PINKY ZUBERBÜHLER Y PEDRO HUNTER - Rodolfo Vera...

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La bisnieta de Enrique Anchorena Castellanos y Ercilia Cabral Hunter posa junto a su marido en el mismo lugar donde se casaron hace dieciocho años y cuentan los secretos de este legendario paraíso verde La Ferme fue proyectada por Alejandro Bustillo en 1927 PINKY ZUBERBÜHLER Y PEDRO HUNTER ABREN LAS PUERTAS DE “EL BOQUERON”, LA ESTANCIA DE LOS ANCHORENA EN MAR DEL PLATA Cuando Enrique Anchorena le encomendó al alemán Hermann Bötrich que diseñara el parque de 300 hectáreas, le pidió que trajera plantas de todo el mundo, ya que la botánica era una de sus pasiones. “Fue la obra de la vida de ‘Papá Enrique’ y él se ocupó hasta el último de sus días”, cuenta Pinky. Entre el monte se destaca “La Ferme”, la edificación con la que Bustillo recreó las viejas construcciones de trabajo de la campiña francesa. Izquierda: los anfitriones.

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La bisnieta de Enrique Anchorena Castellanos y Ercilia Cabral Hunter posa junto a su marido en el mismo lugar donde se casaron

hace dieciocho años y cuentan los secretos de este legendario paraíso verde

“La Ferme” fue proyectada por Alejandro Bustillo en 1927

PINKY ZUBERBÜHLER Y PEDRO HUNTER

ABREN LAS PUERTAS DE “EL BOQUERON”, LA ESTANCIA DE LOS ANCHORENA EN MAR DEL PLATACuando Enrique Anchorena le encomendó al alemán

Hermann Bötrich que diseñara el parque de 300 hectáreas, le pidió que trajera plantas de todo el mundo, ya que la botánica era una de sus pasiones. “Fue la obra de

la vida de ‘Papá Enrique’ y él se ocupó hasta el último de sus días”, cuenta Pinky. Entre el monte se destaca

“La Ferme”, la edificación con la que Bustillo recreó las viejas construcciones de trabajo de la campiña francesa.

Izquierda: los anfitriones.

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S e abre la tranquera y un ca-mino de árboles conduce a un jardín de colores deslum-

brantes, repleto de hierbas salvajes y hojas que cubren los arbustos. Es otoño y, sobre una loma, se aprecia una de las construcciones que conforman “El Boquerón”, la legendaria estancia que Enrique Anchorena Castellanos y Ercilia Cabral Hunter le encargaron a Ale-jandro Bustillo y que se inauguró en 1927. Se trata de una propiedad que forma parte de los anales de la historia marplatense: junto con “Chapadmalal” –el campo funda-do por los Martínez de Hoz– y “La Armonía” –de Manuel José Cobo y Clara Ocampo–, conforma la trilogía de estancias que datan de cuando la ciudad balnearia se co-nocía en el mundo como la Biarritz de Sudamérica.

Entre profusas arboledas que se

encrespan hasta formar un paisaje quebrado, el casco luce majestuo-so, rodeado de sierras bajas y mon-tes lejanos. Ahí, Rosa Luz “Pinky” Zuberbühler y su marido, el em-presario azucarero Pedro Hunter (dieciocho años de casados, dos hijos, y ambos descendientes de Juan Esteban de Anchorena y Zan-dueta, el primer Anchorena que llegó a Argentina, en 1751), espe-ran en la casa donde cada rincón les trae recuerdos de su infancia. “Acá seguimos pasando el verano, creo que no cambiaría esta casa por nada en el mundo”, cuenta la hija de Jaime Zuberbühler y Rosita Casares. “Esta estancia la hizo mi bisabuelo Enrique en tierras que heredó de su madre, la famosa te-rrateniente Mercedes Castellanos. ‘Papá Enrique’, como lo llamamos, ya tenía una casa en Mar del Plata, donde desde principios de siglo

pasaba todo el verano, pero decidió construir esta propiedad de gran va-lor arquitectónico y paisajístico para darle forma y vida a una estancia mo-derna”, cuenta.

En aquel entonces, Argentina era uno de los países más ricos del mun-do y su gente apostaba por el desa-rrollo nacional, por lo que varios es-tancieros empezaron a rivalizar entre sí para ver quién construía el campo más imponente. Las cosas se hacían a lo grande, para eso sobraba espacio y fortuna, y Enrique le encomendó al paisajista alemán Hermann Botrich el diseño de un parque de 300 hectáreas que rodeara un conjunto de construc-ciones que incluía una cancha de golf de nueve hoyos –diseñada por el céle-bre Alister MacKenzie, el mismo que ideó la del Jockey Club–, una pileta de natación y una capilla. También le pidió que creara un sistema de cana-les y lagos para poder andar en bote.

Mercedes Castellanos de Anchorena bautizó la estancia en honor de la batalla librada en 1866

durante la Guerra de la Triple Alianza

Izquierda: el living está decorado en su mayoría con piezas del norte argentino, alfombras turcas y una gran obra de Eduardo Hoffmann. Izquierda, abajo: detalle de un ajedrez con piezas de papel maché con forma de mariachi que compraron en México. Abajo: Pinky, en uno de sus rincones favoritos, donde le gusta leer en los días de lluvia. “Me encantan las

sierras y el silencio que se disfruta acá”, cuenta.

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Arriba: Pedro jugando al pool, otro de sus hobbies. Abajo: la sala cuenta con puertas de vidrio repartido y está decorado con dos sillones de ratán y una obra de Matielli, un artista italiano

que se hizo famoso en Weimar en el siglo XIX. Derecha: la biblioteca –con muebles de distintos estilos– refleja el amor de los dueños por la literatura. Allí también disfrutan de ver películas

y series de televisión.

Enrique vio crecer a sus cinco hijos al mismo tiempo que se extendía la arbole-da de su emblemática estancia, y cuan-do murió, en 1951, el campo –en aquel entonces, de 4300 hectáreas– se dividió entre los herederos: Nicolás, Enrique, Alberto y las mellizas Ercilia y Amalia.

Jaime es hijo de Amalia Anchorena y Ri-cardo Zuberbühler y actual propietario de “La Ferme”, el sector más emblemático de “El Boquerón”. Ahí, su hija “Pinky” recibe a ¡Hola! junto a su marido y muestra el ver-dadero savoir vivre de la vida campestre.

LA ESTANCIA DE SU NIÑEZ–¿Cuáles son tus primeros recuerdos

de “El Boquerón”?–Mis primeros recuerdos se asocian a

los veranos, porque apenas terminába-mos el colegio nos instalábamos acá. Es un lugar que siempre asocio con la pla-ya y el mar. Me encanta el agua, por eso los días de mi infancia en Playa Grande

siempre estarán en mi memoria.–¿Qué es lo que más te gusta de este lugar?

–Los árboles centenarios, sus sierras, el silencio… Porque la naturaleza es de las pocas cosas que me transmiten paz y me desconectan del mundo. Siempre que puedo salgo a correr por el parque y cuando paro a descansar aprecio los pai-sajes quebrados.

–¿Qué es lo que hace único al campo argentino?

–Supongo que la diversidad y la gran-deza de sus dimensiones, porque Argen-tina es un país inmenso y con grandes cualidades. Y eso se ve reflejado en su campo y en la gente que lo habita. Como argentinos debemos sentirnos privilegia-dos por el suelo que tenemos y la fertili-dad de su tierra.

–Son pocas las estancias que quedan. ¿Te sentís con el compromiso de cuidar de “El Boquerón”?

–Totalmente, porque mi padre nos edu-

có con la responsabilidad de preservar este fabuloso casco. Aunque tuvieron que pasar algunos años para darme cuenta del gran valor arquitectónico e histórico que tiene este lugar, hoy le agradezco a la vida que me dé la oportunidad de pasar mis veranos en una casa hecha por Busti-llo, un maestro de la estética, y poder to-mar el té viendo un parque diseñado por Bötrich. Cada vez que cruzo la entrada me sorprende la combinación de colores, los árboles, la solidez de sus construccio-nes. Adoro disfrutarlo y compartirlo con mis seres queridos. Siempre se dijo de los Anchorena que fueron inmensamente ri-cos. Es cierto, pero fueron bastante más que eso. Más allá de otros méritos, deja-ron su huella en lo que mejor sabían ha-cer: sus estancias. Si se hiciera una lista de los mejores cascos de nuestro país, sería difícil no incluir “Acelain”, “San Ramón”, “El Boquerón”, “Azucena” y “La Barra” de San Juan, en Uruguay.

“Más que un hombre de campo, soy un enamorado del campo. La tranquilidad que me da este lugar no tiene precio” (Pedro)

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“FUE UNA NOCHE MAGICA”–¿Qué representa esta estancia en

tu historia de amor?–Es uno de los escenarios más

importantes de nuestra relación, porque aquí nos casamos, el 2 de marzo de 1996, y pudimos tener la boda de nuestros sueños. La cere-monia se celebró en la pequeña ca-pilla de piedra que “Papa Enrique” mandó construir y la comida se sir-vió en uno de los jardines. La fiesta se hizo en el patio central del casco y se decoró con decenas de antor-chas. Fue una noche mágica que to-davía hoy se recuerda en todas las reuniones de los Anchorena.

–Se casaron al poco tiempo de conocerse. ¿Qué viste en Pedro que te hizo convencer de que era el

“El Boquerón”, junto con “Chapadmalal”

y “La Armonía”, conforma la famosa trilogía de estancias

marplatenses

Izquierda: el comedor, que mantiene el mobiliario original y

está decorado con varias cabezas de cérvidos, está listo para recibir invitados. Los esquís que decoran

la pared central datan de la década del 20 y pertenecieron a Mariano “Maneco” Demaría Sala, marido

de Ercilia Anchorena. El reloj, de fabricación alemana, llegó a la estancia en 1927 y es la pieza favorita de Jaime Zuberbühler, actual propietario. El teléfono, que conserva su lugar original,

fue el primero que se instaló en la casa. Izquierda, abajo: todas las

habitaciones están decoradas con muebles rústicos y alfombras de lana. Derecha y abajo: la cocina

es uno de los pocos ambientes que mantiene su estructura original, un

fiel reflejo de la vida de campo a principios del siglo pasado.

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hombre de tu vida?–Me presentaron a Pedro

en un casamiento de unos amigos en común y desde la primera vez que lo vi sen-tí que lo conocía de toda la vida. Días después me invi-tó a salir y desde entonces jamás nos separamos. Fue tal nuestra afinidad que a los tres meses me propuso matrimonio y a los siete es-tábamos caminando hacia el altar. Pedro es el amor de mi vida y desde el primer momento me enamoraron de él su hombría y su cui-dado. Es una persona que sabe ejercer la autoridad y que siempre nos hace sen-tir protegidos.

–Pedro, ¿les inculcaste a tus hijos el amor por el campo?

–Recién casados, Pinky y yo nos instalamos en Dai-reaux, en la provincia de Buenos Aires, y ahí pasa-ron mis hijos sus primeros años de vida, un período lleno de inocencia que desarrolló en ellos un ca-riño especial por la vida campestre. De hecho, les

encanta pasar los veranos en “El Boquerón”.

–¿Qué es lo que te ena-moró de tu mujer?

–Pinky es una mujer muy simple y buena. Una gran madre y una excelen-te profesional. Pero creo que lo que me cautivó fue su transparencia, porque ella es tal como la ves. Una persona que, como yo, tie-ne un gran respeto por sus antepasados y que está muy orgullosa de sus orí-genes. Y eso me encanta.

–Ella es una nutricio-nista muy reconocida... ¿Es tan estricta en casa con la alimentación?

–¡Para nada! Porque aunque es una persona que come muy sano, jamás nos impuso un régimen espe-cifico. Lo que sí hizo con mucha meticulosidad fue enseñar a nuestros hijos a comer de forma nutritiva y equilibrada. A mí me encan-ta cocinar, así que muchas veces prendo la parrilla y la sorprendo con un asado.

–¿Sos un hombre de campo?

“Esta estancia es uno de los escenarios más

importantes de nuestro amor, porque aquí nos

casamos y pudimos tener la boda de nuestros sueños”

Arriba: en la galería ya está servida la mesa para tomar el té. La naturaleza y la arquitectura se combinan a la perfección. Abajo: la capilla en la que se casaron el 2 de marzo de 1996. En la otra página: con la Negra, una de sus

yeguas favoritas.

Arriba: Pinky y su perra Cleo, la guardiana de la casa. Abajo: una vista del espectacular patio empedrado de “La Ferme”. Derecha:

Ercilia Cabral Hunter (1880-1973) y Enrique Anchorena Castellanos (1878-1951), fundadores de “El Boquerón”.

“Los Anchorena dejaron su huella en lo que mejor sabían hacer: sus

estancias” (Pinky)

–Aunque me crie y viví en el campo, no me considero así. Creo que más que un hom-bre de campo soy un hom-bre enamorado del campo. Hay muchas cosas que me gustan de la vida en la ciu-dad, pero la tranquilidad que te aporta la vida cam-pestre no tiene precio.

–¿Cuál es su fórmula para seguir juntos después de dieciocho años de casados?

–Primero que nada, el

amor y el respeto. Somos una pareja que todo lo habla y lo decide en con-junto. A lo largo de todos estos años hemos apren-dido a querernos y a cui-darnos mucho.•

Texto y producción: Rodolfo Vera Calderón

Fotos: Tadeo Jones

Maquillaje y peinado: Analía Cermelo, para Studio Make Up, Mar del Plata

Agradecimientos: Benito Fernández, Rapsodia, La Dolfina y Rossi & Caruso

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