sé cuál es!

  ***

 Pierre recostó la cabeza en laalmohada y cerró los ojos.

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Amelia dormía a su lado, o almenos eso parecía, pues se estaba

muy quieta, con los ojos cerrados, ysu respiración era calmada como

una brisa suave de verano. No pudoevitar volverse y contemplarla

frente a frente. Era bonita; nohermosa, pero sí bonita. Su piel era

suave y sus mejillas sonrosadas le

daban un aire infantil que todavía lahacía más bella, además, el pelo le

caía revuelto y con gracia por elrostro, escapándose de la larga

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trenza que aquella misma mañana sehabía peinado. Aunque lo que másllamaba la atención era su boca, tagrande y sugerente a la vez.

Pierre no dudó en besarla.

Amelia titubeó y entreabrió losojos, cansada. Pero al ver que se

trataba de Pierre se le escapó unaleve sonrisa.

―Estás aquí ―susurró.

―Germián ha encontrado elcuerpo sin vida de Maya en la

habitación de al lado ―dijo, paradespués hacer una pausa―. El

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rastro de muerte y desolación queese desgraciado deja a su paso esimpresionante. Aún no puedo creer que sigamos con vida.

Su rostro se ensombreció y

Amelia supo que estaba pensandoen Alby.

―Lo siento ―susurró ella, sisaber muy bien qué decir.

―Yo también lo siento ―dijo

él, dándose la vuelta y quedando denuevo bocarriba―. No sé qué

demonios le voy a decir a shermana. Alby era todo lo que le

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quedaba.―No ha sido culpa tuya,Pierre…

Él se encogió sobre sí mismo.Parecía realmente afectado. Pero

Amelia reclamó su atención,tomándole con suavidad por el

hombro y sacudiéndole un poco.―Eh. Vamos, Pierre, mírame.

Un silencio extraño y denso se

dibujó entre ambos, mientrascruzaban sus miradas cargadas de

sentimiento. Era una sensacióextraña la que les recorría por 

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dentro en aquellos instantes. ¿Cómo podía ser que, a pesar del dolor y elsufrimiento que les rodeaba y lesengullía, siguieran sintiendo aquellanecesidad del otro, aquel revuelo

interior al mirarse, aqueldespertar…? ¿Era algo egoísta

rendirse a ello?―Amelia… ―murmuró él,

con un hilo de voz.

Después la atrajo hacia sí yvolvió a besarla.

Sus cuerpos estaban muyuntos, rozándose, y ambos podía

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sentir el calor del otro a través delas telas de sus ropas. Pero en umomento dado, cuando Pierre abriólos ojos durante unos instantes, sedio cuenta de que en la puerta había

alguien mirándoles. Sorprendido, seincorporó casi de golpe, apartando

a Amelia bruscamente de él.En la entrada de la habitació

había una chiquilla que les

observaba entre avergonzada ysorprendida. Con una mano sostenía

al wingli, mientras que la otra latenía levantada a media altura,como si hubiese querido llamar a la

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 puerta y se hubiese quedado amedias. Pierre comprendióenseguida que se trataba de la chicaque habían ido a rescatar. Pero…

ella estaba muerta, ¿no?La recién llegada tartamudeó

alguna cosa que ni Amelia ni Pierrellegaron a comprender, pues había

sido dicha en una lengua totalmente

desconocida para ellos. Pero eloven se apresuró a tomar las

riendas de la situación,levantándose de la cama de un saltoy acercándose ella y al wingli.

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Cuando estuvo junto a ellos, sedirigió al animal:

―¿Se puede saber qué estáocurriendo aquí?

―Ella es Aurora ―dijo Shiu,alegre, mientras saltaba de los

 brazos de la chica y se quedaba eel suelo, entre ambos.

―Ya sé quién es ―repuso

Pierre, entre confuso y molesto―.Lo que no entiendo es qué hace

aquí… viva ―añadió, hablandomuy bajito para que sólo el wingli pudiera oírle pues no tenía ni idea

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de que Aurora no hablaba faranés.―Ha resucitado.―¿Y te quedas tan tranquilo?

―repuso Amelia, desde la cama.

―¿Y cómo queréis que mequede? ¡Es una gran noticia! No sé

qué ha podido suceder, pero lo queimporta es que si ella está aquí

significa que ahora el Doctor no

 podrá abrir la Puerta. Y hay algomás: Aurora sabe cómo acabar con

Lord Kermiyak.―¿Qué? ―exclamaron alunísono Pierre y Amelia.

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Tras la sorpresa inicial, Shiule pidió a Aurora que les contaratodo lo que sabía. Usando al animalde traductor, ella fue relatando lo

que había vivido en Udegeliadurante los últimos días, haciendo

hincapié en sus visitas a NingunaParte, para que sus nuevos

compañeros pudieran hacerse una

idea sobre su poder. Les contótambién cómo había sido su última

noche en el castillo, cómo era LordKermiyak y cómo le había robadoel alma. Finalmente había llegadol d l úl i i j Ni

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la parte del último viaje a NingunaParte y de lo que había visto alescapar de allí.

―Aurora dice que está segura

que lo que vio dentro del frasco queel Doctor llevaba al cuello, era s

 poder ―terminó de relatar Shiu.―¿Pero cómo puede ser que

le haya visto en Pueblofrontera?

―quiso saber Amelia―. ¡Está amás de cinco días de camino!

―¿Será cosa de magia?―aventuró Pierre.Pero la respuesta, que vino por d Shi hi ó i

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 parte de Shiu, no era una hipótesis:―Debe haber usado un portal.―¿Un portal? ¿Qué es eso?―Las leyendas hablan de la

existencia de portales a través delespacio. Algo parecido a la Puerta,

 pero que unen puntos de una mismarealidad situados a mucha distancia.

>>Yo no he visto nunca

ninguno, pero se cuenta que hacíafalta el poder de más de un brujo

 para crearlos y controlarlos, porqueeran extremadamente inestables. Detodos modos, teniendo en cuenta

l D t l d d

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que el Doctor posee los poderes deun dios…. 

***

 El silencio casi sobrenatural

que aquel mediodía reinaba en el bosque que se extendía por los

alrededores del castillo de Lord

Kemiyak, se vio perturbado por elruido que producían los veloces

 pasos de Zac sobre el suelo nevado.El antiguo Portador de almas corríasin cesar, con rumbo fijo hacia el

till d ti ñ

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castillo de su antiguo señor.Había despertado, minutos

antes, junto a la pared rocosa en laque se abría una brecha que había

usado para esconder a Aurora hacíados noches. El mismo lugar en el

que Maya había acabado con svida. Y el mismo lugar en el que

había conseguido confesar a Aurora

sus sentimientos, aunque hubiesesido a base de los torpes

movimientos de un cuerpo que no podía llegar a controlar.Sin saber muy bien por qué,

h bí d t d ti d l l

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había despertado tirado en el suelo,con la nieve rodeándole por todas

 partes y un gran charco de sangresalpicando el blanco bajo s

cuerpo. Pero, milagrosamente, scuerpo se había mantenido seco y

tibio y él se encontraba perfectamente.

Tras levantarse torpemente y

sacudir los rastros de nieve de susropas, le había llevado unos

instantes descubrir lo que realmentesucedía. Su último recuerdo, vago ydifuso, era el de encontrarse e

inguna Parte Y después

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inguna Parte. Y después…El chico casi había pegado u

grito al comprender: estaba eUdegelia y había conseguido

recuperar el control de su cuerpo.Estaba vivo.

¡Estaba vivo!Se miró ambos brazos, se

 palpó el cuerpo, la cara, todo.

Hundió las manos en la nieve parasentir el frío que esta le transmitía y

se pellizcó la mejilla para saborear el dolor que esto le producía.Al fin, después de ciento

cincuenta años de malvivir en aquel

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cincuenta años de malvivir en aquelagujero negro lleno de soledad y

angustia, viendo como su cuerpo semovía a merced de las órdenes del

asesino que había acabado con svida y le había obligado a hacer lo

mismo con otros tantos, podía decir que volvía a ser dueño de s

destino.

Una lágrima de felicidadasomó por el rabillo de su ojo.

De todos modos, no pudoexplayarse mucho en su alegría, pues el vaivén confuso de susrecuerdos le trajo la image

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recuerdos le trajo la imageterriblemente nítida de una chica de pelo corto y castaño que se dibujóen su mente, haciéndole olvidar 

casi al instante todas suscircunstancias.

Aurora.Y había sido aquel preciso

instante cuando había echado a

correr, sin tan siquiera pensarlo,hacia el castillo de Lord Kermiyak.

Le quedaba aún un largotrecho por recorrer y tendría suertesi llegaba antes de que cayera elatardecer Pero no le importaba Lo

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atardecer. Pero no le importaba. Loúnico que quería era verla y

comprobar que ella había tenidotanta suerte como él y había

regresado a la vida, aunque paraconseguirlo tuviese que matarse a

correr por el frío paraje que lerodeaba.

  Aún no podía creerse que el

destino le hubiese brindado aquellasegunda oportunidad. Cuando el

Doctor le había arrebatado el alma,había creído que era para siemprey, aunque algunas veces se habíasentido muy próximo a su cuerpo

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sentido muy próximo a su cuerpo,especialmente en aquellos últimos

días, no había creído que recuperar el control fuera realmente posible.

Además, tenía que agradecerle, aquién fuera que le hubiese sanado,

el que se tomara esas molestias coél. Si no hubiera sido por aquel giro

del destino, ahora no estaría allí.

Al menos, de ese modo, podríatener una segunda oportunidad,

tanto en su vida como con Aurora.Una segunda… o una primera,según como se mirase. Porquecuando se encontrase con ella sería

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cuando se encontrase con ella, seríala primera en la que él seríarealmente él. Aunque había unmontón de dudas que le carcomía

las entrañas: ¿llegaría a aceptarleella? ¿Se extrañaría al verle? ¿Le

rechazaría?Aunque, por encima de todo,

estaba aquella otra duda: ¿Y qué

sería ahora de ella?Porque, si impedían que el

Doctor abriera la puerta, Aurora no podría regresar nunca a su mundo yestaría condenada a vivir eUdegelia toda su vida junto a

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Udegelia toda su vida, junto aalguien a quién, en el fondo, no

conocía y en un pueblo al que no pertenecía.

Sintiendo el corazón en u puño, Zac se prometió a si mismo

que encontraría la forma de hacerlaregresar.

 

*** Lord Kermiyak se detuvo unos

instantes para tomar aliento ydespués, con paso ligero, recorrióel último trecho que le separaba de

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el último trecho que le separaba dela pequeña edificación que contenía

la Puerta, una casita de piedra rojaerguida en medio de un claro.

Por fin habían llegado.Inspeccionó el lugar co

cuidado, asegurándose de que todoestaba en orden. Abrió la puerta de

la casita y comprobó que el espejo

seguía en su sitio. Después sevolvió hacia Nannette, que se había

quedado a escasos metros del bosque, y le dijo:―Ven aquí.Llena de sentimientos

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Llena de sentimientoscontradictorios, la mujer empezó a

caminar hacia él. No tenía intencióde huir porque la idea de que s

hija pudiera morir por su culpa latenía paralizada. Pero se detuvo a

 pocos metros de donde seencontraba él, incapaz de seguir 

adelante. Lo intentaba, lo intentaba

con todas sus fuerzas y dibujaba unay otra vez la imagen de la pequeña

Monique en su mente para darsefuerzas. Pero el terror que le producía Lord Kermiyak erademasiado grande.

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demasiado grande.―Te he dicho que vengas

―repitió, molesto, el niño. Su vozsonó profunda y desgarrada, como

si proviniese del mismo infierno. Nannette tenía los ojos llenos

de lágrimas al terminar srecorrido.

Lord Kermiyak hizo un gesto

de aprobación cuando la tuvo allado y después la cogió fuerte por 

la muñeca, obligándola a entrar ela casita. El impulso que le dio fuedesmesurado y la joven cayó alsuelo, quedándose allí sentada co

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, qel rostro húmedo por el llanto.

De todos modos, él no se preocupó lo más mínimo por ello.

Dejando a la mujer donde estaba,salió del edificio y posó una mano

sobre la piedra rojiza que loconstituía. Con sus pequeños dedos,

fue acariciando la superficie de

cada una de las paredes, mientrasdaba la vuelta a su alrededor,

sintiendo el tacto áspero en sus palmas.Y, antes de que terminara la

vuelta, el edificio ya había

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, yempezado a caerse.

 No se trataba de un derrumbeo un desprendimiento. Parecía, más

 bien, que los ladrillos de piedraque lo formaban fueran separándose

los unos de los otros, como si de u puzle se tratara, quedando

suspendidos en el aire. Y, cuando

Lord Kermiyak se encontró denuevo frente al punto donde

instantes antes se había erguido la puerta de la casita, juntó sus manosfrente a su pecho y, seguidamente,las separó de golpe.

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p g pTodos los elementos que

flotaban delante de él salierodisparados en todas direcciones.

Alguno, incluso, pasó rozando sfigura, haciendo que su suave y

rizada melena revoloteara en elaire.

Ahora, en el claro sólo

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encargada de distribuir mi poder.Sé que sabes a lo que me refiero y

sé que puedes hacerlo. Así que ponte a trabajar. Y acuérdate de nohacer tonterías o tú hija lo pagará. 

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24. La sala de los portales 

A  provechando que Aurorahabía abandonado la habitación cola excusa de ir a cambiarse de ropa

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y que el grupo volvía a encontrarse

al completo, después de queGermián también se les uniera, los

cuatro decidieron poner en comúsus impresiones acerca de la

conversación que habían tenidomomentos antes.

―¿Y cómo puede estar tan

segura de que eso que cuenta seacierto? ―comentó Amelia, echando

una mirada de soslayo a la entradade la habitación, como si temieraque la chica pudiera entrar ecualquier momento y descubrirla

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hablando mal de ella―. Ella misma

ha dicho que ni siquiera tenía claroque aquellos sueños fueran reales.

A lo mejor sólo fue producto de suimaginación. ¡Ha estado muerta!

―Pues yo la creo ―aventuróa responder Shiu.

―Ya. Pero no tienes pruebas.

El wingli hizo un leve gestocomo diciendo “lo sé, pero es así”.

Pierre se limitó a rascarse la barbilla y a perder la mirada en elinfinito, mientras torcía el labio euna mueca.

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―No sé ―concluyó―. En elfondo nos da lo mismo que tenga

razón o no. Esta batalla está perdida de antemano. Sólo nos

queda la esperanza de que seacierto y que terminar con el amuletoque Lord Kermiyak lleva en s

cuello, acabe con él.―¿Piensas arriesgar tú vida

sin estar seguro al cien por cien?―le reprochó Amelia.Él le devolvió una mirada algo

dolida.

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―Y tú, ¿piensas quedarte aquí

de brazos cruzados sin hacer nada,escondiéndote el resto de tu vida y

aguardando tiempos mejores? Terecuerdo que fuiste tú misma quie

me convenció de hacer esto, allá ela cueva, cuando mi primera

intención había sido huir para

 poneros a salvo.Amelia sintió que sus mejillas

enrojecían y desvió la cabezaavergonzada.―Además ―añadió Pierre―,

ahora veo más claro que nunca queÉ

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debo honrar el recuerdo de Alby. Él

confiaba plenamente en Shiu, y siShiu confía en Aurora, yo también.

¿Tú qué opinas, Germián? ―le preguntó al muchacho, que había

 permanecido todo ese tiemporecostado en la pared de la

habitación, escuchando con actitud

ausente.―Voy a aprovechar cualquier 

oportunidad, por más remota quesea, para acabar con el Doctor. 

Aurora regresó a la habitació

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Aurora regresó a la habitació

habiendo cambiado el vestido queLord Kermiyak había hecho para

ella por sus prendas habituales. Losvaqueros estaban sucios hasta larodilla y desgastados por el viaje, yla túnica de lana y la chaquetadeportiva no olían precisamente

 bien. Pero la chica se sentía mucho

más cómoda con aquellas ropasconocidas que con el vestido que,

aunque hermoso, no era nada práctico y la hacía sentir unaextraña en su propia piel.

Allí la esperaban los cuatroñ d i j

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compañeros de viaje, expectantes.

Shiu fue el primero eacercársele, dando pequeños

saltitos sobre sus cortas patas.“Aurora, hemos decidido que

le plantaremos cara a LordKermiyak. Debemos hacer algo co

la información que nos has

 proporcionado. Y, aunque resulte peligroso, queremos asumir el

riesgo.”Ella asintió.―Vale. Yo voy con vosotros

―aseguró, muy segura de síi N d i i l

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misma―. ¡No puedo permitir que el

Doctor llegue a la Tierra y destruyatodo mi mundo! Aunque eso

implique no poder regresar…El wingli tradujo el mensaje

 para sus compañeros y, enrespuesta, Pierre se encogió de

hombros; a fin de cuentas, la

decisión era de ella.“Bien. Lo que tenemos que

hacer ahora es encontrar el portalque el Doctor ha usado para ir hacia Pueblofrontera.”

―¿Portal? ―quiso saber A

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Aurora.

“Sí. Debe haber usado uno,sino, no se explica que haya podido

desplazarse hasta el bosque querodea la Puerta con tanta velocidad.

Los portales son permanentes, asíque lo único que tenemos que hacer 

es encontrarlo. Seguro que está

escondido en algún lugar delcastillo.”

Aurora asintió de nuevo.―Entonces, busquémosloentre todos.

Shiu asintió y le comunicó sj l d á ñ

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mensaje a los demás compañeros.

Tras un intercambio decomentarios, la respuesta no tardó

en llegar.“Pierre y yo buscaremos e

esta planta. Germián y tú iréis a la planta de abajo. Amelia se quedará

aquí porque está herida.”

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que permita pasar a través de él: uespejo, una puerta, una ventana...”―Es una descripción muy

 pobre... ―se quejó ella.“Lo sé. Lo siento. Pero seguro

que cuando lo tengas delante,sabrás que lo has encontrado ”

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sabrás que lo has encontrado.

 ***

 Cuando Pierre le ordenó que

fuese hasta la planta baja junto a lachica maraya para inspeccionarlaen busca del portal, Germián salió

corriendo sintiendo una mezcla desentimientos tan explosiva queapenas le dejaban respirar. ¡Un portal! ¡Y encima la chica sabíacómo derrotar al Doctor! La sed devenganza le recorría por dentro,llenándole de un estado de

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llenándole de un estado de

nerviosismo que le impulsaba ahacer cualquier cosa deprisa y

corriendo con tal de conseguir sfin.

Acompañó a la muchacha por la escalera de mármol que bajaba

hasta la planta baja y, una vez en el

vestíbulo, le indicó con señas queél se encargaba del lado derecho yque ella inspeccionara el izquierdo;cinco puertas para cada uno. Ella pareció comprender a la perfección, porque asintióefusivamente regalándole una

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efusivamente, regalándole una

sonrisa sincera, y se fue directahasta la primera de las puertas.

Germián hizo lo propio con la dellado opuesto.

Lo primero que encontrófueron las cocinas. No parecían el

lugar más apropiado para esconder 

un portal, pero, de todos modos,Germián echó un vistazo por siacaso. No encontró nada.

Cuando regresó al vestíbulo,Aurora también había abandonadola estancia que inspeccionaba. Alcruzar la mirada con él la chica

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cruzar la mirada con él, la chica

agachó la mirada y negó con lacabeza.

A aquel primer descubrimientole siguieron un almacén, una sala

vacía de uso indeterminado y u pasadizo largo y tenebroso que se

extendía hacía el interior del

castillo, dispuesto en una estructura parecida al pasadizo que Aurorahabía visitado la noche anterior,cosa que no era de extrañar puestoque ambas puertas estaban situadasfrente a frente, una a cada lado delvestíbulo dibujando una simetría

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vestíbulo, dibujando una simetría

casi perfecta.Germián se introdujo en él e

silencio, aguantando la respiracióa cada paso y temiendo que tras

alguna de las sombras le aguardarala muerte con cualquier rostro.

Las puertas se distribuían de

manera que si en la parte derechahabía una, enfrente sólo había pared, y, en consecuencia, si en la parte izquierda había otra, en la parte derecha no había nada. Algoasí como un zigzag.

Con recelo fue abriéndolas

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Con recelo, fue abriéndolas

una a una.Algunas de ellas contenía

habitaciones vacías, otras estanciasque parecían salones; incluso había

 puertas cerradas con llave queGermián tuvo que forzar valiéndose

de un puñal. Pero ninguna de ellas

escondía el portal. Finalmente,cuando llegó a la puerta másalejada, se encontró con que éstaconducía a una pequeña biblioteca.

 No dudó en entrar.

Las paredes estaban forradaspor estanterías repletas de libros

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 por estanterías repletas de libros,

algunas de ellas se extendían por lahabitación y la cruzaban de arriba

abajo, dejando solamente u pequeño pasadizo en medio o e

uno de los lados. Algunosejemplares habían caído de sus

estanterías y se hallaban tirados por 

el suelo, abiertos en cualquier  página o con las hojas arrancadas omarchitadas por el paso del tiempo.Otros se amontonaban en grandes pilas que permanecían olvidadas e

medio de los pasadizos,dificultando el paso En una

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dificultando el paso. En una

ocasión, Germián dio sin querer ugolpe a uno de esos montones,

echándolo al suelo y produciendoun gran estruendo.

Las estanterías se distribuíaformando un laberinto que el chico

tardó un buen rato en descifrar,

 pues todos los libros le parecíaiguales y todos los pasillos aúmás. Pero cuando al fin le sacó elentresijo, su decepción aún fuemayor, ya que el portal tampoco se

hallaba en aquella estancia.Abatido, dejó escapar u

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Abatido, dejó escapar u

suspiro agónico y se dejó caer alsuelo, escondiendo la cabeza entre

las rodillas. Aquello era como buscar una aguja en un pajar.

Además, ninguno de ellos sabía queforma tendría el portal. ¿Un espejo?¿Un agujero detrás un mueble?

Quizás se estaban engañando…Quizás no había portal o quizásLord Kermiyak lo había hechodesaparecer tras usarlo. Erademasiadas las dudas que le

 perseguían.Intentando llenar el vacío

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Intentando llenar el vacío

interior que le consumía, tomó ulibro cualquiera de los que estaba

a su lado y lo abrió por el índice,acercándose a un rayo de luz que se

adentraba a través de la únicaventana de la habitación.―Tra-ta-do so-bre ma-gi-a y

de-más ―murmuró.Apenas sí sabía leer, a pesar de que su madre se había esforzadoa enseñarle. Su madre que debíaestar en casa, aguardando s

regreso y el de su padre. Pero Philya no volvería. Nunca.

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y

Acobardado, se puso en pie deun salto, y salió corriendo de la

 biblioteca, cruzando el pasadizo yllegando al vestíbulo. Quizás, la

compañía de Aurora le ayudaría aahuyentar aquellos malos pensamientos que no dejaban de

 perseguirle ni tan siquiera ecircunstancias como aquella.Pero, sorprendentemente, la

chica no estaba en la sala.Casualmente, cada vez que él había

terminado de inspeccionar una salay había salido de nuevo al hall, ella

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y ,

estaba allí esperando, paraconfirmarle que no había

encontrado nada con un firme ydecepcionante gesto de cabeza.

Tras la sorpresa inicial, paseódurante unos minutos por la estanciay por los pasadizos laterales,

introduciendo la cabeza tras las puestas entreabiertas que ella habíausado. Al no hallar nada, decidióque lo más sensato sería llamarla yesperar a que ella respondiera.

―¿Aurora? ―pronunció elnombre con su acento cerrado.

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Insistió un par de veces. Nada.Cuando ya se daba por 

vencido, encaminándose hacia lahabitación de las escaleras para

averiguar si ella había subido al piso superior, se percató de que laúltima puerta a mano izquierda

estaba entreabierta. Antes habríaurado que estaba cerrada. Sedetuvo, y tras sospesarlo unosinstantes, volvió sus pasos haciaallí.

Dentro había un pasadizoestrecho y largo, sin ventanas, al

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y g

final del cual había una aberturaque desembocaba en una sala

circular, en la que había once puertas de madera, cada una con u

dibujo sobre la hoja. Una de las puertas, la que tenía un espejodibujado, estaba abierta. Y cuando

Germián se acercó para ver quécontenía, se sorprendió cuandoencontró que al otro lado había unacalle pavimentada con adoquinesnegros y blancos.

 

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25. Dos almas 

El ruido estruendoso que produjo la puerta de entrada al ser 

abierta de repente y golpear la pared retumbó en toda la estancia.

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Zac permaneció en el umbral,encogido sobre sí mismo, apoyando

sus manos en las rodillas. Jadeaba,sintiendo como punzadas de dolor 

le llenaban por dentro debido alesfuerzo realizado, mientras tratabade recuperar el aliento tras de

aquella dura carrera que le habíallevado del lugar en el que habíadespertado hasta el castillo de LordKermiyak.

Aún le costaba creer que

Aurora hubiese estado en lo ciertoen cuanto a su cuerpo. Era

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imposible describir con palabras laalegría que había sentido al

despertar en el bosque y descubrir que, después de tanto tiempo, había

vuelto a la vida, recuperandocompletamente el control de símismo. Pero apenas había tenido

tiempo para saborear aquellasensación que el recuerdo de ella lehabía hecho iniciar un largo periplo por el bosque en su busca.

Permaneció en aquella

 posición durante los largos minutosvenideros, con el pelo empapado e

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sudor cayéndole por el rostro.Hasta que el movimiento de

una sombra en el fondo delvestíbulo reclamó su atención.

La tarde empezaba adeslizarse sobre Udegelia y la luzque entraba a través de la entrada

era escasa y mortecina, de un color anaranjado que daba la falsasensación de calidez, llenando laestancia de sombras alargadas. Aunasí, Zac pudo averiguar que lo que

se había movido en el fondo era uhombre joven y que, además, le

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resultaba familiar. Lo observódurante unos segundos,

 preguntándose dónde habría vistoantes aquellas facciones alargadas y

aquellos ojos verdes. Pero no lorecordó. Y fue entonces cuando se percató de la presencia de una

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 busca de Aurora, pero la desechócon rapidez. Si ellos estaban allídebía ser por ella; lo más probableera que hubiesen venido arescatarla y por lo tanto supiese

donde estaba. Además, iba solo ydesarmado, no podía permitirse el

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lujo de empezar un enfrentamientoque seguramente acabaría

 perdiendo. Por eso, tratando demostrarse seguro de sí mismo,

aunque su voz delataba la urgenciade respuesta, preguntó:―¿Dónde está?

Las palabras cruzaron la salaen forma de eco, llegando a la pareja, que se miró sin entender.¿Dónde estaba quién? Pero Shiu,que tenía aquel preciado don que

era el lenguaje del corazón,comprendió enseguida que el

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antiguo Portador de almas se referíaa Aurora.

El pequeño wingli, que había pasado inadvertido a los ojos de

Zac, se apartó de las piernas dePierre, donde se había refugiado ycon pequeños saltitos se acercó al

muchacho. Pero se detuvo a mediocamino, meneando las dos colascon lentitud. Su mirada esmeralda yla grisácea de Zac se habíacruzado.

―Te refieres a Aurora ―dijo.Zac asintió, aunque sabía que

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aquello no era una pregunta.Además, parecía que los ojos del

wingli le inspeccionaran el alma.―Te conozco. Eras el wingli

de aquella hechicera, el que ayudóa Aurora cuando cruzó la puerta.―Shiu asintió―. Si tratas de

descubrir mis intenciones sólo puedo decirte que son honestas.Entenderé que queráis matarme,sólo os pido que antes me dejéishablar con Aurora una última vez.

―No queremos matarte Zac―se apresuró a corregirle el

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animal, tratando de ofrecer sfaceta más amable―. Fue Alby, el

nieto de Nuba, quien sanó tu cuerpomalherido cuando te encontramos

en el bosque. Sabemos que LordKermiyak te usaba como a unamarioneta y queríamos devolverte a

la vida. Pero no lo conseguimos.¿Cómo es que ahora has vuelto?¿Te envía él?

El joven quedó sorprendidoante aquella revelación y por eso

dio una respuesta confusa.―N…no. Vuelvo a ser Zac. El

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Portador de almas ha desaparecido.Aurora me ayudó a recuperar el

control de mi cuerpo. Ella… Hevenido a buscarla. Necesito hablar 

con ella. ¿Dónde está?―Aquí ―intervino Pierre.―¿Dónde? ―insistió él.

―Pues…Pierre miró en derredor y losdemás imitaron su gesto. Lassombras apenas permitían ver nadamás allá de la gran sala de entrada

debido a la oscuridad que loinundaba todo.

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―Ahora que lo dices, hacerato que tampoco se oye a Germián.

¿Y si han encontrado el portal? ―lesusurró Amelia a Pierre por lo

 bajo.―¿El portal? ―dijo Zac,completamente frío.

La joven se sintió avergonzadade que el muchacho hubiese oído loque ellos cuchicheaban a susespaldas y por eso se apresuró aresponder:

―Aurora vio a Lord Kermiyacerca de la Puerta en una visión y

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supusimos que habría usado algútipo de portal para llegar hasta allí.

Lo estábamos buscando.Zac sintió como la sangre se le

helaba en las venas.―¿Y la habéis dejado ir sola?―No. Nosotros...

Pero la chica no tuvo tiempode terminar la frase que el chicohabía echado a correr hacia la primera puerta a mano izquierda yse había perdido en el pasillo que

se escondía tras ella. 

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*** 

Germián tropezó con la gruesarama de un árbol que no habíavisto. Ágilmente, transformó scaída en una extraña pirueta que le permitió rodar por el suelo si

mayores consecuencias quelevantarse lleno de maleza, hojas y barro. El sol ya se había puesto ycada vez se hacía más difícilavanzar por el bosque oscuro. Pero

debía seguir, porque estaba segurode que Aurora se dirigía hacia la

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Puerta al encuentro de LordKermiyak.

Al llegar a Pueblofrontera, proveniente del castillo, se había

encontrado con un gran revuelo:usto delante del portal (que iba adesembocar en una de las casas del

 pueblo) se había encontrado couna gran caja de cristal flotando eel aire, dentro de la cual seencontraba la hija de NannetteDevereau.

“Esto pinta a sortilegio delDoctor” había pensado Germián al

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verlo.Algunos hombres y mujeres

estaban intentando destruir elrecipiente a base de golpes de

martillo y pico para sacar a la niña,que, milagrosamente, seguía covida. Pero no parecía que s

esfuerzo fuera a dar resultado.Entonces su madre habíaaparecido de la nada y se le habíaechado al cuello. La pobre mujer, alverlo, había creído que se trataba

de una visión y se había puesto allorar. Pero rápidamente el

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muchacho había podidoconvencerla de que era él en carne

y hueso.―¿Y tu padre? ―había

 preguntado ella, un poco máscalmada.Sintiendo de nuevo el vacío de

la muerte, él se había limitado aresponder:―Ahora no, mamá. Tengo

 prisa, estoy buscando a la chicamaraya que habíamos ido a

rescatar.En ese punto, una de las

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vecinas se había añadido a laconversación, contándole a

Germián que la muchacha marayahabía aparecido por la misma

 puerta que él poco antes.―¿Y qué ha ocurrido?―Algunos de los hombres

querían matarla ―aseguró la mujer con una expresión muy seria―.Decían que si ella había vuelto solay sin vosotros quería decir que algomalo os había ocurrido. Y

aseguraban que había sido culpa deella. El alcalde iba lanzando el bulo

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de que ella misma os había matadoy que ahora el Doctor la controlaba.

En aquel momento Germiáhabía sentido un sudor frío y unas

terribles ganas de matar al alcalde.Pero la vecina había continuadohablando:

―Al final me la he llevado,aunque te agradecería que no lofueras contando; los hombres estácomo locos buscándola y si seenteran de que la he ayudado, ¡la

tomarán conmigo! Ya me parecíaque una niña como esa era incapaz

d di l

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de matar a nadie.... Pues eso, que lahe acompañado hasta la salida del

 pueblo y le he explicado con señasque si quería encontrar a Lord

Kermiyak, sólo tenía que ir hacia laPuerta, todo recto.―Maldita sea ―había sido lo

último que había dicho Germiáantes de salir corriendo, ante lamirada estupefacta de la vecina yde su madre. 

*** 

Alb d ó d

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Alberto parpadeó un par deveces.

Sentir que las puertas deinguna Parte estaban abiertas erauna experiencia extraña que no sevivía muy a menudo. La manera mássimple de explicar aquel extraño

efecto era decir que alguien sehabía dejado la luz encendida.Ahora, la nada negra y profunda quelo había cubierto todo momentosantes se había convertido en todo lo

contrario: una gran sala infinita, si paredes, ni techo, ni ventanas, toda

ll d bl

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ella de un blanco tan puro quedeslumbraba. Aunque, si uno se

fijaba bien, podía llegar acomprobar que la apertura

realizada en aquel micro mundo noera más grande que la cerradura deuna puerta.

Inspiró una gran bocanada deaire y se acercó a la apertura. Sabíaque era el último habitante de aquellugar y, aunque no pudiesecomunicarse con los demás (hacía

falta conocer a las personas para poder llamarlas dentro de Ninguna

P t ) i t í d i d

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Parte), intuía que ya era demasiadotarde para ellos.

Dentro de poco, también losería para él.

Dos grandes lágrimasescaparon de sus ojos y cayeron por sus mejillas. Se acercaba el fin, lo

sabía desde hacía mucho tiempo, pero seguía sin estar preparado para ello. ¿Quién podría estarlo? Elúnico consuelo que le quedaba erasaber que Aurora no iba a correr su

misma suerte.Sólo pudo temblar como

t l i d f

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respuesta a aquel miedo feroz quesentía, cuando, de repente, el suelo

inexistente desapareció, engullido por la apertura diminuta, que ahora

había empezado a crecer hastaocuparlo todo. Había llegado lahora.

Alberto sintió que su almaflotaba en el aire, incapaz desometerse a la fuerza de lagravedad. Ahora, a su alrededor seerguía un paisaje oscuro, que

desprendía olor a realidad. U paisaje que apenas recordaba, pero

í h bí i t ti t á

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que sí había visto tiempo atráscuando había cruzado la Puerta.

Y entonces le vio.Lord Kermiyak seguía igual

que la primera y última vez que lehabía visto: sólo un niño pequeño,cargado de soledad; pero con los

ojos del demonio.Le estaba esperando.El Doctor también le miraba, e

incluso sonrió cuando se acercó asu espíritu y colocó ambas manos a

cada lado de él, sin llegar a tocarle.Su sonrisa era leve, casi

inexistente y se difuminaba con la

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inexistente, y se difuminaba con lamaldad que lloraban sus ojos.

Segundos, minutos, horas;quizás todo o quizás nada. Ese fue

el tiempo en que Lord Kermiya permaneció en aquella posición,mirando a la nada, mirando aquella

alma que sin forma se mostraba anteél. Después, sus manos, que seguíauna a cada lado del espíritu delchico, se unieron en una palmada.

 Ni siquiera se podía decir que

Alberto llegó a sentir dolor. Más bien fue como si todo se apagara,

cayendo dormido sin desearlo en u

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cayendo dormido sin desearlo en usueño del que jamás despertaría.

Sus labios inexistentes sólollegaron a curvarse en la primera

letra del nombre de su madre, paraquien había sido su últimorecuerdo. Alberto se había

extinguido en la nada, ofreciendo acambio parte de su energía vital que palpitaba, cálida, en las manos del

Doctor. 

*** 

Nannette se sentía exhausta

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 Nannette se sentía exhausta.Sostener el poder de aquellas

setecientas sesenta y cuatro almas,mientras aguardaba a que fuesecompletadas las tres restantes, eraagotador. Aunque suponía que lo peor vendría ahora, cuando tuviese

que usar la poca magia que lequedaba para hacer que lacerradura de la Puerta revelase s

auténtica forma y así poder abrirla.Algo aturdida y sintiendo

como las gotas de sudor le caía por la frente a pesar de que el sol

ya se escondía y el frío se volvía

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ya se escondía y el frío se volvíamás intenso, levantó ligeramente la

cabeza para observar a LordKermiyak, que seguía proyectandosu maldad a unos tres metros deella.

Hacía ya algunas horas (no

sabría decir exactamente cuántas, porque había perdido la noción deltiempo) que el niño maligno había

abierto las puertas de Ninguna Partey atormentaba a las almas que allí

guardaba, tomándolas una a una yexprimiéndolas hasta destruirlas, de

manera que el poder blanco que

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manera que el poder blanco queiban dejando como único rastro de

su existencia era transferido haciaella, que hacía de almacén ycanalizador hacia el mecanismo quela mantenía cerrada.

Y ahí venía otra.

La mujer apretó los dientes yañadió esa pequeña esencia a lasdemás, colocándola junto a lacerradura correspondiente. Elesfuerzo estaba siendo

sobrehumano.Empezaba a sentir que perdía

la consciencia cuando un grito la

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la consciencia, cuando un grito lahizo volver en sí.

Lord Kermiyak vociferabamaldiciones e insultos, mientras

mantenía las puertas de NingunaParte abiertas de par en par.Parecía que buscaba algo en s

interior con desesperación. Peroannette no se atrevió a preguntar y

 permaneció de rodillas en el suelo

y sosteniendo el poder de lassetecientas sesenta y cinco almas.

Aunque enseguidacomprendió.

―¡Maldita sea! ¡No puede ser

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¡Maldita sea! ¡No puede ser que hayan escapado! ¡No puede ser!

¡He estado vigilando la entradadurante todo este tiempo!Lord Kermiyak se movía

nervioso por los alrededores,renegando y dando patadas al suelo.

De vez en cuando, se detenía ylevantaba la cabeza, como si olierael perfume del aire. Pero al no

encontrar resultados, sus reaccionesse hacían más violentas.

Finalmente, dándose por vencido,se acercó a Nannette y la empujó,

haciendo que ella tuviera que

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haciendo que ella tuviera quesostenerse con los brazos para no

darse contra el suelo.―Abre la Puerta ―ordenó.Ella obedeció sin rechistar,

ignorando el hecho de que aufaltaran dos almas; no sería ella

quien le llevara la contraria a LordKermiyak. Se levantó con pesar yse acercó al espejo casi a rastras.

Una vez allí, acarició el cristal.Sobre su superficie apareció u

grabado que representaba un gracírculo repleto de pequeños puntos.

Setecientos sesenta y sieteFi l d jó

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Setecientos sesenta y sieteexactamente. Finalmente, dejó que

su cuerpo encontrara la paznecesaria y cerró los ojos. Ahora,todo el poder que había idoacumulando abandonaba su cuerpocansado y atravesaba la Puerta,

haciendo desaparecer cada uno delos puntos que llenaban el círculo.

Hasta que sólo quedaron dos.

 Nannette insistió para queaquellas dos cerraduras

  desapareciesen también, pero elconjuro que sellaba el espejo no

mostraba signos de quererd bl I l h b l

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mostraba signos de querer desbloquearse. Incluso rehusaba la

 poca magia que ella le daba.―No puedo… ―balbuceó.Lord Kermiyak masculló algo

y apartó a la mujer a un ladomientras ofrendaba su propio poder 

a las dos cerraduras restantes. Pero,a pesar de que su magia erasuficiente para destruir la cerradura

entera en su estado actual, estaresistió, y en vez de hacer 

desaparecer las dos últimascerraduras, lo único que consiguió

fue que todas las demási l

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fue que todas las demásreaparecieran poco a poco y que el

 poder que había convocado a travésde las almas puras se desvanecieracomo un soplo de aire. 

26. Talismán 

Aurora supo que habíallegado a su destino cuando un grito

 profundo rasgó el silencio del bosque, haciendo que decenas de

pájaros asustados levantaran ell di t h i L

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 pájaros asustados levantaran elvuelo dispuestos a huir. La

oscuridad había caídodefinitivamente sobre Udegelia y laluna palpitaba pálida en el cieloclaro y estrellado, iluminandotenuemente la penumbra. Aun así, la

noche se dibujaba especialmentetétrica y sobrecogedora.

Deslizándose a través de las

últimas hayas, la chica salió alclaro viendo que ya no estaba

 presidido por aquella pequeñacasita de piedra rojiza que contenía

la Puerta, sino que ahora el espejod d t b d i

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, q p jdorado se encontraba de pie e

medio de la nada, custodiado por elDoctor y por la mujer que habíavisto en su visión y rodeado de unaluz sobrenatural que llenaba ellugar.

Ella, que permanecíaarrodillada en el suelo con lacabeza algo inclinada hacia delante,

estaba siendo amenazada por elniño quien, fuera de sí, gritaba y

rugía como si estuviera poseído.Las manos de él, envueltas en u

halo fosforescente, se movieron el i llá d l d d d l

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,el aire, enrollándose alrededor del

cuello de la mujer y haciendo queesta soltara un pequeño gemido.Abrumada por la urgencia,

Aurora dio un paso al frente y sitrazar siquiera un plan, gritó:

―¡Déjala en paz!Lord Kermiyak, o más bien el

monstruo en el que se había

convertido, volvió lentamente lacabeza. Los ojos verdes se le

habían teñido de oscuridad y todoél resplandecía, cubierto por u

halo sobrenatural que le hacíabrillar con luz propia Sólo cuando

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q brillar con luz propia. Sólo cuando

al fin reconoció a Aurora, soltó a lamujer que pretendía matar y seapartó de ella. Su rostro se habíacontorsionado en una mueca que pretendía ser una sonrisa de intensa

satisfacción.Aurora tragó saliva, con el

corazón en un puño.

―Así que has sido tú quien hahuido ―le dijo a la chica―. Tú

que lo has tenido todo durante estosdías en Udegelia. Tú que podrías

haber tenido una segundaoportunidad ofreciendo tu cuerpo

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goportunidad, ofreciendo tu cuerpo

 para luchar a mi lado. ¡Tú que erasla última! ¿Y el otro? No me lodigas: te llevaste a Zac. No puedocreérmelo, traicionado por mis propios siervos.

Mientras hablaba, LordKermiyak había empezado acaminar hacia ella, lo que le

 produjo a Aurora una oleada de pánico que la atravesó de pies a

cabeza. Pero cuando quiso darse lavuelta para huir, se dio cuenta de

que sus piernas no respondían,seguramente debido a la magia del

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q p pseguramente debido a la magia del

Doctor.―Ya puedes ir temblando, ya―le dijo él, al llegar a su lado y percibir su miedo―, porque nohabrá castigo suficiente para

hacerte pagar lo que me has hecho.El Doctor tomó a la chica por 

la nuca y la empujó contra el suelo,

haciéndola caer de rodillas.―¿Quieres ver como todo t

cuerpo arde y se consume en lasllamas del infierno? ―gritó él,

mientras mostraba una mano en laque había prendido una llama

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que había prendido una llama

verde.Pero ella no tenía intención deverlo, así que aprovechando quetras el discurso había recuperado lamovilidad, se puso en pie y echó a

correr en dirección al bosque.De todos modos, no llegó muy

lejos porque algo o alguien salido

de la nada se interpuso en scamino e, incapaz de evitarlo, se

dio de bruces con él.Cuando levantó la mirada, se

encontró con el muchacho que habíaconocido en el castillo y que la

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conocido en el castillo y que la

había estado ayudando a buscar el portal. Quiso preguntarle qué hacíaallí, pero, antes de poder hacerlo,él ya la había apartado a un lado yhabía desenfundado la vieja espada

que llevaba en el cinto. No parecía que aquel

contratiempo hubiese preocupado

demasiado a Lord Kermiyak, queesbozó una sonrisa al ver aparecer 

a Germián. En realidad, tenía queestarle agradecido al recién llegado

 porque, si no fuera por él, Aurorahubiese escapado y el brujo hubiese

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hubiese escapado y el brujo hubiese

tenido que internarse en el bosque para traerla de vuelta.―¿Vienes a salvar a la

 princesa, bravo guerrero? ―se burló del chico. A pesar del arrojo

que estaba mostrado y del hecho deque tenía una espada, no suponíaninguna amenaza para el Doctor.

―He venido para que teenfrentes a alguien de tu nivel

―escupió el chico, con rabia.La sonrisa del Doctor se

volvió carcajada.―¿Y eso lo dices tú que no

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¿Y eso lo dices tú, que no

eres ni brujo?El odio crispó los nervios deGermián, quien, sin pensárselo dosveces corrió al encuentro de senemigo, espada en mano.

Cuando estuvo junto a él,levantó el arma en alto y descargótodo su peso sobre el niño. Pero no

llegó a tocarle. El impacto fueamortiguado por un campo de

fuerza invisible que el brujo habíaalzado a su alrededor.

Con un gesto seco de su mano,como quien aparta un mosquito

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como quien aparta un mosquito

molesto, el Doctor barrió aGermián, haciendo que una fuerzainvisible le impulsara lejos de él.El chico salió proyectado a gradistancia, cayendo con fuerza contra

el suelo y perdiendo ligeramente elconocimiento debido al golpe.

―¡No! ―El grito de Aurora

llenó el lugar.La chica, que se debatía entre

el deseo de huir y la necesidad dequedarse para ayudar al muchacho y

a la mujer que Lord Kermiyak habíaestado utilizando para abrir la

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estado utilizando para abrir la

 puerta, corrió hacia Germián.Cuando llegó junto a él, se arrodillóa su lado.

―¡No hay nada que hacer!¡Nos va a matar! ―le advirtió, a

 pesar de saber que no le iba aentender.

Pero el chico desechó la ayuda

que Aurora le ofrecía. La apartó desu lado y trató de incorporarse,

llevándose una mano a la cabeza,que le daba vueltas sin parar.

Cuando lo hubo conseguido, volvióa tomar la espada con ambas manos

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p

y repitió el gesto anterior de atacar a Lord Kermiyak de frente.El resultado de su acción fue

el mismo que antes y el chico saliódespedido de nuevo.

―Empiezo a estar cansado deestos juegos ―siseó el Doctor, trasnoquear a su enemigo. Después, se

volvió hacia la chica, que habíaestado contemplando toda la escena

con el corazón en un puño, y ledijo―: Ya va siendo hora de que

acabemos con esto.Usando su magia, capturó el

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g , p

cuerpo de Aurora y lo atrajo haciaél. Ella trató de debatirse y escapar del agarre invisible que laarrastraba en el aire, pero no pudo.Y, cuando quiso darse cuenta, se

encontraba frente a Lord Kermiyak.―Hubiese preferido que fuese

lento y doloroso ―le dijo el

niño―, pero me conformaré coque estés muerta. Para siempre.

Sus manos se enrollaroalrededor del cuello de ella,

dispuestas a repetir el mismo plaque habían trazado para Nannette.

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Pero aún no había empezado aapretar cuando Germián, que sehabía levantado y arrastrado hastaallí a duras penas, le hundió laespada en el costado.

Lord Kermiyak ni siquiera parpadeó al sentir el filo del armaatravesando su cuerpo.

Muy lentamente, desvió lamirada hasta cruzarla con la de

Germián, que jadeaba exhausto. Almismo tiempo, soltó a Aurora y

deslizó sus manos hasta laempuñadura de la espada que tenía

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p p q

clavada en el cuerpo. La sacó de utirón.―Te recuerdo, niño, que soy

inmortal ―le dijo al chico.Después, posó una mano en s

hombro derecho, agarrándolo cofuerza, y tiró de él hacia delante, altiempo que levantaba en alto la

espada. El metal se hundió en el pecho de Germián, cruzando s

corazón.Al recibir la estocada, el chico

se tambaleó y cayó sobre el Doctor,intentando aferrarse a él como

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quien se aferra a la vida. De todosmodos, el golpe había sido dadocon tanta maestría que su muerte fuecasi fulminante, haciendo que scuerpo se desplomara sobre al

suelo como un vulgar saco de patatas.

―Aparta de mí vista ―dijo el

otro, con desprecio, mientrasenviaba el cadáver lejos de él

gracias a su magia.De lo que no se había dado

cuenta el Doctor era de que, con susúltimas fuerzas, Germián le había

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agarrado el talismán que pendía desu cuello y, al caer al suelo, se lohabía llevado con él. 

27. Muñeco de trapo Aurora había presenciado

toda la escena de primera mano.Había visto cómo Lord Kermiyaasesinaba a Germián y cómolanzaba su cuerpo al otro lado del

claro como si fuera un muñeco. Ytambién había visto como el chico

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también había visto como el chico

le arrancaba el talismán al Doctor yse lo llevaba con él.

Aun así, el impacto que lehabía producido verlo había sido

tan grande que la había dejado

 paralizada en el suelo, incapaz deactuar en consecuencia. La imagede la espada hundiéndose en el

 pecho de Germián se repetía una yotra vez en su mente, impidiéndole

 pensar en nada más.Sólo había algo que pudiera

sacarla de su trance en aquelmomento: la voz de Zac. Y eso fue

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 precisamente lo que se oyó en elclaro.―¡Aurora!La chica levantó la cabeza,

alerta, y miró en derredor,

 buscando el origen de aquel grito.Lo encontró a unos metros de ella.Zac jadeaba debido al esfuerzo. El

cabello le caía revuelto por lafrente y su expresión mostraba toda

la preocupación que sentía.Además, y aunque de lejos y debido

a la oscuridad no se podía apreciar el color de sus ojos, Aurora sí pudo

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ver que ya no eran aquellos dos pozos vacíos que la habíacautivado el primer día en que susmiradas se habían cruzado a travésdel espejo del vestíbulo de su casa.

Era Zac, el de verdad, el quehabía visto en Ninguna Parte. Yestaba allí con ella.

―¡Zac! ―gritó ella, poniéndose en pie de un salto.

 No podía creerse que lohubiese conseguido también. Al fin,

después de todo lo que habíavivido, podían encontrarse en el

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mundo real. Los ojos se le llenarode lágrimas de alivio y felicidad yel deseo de correr hacia él yrefugiarse en sus brazos la llenó por dentro.

Pero entonces recordó queGermián tenía el talismán delDoctor y si no se daba prisa, él

terminaría por darse cuenta y laoportunidad de acabar con su poder 

se desvanecería en el aire como sifuera humo.

Así que, aprovechando elmomento de distracción que la

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llegada de Zac había creado, ydejando a un lado su deseo derencontrarse (¿o debería decir conocerse?) con él, echó a correr hacia el cuerpo sin vida. Cuando

estuvo a su lado, se abalanzó sobresu puño cerrado para recuperar elcolgante.

Lord Kermiyak no tuvo tiempode detener a Aurora cuando ésta se

levantó y se fue corriendo de slado. Así que, simplemente, se

quedó mirando cómo cruzaba elclaro, pensando que así podría

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matar dos pájaros de un tiro. Perole llamó la atención que, en vez dedirigirse hacia el Portador dealmas, como él había creído queharía, su carrera la llevaba hasta el

muchacho muerto. Y cuando vio loque contenía aquella mano cerrada,se llevó la suya al cuello para

comprobar que la cadena y elsaquito de tela había

desaparecido.Una ola de ira le hizo apretar 

los dientes.―¡Maldita bastarda! ―gritó,

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fuera de sí, con los ojos saliéndolede las órbitas.En respuesta a aquel ultraje,

empezó a conjurar un hechizo. Susmanos brillaban cubiertas por u

halo de luz fluorescente y sus ojos

se volvían más oscuros por momentos. El aire danzaba a s

alrededor, meciéndole los rizos avoluntad.

Y, entonces, tendió su mano endirección a la chica y la apuntó co

su magia.Aurora se encogió sobre sí

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misma, creyendo que el hechizo iba por ella. Gimió angustiada y cerrólos ojos, temiéndose lo peor. Perono sintió nada. Y cuando abrió losojos otra vez, lo que ocurrió fue que

el cuerpo de Germián empezó a

moverse.Ella parpadeó un par de veces,

incrédula. Lo que había empezadocomo un leve temblor en la mano de

él, terminó convirtiéndose en umovimiento firme pero lánguido

que llevó al muchacho aincorporarse. Pero ya era

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demasiado tarde cuando se diocuenta de que, en realidad, lo quehabía ocurrido era que el Doctor había pasado a controlar el cuerpodifunto del muchacho, como había

hecho antaño con Zac o con Mira.

Germián había terminado delevantarse y había recuperado la

espada que le había quitado la vidavolviéndose hacia la chica, que,

con manos temblorosas, intentabaabrir la bolsa para coger el frasco.

Lo consiguió, pero justo en esemomento, el muchacho levantaba lad t l l

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espada para asestarle un golpe.Fue Zac quien le detuvo,

derribándolo con un golpe certeroque le hizo caer al suelo. Después,tomó la mano de Aurora y la apartó

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carga y Zac consiguió parar el

golpe en el último instante,desenfundando la pequeña arma que

apenas le servía para contener laembestida. La respuesta de Germiá

fue mucho más rápida y pasórozando el rostro del antiguo

Portador de almas, donde abrió una brecha, justo en la mejilla. Pero elotro pudo derribarle lanzándose

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otro pudo derribarle, lanzándosesobre él con un placaje.

Se disponía a correr haciaAurora para tomarla y huir de allíuntos, cuando comprobó,

horrorizado, que Lord Kermiyak se

le había adelantadoEl brujo había cogido a la

chica por el cuello y, a pesar de su pequeña estatura, la había

levantado en el aire con la simplefuerza de un brazo. Aurora, que se

agarraba con fuerza a la muñeca delDoctor, pataleaba y boqueaba en elaire

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aire.―Creíais que os sería ta

fácil ―se rio él―. Y ahora, damela maldita botella.

Pero entonces, en un último

intento a la desesperada, la chica

lanzó el frasco hacia Nannette, queen un estado de seminconsciencia

observaba la batalla sin intervenir,esperando que la otra

comprendiera. 

 Nannette sacó fuerzas dedonde no las había y se incorporó

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y p

 para recoger el frasco que la chicamaraya le había lanzado. Lo

observó con una mezcla decuriosidad y desprecio, al tiempo

que todos se volvían hacia ella

 para mirarla con expectación.

―No sé lo que contiene esto―dijo la mujer alzando bien alto el

 botecito ―, pero supongo que debeser algo de vital importancia para

haber organizado este revuelo. Asíque, si no sueltas a la chica, lo

romperé.Hubo unos segundos de intensosilencio Ella aguardaba una

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silencio. Ella aguardaba unarespuesta y Lord Kermiyaavaluaba la situación. Pero viendoque nada sucedía, Nannette searrodilló y tomó una piedra que

había quedado como último resto

de la antigua construcción que allíse había erguido. Después, dejó el

envase en el suelo y con un rápidomovimiento lanzó la piedra contra

él. Pero se detuvo en el último

momento.La imagen de su pequeñaMonique encerrada en aquella caja

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Monique encerrada en aquella cajade cristal llena de agua, ahogándosemientras gritaba el nombre de smadre había atravesado su mentecomo un cuchillo. Nannette levantó

la mirada con los ojos llenos de

lágrimas y enseguida supo quehabía sido el mismo Doctor quie

le había enviado aquel recuerdo.―¿Estás segura de lo que vas

a hacer, Nannette Deverau? ―dijoél, dejando a un lado a Aurora y

centrándose en la mujer―. Por si lohas olvidado, tú y yo teníamos utrato

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trato.En respuesta, ella agachó la

cabeza y lentamente soltó la piedra,

que rodó por el suelo.―Como gesto de mi buena

voluntad ―añadió―, me gustaría

ofrecerte otro trato. ¿Qué te parecesi me das eso que tienes en la mano

y a cambio yo dejo vivir a tú hija?Ella dudó. Su mirada se cruzó

con la de Zac y con la de Aurora,que la miraban expectantes. Y

Germián… El pobre Germián… Yaera demasiado tarde para él. Ya erademasiado tarde para todos

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demasiado tarde para todos.Hubiese dado su propia vida

 para salvarles, para impedir que la

Puerta fuera abierta; pero no la vidade su hija. Además, la Puerta ya no

iba a ser abierta, al menos, no

ahora, porque el poder de lassetecientas sesenta y cinco almas

que ella había conjurado, se habíadesvanecido.

Finalmente, inspiró profundamente, y tendió su mano

abierta mostrando el objeto alDoctor. Había hecho su elección.

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Aurora había presentido las

intenciones de Nannette muchoantes de que ella ofreciera su mano

a Lord Kermiyak Por eso

aprovechando el desconcierto,

corrió hacia la mujer.Demasiado tarde, el Doctor se

 percató de que la chica maraya sehabía echado a la carrera para

impedir sus planes, y viendo que snuevo siervo no iba a llegar a

tiempo para detenerla, también élechó a correr en dirección aannette.

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annette.En el último momento, Zac se

añadió a la persecución, pisándole

los talones a Aurora, sin saber muy bien si debía apoyarla o impedirle

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moriría.

Aunque su intento fue en balde, pues Aurora ya se había aferrado

con fuerza al tapón.Al mismo tiempo, Lord

Kermiyak había dejado que s poder tomara forma en su mano,

convirtiéndose en un arma queresplandecía con luz propia en laoscuridad. Al llegar junto a la

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g jmujer y la chica, se lanzó contra lasegunda dispuesto a matarla.

El arma del Doctor seencontró con el cuerpo de Zac en s

movimiento, y lo atravesó por la

espalda derecha, haciendo que la punta del arma saliera por su pecho,

cerca de su hombro. Después,también atravesó el de Aurora a la

altura del corazón.Desafortunadamente para él,

aquello no bastó para detener a susenemigos, pues, con un últimomovimiento y mientras caía al suelo

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yherida de muerte, Aurora pudo tirar del tapón de corcho que mantenía

cerrado el bote. En consecuencia,éste se escurrió de entre los dedos

de Nannette y cayó al suelo,

rompiéndose en mil pedazos. 

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28. El Diablo 

El grito del Portador de almasla hizo volver en sí.

―¡Es su alma! ¡Debes destruir el cuerpo para que no regrese a él!

Confusa Nannette, contemplócómo, después de lo ocurrido, LordKermiyak se había quedado

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totalmente inmóvil delante de ella,como si sólo se tratase de un cuerpo

sin vida. Sintiéndose aún mareada por todos los acontecimientos que

habían tenido lugar, dio un paso

adelante para colocarse junto alniño maligno, que aún tenía el brazo

tendido hacia delante, aunque laespada de luz se había deshecho e

sus manos. Con cuidado, pasó unamano por delante de sus ojos,

cerciorándose que el Doctor no eradueño de sí mismo.Entonces, una ola de

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vergüenza y odio la invadió. No podía dejar de pensar en Monique

ahogándose dentro de la caja.Tampoco podía sacarse de la

cabeza la idea de que Aurora y Zac,

que ahora yacían en el suelo sobreun charco de sangre, podían morir 

 por su culpa. Y, para acallar aquella voz interior que no dejaba

de repetirle que era tan culpablecomo el monstruo que ahora se

encontraba ante ella, corrió haciaGermián, que tras la muerte del brujo se había desplomado como u

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títere sin hilos, y le arrebató elarma. Pronto reconoció aquella

espada como la que su hermano sehabía llevado al partir, hacía ya una

semana, y comprendió que tambié

él la había dejado sola. Y aquellole dio la fuerza necesaria para

arrastrar el pesado objeto metálicohacia donde el Doctor se hallaba y

una vez allí, decapitarlo sin ningunacompasión. Su hija podía muerto

 por su insensatez, pero sería laúltima persona que moriría por culpa de aquel desalmado.

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Después de aquello, Nannettese dejó caer al suelo, abrazándose a

sí misma y deseando que el dolor que la llenaba por dentro se

desvaneciera deprisa. Poco a poco,

sus sollozos fueron convirtiéndoseen débiles gemidos, antes de llenar 

el claro de un silencio sobrenatural.De pronto, cuando apenas

habían pasado unos minutos desdela muerte definitiva de Lord

Kermiyak, la calma que se habíainstalado en el claro se viointerrumpida por una figura que

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hizo su aparición de entre lassombras, acercándose hasta dónde

annette se encontraba.Vestía de negro, con una larga

capa que le envolvía

completamente el cuerpo, y era másalto que cualquier hombre normal.

Además, su andar era seguro yfirme, como el de un noble. Sólo s

rostro de facciones parecidas a lasde un cuervo consiguió sorprender 

a la mujer todavía más que sestatura.Asustada por la presencia de

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aquel desconocido aparecido de lanada, Nannette sólo pudo susurrar:

―¿Quién es usted?El forastero sonrió mostrando

una hilera de largos dientes

 blancos, ligeramente afilados, ylevantó sus ojos rojos como la

sangre, hasta cruzarlos con losnegros de ella.

―Solamente un viajero―respondió, con amabilidad.

Después, señaló el montón decristales esparcidos por el suelocomo consecuencia del frasco roto

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y añadió:― Vengo a llevarme esto.Con el suave susurro de sus

 palabras y el movimiento de smano los cristales se elevaran en el

aire para, poco a poco, ir 

untándose los unos con los otroshasta reconstruir completamente el

envase que voló hasta su mano.Seguidamente lo alzó y murmuró

unas palabras en una extrañalengua. Aguardó unos instantes en

aquella posición, con el brazo ealto sosteniendo el bote de cristal y,finalmente, lo bajo y lo tapó.

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Y, sin saber exactamentecómo, Nannette supo que aquel

hombre era el Diablo y que habíavenido a recuperar el alma del

Doctor.

―Se llamaba GuillaumeKermiyak de Montfort ―le explicó

el hombre, mientras guardaba elfrasco en un bolsillo interior de s

capa―. Y lo cierto es que, antes deque se le corrompiera el alma, era

un buen chico.Ella asintió, aturdida.―¿Le conocía?

Sí i

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―Sí. Tuvimos un encuentrohace muchos años. Él me llamó y yo

le ofrecí un trato.―¿Y por qué se lo lleva?

―quiso saber.

―Porque ya hace tiempo quedebería haberle llegado la hora y

debería haber pagado el precio por el conocimiento que le di. Pero

tengo que reconocer que fue listo ysupo burlar a la muerte con este

truco tan vil de separar su alma y scuerpo. Me engañó y yo me dejéengañar. Pero ya se sabe, un trato es

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un trato. Nannette volvió ligeramente la

cabeza y observó de reojo elcuerpo sin cabeza, sintiendo que u

escalofrío la recorría entera. Aun

sentía remordimientos por elterrible fin que le había dado, pues

en realidad, al descubrir que LordKermiyak era un niño, no había

 podido dejar de pensar que setrataba sólo de un instrumento del

mal. ―Pero sólo es…―¿Un niño? ―sonrió el

Di bl D é i ó i

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Diablo. Después, irónico,añadió―: Y yo sólo soy el rey de

los demonios. Cada uno elige sdestino, y cada uno paga por ello. Y

si no te gusta, puedes dejar que los

demás elijan por ti, así siempre podrás echarles la culpa a ellos.

 Nannette intentó buscar unarespuesta a aquella réplica, pero

cuando entreabrió los labios denuevo, se dio cuenta de que el

desconocido había desaparecido.Pero no era lo único. También lohabía hecho el cuerpo del Doctor.

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 ***

 Zac se incorporó, sintiendo u

horrible dolor en el pecho. El filo

de aquella cosa demoníaca le habíacruzado de lado a lado

 perforándole el pulmón derecho. Lesobrevino un ataque de tos, que le

hizo escupir sangre, y tuvo quedejarse caer de nuevo, tendiéndose

unto a Aurora.―¡Dios mío! ―le oyó decir aannette.

C d i ió b i l

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Cuando consiguió abrir losojos de nuevo, la encontró inclinada

sobre el cuerpo de la chica.―Se muere ―murmuró

annette, con la voz rota.

Zac sintió que le faltaba elaire.

―¿No puedes curarla? ―dijomientras se levantaba, demasiado

deprisa para su deplorable estado.Se mareó, por lo que Nannette

le obligó a recostarse de nuevomientras rasgaba un trozo de sropa para detener la hemorragia.

D b t t h id

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―Debo cerrarte esta herida―murmuró la mujer, mientras

estudiaba la brecha que se abría eel pecho de él, ignorando la

 pregunta que le había hecho.

Pero Zac la detuvo, tomándolacon suavidad por la muñeca, y la

obligó a mirarle. Nannette no pudosostener por mucho tiempo aquella

mirada llena de desesperación.―Aunque vaya a buscar hojas

de ritzal e inicie el ritual, ya serádemasiado tarde para ella ―lerespondió, abatida.

Zac cerró los ojos Después de

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Zac cerró los ojos. Después detodo, de todo lo que habían hecho y

habían arriesgado, no podía ser queella fuera a morir, sin que él

 pudiese hacer nada. Sin que…

Entonces, abrió los ojos de par en par. Había tenido una idea, una

idea que aparte de salvarle la vidaa Aurora, la ayudaría a volver a su

casa.Alzó ligeramente la cabeza,

rehusando esta vez el intento delevantarse. Nannette le estabavendando la herida, supuestamente,para curarla más tarde

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 para curarla más tarde.―Te llamas Nannette,

¿verdad? ―preguntó él, con un hilode voz.

Se sentía tan débil que apenas

le salían las palabras.Ella le miró a los ojos y

asintió.―Bien. Por favor, Nannette,

necesito que prepares el ritualigualmente.

La mujer dejó lo que estabahaciendo, preguntándose si habíaentendido bien.

Pero si ya te he dicho que

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―Pero si ya te he dicho que…―Por favor ―dijo él,

cortando su frase.Ella le miró, escéptica. No

entendía con qué tontería le salía

ahora aquel muchacho, peroteniendo en cuenta que igualmente

tendría que ir en busca de hojas deritzal para curarle a él, aquella idea

no le parecía tan descabellada.Finalmente, asintió y se levantó.

―Ahora vuelvo. No te muevasmucho o tu herida se abrirá todavíamás ―le advirtió.

Zac asintió Después aguardó

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Zac asintió. Después, aguardóa que Nannette estuviera lo

suficientemente lejos, y se giróhacia Aurora. Ella permanecía

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abandonarás tu cuerpo. Pero yo no

 pienso permitirlo. Piensodevolverte a la vida. Así que

escúchame atentamente: quiero queabandones tu cuerpo ahora y te

dirijas a Ninguna Parte. Sólo ve yquédate allí. Pero estate atenta a miseñal, porque cuando yo te lo diga,tendrás que regresar a tu cuerpo.Has entendido, ¿verdad?

Zac la miró fijamente

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Zac la miró fijamente,sabiendo que no obtendría ninguna

respuesta de aquel cuerpomoribundo y esperando que su alma

si hubiese recibido el mensaje. Co

ternura infinita acarició los labiosde ella para besarlos después, co

suavidad, con cuidado. Alzó sufrágil cuerpo y lo estrechó con la

 poca fuerza que le quedaba entresus brazos, saboreando por últimavez aquel contacto.

Se detuvo al sentir la presencia de Nannette tras él.

Se volvió lentamente La mujer

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Se volvió lentamente. La mujer le miraba con recelo, pero tambié

con tristeza, comprendiendo que élestaba perdiendo a alguie

especial. Tras unos instantes de

tensión, mientras él dejaba denuevo el cuerpo de Aurora en el

suelo, Nannette se arrodilló junto aZac, mientras decía:

―Bien, túmbate bocarriba.―Pero… ―empezó a protestar él, viendo que ella nohabía entendido lo que en realidadle había pedido.

―Escúchame tengo que

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Escúchame, tengo quecurarte esto. ¿Acaso quieres morir 

tú también?Zac le devolvió una mirada

fría, como la que ella le había

dedicado antes.―Escúchame tú a mí. Yo

estoy bien. Ahora es ella quiennecesita tu ayuda.

―¡Pero ya está muerta! ¡Yo yano puedo hacer nada por ella! Noquiero malgastar mi magia asícuando tú estás malherido.

―Ya sé que está muerta―repuso él algo dolido― Pero si

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repuso él, algo dolido . Pero sisanas su cuerpo, su alma podrá

regresar. Ahora no puedoexplicártelo, es algo complejo si no

has estado en Ninguna Parte, así

que confía en mí y haz lo que te pido.

La mujer dudó unos instantes, pero finalmente aceptó, mientras

soltaba un suspiro.―Espero no arrepentirme deesto ―comentó, dejando al chico yvolviéndose hacia la chica.

Le tomó el pulso. Habíaexpirado. Con gran precisión, la

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expirado. Con gran precisión, lamujer rasgó la camisa de la chica

dejando su pecho al descubierto.Poco a poco, fue colocando algunas

hojas sobre la herida, que

 previamente humedecía con s propia saliva. Cuando hubo

terminado, y tras inspirar una gra bocanada de aire, posó las manos

sobre el pecho de ella y dirigió el poco poder que le quedaba hacia la brecha, que lentamente fuecerrándose.

Zac, que había estadoconteniendo el aliento durante todo

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conteniendo el aliento durante todoel proceso, no pudo evitar una

sonrisa al comprobar que,finalmente, el agujero desaparecía

completamente.

―Ya está, ya lo tienes. ¿Yahora, qué? ―preguntó Nannette.

El joven se levantó, rehusandola ayuda que ella rápidamente le

ofreció. Los efectos de la pérdidade sangre empezaban a notarse y sesentía cansado y débil, pero aun así,se arrodilló junto a Aurora y se lacargó a la espalda.

―¡Qué haces! ―le riñó

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¡Qué aces! e óannette, tratando de impedírselo,

sin conseguirlo.Bajo la atónita mirada de ella,

Zac casi se arrastró hasta el espejo,

que estaba situado a apenas unosmetros de distancia. Una vez allí, ya

sin fuerzas, cayó de rodillas.annette se dirigió junto a él.

―¿Estás loco? ¿Pretendesmatarte?Él, en vez de enfadarse, le

respondió con una sonrisa ydespués añadió:

―¿Me ayudas?

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¿ ySeñalaba el cuerpo de la

chica, pretendiendo que ellatambién cargara con el peso. Y así

lo hizo: Zac la cogió por los brazos

y ella por las piernas.―¿A dónde quieres llevarla?

―quiso saber Nannette, una vez latuvo bien sostenida.

―Al Otro Lado ―respondióel otro, simplemente. Nannette se detuvo.―Nadie puede cruzar la

Puerta ―dijo, muy convencida.

Pero Zac se limitó a encoger 

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glos hombros, mientras murmuraba:

―Los muertos sí pueden.Con torpeza, se pusiero

delante del espejo y fuero

introduciendo lentamente a la chicaen él. Su cuerpo fue atravesando la

superficie cristalina, como si setratara sólo de un velo, como tantas

veces había hecho el cuerpo de Zaccuando era sólo el Portador dealmas. Ahora ya no podría seguirla,lo sabía, ahora su cuerpo rebosabavida. Pero entendía que aquella era

la mejor manera de hacer las cosas:

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jella debía volver a su casa y él

debía quedarse en la suya. Y sialgún día ella quería regresar… la

Puerta, en sentido de ida siempre

estaría abierta.Tras asegurarse que todo

estaba en su lugar, el joven levantóla vista y buscó la entrada de

inguna Parte, que seguía abiertaen un rincón de aquel claro; si lallamaba, Aurora le oiría. Y así lohizo: gritó su nombre casi codesesperación, intuyendo que,

seguramente, no volvería a verla

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g ,amás.

Sólo se detuvo cuandoannette posó, casi con miedo, una

mano en su hombro. l se volvió

 bruscamente y vio, al otro lado delespejo, como Aurora se removía

inquieta en el frío suelo delalmacén. Después, la oscuridad le

atrapó y el chico cayó en la negrura. 

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Epílogo 

Cuando Zac despertó, unamañana fría y lluviosa, se

encontraba en una cama extraña,aunque confortable, en unahabitación pequeña, sumida en la penumbra, que olía a humedad y polvo.

 —¿Cómo te encuentras? — 

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 preguntó una voz, cerca de él.

Sorprendido, Zac se incorporóligeramente, apoyándose en los

codos. Y entonces se percató de la

 presencia del joven que habíaencontrado en el castillo de Lord

Kermiyak aquella tarde cuando ibaen busca de Aurora. Estaba sentado

a su lado y tenía todo el aspecto dehaber estado velando su sueñodesde hacía un buen rato. En susrodillas descansaba, mediodormido, el wingli de Nuba.

  Los recuerdos revoloteaba

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confusos en la mente del antiguo

Portador de almas que,instintivamente, se llevó una mano

al pecho, en el mismo lugar donde

Lord Kermiyak le había herido cosu espada mágica.

 —¿Dónde estoy? —quisosaber.

Pero el gesto del otro calmósus nervios. —Tranquilo. Todo está en

orden. Nannette curó tus heridas.Estás en mi casa.

Zac se dio cuenta de que elh b h bí f i d l b b

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hombre se había afeitado la barba y

que ahora parecía mucho másoven; además los signos de

cansancio y fatiga había

desaparecido parcialmente de srostro.

¿Cuánto tiempo debía haber transcurrido?

 —Me llamo Pierre —le dijoel otro, de pronto, reclamando satención.

Zac le miró con recelo, sisaber qué esperar de él ni de

aquella conversación. Por eso sf á b d l

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respuesta fue más brusca de lo que

habría querido: —Supongo que no hará falta

que te diga mi nombre.

Pierre se rió, aunqueenseguida guardó silencio de nuevo.

 —No. Pero las circunstanciashan cambiado. Tú has cambiado.

Así que si quieres decírmelo, serácomo si éste fuera nuestro primer encuentro.

Aquella respuesta calmóligeramente los crispados nervios

de Zac que, dentro del catre,i ó

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suspiró.

 —Zac. Me llamo Zac. Elapellido lo he olvidado.

 —Mucho gusto, Zac. —Pierre

le tendió la mano y él correspondióel gesto con un fuerte apretón.

 —Igualmente.Un silencio se dibujó en aire,

antes de que Pierre se atreviera amurmurar, casi en un susurro:―Debes haber tenido una

existencia muy dura.Zac no respondió.

Se podía decir que sí, aunquelid d h bí li it d

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en realidad se había limitado a

dejar que las cosas pasaran, siintervenir. Lo duro y difícil vendría

ahora, cuando tuviese que

enfrentarse a las consecuencias desus actos.

―Fue Aurora quien te salvó,¿verdad? Quiero decir, ella te sacó

de la oscuridad y te dio un motivo para luchar.Zac asintió. De repente, el

recuerdo de la chica por la quehabía arriesgado todo lo que tenía

regresó violentamente a si Y t f tídi l

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memoria. Y una pregunta fatídica le

oprimió el pecho.―¿Qué ha sido de ella?

Pierre le devolvió la mirada y

 pensó, durante unos instantes, sidebía dar o no esa respuesta,

temiendo que fuera demasiado pronto para el débil muchacho.

Pero finalmente asintió y comenzó ahablar:―Supongo que te mereces

saber y será mejor que sea más pronto que tarde. Así que te contaré

todo desde el principio:>>A li Shi ll

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>>Amelia, Shiu y yo llegamos

a Pueblofrontera justo detrás de ti, pero no fuimos con vosotros porque

el revuelo que nos encontramos

aquí nos lo impidió. Había muchaconfusión, algunos hombres

 buscaban a Aurora porque creíanque se había convertido en la nueva

sierva del Doctor, otros hablabande que Germián había ido tras ella, pero lo que nadie entendía era t presencia aquí. Además, estaba lahija de Nannette, que nadie había

conseguido sacar todavía de laburbuja

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 burbuja.

>>Así que nos quedamos,hablando con la gente y poniendo

orden, pues pensamos que si se

 perdía el control, la cosa podíaterminar mal. Sólo cuando

conseguimos que reinara de nuevola calma en Pueblofrontera, reuní u

grupo de aldeanos y junto a Shiu,fui en vuestra busca.>>El camino se me hizo

eterno, pero todavía se me hizo máseterno el silencio que encontramos

cuando llegamos. El claro estabadevastado y vuestros cuerpos se

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devastado y vuestros cuerpos se

hallaban tendidos en el suelo; al principio pensamos que habíamos

llegado tarde y ya no podíamos

hacer nada por vosotros. Pero trashacer las comprobaciones

 pertinentes encontramos que,milagrosamente, Nannette y tú

seguíais con vida.>>Nannette no tardó mucho edespertar. Se incorporó y cruzó lamirada conmigo, mientras decía,simplemente “Lo sé todo”. Yo me

acerqué y traté de darle consuelopero ella se limitó a responderme

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 pero ella se limitó a responderme

que ya había sabido desde el principio que aquello terminaría de

aquel modo. Así que, sin prisa

alguna, fue relatándome lo quehabía sucedido en aquel claro. Me

contó lo del conjuro, la llegada deAurora, la de Germián, la tuya…

También me contó que… habíaisdevuelto a la chica a su mundo, por decisión tuya, y que tras tu desmayohabía intentado curarte la heridaque el Doctor te había hecho. Pero

estaba tan débil que se desmayó amedio conjuro Aun así consiguió

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medio conjuro. Aun así, consiguió

detener la hemorragia y salvarte lavida.

Pierre hizo una pausa. Se

levantó del diván, dejando al winglisobre él y se acercó a la ventana

que había en la habitación. Observóla calle a través de ella, antes de

continuar.―Nannette vio a la chicalevantarse, al Otro Lado. Dice queestuvo a punto de cruzar de nuevola Puerta para regresar, pero que,

en el último momento, se detuvo.Tras ello se dejó caer sobre el

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Tras ello, se dejó caer sobre el

suelo y derramó lágrimas taamargas que parecía que toda s

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ella. El wingli no pareció inmutarse

y se enrolló mejor sobre sí mismo.Aceptando el ruego que le

hacía Pierre, Zac se levantó, seenfundó sus botas que encontró a

los pies de la cama y siguió aloven por las escaleras hasta llegar a la calle.

Había dejado de llover, peroel aire era frío y Zac se abrazó a sí

mismo al sentir el azote del vientocontra su cuerpo Las calles oscuras

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contra su cuerpo. Las calles oscuras

y llenas de charcos dePueblofrontera les recibieron co

un triste silencio y apenas se

cruzaron con un par de personasdurante su periplo.

 —Decidimos que sería mejor que la Puerta se encontrara en u

lugar habitado, por si aparecisealguien —explicó Pierre mientrasandaban—. Al menos aquí podremos ofrecerle cobijo.

 —Ya veo.

 —Ahí lo tienes —señaló elespejo dorado, que habían colocado

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espejo dorado, que habían colocado

en la plaza principal del pueblo,situada a un par de calles de donde

vivía Pierre.

Zac observó el objeto,recordando la infinidad de veces

que lo había cruzado para ir a laTierra, la infinidad de veses que

esa superficie cristalina se habíavuelto líquida ante su caricia y lehabía transportado a diferenteslugares según la época en la que seencontraban. Y un nudo se dibujó e

su estómago al entender que ya nopodría hacerlo nunca más.

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 podría hacerlo nunca más.

 —¿Ahora puedo hacerte youna pregunta?

Las palabras de Pierre le

sacaron de su ensimismamiento.Asintió una sola vez, apartando la

mirada de la Puerta y clavándola ela del joven.

 —¿Qué pasó con el Doctor?¿Qué era lo que llevaba en el bote?annette no quiere hablar de ello,

dice que tú nos lo explicaríasmejor. Cuando se lo pregunté por 

 primera vez, se puso rígida y páliday masculló una excusa para

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y masculló una excusa para

deshacerse de mí. —Debe ser por el encuentro

que tuvo con el Diablo.

 —¿El Diablo? —preguntó elotro, sorprendido.

 —Sí. Vino a llevarse a LordKermiyak. No llegué a oír lo que se

decían, pero pude ver que Nannettey él hablaban. —Hizo una pausa, ydespués prosiguió—. Lo que elDoctor guardaba en el frasco era salma. Había creado aquel

recipiente con la intención demantener ahí su espíritu separado

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p p

de su cuerpo. De esa manera eracomo si estuviese muerto, hecho

que le daba la inmortalidad, pues ya

no podía volver a morir. Es untruco parecido al que usaba

conmigo, con la diferencia de queél mantenía su alma muy próxima a

sí mismo y le era muy fácilcontrolar su propio cuerpo, aunqueno habitara directamente en él.

 —¿Y tú lo sabías? —No. Lo descubrí en el

momento en que Aurora abrió el bote y liberó el alma. He estado

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y

muerto mucho tiempo y tengo unasensibilidad especial para saber 

cuándo hay un alma libre cerca.

 —Supongo que debe ser elmismo truco que usaste para salvar 

a la chica, ¿verdad? Porqueannette no dejaba de decir que no

entendía como habías conseguidoque resucitara después de muerta.Zac sonrió amargamente e hizo

que sí con la cabeza. —Aurora no había muerto, e

realidad. Lo que ocurrió fue quemandé su alma a Ninguna Parte, el

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g

lugar en el que el Doctor guardabaa sus víctimas. Los muertos y los

objetos inanimados sí puede

cruzar la Puerta, así que hicimos pasar el cuerpo por el espejo.

Después, el alma regresó al cuerpo. —Entiendo… —Pierre guardó

silencio algunos instantes y,después, añadió—: Por cierto,quizás quieras saber que la hija de

annette se encuentra bien.Supongo que la viste al llegar a

Pueblofrontera.Zac miró al otro con la

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sorpresa reflejada en su rostro. —No sabía que fuese su hija,

 pero ahora lo entiendo todo.

 —Ella no quería traicionarosaseguró Pierre—, pero la vida de

la pequeña estaba en peligro…Toda madre hubiese hecho lo

mismo. Nos contaron (porquenosotros ya habíamos partido asocorreros y no lo vimos), que la burbuja desapareció sin más y quela niña cayó al suelo sana y salva.

Supongo que debió suceder cuandoLord Kermiyak murió.

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 —¿Y el muchacho…? —Germián. Cuando llegamos

ya estaba muerto. Lo enterraro

ayer. Su madre está deshecha: ha perdido al marido y al hijo al

mismo tiempo.Zac se mordió el labioinferior, lleno de frustración.

 —Lo siento —murmuró.Pierre levantó la mirada y le

observó, sorprendido. —Tú no tienes la culpa.

 —Yo tengo la culpa de todo.Yo fui el primero y podría haberlo

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impedido. —No te tortures, muchacho.

Ayudaste cuando pudiste, e incluso

arriesgaste tu vida o lo que tequedaba de ella para salvar a

Aurora. Y si tú has sido bendecidouna segunda oportunidad, no larechaces y vívela intensamente,honrando aquellos que murieron eel camino. Como hago yo o comohace Nannette.

Él suspiró y cerró los ojos.

Era tan fácil decir aquello… y tadifícil hacerlo.

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Pierre entendió que aquel eraun buen momento para dejar solo al

muchacho con sus pensamientos.

Con solemnidad, posó una manosobre su hombro y le dijo:

 —Ahora descansa. Deja sanar las heridas, deja que el dolor fluya.Ya habrá tiempo para pensar en elfuturo. Además, aquí siempretendrás un lugar donde volver aempezar.

Zac asintió, comprobando e

sus ojos que la amabilidad de aqueloven era verdadera. Y no pudo

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evitar sonreír, ligeramente aliviado,al comprobar que aún había gente a

su lado.

 —Si quieres regresar, mi casatiene las puertas abiertas. Ya sabes

dónde encontrarme.Él asintió y finalmente Pierrese alejó calle arriba.

Entonces, Zac se acercó alespejo y posó la mano sobre elcristal, observando lo que había alOtro Lado. El almacén de la

 biblioteca estaba iluminado por laluz que entraba por las claraboyas

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situadas en lo alto de la pared. Losmuebles y objetos variados tenía

el mismo aspecto de abandono que

de costumbre, cubiertos cosábanas y polvo. El chico cerró el

 puño y suspiró.Daba media vuelta cuando vioque en el suelo. Junto a la Puertahabía un trozo de papel doblado. Yno era un papel que perteneciese almundo de Udegelia. Con el corazódesbocado, se abalanzó sobre él.

El pulso le temblaba cuando lodesdobló.

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  “Dime que estás bien.”

 

Miró el espejo y luego el papel. Estaba convencido de a

quién pertenecían aquellas palabras. 

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Agradecimientos 

Ya está, aquí la tenemos.

Después de siete años dormitandoen un cajón “La Última alma” ha

visto la luz, aunque sea por mediode la autopublicación. Pero, en elfondo, ¿qué más da? Lo único quequería era compartirla covosotros, contigo, que has decidido

darme una oportunidad, dársela aesta historia que espero que te haya

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hecho disfrutar tanto como a míescribirla. ¡Gracias!

Todo esto no habría sido

 posible sin la ayuda y el apoyo dealgunas personas a las que estaré

eternamente agradecida.A Marta (Ireth), por susespléndidas correcciones, por regalarme parte de su tiempo libreque tanto le escasea. Eres un sol yte debo una (¡muy grande!).

A Fran, por lo mismo, y

 porque siempre ha estado ahíaguantando mis neuras de escritora

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 psicópata. Y también porqueaunque algunas de sus críticas so

duras, son las más sinceras que se

 puedan encontrar.A Laura (Mish) y a Cristina

(papalbina), porque son unas buenas amigas (si me permitís la palabra) y un gran apoyo en miaventura como escritora novata.

Y, ya en el pasado, pero no

 por eso menos importante, a Nerea(Ladynere) y lana_54 especialmente

(por ser dos grandes seguidoras dela esta historia) y a todo aquel que

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me dio una oportunidad cuando publiqué por primera vez “La

ltima alma” en el foro de LGG,

allá en 2006.Sé que me estoy olvidando de

alguien… Por favor, no me lotengáis en cuenta. Seas quien seas,si crees que tengo que estarteagradecido por algo, seguro que loestoy.

 

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Índice 

1. La chica que lloraba2. La puerta en el almacén3. Udegelia4. Pueblofrontera5. El Doctor 

6. Setecientas sesenta y sietecerraduras

7. De camino8. Ninguna Parte

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9. Mira y Maya10. El verdadero Zac

11. Compañeros de viaje

12. Luz de luna13. La Primera alma

14. Un cuerpo sin alma15. Hojas de ritzal16. Un niño17. Pedazos de calma18. Devolver las cosas a s

estado natural19. Un cuento sin final feliz

20. Madrugada21. Un cuerpo en el altar 

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22. Nennette Devereau23. El poder de Lord

Kermiyak 

24. La sala de los portales25. Dos almas

26. Talismán27. Muñeco de trapo28. El DiabloEpílogoAgradecimientos

Índice 

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Table of  Contents

~ Pr imera parte ~ El Portador de

almas1. La chica que lloraba

2. La puerta en el almacén3. Udegelia4. Pueblofrontera5. El Doctor 6. Setecientas sesenta y sietecerraduras7. De camino

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8. Ninguna Parte9. Mira y Maya

10. El verdadero Zac

~Segunda parte~ El castillo deLord Kermiyak 

11. Compañeros de viaje12. Luz de luna13. La Primera alma14. Un cuerpo sin alma15. Hojas de ritzal

16. Un niño17. Pedazos de calma

18. Devolver las cosas a sestado natural

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19. Un cuento sin final feliz20. Madrugada

21. Un cuerpo en el altar 

~Tercera parte~ La Puerta22. Nennette Devereau

23. El poder de LordKermiyak 24. La sala de los portales25. Dos almas26. Talismán

27. Muñeco de trapo28. El Diablo

EpílogoAgradecimientos

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