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    APOSTOLADO MARIANORecadero , 4441003- Sevilla

    SerieGrandes Maestros

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    Traducción delP.Jaime Pons, S.J.

    ALMAS INTERIORESMANUAL DE LAS

    P.J. NICOLAS GROU,S.J.

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    Orihundo de la Diócesis de Boulogne-sur-Mer, el Padre JuanGrou vino al mundo en el pueblo de Calais (Pasde-Calais), eldía 24 de Noviembre de 1731; a la tierna edad de los15añosabrazó el Instituto de la Compañía de Jesús, entrando en el

    Cadres , S.L. Noti ce sur la vie et les ouvrages du P. Joan Nicolas Grou S.J., París,1862, 8g .J. Noury , S.J. livr e dujeune homme . Avant -propos,París , 1874.Caballero , S.J. Biblioth. ScriptorumSJ. Suppl.2 p. 44Sommervogel ,Bibliotheque desécrivains de la C. de J.Feller, Dict.historique .Michaud , Biographieuniverselle .EtudesReligieu ses.Art. del P. de Bonniot. Diciembre de 1888 y Enero de 1889.L 'ami de laReligion , t. 31, p. 65 ysig.Guilhermy , S.J:Ménologe de laComp . de Jésus . Assistance de France,t. II, p. 600sig

    BIBLIOGRAFÍA.

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    1 La république dePlatón, Parí s 1762. 2 vol.8 --Loix de Platón,Amsterdam 1769. 2vol.82• --De estas tres traducciones se han hechoen Francianumerosas ediciones, orapor separado, ora formando parte delas obras completa s de Platón, traducidas alfrancés. Uno de los traductores del célebre filósofogriego, Victor Cousin, no hizootra cosa que copiarliteralmente al Padre Grou, conligerí simas vari antes 6correcciones deestilo, no siempreacertadas. Cf.los artículos que ha dedicadoá esteasunto el PadreJ. de Bonniot S.J. en los Etudes religieuses(1888-1889), t. 45, págs.569-93 t. 46, págs. 50-64.

    noviciado de la provincia de Campania (Francia), en Noviembrede 1746. Hecho los votos del bienio aplicáronle al estudio lasHumanidades y Retórica, en las cuales salió tan aventajado quepudo enseñarlas después con gran lucimiento en el Colegio dePont-a-Mousson. Durante su magisterio depuróse másy más sugusto literario, a medida que iba ensanchándose la esfera de suconocimientos; por manera que hizo concebir muy fundadasesperanzas de que sería con el tiempo un humanista de primerorden. Aficion óse especialmente a Platóny a Cicerón por hallaren ellos, junto con una riqueza incomparable de estilo,máselevación de ideas y una moral más pura que en losdemá s

    autores paganos. El primer fruto de susasiduos trabajo sliterarios fué la traducción francesa de la República de Platón, la que siguió muy pronto la del libro de Las Leyes, y algo mástarde la de Los Diálogos, del mismo autor1 • Durante la épocade sus estudios y magisterio, supo hermanar admirablementesuaplicación a las letras con el ejercicio de las virtudes propias dun perfecto religioso; por manera que toda su conducta noofrece un perfecto modelo de estudiantes de la Compañía deJesús.Concluídos sus estudios teológicos,se ordenó de sacerdote;yapenas elevado a tan sublimedignidad, sobre todo después deunos ejercicios , a los cuales solía él llamar por humildad laépoca de su verdadera conversión unión con Dios, el PadreGrou parecía haber recibido en muy alto grado, juntamente coel don de oración, una habilidad y gracia especial paraencaminar y dirigir las almas que aspiran a las más elevadacumbres de laperfección cristiana. Sus numerosas obrasascéticas y místicas respiran tanta uncióny espíritu, que revelanbien a las claras un alma en quien reinaba en toda su plenitud eespíritu de Dios, a la par que campea en ellas tan perfecto dorni

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    conceptos, con el fin de que la obra pudiera ponerse en manos de toda clase depersonas, así religiosas como seglares, sin peligro de falsas interpretaciones congrande aprovechamiento espiritual de las almas.

    No fué tan afortunado otro manuscrito delP . Grou, que a nodudarlo contenía su obra maestra, a la cual había consagradomás de catorce años de incesantes desvelos y fatigas.

    Al estallar la Revolución francesa anduvo algún tiempoperplejo el P . Grou acerca de la resolución que le convendríatomar en aquellas tristísimas y difíciles circunstancias. Resolvióal fin quedarse en París y permanecer allí oculto para poderejercitar los ministerios espirituales con los católicos per-seguidos, aunque adoptando las precauciones que aconsejaba laprudencia y el caso requería mas al cabo de pocos meses, ce-diendo a las vivas instancias de varias personas prudentesyautorizadas, juzgó deber suyotrasladar su residencia á In-glaterra, donde un hermano suyo en religión le deparó generosahospitalidad en el castillo de un noble católico inglés, llamadoTomás Weild. Al abandonar a París, confió el manuscrito de laobra antes mencionada, a una señora de calidad; más comodurante la época del Terror prendieran y encarcelaran losrevolucionarios a la noble dama, sus criados arrojaron a lasllamas el precioso depósito, temerosos de que pudiera contener

    algo que comprometiera a su señora.Supo el P. Grou la irreparable pérdida algún tiempo después,pero era tal su presencia de ánimo yconformidad con lavoluntad de Dios, que no salió de sus labios la más mínimaqueja, sino que dijo sencillamente, al que le daba tan triste nue-va :

    Apenas albergado en el castillo del noble Tomás Weld, se atra-jo el P.Grou la veneracióny afecto de todos los miembros deaquella piadosa familia, que le eligió por su director espiritual.Su amabilidady dulzura en el trato, su prudencia consumada yel conocimiento, así teórico como práctico, que había adquiridoen lo tocante a las vías interiores del espíritu, conciliáronle elamor y confianza no sólo de la familia que le daba generoso al-bergue, sino también de todas las personas que tuvieron la dicha

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    l Durante · su permanen cia en Inglaterra publicó el P. Grou su obra titul ada

    Méditation s, en forme deretraite, sur l'amourde Dieu, avec un petitécrit sur le donde soi-meme Dieu, Londre s, 1797. De ambas obra s se han tiradomuchí simasedicione s. La la . ha sido traducida alcastellano, alemáné italiano, Ja 2a., Du donde soi-meme a Dieu , ha sido también publicada porseparado en francés, alemán ,castellano, italiano flamenco.

    de confiarle la dirección de sus almas, a las cuales procuraba éencaminar por las sendas de la más alta perfección cristiana.

    Durante los treinta años que sobrevivió a la extinción de laCompañía de Jesús, decretada por ClementeXIV, el P . Grou nocesó jamás de observar, con inviolable fidelidad,todas las reglasde su Instituto hasta en sus menores detallesy con la mismadistribución del tiempo. Levantábase todos los días a las cuatrode la madrugada, consagrando unahora , por lo menos, a laoración mental. Terminada ésta rezaba con gran recogimientolas horas menoresy se preparaba para la celebración de la santaMisa, que jamás omitió hasta que se vió imposibilitado paracelebrarla durante su última enfermedad. Observó fielmentehasta la muerte el voto depobreza,no queriendo tener nidisponer de nada como de cosa propia: cuandole faltaba algoque creía ser necesario a susubsistencia , o para proseguir lostrabajos literarios que llevaba entre manos1 , lo pedía consencillezy humildad religiosa asu generosoy noble bienhechor,a título de limosnay en nombre de Jesucristo.

    Probole Dios con frecuentes enfermedades, dolores corporale

    tribulaciones espirituales de todo género; pero las terriblespersecuciones de que fué víctima la Compañía de Jesús, a lacual amó siempre como a la más cariñosa de las madres; laproscripción el destierro de supatria, sumida en la másespantosa revolucióny anegada sangre; las desolacionesypenas interiores con que Dios iba acrisolando másmás suhermosa alma, eran para elP . Grou todavía muchísimo mássensiblesy penosas quelos dolores delcuerpo , tales como laparálisis, ahogos continuosy una hidropesía terrible que leforzaba a permanecer día noche, sentado, inmóvil comoclavado en un sillón.M ás a pesar de todo siempre sele veíasereno tranquilo , aceptando no sólo con entera resignaciónsino también con alegría sus penas sufrimientos, que parecíandar nuevo brillo a la serenidady apacibilidad de su semblantey

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    1 L'int érieur de Jé sus et Marie, París 1815. '. vol.8° Existen do s manu scrito s distinto sde esta obra. ambos autógrafos; y aunqu e el primero evidentemente no estabadestinado al público fué impreso yreimpr es o vari as veces sirviéndose los editores. nodel manu scrito original. sino de una copia llena deequivocaciones. El segundomanu scrito , completamente mejorado por el autor. que lo tenía ya preparado para laimpre sión, no vió la luzpública ha sta 1862 en que loeditó P. Cadrés, S.J. Latraducción castellana publicada en Barcelona por los herederos de la Viuda Pláe1841 (y lomismo se diga dela que hizo D. Joaquín Roca y Cornet en1846, corregiday reeditada por el P. Ramón Buldú en 1867), están tomadas de la edición francesaincorrecta.2 Le chrétien sanctifié par J'oraison dominicale,Parí s, 1832.

    de su amable trato. Después de diez meses de crueles dolores,que no fueron obstáculo para que siguiera ejerciendo elministerio apostólico de la dirección de las almas, y durante loscuales recibía dos veces por semana la sagrada comunión,exhaló su último suspiro, estrechando amorosamente entre susmanos el crucifijo de los votosy exclamando:

    Acaeció su precioso tránsito el día13de Diciembre de 1803, alos 70 años de su edad.

    A su muerte dejó elP . Grou inéditas numerosas obras, lascuales fueron religiosamente custodiadas por la noble familia

    que le dió generosa hospitalidad en Londres,y más tarde fueronentregadas a los que habían sido sus hermanos en Religión. En1815, doce años después de la muerte de su autor, publicóse porvez primera 1, a no dudarlo, una delas más notables que salieron de la pluma de nuestro sabioyfecundo escritor. De ella se han hecho en Francia, hasta lafecha, más de 40 ediciones,y además existen, de la misma, dostraducciones alemanas, dos inglesas.otras dos italianas, unacastellana y otra flamenca.El P . Laurenson, S.J., publicó en 1817 una traducción inglesade otra obra delP . Grou titulada: The Christian sanctified by theLord,s Prayers(El cristiano santificado por la oración del PadreNuestro). Esta traducción inglesa fué a su vez vertida al francésen 1832, yreeditada varias veces, hasta que en 1858 elP.Cadrés publicó el texto original, que fué traducido más tardealalemán al italiano.

    no vió la luz, según dijimos

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    1 Manuel des amesintérieures,París . 1833.2 Parí s. 1874.3 Parí s. 1885.

    JAIME PONS, J.S.

    arriba, hasta el año 18332, habiéndose tirado desde entonces acámás de 25 ediciones en su texto original. Tradújose al flamencen 1852, al italiano en 1859; nuevamente al mismo idioma en

    1868, al aleman en 1867, al inglés en 1871y en 1889 hízoseotra nueva traducción inglesa; y ahora ve la luz pública por veprimera en castellano. Otro libro delP . Grou titulado Le livredu jeune homme, ou maximes pour la conduite de lavie >, nollegó a publicarse hasta el año 1874, revisado por elP . JuanNoury. Había elP . Grou compuesto esta obra para la direccióndeun joven inglés. Finalmente en 1885, elP.J. Doyotte. S.J.,editó por vez primera, L'Ecole deJésus-Christ precedida deuna introducción.Quedan todavía inéditas otras muchas obras importantes delP .Grou, cuyos manuscritosoriginales, en su mayor parte, seconservan en la Biblioteca de la Escuela de SantaGenoveva ,S.J. en París. Entre ellas merecen citarse: Retraite sur ce quec'est qu 'un chrétien.-- Retraite sur le don de soi-memea Dieu.--Retrai te sur laconnaissance et l'amour de Jésus -Christ.--Retraite sur la Paix de l'homme.-- Novi Testamenti versiovulgata, e graeco emendata.-- Corrections de tout le texte deCiceron -- Corrections sur tout le texte d'Horace.-- Correctionsdu texte de Massillon, etc.

    No quiero poner fín a este sencillo bosquejo sin hacer notaque casi todas las obras delP. Grou, así las publicadas en vidadel autor, como las que lo fueron después de supreciosamuerte, siguen reeditándose todavía no sólo en su texto originasino también enlas lenguas á que han sido traducidas; lo cualhabla muy alto en favor de su mérito literario y ascético.

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    La palabra devoción, de la voz latina devovere (consagrarse,dedicarse), equilave a la de consagración o dedicación. Unapersona devota es una persona consagrada a Dios. No hayexpresión más exacta que esta de consagración, para denotar elaparejo interior del alma que está resuelta a aceptarloy sufrirlotodo por aquel a quien está consagrada. ·

    .La consagración hecha a las criaturas (se entiende cuando eslegítima y autorizada por Dios) tiene necesariamente suslímites; pero la que se hacea Dios ni los tiene, ni puedetenerlos. Desde el momento en que se le pusiera la menorreserva o la más ligera excepción, ya no sería verdaderaconsagración.

    La verdadera y sólida devoción consiste, pues, en aquelladisposición sincera del alma con la cual estamos prontos a hacersufrir, sin excepción ni reserva, todo aquello que sea del gusto

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    de Dios. Esta disposición es el don por excelencia del EspírituSanto. Nunca será excesivo, ni el ardor ni la frecuencia con quelo pidamos; y jamás podremos gloriamos de poseerlo en todasuperfección, puesto que siempre puede crecer, sea en símismo,sea en sus efectos.Se comprende por esta definición, que la devoción es cosainterior y que procede de lo más íntimo de nuestro ser,puestoque afecta al fondo del alma en lo que tiene de másespiritual, asaber: la inteligencia y la voluntad. La devoción noconsistepues en el raciocinio,ni en la imaginación, ni en la sensibilidad.No somos devotos precisamente porque sepamos razonar bienacerca de Dios; ni porque tengamos grandes ideasy bellasimágenes acerca de objetos espirituales, ni porque alguna vezhayamos experimentado consuelossensibles, aunque fuere hastaderramar lágrimas .

    Se ve también que la devoción no es cosa transitoria, sinohabitual, fija y permanente; que abraza todos los instantes de lavida y debe regular toda nuestra conducta.

    La esencia de la devociónconsi ste en que, siendoDios la

    única fuente el autor único de lasantidad, la criatura racionaldependa de El en todo,y se deja gobernar absolutamente porsuespíritu. Debe por tanto permanecer la criatura unida a Dios ensu interior , siempre atenta aescucharle dentro de sí misma,siempre fiel en cumplirlo que le pida en cada momento. Deaquí que sea imposible ser verdaderamentedevoto , sin llevaruna vida interiory recogida, entrando frecuentemente dentro desí mismo,o más bien no saliendo jamás de síy gozando de lapacífica posesión de su alma.Nunca llegará aser realmente devoto quien se entreguea lavida de lossentidos , de la imaginacióny de las pasiones; no yaen cosas malasy pecaminosa s, pero aun en las meramenteindiferentes: porque el primerpaso para la verdadera devoción,es cautivar lossentidos , la imaginación y las pasiones, sinpermitirles imperio alguno desordenado sobre la voluntad.

    Quien sea amigo decurio sear , precipitado en sus obrasyderramado al exterior, metiéndosea cada paso en negocios quele sonajenos , es imposible que sepa morar dentro de sí mismo.El murmurador,mentiroso , burlón, violento, desdeñoso, altivoy

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    1 Lib. II,cap. XXII, n.

    susceptible en todo lo que toca a su amor propio; el que esapegado a su propio juicio, obstinado, terco, esclavo del respetohumano y del aura popular, y por consiguiente débil,inconstante y variable en sus principiosy en su conducta, noserá jamás devoto, en el sentido que hemos explicado.

    El verdadero devoto es hombre de oración, que halla susdelicias en tratar con Dios, cuya presencia no pierde nunca,ocasi nunca, de vista; no precisamente porque siempre estépensando en Dios, lo cual es imposible en la presente vida, sinoporque está unido siempre a El con el corazóny se deja , llevardel espíritu de Dios en toda su conducta.

    Para hacer oración no necesita libros, ni de fórmulas, ni deesfuerzos de imaginación, ni siquiera de voluntad. basta consólo recogerse suavemente dentro de sí mismo, puesallíencuentra siempre a Dios, en santa paz; unas veces jugosa, otrasquizás desabrida, pero siempre íntimay real.

    Prefiere aquella oración en que tenga que dar mucho de sípropio aDios, aquella oración en que halle algo que sufrir, enque el amor propio se vea pocoa poco minadoy no encuentre

    pasto alguno; en una palabra, la oración sencilla, desprovista deimágenes, de consolaciones sensibles y de todo aquelo queelalma puede experimentar o sentir en cualquiera otra especie deoración.

    El verdadero devotoJ l . Ose busca a sí mismo en nada quepertenezca al servicio de Dios,y tiene por norma de su conductaespiritual aquella máxima de la Déjalo todo y lohallarás todo. Dondequiera que hallares algo de ti mismo,renúncialo 1.El verdadero devoto se esfuerza en cumplir perfectamentetodoslos deberes de su estadoy aun en atender a las verdaderasy legítimas conveniencias de la sociedad. Esfiel en susejercicios de devoción sin ser esclavo de ellos; los interrumpe,los suspendey hasta los deja si fuere necesario alguna vez, porexigirlo así la razóno la obediencia: con tal de que no haga suvoluntad, está siempre seguro de hacer la de Dios.

    El verdadero devoto no anda a todas horas desasosegado bus-

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    cando entretenimientos y quehaceresexteriores, sino que esperase presente la ocasión para practicarlos. Hace desuparte cuantopuede para el buen resultado de los negociosu ocupaciones quetrae entre manos; pero no huye de éstas cuando lo exigen así lgloria de Dioso la edificación del prójimo.El hombre devoto no se agobia con oraciones vocales prácticas piadosas que no le dejarían tiempo para nada. Conservasiempre la libertad deespíritu: no vive escrupuloso e inquietorespecto de símismo, sino que sigue su marcha con sencillez decorazón yconfianza.

    Tiene el firme propósito de no negar nada a Dios, ni concede

    nada a su amor propio; está firmemente resueltoa no cometerfalta algunavoluntaria, pero no por eso viveinquieto; procedecon llaneza y sin preocuparse demezquindades . Si cae enalguna culpa no seturba, sino que se humilla,se levanta y no sepreocupa más de ella.

    No se extraña de sus debilidades, ni de susimperfecciones, yjamás se deja abatir por el desaliento a causa deellas. Tiene laíntima convicción de que nada puede por sí mismo, pero qu

    con el auxilio divino lo puede todo. No confía en susresolucionesy buenos propósitos, sino solamente en la graciayen la bondad de Dios. Aun cuando cayere cien veces al día, nose acobardaría, sino que tenderíaamoro samente las manos aDios, rogándole que le levantase quese compadeciera desudebilidad.El verdadero devoto tiene horror al mal, pero aún es más

    intenso su amor al bien. Piensa más en practicar la virtud que eevitar el vicio . Generoso y magnánimo, no teme las heridascuando se trata de exponerse por su Dios. En unapalabra ,prefiere hacer el bien, aun a riesgo de cometer algunaimperfección , que dejar de practicarlo por no exponerse alpeligro de pecar.

    No hay nada tanagradable en el trato social como unverdadero devoto. Essencillo, recto, franco, sinpretensiones ,manso, solícito, firme y sincero; su conversación es alegreyapacible, sabe prestarse a las distracciones honestasy lleva sucondescendecia a todo lo que no envuelva ofensa deDios.

    Dígase lo que se quiera, la verdadera devoción no es triste y14

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    Hay muy pocos cristianos, aun entre los que se han consagrado

    a Dios de un modo especial, que tengan idea exacta de laverdadera virtud, muchos, en efecto, la hacen consistir en ciertarutina de piedad, y en la fidelidad a ciertas prácticas exteriores.Si juntamente con esto gozan , a intervalos, de algunosmomentos de devoción sensible, sin discernir si ésta viene deDios o de sus propios esfuerzos , se creen ya sólidamentevirtuosos. Sinembargo, estos tales están sujetos a mil defectos,de los que ni siquiera se dan cuenta, y que en vano trataría unodehacérselos reconocer. Son apocados, meticulosos, escru-pulosamente exactos en sus prácticaspiadosas , llenos de propiaestimación, extremadamente susceptibles, aferrados asu juicio,

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    virtud

    desabrida, ni para el que la practica ni para los que le rodean ytratan. ¿Cómo podría estar dominado por la tristeza quiencontinuamente goza del verdadero y único bien del hombre, quees Dios?

    Las pasiones desordenadas, la avaricia, la ambición, la lujuriayel orgullo son las que engendran la tristeza. Para distraerse delos pesares y remordimientos que les corroen el corazón, selanzan muchas veces los mundanos a esos placeres tumultuosos,los varían sin cesary agotan las energías del alma sin que logrenjamás saciarla.

    Mas el que se consagra de veras al servicio de Dios,experimenta la verdad de aquella máxima:

    aun en medio de los mismos desprecios, de la pobrezay de los sufrimientos.Y al revés, todos los que buscanSHfelicidad fuera de Dios, experimentan indefectiblemente cuánprofunda verdad encierran aquellas palabras de San Agustín:"Hicísteisnos, Señor, paraVos,y nuestro corazón anda siempreinquietoy agitado, hasta que reposa en Vos."

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    que animan nuestro corazón; no ensentimientos vanos eilusorios, sino en sentimientos sincerosy eficaces, que setraducen siempre en obras:o sea, en una disposición constanteyeficaz de consagrarse a Dios, anonadarse a sí mismo y amar alos hombres sin límite ni medida. Todos los instantes de su vidalos consagró Jesús a la realización de estas tres disposiciones.No despreció la observancia de ningún punto de la Ley; peroalmismo tiempo declaraba consu palabra y con su ejemplo, queesta observancia debía proceder deun principio íntimo de amor,y que la simple práctica de la letra, hacía más bien esclavos quehijos de Dios.

    Jesucristo consideró siempre la vida presente como cosatransitoria, como una peregrinación, comoun tiempo de prueba,únicamente destinado a demostrar con las obras el amor queprofesaba asu Padre. Sólo lo que es eterno ocupó constan-temente su espíritu. Concedió a la naturalezalo estrictamentenecesario .sinexcederse en·un ápice. Aunque nunca tuvo nadayestuvo siempre pendiente de la Providencia, jamás se preocupódel día de mañana, y quiso experimentar más de una vez los

    efectos de la santa pobreza.Jesucristo eligió para sílo que es más penoso para el hombre,y que de ordinario, éste no acepta sino forzado por la necesidadde su condición. Nunca reprobó las riquezas de una maneraabsoluta, pero prefirió para sí lapobreza . No condenó lasdignidades, ni las manifestaciones externas de distinción yhonor que el mismo Señor ha establecido entre los hombres;pero nos enseñó al mismo tiempo que el estado humilde,obscuro y privado de todo género de consideraciones, es deordinario más agradable a Diosy más propicio para alcanzar lasalvación; y que preferise a los demás por el solo hecho dehaber heredado un nombre ilustre, noble, poderosoy autorizado,no sólo es gravísimo error sino también manantial de muchasfaltas. Excepción hecha de aquellos placeres naturales que elCriador puso en ciertos actos, cuyo uso está sometido a las másseveras reglas, Jesús dió mano enteramente a todos los otrosgéneros de placeres que los hombre buscan con tanta ansia,prohibiéndose aun los más inocentes. El trabajo, las tareasapostólicas, la oración la evangelización de sus discípulosy de

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    los pueblos, llenaron todos los momentos de su existencia.Jesucristo fué sencillo,igual, sin afectación en sus palabrasy

    acciones. Enseñó, con toda la autoridad que correspondía a unHombre-Dios, las cosas más sublimes, completamenteignoradas de los hombres antes que Él se las manifestara. Peroexpuso su doctrina de una manera fácil, familiar, desprovista detoda pompa y vanaelocuencia, y al alcance de todas lasinteligencias. Susmilagros, divinos en sí mismos,lo son todaviamás por el modo sencillo con que los realizó. Quiso además quela narración de los evangelistas respondiese a la sencillez de suvida. Es imposible expresar con menos ostentación hechosydiscursos que llevan el sello de la divinidad.

    Jesucristo sintió tierna compasión para con los pecadores,sinceramente humilladosy arrepentidos de sus faltas. "No hevenido , decía, a llamar a los justos sino a los pecadores"1 • Elpublicano, la Magdalena, la ,mujer adúltera, la samaritanayotros mil, fueton tratados por El de una manera tan delicada queno puede menos de asombrarnos. En cambio el orgullo, lahipocresía y la avaricía de los fariseos, fueron el objeto

    constante de sus censurasy de sus maldiciones. Los pecadosinternos a que están más sujetos los falsos devotos que losotros , fueron los que Jesús condenó con mayor severidad,porque denotan más ceguera en el espírituy mayor corrupciónde corazón.

    Jesucristo soportó con dulzura inalterable los defectosy larudeza de sus apóstoles. Considerando las cosas según nuestromodo de ver, ¿cuánto no debió sufrir teniendo que alternar conhombres tan imperfectos e ignorantes de las cosas de Dios?Puede asegurarse con toda verdad que el trato con los hombreses de las cosas que más sacrificios cuestan a las personasespirituales Cuanto más íntimo es su trato con Dios, mayornecesidad tienen de condescendencia para abajarse, adaptarse,disimular y excusar en los demás mil defectos que ellos, mejorque nadie conocen. Este es un punto de capital importancia enlas personasdevotas, puesto que de la conducta que observen enesto, depende el que la virtud se haga amable o repulsiva aaquellos con quienestratan.

    Jesucristo sufrió de parte de sus enemigos todo género de18

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    1 Matth.IX, 13.

    persecuciones, sin ceder jamás de sus nobles propósitos. No lesopuso más que su inocenciay la verdad; y con sólo estosmedios les confundió siempre. Llegada la hora de entregarse ensus manos, dejó libre curso a sus depravadas pasiones, a las

    cuales miraba como instrumentos de la justicia divina. Callócuando les vió obstinados en su malicia; nunca trató dejustificarse, lo cual hubiérale sido sumamente fácil; permitióque le condenaran a la muerte infamante de cruzy que segozaran con su pretendido triunfo; les perdonó, rogóy derramosu sangre por ellos, que es lo que constituye el punto mássublime y difícil de la perfección cristiana.

    Todo aquel que aspira a la verdadera santidad y quiere serconducido en todo por el espíritu de Dios, debe estar dispuesto aser llevado en lenguas de los hombres, a devorar en silencio suscalumnias, y a las veces también, a ser el blanco de sus másviolentas persecuciones. En esto principalmente debemosproponernos por modelo a Jesucristo; en sostener con todasnuestras fuerzas y contra vientoy marea, los intereses de laverdad; en no respondera las calumnias sino con la inocenciade nuestra vida; en guardar silencio, cuando no haya necesidadabsoluta de hablar, dejando a Dios el cuidado de justificarnosante los hombres, cuandoa El le plazca; en sofocar dentro denuestro corazón todo resentimientoy toda acritud, procurandoasí ganarnos a nuestros mismos enemigos, aun a costa de losmás penosos actos de caridad; en rogar a Dios que les perdonelas ofensas que nos infieran, viendo en ellas el cumplimiento delos designios que Dios tiene sobre nosotros. Cuando la virtud ha

    sido probada y acrisolada por medio de toda clase de des-precios, oprobios y malos tratamientos, se la puede considerarya como consumada. Así es que Dios reserva ordinariamentesemejantes pruebas para el fin. ¡Dichosos los que pasan porellas Ellos tendrán, en la participación de la gloria deJesucristo, una parte proporcionada de la que han tenido en sushumillaciones. Desean verse en tal estado, aceptarlo cuando sepresenta, y no desfallecer en él, es, a no dudarlo, puro efecto dela gracia: y no de una gracia como quiera, sino del todo extraor-

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    El primer medio, facilísimo a primera vista, pero en realidadsumamente difícil, consiste en querer; no como quiera sino convoluntad sincera , completa, eficaz y constante. ¡Cuán rara esesta voluntad Nos parece muchas veces que la poseemos, peroen realidad andamos muy lejos de ella. Son deseos vanos,veleidades,caprichos, que no van acompañados de una voluntadsincera, enérgicay decidida.Quisiéramos ser devotos, pero a nuestro modo, hasta cierto

    punto, con tal de que no nos costara demasiado. Quisiéramos,pero nada más. No pasamos a la práctica, sino que volvemos

    atrás cuandose presenta la ocasión de poner manos a la obra,para superar los obstáculos que se nos presentan en el ejerciciode la virtud, combatir nuestros defectos, luchar contra nuestranaturaleza y sus viciosas inclinaciones. Queremos hoy,comenzamos tan vez con ardor, máspronto nos abate elcansancio . Emprendemos la cosa, pero luego la dejamos;y casinunca acabarnos depersuadirnos que el éxito de nuestraempresa estriba en la constancia.Pidamos pues a Dios con todo ahinco esta buena voluntad;pidámosela todos los días,y procuremos con nuestra constante

    fidelidad de hoy obtenerla para el día siguiente.El segundo medio consiste en trazarnos desde el principio un

    plan de viday ser exactos en su observancia. No convienecargarse mucho de una vez, sino que es mejor ir aumentando losejercicios piadosos insensiblemente y por grados. Claro está queen todo esto hay que tener en cuenta la salud, la edad, el estadode cada cualy los deberes que éste nos impone; pues fueradevoción mal entendida, la que nos impidiera el cumplimientode los deberes propios de nuestro estado.

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    y

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    El tercer medio consiste en habituarnos a guardar conti-nuamente la presencia de Dios. Para ello es preciso asentar bienfija en nuestro corazón la idea de que el alma que vive en graciade Dios es morada de la Santísima Trinidady por lo mismo queno tenemos necesidad de ir a buscara Dios fuera de nosotrosmismos, puesto que basta recogernos para hallarle en nuestrointerior: allí está y mora de asiento, siempre dispuestos ainspirarnos santos pensamientosy generosos afectos que nosinclinen y aficionen al bieny aparten del mal.

    Lo que se llama la voz de la conciencia no es otra cosa que lavoz del mismoDios, que nos amonesta reprende, nos iluminay dirige por medio de ella. Todo nuestro empeño ha deconsistir ,pues, en estar atentosy ser fieles en dar oídos a esta voz. Ahorabien, claro está que la disipación de espíritu, la agitacióny eltumulto de las pasiones nos impiden permanecer atentos a lavoz de Dios, que sólo se deja oir cuando reinan en el alma lasoledad, la paz, el silencio de las pasionesy de la imaginación.El paso más decisivo que puede dar el alma hacia la perfecciónconsiste, por lo tanto, enmantener se habitualmente en estado de

    oir la voz de Dios, evitando todo lo que la disipe, todo lo que lainquiete, todo lo que laimpresione violentamente. Mas para ellose requiere de nuestra parte gran dominio sobre nosotrosmismos , velar constantemente sobre las entradasy salidas delcorazón, y combatir sin tregua ni descanso nuestros afectosdesordenados.

    El cuarto medio consiste en dedicar algunos ratos del día altrato con su divina Majestad, recogiéndonos en su presencia,hablarle, no con laboca , sino con elcorazón , y escuchar susrespuestas .

    En esto consiste principalmente lo que llamamos oraciónmental. Para irseaco stumbrando a ella , puede uno , a losprincipios, ayudarse del libro haciendouna pausa en cada verso, meditandoy saboreando dulcemente ladoctrina que en él se contiene. En los comienzos será suficientededicar a esto un cuarto de hora por la mañana otro por latarde; aunque claro está que sería de sumo provecho paranuestras almas si empleáramos en tan santo ejercicio, mediahora a la mañana, por lo menos. Cuando se haya adquirido ya

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    cierta facilidad en meditar, podráse en muchas ocasionesprescindir del libro, después de haber tomado en él los puntosde la meditación. Sería error grosero considerar como ocioso eltiempo que se emplea en tan provechoso ejercicio,permaneciendo atentosy recogidos en la presencia de Dios, oranos haga sentir su divina presencia, ora no, según fuere sudivino beneplácito.

    El quinto medio consiste en acercarse con frecuencia a recibirlos santos Sacrametos, que son las principales fuentes de lagracia.

    No hay que convertir la confesión en torcedor delalma, porqueesto sería ir contra la intención de Dios; pero todavíase ha deponer más cuidado enno acercarse a recibir este sacramentopor rutina ; cosa bastante ordinaria en las personas que seconfiesan a menudo. Los defectos de que deben principalmenteacusarse las personas que tienden a la perfección son, las inspi-raciones a que hayan resistido, los sentimientos de amor propioa que hayan dadooídos, en fín, todolo que hayan hecho, dichou omitido con reflexióny propósito deliberadoy entienden ser

    contrario o poco conforme con la voluntad de Dios.La Comunión estará bien hecha, siempre que salgamos de ellacon nuevos alientosy nuevas resoluciones de ser más que nuncafieles a Dios. Mas no vaya nadie a creer que para confesarseocomungar bien, haya necesidad de sujetarse a las prácticas mar-cadas en los libros de piedad. Esto será útil a aquellas personascuya imaginación vivay ligera las expone a continuas divaga-ciones de la mente,y que por lo mismo necesitan ayudarse deeste medio para excitar la actividad mental en sus comunica-ciones íntimas con Jesús: también será provechoso a aquellosque comulgan de tarde en tardey no tienen hábito alguno derecogimiento. Pero a poco que se haya entrado en los caminosde la oración, no hay necesidad de acudir a loslibros, ni paraoir Misa, ni para frecuentar los Sacramentos.El sexto medio para alcanzar la verdadera y sóida devoción son

    las lecturas piadosas. Hay para elegir muchos libros: peroconviene preferir aquellos que van más directamente al corazóny llevan consigo ciertaunción.

    es excelente para toda clase de personas. Son2 2

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    también excelentes

    y de otros muchos autores ascéticos, en loscuales tan rica es la literatura española.

    ofrecen igualmente muyprovechosay sabrosa lectura espiritual a las almas interiores.Con todo hay queevitar en ella laprecipitación, leyendopausadamente y dando lugar a la acción de Dios, deteniéndonosen aquellos pasajes en que nos sentimos movidos e ilustrados.No debe hacerse esta lectura por pura curiosidad, sino con lamira de practicar lo que leemos:y como no todo conviene a

    todos, es preciso fijarse en aquello que nos es más propioypersonal, sin por esto multiplicar las prácticas piadosas, lo cualperjudicaría a la libertad de espíritu, que hemos de procurarconservar a todo trance.

    El séptimo cielo es la mortificación del corazón. Todo seopone en nosotros al bien sobrenatural; todo nos arrastra a lavida de los sentidos y al amor propio. Espreciso lucharincesantemente contra nosotros mismosy hacernos continua

    guerra, sea para resistir a las sugestiones de fuera, sea paracombatir las de dentro. Nunca será bastante la vigilancia sobreel corazón,y sobre todo lo que allí pasa. Esto resulta penoso alos principios; pero poco a poco se nos hará más fácil, amedida que nos acostumbremos a morar dentro de nosotrosynos apliquemos a guardar la presencia de Dios.Eloctavo medio es la devoción a la Santísima Virgen. Pidamospor su conducto a Jesucristo las gracias que necesitemos, queella nos las alcanzará indefectiblemente. Sobre todo cuando nossintamos tentados de pesadezy fastidio, de tedioy desaliento enlas cosas espirituales; cuando sintamos ímpetus de echarlo todoa rodar, debemos acudir de un modo especial a esta Señora,con la firme confianza de que ella atenderá nuestras súplicas.

    También será bueno no olvidarnos de la devoción a nuestroAngel Custodio. El no nos abandona nunca,y se nos ha dadopara dirigimos en el camino de la santidad. Menester es, por lotanto, acudir a él en nuestras dudasy en nuestras vacilaciones,rogándole a menudo que vele sobre nosotros.En fin, el punto capital está en tener un buen guía, un director

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    El apóstol San Pablo , en muchas de sus cartas , recordaba a losprimitivos cristianos que por medio del bautismo habían sidomuertos y sepultados conJesucristo ; mas gue al salir de lasfuentes bautismales, habían resucitado con Ely estaban por lotanto obligados a llevar una vida nueva, según el modelo queelmismo Jesús nos presenta ensugloriosa resurrección.

    Como escribimos para las almas que están no sólo muertasalpecado, sino resueltas enteramente a vivir una vida del todo es-piritual, vamos a proponerles la resurrección delSalvador, nocomo el modelo, sino más bien como el termino del género devida enteramente santa que hanabrazado. Para resucitar comoJesucristo, es necesario morir como Él murió. Ahora bien, la vi-da de Jesucristo fué una muerte continua, no real sino mística,cuyo último actoy consumación fué su muerte natural en lacruz.

    I V

    experimentado en las vías delespíritu . Los buenos directoressiempre han sido bastante rarosy hoy lo son tal vez más quenunca; con todo, puede asegurarse que las almas sencillas quequieren ir derechasa Dios, encuentran siempreal hombre quenecesitan para guiarlas.

    La Providencia está comprometida en proporcionárseloy nofalta jamás cuando se la invoca con este fin. Puede asegurarse,sin género alguno de duda, que cuando el alma no halla aldirector que necesita para guiarla en el camino espiritual,siempre es por culpa suya.

    Supliquen, pues, al Señor que les dé a conocer aquel a quien

    deben confiar el cuidado de su perfección; y cuando lo hayanencontrado, ábranle su corazón, escúchenle con docilidad, sigansus consejos comosi Dios mismo les hablase porsu boca. Unalma de buena voluntady bien dirigida , no puede menos quellegar a conseguir la santidad.

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    Así pues. la vida que estas almas han de tener en Jesucristo, noha de ser otra que una muerte continuada a sí mismas: han devivir alejadas de las faltas más levesy de las menores imperfec-ciones deliberadas; han de morir al mundoy a todas las cosasexteriores; a los sentidosy a los cuidados inmoderados delcuerpo; han de corregir su caráctery sus defectos naturales; hande renunciar a su voluntad propia, a la estimacióny amor de símismas y a las consolaciones espirituales: en una palabra, de-ben despojarse enteramente de toda mira interesadaegoísta entodo lo queconcierne a la santidad . De este modo se iráinfundiendo en nosotros la vida mística de Jesucristo;y cuandohayamos recibido el último golpe de muerte, Jesucristo nosresucitara comunicará las cualidades de su vida gloriosa,almenos en el gradoy medida de que sea capaz nuestra alma acáen la tierra. A fin de entender esto mejor, recorramosbrevemente los diferentes géneros de muerte espiritual por loscuales debe pasar el alma.

    En primer lugar debe morir a los pecados más ligerosy a lasmenores imperfeccionesvoluntarias. La primera resolución que

    debe tomar el alma que quiere de veras pertenecer a Diosenteramente, es la de no cometerjamás falta alguna conadvertenciay propósito deliberado,ni obrar nunca contra lasinspiraciones de la graciay los dictámenes de su conciencia: nobene rehusar jamás a Dios nada de cuanto le pida, so pretextode que el Señor no hará caso de aquella niñería. Semejanteresolución es de suma trascendencia en la vida espiritual espreciso mantenerse firme en ella con inviolable fidelidad. Nopor esto se entienda que pueda el alma verse libre de toda clasede faltas e imperfecciones; porque, a pesar de todos susesfuerzos, se le escaparán no pocas, ora sea por inadvertencia,ora por fragilidad: pero las tales faltas no serán parte adetenerla un punto en la vía de la perfección, puesto que noseránni previstas ni deliberadas.

    En segundo lugar hemos de moriral mundoy a todas las co-sas exteriores, renunciando enteramente a las vanidades mun-danales del siglo, a no ser que nos obliguen a condesceder enalgo con él los deberes de nuestro estado; pero aún entonces de-beremos ceñimos a lo que sea esctrictamente necesarioy no se

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    oponga a la voluntad de Dios. Es preciso despreciar al mundosin hacer caso alguno de sus juicios, ni temer sus desdenes, bur-las y persecuciones; no debemos jamás avergonzarnos de cum-plir nuestros deberesy practicar las máximas del santo Evan-gelio, sin apartarnos un ápice de lo que nos dicta la conciencia,por el vano temor de lo que podrá deciro pensar de nosotros elmundo.En un siglo tan corrompido como el nuestro nos vere-mos forzadosa sostener incesantes combates, a vencer muchosobstáculos, a despreciar muchos vanos temores,y sobreponer-nos a muchos prejuicios para triunfar plenamente del respetohumano.

    En tercer lugar hemos de morir a la vida de los sentidos,cercenando todos los cuidados excesivos del cuerpo. Hay queponerse en guardia contra la molicie, el amora las como-didades y la sensualidad; no dar al cuerpo más quelo puramentenecesario en todolo que se refiere al sustento, al sueñoy a losvestidos; mortificarlo de tiempo en tiempo por medio deprivaciones, y si la salud nos lo permitey el confesor nos loaprueba, imponerle además algunas mortificaciones exteriores:

    pero sobre todo hay que procurar tener bien enfrenados lossentidos, en especial los ojos, oídos y lengua, evitando todoaquello que pueda impresionar desordenadamente al alma.

    En cuarto lugar debemos aplicarnos con tesóna corregir losdefectos naturales que deforman nuestrocarácter . No es cosa depoco momento reformar el carácter de manera que no conservesino lo que sea buenoy ordenado, extirpando de él todo lo quesea malo o defectuoso. Muchos santos a quienes la Iglesia

    venera en los altares, no llegaron a dominarlo completamente.No todos fueron Agustinos, Ignacioso Franciscos de Sales, enquienes el carácter estaba perfectamente domadoy sometido ala gracia. El mejor medio para conseguirlo es poner exquisitocuidado en la guarda delcorazón, reprimir sus primerosimpulsos, no hablar ni obrar jamás impetuosa e inconsiderada-mente, siguiendo las impresiones de momento, mantenersesiempre en pazy en la tranquila posesión de sí mismo. ¿Por quéno hemos de hacer por Dios, y con el auxilio de su gracia, loque tantos hacen por el mundo y por el interés desu fortuna?

    Lo quinto que debe procurar quien quiera vivir la vida de2 6

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    Jesucristo es renunciar asu propia voluntad y juicio. Es este sinduda un punto de inmensa trascendencia en la vida espiritual yde suma dificultad en la práctica. Desde luego, en las cosasordinarias es preciso trabajar en someter su juicioy voluntad alos dictados de la razón; no dejarse llevar de sus caprichos eilusiones, no aferrarse al propio sentir, escuchar las razones delos demás, defiriendo a ellas si nos parecen buenas,y cedervoluntariamente a la opinióny al deseo de los otros, en lascosas indiferentes. En lo que concierne a nuestra conductaespiritual, debemos recibir con sencillez lo que Dios nos da,ypermanecer quietos donde El nos coloque, sin pretender otra

    cosa; no ser excesivamente curiosos en querer escudriñar cualsea el estado de nuestra alma, ni acerca de los efectos que enella producen las operaciones de la gracia: debemos rendirhumildemente nuestro juicioy voluntad a la de nuestro directorespiritual, reprimir la actividad delespíritu y mantenerlosiempre pendiente de la voluntad de Dios. No reflexionemosdemasiado sobre nosotrosmismos, dejémonos conducir por elinstinto divino, tan superiora nuestros razonamientosy anuestras escasas luces: no nos demosa la lectura espiritual porpura curiosidad, sino busquemos siempre en ella el alimentocon que se nutra nuestro corazón con santos afectos, sin hacerexcesivos esfuerzos para profundizarloy entenderlo todo en loque vamos leyendo, pues esto podría conducimos a llenarnos lacabeza de ideas falsasy a presumir de nosotros mismos convanas ilusiones.

    Estemos bien persuadidos de que Dios nos concederá las lucesde su gracia a medida que las necesitemos,y no pretendamos irmás allá que ellas, sino más bien recibámoslas humildementeyprocuremos con todo ahínco reducirlas a la práctica. En generaltengamos siempre nuestro espírituy nuestro corazón vacío denosotros mismos, a fin de que Dios pueda depositar en él lo quemejor le plazca.

    Después de haber muerto a nuestro propio juicioy voluntadhay quemorir también a nuestro amor propio. Como se ve lamuerte mística del alma va siendo por momentos más íntima;porquesi hay algo que esté profundamente arraigado en nuestrocorazón es el orgulloy el egoísmo. Estos son los dos mayores

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    enemigos de Diosy por consiguiente losnuestros . Dios losataca y los persigue sin cesar en las almas que se han entregadodel todo a El. Lo que debemos hacer de nuestra parte esponernos enteramente en sus manos ysecundarle en lasocasiones que se presenten. Pero no basta esto, sino que espreciso además renunciar a los consuelos espirituales, cuando aDios le plazca privamos de ellos. Es bastante frecuente en lavida espiritual el que Dios sustraiga al alma toda clase deconsolaciones . En tales trances no siente ella gusto alguno ensus ejercicio s de piedad ; todo le resulta pesado , enojoso einsoportable: no siente en sí la presencia deDios , ni la paz

    íntima que reina en el fondo de su espíritu, sino que más bien secree privada de ella. Es preciso que el alma se muestre generosay acepte esta s privaciones : que se habitúe a no buscarse ennada, a amar a Diosdesinteresadamente , y a servirle por símismo y a sus expensas. Entonces naturalmente el servicio deDios cuesta mucho a lanaturaleza ; ésta grita, se queja, se irrita

    desespera; hay que dejarla gritar ser entonces más fiel quenunca: es preciso arrastrar la víctima hasta el altar del sacrificiopara ser allí inmolada , sin hacer caso alguno de susrepugnancias.

    Finalmente es preciso renunciara toda mira interesadayegoísta en lo que respecta a la santidad. El alma es fácil enapropiarse los dones de Dios las virtudes con que El la haenriquecido, fomentando en su interior cierta secretacomplacencia al verse adornada con ellas; para convencerla desu completa nulidad, Dios se lo arrebata todo, no en cuanto a larealidad, sino en laapariencia , reduciéndolaasí a una enteradesnudez: entonces el alma no ve en síni done s, ni virtudes,ninada sobrenatural; no acierta a comprenderni lo que es, ni loque ha sido, ni lo que será de ella. Sus pecados, su nada suextremada miseria se presentan ante sus ojos con meridianaclaridad,y se juzga indigna de todarecompensa y acreedora atodo castigo . En esto consiste la consumación de la muerte

    mística. La resurreccióny el estado glorioso vendrán después.Dejemos a Dios sus inescrutables secretos,y no queramosescudriñarlos temerariamente.

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    1 Matth . XI. 12.2 Mt, 10, 34

    dice Jesucristo1,

    Si por una parte Jesucristo ha hecho el camino delcielo más fácil, por la efusión abundante desus gracias y por elespíritu de amor que va derramando sobre susdiscípulos ; porotra , en cierto modo, lo ha estrechado másaún, puesto que Elvino no a destruir laLey, sinó a perfeccionarla y por cons-guiente exige más que lo que Diosexigía en la Ley natural y enla ley Mosaica . Así , desde el momento en que San JuanBau-tista anunció la venida del Salvador, el reino delos cielos sólose obtiene por la violencia que nos hacemos a nosotros mismos;es preciso arrebatarlo, y por decirlo así, tomarlo por asalto.Es-tas palabras sondura s a la naturaleza , porque precisamente aella es a quien hay que combatir, sin treguani descanso, hastalaefusión de lasangre, si necesariofuere . Si el servicio de Diossólo consistiera en ciertas prácticaspiadosas , compatibles conuna vida regalada y cómoda, con los halagos del amor propio ycon cierta secreta complacencia en símismo; el número de lossantos, esto es, el de los verdaderoscristianos , de los verdaderosamadores del Evangelio, no sería tan escaso como loes , ynuestra condición sería a todas luces más llevadera que la delosjudío s, a quienes Diosprescribía tantas prácticasexteriores ,de que nos ha libertado la Ley de gracia.

    Ahora bien, estas prácticas exteriores Jesucristo las ha subs-tituído por otras interiores que son sin comparación mucho másdifíciles y penosas.

    El pone la espada en las manos desus servidores yquiere que la empleen luchando contra sí mismos para circunci-cidar sucorazón , para cercenar enérgicamente,y sin contempla-

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    ciones de ninguna clase, todas las inclinaciones de la naturalezacorrompida, y para darse la muerte hasta no dejar en sí mismosvestigio alguno del viejo Adán.¡Cuán duro es esto para lasensualidad y cuán difícil deentender. Mientras no se tratamás de rezar algunas oracionesvocales, visitar las iglesiasy practicar obras exteriores de cari-dad; se encuentran muchas personas que sientan plaza de devo-tas. Un director que no pide más que sólo esto, es escuchadocon gusto, esun hombre de Dios, un santo. Pero que hable decorregir ciertos defectos, de vencer el respeto humano, dereformar el caráctery de refrenar las aficiones e inclinaciones

    desordenadas , para seguir en todo el impulso de la gracia,yentonces todo cambia de aspecto: se le tilda de exagerado quetrastorna las cosas . Con todo no hay duda que enestoprecisamente consiste el espíritu del cristianismo, en que cadacual se considera a sí mismo como el más terribleenemigo, aquien tiene que combatir sin tregua ni cuartel; en que nocondescienda jamás con sus defectos y haga consistir todo suprogreso espiritual en las victorias que alcance sobre sípropio.

    En los comienzos de la vida espiritual nos trata Diosordinariamente con mucha blandura, a fin de que nos aficione-mos a El, infundiendo en nuestra alma suma paz e inefable ale-gría; nos hace gustar las dulzuras del retiro, del recogimiento yde los ejercicios de piedad; nos facilita, en una palabra, la prác-tica de la virtud. Nadaal parecer nos viene cuesta arriba, antesnos creemos capaces para todo.

    Pero una vez que Dios se ha posesionado bien del alma,comienza a iluminarla acerca de sus defectos; levanta porgrados el velo que los ocultaba y le inspira grandes alientos paracombatirlos. Desde aquel momento se vuelve el alma contra símismoy emprende la guerra contra su amor propio; lo persiguesin descanso donde quiera que asome la cabeza,y la asoma portodas partes. Ya le parece no descubrir en sí más que niñerías,imperfecciones , buscarse a sí misma y aferrarse al propiosentir: su misma devoción aparece a sus ojos plagada defectos.Creía amar a Dios, y ve que refiere a sí misma el amor quetiene a Dios, que se apropia sus dones, que le sirve con mirasinteresadas , que se complace demasiado en sí misma:y en

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    -lL.I. e XXV, n. 11.

    cambio siente secreto desprecio hacia aquellos que a su parecerno han recibido las mismas gracias que ella.

    Dios le va mostrando todo esto sucesivamente porquesi se lodescubriera todo de una vez, no podría sostener su vistacaería

    en el desaliento. Pero lo poco que va descubriendo basta paradarle a entender que no ha entrado aún en el camino de laperfección,y que tendrá que librar muchos combates antes dellegar al término.Si el alma es animosay fiel, ¿qué hace entonces? Se humilla

    sin desalentarse, pone en Dios todasu confianza é implora suauxilio en la guerra que ha emprendido. Asienta en lo máshondo de su corazóny de su alma aquella gran máxima del librode "Tanto aprovecharás cuanta mayor fuere laviolencia que te hicieres" máxima que contiene el más puroespíritu del Evangelio,y por la cual se han gobernado todos lossantos.

    A su ejemplo combate tambien ella denodadamentesuviciadanaturaleza, las bajas inclinaciones de su corazóny los defectosde su carácter: mas a fin deevitar los extravíos de suimaginación, que podrían serconsecuencia de un fervorindiscreto, suplica humildemente al Señor la dirija en estaguerra, la iluminey le dé a conocer, en las ocasiones que se pre-senten, los enemigos a quienes debe combatir; que no permitale pase nada inadvertido, sino que se dé cuenta de todo lo quepasa en ella, a fin de que ponga orden en su interior, con elsocorro de la gracia: en fin, forma la generosa resolución decontrariarse en todo lo que viere en sí desordenado, de no

    permitirse nada, absolutamente nada, que entienda desagradar ala infinita santidad de Dios.Yatenemos al alma convertida en soldado de Jesucristoy alis-

    tada bajo sus banderas, hasta entonces Dios la había preparadoydispuesto; pero desde este momento se reviste ella de las armasde la fey entra decidida enel campo de batalla.

    ¿Cuánto tiempo durará esta pelea? Durará mientras quede unenemigo a quien vencer, mientras la naturaleza conserve un so-plo de vida, mientras el viejo Adán no sea completamente de-

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    (Mt. 10,38.).

    La cruz es una especie de Evangelio compendiado y elestandarte del cristianismo. Por la cruz Jesucristo reparó lagloria de su Padre, satisfizo por los pecados del mundoyreconcilió al cielo con la tierra. Ahora bien , el habernosrescatado Jesucristo con su cruz no nos dispensa de llevar lanuestra; al contrario, nos impone la estrecha obligación quedebe impulsarnos a seguir los pasos de nuestro divino Maestro.Su cruz ha santificado la nuestra; ella le ha dado valor y la hahecho merecedora de premio eterno. Sin la cruz de Jesucristo,todas nuestras penas, todos nuestros sufrimientos no podrían enmanera alguna satisfacer a Dios por el menorpecado , y el cielo

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    rrotado. El buen soldado de Cristo no depone jamás las armas.sino que pelea esforzadamente hasta el fin; pues sólo los quecombaten varonilmente hasta el fin y triunfan de todos susenemigos, merecen ceñir su frente con los laureles de lavictoria. El hombre bueno y piadoso, lejos de dejarse arrastrarde las viciosas inclinaciones de su corazón, las somete alarbitrio de la recta razón. "¿Quién sostiene mayor combate, diceel autor de que el que se esfuerza envencerse a si mismo?" He aquí en lo que debiera cifrarsenuestra principal ocupación en vencernos a nosotros mismosyhacernos cada día más fuertes contra nuestras inclinacionesdesordenadas . Si a fuerza de varones esforzados procuráramospermanecer firmes en el combate, ciertamente veríamos bajarsobre nosotros el auxilio divino; pues el que nos da ocasiones depelear, para que salgamos victoriosos, está pronto a ayudarnossi peleamos confiados en su gracia. Apliquemos,pues , la segura la raíz, para que, una vez victoriosos de las pasionesy denosotros mismos, gocemos al fin de perfecta paz en nuestraalma.

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    permanecería eternamente cerrado para nosotros. Ningúncristiano ignora estas verdades; lo que no todos entienden, almenos prácticamente, es que para que nos sea saludable la cruzde Jesucristo, debemos renunciamos, morir a nosotros mismos,y esto todos los días continuamente. Sin esto apenas merecere-mos el nombre de cristiano, Jesucristo nos desconocerá re-chazará en la presencia de su Padre. Sus palabras son formalesacerca de este punto. Por poco que amemosa Dios, por pocoque nos amemos a nosotros mismos, no será posible vacilar eneste punto.

    Veamos, en qué consiste ese deber sagrado de llevar cada unosu cruz, si es tan insoportable como parece a primera vista.

    La necesidad dellevar la cruz consiste primera prin-cipalmente en evitar el pecadoy todas las ocasiones voluntariasde pecar.

    Nada más justoy puesto en razón: todos los cristianos convie-nen en ello; pero esto al parecer tan fácil, no lo es tanto en lapráctica. El pecado tiene sus atractivos, tiene sus ventajas tem-porales: las ocasiones de pecar son frecuentesy aun cotidianas,

    nos solicitan poderosamente;y el común de los cristianos, quese hallan sin cesar expuestos a ellas, tiene necesidad de hacerseviolencia continua para no sucumbir a las tentaciones.

    Consiste en segundo lugar la cruz, en mortificar las pasiones,en moderar los deseos de nuestro corazón tener la carne sujetaal espíritu; envigilar sobre los sentidos guardar cuida-dosamente todas las entradasy salidas del corazón; porque elfoco del pecado está en nosotros mismos en nuestra concu-

    piscencia. Nos sentimos como arrastradosal mal una funestaexperiencia nos enseña que si no guardamos continua vigilanciasobre nosotros mismos, serán inevitables nuestrascaídas .

    En tercer lugar, consiste la cruz en despegar nuestra almanuestro corazón de todos los objetos terrenalesy perecederos,para ocupar nuestra atención en los objetos celestes, espiritualesy eternos;lo cual pide que luchemossincesar contra el peso denuestra naturaleza corrompida, que nos arrastra hacia la tierra.Si nos examinamos atentamente, sorprenderemos en nosotros acada instante pensamientosy deseos que nos apegan a las cosasde la tierra, a semejanza de los irracionales,y que nos sujetan

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    continuamente a las necesidades, al bienestar, a las comodida-des del cuerpo y a los medios de procurárnoslas. La parte físicanos ocupa más que la moral, a no ser que con redoblados es-fuerzos nos elevemos sobre nosotros mismos.

    Consiste en cuarto lugar la cruz, en recibir como disposicionesde la Divina Providencia todos los acontecimientos des-graciados que nos ocurran, ya procedan de causas naturales, yade la malicia de los hombres, ya de nuestras propias faltas Estascruces que nos envía la Providencia son frecuentes; cuanto másnos ama Dios, más pesadas nos las envía, porque con ellasdespega más y más nuestro corazón de los bienes terrenalesy loatrae hacia los celestiales: son además muy apropiadas paralabrar nuestra santificación; porque como no se nos da facultadpara elegirlas, por esto mismo son más mortificantes.

    Consiste en quinto lugar nuestra cruz, en abrazar todas laspruebas, todas las penas con que se halla entretejida la vida es-piritual: y esto se verifica más particularmente con las almasinteriores que siguen de cerca las pisadas de Jesucristo. Estedivino Salvador, al aceptarlas por sus esposas, las carga con sucruz: con aquella cruz que El mismo llevó, formada de dos bra-zos, que son los sufrimientosy humillaciones interiores que pe-netran hasta lo más íntimo del alma, y en cuya comparación to-das las otras resultan muy ligeras: cruz, en fin que tiende a laextinción total del amor propio y al sacrificio de nuestros máscaros intereses.

    Esta última cruz es sólo patrimonio de un corto número dealmas privilegiadas: no es impuesta por el deber sino más bien

    por el amor, y de aquí que resulte mucho máspesada; porque elmotivo del amor es incomparablemente más fuerte que el deldeber. Hay además que unir a estas cruces todas aquellas que elalma abraza voluntariamente, como son las austeridades, losvotos, el estado religiosoy otras.

    Tales son poco más o menos las cruces a que está sujeta lavida del cristiano,y que los mismos malos comparten en partecon los buenos; porque aquéllos no están menos expuestos que

    éstos a todas las cruces que la Providencia nos envía, sin hablarde las que les son peculiares, como consecuencia lógica de suspasiones y de sus crímenes.

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    Veamos ahora si esa obligación de llevar la cruz es taninsoportable y penosa como parece a primera vista. Acerca deesto podríamos desde luego asentar como regla general, que nohay ni puede haber felicidad verdadera sobre la tierra fuera delcamino de la cruz. No cabe duda que en muchas ocasiones cues-ta más condenarse que salvarse, y que los malos en cierto senti-do, tienen más que sufrir que los buenos, puesto que sufren sinconsuelo ni esperanza y viven en continua agitacióny turba-ción, siempre obligados a huir de sí mismos, a evitar sus pro-pias miradas y a sofocar los remordimientos incesantes de suconciencia. Aun cuando no hubiera otra razón para animamosallevar la cruz cristianamente que la de substraemos a losremordimientos que desgarran el alma del libertino e impío,sería ésta por sí sola más que suficiente para endulzar laaspereza, más aparente quereal, de la doctrina del Evangelio.Pero tomemos en particular cada especie de cruz y veamos losalivios que la gracia nos proporciona para que resultesu cargasuave y llevadera.

    En efecto, como dijimos arriba, la primera cruz consiste en

    evitar el pecado y todas las ocasiones de pecar. Claro está queesto resulta molesto y pesado para la naturaleza y nos cuestaamenudo no pequeños sacrificios. Pero ¿acaso no cuestamuchí-mo más al alma el condescender con sus apetitos desordenados?¿No paga bien caro aquel placer de un momento, cuyo solo re-cuerdo la ruboriza y atormenta con incesantes y amargos re-mordimientos, si no es que ya hubiere perdido enteramente eltemor de Diosy se hallare del todo encallecida en la maldad?Por el contrario, ¿qué dicha hay comparable con la que nos pro-porciona el testimonio de la buena conciencia? ¿No es acasoinmensamente preferible a aquel instante de brutal delirio?¡Qué dulce paz, qué alegría tan intensay pura experimenta elalma después de haber resistido varonilmente, y triunfado entoda la línea, de las malignas sugestiones de Satanásy de lasperversas inclinaciones que le solicitaban al mal ¡Con quésatisfacción, con qué amorosa confianza se acerca a Dios estaalma y se une con El por medio de la oración y de laparticipación de los sacramentos, mientras que la que hasucumbido a la tentación huye despavorida y avergonzada de la

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    presencia de Dios, haciéndosele intolerables los deberes depiedad que con El tiene que cumplir

    La segunda cruz consiste en la mortificación de las pasiones.Pero ¿no es acaso más penoso el abandonarse a ellas que eldominarlas? ¿Quién no sabe que las pasiones desordenadas,lejos de saciar los deseos del alma, despiertan en ella un hambreinsaciable? Se amortigua esta hambre a intervalos, pero pararenacer luego con más violencia. Elambicioso , el avaro, elvoluptuoso, aun cuando nada se oponga a la satisfacción de susdeseos, lo cual raras veces sucede, ¿son acasodichosos ?¿pueden de verdad serlo? Lascon secuencias delas pasiones,

    ¿no son casi siempre tristísimas , aun miradas con ojosmundanos? Comparad el estado del hombre esclavo de suspasiones con el de un cristiano que las ha declarado guerraimplacable , consiguiendo al fin sujetarlas ; y os veréis forzadoaconfesar que Jesucristo, al ordenarnoscombatir sin treguanuestras pasiones desordenadas, nos señala el verdadero y únicosendero que conducea nuestra dicha , aun acá en la tierra.

    La tercera clase de cruz consiste en la lucha violenta del

    hombre consigo mismo, entre la parte baja y animal desu ser, yla superior y espiritual. Esta lucha es muy molesta y pesada,porque el cuerpo tiende a arrastramos sin cesar en pos desí.Pero ¿hay nada más gravoso que este miserable cuerpo? ¿Seráposible darle jamás perfectocontento ? Si le concedéis una cosa,al punto os pide otra, y las continuas atenciones en mimarloyevitarle todo lo que lemolesta ¿no constituyen acaso unverdadero tormento? Por el contrario, ¿hay imperio más dignodel hombre y que más le realce a sus propios ojos, que dominarsu cuerpo, reducirloa que se contente con lopreciso , curtirlo yavezarlo al trabajo y a la fatiga, sin ocuparse casi nunca de él, afin de poder aplicar todas las energías del alma a las cosasespi-rituales, al cumplimiento delos deberes que nos impone nuestroestado y la sociedad civil y religiosa de que formamos parte?

    Las cruces que nos envía laProvidencia , son inevitables , yalcanzan lo mismo a los malos que a los buenos. Pero con suresignación, pacienciay sumisión a la voluntad de Dios, losbuenos cristianos endulzan todo lo que estas cruces tienen deamargo; la religión les facilita medios para llevarlas con resig-

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    Es una gran verdad, por más que a primera vista parezca unaparadoja, que entre todos los que sirvan a Dios, los que gozande más excelsa libertady aun los únicos realmente libres, sonaquellos que se dejan guiar en todo por el espíritu de Dios; porlo cual les llama San Pablo con toda razón, hijos de Dios.

    VII

    nación y aun con alegría. No sucede lo propio con los malos,quienes al ver que no pueden evitarlas se entregan en brazos dela tristeza, del abatimiento y de la desesperación,y, por lasmalas disposiciones con que las reciben, contribuyen a queresulten mucho más pesadas de lo que son en sí mismas.

    En fin, las cruces espirituales con que Dios prueba a las almasprivilegiadas, siendo como dijimos, cruces de amor, forman lasdelicias de aquellos a quienes el Señor las envía. Lejos dedesecharlas, las abrazan con sumo gozo espiritual; en lugar depedir a Dios que se las quite, le ruegan sin cesar les envíe otrasmás pesadas , exclamando con San FranciscoJavier "Más,

    Señor, más aun",

    deseando morir clavadas en ellas como suSalvador. Estas cruces, que a no dudarlo son las más terribles,son también las que se llevan con mayoresbríos, con más amor,con mayor paz interior,y con más fortaleza de ánimo, medianteel auxilio que para ello recibe continuamente de lo alto. En elcrisol de estas cruces interiores es donde abrillanta el almaeloro de sus virtudesy labra para sí una felicidad inefable, no sólopara la otra vida sino aun para la presente. En esto hemos de

    atenernos al testimonio de los Santos que lo han experimentado.Ellos hablan con sobrada claridad acerca de este particular,yfuera insigne necedad suponer que pretenden engañarnos.

    Es, pues, cierto sin que, quepa lugar a la menor duda, que lafelicidad del cristiano, aun la presentey temporal, está cifradaen la cruz,y que al huir de ella,por contentar a la naturaleza co-rrompida, labramos nuestra desdicha, no sólo la eterna sinotambién la temporaly terrenal.

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    1 Rom. VIII,14.

    dice' ,Los mundanos que viven entregados a sus

    placeres, sin mortificarse en nada, parecen libres pero no lo son.Pronto se vuelven esclavos de sus pasiones, que les tiranizancon espantosa violencia. Y es esto tanta verdad que los mismosmundanos se ven forzados a confesarla. Y aunque ellos preten-dieran disimularlo, su modo de proceder lo proclamaría conharta elocuencia; porque no hay hombre dominado por sus pa-siones, a quien éstas no lleven mucho más allá de lo que élquisiera, reteniéndole como encadenado,y obligándole a eje-cutar aquello mismo que condenan en su interior: tan despótico

    es el imperio que ejerce en el alma una pasión desordenada.La mayor parte de las personas que son sinceramentecristianas, pero débilesy flojas en la práctica de sudeber , nogozan tampoco de esta preciosa libertad Las ocasiones lesarrastran, cedena la menor tentación, el respeto humano lessubyuga, quieren el bien y milobstáculos les desvían depracticarlo ; detestan el pecado y no tienen fuerza para alejarlode sí. Ahora bien, claro está que cuando uno deja de obrar elbien que quisieray obra el mal que no quería, no puede decirseque sea totaly perfectamente libre.Tampoco gozan de esa libertad, propia de los verdaderos hijos

    de Dios, aquellas personas devotas que se guían por su propioespíritu . Creen serlo sin duda porque se han formado un plan dedevoción asumanera, y siguen cierta rutina de la cual nunca seseparan. Pero en el fondo son con harta frecuencia esclavas desu imaginación, inconstantes,desiguales, extravagantes ycaprichosas : buscan sólo la devociónsensible, y cuando no lahallan, como sucede muy amenudo , viven descontentas deDios y de sí mismas. Sonademás muy de ordinarioescrupulosase indecisas y experimentan continuamente en símismas agitaciones que no aciertan a calmar. El amor propiolas domina,y no son menos esclavas de él, que los mundanos loson de suspasiones.Hay, pues, que convenir en que,o no hay verdadera libertad en

    el servicio de Dios, lo cual sería un errory hasta una especia de

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    blasfemia, o que semejante libertad es patrimonio exclusivo deaquellos que se entregan a Dios de todo corazóny .se sujetan aseguir en todo las inspiraciones de la gracia.

    Pero, se dirá, ¿cómo puede ser uno librey estar sujeto en todoal espíritu de Dios? ¿No son éstas dos ideas contradictorias? Deninguna manera , puesto que la verdadera libertad de la criaturaracional consiste precisamente en esta sujeción,y cuanto mássujeta esté en este sentido, tanto será máslibre.

    Para comprender bien esta verdad, debemos notarprimeramente, que la libertad es la principal perfección delhombre, y que es tanto más excelente en él, cuanto en eluso

    que de ella hace, mejor seconforma a la razón y a losdesignios de Dios: porque una libertad que no tuviera regla,sería viciosay declinaría en libertinaje.

    Además, la esencia dela libertad no consiste precisamente enpoder obrar el mal. Este poder es un defecto inherente a lacriatura, que es esencialmente falibley limitada. Másaún, estepoder es tan accidental a la libertad, que Dios, infinitamentelibre, se halla en la imposibilidad absoluta de obrarel mal. Si,

    pues, la esencia de la libertad consistiera en la facultad deescoger el bien o el mal, se seguiría que el hombre sería másperfectamente libre que el mismoDios.

    El hombre tiene ese tristísimo poder de obrar elmal, y esto esen él una imperfección radical , que puede conducirle a superdición eterna. ¿Qué deberá hacer, pues, para corregir estaimperfección de su libertad,y acercarse cuanto le sea posible ala libertad de Dios? No le queda más recurso que rogaral Señorle dirija en la elección de sus actos, escuchar la voz de la graciacuando le hable al corazón, seguir sus inspiraciones yabandonarse enteramente a ella. Por este medio querrá él lo queDios quiere, hará lo que Dios le inspire, poniéndose así acubierto de cualquier abuso de su libertad,y elevándose, encuanto es dable a la humanacriatura , a la perfección de lalibertad divina,y transformando, por decirlo así, la libertad deDios en lasuya ; porque en tal caso, no obrará ya porsu propiavoluntad, sino más bien siguiendo el impulso de la voluntad deDios. En una palabra, mediante la completa sumisión a Dios,alcanzará el más alto grado de libertad a que uno puede aspirar.

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    Mas esta sujeción no deja de ser sumamente difícil a causa denuestra inclinaciónal mal, de nuestros malos hábitos y de ciertoespíritu de independenciay de orgullo, que fue el origen de lacaída de los ángelesy de nuestros primeros padres. Pero ¿quiénmás que nadie siente esa dificultady murmura contra ella?¿Acaso la parte más elevada del hombre? ¿Su conciencia talvez? No, ciertamente, sino sólosu naturaleza corrompida, suspasiones. Porque a la inteligencia del hombre, que es unaparticipación y destello de la divina, no puede menos deparecerle muy puesta en razón esa necesidad que tiene desometerse y conformarse con la voluntad de Dios; y la

    conciencia, como que es un instinto de rectitud, que el mismoDios ha depositado en el fondo denuestro corazón , nomurmurará jamás contra esta sujeción, que essu primera ley,nidará nunca el odioso nombre de despotismo a aquella regla quees la mejor garantía desu acierto en el obrar. Contraria, pues, ymolesta sólo a nuestras pasiones desenfrenadas, a nuestroorgullo y a nuestro amor propio, a los cuales pone freno salu-dable, al par que sirve de yugo dulcey suave a la razón ilumi-nada por lafe.A más de que cesará de parecer insoportable esta sujecióncuando las pasiones hayan sido domeñadas, vencido el amorpropio y el orgullo humillado; cuando nuestras depravadasinclinaciones se 'hayan trocado en buenas, mediante lossaludables hábitos adquiridos, e impriman a nuestra voluntadcierta tendencia al bien; porque entonces la voz de la gracia serámás poderosa que la de la naturaleza. Para conseguir tan felicesresultados, requiérense de nuestra parte generosos esfuerzos, afin de adquirirel dominio de nosotros mismos, con el auxilio dela divina gracia, hasta llegar a ser dueños absolutos de nuestrossentidos, de nuestra imaginación y aun de los primerosmovimientos desarreglados, que se levantan en nosotros a pesarnuestro.

    Entonces y sólo entonces es cuando se siente el hombreindependiente de todolo que no es Dios,y goza deliciosamentede la libertad de los hijos de Dios. Compadécese de los mise-rables esclavos del mundo y se siente feliz por haber roto suscadenas. Tranquilo desde la orilla, ve a los mundanos arrastra-

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    dos por el ímpetu de las olas de este mar de iniquidades, agita-dos por mil vientos contrarios, y siempre a punto de serhundidos en el abismo por la furia de la tempestad, mientras élgoza de profunda calma, señor de sí y dueño de sus acciones,que ejecuta cuando le place y como mejor leplazca . Ni laambición, ni la avaricia, ni la voluptuosidad ejercen ya imperiosobre él; ningún respeto humano le arredra; los juicios de loshombres, sus desprecios, sus críticas y sus burlas, son yadespreciables a sus ojos y notienen fuerza alguna paradesviarle del camino recto que se ha trazado.

    Las adversidades, lossufrimientos , las humillaciones y lascruces más pesadas, nada tienen para él de espantable niterrible . En una palabra , se ha elevado muy por encima delmundo y de sus depravadas concupiscencias.Si esto no es serlibre de verdad, no sé ciertamente quién podráserlo.

    Y no sólo se ve con esto libre el hombre de toda sujeción yesclavitud ajena, sino también de la suya propia; porque con elseñorío que ha adquirido sobre sí mismo, no depende ya de lasfructuaciones de su imaginación, ni de la inconstancia de suvoluntad . Es firme e inquebrantable en sus resoluciones, fijo ensus ideas, decidido en sus principios, metódico en todos susactos . El espíritu de Dios, cuyos movimientos sigue en todofielmente, comunica su inmutabilidad a lacriatura , de por sí tanvariable y tornadiza ; aun en medio de losmá s terriblescombates interiores, su voluntad permanece firmey establecomo unaroca . Es preciso experimentarlo para poder juzgar deello con conocimiento de causa. Pero las personas queverdaderamente son de Dios, aun aquellas que todavía se hallanen los comienzos , se admiran no poco de la diferencia queexiste entre lo que sony lo que antes fueron. Hay exactamentela misma diferencia que la que media entre el mar cuando estáen calma , tranquiloy en cierto modo dueño del movimiento desus aguas , y el mar turbulento y agitado de todoslos vientos .¿Qué libertad mayor puede darse que esa posesión de sí mismo,que ese imperio sobre todos los movimientos del alma, a la cualapenas se le escapa algún acto del todoindeliberado , y aunentonces por muy cortos instantes?¿Podrá extenderse aún más la libertad de los hijos de Dios? Sí,

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    porque los tales son libres aun con respecto al mismoDios .Quiero decir que cualquiera que sea la conducta de Dios paracon ellos , ora les prueba con adversidades, ora les regale consus divinas consolaciones; ya les haga sentir su presencia, ya sealeje de ellos aparentemente, el fondo de su alma permanecesiempre inalterable. Viven elevados por encima de todas lasvicisitudes de la vida espiritual; la superficie de su interiorpodrá verse momentáneamente agitada; pero el fondo goza de lamayor paz. Su libertad con respecto a Dios consiste en quedeseando ellos todo lo que Dios quiere, sin inclinarse a un ladoni a otro, y sin atender en nada a sus propios intereses, se

    abrazan por adelantado con todo lo que pueda acontecerles,confundiendo su elección, por decirlo así, con la de Diosyaceptando libremente todo lo que les viene de parte de suDivina Majestad: por manera que pueden decir con toda verdad,cualquiera sea el estado en que se hallen, que no están allícontra su gusto, que están contentos de todoy que tienen todoloque desean Sí, aun cuando se vean rodeadosy como abrumadosde cruces; aun cuando estén sumergidos en un océano de penas;

    aun cuando el demonio, los hombresy Dios mismo se conjuren,por decirlo así, para hacerles la guerra; aun cuando se veandestituídos de todo apoyo exterior e interior, se consideranfelices , y su alegría es completay superabundante, según laexpresión del Apóstol. Hasta talpunto se hallan contentos consu suerte, que no la cambiarían con otra alguna, ni sepermitirían dar un sólo paso por librarse de ella.

    Tal es y aún más excelsa la libertad de los hijos de Dios; nadaen el mundo puede sucederles contra su voluntad; no deseannada,ni temen ni echan de menos nada; nada les turba, nada lesafecta. Comparad esta situación, no digo ya con la de losmundanos en medio de sus vanas alegrías y positivos disgustos,de sus temoresy esperanzas, sino aun con la de los devotosvulgares, a quienes el amor propio no deja gozar jamás deverdadera paz; y os veréis forzado aconfesar que no haysacrificio, por grande que fuere, que no debiera aceptarse debuena gana a trueque de alcanzar un estado tan eminenteyperfecto.

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    1 2 Cor. 12, 10.

    Dice el Apóstol San Pablo:1

    • Estoes: Cuando yo tengoel sentimiento íntimo de mi debilidady estoy convenc ido deella por propia experiencia; cuando, al ver que no puedonada,me humillo y pongo en Dios toda mi confianza; entonces escuando soy fuerte con la gracia deDios, que se complace enhacer brillarsu poder en la debilidad desu criatura; entonces escuando lo puedo todo en Aquel que me conforta. Tampoco esmenos cierto , que cuando nos creemosfuerte s, entonces escuando en realidad somos má s débiles. Esto es; cuandopresumimos de nuestra fortaleza, nos la apropiamosy en ellanos gloriamos, hasta el punto de creernos capaces de hacerloysufrirlo todorporque Dios retira sus auxilios de la criatura pre-suntuosa, abandonándola a sus propias fuerzas.

    La confianza ~n sí mismo es, pues una debilidadreal, y aunextrema ; porque esprincipio inevitable de ' caídas , y casisiempre de caídas muy humillantes. Al contrario , ladesconfianza de sí mismo, cuando va acompañada de humildady de confianza en Dios, es una fuerza real, una fuerzatodopoderosa, la fuerza misma de Dios.

    Mas ¿por qué quiere Dios que estemos penetrados de estesentimiento de nuestra miseria? Para hacer resaltarsu poder ennosotros. El es infinitamente celoso de que todo el bien que hayen nosotros, no se atribuya a otro que a El; quiere ser reco-

    nocido como el único autory el solo consumador de todasan-tidad;y no puede tolerar que, en el orden de la gracia sobretodo,

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    la criatura crea poder algo, aun la más mínima cosa, contandosólo con sus propias fuerzas, con sus resoluciones, esfuerzos eindustrias.

    El gran secreto de la conducta que Dios observa con las almasa quienes desea santificar, está precisamente en quitarles todasuerte de confianza en sí mismas;y para esto las deja comoabandonadas a sus miserias.

    Permite que todas las trazas que toman por su propia iniciativales salgan fallidas , que sus designios y proyectos quedenfrustrados, que sus ilusiones las extravíeny sus juicios lasengañen, que sus previsiones mejor concertadas resulten vanas,

    que su voluntad claudiquey desfallezca a cada paso. Quiere en-señarles con esto a no contar para nada en solas susfuerzas, afin de que busquensu apoyo únicamente en El.

    A los principios , cuando se experimentan los efectos sensiblesde la gracia, cuando el espíritu se ve iluminado con íntimosresplandores, y la voluntad se siente transportada desanto smovimientos, es natural se crea uno capaz de hacerlo todosufrirlo todo por Dios; nose imagina posible el rehusarlenada,ni aun vacilar siquiera, aunque fuere en las cosas másdiffciles.Se llega algunas veces hasta pedirle las más pesadascruces, lasmás profundas humillaciones, persuadido de que tiene sobradafuerza parasoportarlas. Cuando el alma es recta sencilla, estaespecie de presunción, que nace del sentimiento que seexperimenta de la fuerza de la gracia, procede sólo de la falta deexperiencia,y no disgusta a Dios, cuando no va acompañada,de pensamientos de vana complacencia en sí misma.

    Pero Dios no tarda en curaral alma de la buena opinión quetiene de sí misma. Para ello le basta retirar su graciasensible,dejarla abandonadaa sí misma,y exponerla ala más ligeraten-tación. Bien pronto siente ella fastidio, desalientorepugnan-cia; ve por todas partes obstáculosy dificultades ; sucumbe enlas menoresocasiones; una mirada, unapalabra , un gesto la des-conciertan; a ella, quesecreía con sobradas fuerzas para hacer

    rostro a los mayores peligros. Entonces pasaal extremo opues-to: teme de todo, desespera de todo, piensa que no podrá yavencerse en nada; y hasta se ve tentada de abandonarlotodo. Y

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    en efecto, lo echaría todoa rodar si Dios no viniese pronto ensu auxilio.

    Dios continúa este modo de proceder con respecto al almahasta que, por medio deexperiencias reiteradas, se hayaconvencido plenamente desu nada, de su incapacidad para todobien, y de la necesidad en que está de no afianzarse más que ensólo Dios. Para esto sirven las tentaciones, en las cuales se ve elalma a punto desucumbir , y en que Dios la sostiene cuando yano halla recurso en partealguna ; la rebelión de las pasiones queella creía completamente domeñadas, y que vuelven asublevarse con inusitada violencia, hasta el punto de obscurecer

    la razón y poner al alma a dos dedos de su ruina; las faltas defragilidad de toda especie, en que Dios la deja caerexpresamente para humillarla; los desabrimientos, dificultadesextrañas en la práctica de la virtud, fuertes repugnancias para laoración y demás ejercicios de piedad; en una palabra, elsentimiento vivo y profundo de la malignidad de la naturalezaviciada por el pecado, y de su incapacidad para todo bien.Emplea Dios todos esos medios para anonadar al almaa suspropios ojos, inspirarla odio y horror hacia sí misma yconvencerla de que no hay crimen tan horrible de que no seacapaz si Dios la dejara desu mano; y además que es impotentepara producir por sí sola la menor acción buena, ni el menordeseo santo, ni el más mínimopensamiento recto, sin losauxilios de la divina gracia.

    Cuando después de repetidos golpes, de continuas caídasy dereiteradas experiencias, el almaal fin se ha acostumbrado a nocontar consigo misma aun en las cosas más insignificantes,entonces Dios la va revistiendo poco a poco de su fortaleza,haciéndola sentir que ésta no le viene de sí, sino de lo alto.Alentada y sostenida con ella, todo lo emprende y lo soportatodo: sufrimientos, humillaciones de toda especie, trabajos,fatigas por la gloria de Diosy bien de las almas: lleva a feliztérmino sus empresas, ninguna dificultad la arredra, ningúnpeligro la espanta, porque es ya fuerte con la fortaleza de Dios.no solamente refiere a Dios toda la gloria, sino que reconoceademás y experimenta que es El solo quien lo puedey lo hacetodo, mientras ella no pasa de ser un débil instrumento en las

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    Mientras vivimos acá en la tierra, el único deseo de Dios conrespecto a nosotros es apoderarse de nuestro corazón y reinaren él, no para labrarsu propia felicidad, porque ninguna nece-sidad tiene El de nosotros para ser feliz, sino para labrar la nues-tra; no solamente en la eternidad, sino aun en la presentevida ;puesto que, así la razón como la fey la experiencia nos enseñanque no hay verdadera felicidad para el hombre fuera de Dios.

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    IX

    decirse: "No, nunca podré yo hacer o sufrir tal o cual cosa,"sino más bien, reconociendo que somos incapaces del másinsignificante acto de virtud, decir: "Dios es todopoderoso; contal de que yo no me apoye sino en El, me será posible, y aunfácil, lo que sobrepuja mis fuerzas." Podemos decir a Dios conSan Agustín: "Dadme, Señor, lo que me ordenéisy mandadmelo que os plazca." No debemos extrañarnos tampoco de las re-pugnancias que sentimos, sino pedir sin cesar a Dios la graciade hacemos superiores a las mismas:y cuando las hayamos su-perado , guardémonos bien deatribuirnos la victoria , antesatribuyámosla enteramente a Dios. Finalmente procuremosevitar la presuncióny también la pusilanimidad: dos efectos queproceden, el uno de que contamos demasiado con nuestrasfuerzas, y el otro de que no contamos bastante con Dios. Lapusilanimidad procede de falta de fe; la presunción de la falta deconocimiento propio. El remedio para estos dos defectos esmirar a Dios como el único principio de nuestrafortaleza . Nohabría peligro alguno de que fuéramos presuntuosos siestuviéramos convencidos de que toda nuestra fortaleza nos

    viene de Dios; y tampoco seríamos jamás pusilánimes siestuviéramos bien persuadidos de que tenemos siempre anuestra disposición la misma fortaleza del que es Todopoderoso.

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