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septiembre 2016 41 Punto de diálogo y comunicación entre los miembros del DIMI y sus Naciones Punto de diálogo y comunicación entre los miembros del DIMI y sus Naciones Punto de diálogo y comunicación entre los miembros del DIMI y sus Naciones Por Ricardo Castañón Gómez, Ph.D. Tengo el privilegio de conocer con bastante inti- midad a centenares de hermanas sucesoras de Santa Teresa de Calcuta. Las veces que comparto con ellas durante los Talleres espirituales que dicto hace años en distintas regiones del mundo, aunque yo sea el disertante, el enriquecimiento más elevado, confieso, es para mí. ¿Por qué? Las personas que he ido conociendo, procedentes de cada Continente. Se distinguen por su carácter valiente y generoso que no se inhibe ante ningún desafío que provenga de la pobreza y de la mise- ria. Las he visto atender personas mutiladas con tejidos infectados y necrosados, carcomidos por gusanos que pululan, sin que eso altere la sonrisa amorosa de sus labios ni paralice la agilidad de sus manos mientras desinfectan, curan y lavan el cuerpo del necesitado al que la indigencia inclemente también quiere aniquilar su cuerpo. He constatado su obra en un lugar de Centro América conocido como “El Matadero”, zona peligro- sa a la que nadie podía ingresar sin salir cadáver. El párroco del lugar me indicó que la primera semana que asumió la parroquia del lugar tuvo que atender 80 casos de defunciones violentas. Hoy, cinco años más tarde, me lleva a pasear por el antiguo Matadero, convertido en paseo libre y pací- fico. Fue la labor del sacerdote junto a las hermanas de Calcuta que con Amor, un Crucifijo en una mano y en la otra un Rosario hicieron la gran obra. En cierta ocasión trabajé con ellas en una zona temible del Bronx en la que se concentraban 14 pandillas mortales y agresivas. En la noche de mi primera visita, el parque del vecindario estaba asediado por policías; los helicópteros en intensa labor de rastreo; ambulancias atentas: violencia entre pandillas, muertos y heridos. “Es lo usual en la zona” –decía un policía resignado. En noviembre del año pasado pasé por el mismo parque. Había muchos jóvenes. Dos religiosas, pequeñas de estatura, caminaban a mi lado. Una era originaria de la India y la otra de Japón. Los pandilleros se levantaban para saludarlas con efusión educada mientras elevaban sus manos en alto: querían mostrar que no tenían ni armas ni cuchillos. Ellas sonreían satisfechas, eran los frutos de su amoroso trabajo y de su significativa presencia en el temible lugar. ¡Qué honor trabajar con ellas! Son las que construyen en silencio y en anonimato un mundo de paz. Aquél que los grandes políticos quisieran construir a veces con armas. Desde un rincón del mundo, una mujer pequeñita, encendió una gran mecha incendiaria eficaz que ahora se reconoce como sinónimo de Amor, Servicio y Esperanza. A sus sucesoras hoy, es fácil identificarlas, están siempre donde viven los más pobres, los más en- fermos, los más necesitados. Llevan un Sari azul y blanco, sencillo pero imponente, pues ilumina pue- blos, ciudades, continentes en todo el mundo, continuando un proyecto que empezó en el corazón de una generosa mujer de nombre de Teresa, hoy conocida en muchas latitudes como la Santa de todas las naciones y de todas las religiones.

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Por Ricardo Castañón Gómez, Ph.D.

Tengo el privilegio de conocer con bastante inti-midad a centenares de hermanas sucesoras de Santa Teresa de Calcuta. Las veces que comparto con ellas durante los Talleres espirituales que dicto hace años en distintas regiones del mundo, aunque yo sea el disertante, el enriquecimiento más elevado, confieso, es para mí. ¿Por qué?

Las personas que he ido conociendo, procedentes de cada Continente. Se distinguen por su carácter valiente y generoso que no se inhibe ante ningún desafío que provenga de la pobreza y de la mise-ria. Las he visto atender personas mutiladas con tejidos infectados y necrosados, carcomidos por gusanos que pululan, sin que eso altere la sonrisa amorosa de sus labios ni paralice la agilidad de sus manos mientras desinfectan, curan y lavan el cuerpo del necesitado al que la indigencia inclemente también quiere aniquilar su cuerpo.

He constatado su obra en un lugar de Centro América conocido como “El Matadero”, zona peligro-sa a la que nadie podía ingresar sin salir cadáver. El párroco del lugar me indicó que la primera semana que asumió la parroquia del lugar tuvo que atender 80 casos de defunciones violentas. Hoy, cinco años más tarde, me lleva a pasear por el antiguo Matadero, convertido en paseo libre y pací-fico. Fue la labor del sacerdote junto a las hermanas de Calcuta que con Amor, un Crucifijo en una mano y en la otra un Rosario hicieron la gran obra.

En cierta ocasión trabajé con ellas en una zona temible del Bronx en la que se concentraban 14 pandillas mortales y agresivas. En la noche de mi primera visita, el parque del vecindario estaba asediado por policías; los helicópteros en intensa labor de rastreo; ambulancias atentas: violencia entre pandillas, muertos y heridos. “Es lo usual en la zona” –decía un policía resignado.

En noviembre del año pasado pasé por el mismo parque. Había muchos jóvenes. Dos religiosas, pequeñas de estatura, caminaban a mi lado. Una era originaria de la India y la otra de Japón. Los pandilleros se levantaban para saludarlas con efusión educada mientras elevaban sus manos en alto: querían mostrar que no tenían ni armas ni cuchillos. Ellas sonreían satisfechas, eran los frutos de su amoroso trabajo y de su significativa presencia en el temible lugar.

¡Qué honor trabajar con ellas! Son las que construyen en silencio y en anonimato un mundo de paz. Aquél que los grandes políticos quisieran construir a veces con armas.

Desde un rincón del mundo, una mujer pequeñita, encendió una gran mecha incendiaria eficaz que ahora se reconoce como sinónimo de Amor, Servicio y Esperanza.

A sus sucesoras hoy, es fácil identificarlas, están siempre donde viven los más pobres, los más en-

fermos, los más necesitados. Llevan un Sari azul y blanco, sencillo pero imponente, pues ilumina pue-

blos, ciudades, continentes en todo el mundo, continuando un proyecto que empezó en el corazón

de una generosa mujer de nombre de Teresa, hoy conocida en muchas latitudes como la Santa de

todas las naciones y de todas las religiones.

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Hoy 14 de septiembre cumple su sexto aniversario DIMI Guatemala. ¡¡¡¡¡FELICIDADES!!!!!

GUATEMALA - Lo más destacado de este año:

Es bueno recordar por ejemplo la excelente organización que tuvo la Fiesta de la Misericordia.

Hubo una gran cantidad de personas en la VIGILIA y FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA que se

realizaron en la Catedral. La Santa Misa en la Vigilia fue celebrada por el Nuncio Apostólico Monse-

ñor Nicolás Thevenin y la Adoración al Santísimo Sacramento estuvo a cargo de Monseñor Hugo Pal-

ma.”

La celebración de la Eucaristía en la FIESTA DEL SEÑOR DE LA DIVINA MISERICORDIA fue

muy solemne, estuvo a cargo del Arzobispo Monseñor Oscar Julio Vian, quien al finalizar, agradeció al

Dr. Castañón.

Lo que también emocionó al Discipulado de Guatemala, fue que las Autoridades de la Iglesia pidieran

que la Oración de los Fieles fuera sacada de nuestra ORACIÓN DE INTERCESIÓN.

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Evento DIMI ADAC

CONFERENCIA A

PADRES DE FAMI-

LIA EN EL COLEGIO

“MONTESCLAROS”

INVITACIÓN ESPECIAL DEL NUN-

CIO APOSTÓLICO Para los

ALUMNOS DE MEDICINA EN LA

UNIVERSIDAD DE FRANCISCO

MARROQUÌN

Otras actividades realizadas en los últimos meses:

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El 15 de septiembre se conmemora a nuestra Señora de los Dolores. Son instantes en que debe-

mos recordar y acompañarla en los sufrimientos que pasó en el transcurso de su vida como

Madre de nuestro Salvador. Esta devoción es fuente de gracias, porque al unir los sacrificios

de nuestra vida a los de ella nos parecemos más a Cristo en el dolor ya que somos capaces de

amarlo con mayor intensidad. Nuestra Madre nos enseña a tener fortaleza y fe, nos acompaña

ante los sufrimientos, los cuales son parte de la naturaleza del hombre...

Manifestó a Santa Brígida que concedía siete gracias a quienes le honren diariamente meditan-

do sus lágrimas y dolores, rezando siete avemarías. “Miro a todos los que viven en el mundo

para ver si hay quien se compadezca de Mí y medite mi dolor, mas hallo poquísimos que pien-

sen en mi tribulación y padecimientos”.

Pondré paz en sus familias.

Serán iluminados en los Divinos Misterios.

Los consolaré en sus penas y acompañaré en sus trabajos.

Les daré cuanto me pidan, con tal que no se oponga a la voluntad adorable de mi Divino Hijo y a la santificación de sus almas.

Los defenderé en los combates espirituales con el enemigo infernal, y protegeré en todos los instantes de su vida.

Los asistiré visiblemente en el momento de su muerte; verán el rostro de su Madre.

He conseguido de mi Divino Hijo que las almas que propaguen esta devoción a mis lágri- mas y dolores sean trasladadas de esta vida terrenal a la felicidad eterna directamente,

pues serán borrados todos sus pecados, y mi Hijo y Yo seremos su consolación y alegría.