Microcuentos y cuentículos del mundo

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medicusmundi asturias celebra cada año su certamen de cuentos Doctor Luis Estrada sobre cooperación internacional, solidaridad y derechos humanos. Los cuentos ganadores son editados en este cuadernillo. En este último número presentamos a los ganadores de las tres últimas ediciones, XII, XIV y XV: "La noche lejana", "Duele", "Amargo" y "De mamoré" que nos trasladas a otros mundos, que son este, y a otras historias, que podrían ser las nuestras, en los países del Sur. ¡Buena lectura!

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Certamende cuentosCertamen de Cuentos

Dr. Luis EstradaEdiciones XIII, XIV y XV

Indice

DoctorLuis Estrada

Edita: Medicus Mundi AsturiasDepósito Legal: AS-2274/92Imprime: Gofer

medicusmundi asturias y Luis Estrada.....................................2

XIII Edición (año 2013)Acta del jurado...........................................................................3Primer Premio: “La noche lejana”,de Begoña Ruiz Fernández.....................................................4

XIV Edición (año 2014)Acta del jurado.........................................................................11Primer Premio: “Duele”, de Yose Álvarez Mesa............................................................12

XV Edición (año 2015)Acta del jurado.........................................................................17Primer Premio: “Amargo”,de Antonio Izquierdo Sánchez..............................................18Segundo Premio: “De mamoré”,de José Manuel Gómez Vega................................................23

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Doctor Luis Estrada

Estrada aparece en el diccionario: "Camino, sendero". El Doctor Luis Estrada González (Avilés, 1922-Oviedo, 2000),

presente en el origen de medicusmundi asturias ya desde que se forjara lacomisión fundacional creada en 1970 por un grupo de asturianos paratrabajar en los países en vías de desarrollo, abrió el camino. Estrada fuevocal hasta 1991 de las sucesivas juntas directivas de medicusmundiasturias, y desde entonces hasta su fallecimiento ocupó el cargo depresidente.

Burundi, en el corazón de África, marcó el comienzo. En 1970 sepuso en marcha en Ntita, la colina olvidada, el Hospital "Asturias", undispensario que hacía hincapié en las necesidades de medicina preventiva,maternidad, pediatría, educación para la salud y formación de personalsanitario. Ríos de enfermedades inundaban uno de los países másconflictivos de la región de los Grandes Lagos, donde medicusmundiasturias permaneció a lo largo de dos décadas. Había mucho trabajo porhacer allí. Y así, en avanzadilla, desbrozando el camino, creando la estrada,aprendiendo y aprehendiendo, fueron en aumento las acciones demedicusmundi asturias en diversos países del Sur; Malawi, Honduras,Nicaragua, Bolivia, microproyectos en Perú, Panamá, o el Congo.

Desde su fallecimiento, y en homenaje a su labor, medicusmundiconvoca anualmente el Certamen de Cuentos "Doctor Luis Estrada" sobrecooperación al desarrollo; el presente cuaderno presenta los cuentosganadores de las Ediciones XIII, XIV y XV.

Los cuentos, sin duda, constituyen un vehículo para la educación envalores, y para formar en la interculturalidad. Pero, sobre todo, los cuentos,como Luis Estrada, viajan, son migrantes, abren el camino.

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XIII Certamen de cuentos“Doctor Luis Estrada”

Convocado por medicusmundi Asturias

Reunido en LibroOviedo, el día 11 de mayo de 2013, a las12:30 h., el jurado formado por:

Paco AbrilJesús GonzálezEloína García

Actuando como secretariaEloína García

Acuerdan conceder el PRIMER PREMIO del XIII CERTAMEN DE CUENTOS “DR. LUIS ESTRADA”

a la obra presentada bajo el título “LA NOCHE LEJANA”, de laque es autora Dña. Begoña Ruiz Hernández, residente en

Ávila

Así mismo, acuerdan declarar desierto el Segundo Premio.

La entrega de premios tiene lugar en LibrOviedo el sábado 11de mayo de 2013.

En Oviedo, 11 de mayo de 2013

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Había un suceso de su vida que tardó mucho en com-

prender. Ocurrió en una noche lejana cuando tenía sieteaños, o quizás menos.

Una tarde en la que todo el campo olía a rebrote, su ma-má le dijo:

— Marcelo, nos vamos a la ciudad.— ¿Vamos a ver el mar? —preguntó entusiasmado, por-

que nunca lo había visto, pero había oído que allí había sire-nas y delfines y barcos con capitanes…

—No, no tan lejos, pero no te preocupes ya lo verás al-gún día.

Bajaron y subieron los cerros agarrados de la mano, eraun camino largo y terroso que se movía sin rumbo, Rosaura,la mamá, titubeaba y tuvo que preguntar a varios viajeros,además llevaba un atillo a la espalda con chompas y cobijasporque en cuanto se metiera el sol haría mucho frío y hastaque llegaran a la ciudad habría que pasar unas cuantas no-ches al amor de las estrellas.

Marcelo se agarraba a la mano callosa de su madre, a laque por aquel entonces se abandonaba con absoluta con-fianza. Su papá y sus hermanos grandes habían muerto tra-bajando en la mina hacía un año, entonces se quedaron losdos solitos y como no daban trabajo a una mujer en la mina,el niño la acompañó a la finca de una Doña que contratababraceros y cocineras. En el pueblo no había escuela, estabatan arriba que no llegaban ni los maestros.Todo el día juntitosmadre e hijo ¡Qué gusto! Hasta que con el tiempo frío no se

La noche lejanaBegoña Ruiz Hernández

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necesitaba mano de obra en la hacienda y Rosaura no sabíaqué hacer para ganar plata y comprar comida con la que ca-llar las tripas. Entonces se buscó trabajo por la noche y ahíempezó a acurrucarse el miedo junto a Marcelo en la cama.En cuanto empezaba a oscurecer algo se le metía en el es-tómago y le gatuñaba las tripas, todo anochecía, el sol se iba,la luna anochecía, las montañas anochecían, los árbolesanochecían y sobre todo su madre era la que más anoche-cía. Se pintaba los labios de rojo, se ponía los ojos rasgadoscomo una golondrina y unos zapatos de tacón que retumba-ban como truenos y la llevaban lejos.

La noche aprovechaba su propia negrura para hacer ydeshacer a sus anchas y se entretenía revolviendo toda esaoscuridad con un enorme cucharón, en esos momentos Mar-celo ya no estaba seguro de dónde se encontraba, había de-jado de ser, se hacía noche, estaba disuelto entre todo el ne-gro espesor… Con el tiempo el niño comprendió que la no-che jugaba con el mundo como si fuera un rompecabezas, ypor la mañana el amanecer colocaba cada cachito de uno enel sitio del día anterior. Sin embargo a Rosaura le ocurría al-go muy triste, cada mañana que aparecía ya no teníalos labios pintados, ni los ojos de golondrina …además lehabían puesto cachitos que no era suyos, porque venía muyenfadada y tan malita que muchos días vomitaba.

— Me sentó mal la noche, me la tragué. —aclaraba antela mirada de Marcelo.

Marcelo sabía que uno no se puede tragar la noche, tie-ne que dejarse arrullar y dormir, se lo contó su papá, ya demuerto. El niño se lo explicó a la madre, pero ella se iba a tra-bajar, y entonces se metía el miedo en la cama con Marceloy le decía que la mujer que venía por la mañana quizás ya notenía ni un cachito de su madre, aunque el niño presentía quesi la abrazaba por la mañana con todas sus fuerzas, nada ninadie podría romperla, y así lo hacía, no dejaba ni un resqui-cio entre los dos, ¡eso era vida! Sentir su olor, su calorcito, lasuavidad de su piel…

Una noche se despertó, pensó que estaba solo pero oyóruidos, de repente la cortina que había en el umbral de la re-

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cámara se había tornado en una puerta trancada. Mar-celo intentó abrir, pues oía a su madre gemir y lloriquear alotro lado de la puerta, pero no pudo vencer la cerradura consu golpes y su madre no contestó.

Por la mañana ante los porqués de Marcelo, Rosaura leexplicó:

—Es que ahora trabajo en casa, cielo, debía haberte di-cho que iba a poner una puerta, pero uno de mis clientes,que es carpintero, se presentó con ella, no oíste los golpes,dormías tan confiado, siento que te asustaras y te encontra-ras encerrado.

Después le habló del nuevo trabajo, Rosaura era quita-pesadillas, algunos hombres iban a casa para que ella lesquitara los malos sueños, y ya de paso se quedaban toda lanoche durmiendo con ella, porque por estas tierras hiela has-ta agarrotar los huesos, y ella daba mucho calorcito. Loshombres se olvidaban de la mala vida y se iban riendo a car-cajadas, tan contentos, voceando sin bocas.

Por otro lado las vecinas empezaron a llamarle palabrasuntadas de mentira, era sólo envidia porque ellas no sabíanquitar los malos sueños y a veces sus maridos las dejabancon la cena puesta por acudir a Rosaura. Tenía una voz muylinda, muchos hombres llegaban a casa con regalos, pero aella no le importaban, porque se quedaba muy triste, hastase le olvidaba su propio nombre y decía que se llamaba “Dul-ce”, “Carolina”… o lo primero que se le ocurriera.

Aquella tarde que fueron a la ciudad caminaban cuestaabajo muy callados, tanto silencio fatigaba y hacía jadear,para aliviarlo un poco, Marcelo hacía algún comentario, peroella no contestaba o hablaba de cosas raras que el niño noentendía….

Marcelo se palpó el bolsillo y notó la armónica que unode los hombres le había traído, y se le ocurrió que un pocode música podía alegrar a su madre. Tocó una melodía perono se puso contenta, al contrario, su llanto violento rompió lacalma de los cerros, Marcelo dio un brinco, los animalitoshuyeron asustados y una campana moribunda sonaba remo-

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ta, como cuando pasó lo de la mina.Se hizo de noche, ya quedaba poco para llegar al sitio

donde se cogía el bus para ir la ciudad, ella se lo explicó, pa-ra él era la primera vez que salía del pueblito…

—Tú sabes que te quiero ––le abrazaba––. Te haga loque te haga, te quiero.

Marcelo no pudo dormir, esas palabras se le metieroncomo una navaja en el pescuezo, le costaba tragar saliva, ledaba mucho coraje estar allí quieto dejándose arrastrar has-ta el infierno donde no había madres y ella debió notarloporque le apretaba contra su pecho.

Al amanecer cuando se levantaron y recogieron las co-sas, Marcelo sintió que su madre no era ya su madre. La sel-va se hacía poco a poco más frondosa, y el camino se des-dibujaba, se oía a los pájaros despreocupados. Los ojos deRosaura tampoco eran ojos, eran dos socavones, su cara notenía boca… El niño sospechaba que era la noche la que selo había robado.

Por otro lado, algo le decía que esa mujer sí era su ma-dre, sólo que tenía que dormir y abrazarla bien para que na-die le quitara ni una piececita. Estaba deseando que oscure-ciera para cumplir su propósito, pero mientras tanto el tiem-po charlatán y embustero le metió en la cabeza todos loschismes que aterrorizan a los niños chicos.

Él había oído cuentos sobre hombres que robaban lamanteca, decían que se llevaban a los niños lejos, engolosi-nándolos con caramelos o dinero y luego les sacaban el se-bo para venderlo a los ricos, que tienen mucho miedo a lamuerte, y que con la manteca se hacían remedios que de-volvían la salud. Había padres que amenazaban a sus hijoscon “como no te comportes, te vendo a un sacamantecas”.Marcelo sabía que cuando a uno le chupan la grasa, no tie-ne salvación porque los huesos solos se tronchan como ta-llos y no son capaces de coger bríos para volver al tiempo,pues la vida requiere mucha fuerza, Marcelo había visto aDoro que se quedó flaco por esa razón, y a él se le vino a lacabeza que su mamá iba a venderlo como si fuera unos ki-los de sebo sin más.

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—Mamá, ¿he sido malo? —preguntó— ¿me vas a vendera un sacamantecas?—No, mi amor ¿cómo se te ocurre eso?Al llegar al sitio más oscuro del mundo, donde sólo habíados árboles le dijo:—Elige uno.—¿Para que?—Quiero decir, ¿cuál de los dos te gusta más? Este árbolte cuidará. Yo nací a unos metros de acá, estos árboleshan sido como mis abuelos, nadie te hará daño.

Rosaura había soltado la bolsa en el suelo, por ellaasomaba una soga, el niño presintió un dolor anticipado, laaspereza de la cuerda en la piel y el olor a manteca frita.—¿Me he portado mal y me quieres castigar?—insistió.Rosaura hablaba de cosas que su hijo no entendía, lasilusiones, la vida, Marcelo empezó a llorar, lo que más leapenaba era pensar que ella ya no lo quería.

Mientras tanto Rosaura sacó las cuerdas, habíados, el niño sabía que era inútil gritar, porque si su madreno lo quería ¿quién lo iba a querer? Lloró y lloró, ella le diounos cuantos tragos para que se tranquilizara y Marcelo sedurmió… cuando se despertó estaba atado al árbol másbonito del mundo, pero su madre no estaba allí, tambiénestaba amordazado. El cielo lo miraba tranquilo, algunanubecilla juguetona pasaba despacio, y el sol calentabacomo siempre, cada uno a lo suyo, como si con ellos nofuera la cosa.

A Marcelo le costaba creer que le hubieraabandonado. No sabía el tiempo que pasó así, le dabatanta furia no poder moverse que se hizo sangre en lasmuñecas. Después de unos puñados de lágrimas, el vientointervino y empezó a malherirle con su aliento en lasorejas, el sol le requemó las narices, y el árbol no lesoltaba, estaba bien amaestrado. Pasó varias noches deruidos desconocidos, por la mañana vio como la tierra sedespertaba a su lado y que unas florecillas violetas leacariciaban, ya se contentó un poquitín y sintió en laduermevela que las ramas le pajareaban en los oídos.

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Después de un hormiguero de días, su mamá apareció, traíacomida, lo desató y lo besó con todas sus fuerzas. ¡Quégusto sintió después de haber sentido tanto pesar! Alapretarse a ella se untó de sangre, tenía una herida en elcostado.— ¿Alguien te apuñaló, mamá? —preguntó asustado.—No hijo, no es nada, es que fui al hospital a que mesacaran una cosita que tenía dentro del cuerpo y tuvieronque rajarme para sacármela. Algo que me estorbaba, nomás.—Sabía que la noche era una ladrona. Vamos a casa. ––ledijo después de comer.—No, mi amor, de momento no puedo andar y menos subircerros, además allí nadie nos quería… compré comida paraestos días, los árboles nos resguardarán.— ¿Por qué no me llevaste contigo? Yo te habría cuidado enel hospital, y ¿por qué me ataste? ¿Por qué me tapaste laboca?—A veces el miedo hace huir sin saber a dónde ––letranquilizaba––, te habrías perdido y jamás nos habríamosencontrado. — ¿Por qué no me dijiste que ibas al hospital y que allí losniños no pueden ir y…?

Marcelo siguió preguntando: por qué, y por qué… seabrazaba a su madre y lloraba y reía hasta que se le olvidabael porqué. Esos días que pasó allí cuidándola, aprendió acurar enfermos, y desde entonces cualquier enfermo es sumadre. Ella logró que Marcelo estudiara y se dedicara acurar heridas, es lo que hace ahora y se le da bien, esenfermero de una clínica de la ciudad. Marcelo tardó muchoen entender la acción de su madre, hasta hace unos añosno la comprendió, cuando trabajando en un puesto de saludde cooperación para países del sur, una mujer flaca ydesesperada, con un atillo en la espalda, le preguntó:

— ¿Cuántos dólares pagan acá por un riñón y cuántospor un hígado?

Marcelo comprendió y desde allí ayudaron a esamujer para que no tuviera que venderse.

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Begoña Ruiz Hernández

La abulense Begoña Ruiz (El Losar del Barco) confiesa que lainspiración para materializar “La noche lejana” le llegó en unviaje que hizo a Perú hace años en el que percibió trozos devida muy dura y unas almas con un aguante digno de elogiar,según sus propias palabras. Esta experiencia directa dio como

fruto la historia que aquí presentamos, «dura y cargada desuspense por la que pasan un niño y su madre en las tierras de

América del Sur».Begoña Ruiz es profesora del instituto José Luis López

Aranguren de Ávila, y entregada lectora que no se acercó a lapráctica de la literatura hasta hace unos años.

Ha publicado un relato en el libro “Cuentos desde la diversidad”(recopilación de obras de varios autores en torno a los másvariopintos aspectos de la diversidad funcional) y ha escrito

romances sobre la Santa Barbada o el castillo de “Aunque ospese”.

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Luis EstradaXIV Certamen de cuentos

“Doctor Luis Estrada”Convocado por medicusmundi Asturias

Reunido en LibroOviedo, el día 18 de mayo de 2014, a las12:30 h., el jurado formado por:

Reyes Martínez HernándezJavier López Guerrero

Mª Luisa Ruiz Fernández

Actuando como secretariaReyes Martínez Hernández

Acuerdan conceder el PRIMER PREMIO del XIV CERTAMEN DE CUENTOS “DR. LUIS ESTRADA”,

dotado con 600€, a la obra presentada bajo el título“DUELE”, de la que es autora

Dña. Yose Álvarez-Mesa, residente en Arnao, Asturias.

Así mismo, acuerdan declarar desierto el Segundo Premio

La entrega de premios tiene lugar enLibrOviedo el domingo 18 de mayo de 2014.

En Oviedo, 18 de mayo de 2014

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Por fin descansas, mi pequeña. Ojalá hubiera hecho

mucho antes lo que acabo de hacer: terminar con tu agonía,clavarte el puñal para ahorrarte el dolor de las pedradas.Cuántas lágrimas te habría evitado, cuánto sufrimiento, dehaberlo hecho en el momento en que la vida te dio la espaldapor primera vez. Aunque tenía tantas esperanzas de que elfinal hubiera sido otro… Confiaba tanto en la justicia humanay la divina… Pero me equivoqué.

Siento que es culpa mía que hayas muerto tresveces. Yo y solo yo fui culpable, aquel día, al enviarte a casade los abuelos a por harina para hacer tortas. Si aúnquedaban tortas en la despensa, no entiendo por qué meempeñé en hacer más. Aún recuerdo que tú estabas mirandopor la ventana al muchacho de los vecinos, mientras élrecolectaba berenjenas en el huerto. Yo me negabaentonces a admitir que mi niña se hacía mayor, pero almismo tiempo me enternecía ver en tus ojos todos aquellossueños que afloraban cada vez que contemplabasensimismada a Yacub.

Tus sueños se rompieron esa misma tarde cuando,de vuelta de casa de los abuelos, cargada con la bolsa deharina para las tortas, aquellos milicianos jugaron a serpoderosos, entre risas y desprecio absoluto por la niña quepedía clemencia. Te dejaron medio muerta en el camino, conlos sueños supurando por las heridas. Fue el fin de lasilusiones que bailaban en tus ojos. Tu primera muerte, mi pe-

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DueleYose Álvarez-Mesa

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queña. La primera agonía. El primer purgatorio.Maldije mil veces en silencio. Maldita yo, malditas

tortas, maldito Alá que permite estas infamias. Te mandé sinmás protección que tus trece años recién cumplidos. Nisiquiera te habías negado a hacer el encargo, no te dabamiedo, ya eras mayor y sabías ir sola a todas partes. Dijisteadiós con la mano, “vuelvo enseguida”. Pero no volvías, y lashoras pasaron, y cuando al fin te trajeron a casa tú ya noeras la misma, porque tu sonrisa se había quedado rota enaquel camino.

Interpusimos una denuncia, y cuando supiste que losculpables habían sido hallados y llevados ante el tribunal, elmiedo se apoderó de ti. No supe ver que solo querías olvidar,y te conminé a ser fuerte porque lo justo era que aquelloshombres pagasen por lo que te habían hecho. Y fuiste fuerte,pero nada pudiste hacer (nada pudimos hacer) contra elengaño. Te propusieron retirar la denuncia a cambio de lapromesa de una compensación económica por parte de losagresores, pertenecientes a un poderoso clan. Y tú accedistepensando dar una alegría a la familia, porque eso suponía elfinal de la pobreza, porque eras una niña y no tenías otroafán que recuperar tus sueños.

Yo te dije que ningún dinero podría comprar tudignidad ni compensarte por lo que te habían hecho, pero talvez no lo dije con demasiada convicción. Soy culpable deeso también, porque si hubiera insistido, es posible que tehubiera convencido de actuar de otro modo. Pero me dejéllevar por el entusiasmo de tu padre y por tu deseo de acabarcon todo. Y accedimos a aquel burdo apaño, sin saber quefirmábamos tu propia sentencia.

Porque no fue suficiente el mal que ya te habíanhecho, aún quedaba cerrarte la boca. En aquella pantomimade juicio se te acusó de tener relaciones con hombres sinestar casada, y de querer sacarles dinero. Y el juez tecondenó por adulterio y extorsión. No conocías aquellaspalabras, ni entendiste que se te culpara de algo. Tampocoyo lo entendí, ni siquiera papá comprendió qué estabapasando, ¿cómo íbamos a explicártelo?

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Cuando te llevaron de mi lado me miraste esperandouna respuesta, y yo no tuve ninguna, solo supe gritar y pedirjusticia, y tú, mi pequeña, te alejaste llorando e implorandoque te dejaran quedarte con tu mamá. Pero tus plegarias nofueron escuchadas, y esa fue tu segunda muerte, cuando lascreencias se te escurrieron como el agua entre los dedosdejándote vacía, con el convencimiento de que Alá tecastigaba por algo que habías hecho mal.

“Mamá, diles que me perdonen”, me rogaste, porqueestabas convencida de que yo tenía solución para todo:hacer crecer un vestido que te quedaba pequeño, multiplicarla comida en la cazuela, conseguir el permiso de papá parasalir de casa… Cuántas veces me dijiste que yo podía lograrimposibles. “Haces magia, mamá”. Sin embargo no pudehacer otra cosa que rezar para que el poder divino pusieraun poco de cordura en aquella sinrazón. Aunque Alá debíaandar ocupado en otras cosas.

Pediste perdón, mi pequeña, como si hubierascometido algún delito. Pero no hubo clemencia para ti sinouna condena a muerte por lapidación. Te enterraron hastalos hombros y taparon tu cara, para que nadie viera que lapersona que allí se ajusticiaba era una niña. Tus gritosfueron ahogados por el ruido de las piedras y el griteríogeneral, incluidas las risas de los agresores, que con tumuerte tapaban su cobarde crimen.

Pero esta vez sí pude cambiar las cosas y ahorrarteaquel absurdo tormento. Logré acercarme y destapar tu carapara que todos pudieran verte, para que pudieras verme,para que no te sintieras sola y abandonada. Sonreí para quetu última imagen fuera la del amor de mamá, y te clavé unpuñal en la garganta, mi pequeña, el puñal que te liberó detodas tus agonías, de todos tus purgatorios. En unossegundos las piedras cesaron, tu cara quedó limpia delágrimas, y tu gesto fue de gratitud. Entonces cerraste losojos, y una sonrisa de serenidad se congeló en tus labios. Teacaricié el rostro, ordené tus cabellos, y supe que te habíasido. Tu tercera muerte, la última y definitiva, la que yo mismadecidí cambiando los designios de aquellos a quienes impor-

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tabas menos que el polvo de sus zapatos. No me quedabaotra opción. Te lo debía por todo cuanto no pude hacer antespor ti.

Me hice fuerte esperando un imposible y ya soportolos golpes del destino sin apenas quejarme, por lo que me daigual lo que puedan hacerme ahora. Por eso, cuando veoacercarse al ulema, murmuro bajito, conteniéndome todo loque puedo (aunque no sé cuánto tardaré en gritarlo a loscuatro vientos): Eres un cabrón, Alá, eres un grandísimocabrón hijo de puta.

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Yose Álvarez-Mesa

Yose Álvarez-Mesa nació en Asturias, donde vive actualmentedesarrollando una interesante labor cultural. Su obra abarca

todos los géneros literarios, especialmente la poesía. Hapublicado hasta la fecha catorce libros y participado en

diversas antologías y revistas culturales. Desde 2005 hastahoy le han sido otorgados más de un centenar de premios

literarios, tanto en verso como en prosa.

Además es Miembro de la Sociedad Cultural Gijonesa,coordinadora de la revista literaria KALEPESIA, colaboradoradel programa de radio “Versos al aire”, Onda Maracena Radio(Granada), y es miembro de la Sociedad General de Autores y

Editores (SGAE).

Su blog:yosealvarez.blogspot.com.es

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Luis EstradaXV Certamen de cuentos

“Doctor Luis Estrada”Convocado por medicusmundi Asturias

Reunido en LibroOviedo, el día 9 de mayo de 2015, a las13:00h., el jurado formado por:

Carmen González CasalJaime Poncela

Cristina García FernándezMónica Peña Álvarez

Lucía Nosti Sierra

Actuando como secretariaLucía Nosti Sierra

Acuerdan conceder el PRIMER PREMIO del XV CERTAMEN DE CUENTOS “DR. LUIS ESTRADA”,

dotado con 600€, a la obra presentada bajo el título“AMARGO”, del que es autor

D. Antonio Izquierdo Sánchez, residente en Guadalajara.Así mismo, acuerdan conceder el SEGUNDO PREMIO,

dotado con una litografía del artisto Francisco Velasco, a laobra presentada bajo el título “DE MAMORÉ”, de la que esautor D. José Manuel Gómez Vega, residente en Madrid.

La entrega de premios tiene lugar enLibrOviedo el domingo 9 de mayo de 2015.

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AmargoAntonio Izquierdo Sánchez

El niño debía de tener tres o cuatro años. O cinco, o

seis. Es complicado calcular la edad de los críos que se vana morir de hambre porque llevan mucho tiempo sin crecer.Estaba desnudo, con su tripa hinchada, sentado en un orinalverde con la estampa de Mickey Mouse. Quieto, callado,mirando nada. Me acerqué despacio a él, me arrodillé paracolocar mis ojos a la altura de los suyos y esperé. No sabíaqué estaba esperando porque él ni siquiera se fijaba en mí.Sentí que yo era trasparente. No tenía pelo en la cabeza y sucara estaba cubierta por una fina baba de color verdoso. Notenía expresión.—Está muerto, pero él no lo sabe.

Miré a mi espalda y vi al hombre que me acababa dehablar en francés. Era un médico del puesto de socorro. Meincorporé y le miré de frente:—¿Qué quiere decir?—Está deshidratado. Ya no se puede hacer más. Su cuerpoya no admite nada.—¿Y sus padres?—Le dejaron aquí hace unos días, como a todos los demás.La carpa, amplia, situada a las afueras de Mogadiscio,estaba repleta de niños y niñas de todas las edadestumbados o sentados sobre la tierra. Algunos tenían goteros,otros parecían dormidos. Silencio y calor. El calor deMogadiscio en enero es como si una serpiente reptara pordentro del cuerpo de un hombre y fuera mordiendo cadavíscera.

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—¿Quiere un poco de té? —me preguntó el médico.—¿Y no van a hacer nada?—Usted sabe que hacemos todo. Ahora hay que respetarley dejarle en paz.

El médico, voluntario, tomó al niño como si fuera unjilguero y lo colocó entre sus brazos como si fuera aacunarle. Y le acunó. Durante un momento senti que yosobraba allí. El hombre dio unos pasos y depositó el cuerposobre una estera limpia, en el suelo.Se volvió y me miró.—Volveré al caer la tarde —me despedí.

Pasé el resto del día trabajando en la ciudad. Laguerra era allí, en Somalia, una forma de vida y los marinesnorteamericanos acababan de llegar para llevar a cabo laque fue conocida como la primera invasión de la historia pormotivos humanitarios. Los yanquis no sabían a qué seenfrentaban. Pensaban que los portaviones, aparatos decombate, helicópteros, carros blindados y cascos con visiónnocturna serían suficientes para controlar el territorio, ponerorden en el caos y atacar la hambruna. No sabían que unsomalí es un Estado en si mismo, que la muerte no es másque un trámite. La propia. La ajena sólo es rutina. Almediodía encontré una buena historia para ilustrar labarbarie. Mientras caminaba por cualquier calle del centro,casi solitaria, salpicada de coches quemados y de basura,me crucé con un hombre alto, espigado, como son ellos. Memiró profundamente en un segundo y me identificó.—Are you journalist?—Yes.—Wait, wait.

El inglés de los somalíes, como el de los árabes, esel más fácil del mundo para un español porque marcan tantolas erres y las tes, que suenan como si estuvieran escritas.—¿Tienes cámara? ¿Quieres grabar algo bueno? —mepreguntó.—¿Qué quiere que grabe?Metió la mano en su chilaba y dos segundos después estaba

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apuntándome al estómago con una pistola.—No pasa nada —dijo —. No es para ti. Vamos a esperar aque pase alguien y tú grabas.—No quiero grabar eso —respondí.El arma se elevó hasta apuntar a mi cara.—Te va a gustar. Es una noticia, ¿no?—¿Vas a matar a alguien para que yo lo grabe?—Es una noticia, ¿no?—No, es un asesinato.—Wait, wait.

Unos minutos después llegó la víctima. Aquel chicono debía de tener más de 16 años. Vestía un pantalón negrolleno de lamparones y una camiseta del Barcelona F.C.Mientras se acercaba al lugar en el que nos encontrábamosnosotros evitaba mirar hacia cualquier lugar que no fuera supropio camino.—¡La cámara, la cámara! —me dijo excitado el hombre.

Como no reaccioné, dejó de apuntarme, dio treszancadas hacia el muchacho, se colocó a su costado y legritó algo en somalí mientras le apuntaba con el arma. El niñofrenó en seco, le miró con los ojos muy abiertos y se arrodilló.El hombre colocó su mano izquierda sobre la cabeza delchico y apoyó la boca de la pistola en su frente.—¡Graba! ¡Es bueno!

Todo lo demás lo recuerdo como a cámara lenta. Conmi mano derecha desasí la cinta de la mochila de mi hombroizquierdo, y con mi mano izquierda hice lo mismo en elhombro derecho. Deposité el bulto en el suelo y elevé misbrazos como si él me estuviera apuntando a mí y no aladolescente.—No voy a grabar un asesinato —me escuché decir.—¡Grábalo!No reaccioné.—¿Quieres que le mate y tú grabas? —me preguntó en untono de voz que nodenotaba ninguna excitación.—¡No!

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El sonido de una bala que sale de la boca de unapistola pegada a la frente de un hombre es un sonido chato,no un estruendo. Mientras el chico caía desplomado en elsuelo, no escuché más que los latidos de mi corazón.—Are you a journalist? ¡Shit juournalist!

Lo dijo mientras se incorporaba. Metió la pistola en elbolsillo de su chilaba y siguió su camino.

Al atardecer, antes del toque de queda, volví a lacarpa de atención médica. Todo seguía igual. Busqué con lamirada al niño, pero no le encontré. Había otros como éltumbados a lo largo de la lona que les aislaba del exterior.Algunos me miraban sin demasiado interés; otros dormían osimplemente se mantenían desfallecidos. Y el silencio.

No pasó mucho tiempo hasta que apareció el médicocon el que había hablado por la mañana.—¿El niño? —le pregunté.

Me dio la espalda sin hablar y se dirigió a una de lasesquinas del puesto. Le seguí. Al llegar, señaló un pequeñomontón de cinco o seis sacos marrones, los mismos que seutilizan para transportar el arroz y legumbres en loscargamentos humanitarios.—Es uno de ésos. Murió un par de horas después de irseusted.

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Antonio Izquierdo Sánchez

Antonio Izquierdo es periodista. Durante los últimos 30 añosha presentado y dirigido espacios informativos y de debate en

la radio y en Antena 3 Televisión. Fue corresponsaldiplomático y enviado especial en la cobertura de conflictos

como la primera guerra del Golfo, los Balcanes, Afganistán oRuanda. Durante diez años condujo “Punto de Mira”, un

programa de reflexión sobre asuntos sociales emitido a travésde Antena 3 Internacional. Ha publicado dos novelas: “La

mitad de los pecados”, finalista del Premio Azorín de Novela, y“Miguel Montes, una vida en prisión”, que narra la historia real

del que fue el preso más antiguo de España.Su tercera novela se titula “Tócame, tonta” y está pendiente

de publicación.

“Escribo porque no sé hacer otra cosa, porque es la mejorforma que conozco de comprometerme con lo que merodea, de mostrar mi desacuerdo con lo que veo, mi

apoyo o mis ganas de que las cosas cambien. Tambiénescribo porque, desde que tengo uso de razón, no me

recuerdo a mí mismo ni un solo día de mi vida sin un libroen las manos”.

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De MamoréJosé Manuel Gómez Vega

“Vivir en cualquier parte del mundo hoy en día y estar encontra de la igualdad de raza, color o género es como vivir

en Alaska y estar en contra de la nieve”. William Faulkner

La necesidad daba la verdadera medida del terreno,no el catastro. Apenas treinta metros por veinte, un solar dela colonia Berlín al que no hacía falta sisar para bancos,farolas o papeleras, porque bastante era con poder levantarlas paredes y techo que ampararían a los enfermos. Elurbanismo atroz de mi país de origen no había llegado aHonduras, al menos no a los lugares más pobres. Sí nosllegaban, en cambio, benditas migajas, en mi caso paramaterializar la gran ilusión con la que había arribado:construir una pequeña clínica.

Pero las semanas pasaban y el viento y la lluviaseguían campando a sus anchas por el solar, teñido deverdes y marrones, y las ocasionales batas blancas dequienes venían a visitarme. Los médicos me contaban quese veían obligados a tratar a los enfermos de tuberculosis enla misma clínica en la que atendían los partos. A mí se merompía el corazón, porque tenía algo de maquinaria,material, planos… pero la maldita crisis había bloqueado lapartida de dinero con la que poder contratar a lostrabajadores.

Vinieron a hablarme tras el chaparrón de mediatarde, llamaron a la puerta de la caseta en la que yo mededicaba a desesperarme. Las mujeres se ofrecían atrabajar gratis.

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La clínica era una necesidad en la colonia, pocas familiashabía que no contasen entre sus miembros con algúnafectado por la tuberculosis. Al frente de ellas iba una jovenvestida de arriba abajo de verde lima. Les expliqué que laconstrucción no era un trabajo cualquiera; yo necesitabatrabajadores cualificados, no un grupo de mujeresvoluntariosas. Se marcharon en silencio.

A la tarde siguiente me saludaron y se distribuyeronpor el solar. Arrancaban hierbas y movían piedras. Aquelladocena de mujeres perdían el tiempo miserablemente, y asíse lo hice saber, a gritos. Pero ellas sonreían, daban golpesde azada aquí y allá, como pajaritos escarbando a labúsqueda de lombrices, y cantaban:

A la orilla del río Verbena, de Mamoré,flores de mimé; tengo sembrado,

azafrán y canela verbena, de Mamoré,flores de mimé, pimienta y clavo

Había algo insólito en la escena, conmovedor. Cadatarde llegaban más mujeres. Una vez arrancada lavegetación, la joven de verde lima se acercó hasta mí parapreguntarme qué sería lo siguiente, y yo le mostré los planoscon la intención de asustarla; quería que comprendiese queun puñado de gentes con azadas no podía levantar unaclínica. Pero todo lo que entendió, o quiso entender, fue quehabía que allanar el terreno. Las vi reunirse, cuchichear entreellas y dirigirse hacia las irregularidades del solar.

En la falda de la montaña, de Mamoré, flores de mimé, están sembrando,

un yucal, un cañal y canela, de Mamoré, flores de mimé y maíz morado.

Al cabo de una semana observé cómo un hombre seacercaba al grupo y discutía con una de las mujeres. Imaginéque sería su marido, quizá requiriendo su presencia en casa.Sucedió más veces, con otros hombres, algunos tan jóvenes

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que seguramente fuesen hijos. No obstante, lejos dedisminuir, el contingente de mujeres continuaba creciendo.En aquel solar, delante de mí, se estaba librando unacuriosa batalla que trascendía mi presencia y hasta elproyecto de la clínica.

Cuando quiero cantarle a mi chato, de Mamoréflores de mimé, con mi charanga,

ensillo mi borrica, de Mamoré, flores de mimé y voy montada.

Un grupo de hombres vino a hablarme. Pensé quepedirían mi colaboración para acabar con aquella reunión,pero me equivoqué: pedían permiso para trabajar ellostambién, con la maquinaria. No requerían un salario; mejordicho, su salario sería reconciliarse con las mujeres.Sucedió que hombres y mujeres trabajaban, que lasabuelas y abuelos llegaban con ollas de tamalitos, horchatay vino de coyol, y que al anochecer todos cantabanalrededor de una hoguera. En menos de un año, mi ilusión—nuestra ilusión compartida— lucía espléndida ante losojos. En la nueva clínica, funcionando en exclusiva comomaternidad, nació mi primer hijo. Sí, yo también habíaacabado bailando, con la mujer de verde…

Tírame una lima, tírame un limón, tírame las llaves de tu corazón.

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José Manuel Gómez Vega

Es un leonés residente en Torrejón de Ardoz (Madrid), doctor enCC. Químicas por la Universidad de Oviedo, y descubridor de la

Atlántida (dice que es en serio, y que así lo explica en “ViajeCero”, su último libro). Recientemente se ha venido probandocomo cuentista y he recibido algún que otro premio por ello,

como el Literatura y Bibliotecas de la Comunidad de Madrid, elCiudad de Arnedo o el Sol Cultural de Santander, entre otros.

Su blog: circulodemeditacion.wordpress.com

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