REVISTA SEMESTRAL DE HISTORIA CULTURAL E INTELECTUAL · un año más tarde. En los tomos de...

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REVISTA SEMESTRAL DE HISTORIA CULTURAL E INTELECTUAL Eadem ultraque Europa pretende ser la revista del Centro de Estudios en Historia Cultural e Inteleual “Edith Stein” de la Escuela de Huma- nidades de la Universidad Nacional de San Martín. El título alude a las realizaciones de la civilización europea, vista como una realidad cultural escindida y bifronte. En los comienzos de la expansión atlántica, las miradas recíprocas entre la vieja Europa y las nuevas se distanciaron o se diferenciaron, pero nunca dejaron de dirigirse las unas a las otras, de colorearse mutuamente, de reconocerse emparentadas, de sustentar visiones y acciones entendidas como variantes de una matriz común, tejida precisamente en tiempos del Renacimiento con los hilos del paganismo antiguo y del cristianismo medieval. Objetivos: Nuestra revista quiere dar cabida a trabajos que se inspiren en la idea de que las otras Europas, las creadas en ultramar, las nuestras, captan a la Europa original también en los términos de otra Europa, la más antigua, la más cargada de experiencias y produora de obras inigualables en la política, en las artes y en las ciencias, pero no forzosamente la más compleja ni la más problemática, ni la más prometedora para la humanidad planetaria del futuro. El título de la revista alude, pues, a ese entrecruzarse de paren- tescos y alteridades y no hay duda de que alguna noción de la “herencia europea” planea sobre sus propósitos.

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REVISTA SEMESTRAL DE HISTORIA CULTURAL E INTELECTUAL

Eadem ultraque Europa pretende ser la revista del Centro de Estudios en Historia Cultural e Intelectual “Edith Stein” de la Escuela de Huma-nidades de la Universidad Nacional de San Martín. El título alude a las realizaciones de la civilización europea, vista como una realidad cultural escindida y bifronte. En los comienzos de la expansión atlántica, las miradas recíprocas entre la vieja Europa y las nuevas se distanciaron o se diferenciaron, pero nunca dejaron de dirigirse las unas a las otras, de colorearse mutuamente, de reconocerse emparentadas, de sustentar visiones y acciones entendidas como variantes de una matriz común, tejida precisamente en tiempos del Renacimiento con los hilos del paganismo antiguo y del cristianismo medieval.

Objetivos: Nuestra revista quiere dar cabida a trabajos que se inspiren en la idea de que las otras Europas, las creadas en ultramar, las nuestras, captan a la Europa original también en los términos de otra Europa, la más antigua, la más cargada de experiencias y productora de obras inigualables en la política, en las artes y en las ciencias, pero no forzosamente la más compleja ni la más problemática, ni la más prometedora para la humanidad planetaria del futuro. El título de la revista alude, pues, a ese entrecruzarse de paren-tescos y alteridades y no hay duda de que alguna noción de la “herencia europea” planea sobre sus propósitos.

DIRECtOR DE la REvISta:

vICEDIRECtOR: (apartado Conservación)

SECREtaRIOS DE REDaCCIóN:

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José Emilio Burucúa (UNSaM-taREa)

Néstor Barrio

AÑO 4 • N° 7Diciembre de 2008

issn 1885-7221

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SAN MARTÍN

Latindex: Incluida en el Sistema Regional de Información en línea para Revistas Científicas de américa latina, el Caribe, España y Portugal (latindex), indizada bajo el folio # 17144 (http://www.latindex.org/latindex/busquedas1/larga.php?opcion=1&folio=17144)

Diseño: Gerardo Miño Composición: Eduardo Rosende

Edición: Diciembre de 2008

ISSN: 1885-7221

Depósito Legal: Se-6365-2005

Lugar de edición: Buenos aires, argentina

Copyright: © 2008, Miño y Dávila srl / © 2008, Pedro Miño

la impresión de tapa e interior se realizó en los talleres gráficos de Gráfica laf srl ([email protected]).

Para la presente edición numerada de 500 ejemplares se utilizó la técnica de encuadernación persa, introducida en Europa en el siglo xv. Se llevó a cabo en los .talleres gráficos Aler srl ([email protected]).

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CONtENIDO

Imagen de tapa

El teatro del devenir.Michel de Certeau y la construcción

de una poética jesuita por Andrés Gabriel Freijomil

Observaciones sobre la reescritura de algunas fuentes latinas en el episodio de troya en el

libro de alexandre: su implicancia dentro del contexto general de la obra

por Mariano Sverdloff

Dossier: Historia y derecho

Per una storia del diritto medievale nel xxI secolo

por Emanuele Conte

Diritto e potere nel xII secolo. I giuristi, la iurisdictio e il fondamento

ideologico dell’istituzione comunale in alcuni studi recenti

por Giuliano Milani

Peritaje e impotencia sexual en el de sancto matrimonio de tomás Sánchez

por Marta Madero

la laicità in Italia: notazioni minime di uno storico

por Italo Birocchi

Apartado conservaciónImágenes de lo invisible.

adquisición y análisis de imágenes infrarrojas por Daniel Saulino, Néstor Barrio,

Fernando Marte y Alejandra Gómez

Novedades de la Biblioteca Furttraducción de la autobiografía

en forma de carta, escrita por el señor Bernard de la Coste como prolegómeno

a su libro-panfleto no engañéis más a nadie

ObituarioJosé Sazbón (1937-2008)

Retrato de un filósofo secreto

In MemoriamYan thomas

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Eadem Utraque Europa agradece a la fundación CEPPa y a su presidente Matteo Goretti por la ayuda financiera

brindada para la publicación de este número.

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IMaGEN DE taPa

UN REtRatO DE ROBERtO PaYRó, POR HENRY lE GROUx

Durante el año 2007 in-gresa al Centro tarea de la Universidad Nacional de San Martín el retra-

to del destacado escritor argentino Roberto Jorge Payró, realizado en 1912 por el pintor belga Henry le Groux (óleo sobre tela, 100 cm x 130 cm). la pieza fue donada por la fa-milia Payró a la Sociedad de Educa-ción y Biblioteca Popular antonio Mentruyt de lomas de Zamora, crea-da en mayo de 1900. los lineamientos de su restauración se centraron en resolver los problemas principales en la materialidad de la obra: mala ad-hesión entre los recubrimientos, pro-blemas de tensión de la tela en el bastidor, pequeñas mermas, faltantes de capa pictórica y una considerable suciedad del medio. El tratamiento contempló la integridad y estabilidad de la obra a partir del criterio de mí-nima intervención.

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Roberto Payró fue un escritor excepcional, periodista, novelista, cuentista y dramaturgo. Nació en Mercedes, provincia de Buenos aires, el 19 de abril de 1867 y murió en lomas de Zamora en 1928. Con-templó el surgimiento de la Nación argentina de finales del siglo xIx y formó parte de la generación del Cen-tenario junto a reconocidos intelec-tuales como Ricardo Rojas y Manuel Gálvez. El clima ideológico de esta generación se mostró cargado de un nacionalismo cultural que, en el mar-co de la modernización, seculariza-ción e inmigración crecientes, pro-movió la búsqueda de una tradición nacional sobre todo literaria. En el plano de la política, Payró incursio-nó primero en la Unión Cívica y apoyó la Revolución cívico-militar de 1890 contra el gobierno oligár-quico de Juárez Celman. Sin embar-go, esa experiencia lo convenció de la ineficacia de la violencia y lo im-pulsó a realizar el “vuelco hacia un socialismo evolucionista”1. Payró tu-vo así una participación muy asidua en la fundación del partido socialis-ta en 1896 junto a otros pensadores, escritores y artistas de la época: leopoldo lugones, José Ingenieros, Ernesto de la Cárcova, Manuel Ugar-te, Eduardo Schiaffino, Juan B. Jus-

1. Eduardo González lanuza. Genio y figura de Roberto J. Payró. Buenos aires, Eudeba, 1965. pág. 54.

to. tanto su visión política como su compromiso activo lo llevaron a con-vertirse en Secretario del Centro So-cialista de Estudios.

Su vasta obra se inicia temprana-mente con Un hombre feliz a la edad de 16 años y continúa luego con En-sayos poéticos de 18842 y Antígona3, un año más tarde. En los tomos de narraciones breves Scripta4 de 1887 y Novelas y fantasías en 18885, se co-mienza a vislumbrar el tono humo-rístico y satírico que sería caracterís-tico de gran parte de su legado. El casamiento de Laucha (1906), Pago chico (1908) y Nuevos cuentos de Pa-go chico (1928)6 son finos relatos cos-tumbristas e irónicos que hacen apa-recer en escena el ambiente popular, el mundo criollo de la vida cotidiana y la picardía de personajes típicos del contexto de la época: inmigrantes italianos, españoles, políticos y pai-

2. véase: Henríquez Ureña, Max. Breve historia del modernismo. Buenos aires, fCE, 1962. pág. 202.

3. Payró, Roberto J. Antígona. Buenos aires, Sud-américa, 1885.

4. Payró, Roberto J. Scripta. Buenos aires, Imprenta, litografía y encua-dernación de J. Peuser, 1887.

5. Payró, Roberto J. Novelas y fantasías. Buenos aires, Imprenta, litografía y encuadernación de J. Peuser, 1888.

6. Payró, Roberto J. El casamiento de Laucha. Buenos aires, losada, 1961. Payró, Roberto J. Pago chico y los nuevos cuentos de Pago chico, Buenos aires, losada, 1940.

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sanos. Entre sus cuentos y novelas cortas cabe mencionar también Cha-mijo y El falso inca (1905)7.

Resultan originales y notables la manera, el estilo con los que Payró expuso su mirada crítica mediante la prosa. Si bien nuestro autor estuvo bajo una fuerte influencia de las ideas de progreso de la nación del siglo pasado, no dejó de mostrar por ello las condiciones penosas de la vida de los inmigrantes ni la extrema pobreza de los peones en el campo, situaciones que supo representar también con gran fuerza en sus obras teatrales.

En el género dramático, Payró aspiró a realizar un teatro inspirado en la tradición europea, realista y costumbrista, que revelaba la exis-tencia cotidiana de los sectores po-pulares de la sociedad y, lo mismo que en sus cuentos, manifestaba su crítica social y su compromiso. Men-cionemos en este terreno Canción trágica de 1901, representada por los hermanos Podestá, pioneros del cir-co criollo. En 1905, fue estrenada su Marco Severi, una pieza consagrada a reivindicar la importancia de la inmigración y la posibilidad de una nueva vida en estas tierras para las personas llegadas de Europa y otras partes del mundo. En Marco Severi, Payró desarrolla el papel activo del inmigrante en la cultura política y

7. Max Henríquez Ureña. Op. Cit. pág. 203.

exterioriza “el imaginario del arque-tipo de élite obrera”8. El triunfo de los otros fue conocida en 1907 y Fue-go en el rastrojo, representada por la compañía de angelina Pagano en 1925. El sainete Mientraiga se dio a conocer en 1937 por la compañía de armando Discépolo, hermano de Enrique Santos “Discepolín” y crea-dor del grotesco criollo.

Según dice Ángel flores9, Payró realizó sus primeros pasos como pe-riodista en La patria argentina, en cuya redacción conoció a fray Mo-cho (José Álvarez) con quien confra-ternizó y al que ayudó a incorporar-se al equipo de El Interior en Cór- doba. tras la muerte de su padre, fundó en Bahía Blanca, en 1889, el periódico La Tribuna, opositor al régimen de Juárez Celman y de ten-dencia progresista que terminó trans-formándose en un órgano de la Unión Cívica. El periódico quebró como consecuencia de la crisis económica de 1890-91, de modo que el peque-

8. alicia aisemberg y María de los Ángeles Sanz, “la antinomia inmigrante/criollo en el teatro de tesis”. En: Osvaldo Pellettieri (Editor). La inmigración italiana y teatro argentino. Buenos aires, Grupo de Estudios de teatro argentino e Iberoamericano, Galerna, 1999. pág. 57.

9. Ángel flores Narrativa hispanoamerica-na, 1816-1981: Historia y antología. Buenos aires, Siglo xxI, 1981. pág. 185.

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ño capital invertido en la imprenta y otras instalaciones del diario se per-dió completamente10.

la incorporación de Payró al cuerpo de corresponsales del diario La Nación lo obligó a instalarse en Buenos aires en 1891. Se inició en-tonces con una serie de artículos so-bre muestras de arte, en los que “de-fiende y exalta la labor del pintor que intenta renovar la pintura (…) y se esfuerza por imponer un arte argen-tino”11. Desde allí mismo, fue envia-

10. González lanuza, E. Op. Cit. pág. 50.11. María del Carmen leonard de amaya.

Roberto Payró y su tiempo. Buenos aires, Plus ultra, 1974. pág. 43.

do con frecuencia a las provincias. Sus crónicas y relatos, de los que po-demos citar La Australia Argentina (1898) y En las tierras del Inti (1899), lo confirmaron como un talentoso hombre de prensa. fue corresponsal de La Nación en Europa durante la 1ª Guerra Mundial, escribió alrede-dor de un centenar de artículos mien-tras la prensa belga se encontraba amordazada y silenciada por las au-toridades alemanas de ocupación. aparentemente fue poco antes de esa contienda cuando entró en contacto y entabló un profundo vínculo de amistad con el pintor simbolista Hen-ry le Groux (1867-1930). Justamen-

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te, muchas de las pinturas de este último se caracterizan por sus descon-soladas evocaciones de la guerra.

En el retrato de Roberto Payró pintado por le Groux que aquí pre-sentamos, es posible apreciar la na-turaleza del escritor en su recinto íntimo, rodeado de libros, conjuntos de papeles, diarios, revistas y hasta una taza de café todavía humeante. los objetos componen el espacio sublime que lo distingue. El artista revela un realismo intransigente com-binado con signos de exaltación hu-

manista. El uso del color, la disposi-ción de la luz y la composición de la obra en su unidad encierran una pro-puesta estética y un lenguaje pictó-rico propios de finales de siglo xIx y comienzos del xx, en los que ob-servamos una ruptura con las formas estilísticas del retrato tradicional, destinado más bien a subrayar el pa-pel o la posición social de la persona representada en el marco de una so-ciedad de élites.

Paula Lazzarini

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El tEatRO DEl DEvENIR.MICHEl DE CERtEaU

Y la CONStRUCCIóN DE UNa POétICa JESUIta

Por Andrés Gabriel Freijomil

EHESS, Paris

Recibido: 30/03/08Aceptado: 30/06/08

RESUMEN:

Este artículo procura definir el estilo y la matriz expositiva de las obras de Michel

de Certeau, tan difíciles de clasificar según una teoría actualizada de géneros literarios y académicos. lo hace mediante la apelación a dos rasgos fundamentales de la biografía in-telectual del personaje: su itinerancia física y mental, y su formación jesuítica. ésta se hace presente en el texto no tanto como una orga-nización enciclopédica (la famosa ratio stu-diorum), sino como una poética paradójica- mente fundada en la polimatía y la conciencia de una unidad profunda del mundo.

ABSTRACT:

The scenery of becoming.Michel de Certeau and the making of a jesuitic poetics

this article attempts to define the style and the expositive matrix of Michel de

Certeau’s works, that are so difficult to clas-sify according to an up-to-date theory of literary and academic types. It accomplishes such task through the analysis of two key features of De Certeau’s intellectual biography: his physical and mental wandering and his jesuitic upbringing. This learning appears in

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tanto es así que en 1970, al construir una representación de sí prefirió de-cir, “soy solamente un viajero, no sólo porque viajé largo tiempo por la literatura mística (un modesto gé-nero de viaje), sino porque al haber hecho algunos peregrinajes a través del mundo en nombre de la historia o las investigaciones antropológicas, he aprendido, en medio de tantas voces, que sólo podía ser un particu-lar entre muchos que narra única-mente algunos de los itinerarios trazados en tantos países diversos, pasados y presentes, por la experien-cia espiritual”2. así pues, de Certeau nunca construyó un rígido sistema de ideas, sin embargo, esas ideas –for-jadas en la periferia de varias disci-plinas– se han articulado en un concierto de figuras que responden a una estrategia poética tan particu-

las «artes de hacer»”. In: Escribir las prácticas. Foucault, de Certeau, Marin. traducción de Horacio Pons. Buenos aires: Manantial, 1996, pp. 55-72.

2. CERtEaU, Michel de. “l’expérience spirituelle”. In: Christus, t. 17, N° 68, 1970, p. 488. tal como se indica en la nota al pie de esa misma página, “este artículo fue tomado de una conferencia dada por el autor (quien enseña en la facultad de teología de Paris y en la Universidad de Paris-vincennes) en el v Congreso Internacional Religioso, Paris, 1969 (N.D.l.R.)” [Como en este caso y salvo indicación contraria, las traducciones del francés y el inglés me pertenecen].

the article not so much as an encyclopedic organization (the famous ratio studiorum), but as a poetics paradoxically based on poly-mathy and the consciousness of a profound unity of the world.

palabras clave: De Certeau, Poética, Educación jesuítica.keywords: De Certeau, Poetics, Jesuitic education.

“Renunciar a sí es, en realidad, preferir a Dios”

Michel de Certeau

tal vez resulte un poco asombroso imaginar una obra tan múltiple como la de Michel de Certeau

bajo el signo de una “poética jesuita”. Por lo general, ya se lo considere teó-logo, psicoanalista, historiador, antropólogo o, simplemente, sacer-dote ignaciano lo cierto es que su pensamiento resulta extraño a toda fórmula y se aparta de cualquier ob-jetivo sistemático. Este criterio, que en una primera instancia parece tan cierto como provisorio, quizá res-ponda, en principio, a la renuencia que el propio de Certeau ha demos-trado frente a la presencia de alguna categoría académica que pudiese de-limitar las fronteras de su trabajo1.

1. Cf. CHaRtIER, Roger [1986]. “Estrategias y tácticas: de Certeau y

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lar como secreta. De algún modo, si bien todo pensador se desdobla, des-de luego, en otros tantos pensadores y tras el proceso creativo intervienen todos ellos, al mostrarse como “via-jero”, de Certeau no sólo parece ha-ber asumido como propia la tradicional dificultad que tienen las ciencias humanas para demarcar sus fronteras, sino que también ha bos-quejado la forma de su “misión” co-mo intelectual. Si cualquier intento de solución le hubiese tendido una trampa reductora y acusado un determinismo que ocultaría la com-plejidad de su práctica, creemos que no ha sido éste el único motivo que tuvo para evitar los peligros de una definición.

En principio, existe en su obra un trabajo sobre los textos que tam-bién ha contribuído a sostener su función de “viajero”. así pues, en su discurso no sólo han intervenido diferentes campos del saber sino tam-bién una voluntad poética que, como bien apunta Beatriz Sarlo, suele pro-vocar desvíos que no se pueden resu-mir en “una guía para el uso de lec-tores apresurados”3. En lo formal, los trabajos de Michel de Certeau con-servan la precisión epistemológica que cada disciplina le reclama, con todo, la estética de su escritura suele

3. SaRlO, Beatriz. “Perfil de un ensayista: la búsqueda del otro”. In: Clarín, “Cultura y nación”, 10 de agosto de 1995, p. 7, col. 2.

huir de cualquier estabilidad y se refugia en los márgenes de un ensa-yo que, por momentos, contrata los recursos de la prosa poética. Por otro lado, en rigor, de Certeau siempre evitó construir una obra de factura estrictamente monográfica4. los ca-pítulos de casi todos sus libros han sido, originalmente, artículos disper-sos con diferentes procedencias que fueron pensados para otra comuni-dad de lectores5. Si bien, por lo ge-

4. Con un guiño hacia la tradición del teatro medieval inglés que encarna Everyman, afirma luce Giard, “Michel de Certeau no era el banquero de una «obra» (esta palabra le resultaba un tanto ridícula) cuyas cuentas tuviese al día”. In: GIaRD, luce (maître d’œuvre) [1988]. Le Voyage mystique. Michel de Certeau. Paris: Cerf et Recherches de science religieuse, 1988, p. 191.

5. a este respecto, su obra La possession de Loudun [Paris: Julliard, “archives”, 1970] es la única excepción relativa. Con este trabajo de Certeau analiza el affaire loudun, un caso de posesión demoníaca del siglo xvII vinculado con sus investigaciones de años atrás sobre el jesuita francés Jean-Joseph Surin. tal como ocurre con toda la colección “archives”, colección dirigida por Pierre Nora y Jacques Revel y en la cual han publicado Pierre Goubert, Georges Duby, Michel foucault y léon Poliakov, entre muchos otros, cada obra está compuesta por textos interpretativos que acompañan a una serie de documentos. Con todo, cabe señalar

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neral, a todos sus recueils le agregaba otros textos, escritos para esa ocasión editorial, de Certeau buscaba con cada libro resignificar el conjunto de lo allí publicado y, de hecho, traba-jaba mucho alrededor de cada artí-culo antes de ofrecer una versión “definitiva”, un proceso de reescri- tura o, como dice luce Giard, de “reempleo”6 que también se aplica a la circulación y republicación de ar-tículos similares en diferentes revis-tas7. En fin, si bien es natural perder

que buena parte el capítulo xIv de La possession de Loudun [pp. 305-326] ya había aparecido en el apéndice II de la edición crítica de la Correspon-dance de aquel mismo jesuita [pp. 1721-1748] que publicó en 1966 para la colección “Bibliothèque européenne” de la editorial Desclée de Brouwer.

6. GIaRD, luce. Op. cit., p. 193.7. El primer texto que fue objeto formal

de reempleo, “Jean-Joseph Surin”, apareció en inglés en la obra que editó e introdujo en 1964 el jesuita James WalSH, Spirituality through the Centuries. Ascetics and Mystics of the Western Church [london: Burns & Oates, s.d., pp. 293-306] a partir de una versión publicada en la revista londinense The Month cuatro años atrás [t. 24, december 1960, pp. 340-353]. Cabe advertir, sin embargo, que todos los capítulos que aparecieron en este libro –cada uno de ellos dedicado a una figura de la espiritualidad del cristianismo occidental entre los siglos v y xvII– ya se habían publicado como

de vista aquel pasaje textual y leer cada uno de sus libros como si se tratase del resultado lineal de un pro-ceso de escritura, no deberíamos ol-vidar esta práctica al momento de acechar sus obras puesto que hay toda una declaración de principios en esa materialidad.

Por otro lado, conservar sólo el camino asistemático que el mismo de Certeau parece proponer podría convertirse en un problema que Ian Buchanan ha sido el primero en de-tectar. Según el teórico australiano, tomar únicamente este tipo de pers-pectiva sería una forma, precisamen-te, de eludir la continuidad de su contexto religioso, “negar la existen-cia de una tesis abovedada que atra-viese la integridad de una carrera, al extremo de ignorar la consistencia de un método y la durabilidad de un sustrato epistemológico, es única-mente otra forma de evitar el pro-blema de la religiosidad en de Cer- teau”8. Una impronta que, en parte, coincide con el espíritu de los estu-dios jesuíticos inspirado en las Cons-tituciones de Ignacio de loyola, la Ratio studiorum: ya desde un princi-pio, la Orden aspiraba a formar sa-cerdotes con una cultura humanística

artículos en diferentes números de esa misma revista.

8. BUCHaNaN, Ian [2000]. Michel de Certeau. Cultural Theorist. london: Sage, “Theory, Culture & Society”, 2000, p. 12.

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general que se mantuviese ajena a cualquier tipo de especialización9. a este respecto, cuando Jacques Créti-neau-Joly –autor de una de las his-torias sobre la Compañía más difun-didas durante el siglo xIx–, afirma que “[los jesuitas] ignoraban […] el arte de ser concisos: su inteligencia abrazaba un vasto horizonte, y quiso su pluma abrazarlo y expresarlo todo”10, pese a la cautela con que se deben tomar estas palabras11, indi-

9. Cf. BattIStINI, andrea. “Del caos al cosmos: el saber enciclopédico de los jesuitas”. In: RODRíGUEZ CUaDROS, Evangelina [Ed.]. De las academias a la enciclopedia: el discurso del saber en la modernidad. valència: alfons el Magnànim, 1993, p. 303 y ss.

10. CRétINEaU-JOlI, Jacques [1844-1846]. Historia religiosa, política y literaria de la Compañía de Jesús. traducida al castellano por E.I.D.D.J.C. Barcelona: librería religiosa, 1853, tomo Iv, p. 164.

11. Cautela que se debe tener frente a buena parte de lo escrito sobre los jesuitas durante el siglo xIx dado que el extendido “mito del complot jesuita” de aquella época –amplia-mente compartido por intelectuales como Jules Michelet o Thomas Carlyle, entre otros– debería leerse a partir de un anticlericalismo que veía en la Orden la persistencia de un vestigio del antiguo Régimen y una amenaza para el desarrollo de la democracia parlamentaria [Cf. lEROY, Michel [1992]. Le mythe jésuite. De Béranger à Michelet. Paris: Presses Universitaires de france, “écriture”, 1992].

caba desde entonces con acierto un componente esencial en la poética jesuita. Justamente, éste será uno de los aspectos de la pedagogía ignacia-na que, de alguna forma, de Certeau retomará –pero que, paulatinamen-te, también irá disimulando– me-diante la construcción de una poé-tica segmentada y asediada con un importante cuerpo erudito, sobre todo, durante la época en que asistió al seminario del historiador Jean Or-cibal y se convirtió en investigador de archivo12. Sin embargo, la obser-vación de Buchanan –que ante todo es una respuesta al trabajo que sobre de Certeau escribió el teórico inglés Jeremy ahearne– no implica que todo su desarrollo intelectual deba someterse a una mera cuestión reli-giosa. Por el contrario, evitando caer en la totalidad de una “fantasía bor-gesiana”, lo importante sería indagar un “plano de inmanencia” que per-mita reconstruir la imagen que de Certeau tenía de la sociedad y la cul-tura sin obviar una inscripción jesui-ta que nunca fue abandonada13. En todo caso, ahearne no se equivoca

12. Michel de Certeau cursó el seminario “l’histoire du catholicisme moderne et contemporain” de Jean Orcibal entre el año lectivo 1957-1958 y 1965-1966, salvo por el período 1963-1964 en que debió entregarse a las tareas editoriales de la revista jesuita Christus.

13. BUCHaNaN, Op. cit., p. 14.

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cuando dice que de Certeau “no es-tuvo interesado en producir un edi-ficio doctrinario sistemático ni se convirtió en el guardián de una re-serva erudita. En realidad, su estra-tegia intelectual consiste, precisa-mente, en un esfuerzo por discernir y construir un espacio ético y estéti-co provisto de formas particulares de interrupción”14. Sin embargo, los inconvenientes surgen cuando olvi-damos no sólo que la materialidad de sus obras se originó en otra parte sino que, por detrás de toda esa di-seminación, subyace un pensamien-to mucho más remoto que comenzó mucho antes. Precisamente, aquélla es la figura “clásica” y fragmentaria que el mismo de Certeau ha dado a conocer a partir de sus grandes libros, la principal figura, en suma, que las ciencias humanas y, sobre todo, los “cultural studies”, suelen convocar a menudo. Como señala éric Maigret, “si la influencia de los textos certa-

14. aHEaRNE, Jeremy [1995]. Michel de Certeau. Interpretation and its Other. Stanford: Stanford University Press, “Key Contemporary Thinkers”, 1995, p. 3. Un año después, ahearne publicará un artículo sobre el cristianismo en de Certeau denomi-nado “The Shattering of Christianity and the articulation of Belief ” en un número monográfico de New Blackfriars, una revista mensual editada por los dominicos ingleses [vol. 77, N° 909, november 1996, pp. 493-504].

lianos se puso a prueba de diferentes maneras en múltiples campos de in-vestigación provocando distorsiones de lectura, un examen de estas lec-turas también demuestra que esa in-fluencia siempre ha tendido a poner el acento en las mismas preguntas centrales”15. En realidad, lo cierto es que han existido otros de Certeau que comenzaron a producir escritu-ra desde la primera mitad de la dé-cada del cincuenta y, por detrás de todos ellos, otros tantos lectores más remotos aún.

La continuidad de una traza

así pues, consideramos que su trabajo ha circulado por un es-

pacio que va más allá del estricto diseño “microteórico”. tras el pa-limpsesto de lecturas, citas y reescri-turas que representa su obra se oculta, en realidad, una “poética” cuidadosamente velada que remite, tras el caos aparente, a su propia cosmovisión religiosa y de la cual darían cuenta una serie de figuras recurrentes, “huellas” de una orga-nización del saber que tuvo una de sus principales formalizaciones en la

15. MaIGREt, éric. “les trois héritages de Michel de Certeau. Un projet éclaté d’analyse de la modernité”. In: Annales HSS, mai-juin 2000, n° 3, p. 511.

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Compañía de Jesús. Estas figuras no sólo han funcionado en su obra como verdaderas marcas discursivas sino que su empleo se imbricó en el sis-tema de prohibiciones y autorizacio-nes que regía en la sociedad de su tiempo, usos que, en un principio, fueron mediatizados por una Com-pañía que las puso en circulación y que, luego, tomaron su propio ca-mino al entrar en contacto con las versiones “seculares” que discurrían por el mundo intelectual. En de Cer-teau, este uso se traducirá en una escritura que intentará, por un lado, resistir las observancias de la Iglesia o de la propia Orden jesuita y, por otro, acercarse, a partir de los años setenta, al circuito académico “laico” en un intento alternado por revelar u ocultar un discurso que nunca re-negará de su origen y cuánto conser-va de problemática cristiana. En fin, de Certeau –particularmente atento a las condiciones de recepción de cada texto que escribía–, irá convir-tiendo sus trabajos en un territorio cargado de tensión, en un cuerpo de luchas epistemológicas que a menu-do parecerá destinado a ocultar la traza del sacerdote para que, de mo-do paradójico, fracase justo allí cuan-do intenta salir a la luz.

tal como señala luce Giard, “la cuestión de Dios, la fe y el cristianis-mo no dejó de ocupar a Michel de Certeau, y se encuentra en la fuente de una imposibilidad de satisfacerse

con un solo tipo de saber. De ahí proviene ese recorrido metódico de disciplinas”16. Es por ello que el ha-ber sido, precisamente, un intelectual dueño de una particular libertad pa-ra peregrinar por los riesgos natura-les que las epistemes y unas entidades religiosas o seculares muy diferentes entre sí le proponían, es algo que, en parte al menos, podría explicarse a la luz de su compromiso institucional con la orden ignaciana. Parece de algún modo decisiva la actitud de una orden que siempre estaría allí para proteger, legitimar, pero también “corregir” a un sacerdote que, pau-latinamente, se iba mostrando fren-te al mundo como parte de uno o varios territorios más cercanos al lai-cado que al universo religioso. En todo caso, mientras de Certeau fran-quea territorios, recorre universidades europeas o americanas, dialoga con buena parte del mundo intelectual y organiza grupos de estudio, por detrás de las “formas particulares de interrupción” que impondrían estos desplazamientos, su vínculo formal como sacerdote regular de la Com-pañía de Jesús permanecía inalterable, si bien nunca dejó de observar esta condición con agudeza crítica y, más

16. GIaRD, luce. “la búsqueda de Dios”. In: CERtEaU, Michel de [1987]. La debilidad de creer. traducción de víctor Goldstein. Buenos aires: Katz, “Conocimiento”, 2006, p. 7.

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tarde, de “atenuarlo” con un carácter especialmente “nómade” que como pensador siempre resguardó para sí. Marca importante si tenemos en cuenta su actitud, no digamos de defensa, pero sí de no renuencia, frente al doble recelo institucional que comenzó a despertar su imagen de religioso a partir de los años se-tenta: mientras un sector importan-te de las estructuras universitarias francesas creía que de Certeau era un sacerdote exclaustrado del que cabía sospechar, el mundo eclesiástico, in-cluso algunos sectores de la Compa-ñía de Jesús, se preguntaba por qué permanecía en la Orden y no la aban-donaba, tal como hicieron muchos jesuitas de su generación17. En todo caso, creemos que se trata de un mo-delo intelectual cuya forma pudo haber generado un “déficit de visibi-lidad” en la difusión de su obra, tal el término que utiliza françois Dos-se18, que convirtió a su escritura en

17. tal como ocurre, por ejemplo, con françois Roustang con quien de Certeau compartió la composición del trabajo La solitude. Une verité oubliée de la communication [Paris: Desclée de Brouwer, “Christus Essais”, 1966] y la redacción de la revista jesuita Christus entre 1963 y 1967. Con Roustang, pero, sobre todo con otro jesuita, louis Beirnaert, de Certeau también ha participado en 1963 de la fundación de la École Freudienne de Paris, creada por Jacques lacan.

18. Cfr. DOSSE, françois [2002]. Michel

un estratégico juego de elipsis. a es-te respecto, la pregunta que cabe ha-cerse es si todo ello funcionó como una manera de eludir las institucio-nes, si sólo la llevó a cabo por una mera razón estética o si aprovechó ambas condiciones para fraguar un estilo y crear, como dice luce Giard, una “tercera vía”19. Un aggiornamen-to personal en el que también inter-vendrán el Mayo francés y varias experiencias intelectuales y políticas en el continente americano que se revelarán como una verdadera cristalización de la alteridad. En su-ma, hablar de poética en Michel de Certeau es hablar de un comporta-miento y un procedimiento que se construyeron bajo el marco de un he te rogéneo movimiento cultural mientras, simultáneamente, seguía perteneciendo a una orden religiosa, orden que, cabe recordar, suele for-mar un tipo de sacerdote cuyo ima-ginario concibe un cristianismo que jamás resulta definitivo para comprender la realidad histórica y social.

De poéticas y jesuitas

ante todo, conviene señalar que los lazos que unen la idea de

“poética” [poietikē o technē, a partir de Platón] con la de “poesía”, es de-

de Certeau. Le marcheur blessé. Paris: la Découverte, 2002, pp. 382-391.

19. GIaRD, luce. Op. cit., pp. 17-18.

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cir, con la poiesis o “hacer”, no siem-pre han sido demasiado claros. Recordemos que aristóteles había colocado la “poesía” junto con la mú-sica y la danza dentro de las “artes miméticas” puesto que se fundaba en la imitación, factor que la dife-renciaba de la “retórica”. la “poética”, por su parte, se convertía en el arte creativo de componer poesía. Du-rante el Medioevo y pese a las defi-niciones que Dante ofrece hacia 1305 en el Convivio o en De vulgari elo-quentia y Eustache Deschamps en el Art de Dictier de 1392, el lenguaje poético no ha sido objeto de ningu-na reflexión explícita20. En realidad, la superposición terminológica surge en el siglo xvI con la apropiación que el Renacimiento hará del térmi-no aristotélico vía un Horacio mediatizado por el Cicerón y el Quin-tiliano que el Quattrocento había re-descubierto. En este sentido, con los tratados de Scaliger, Salviati o Gua-rini, entre otros, la poesía se reduce a un a faciendo versu, un “arte de hacer versos” y no en un a fingendo, el “arte de las ficciones”21. asimismo,

20. Cf. ZUMtHOR, Paul. “Rhétorique et poétique”. In: [1975] Langue, texte, énigme. Paris: Seuil, “Poétique”, 1975, p. 107 y ss.

21. Cf. CORNIllIat, françois et Ulrich laNGER. “Histoire de la poétique au xvIe siècle”. In: BESSIÈRE, J. et al. [1997]. Histoire des poétiques. Paris: Presses Universi-taires de france, “fondamental”,

a partir del siglo xvI, la “poética”, como herencia del antiguo trivium medieval, continuó en la órbita de la “retórica” y la idea de mímesis ba-jo la de persuasión. tal como ocurre respecto de “poesía”, la cuestión de la retórica también participa de un laberinto terminológico que la sepa-ra o la asimila con la poética22. Con todo, si bien esta última es el arte de componer poesía y la retórica un arte de la elocuencia –diferencia cla-ra y que no se superpone en aristóteles–, sí comparten un proceder común: la producción de metáforas23.

Por otro lado, la idea de “poética jesuita” no sólo remite al conjunto de figuras que organizan el discurso en algunos sacerdotes de la Orden, sino que también se inscribe en una vieja tradición a la que muchos de ellos han sido particularmente sen-sibles. así pues, los jesuitas no sólo han compuesto tratados de retórica que fueron concebidos como ma-nuales de caracter pedagógico con miras a la formación del novicio, sino que también crearon verdaderas “artes poéticas” o bien diferentes re-laciones literarias vinculadas con la idea de “hacer”. a este respecto, con-

1997, pp. 119-162.22. Ibidem, p. 120.23. Cf. HERSaNt, Yves (comp.) [2001].

La métaphore baroque: d’Aristote à Tesauro. Preséntés, traduits de l’italien et comméntés par Ives Hersant. Paris: Seuil, “Points Essais”, 2001.

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viene señalar que si bien no han exis-tido parámetros estrictos para pro-ducir una poética determinada en el ámbito de la Compañía, lo cierto es que, en general, todas ellas han esta-do marcadas por un estilo oratorio que ha buscado profundizar el estu-dio y el uso de una retórica clásica a partir de lo que Marc fumaroli de-nomina “sofística sacra”24. así pues, dentro de esta producción, podemos encontrar, entre otros, la obra De acuto et arguto [1626] del jesuita po-laco Mathias Kasimir Sarbiewski, el maestro del acumen, es decir, la alian-za paradojal entre un desacuerdo y un acuerdo cuya tensión se traduce en verdad y en gozo intelectual y, por supuesto, la Agudeza y Arte de Ingenio [1642] de Baltasar Gracián. Sin em-bargo, una de las poéticas más paradigmáticas del siglo xvII tal vez haya sido la de Emmanuele tesauro quien en 1654 –casi veinte años des-pués de abandonar la Orden– publi-có el Cannocchiale aristotelico, una revisión barroca de la poética de aristóteles sumida bajo una impron-ta galileana. tesauro, que intentaba convertir esta obra en un manual práctico para la elaboración de me-táforas, consideraba que la perfección

24. Cf. fUMaROlI, Marc [1980]. L’âge de l’éloquence. Rhétorique et “res literaria” de la Renaissance au seuil de l’époque classique. Geneva: Droz, “titre courant”, 2002, II partie, chap. II, pp. 257-342.

en hablar consistía en no llamar a las cosas por su nombre, sino en captar las relaciones ocultas que se tramaban entre el disfraz metafórico y su ob-jeto a fin de provocar una meraviglia, la cual designa, simultáneamente, un giro asombroso, un sentimiento de sorpresa o una admiración estética. así, el placer se revela cuando la pa-labra es objeto de un verdadero acto escénico: sucesivas imágenes dan cuenta de un teatro sobrecargado de extrañezas25. Por otra parte, durante la segunda mitad del siglo xvII, las reflexiones sobre el “arte poética” se tornan más clásicas, mucho más cer-canas al espíritu de Boileau, influen-cia a la que tampoco han escapado los jesuitas. así ocurre, por ejemplo, con Les réflexions sur la poétique de ce temps [1674] de René Rapin para quien el juicio debe dominar a la imaginación y el buen gusto a lo ra-ro y artificial o con Manière de bien penser dans les ouvrages d’esprit [1687] de Dominique Bouhours quien tam-bién prefiere huir de cualquier estilo metafórico.

25. Cfr. tESaURO, Emmanuele. “Cannocchiale aristotelico”. En: RaIMONDI, Ezio (a cura di). Trattatisti e narratori del seicento. Milano: Riccardo Ricciardi Editore, 1960, pp. 19-106. agradezco al Prof. José Emilio Burucúa todo el material e información que me brindó a este respecto.

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a este respecto, diremos que si la poética de Michel de Certeau no ha sido ajena a una búsqueda seme-jante, esa búsqueda ha sido, esencial-mente, “tesauriana”. así pues, una metáfora barroca puesta a punto con la teoría semiológica, puede encon-trarse, por ejemplo, en textos tan disímiles como “la operación his- toriográfica”26 o “Prácticas del espa-cio: la ciudad metafórica”, el nombre original de un artículo de 1977 que tres años más tarde se convertirá en el capítulo “andares de la ciudad” de La invención de lo cotidiano27. En

26. al aludir al discurso “mixto” de la historia, de Certeau afirma que “los procedimientos generales del texto no pueden ocultar el deslizamiento metafórico que, según la definición aristotélica, realiza el «paso de un género a otro». Una señal de esta mixtura es la presencia continua de la metáfora.” [CERtEaU, Michel de [1975]. La escritura de la historia. traducción de Jorge lópez Moctezu-ma. México: Universidad Iberoameri-cana-Departamento de Historia, 1993, p. 109. las itálicas pertenecen al original].

27. Este texto apareció originalmente en Traverses [N° 9, 1977, pp. 4-19], la revista que editó el Centro nacional de arte y cultura Georges Pompidou entre 1975 y 1989 y de cuyo comité de redacción de Certeau formó parte hasta su muerte [1986]. luego, en L’invention du quotidien I. Ars de faire [1980], de Certeau conservará la primera parte del título original, “Prácticas del espacio”, para nominar

este sentido, la obra de Michel de Certeau no sólo se inscribe en esa tradición mediante la producción de diversas “micropoéticas” diseminadas a lo largo de sus trabajos, sino que, además, las ha introducido en una discusión filosófica de larga data en Occidente. así pues, tanto “poética” como “práctica”, dos conceptos caros y recurrentes en su obra, se compli-can en una lucha que las versiones griegas de la Biblia han contribuido a difundir: si, por lo general, los dos testamentos se han mostrado más favorables al cumplimiento de la ley y la caridad en los actos, por ende, a una idea de poieô bajo el sentido de “hacer” en busca de un resultado “objetivo”, el término prattô devino peyorativo, vinculado con el “actuar” del sujeto y quedó desestimado fren-te a cualquier uso de bellas palabras y pensamientos28. Este “trabajo sobre los límites” se funda en la confluen-cia de las cosmovisiones griega y ju-

la tercera parte del libro. Por cierto, resulta bastante revelador el empleo, al comienzo del artículo, de un epígrafe tomado de la Poética de aristóteles [1457b] que retoma lo esencial de la revisión tesauriana: “la metáfora traslada a una cosa el nombre de otra”.

28. Cf. BERtRaND, Dominique. “Pratique”. In: CavallERa, f. et al. Dictionnaire de spiritualité ascétique et mystique. Doctrine et histoire. Paris: Beauchesne, 1986, t. xII, Deuxième partie, col. 2043.

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día al participar en la construcción del cristianismo, la primera, sobre todo, vía el Platón de La Política quien distingue entre una “ciencia práctica” y una “ciencia gnóstica”. así pues, por detrás de las “prácticas del espacio: la ciudad metafórica” [1977]29, de la “poética de los con-sumidores” al estudiar el acto de lec-tura como cacería furtiva [1978]30, del comentario bibliográfico que es-cribió sobre El nacimiento del purga-torio de Jacques le Goff, “Poéticas de espacio” [1981]31, del breve texto con que culmina La fábula mística, “apertura a una poética del cuerpo” [1982] –a partir de un poema de

29. CERtEaU, Michel de. “Pratiques d’espace: la ville métaphorique”. In: Traverses N° 9, Centre de Création Industrielle-Centre national d’art et de culture Georges Pompidou, Paris, 1977, pp. 4-19.

30. Se trata del artículo “lire: braconnage et poétique des consommateurs” que de Certeau publicó en la revista jesuita Projet [N° 124, avril 1978, pp. 447-457] y que luego se convertiría en el capítulo xII de L’invention du quotidien I. Ars de faire con el nombre de “lire: un braconnage” [Paris: U.G.E., “10/18”, 1980, pp. 279-296]: la eliminación de la figura “poética” del título se convierte en toda una marca para pensar la producción de una propia que nunca se revela.

31. Cf. CERtEaU, Michel de. “Poéti-Cf. CERtEaU, Michel de. “Poéti-ques d’espace”. In: Café N° 1, 1983, pp. 79-84.

Catherine Pozzi–32 y de la “poética de la lengua” que sugiere el “hablar angélico” [1984]33, entre muchas otras alusiones más dispersas y cifra-das, de Certeau inserta el marco em-pírico de las prácticas bajo el signo de una fe que, paulatinamente, se irá convirtiendo en “creencia”. Sin du-das, todo un “contrato secular” que con las “artes de hacer” de La inven-ción de lo cotidiano quedará definiti-vamente sellado y establecido.

La producción de una poética

De tal modo, si bien por detrás de su figura intelectual ha exis-

tido ese background institucional de carácter religioso que intentaba di-rigir un modelo de representación, lejos estuvo su poética de convertir-se en un mecanismo sumiso a esa imposición. Desde luego, la inscrip-ción jesuita dice mucho más de lo que enuncia y dentro de aquella co-

32. Cf. CERtEaU, Michel de [1982]. La fábula mística. Siglos XVI-XVII. traducción de Jorge lópez Moc-tezuma. México: Universidad Iberoamericana-Departamento de Historia, 1994, pp. 349-353.

33. Cf. CERtEaU, Michel de. “le parler angélique. figures pour une poétique de la langue”. In: Actes sémiotiques, Documents, vI, 54. Paris: Centre de Recherches sémio-linguistiques (EHESS) et Centre National de la Recherche Scientifique, 1984.

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munidad convivían diversas orien-taciones culturales e ideológicas muy diferentes entre sí que componían redes de solidaridad interna que de Certeau siempre intentó sortear tras un confuso equilibrio. Por cierto, al pensar en su poética, debemos evitar cualquier estereotipo respecto de su inscripción religiosa aunque sin per-mitir tampoco que aquella indefini-ción que alentaba al “viajero” se convierta en un obstáculo para co-nocer a qué usos la sometía: aludir a lo “inclasificable” de su pensamiento puede enriquecer las aristas de una obra diversa como la suya, sin em-bargo, detenernos sólo en esa instan-cia implicaría navegar por un océano de formas cuyo principal riesgo sería inadvertir el proyecto intelectual que encierra y persigue. De hecho, la construcción de su poética nunca pier-de su carácter histórico por cuanto remite al empleo de unos procedi-mientos retóricos y estéticos que siempre reformulan el discurso mien-tras lo cargan con una intencionalidad que perpetúa todo el movimiento. En este sentido y tal como coinciden la mayoría de los estudiosos de su obra, sus trabajos se “hacen” conti-nuamente, empero, ese “thought in motion”34 se ha regido tanto por unas reglas ordenadoras desde fuera como

34. tal el término que utiliza ahearne para titular la conclusión de su obra [Cf., aHEaRNE, J. Op. cit., pp. 190-192].

por un deseo de conservar lo múlti-ple, lo descentrado y lo indefinido de toda referencialidad. así, la poé-tica de Michel de Certeau se cifra en un incansable work in progress cuya dinámica transita una serie repetiti-va de “presentes” que manifiestan su propia crisis para, de algún modo, comenzar de nuevo en el ensayo si-guiente. Bajo ese marco, su trabajo, parafraseando una fórmula de Paul valéry, consiste más bien en percibir el espíritu que su escritura quiere darse para su propio uso, en un in-tento por descubrir las relaciones posibles que las diversas figuras de su poética entretejen en la obra física35. En fin, tal como la idea de poética fue objeto de sucesivos reempleos desde su primera formulación filo-sófica con aristóteles, también la de Michel de Certeau se impone como un fenómeno de larga duración que dispone de una cronología particular y que cuenta con sus propias ruptu-ras, continuidades y revoluciones, grandes y pequeñas, un proceso que no necesariamente coincide con la aparición de sus grandes libros. Da-do el permanente proceso de reempleo que funda su trabajo, cualquier ac-ceso a su obra debe iniciarse tras un rastreo por sus principales textos con un criterio esencialmente diacrónico

35. valéRY, Paul. Introducción a la poética. Buenos aires: argos, “El Compás y la Rosa”, 1944, p. 40.

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que atienda a la producción del ar-tículo. Pensar su poética sólo a partir de sus libros no nos llevaría sino por el camino de una visibilidad que co-incidiría únicamente con la que de Certeau propuso la cual, si bien per-mite identificar, entre otras cosas, momentos de grandes “sumas”36, no alcanza para explicar de qué parte provenían sus ideas, de qué modo se forjaron y cuáles pudieron ser las variables de la vieja y nueva recepción que implicaba cada refundición37.

ahora bien, en rigor, el primero en vincular a de Certeau con la producción de una poética ha sido

36. Más allá del uso escolástico del término, entendemos “suma” como la puesta casi arquitectónica de un orden disciplinario (ordo disciplinæ) vinculado con un modo particular de interrogar a los textos [Cf. lIBERa, alain de. “Scolastique”. In: laCOS-“Scolastique”. In: laCOS-tE, Jean-Yves (Dir.) [1998]. Dictionnaire critique de théologie. Paris: Presses Universitaires de france, “Quadrige”, 2002, p. 1094].

37. Por otro lado, recordemos que, por fuera de este tipo de “sumas” pensadas y construidas por Michel de Certeau, quedan los diversos recueils póstumos que luce Giard editó a partir de 1987, es decir, Histoire et psychanalyse entre science et fiction [Paris: Gallimard, 1987], La faiblesse de croire [Paris: Seuil, 1987], La prise de parole et autres écrits politiques [Paris: Seuil, 1994] y Le lieu de l’autre. Histoire religieuse et mystique [Paris: Seuil/Gallimard, 2005].

el teórico Philippe Carrard quien ha postulado un tratamiento análogo para el discurso histórico francés que parte de fernand Braudel y culmina con Roger Chartier y la cuarta gene- ración de annalistes. Un tanto apar- tado de los tropos a que alude Hayden White en Metahistoria [1973] y colocándose junto a la narratología de Gérard Genette, el objetivo de Carrard consiste en dotar a la poética de la “nueva historia” de una dimen- sión diacrónica que trascienda las “estructuras superficiales” del texto, evitando caer en una concepción exclusivamente aristotélica que la separe de sus propias circunstancias de creación. Para tal fin, retoma el punto de vista tipológico e histórico de la inter y la paratextualidad del Genette de Palimpsestes [1982] y Seuils [1987] para interrogarse tres cuestiones: la clase de verdad que reclama la epistemología, los valores implícitos y explícitos de las ideologías que subyacen tras el discurso y las afiliaciones institucionales que se traman tanto en los medios uni- versitarios como en el mercado editorial38, elementos que, de un modo u otro, de Certeau ya había advertido avant la lettre en “la opera-

38. CaRRaRD, Philippe [1992]. Poetics of the New History. French historical discourse from Braudel to Chartier. Baltimore: The Johns Hopkins University Press, “Revisions of Culture and Society”, 1992, p. xiii.

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ción histórica” en 1974 y plenamente a partir del año siguiente39. En su ensayo sobre el propio de Certeau, Carrard recupera la raíz del verbo poieô que originalmente significaba hacer, fabricar o producir y establece que la “poética de la historiografía” teorizada por de Certeau consiste en la práctica de unas “artes de hacer” en tanto “decir”, “pensar” o “creer” que no sólo remiten a la teoría histo- riográfica, sino también a las “tácticas” del hombre sin atributos o al “hacer” de los teólogos40. Sin embargo, esta construcción también dispone de un sustento que no debe perderse de vista: por detrás del historiador, siempre avino un sacerdote cuyo silencio se tradujo en una inscripción institucional específica a partir de la cual se cifraron sus posibilidades de

39. CERtEaU, Michel de. “la operación histórica”. In: lE GOff, Jacques et Pierre NORa (Dir.) [1974]. Hacer la historia I. Nuevos problemas. traducción de Jem Cabanes. Barcelona: laia, “Historia/Papel”, 1978, pp. 15-54. Un año después, este texto fue objeto de reempleo en La escritura de la historia con el nombre “la operación historiográfica”.

40. CaRRaRD, Philippe. “History as a Kind of Writing: Michel de Certeau and the Poetics of Historiography”. In: BUCHaNaN, Ian (Special Issue Editor). The South Atlantic Quarterly, “Michel de Certeau–in the Plural”, vol. 100, N° 2, Spring 2001, pp. 465-482.

“libre” tránsito por las ciencias humanas. Por otro lado, si bien la teoría historiográfica que construyó de Certeau se reconoce como una legítima vía de entrada para conocer el funcionamiento de su poética41 y buena parte de los tópicos que ha estudiado conservan una dimensión histórica indudable, lo cierto es que no alcanzan por sí solos para explicar el modo en que el resto de los saberes que circularon por su discurso se integran en su obra. además, se trata de una reflexión epistemológica que no surgió del contexto en que, finalmente, de Certeau la inscribió, sino que provino de otro ámbito y mediante una problemática cuyo principal objeto de discusión era el estrecho vínculo que mantenía la historia con el cristianismo y la teología. En este sentido, el trabajo de reempleo que sufrió su ensayo “Hacer la historia” [1970] se muestra como una verdadera clave para comprender la importancia teórica que de Certeau tuvo de aquel debate al tiempo que se revela como un punto de inflexión en el marco de su obra42.

41. Jeremy ahearne es uno de los estudiosos que toma como punto de partida “The Historiographical Operation”, tal el nombre del primer capítulo de su obra [Cf. aHEaRNE, J. Op. cit., pp. 9-37].

42. así pues, el ensayo “faire de l’histoire. Problèmes de méthode et problèmes

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El espíritu jesuíta

ahora bien, si demarcar la traza de una poética en de Certeau

supone ya internarse en los pliegues de una definición siempre reformu-lada, denominarla jesuita parece in-vocar alarmas aún mayores. Por supuesto, su formación en la Com-pañía no alcanza para explicar su pensamiento y de todo un proceder intelectual que se quiere extenso y heteróclito. además, no debemos olvidar que cuando de Certeau in-gresó a la Orden, ya traía consigo un background bastante sólido en lite-ratura, filosofía y teología que le sig-nificó una considerable reducción de tiempo en su formación ignaciana43.

de sens” se trata, en realidad, de una ponencia que de Certeau presentó en 1970 en el Seminaire Universitaire de lyon-fourvière bajo el marco de un coloquio que él mismo dirigió acerca de las relaciones entre la historia y la teología. Este texto fue publicado completo en la revista Recherches de science religieuse [t. lvIII, 1970, pp. 481-520] y, cinco años después, como capítulo I en L’écriture de l’histoire. visiblemente, para esta publicación, de Certeau modificó buena parte de los primeros párrafos y suprimió la v parte [“vers une pratique théologique: la rupture instauratrice”] donde, precisamente, indagaba los vínculos entre la teología y el discurso histórico.

43. En el año 1943-1944, de Certeau comienza la licenciatura en letras en

asimismo, si bien ésta lo proveyó de un cuerpo de ideas que, paulatinamente, fue construyendo su propia autonomía frente al mundo religioso, no por ello el carácter jesuita de su poética será menos evidente y perdurable. Según el jesuita francés Jean-Claude Dhôtel, “la tensión entre una vida interior fuerte y libre y un apostolado que conmina al jesuita a situaciones sumamente expuestas va a dominar la historia de la Compañía. En este sentido, ayer el confesor del rey y hoy el cura-obrero se dan la mano más allá de los siglos”44. así pues,

la Universidad de Grenoble y, en el mes de octubre, ingresa al seminario de Saint-Sulpice en Issy-les-Mouli-Issy-les-Mouli-neaux con el objetivo de ordenarse sacerdote. luego de una crisis de vocación, abandona el seminario durante un año y en el periodo 1945-1946, regresa a Grenoble para proseguir la licenciatura. En 1946-1947, vuelve a Issy donde termina sus estudios con el grado de licenciado en filosofía escolástica, lo cual le permite acceder directamente al segundo año de teología y continuarlo en cualquier seminario universitario. así pues, en octubre de 1947, entra al seminario de lyon. al año siguiente, recibe la tonsura y, en 1949, es ordenado subdiácono, momento en que decide ingresar a la Compañía de Jesús [DOSSE, françois. Op. cit., pp. 32-46].

44. DHÔtEl, Jean-Claude, s.j. [1987]. Les jésuites de France. Chemins actuels d’une tradition sans rivage. Paris: Desclée de Brouwer-Bellarmin,

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diremos que en de Certeau esta tensión conserva dos rasgos complementarios: por un lado, la permanencia institucional en el seno de una Orden regular que engendra una conducta social definida desde su centro y, por otro, un trabajo de escritura que se cifra en un espacio que siempre se mira desde la periferia del sentido y a partir de un exterior que parece someter todo el compor-compor-tamiento a las contradicciones de un no-ser, tensión que, naturalmente, viene afectada por esa misma inscrip-ción religiosa.

Es bien sabido que a partir, al menos, de un plano teórico, la Com-pañía de Jesús funciona como una institución fuertemente centralizada cuya organización se funda en la ri-

“Christus Histoire”, 1987, p. 29. Esta obra se revela importante no sólo por la valiosa información que brinda sobre la Compañía de Jesús en francia, sino por el modelo de representación que ofrece de la propia Orden durante la época en que de Certeau formó parte de ella. Entre 1964 y 1974, Dhôtel formó parte de la Secretaría Nacional de Comunida-des y de la revista Vie Chrétienne y, a partir de aquel último año, se encargó de establecer las comunicaciones entre los sacerdotes. Este libro fue terminado cinco meses después del deceso de Michel de Certeau a quien Dhôtel dedica el último párrafo de su trabajo junto a otros dos jesuitas (Henri de lavette y Jean-Claude Guy) que también fallecieron en 1986 [p. 375].

gurosa sumisión que todos los miem-bros deben rendir hacia sus superio-res. Más allá de los votos de perpetua pobreza y castidad, es el de obedien-cia el que parece señalar cierto trazo general en sus sacerdotes. tal como indica alain Woodrow en su trabajo sobre la Compañía, “el vínculo insti- tucional, en particular el voto de obe-diencia, actúa como salvaguarda de la unidad fundamental. los jesuitas tienen apego a ese aspecto íntimo de su Orden. Dirán que están unidos para dispersarse y responder así a las necesidades de la Iglesia y del mun-do. El centro de la comunidad apos-tólica es más simbólico que geográ-fico. El verdadero centro está en otra parte: es una forma de espíritu, un modo de vida”45. asimismo, también se trata de una Orden que desde sus mismos orígenes ha rechazado todo afán ascético y cualquier tipo de en-cierro monacal, salvo por algunos momentos muy precisos de su for-mación, en especial, el reducido y limitado tiempo en que duran los Ejercicios Espirituales. En este sentido, el internacionalismo de su papel mi-sionero se convierte en un despren-dimiento simbólico que se define a partir de una acción que se cristaliza

45. WOODROW, alain [1984]. Los jesuitas. Historia de un dramático conflicto. traducción de María Soledad Silio. Buenos aires: Sudamericana-Planeta, “al filo del tiempo”, 1987, p. 33.

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en la periferia de esa obediencia, ras-go que hace del “espíritu” jesuita una permanente reunión de contrarios muy propia, además, de aquella so-ciedad europea del siglo xvII que, bajo el signo del barroco, definió gran parte de su complejidad. El afán de conciliar a Dios con el mundo, la erudición con la humildad o el espí-ritu científico con la realidad celeste son meros ejemplos de una contra-dicción que lejos de ser un simple costado de su experiencia espiritual hace más bien a una característica que le era propia y que incluso aún conserva: la relación de pesos y con-trapesos entre una obediencia que no puede ni debe aminorar con una movilidad misionera que busca re-dimir al mundo. Por tales motivos, el rótulo “jesuita” siempre resulta difícil de precisar, un problema que, naturalmente, también se aplica al mismo de Certeau y el conjunto de su poética. Por consiguiente, debe-ríamos decir que han existido y exis-ten jesuitas particulares con un mo-dus procedendi común que los con- duce por caminos diferentes en función de la actividad religiosa o secular que cada uno haya elegido seguir. a menos que abandone la Orden, naturalmente, ninguno de-jará de ser jesuita, no obstante, la especificidad de su profesión secular –si es que la elige– por momentos parecerá alejarlos de lo meramente confesional. así, es posible encontrar

jesuitas que han sido, entre otras co-sas, semiólogos, psicoanalistas, his-toriadores, antropólogos, teólogos o filósofos, una multiplicidad que Mi-chel de Certeau parece reunir en su propia figura. Cabe añadir, además, que la formación también descansa en aquello que la Compañía ha de-finido, por un lado, como “libertad responsable”, es decir, el perpetuo aprendizaje de cómo tomar las deci-siones correctas y lograr el “discerni-miento” y, por otro lado, como “for-mación permanente”, o sea, la actualización intelectual constante. De tal modo, lo que tengan en co-mún los jesuitas entre sí, seguramen-te se cifra en sus largos años de for-mación, si bien debemos recordar que existen notables diferencias his-tóricas respecto del contenido que organiza aquella educación y otras de carácter geográfico, puesto que cada “provincia” ha adecuado las mo-dalidades pedagógicas a las realidades locales donde se ha erigido.

Para el caso de Michel de Certeau, estamos hablando, geográficamente, de una Compañía francesa de una larga tradición en su país y de una provincia que siempre ha participa-do activamente en el mundo social y cultural en diálogo con buena par-te de la intelligentsia vernácula. ade-más, su vida atravesó un tiempo que, de algún modo, estuvo dominado por el clima que imprimió el Con-cilio vaticano II, una asamblea don-

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de los jesuitas tuvieron una enorme influencia, ya sea como asesores del Papa o, incluso, como redactores de los principales documentos concilia-res. Si bien se prolongó durante cua-tro años [1962-1965], los debates teológicos, eclesiológicos y dogmá-ticos que allí tuvieron lugar, ocupa-ron a estos religiosos no sólo en ese lapso, sino también durante el pe-ríodo anterior en que se gestaron la mayor parte de sus principios y, por supuesto, durante una fase posterior llamada “posconciliar” en la cual los ideales del cónclave fueron desapa-reciendo paulatinamente del hori-zonte romano. a este respecto, Michel de Certeau no sólo fue testigo de esa coyuntura, sino también partícipe de ella. Pese a que únicamente algu-nos de sus ensayos sean explícitos al respecto, por detrás de muchos otros suele aparecer el espíritu antropoló-gico que promovió el Concilio, unas ideas sobre el hombre, Dios y la Igle-sia que la Orden jesuita o, al menos, una parte de ella, sostuvo hasta bien entrada la década del ochenta.

Figuras para una poética

En cuanto a la pertinencia de una “poética jesuita”, se trata de un

término con el cual intentamos re-presentar, en términos del mismo de Certeau, “la unidad en la diferencia”46

46. Esta premisa fue formulada explícita-

de una serie de gestos que vinculan una representación particular de las ciencias humanas con el cristianismo. Para ello y siguiendo la filiación de Carrard, la idea de figura que ofrece Genette resulta bastante oportuna47: no sólo implica una “visión del mun-do” sino también una “técnica” que define su empleo a partir de una des-viación de la norma, una conceptua-lización propia de la neorretórica francesa en los setenta a cuya influen-cia de Certeau, por cierto, no ha es-capado. Con todo, no conviene ol- vidar lo esencial del “arte poética” tal como la entendemos en de Certeau: se trata de la práctica creativa de un “hacer” cuya construcción nunca cesa y siempre se diversifica. así pues, en la historia de la escritura decer-teana, las figuras han trazado un mo-vimiento pendular: comenzaron a circular como voces propiamente jesuitas, luego, poco a poco, se fueron involucrando con la episteme de di-ferentes disciplinas y, finalmente, retomaron su carácter inicial a partir de una lectura de lo religioso “por fuera” del mundo eclesiástico. En este sentido, las figuras conservan un principio de variabilidad histórica y

mente para nominar su segundo libro, L’étranger ou l’union dans la différence [Paris, Desclée de Brouwer, “foi vivante”, 1969].

47. Cf., principalmente, GENEttE, Gérard [1966]. Figures. Essais. Paris: Seuil, “tel Quel”, 1966, pp. 205-221.

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su propio tipo de reempleo, un pro-ceso que repite el conjunto de su poética, también dispuesta en un decurso histórico que las integra o las enfrenta y, luego, las modifica. Es por ello que estas figuras lejos están de cualquier conjunto inmutable de normas y principios que intente lle-var adelante un plan de trabajo: Mi-chel de Certeau no escribía a partir del dictado de una poética, sin em-bargo, su obra revela un esquema de pensamiento que transita por una serie concreta de preguntas que orga-nizan y particularizan su discurso.

así pues, existe un gesto topoló-gico que se origina en la zozobra que produce el centro de la obediencia jesuita hacia sus superiores con rela-ción a la periferia que implica el sin-gularismo misionero. Esta trama re-configura los modos de concebir no sólo el espacio sino la posición del resto de las figuras, ya sean operativas, empíricas, intelectuales o discursivas. tal como lo han demostrado algunos estudiosos, el pensamiento de Michel de Certeau y, en buena medida, toda su obra, se encuentran atravesados por una reflexión “cartográfica”, pre-eminencia que también se encuentra en el núcleo de los Ejercicios Espiri-tuales: la llamada “composición de lugar” proporciona un instrumento simbólico para la producción de imá-genes e interviene directamente en la construcción del sentido48. En la

48. Cf., sobre todo, faBRE, Pierre-

contradicción de aquellos dos extre-mos, tiene lugar la presencia de otro gesto que se quiere operativo y que aparece vinculado con el accionar de una pastoral en sentido amplio y no meramente circunscripto a una mo-derna cura animarum, marca que devendría en práctica social y polí-tica, atendiendo al espíritu conciliar, entre otras variables históricas. Esta “operación” podría definir a de Cer-teau como un “misionero intelectual”49 que no sólo practica la erudición, sino que la pone al servicio de un cometido epistemológico cada vez más claro. tras el marco de aquella misión, esa operatividad siempre es “ortodoxa” puesto que se inspira en un jesuitismo primitivo cuyas prin-cipales fuentes han sido las obras de Ignacio de loyola y los padres fun-dadores de la Orden, tal como, por ejemplo, la Compañía francesa las viene leyendo y republicando desde los años cincuenta en la colección Christus. Sin embargo, no ha sido ésta una ortodoxia verdaderamente

antoine [1992]. Ignace de Loyola. Le lieu de l’image. Le problème de la composition de lieu dans les pratiques spirituelles et artistiques jésuites de la seconde moitié du XVIe siècle. Paris: vrin-EHESS, “Contextes”, 1992.

49. Naturalmente, este término no conserva ninguna analogía con respecto al que Julien Benda impulsara durante la primera posguerra en La traición de los intelectuales [1927].

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dogmática sino, ante todo, un signo flexible que se ha cifrado en la som-bra de la alteridad de los “nuevos mundos” donde la Orden llevó a cabo el trabajo misionero antes que a la luz de lo mismo. Sumida en las contradicciones que cada tiempo y cultura le depara, la “ortodoxia” je-suita, paradójicamente, debería definirse en el interior de una repre-sentación heterodoxa de los fenóme-nos que ha percibido. así, aparece un gesto místico que deriva del tipo de espiritualidad que la Compañía buscaba en esos comienzos y que luego, en de Certeau, tomó una di-mensión epistemológica e histórica de mayor alcance. Un clima al que debemos agregar la incorporación de aquel espíritu antropológico que hi-zo de la Iglesia un corpus mysticum antes, durante y, cada vez menos, luego del Concilio vaticano II. Esta figura, en nada ajena al mismo Jacques lacan, la veremos en la obra de Mi-chel de Certeau a partir de su pues-ta a punto con la historia, el psicoa-nálisis, la literatura y, subterránea- mente, tras sus investigaciones an- tropológicas en un ir y venir de identidades que no siempre son re-ligiosas. Sin embargo, se trata de un gesto que nunca abandona su carác-ter empírico: la “experiencia espiritual” permitía la circulación de una “prác-tica” de la fe y la creencia, al tiempo que se alejaba de una metafísica esen-cialmente suareciana muy propia de

la formación jesuita de principios del siglo xx. así, el concepto de “prác-tica” también ha tenido su viejo arrai-go en la Compañía, sobre todo, a través del espíritu que loyola le im-primió a los Ejercicios Espirituales los cuales se inscriben en la discusión entre poieô y prattô que antes referi-mos50.

finalmente, en de Certeau, estas figuras se pondrán en marcha me-diante dos gestos estéticos donde el primero de ellos estará vinculado con un uso específico de la palabra [pa-role]. a este respecto, la tradición pedagógica jesuita ha sido particu-larmente continua: el adoctrinamiento en la elocuencia y el arte de la retó-rica no sólo representan una parte fundamental de la Ratio Studiorum durante la “quinta clase”, sino que los mismos Ejercicios Espirituales pue-den leerse a la luz de su cometido persuasivo y sus tácticas argumenta-tivas51. Esta práctica de la palabra, a la que de Certeau le ha incorporado un contenido psicoanalítico y lin-güístico preciso, le ha servido para construir una estrategia discursiva

50. Cf. MaRlé, René [1979]. Le projet de théologie pratique. Paris: Beau-chesne, “le Point Théologique”, 1979.

51. Cf. RaSPa, anthony [1983]. The Emotice Image: Jesuit Poetics in the English Renaissance. forth Worth: texas Christian University Press, 1983.

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frente a las observancias institucionales, objetivarse como sacerdote y com-prometerse con la episteme de varias disciplinas mediante una exhortación crítica que, al mismo tiempo, le per-mitía tomar distancia de todas ellas. Cabe señalar que este tipo de reflexión parece evocar un espíritu de “con-versión” propio de la perspectiva mi-sionera de loyola y que también se aplica a los ensayos críticos que de Certeau ha escrito sobre diversos as-pectos de la misma Compañía: de algún modo, es la propia Orden la que genera las herramientas necesa-rias para juzgarse a sí misma. En se-gundo lugar, contamos en su obra con un gesto barroco. a juzgar por un estilo de escritura que, como di-ce luce Giard, “nunca se ha visto sometido a las conveniencias de una simplificación didáctica”52, encon-tramos en de Certeau un fluir esté-tico donde los conceptos parecen desvanecerse cuando tratamos de capturarlos. Cuestión muy cara, ade-más, a la dialéctica hegeliana del de-seo que postuló lacan –vía Kojève– y que de Certeau no hizo sino con- vertirlo en parte instrumental de su poética y, acaso, de su propio pensa-miento. Por lo tanto, si creemos en la posibilidad de un cierto barroquis-

52. GIaRD, luce. “Introduction: Michel de Certeau on Historiography”. En: WaRD, Graham (Ed.) [2000]. The Certeau Reader. Oxford: Blackwell, “Readers”, 2000, p. 19.

mo en su escritura, todo su derrote-ro parece signado por una estética cuyo sentido de movilidad se funda en un empleo particular y recurren-te de la idea de “metáfora”, por cier-to, tal como tesauro la ha concebido. En suma, un valor de pliegue deleu-ziano que se define por “esa escisión de la fachada y del adentro, del in-terior y del exterior, la autonomía del interior y la independencia del exterior, en tales condiciones que cada uno de los dos términos relan-za el otro”53. Por otro lado, no debe-mos olvidar que por detrás de aque-lla “primera Compañía” sobre la cual la Orden en el siglo xx llevó a cabo su proyecto heurístico y su ideal de emulación, también se encontraba este espíritu barroco: el contacto con la estética de aquellos textos no pa-sará sin dejar su huella en el estilo que de Certeau, finalmente, imprima en los suyos.

Sin embargo, cabe insistir en que se trata de una poética esencialmen-te particular: pese a que muchos je-suitas contemporáneos al mismo de Certeau han hecho uso de estas fi-guras, no existe ningún concepto universal susceptible de ser “aplicado” a todos los sacerdotes ordenados por la Compañía de Jesús –una tarea tan

53. DElEUZE, Gilles [1988]. El pliegue. Leibniz y el barroco. traducción de José vázquez y Umbelina larraceta. Barcelona: Paidós, “Básica”, 1989, p. 43.

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quimérica como fascinante54–. Inda-gar el modo en que de Certeau arti-culó algunos de los principios de su formación ignaciana con la dimen-sión que le ofrecían las ciencias hu-manas es un trabajo que, de algún modo, resulta análogo al que llevará a cabo cuando se libre al juego “interdisciplinario” más allá del cam-po estrictamente religioso. así, res-pecto del empleo de este término en su obra, toda referencia merece gran cautela. Sin negar la presencia de tal uso, no debemos olvidar que cuando de Certeau recorrió la historia, la teología, la antropología o el psicoa-nálisis estas disciplinas traían los lí-mites de su propia episteme ya in-corporados junto con un acceso al saber que les era propio, límites que fueron previamente definidos y en el interior de sus historias particula-res. Si bien de Certeau ha contribuí-do a modificar esas historias, lo cier-

54. Quimérica, pero, tal vez, remotamen-te posible, al menos, en un aspecto. a lo largo de la historia de la Compañía (como, de algún modo, en la del mismo cristianismo), la constante no parece haber sido el acuerdo, sino más bien la práctica de una diferencia que ha terminado con la expulsión del sacerdote o su renuncia, con la prohibición de sus obras y, en el peor de los casos, con la disolución de la Orden. Salvo algún tipo de adverten-cia, se trata de situaciones que de Certeau nunca debió enfrentar lo cual es todo un indicio en sí mismo.

to es que siempre ha preferido mostrarse como un visitante –en sus propios términos, como un “viaje-ro”– y, con diferentes matices, por lo general, siempre buscó hablar de todas ellas “en nombre de una in- competencia”55: todo un juego de reservas que oculta mucho más de lo que admite. Precisamente, es a partir de esa marca de ausencia cuando su poética revelará claramente por qué también se construyó sobre la base de una interrogación que, como cris-tiano, sacerdote y jesuita, nunca ha cesado: de un modo inadvertido, de Certeau se arrojará a una represen-tación de sí en más de un texto. Si bien no es posible pensar su obra como una empresa autobiográfica, lo cierto es que, emulando, quizá, una práctica de la objetivación pro-pia de la Compañía y apelando a una suerte de “crítica productiva” barthe-siana, construirá una serie de postu-lados retóricos que no sólo arrojarán luz sobre su propia estrategia como pensador sino que demostrarán has-ta qué punto intentó hacerla borro-sa. De algún modo, su poética es un metalenguaje que se complica en una trama donde sujeto y objeto se vuel-ven indisociables y ante lo cual el psicoanálisis se sumará como una de las principales herramientas para jus-

55. tal es la frase con que da comienzo la introducción de La fábula mística. Siglos XVII-XVIII [1982].

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tificar ese proyecto, trama donde el “rizoma” jesuita subyace como una enorme posibilidad de huída y des-vío. En fin, con la idea de “viajero” tal vez de Certeau nunca ha dejado de identificarse con otro término que también utiliza en aquel texto de 1970 que citamos al principio: el “peregrinaje”, es decir, el modo en que Ignacio de loyola refería su pro-pio derrotero político y espiritual. En suma, toda una teatralización discreta que vendría a definirse bajo una doble remisión: por un lado, a través de una propuesta epistemológica con fuertes visos de ruptura y, por otro, con una identificación religio-sa que, con todo, nunca pretendió eliminar, drama histórico que, en definitiva, se convirtió en el devenir de un teatro cuyo escenario siempre ha sido el “estallido” del cristianismo y el protagonista, aquel sacerdote jesuita del que nunca quiso despren-derse.

Nota

Este trabajo es una versión revisa-da del texto que introduce a mi

tesis de Maestría en Investigación Histórica, La construcción de una poé-tica jesuita. Cristianismo, historia y psicoanálisis en Michel de Certeau, dirigida por el Dr. Darío Roldán y defendida en febrero de 2005 en la Universidad de San andrés de Bue-nos aires.

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OBSERvaCIONES SOBRE la REESCRItURa DE alGUNaS

fUENtES latINaS EN El EPISODIO DE tROYa EN

El lIBRO DE alExaNDRE: SU IMPlICaNCIa DENtRO DEl

CONtExtO GENERal DE la OBRa

Por Mariano Sverdloff

Recibido: 15/06/08 Aceptado: 15/08/08

RESUMEN:

El objetivo del presente artículo es exponer qué tipo de trabajo de reescritura llevó a

cabo el autor anónimo del Libro de Alexandre sobre sus fuentes latinas para la composición del episodio de troya. El poeta anónimo no hizo meramente acopio de textos de auctori-tates, sino que les imprimió una forma nueva y personal, acorde con su proyecto literario y con la distancia que quiso tomar del “claci-sismo”, en ese entonces hegemónico, de la épica de Gautier de Châtillon. al analizar, entonces, detenidamente el trabajo al que sometió el autor del Libro de Alexandre a las fuentes latinas del episodio de troya, nos encontraremos con que todos los cambios responden a un sentido unitario que es fun-damental para comprender el Libro de Alexan-dre en su totalidad; este sermón que cuenta el rey alexandre, por alegrar sus gentes, ferles buen coraçón, es un intento por resolver las tensio-nes que implican la traducción de los valores de la gloria épica clásica (la fama de la que habla Châtillon es una versión de la timé homérica) al paradigma cristiano-medieval.

facultad de filosofía y letras,

Universidad de Buenos aires

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ABSTRACT:

Observations Regarding the Rewriting of Several Latin Sources in the Troy Episode of the Libro de Alexandre and their Implications in the General Context of the Work

the aim of this article is to describe the work by which the anonimous author of

the Libro de Alexandre rewrote his latin sources in composing the troy episode. The anonimous poet did not merely collect au-thorities, but also he impressed upon them a new and personal form. This fact is coherent with his literary project and with the distance he wanted to take from the “clacisism” of Gautier de Châtillon’s epics, dominant at the time. Close analysis of the work and the latin sources in the episode of troy, shows that every change stems from one same pur-pose, paramount for the understanding of the whole Libro de Alexandre. The sermón, told by King alexandre to alegrar his people and ferles buen coraçon, is an attempt to solve the tensions involved in translating the values of the classical epical glory (the fame of which Châtillon speaks is a new version of the Ho-meric timé) into the Christian paradigm of the Middle ages.

palabras clave: libro de alexandre, literatura latina, comparatismo.keywords: libro de alexandre, latin literature, comparatism.

El objetivo del presente ar-tículo es exponer qué tipo de trabajo de reescritura llevó a cabo el autor anó-

nimo del Libro de Alexandre sobre sus fuentes latinas para la composición del episodio de troya. Como bien

indica amalia arizaleta1, el poeta anónimo no hizo meramente acopio de textos de auctoritates, sino que también les imprimió una forma nueva y personal, acorde con su pro-yecto literario y con la distancia que quiso tomar del “clasicismo”, en ese entonces hegemónico, de la épica de Gautier de Châtillon. al analizar, entonces, detenidamente el trabajo al que sometió el autor del Libro de Alexandre a las fuentes latinas del episodio de troya, nos encontraremos con que todos los cambios responden a un sentido unitario que es funda-mental para comprender el Libro de Alexandre en su totalidad; este sermón que cuenta el rey alexandre, por ale-grar sus gentes, ferles buen coraçón, es un intento de resolver, como veremos, las tensiones que implican la traduc-ción de los valores de la gloria épica clásica, la fama de la que habla Châti-llon versionando la timé homérica, al paradigma cristiano-medieval.

la digresión de troya va desde las cuadernas 320 a 772. éstas inclu-yen la llegada a troya, el relato de troya que hace alexandre, y la in-terpretación que el mismo rey alexan-dre hace de la narración que ha enun-ciado. las fuentes de este episodio son principalmente el Alexandreis de

1. arizaleta, amalia. La translation d´Alexandre.Recherches sur les structures et les significations du Libro de Alexandre. Paris: Klincksieck, 1999, p.50 y ss.

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Gautier de Châtillon (para las cua-dernas 320-333), los textos diversos de los que se sirvió el autor para la narración de los hechos previos y posteriores a los de la Ilias Latina (cuadernas 321-416 y 720-761, res-pectivamente), y la Ilias Latina pro-piamente dicha, que fue tomada en su totalidad y seguida muy de cerca en las cuadernas 417-7192. tomare-

2. Según la bibliografía consultada, las fuentes usadas por al autor anónimo para el relato que hace alexandre de troya son las siguientes: para Ian Michael, desde las bodas de tetis y Peleo hasta descubrimiento de aquiles por parte de Ulises (cuader-nas 334-416), fuente incierta; la guerra de troya desde la ira de aquiles hasta la muerte de Héctor (cuadernas 417-719), la Ilias Latina; desde la muerte de aquiles hasta el caballo de madera y la destrucción de troya (cuadernas 720-761), fuente incierta. Según Ian Michael y arizaleta, a.G. Solalinde encontró detalles en el juicio de Paris de Higino (fabula 92), los Mitographi Vaticani (fabula 208), Ovidio (Heroidas xvI, 53-88 y xvII, 117-120). también recuerdan Michael y arizaleta que Morel-fatio relacionó el augurio de Calcas con las Metamorfosis, xII, 11-21. Para Juan Casas Rigall, los episodios que antece-den a la ira de aquiles (cuadernas 335-416) han sido tomados principalmente del Excidium Troiae; Casas Rigall acepta las fuentes que da Solalinde, menciona que alarcos propuso como fuente para el ocultamiento y hallazgo de aquiles a

mos para nuestro análisis cuadernas del encuentro de alexandre con la tumba de aquiles (320-333), del juicio de Paris (339-386), del episo-dio de la muerte de Héctor (665-710) y de la interpretación que enuncia el mismo alexandre sobre la guerra de troya (762-771). Nuestra intención es exponer: 1) un ejemplo de reescri- tura del Alexandreis, texto que el au-

la Aquileida de Estacio (I, 242 y ss.), agrega el Compendium Historiae Troianae-Romanae (supuestamente del s.x), y sugiere parecidos con De bello Troiano, de José de éxeter, con Simón Áurea Capra y con tradiciones que descienden de Dictis y Dares, así como influencias más amplias que las propuestas por Solalinde del Ovidio de Heroidas y el uso de más partes que las mencionadas por alarcos de la Aquileida de Estacio. En cuanto a las cuadernas 417-719, Casas Rigall sugiere agregar a la principal fuente, la Ilias Latina, otras tradiciones homéricas y antihoméricas, aunque descarta un conocimiento directo del autor ibérico de Dictis y Dares. finalmente, en cuanto a las cuadernas 720-761, Casas Rigall nota una influencia menos transparente del Excidium Troiae, así como una probable influencia del libro II de la Eneida –aunque quizá a través del mismo Excidium Troiae– y el rastro de la lectura de vegecio (los Epitoma rei militaris) en la construcción del caballo de madera. Jesus Cañas menciona que Solalinde también sugirió como fuente probable del juicio de Paris, una lectura de apuleyo.

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tor ibérico tomó como modelo para todo el Libro de Alexandre; 2) un ejemplo de reescritura de fuentes clásicas, el juicio de Paris (aunque sabemos que en este caso nuestras conclusiones no pueden ser seguras, porque es muy difícil decir en qué textos exactamente se basó el autor anónimo para la redacción de este fragmento en particular); y 3) un ejemplo del aprovechamiento que se hace en el Libro de la Ilias Latina3. En este último caso, si bien es posi-ble sospechar que el autor anónimo tuvo en sus manos toda una serie de epítomes relacionados con el tema troyano4, está aceptado unánimente por la crítica que el autor conocía la Ilias –o una versión muy parecida a la que llegó hasta nosotros– en su totalidad, motivo por el cual pode-mos estar seguros de que, cada vez que nos encontramos con diferencias importantes entre el Libro de Alexan-dre y la Ilias Latina, estamos ante una elección del autor que puede coin-cidir o no con otras fuentes, pero que no se debe al desconocimiento de la Ilias, sino a una consciente voluntad de trabajo sobre los materiales.

3. Nos referiremos en todos las casos a la edición de la Ilias Latina de Baehrens.

4. Rigall, Juan Casas. La materia de troya en las letras romances del siglo XIII his-pano. Santiago de Compostela: Univer-sidade de Santiago de Compostela, 1999, p.59.

1.1. la cuaderna 322 narra el arribo de alexandre a troya. los mo-tivos de las cuadernas 322-333 están tomados de los hexámetros 452-483 del libro I del Alexandreis. las cua-dernas 322 y 323, que se correspon-den con los versos 452-454 de Gau-tier, son la primera descripción de troya. En 323 se incorpora la men-ción a “Omero” –mención que por supuesto, no estaba en Gautier y que es una de las tantas de la cuales se sirve el autor anónimo para legitimar su discurso. luego, en 324, se relata la anécdota de Ganimedes, que se corresponde con los hexámetros 455-6 de Gautier; en 325 se menciona el árbol de la ninfa Enone y a diferen-cia del texto latino, se dice que quien escribiera en él fue la ninfa y no Pa-ris. finalmente, en 326, se hace la primera mención al juicio de Paris. En este punto nos encontramos con lo que podemos considerar, dentro del los límites del pasaje analizado, la primera gran diferencia con el Alexandreis: en efecto, si Gautier pue-de simultáneamente definir al juicio de Paris como iocosa litis5 y reconocer

5. Populus Oenones, ubi mechi falsa notata Scripta latent Paridis tenerique leguntur

amores. Densa subest vallis ubi litis causa iocosae Tractata est cum iudicium temerauit

adulter, Unde mali labes et prima effluxit origo Yliaci casus et Pergama diluit ignis [El chopo de Enone, donde se oculta

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que fue la causa de la perdición de troya, en el Libro de Alexandre se habla en 326 de “una mançana que les dio el pecado.” El texto latino se permite sugerir un aire galante cuan-do menciona el juicio de Paris, aun-que refiera dos líneas más abajo que éste fue el origen de la desgracia de troya: se describe así el juicio como constituido por dos fases contradic-torias, como una acción que comen-zó siendo galante y que luego engen-dró la destrucción, el mal. En cambio en el texto español, el juicio de Paris es el efecto del Pecado, y toda la ac-ción está desde el vamos signada por el Mal. Y esta cercanía de Paris con el pecado, prepara el terreno para otro importante motivo del episodio de troya: el de la oposición entre Paris y los verdaderos héroes épicos. Esta oposición entroncará a su vez con uno de los temas favoritos del autor del Libro de Alexandre, el de la traición, tema que se sugiere en la cuaderna 329. En efecto, si compa-ramos los epitafios de aquiles del Libro de Alexandre y del Alexandreis, encontraremos en el texto castellano el adjetivo “perjurado”, una califica-

lo que anotó en falso el adúltero Paris. Cerca está el denso valle donde, cuando profanó el juicio el amante, fue decidi-da la causa judicial de la jocosa querella. De allí salió la ruina del mal y el primer origen de la caída de troya y los fuegos que debilitaron a Pérgamo] (459-64)

(Todas las traducciones son nuestras).

ción moral que lo distancia significa- tivamente del laconismo del pasaje latino:Hectoris Eacides domitor clam incautus inermisOccubui, Paridis traiectus arundine plantas6

(473-4)

Achiles so, que yago so est mármol cerrado,el que ovo a Éctor el troyano rancado;matóme por la planta Paris el perjurado,a furto, sin sospecha, yaziendo desarmado.(329)

1.2. En el libro de Châtillon, hay una representación angustiada de la instancia de la escritura épica: la fa-ma es dispensada por una acción material de los hombres que como tal es falible. De este modo, por más que el héroe épico se aplique a lograr victorias, subsiste siempre una posi-bilidad inquietante: la de que todas esas acciones caigan en la nada si falta el vate que las traduzca al len-guaje de la inmortalidad. Mientras que el alexandre español considera esta traducción un hecho casi auto-mático, producto natural y aproble-mático de la acción épica, el latino contempla la posibilidad de que esta traducción pueda no ocurrir. De allí la fórmula desiderativa de los hexá-metros 484-5 encabezada por utinam,

6. “aunque soy el vencedor del Eacida Héctor, fui muerto furtivamente, en-gañado e inerme, con las plantas de los pies atravesadas por la flecha de Pa-ris.”

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que contrasta con la seguridad con que el alexandre español refiere el pasaje de las gestas al livro:

O utinam nostros resoluto corpore tantis Laudibus attolat non invida fama triumphos! 7

7. transcribimos el largo pasaje, por cierto muy bello:

´O fortuna viri superexcellentior,´ inquit ´Cuius Meonium redolent preconia vatem, Qui licet exanimem distraxerit Hectora,

robur Et patrem patriae, summum tamen illud

honoris Arbitror augmentum, quod tantum tantus

habere Post obitum meruit preconem laudis

Homerum. O utinam nostros resoluto corpore tantis Laudibus attolat non invida fama

triumphos! Nam cum lata meas susceperit area leges, Cum domitus Ganges et cum pessundatus

Athlas, Cum vires Macedum Boreas, cum senserit

Hamon, Et contentus erit sic solo principe mundus Ut solo sole, hoc unum michi deesse timebo, Post mortem cineri ne desit fama sepulto, Elisiisque velim solam hanc praeponere

campis.” (478-492) “Oh, extraordinaria fortuna la de este

hombre –dice– cuyos encomios tienen el perfume del vate meonio; aunque haya arrastrado al exánime Héctor, vigor y padre de troya, compruebo cómo se le ha acrecentado el honor a este hombre: mereció luego de la muerte, como gran pregón de su laude, a Homero. ¡Oh, ojalá cuando haya desaparecido mi cuerpo la no adversa fama con tan

“Amigos”–diz–, “las gestas que los buenos fizieron,cascunos quáles fueron e qué preçio ovieron,los que tan de femençia en livro las metieronalgún pro entendién por que lo escrivieron.

“Los maestros antiguos fueron de grant cordura,trayén en sus faziendas seso e grant mesura,por esso lo metieron todo en escripturapora los que viniessen meter en calentura” (764-5)

Releamos, asimismo, los hexá-metros 470-477 del Alexandreis, en los cuales alexandre se encuentra con los sepulchra Achillis minora quam fama8, esto es, con un desfasaje entre el monumento y la posteridad de las res gestae en la memoria de los hom-bres. Este desfasaje es un índice de la relación sujeta a errores que hay entre la acción ya hundida en el pa-sado –los spectacula–, y la contingen-cia del soporte material, en este caso el epigrama de las líneas 473-4: de allí la contraposición de las palabras

grandes laudes mis triunfos eleve! Entonces, cuando una dilatada extensión haya adoptado mis leyes; cuando esté dominado el Ganges, cuando esté derribado el atlas, cuando las fuerzas de los macedonios sienta el Boreas, cuando las sienta amón, y cuando abarcado esté el mundo por un solo príncipe así como por un solo sol, temeré solamente que le falte la fama, luego de la muerte, a mi ceniza sepulta. Y a la fama sola yo la considero más importante que a los Campos Elíseos”.

8. “los sepulcros de aquiles menores que lo que se dice.”

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tanti y brevitas, en una construcción casi quiasmática, en el hexámetro 475:

Hec brevitas regem ducis ad spectacula tanti Compulit…9

Comparemos con la descripción que hace el español de la tumba de aquiles en 327-328:

Falló en un bel campo una grant sepulturado yazié soterrada la gent de su natura;tenié cada sepulcro suso su escriptura,e dizié, cada uno qui fuera, su mestura.

Falló entre los otros un sepulcro honrado,todo de buenos viersos en derredor orlado,qui lo versificó fue omne bien letradoca puso gran razón en poco de dictado

En el Libro de Alexandre, la bre-vitas se ha convertido en el poco de dictado de los buenos viersos; ella deviene incluso una prueba de la inmensa pericia del poeta. Y esta pe-ricia se convierte, por su parte, en una manifestación de la relación siem-pre proporcional que existe entre el acto heroico y su pervivencia discur- siva.

1.3. En el Libro de Alexandre se abrevia el largo elogio de la fama épica que hace el alexander latino en los hexámetros 478-490, al final del cual el rey macedonio llega in-cluso a preferirla a los elíseos. Esta

9. “Esta brevedad llevó a pensar al rey alejandro en los vistosos hechos de tan gran jefe…”

elección de los valores de este mun-do por sobre los del próximo, era imposible en el clima ideológico al-tamente cristianizado del Libro de Alexandre; de allí que cuando alexan-dre, finalizada la narración de la gue-rra de troya, extrae una conclusión, esta conclusión no opone fama y más allá, sino que, más bien, postula una conciliación entre ambas instancias10. Se debe lograr la fama, sí, pero a tra-vés del ganare preçio por dezir o por fer (771), esto es, a través del ejerci-cio de una virtud que no contradice necesariamente los preceptos cristia-nos. De hecho, mediante un tour de force argumentativo, alexandre con-vierte el mismo tópico del desprecio del mundo –tópico que retomará el narrador en las cuadernas 2670-2, por cierto que con otra intención–, en un argumento a favor de la acción heroica:

Tan grant será el preçio que vos alcançaredes,que quant´estos fizieron por poco lo ternedes:salvaredes a Greçia, el mundo conquerredesorarvos han buen siglo los que vos dexaredes.

Desque omne de muerte non puede estorçer,el bien d´aqueste mundo todo es a perder;

10. No otra cosa hace el príncipe macedonio cuando a punto de morir declara que ya está preparado su sitio en el cielo:

Seré del Rey del çielo altamente reçebido quando a mí oviere, teners a por guarido; seré en la su corte honrado e servido todos me laudarán porque non fui vençido. (2631)

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si non ganare preçio por dezir o por fer,valdriéles mucho más que fuessen por naçer.(770-771)

Según la interpretación que alexandre hace del episodio de tro-ya, la serie acción heroica –escritura épica– premio en el más allá forma una síntesis armónica. Una hybris interpretativa le impide percibir al rey esas discontinuidades entre acción épica y escritura, y entre acción épi-ca e ideología cristiana, que sí existen para el narrador del Libro de Alexan-dre y que provocarán, finalmente, su caída.

2.1.vayamos a nuestro ejemplo del uso de las fuentes clásicas, el jui-cio de Paris. No sabemos con qué grado de cristianización, medievali-zación o moralización venían los tex-tos en los cuales se basó el autor del Libro de Alexandre para la redacción de su versión de este episodio, de modo tal que no es posible asegurar que todas las diferencias con respec-to a las versiones clásicas sean obra del autor del Libro de Alexandre. Qui-zá, sin embargo, sea útil, siempre teniendo en cuenta las obvias salve-dades metodológicas que nos impo-ne el desconocer exactamente en qué textos se inspiró el autor anónimo, confrontar las fuentes posibles que la crítica ha indicado y mostrar cómo se modifican los textos de la tradición clásica.

2.2. Encontramos en las bodas de tetis y Peleo varias medievaliza-ciones: el reemplazo de los nombres de tetis y Peleo por el la referencia de dos reys, y la descripción de jerar-quías medievales en los invitados a las bodas:

Consagraron dos reys, como diz la leyenda,fizieron, como ricos, bodas de grant fazienda;todos avién abondo de paz e sin contienda,quiquiere en palaçio quiquiere en su tienda.

Fueron allí llamados los dios e las deessas,rëys muchos e condes reínas y condessas,dueñas e cavalleros e duques e duquessas,avié y un grant pueblo sólo de juglaresas.(335-6)

Sedié, com´es derecho cad´uno con su igual,assí seyén la tavla, mantenién el ostal;(338a-b)

luego, en 341 sigue un caso de cristianización, la interpretación de Eris como el pecado, entendido aquí como sinónimo de diablo:

El pecado, que siempre sossaca travessura,buscó una mançana fermosa sin mesura;escrivióla el malo de mala escriptura,echógela en medio atán en ora dura.

En 345 encontramos una men-ción a la habilidad retórica de las diosas, mención que será retomada en 362:

Quando plogó a Dios que fueran abenidas,fueron delante Paris a juiçïo venidas;fueron de cada parte las razones oídas,semejaban las dueñas unas fieras legistas.

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asimismo, notamos también en la cuaderna 345 que quien dispone el jucio de Paris es Dios y no Júpiter, mención que por lo demás es segui-da por un comentario sobre la inevi- tabilidad de los decretos divinos en la cuaderna 34611:

Quiérovos un poquito sobre Paris fablar,ond podades creer e podades firmar,que lo que Dios ordena cómo ave d´estarpor nul seso del mundo nos puede estorvar(346)

2.3.luego de la digresión sobre la infancia de Paris (347-361), se retoma el juicio propiamente dicho, y se hace la segunda referencia a la habilidad retórica de las diosas –ha-bilidad que no se menciona en las fuentes latinas clásicas, donde el ele-mento proponderante es la belleza del cuerpo. tomemos como ejemplo el pasaje del Asno de Oro donde el narrador describe una representación campestre del juicio de Paris. Prime-ro, en X, 31 se narran los juegos del viento con las ropas de la joven que hace el papel de venus:

Quam quidem laciniam curiolosus ventus satis amanter nunc lasciviens reflabat, ut dimota pateret flos ae-

11. Este tema es ciertamentente importante, porque la relectura cristianizada del tópico de la inevitabilidad del destino, es un procedimiento central del que se sirve el Libro de Alexandre para reelaborar la materia troyana.

tulae, nunc luxurians aspirabat, ut adhaerens pressule membrorum voluptatem graphice liniaret12.

luego, la llegada de esta venus al centro del escenario se describe en X, 32 de una manera ciertamente sensual; se remarcan los aspectos vi-suales de la escena y no se refiere discurso alguno de la diosa, ya que se trata precisamente de una repre-sentación teatral con música pero sin palabras:

Venus ecce cum magno favore ca-veae in ipso meditullio scaenae, circumfuso populo laetissimorum parvulorum, dulce subridens cons-titit amoene: illos teretes et lacteos pueros diceres tu Cupidines veros de caelo vel mari commudum in-volasse; nam et pinnulis et sagit-tulis et habitu cetero formae prae-clare congruebant et velut nuptialis epulas obiturae dominae coruscis praelucebant facibus. Et influunt innuptarum puellarum decorae suboles, hinc Gratiae gra-tissimae, inde Horae pulcherrimae, quae iaculis floris serti et soluti deam suam propitiantes scitissi-mum construxerant chorum, do-minae voluptatum veris coma blan-

12. “Ciertamente el vientito curioso sopla-ba amorosamente la orla [del vestido], para que removida se revelase la flor de la tierna edad, o bien la aspiraba luju-rioso, para que, al adherirse, se marca-ra la voluptuosidad del cuerpo”.

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dientes. Iam tibiae multiforabiles cantus Lydios dulciter consonant. Quibus spectatorum pectora suave mulcentibus, longe suavior Venus placide commoveri cunctantique lente vestigio et leniter fluctuante spinula et sensim adnutante capi-te coepit incedere mollique tibia-rum sono delicatis respondere ges-tibus et nunc mite coniuventibus nunc acre comminantibus gestire pupilis et nonnunquam saltare so-lis oculis.13

13. “He aquí que venus con gran favor [del público], llega al medio del escenario, dulce, encantadora y con una gran can-tidad de niños contentísimos alrededor, sonriente: dirías que aquellos niños redondeados y del color de la leche eran verdaderos Cupidos que habían volado desde el mar o el cielo sin dificultad; pues por sus plumitas y flechecitas y por toda la vestimenta concordaban [con la imagen de Cupido], mientras iluminaban con brillantes antorchas como si se tratara del banquete nupcial de la señora que está por casarse. Y llega la decorosa progenie de las vírgenes, de aquí las Gracias gratísimas, de allí las lindísimas Horas, las cuales tirando guirnaldas de flores para homenajear a su diosa, habían hecho un elegante bai-le, acariciando con el follaje de la pri-mavera a la reina de los placeres. Pero ya suenan las flautas de varios agujeros que tocan dulcemente cantos lidios. Y cuando éstos endulzan los corazones de los espectadores, mucho más suavemen-te venus comienza a conmoverlos con placidez; y con paso indeciso y lento, mientras ondula su tallito y hace señas

2.3. asimismo en las Heroidas de Ovidio (Her.xvII, 115-116) –en un contexto ideológico bien diferente, por cierto, que el del Libro de Alexan-dre– se sugiere por boca de Helena que las diosas aparecieron desnudas:

At Venus hoc pacta est, et in altae vallibus Idaetres tibi se nudas exhibuere deae…14

2.4. En Higino 92 no se refiere el discurso de las diosas, porque se trata meramente de una narración sinóptica del juicio. El ofrecimiento de cada diosa se relata de modo su-mario:

Iuno Venus Minerva formam sibi vindicare coeperunt, inter quas magna discordia orta, Iovis impe-rat Mercurio, ut deducat eas in Ida monte ad Alexandrum Paridem eumque iubeat iudicare. Cui Iuno, si secundum se iudicasset, pollicita est in omnibus terris eum regna-turum, divitem praeter ceteros praestaturum; Minerva, si inde victrix discederet, fortissimum in-ter mortales futurum et omni ar-tificio scium; Venus autem Helenam

con la cabeza, comienza a acercarse, a responder al muelle sonido de las flau-tas con gestos delicados, y se regocija con las pupilas dulcemente veladas o ardorosamente invitantes, a menudo bailando solamente con los ojos.”

14. “Y venus lo convino, y en los valles del alto Ida las tres diosas se exhibieron para ti desnudas…”

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Tyndarei filiam formosissimam omnium mulierum se in coniugium dare promisit.15

2.5. En el Libro de Alexandre, salvo una mención general al distin-guido linaje de las tres diosas –todas eran cabdales e de linaje uno (340)–, y otra muy suscinta a la belleza de venus –Dueña era de preçio, de cuer-po bien tajada (377)–, las descripcio-nes se centran en los símbolos de poder, los afeites16 y ante todo en la retórica. lo cual es una clara dife-rencia con las versiones de Ovidio y apuleyo (y también según Casas Ri-

15. “Juno, venus y Minerva comenzaron a discutir sobre quién era la más bella; entre ellas nació una gran discordia. Júpiter entonces manda a Mercurio que las conduzca al monte de Ida ante ale-jandro Paris, y que le ordene a él decidir. Juno le promete a Paris, que si a favor de ella falla, reinará en toda la tierra, sobresaliendo entre los demás hombres por su riqueza; Minerva le promete que, si de allí se va vencedora, será fortísimo entre los mortales y sabedor de todo arte; y venus que se unirá con Helena la hija del tindárida, la más hermosa de todas las mujeres”.

16. De Juno se dice que Semejava que era reína muy sabrosa, tenié en su cabeça corona muy fermosa, luzié en derredor mucha piedra preçiosa (364 abc) De Pallas se menciona su espada

–Pallas se levantó, çinta la su espada (370)– y de venus se describen sus afeites en 378.

gall, con la del Excidium Troiae17), donde las descripciones apuntan al aspecto más inmediatamente corpo-ral de la sensualidad de las diosas, y no a sus discursos.

2.6.luego de la alegación de Ju-no y Pallas, en la cuaderna 378 viene la de venus. aquí se remarca la be-lleza de la diosa, pero como nota Ian Michael18, la belleza de la diosa se medievaliza mediante la descripción de sus afeites:

Por mostrar que non eran las otras sus parejas,alcofoló los ojos, tiñós las sobreçejas,cubrióse de colores blancas e de bermejas,cargó sotijas d´oro en amas sus orejas.

2.7.vemos entonces de qué mo-do el autor anónimo del Libro de Alexandre ha operado una medieva-lización y cristianización de las fuen-tes clásicas. En su reescritura, ha re-emplazado la manifiesta sensualidad de las diosas que exhiben las fuentes clásicas por la habilidad retórica pa-ra el genus deliberativum, y en el ca-

17. Según Casas Rigall en el Excidium Troiae las diosas también se le aparecen a Paris desnudas (Rigall, Juan Casas. La mate-ria de troya en las letras romances del siglo XIII hispano. Santiago de Com-postela: Universidade de Santiago de Compostela, 1999, p.70).

18. Michael, Ian. The treatment of classical material in the Libro de Alexandre. Manchester: Manchester U P, 1970, p.198.

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so de venus, por una belleza obteni-da mediante afeites.

3.1. El autor del libro de alexan-dre se sirvió de la Ilias Latina en su totalidad. además de la medievali-zación de las armas y de la cristia- nización de la religión, uno de los aspectos más remarcables es la incor-poración de una dimensión interior del personaje, que no estaba presen-te en la Ilias Latina. Esta dimensión se hace especialmente presente en las cuadernas 667-709, aquellas en las que Héctor se dispone a enfrentarse con aquiles. vayamos al análisis de-tallado del pasaje.

3.2. En las cuadernas 666-7 se mencionan unos mensajeros, que no están en el texto latino. Desaparecen del libro español todos los aconteci-mientos que van desde la descripción de las armas de aquiles hasta el en-frentamiento con Héctor; quizá el motivo sea que hay en estos hexáme-tros (937-949) dos intervenciones divinas: la de venus y apolo que vuelve las aguas del xanto contra los Dánaos y la de venus sola que salva a Eneas. Esta omisión es coherente con la tendencia general de atenua-ción de la intervención divina de la digresión de troya, acaso –según ar-gumenta Casas Rigall– por influen-cia de la tradición “racionalista” de Dictis y Dares que pretendía dar una

versión “verosímil” de los hechos fantásticos narrados por Homero.

3.3. En el texto latino se dice que cuando Héctor ve que aquiles se acerca tectum caelestibus armis19, hu-ye espantado y comienza a correr en derredor de la murrallas20. En el tex-to español, en cambio, Héctor tiene miedo, pero no huye (668-9); se en-comienda a Dios, y acepta todo lo que éste disponga; se incorpora así, al describirse el monólogo interior

19. Quem procul ut uidit tectum caelestibus armis,

[Ante oculos subito uisa est Tritonia Pallas]

Praemetuit clausisque fugit sua moenia circum

Infelix portis; sequitur Nereius heros. (935-8) “a quien como a lo lejos viera

cubierto de armas celestes [ante los ojos de golpe se la apareció la tritonia Pallas] el infeliz le teme y le escapa en derredor de las murallas, cerradas las puertas. lo sigue el héroe Nereo.”

20. asimismo, hay en los hexámetros una bella comparación con el sueño que también se pierde:

In somnis ueluti, cum pectora terret imago,

Hic cursu super insequitur, fugere ille uidetur,

Festinantque ambo; (939-941) “Como en sueños, cuando una

imagen aterroriza el pecho, éste lo persigue al otro en su carrera, aquél parece fugar, y se apresuran ambos;”

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del personaje, una dimensión subje-tiva que está totalmente ausente de la Ilias Latina21. En efecto, si en la Ilias los personajes son siempre descriptos desde un punto de vista exterior, refiriendose sus acciones y sus palabras, el narrador del libro español está muy interesado en narrar también el lado subjetivo del acto épico. Y la narración de los pensa-mientos de los personajes implica una relación personal, de interiori-dad, con la divinidad, que no se da, por supuesto, en la Ilias. En el libro español importa el valor guerrero, pero también la virtud moral, que

21. Entendió de su vida que era acabada, la rueda de su fado que era trastornada; sopo que non valdrié nin lança nin

espada, –que cuando Dios non quiere, todo non vale

nada–. Alçó a Dios las manos, premió el corazón, vertiendo bivas lágremas fizo su oración. “Señor”, –dixo– “que sabes quantas cosas y son, Tú non me desampares a tan mala sazón.” “Más, si esta sentençia de ti es ordenada que escapar non pueda Ector esta vegada, Señor, piensa en Troya la mal aventurada: si es de mí non sea de tí desamparada. “Bien sé yo que Achilles por su barraganía nin me vençrié por armas nin por cavallería; mas desde Tú as puesto el ora e el día, contra lo que Tú fazes venir yo non podría. “Por todo su esfuerço nin por todo su seso, non serié sobre sí öy tan bien apreso; mas Tú eres señor e Tú tienes el peso, el tu poder me ha embargado e preso.” (684-8)

en un plano puramente ético, más allá del efectivo resultado de la bata-lla, ese valor conlleva.

3.4. asimismo en la cuaderna 674 Héctor, que –recordemos nue-vamente– no ha huído, cuando de-cide enfrentar a aquiles, se compara con Paris:

“Firme seré en esto, nunca al creería,nunca escusa muerte omne por covardía;non morrá por Achiles Éctor ante el día;Paris fue qui por miedo falsó cavallería.”

Héctor queda así totalmente opuesto a Paris, configurandose dos series: Héctor-virtud-sinceridad, Pa-ris traición-cobardía-artificio simu-lación (no olvidemos el ardid de dis-frazarse para raptar a Helena, que él es el perjurado según el epitafio de aquiles, ni que Héctor lo acusa de usar cabellos peinados y çapatos dora-dos en 469).

3.5. luego del engaño de Pallas (679-680), que en la versión latina sirve para que Héctor se confíe y decida volver a la acción después de haber huído, se produce la primera parte del enfrentamiento entre Héctor y aquiles, que se extiende hasta que Héctor descubre el engaño de Palas (en la Ilias héxametros 953-968, en el Libro de Alexandre cuadernas 683-684). Se introduce un nuevo monó-logo interior de Héctor, quien acep-

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ta lo que ha de venir porque lo dispone el decreto divino (684-688). finalmente, se produce el enfrenta-miento definitivo; mientras que en la Ilias el final ya está decidido desde el inicio del encuentro, y Héctor no puede hacer nada contra aquiles y muere inmediatamente después de descubrir que Paris no está a su lado, en el Libro de Alexandre combate entre los dos héroes sirve para suge-rir la paridad de ambos, de modo tal que los esfuerzos de Héctor maravi-llan incluso a aquiles (693). Y pro-ducto de esta paridad, el enfrenta-miento se prolonga; hay un cruce de lanzas en 690-691, luego Héctor ha-ce una espolonada contra aquiles en 695, aquiles a su vez yerra un golpe en 698 y en otro lance golpea a Héctor y le rompe el escudo y la lo-riga (702). finalmente, luego de que el narrador acota que ambos héroes están cansados e fartos de contienda (704) y de que griegos y troyanos hacen oraciones (705), aquiles ma-ta a Héctor. En la Ilias, Héctor petit altos gemitus22 y antes de morir, le

22. Nec sufferre ualet ultra iam sorte suprema

Instantem Aeaciden defectus uiribus Hector;

Dumque retrocedit fraternaque rebus in artis

Respicit auxilia et nullam uidet esse salutem,

Sensit adesse dolos: quid agat? quae numina supplex

Inuocet? et toto languescunt corpore uires Auxiliumque negant; retinet uix dextera

suplica a aquiles que devuelva sus restos a Príamo, petición que aqui-les le niega con ferocidad:

Exultant Danai, Troes sua funera maerent. Tum sic amissis infelix uiribus Hector “En concede meos miseris genitoribus artus, Quos pater infelix multo mercabitur auro: Dona feres uictor. Priami nunc filius oratTe primus, dux ille ducum, quem Graecia solum Pertimuit: si nec precibus nec uulnere uicti, Nec lacrimis miseri nec clara gente moueris, Afflicti miserere patris: moueat tua Peleus Pectora pro Priamo, pro nostro pignore Pyrrhus.” Talia Priamides; contra quem durus Achilles “Quid mea supplicibus temptas inflectere dictis Pectora, quem possem discerptum more ferarum, Si sineret natura, meis absumere malis? Te uero tristesque ferae cunctaeque uolucres Diripient, auidosque canes tua uiscera pascent. Haec ex te capient Patrocli gaudia manes,

ferrum, Nox oculos inimica tegit nec subuenit

ullum Defesso auxilium; pugnat moriturus et

altos Corde petit gemitus… (966-975) “Y el apremio del Eacida ya no puede

más sufrir Héctor, abandonado por sus fuerzas en los últimos momentos; y mientras retrocede y busca con la mirada un auxilio fraterno para estos momentos difíciles y ve que no hay salvación, comprende el engaño. ¿Qué hará? ¿a qué númenes invocará, suplicante? Y languidecen las fuerzas en todo su cuerpo y le niegan ayuda; apenas sostiene la diestra el hierro, la noche enemiga cubre los ojos y no asiste ningún auxilio al fatigado; lucha a punto de morir y salen de su pecho profundos gemidos…”

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Si capiunt umbrae.» dum talia magnus Achilles Ore truci iactat, uitam miserabilis Hector Reddidit…(978-997)23

En el Libro de Alexandre, Héctor muere sin quejarse y sin pedirle a aquiles que le devuelva sus restos a Príamo. Podemos explicar esta omi-sión como una cristianización: en el contexto religioso del Libro, no tiene sentido devolver los restos para que sean puestos en la pira funeraria; ade-más, es posible suponer que este pos-

23. “Están exultantes los Dánaos, los tro-yanos lamentan sus funerales. Entonces así dice, perdidas sus fuerzas, el infeliz Héctor: ‘¡ay! Concédele a mis infortu-nados padres mi cuerpo, mi padre te lo comprará por mucho oro. Siendo ven-cedor, harás un regalo. te lo pide el primer hijo de Príamo, aquel jefe de jefes, el único al que temió Grecia; si no te conmueven ni los ruegos ni las heridas del vencido, ni las lágrimas de un mísero ni el conocido linaje, con-misérate del aflijido padre; mueva a tu pecho en lugar de Príamo tu padre Pe-leo, en lugar de mí tu hijo Pirro’. tales cosas dijo el hijo de Príamo; al cual el duro aquiles le contestó: ´¿por qué intentas ablandar mi pecho con palabras suplicantes, tú, a quien podría, como hacen las fieras, si lo permitiera la na-turaleza, despedazar y comer, a causa de los males que me has causado? a tí ciertamente las tristes fieras y todas las aves te desgarrarán, y tus vísceras ali-mentarán a los ávidos perrros. Este gozo obtendrán de tí los manes de Patroclo, si algo obtienen las sombras.` Mientras tales cosas profiere el gran aquiles con feroz boca, al miserable Héctor lo aban-dona la vida…”

trer pedido de Héctor a aquiles, de-jaría al troyano en una situación no del todo conveniente para un héroe cristiano, que supuestamente, debe soportar con entereza todo lo que sobrevenenga. asimismo, también esto le evita al autor anónimo trans-cribir la inusitada ferocidad de la respuesta de aquiles.

3.6. Resumiendo: además de las lorigas, lanzas, escudos y cavallos a la usanza medieval, los principales cam-bios que hay en este episodio con respecto a la Ilias Latina son los si-guientes:

i. la existencia de mensajeros, que dejan entrever que Héctor acepta la propuesta de un combate sin-gular.

ii. Elisión de dos intervenciones de divinidades paganas (la de venus y apolo y la de venus sola).

iii. Héctor no huye, aunque se sabe perdido.

iv. al elidirse el episodio de la huida de Héctor, también se evita men-cionar que el verdadero motivo de la huida son las armas fabri-cadas por Efesto. De este modo, también se le resta importancia a la intervención divina.

v. Héctor se distancia totalmente de Paris (se establece así una radical oposición Héctor-Paris mucho más acentuada que en el original latino).

vi. Introducción de la dimensión subjetiva de Héctor, que se en-

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comienda a Dios, y reconoce la inevitabilidad de sus designios.

vii. Introducción de la dimensión subjetiva de aquiles, quien se maravilla por la heroicidad de Hector.

viii. Paridad de ambos héroes en la lucha. Para el autor anónimo, parecería que la virtud moral de Héctor equilibra de algún modo la mayor fuerza física de aquiles.

ix. Héctor no da altos gemitus, ni le pide que le entregue su cuerpo a Príamo; a su vez aquiles no le dice que si pudiera, lo despedazaría more ferarum.

Podemos sacar como conclusión que además de la medievalización de las armas y las tácticas de guerra, y de la cristianización de los ritos reli-giosos, nos encontramos con una moralización de ambos héroes. En el caso de Héctor la moralización llega más lejos, y convierte al héroe troyano en un ejemplo de sumisión al decreto divino.

Conclusiones

tenemos en la digresión de troya, numerosas cristianizaciones,

medievalizaciones y moralizaciones, que alejan al Libro de Alexandre tan-to de las fuentes clásicas como del influjo “clasicista” del Alexandreis. así, hemos visto que Juno, Pallas y venus son medievalizadas y cristia-

nizadas, y que en la narración del juicio de Paris se ha reemplazado la desnudez de las diosas por su habi-lidad retórica en el genus deliberativum. asimismo, en los fragmentos inme-diatamente anteriores y posteriores a la narración de troya, los que se basan directamente en el Alexandreis, la voz del personaje alexandre ha operado una conciliación entre las res gestae, la fama y el más allá, ele-mentos que en el poema latino se presentaban en tensión: de este mo-do, la serie acto heroico-consagración en la memoria de los hombres a tra-vés de la escritura-salvación espiritual, se ha vuelto para el alexandre espa-ñol aproblemática. ahora bien: aun-que la voz narradora con su des- cripción de las tumbas de los héroes griegos parece autorizar la interpre-tación del episodio de troya que ha-ce el rey alexandre, no debemos olvidar que el sentido final de esta narración es enunciado precisamen-te por el personaje alexandre y no por el narrador24. alexandre –con-tradiciendo al narrador– insiste en leer los acontecimientos de troya y su propia vida poniendo al mismo nivel el elemento cristiano que el

24. El narrador destaca el carácter retórico de las conclusiones que saca alexandre, y el interés de éste en conmover y persuadir a su aditorio:

Pero com´ es costumbre de los predicadores en cabo de sermón adobar sus razones, fue aduziendo él unos estraños motes, con que les maduró todos sus coraçones. (759)

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épico. Y si de este modo lo homéri-co es cristianizado, también se inten-ta, en cierto modo, “homerizar” el cristianismo, al convertir el topos del desprecio del mundo (cuaderna 771) en un incentivo para la acción épica25. a diferencia del alexander latino, el español se muestra totalmente opti-mista acerca de la posibilidad de una conciliación entre acción, fama y evaluación divina de esas acciones. Esta interpretación de alexandre que concilia épica, escritura y religión, constituye, en realidad, otro de los capítulos de la soberbia del príncipe macedonio. Porque en el contexto total del Libro de Alexandre la relación entre la vida del príncipe, la escritu-ra de esa vida y su evaluación divina se revelará totalmente problemática: por un lado, al contrario que el Homero que alexandre hubiese deseado, el narrador del Libro de Alexandre cen-sura la soberbia del príncipe; por el otro la Naturaleza, con la anuencia de Dios, castiga y provoca la caída del protagonista. Podemos afirmar entonces que el relato de troya –por más que encontremos en la ideología heroica de la digresión muchos pun-tos en común con el resto del libro– no es un Libro de Alexandre en

25. alexandre en su moraleja de la digresión de troya, alaba la virtud de aquiles, pero no interpreta, por ejemplo –lo cual sería posible– los pensamientos de Héctor en el sentido de una recusación de los bienes terrenales, esto es, de la gloria épica.

miniatura, una mise en abyme de la totalidad del obra, sino más bien un episodio que expone la relación que el personaje pretende y no consigue establecer con la gloria épica. Y esta relación fallida, repitámoslo, no pue-de ser confundida con la significación total del libro. Más bien la perspec-tiva ideológica general del Libro, se contruye contraponiendo –de modo cada vez más marcado a medida que avanza la narración– los valores del cristianismo y la soberbia de alexan-dre. Se podría concluir que la exal-tada interpretación que enuncia alexandre de la historia de troya ante sus soldados, es un sutil exem-plum e contrario, y que la verdarera interpretación de la gloria épica des-cansa en las cuadernas 2670-2:

Señores, quien quisiere su alma bien salvar, deve en este siglo assaz poco fïar;deve a Dios servir, dévelo bien pregar,que en poder del mundo non lo quiera dexar.

La gloria deste mundo, quien bien quiere asmar,

más que la flor del campo non la deve preçiar,ca quando omne cuida más seguro estar,échalo de cabeça en el peor lugar.

Alexandre que era rëy de grant poder,que nin mares nin tierra non lo podién caber,en una foya ovo en cabo a caerque non pudo de término doze piedes tener.

Y sin embargo ¿hasta que punto esta cuaderna representa la significa-ción total del texto, y no solamente uno de sus momentos? Después de todo, la obra canta con admiración

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los hechos del héroe y sugiere inclu-so la posibilidad de que la misma desmesura de alexandre, sea, a fin de cuentas, un rasgo de santidad26. Concluyamos, entonces, diciendo que resta un margen de anfibología, y que más allá de la interpretación cristiana que enuncia el narrador en 2670-2, subsiste en el Libro todo una veneración por el mundo de la espa-da por lo menos equivalente a la que se ostenta por el mundo de la cruz. Y esta veneración nos permite afirmar que el príncipe macedonio de algún modo encontró, en el autor anónimo del Libro de Alexandre, a ese Omero que buscaba.

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26. Dice Satanás, refiriéndose a alexandre: “Pero en una cosa prendo yo grant espanto: cantan las escripturas un desabrido canto, que parrá una virgen un fijo müy santo por que han los infiernos a prender mal quebranto. Si es éste o non, non vos lo sé dezir, mas un valient contrario vos abrá de venir; tollernos ha las almas, esto non pued fallir, robarnos ha el campo, nol podremos nozir.” (2441-2442)

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El dossier que presentamos sobre Historia y Derecho intenta mostrar, de modo fragmentario y con énfasis

en los escritos de la nueva generación de historiadores y juristas que desde los años ochenta, en el ámbito ita-liano, han sabido establecer un diá-logo fecundo, algunos resultados de lo que ha sido un intercambio difícil desde el siglo xIx y que, para mu-chos, sigue siendo una empresa sobre la que pesan ineluctables errores de método.

Cuatro textos recorren proble-máticas de historia e historiografía del derecho. El primero sobre el grand siècle de la historia del derecho, el siglo xIx, y sobre las relaciones entre romanístas y germanistas, indispen-sable punto de partida sin cuya com-prensión no es posible entender lo que se produjo durante el siglo xx, ni pensar el futuro de la disciplina (Emanuele Conte). El segundo está

HIStORIa Y DERECHO

dedicado al estudio de la relaciones entre derecho y política en la edad comunal italiana y al modo en que los juristas adaptan un corpus con-ceptual de una extraordinaria rique-za –el derecho romano bizantino recuperado– a una realidad política nueva (Giuliano Milani). El tercer texto (Marta Madero) concierne la impotencia sexual y el peritaje des-tinado a probarla, tema siempre vi-gente para una Iglesia que considera aún hoy la impotencia como impe-dimento y causa de nulidad matri-monial de derecho natural. Por últi-mo, una reflexión de historiador y de jurista sobre la laicidad (Italo Bi-rocchi). El tema es central hoy en

día, no solo en razón de una confi-guración mundial en la que los in-tegrismos constituyen una amenaza y un poder de muerte en acto, sino porque la Iglesia (católica) interviene de forma sistemática en la paraliza-ción o la producción de decisiones normativas fundamentales cuya ló-gica no puede, no debe ser, ni la Na-turaleza –la obra de Yan Thomas es de esto una luminosa demostración– ni la voluntad invariable de Dios.

Si bien los textos no fueron es-critos pensando en la pérdida irre-parable que ha sido la muerte de Yan Thomas, puesto que estaba vivo cuan-do fue proyectado, están dedicados a su memoria.

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[Conte, pp. 57-86]Per una storia del diritto medievale nel XXI secolo

PER UNa StORIa DEl DIRIttO MEDIEvalE

NEl xxI SECOlO

Por Emanuele Conte

Recibido: 30/08/08Aceptado: 30/08/08

RESUMEN:

la historia del derecho es una disciplina muy influida por presupuestos ideológicos

y por una historia científica compleja y den-sa. Esta tradición de estudios puede aún hoy tener influencia y llevar a los historiadores del derecho, por una parte, hacia una exasperación de la dogmática, por la otra, a una separación no natural entre historia de las fuentes e his-toria de las instituciones jurídicas. El artículo reconstruye la historia de la disciplina de la segunda mitad del siglo xx y propone retomar el estudio del derecho medieval con foco sobre todo en la relación dinámica entre so-ciedad, economía y derecho.

ABSTRACT:

Towards a History of Medieval Law in the 21st Century

legal historiography is deeply influenced by political prejudices and by a heavy

tradition, dating back to the Eighteenth century. an old-fashioned attitude has its influences even today. Scholars are sometimes tempted so follow the old method of an extreme dogmatism; sometimes they keep following the old method, which separated

Universidad de Roma III

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internazionale che raccoglieva i giu-risti europei specialisti di diritti an-tichi. Quella società, la Societé Internationale pour l’Histoire des Droits de l’antiquité (SIHDa), esi-ste ancor oggi, e continua le riunio-ni annuali iniziate proprio nel 19451. Ma in quel giorno di settembre del 1952, la riunione fiorentina doveva avere un sapore particolare: vi aleg-giava l’esigenza di rilanciare gli studi gloriosi di diritto romano, che ave-vano occupato un posto di prim’or-dine nella cultura dell’Ottocento, e avevano attraversato poi un periodo di crisi proprio nella loro patria te-desca, dove la politica del Nazismo aveva perseguito programmaticamen-te, nell’accademia come nella pratica, la sostituzione del diritto romano con un diritto comunitario germa-nico2. Così i romanisti tedeschi, ere-

1. Brevissima cronaca della nascita e dei primi sviluppi della Société d’Histoire des Droits de l’antiquité (conosciuta come SHIDa) nel Préface pubblicato dal direttore fernand de visscher nel primo volume della rivista pubblicata dalla Società: Révue internationale des droits de l’antiquité, 1 (1948), 7-8.

2. fin dal programma in 25 punti presentato il 24 febbraio 1920, il Partito Nazionalsocialista tedesco aveva indicato nel diritto romano –strumento perverso di un ordine mondiale “materialistico– una delle cause della decadenza della Germa-nia; perciò, al punto 19, se ne proponeva la sostituzione con un “deutsches Gemeinrecht”. Cfr., per l’efficace rapidità

sharply, if unnaturally, the history of legal literature from the history of legal dogmatism. The article traces the history of legal histo-riography in the second half of the Nineteenth Century, proposing a new deal in medieval legal history, one that emphasize dynamic relationship between society, economy and law.

palabras clave: Historiografía del derecho, medioevo, instituciones jurídicas.keywords: Historiography of Law, Middle Ages, Law Institutions.

— I —Firenze 1952:

fra rinnovamento e conservazione

la notte del 24 di settembre del 1952 il museo degli Uf-fizi fu illuminato sfarzosa-mente per ricevere degli

ospiti speciali. Erano professori di diritto romano e dell’antichità pro-venienti da molti paesi d’Europa e accolti dal sindaco di firenze –Gior-gio la Pira, anch’egli professore di diritto romano– che aveva voluto offrire loro la visita straordinaria do-po averli salutati ufficialmente a Pa-lazzo vecchio. I professori erano membri di una società scientifica che si era formata in Belgio nell’inverno durissimo del 1941-42, durante l’oc-cupazione tedesca, e subito dopo la fine della guerra s’era trasformata rapidamente nel principale organismo

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di di una tradizione splendida, s’eran trovati in difficoltà e avevano visto i propri studi compressi dalla politica del partito. alcuni di loro, per la verità, avevano guardato con simpa-tia alla dottrina nazista, e avevano cercato di rileggere il diritto romano per adattarlo alla contingenza poli-tica; altri promuovevano il collega-mento con l’esperienza dell’alleata Italia, che dall’esaltazione retorica della romanità aveva tratto incentivo agli studi romanistici.

tedeschi e italiani, insieme ai col-leghi delle altre nazioni europee, ave-vano cominciato a ritrovarsi insieme nei congressi dell’immediato dopo-guerra, ove l’urgenza di recuperare l’unità internazionale delle scienze induceva alla collaborazione accade-mici rappresentanti di Paesi che s’era-no aspramente scontrati fino a pochi anni prima3. Nelle pagine degli atti congressuali i saggi di grandi storici del diritto ebrei come volterra, Dau-be o levy sono stampati accanto a quelli di colleghi che erano stati in-vece apertamente nazisti o fascisti:

dell’argomentazione, J.Q. Whitman, The Disease of Roman Law, in Syracuse Journal of Intern. Law & Com., 20 (1994), 227-234.

3. Già nel 1948 gli storici del diritto si riunirono a verona per un grandissi-mo congresso, i cui atti furono pubblicati in quattro volumi: cfr. Atti del Congresso Internazionale di Diritto Romano e Storia del Diritto, a c. di G. Moschetti, Milano 1951-1953.

per tutti l’esigenza principale era quel-la di recuperare l’esperienza di ricer-ca che per oltre un secolo aveva fat-to della storia del diritto romano e della storia del diritto medievale di-scipline rilevantissime sia per gli sto-rici sia per i giuristi.

la riunione del 1952 si iscrive a pieno titolo in questa corrente di ricostruzione, e vi svolge un ruolo importante, probabilmente anche per l’atmosfera culturale che si respi-rava in città, che fu un centro im-portante per la cultura italiana del dopoguerra, dove i conti con la cul-tura fascista si fecero in termini di “rinnovamento nella conservazione”4. lo stesso sindaco la Pira, figura ca-rismatica della politica e della spiri-tualità italiana del dopoguerra, era stato romanista in gioventù, aveva studiato con Emilio Betti ed aveva conseguito la cattedra di diritto ro-mano. Passato alla politica attraver-so la militanza antifascista, la Pira aveva però conservato un profondo rispetto per il suo maestro che, in-vece, era stato convinto sostenitore del regime. la sua storia personale lo induceva dunque a mettere da parte le discordie politiche per ri-spondere al l’esigenza di recupero della tradizione culturale italiana che egli sentiva come prioritaria. Perciò

4. E. Garin, La cultura dopo la Libera-zione, in Storia d’Italia. Le regioni dall’Unità ad oggi. La Toscana, a c. di G. Mori, torino (Einaudi) 1986, 709-731, 711-718.

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la sua firenze divenne con natura-lezza un centro molto importante della ricostruzione culturale italiana.

Conservare, recuperare, prose-guire nel solco della tradizione scien-tifica erano del resto anche gli obiet-tivi condivisi dai cultori di storia giuridica, impazienti di dimenticare gli orrori della guerra e di tornare a indicare con la storia il cammino dei giuristi.

fra le cose che sembrava indi-spensabile recuperare dal passato c’era anche una visione del Medioevo che ci interessa particolarmente, e che val la pena di delineare per introdur-re adeguatamente il discorso che ci preme. E il congresso del 1952 offre uno spunto interessante proprio in questo senso.

la Società per la Storia dei Di-ritti dell’antichità, infatti, aveva de-ciso di inserire nel programma del convegno una relazione sullo “stato attuale degli studi e degli strumenti di lavoro relativi al destino del dirit-to romano dopo la caduta dell’Im-pero”. Il compito di svolgere la rela-zione fu affidato ad uno dei più rappresentativi professori tedeschi, Erich Genzmer5.

5. la fama di Genzmer (1893-1970) come grande conoscitore dei glossatori si diffuse in Italia sopratut-to grazie al suo importante intervento congressuale del 1933: E. Genzmer, Die Justinianische Kodifikation und die Glossatoren, in Atti del Congresso internazionale di diritto romano, Bolo-gna 1934, 347-430.

allievo del grande Emil Seckel, Genzmer ne aveva raccolto l’eredità di esperto delle opere dei glossatori, e come tale appariva il più adatto a svolgere il compito che gli fu asse-gnato. Egli accolse l’invito, e presen-tò ai congressisti un quadro della situazione degli studi di diritto me-dievale, disegnato per rispondere al-la richiesta che gli era stata posta dai colleghi romanisti: come specialista di Medioevo egli avrebbe dovuto rendere accessibili agli studiosi di diritto romano e ai cultori del dirit-to vigente gli studi spesso settoriali e filologici che si occupavano di let-teratura giuridica medievale. Dopo una carrellata molto sommaria sugli studi compiuti nei principali paesi d’Europa, Genzmer riconosceva, in-fatti, che essi erano così sparsi e fram-mentari da scoraggiare i non specia-listi e da crear problemi anche agli specialisti.

viste le premesse culturali di cui s’è detto, non può sorprendere che Genzmer proponesse una soluzione intesa a conciliare la tradizione sto-riografica con il rinnovamento. Egli propose infatti di rinnovare, con una nuova edizione ampliata e approfon-dita, il modello indiscusso di tutte le storie del diritto romano nel Me-dioevo: la Storia (Geschichte) di frie-drich Carl von Savigny6, sulla quale

6. la composizione e poi l’edizione della sua Geschichte des römischen Rechts im Mittelalter occupò Savigny per decenni, dapprima nelle ricerche e nei

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una secolare tradizione di studi s’era fondata e nella quale generazioni di studiosi avevano trovato risposte al problema della trasmissione del di-ritto Romano attraverso il Medioevo fino all’età moderna.

— II —Ritornare a Savigny

e alle origini della scuola storica

Il rinnovamento degli studi propo-sto da Genzmer, insomma, era un

ritorno alle origini. la Geschichte di Savigny, infatti, sembrava aver pro-posto agli storici del diritto un mo-dello che poteva essere migliorato in molti suoi aspetti, ma doveva con-servare le sue linee fondamentali, giacché esse costituivano la ragion d’essere stessa della cultura storico giuridica dapprima tedesca e poi eu-ropea.

l’opera monumentale di Savigny svolgeva infatti un ruolo di prim’or-dine nella costruzione del sistema della scuola storica che sfociò ben

lavori preparatori, e poi in una incessante produzione di libri a stampa: la prima edizione, in sei volumi, apparve tra il 1815 e il 1831 e la seconda, in sette volumi, uscì fra il 1834 e il 1851. Come dire che fra gli studi e la cura delle edizioni, Savigny non cessò di lavorare alla sua Storia del diritto romano nel Medioevo per mezzo secolo.

presto nelle mirabili costruzioni dog-matiche della pandettistica.

In effetti, non si intende la di-pendenza della storiografia giuridica da Savigny se non si tiene presente la profonda interdipendenza che le-gò, nel suo lucido progetto cultura-le, la ricerca storica e la costruzione dogmatica. la scelta di Savigny e della Germania per la storia era in-fatti maturata con il rifiuto del ra-zionalismo giusnaturalistico, anche in nome di una tradizione accade-mica che fin dal Seicento aveva pre-stato attenzione alla storia nazionale tedesca. D’altra parte, però, i giuristi del primo Ottocento non potevano certo limitarsi a proseguire la tradi-zione del vecchio gemeines Recht, il diritto composito del Settecento che integrava fra loro fonti normative, dottrinali e giurisprudenziali di ori-gine romana, canonica o locale. I tempi imponevano la creazione di un sistema di diritto privato in grado di favorire lo sviluppo economico e politico degli stati nei quali era divi-sa la Germania; rifiutato il modello francese della codificazione in favo-re del richiamo alla storia come fon-damento di una nuova scienza del diritto7, Savigny proponeva alla na-

7. Celebre è il pamphlet pubblicato da Savigny nel 1814 contro l’ipotesi di un codice civile per la Germania (Vom Beruf unsrer Zeit für Gesetzge-bung und Rechtswissenschaft, rist. molte volte e tradotto in molte lingue), nel quale egli propone di intendere il diritto innanzitutto come

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zione tedesca un sistema di concetti che attualizzava gli istituti privatisti-ci romani per renderli funzionali al-la società liberale dell’Ottocento8.

Conciliare questo ricorso al di-ritto romano con la rivendicazione di una scienza giuridica interprete del Volksgeist tedesco non era cosa semplice: l’insegnamento del diritto tedesco nelle Università tedesche era separato da quello del diritto roma-no fin dalla fine del Seicento, e l’idea di fondare una scienza giuridica na-zionale rinnovata sul Digesto che Giustiniano aveva promulgato a Co-stantinopoli tredici secoli prima non poteva apparire troppo naturale. Sic-ché lo sforzo di cinque decenni per la realizzazione della Geschichte po-trebbe interpretarsi come il tentativo lucido di integrare la dogmatica ba-sata sul Digesto nella metodologia storica che Savigny andava imponen-do ai giuristi del suo tempo.

In effetti, il passaggio attraverso il Medioevo poteva ben giustificare l’accoglimento del diritto romano da parte della Germania. Non v’erano dubbi, all’inizio dell’Ottocento, che il Medioevo fosse stato l’età del trion-fo della Germania su tutta l’Europa.

scienza, capace di elaborare concetti complessi e di rispondere alle esigenze della società.

8. Pur se restato incompiuto, il suo System des heutigen römischen Rechts, pubblicato a Berlino tra il 1840 e il 1847 ha svolto una funzione importante di modello per la pandettistica di tutto il secolo.

Il crollo dell’Impero romano, con l’instaurarsi dei regni romano-bar-barici, segnava nella mentalità ro-mantica la fine del mondo antico e l’inizio di un’età nuova dominata dai nuovi popoli: sicché anche le regio-ni più meridionali e mediterranee dell’Europa vennero considerate “ger-manizzate” poiché dominate dai vi-sigoti, dai franchi, dai longobardi, dai Normanni. Una grande Storia del diritto romano nel Medioevo poteva dunque fornire una giustifi-cazione –storica, per l’appunto– dell’operazione un po’ forzata con cui Savigny proponeva alla Germania un diritto privato costruito sui ma-teriali romani, e nello stesso tempo richiamava la nazione a seguire lo spirito del popolo.

Nel progetto culturale di Savigny, il diritto assume un’immagine razio-nale grazie alla centralità della scien-za giuridica e dei giuristi accademici. Non c’è da stupirsi, perciò, se la sua Storia del diritto romano nel Medio-evo fu progettata all’inizio come una “storia letteraria”: storia di autori e di opere più che storia di istituti giu-ridici. la considerevole sensibilità filologica di Savigny lo spinse a ba-sare la sua opera su ricerche bio-bi-bliografiche minuziose, compiute in gran parte su manoscritti e di prima mano. la parte più preziosa della Geschichte è perciò ancora oggi quel-la che allinea una dopo l’altra vite e opere di giuristi che dedicarono la loro attenzione alle fonti del diritto

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giustinianeo. la Geschichte di Savi-gny, dunque, è innanzitutto storia della scienza giuridica. Ed è natura-le, giacché nella sua visione il cuore del mondo del diritto era occupato proprio dalla Rechtswissenschaft, dal-la scienza che assegnava a sé stessa il compito di riassumere la tradizione, interpretarla, adattarla ai tempi e applicarla alla nazione9.

Com’è noto, questa scelta di Sa-vigny per la scienza del diritto aveva una motivazione di carattere politico: poteva proporre alla Nazione tedesca, suddivisa in diverse organizzazioni statuali, un diritto privato unificato ancor prima di raggiungere l’unità politica. Il System des heutigen römi-schen Rechts, seconda grande opera di Savigny, proponeva proprio que-sto modello di nuovo diritto privato attinto dalla fonte scientifica.

9. Si può rinviare, fra i moltissimi contributi su Savigny, alla penetrante interpretazione di Carl Schmitt, Die Lage der europäischen Rechtswissen-schaft (1944-45), che si può leggere in traduzione italiana a c. di a. Carrino, La condizione della scienza giuridica in Europa, Roma 1996, 69: per Savigny “la scienza del diritto è appunto essa stessa l’autentica fonte del diritto. la legge è per la scienza del diritto solo la materia che essa, se possibile, forma e raffina”; 72: “In Germania… si è sorprendentemente tentato, attraverso Savigny, di attribuire alla scienza del diritto il significato di autentica custode del diritto”.

— III —L’età dell’oro

del diritto romano

Questa potente costruzione ide-ologica era destinata a suscita-

re grandi entusiasmi e a subire profonde critiche sia da parte dei giuristi puri sia da parte degli storici del diritto.

fra gli entusiasti v’erano, ovvia-mente, i professori di diritto romano, che tra Ottocento e Novecento ave-vano visto crescere la propria impor-tanza all’interno delle facoltà di Giu-risprudenza. Poiché il successo tedesco della scuola storica e poi del-la pandettistica aveva ben presto su-perato i confini della Germania, an-che in francia, in Spagna e soprat- tutto in Italia gli studi e gli insegna- menti di diritto romano eran divenuti fondamentali e s’erano ade-guati allo stile tedesco, che sposava un po’ forzatamente accuratissime ricerche filologiche e antiquarie e una sistematizzazione degli istituti roma-ni in un quadro dogmatico piuttosto distante dalla realtà storica di quel diritto. Il rispetto per la storia si espri-meva nella pratica positivistica della filologia, che tende a ricostruire i testi nella loro forma originale, e per-ciò storicamente esatta. D’altra par-te, però, della storia si faceva a meno quando gli istituti giuridici romani venivano descritti ricorrendo a una dogmatica astratta, pretendendo che

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la loro logica infallibile potesse ap-plicarsi a qualsiasi società umana. Questo strabismo delle discipline romanistiche era rispecchiato nella distinzione didattica fra un corso di “storia del diritto romano”, che si occupava delle fonti e delle istituzio-ni del diritto pubblico, e un corso di “istituzioni di diritto romano”, che presentava un disegno sistematico dell’ordinamento privatistico roma-no piuttosto distante dalla sua reale vicenda nell’antichità. Un terzo cor-so avanzato, “diritto romano”, inten-deva prospettare le vicende degli isti-tuti romani attraverso i secoli, seguendone la prodigiosa evoluzione dall’antichità fino alle codificazioni moderne.

Questo prolificare di cattedre e di libri, come la presenza del diritto romano nel cuore della riflessione di quasi tutti i giuristi italiani della fine dell’Ottocento, costituisce una vera e propria età dell’oro che ogni roma-nista sognava (e in certi casi sogna ancora) di richiamare in vita. Così, lo si è visto, la fine della terribile cri-si europea che aveva attraversato il primo conflitto mondiale, poi l’età delle dittature e infine la guerra del 1939-45, aveva sollecitato i romani-sti di tutta Europa a impegnarsi ener-gicamente per tornare a occupare il ruolo che avevano avuto in quella che è stata chiamata età dei “fasti aurei del diritto romano”10.

10. Cfr. P. Grossi, Scienza giuridica italiana. Un profilo storico 1860-1950,

v’era, fra i professori riuniti a firenze nel 1952, anche Salvatore Riccobono, l’anziano maestro della Sapienza di Roma che, per la sua età (era nato nel 1864), aveva vissuto i trionfi della scuola storica e ne con-servava gli entusiasmi. Eletto presi-dente onorario della Società proprio nella riunione fiorentina del 1952, era stato anch’egli un difensore dell’eterna validità del diritto roma-no: nella sua forma giustinianea, se-condo Riccobono, il diritto romano era stato trasferito intatto all’Europa medievale e moderna, e intatto era rimasto fino al mondo contempora-neo, pronto a servire i giuristi del futuro11. Nell’immagine a tinte ac-

Milano 2000, 39-44, che riprende efficacemente il titolo di un libro del romanista e civilista Biagio Brugi, I fasti aurei del diritto romano, Pisa 1879.

11. Presenti in molti dei suoi scritti, le idee di Riccobono sono chiaramente espresse, ad esempio, nell’appendice a uno studio sulla stipulatio nel diritto giustinianeo che egli pubblicò sulla Zeitschrift der Savigny Stift. f. Rechtsge-schichte, Rom. Abt. 43 (1922), 395: qui, egli raccoglie impressioni di carattere generale sull’interpretazione del Corpus iuris, che sfocia nel diritto moderno, il quale non sarebbe “prodotto d’interpretazione evolutiva del diritto romano, effettuata dalla Glossa, o di formazione medievale, con elementi misti, ma nella sua essenza è un prodotto dell’evoluzione del diritto verificatasi, in primo luogo, nei sec. Iv e v d.C.”. Sicché noi “possiamo seguire le vicende de

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cese prospettata dal vecchio maestro, dunque, il Medioevo svolgeva sem-plicemente la funzione di tramite, incaricato di consegnare al mondo moderno il prodigioso deposito di sapienza giuridica ch’era il Corpus Iuris di Giustiniano12. Era la mani-festazione più estrema della fedeltà alla pandettistica tedesca, che era sopravvissuta alla guerra e in taluni casi resiste ancora in certa storiogra-fia romanistica di oggi, che vorrebbe fornire soluzioni alle questioni più attuali prospettate dal mondo glo-balizzato grazie alla padronanza di

diritto nell’Occidente nel corso di più di xxv secoli, dalle origini romane ai nostri giorni, una meravigliosa unità, senza interruzioni, né influenze estranee particolarmente notevoli”.

12. ancora nel 1942 Riccobono ripeteva le sue idee ai colleghi dell’Università di Berlino, come riferisce Carl Schmitt, La condizione della scienza giuridica…, cit. 45 nota 12: “Un vecchio maestro italiano del diritto romano, il prof. Salvatore Riccobono, della Regia Università di Roma, ha illustrato il 6 dicembre 1942, nell’aula dell’Università di Berlino, il proprio convincimento sull’eterna validità della produttività concettuale del diritto romano in lingua latina. Sottolineando in particolare la convinzione di volersi riferire non al diritto antico o classico, bensì al diritto del Corpus Iuris Iustiniani e difendendo il mos italicus dei glossatori contro il mos gallicus degli umanisti”.

quel diritto capace di superare intat-to i secoli13.

— IV —La reazione a Savigny:

i germanisti

Come si è detto, però, il progetto di Savigny e il suo rapido rea-

lizzarsi in Germania suscitò in breve anche forti critiche, che esprimevano in gran parte le stesse aspirazioni che avevano determinato il successo del-la scuola storica. l’esaltazione della storia nazionale come luogo dell’iden-tità tedesca, e il collegamento fortis-simo del diritto alla nazione, ch’era centrale nell’ideologia di Savigny,

13. la discussione metodologica sul ruolo del diritto romano nella cultura giuridica attuale è ovviamente molto ampia. I toni di più forte critica che si sono levati di recente (cfr. P.G. Mona-teri, t. Giaro, a. Somma, Le radici comuni del diritto europeo, Roma 2005) sono intelligentemente sfumati da a. Schiavone, Ius. L’invenzione del diritto in Occidente, torino 2005, 5-18, che prende atto dell’inesorabile allontanamento delle culture giuridiche moderne, globalizzate ed economicistiche, dalla cultura tradizionale del giurista che partiva dal Corpus Iuris Civilis. Questo distacco, osserva Schiavone, consente di poter “osservare finalmente da lontano un’eredità che ci ha condizionato tanto a lungo”. a patto –beninteso– di rinunciare alla nostalgia e al “rimpianto per le posizioni perdute”.

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doveva inevitabilmente rompere l’equi-librio precario che egli stesso aveva creato fra il diritto antico e la sua vi-ta medievale nell’Europa germaniz-zata. Premevano le forze culturali del romanticismo e dello storicismo, e premeva soprattutto la tensione po-litica verso la costruzione di uno sta-to nazionale, che in Germania significò in primo luogo identità sto-rica di un popolo e della sua cultura.

Proprio fra gli allievi di Savigny ve n’erano alcuni che sentivano più fortemente di altri queste spinte: ba-sti pensare a Jacob Grimm, notissimo per aver raccolto insieme al fratello Wilhelm le fiabe popolari tedesche, nelle quali i due intellettuali cerca-vano l’espressione più genuina del sentire nazionale. Oltre a coltivare romanticamente questi interessi let-terari, che accostava a competenze linguistiche, filologiche e filosofiche, Jacob era anche un giurista, ed era stato molto vicino alla cerchia degli allievi e collaboratori di Savigny. Co-sì egli avviò una grande raccolta di testi giuridici che scaturivano diret-tamente dalla pratica, utilizzavano la lingua tedesca e avrebbero dovuto riflettere lo spirito giuridico del po-polo così come le fiabe, che si vole-vano prodotte senza mediazione let-teraria, ne esprimevano la creatività artistica14. I suoi Deutsche Rechtsal-

14. Piuttosto romanticamente, Grimm stabiliva un collegamento fra diritto e poesia, entrambi espressione del Volksgeist: cfr. J. Grimm, Von der

tertümer, pubblicati nel 1828, espri-mono lo stesso intento di testimo-niare le antiquitates del diritto nazionale cercandone i princìpi là dove il linguaggio tecnico influenza-to del diritto romano non aveva po-tuto inquinarli.

Del resto, lo stesso atteggiamen-to romantico faceva capolino anche in un altro giurista assai vicino a Sa-vigny, Georg friedrich Puchta, al quale si attribuisce in genere la na-scita della “giusprudenza dei concet-ti”, che tanto ha influito sulla piega presa dalla scuola storica nell’Otto-cento maturo15. Nel suo classico libro sulla consuetudine, Puchta avanza alcune considerazioni sulla differen-za fondamentale fra la storicità dell’antico e quella del medioevo, che per il giurista formato alla scuo-la storica dovevano svolgere due fun-zioni ben diverse. Se infatti egli con-siderava possibile tentare una ricostruzione articolata e sistematica per il diritto romano antico, che co-stituisce un oggetto ormai concluso e distante dal presente, il compito gli pareva assai più arduo per il di-

Poesie im Recht, in Zeitschrift für geschichtlicher Rechtswissenschaft, 2 (1816), 25-99.

15. Cfr. Hans-Peter Haferkamp, Georg Friedrich Puchta und die „Begriffjuris-prudenz“, frankfurt am Main 2004 (Studien zur eur. RG 171). Per molti profili è però utile ricorrere all’ottima voce di Jan Schröder in Handwörtr-buch zur deutsch. Rechtsgeschichte 4 (1990), 95-99.

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ritto medievale, che –per Puchta e per una schiera di giuristi storici do-po di lui– fonda il neues Recht. Perché il Medioevo “non è affatto un passa-to al quale si possa guardare retro-spettivamente come ormai concluso”: al contrario, è un passato vivo, “al cui centro noi stessi ci troviamo ancora”16. E’ un atteggiamento già chiaramente romantico e nazionali-sta, che si accorda bene con la scelta di consacrare il primo studio matu-ro al diritto consuetudinario, mani-festazione diretta dell’identità del popolo. l’attualità del Medioevo, che è storia ed è presente, conferisce le-gittimità alla consuetudine germa-nica che si radica nel popolo tedesco, al di là delle frontiere dei principati

16. Puchta, Das Gewohnheitsrecht, I, Erlangen 1828, 123-124: „Die Untersuchung der neueren Geschich-te, im Gegensatze zu der alten, und die ausstellung eines Resultats für die Gegenwart, eines Systems, hat eine in der Sache selbst liegende Schwierig-keit. Während nämlich das altert-hum, also die alte Welt im Gegensatz zu den neuen, etwas abgeschlossenes ist, und darin somit die Möglichkeit liegt, dass sich jemand desselben, als solchen, und seines Inhalts ganz bemächtige, so ist dies ganz anders für die neuere Zeit, in deren Mitte wir uns selbst noch befinden. Wenn wir selbst auf unsere vergangenheit z.B. auf das Mittelalter zurücksehen, so ist diese keine vergangenheit, welche in keiner Rücksicht als eine schon beschlossene angesehen werden kann“.

che ancora dividevano politicamen-te l’unico Volk.

Ecco dunque, alle radici della scuola di Savigny e nel cuore del suo insegnamento, maturare un’idea di Medioevo molto diversa da quella che il maestro aveva voluto delinea-re con la sua Geschichte. E’ un Me-dioevo che non è soltanto tramite del diritto romano, ma vero prota-gonista della storia d’Europa: tempo della formazione dei popoli, delle nazioni e dei loro diritti peculiari. E’ al Medioevo e non all’antichità che il giurista dell’Ottocento avrebbe dovuto guardare per cercare la storia delle istituzioni nazionali, che egli vedeva trionfare nella politica del suo tempo.

Nel 1828, quando uscì il primo volume del libro di Puchta e la rac-colta di Grimm, fu pubblicato anche il libro di Wilhelm albrecht sulla Gewere17, che costituiva la sfida più esplicita a Savigny e al predominio del diritto romano in Germania. la Gewere, infatti, era considerata l’al-ternativa genuinamente tedesca a quel possesso romano al quale era dedicato il primo libro pubblicato dal fondatore della scuola storica18. Entrando a soli ventiquattro anni nella difficile discussione sulla natu-

17. W. albrecht, Die Gewere als Grundlage des älteren deutschen Sachenrechts, Königsberg 1828.

18. f.C. von Savigny, Das Recht des Besitzes, Giessen 1803, ristampato con modifiche nel 1806, 1818, 1822, 1827, 1837 e –postumo– nel 1865.

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ra giuridica del possesso e soprattut-to sulle sue conseguenze in materia di prescrizione acquisitiva e di tute-la possessoria, Savigny aveva propo-sto alla dottrina tedesca di restaura-re l’istituto del possesso nelle sue linee romane, come esercizio di fat-to di diritti che rispecchiano la pro-prietà o altri diritti reali, e di esclu-dere così dalla tutela possessoria ogni altro godimento che derivi da una relazione personale con un debitore19. Il suo libro aveva avuto un successo enorme, tanto che era già arrivato alla quinta edizione quando, nel 1828, il ventottenne Wilhelm al-brecht pubblicò il proprio lavoro. Egli difendeva con forza la tradizio-ne germanica che al rigido possesso romano aveva sostituito una consi-derazione più ampia e flessibile degli effetti giuridici del fatto: la Gewere, controfigura germanica del possesso, se ne distingueva perché capace di fondare la legittimità di ogni tipo di diritto, sia esso reale, di credito, di superiorità personale, persino di eser-

19. Il più recente studio sul trattato del possesso di Savigny, ove esaurienti indicazioni di precedente bibliografia, è K. Moriya, Savignys Gedanke im Recht des Besitzes (Savignyana 6 = Studien zur europäischen Rechtsge-schichte 164), frankfurt am Main 2003. Ma sull’impatto sociale della teoria resta fondamentale James Q. Whitman, The Legacy of Roman Law in the German Romantic Era. Historical Vision and Legal Change, Princeton NJ 1990.

cizio di un potere di carattere pub-blico20.

forse al di là delle intenzioni del suo autore, il libro di albrecht fondò una scuola: la corrente germanistica della scuola storica.

liberatisi dell’ossequio nei con-fronti di Savigny, i germanisti si mol-tiplicarono rapidamente, grazie all’immediatezza della loro lettura della storia giuridica nazionale e all’aggressività con cui essi trasferi-vano nella storia giuridica le passio-ni nazionaliste del Risorgimento te-desco. Nel 1843 un piccolo libro di Georg Beseler proponeva un’inter-pretazione della storia del diritto ba-sata sulla contrapposizione insana-bile fra diritto del popolo e diritto dei giuristi, accusando i giuristi for-mati per secoli sul diritto romano di aver espropriato la Germania del suo proprio diritto21. la recezione del

20. Sia concesso di rinviare a E. Conte, Gewere, vestitura, spolium: un’ipotesi di interpretazione, in corso di stampa negli Studi in onore di anne lefèbvre-teillard.

21. G. Beseler, Volksrecht und Juristen-recht, leipzig 1843. Beseler presenta talune fonti della prima età moderna che lamentano l’eccessiva invadenza dei professori di diritto romano nella vita giuridica tedesca: ai primi del Cinquecento i giuristi formati sulla dottrina di origine italiana avrebbero espropriato (“Entfremdung”) il popolo tedesco del suo diritto tradizionale: cfr. in part. pp. 40-57. Sulla figura di Georg Beseler cfr. ora per tutti B.R. Kern, Georg Beseler:

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diritto romano in Germania, che per Savigny aveva consentito la creazio-ne di una scienza del diritto dai ca-ratteri fortemente nazionali, diven-tava così per Beseler e per i ger- manisti una “disgrazia nazionale” (nationales Unglück), poiché aveva impedito il libero dispiegarsi dello spirito del popolo e del suo senso della giustizia.

Rafforzata dall’ondata rivoluzio-naria del 1848 e dall’enfasi naziona-lista del processo di unificazione te-desca, la corrente dei germanisti finì per stabilire la propria legittimità al fianco di quella dei romanisti, e una sorta di divisione delle materie si stabilì fra i due rami della scuola sto-rica. Nel 1880 la rivista per la storia del diritto, fondata da Savigny stes-so, si divise in due sezioni distinte, l’una dedicata alla storia del diritto romano e l’altra alla storia del dirit-to germanico. ai romanisti, che an-noveravano fra le loro file giuristi del calibro di Windscheidt o di Bruns, fu lasciato il terreno vastissimo del diritto privato, che essi coltivarono in estensione e in profondità. ai ger-manisti, come l’influente e prolifico

Leben und Werk, Berlin 1982, ma è utile vedere anche le pagine di f. Wieacker, Privatrechtsgeschichte der Neuzeit. Unter besonderer Berücksich-tigung der deutschen Entwicklung, 2. bearb. auflage, Göttingen 1967, 408-410, tr. it. Storia del diritto privato moderno con particolare riguardo alla Germania, Milano 1980, vol. II, 90-97.

Otto von Gierke, toccò il compito di occuparsi del diritto pubblico, e di quelle propaggini della ragione pubblica che si insinuano nel diritto privato, imponendo ai privati regole di tutela sociale. Oltre a pubblicare imponenti lavori storici, Gierke influì sul processo di codificazione tedesco inducendo soprattutto a moderarne il rigido individualismo proposto dai romanisti.

— V —Dalla storia del diritto germanico alla storia

del diritto italiano

le due scuole, che dall’area tede-sca influenzavano progressiva-

mente la francia, l’Italia e la penisola Iberica, proponevano anche due im-magini molto diverse del Medioevo.

Per i romanisti, lo si è visto par-lando del Riccobono e dell’idea di “tradizione romanistica”, esso era un periodo di passaggio, attraverso il quale il meraviglioso tesoro del di-ritto romano era pervenuto al mon-do moderno. Per i germanisti, inve-ce, esso era l’età della riscossa dei popoli, della creazione di istituti pie-ni di umanità e capaci di arginare l’individualismo sfrenato che si in-carnava degli idoli liberali della pro-prietà privata come ius utendi et abu-tendi e nell’efficacia creatrice della volontà privata nei contratti e nelle

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obbligazioni. Proprietà diffuse e col-lettive, norme di tutela delle parti deboli nei contratti, tutele reali dei diritti di locazione e dei rapporti di lavoro sono fra gli esempi dell’in-fluenza delle dottrine dei germanisti sul diritto privato disegnato dai pan-dettisti e codificato nel codice tede-sco del 190022.

Se poi nel campo del diritto pri-vato i germanisti s’erano limitati a influenzare un assetto che era stato costruito dai loro colleghi romanisti, nel pubblico la loro influenza fu de-terminante, soprattutto sul piano dell’interpretazione storica. Gli stes-si romanisti che giudicavano eterna la validità del diritto privato romano, ritenevano però conclusa l’esperien-za del diritto pubblico antico23, la-

22. Questi influssi della germanistica sul diritto privato sono delinati magistralmente nel classico libro di f. Wieacker, Industrigesellschaft und Privatrechtsordnung (1974), tr. it. Diritto privato e società industriale, a c. di f. liberati, Napoli 1983.

23. v’erano difficoltà politiche che impedivano ai romanisti di “attualiz-zare” il diritto pubblico romano: la Germania ancora divisa in Principati, infatti, poteva aspirare ad un’unifor-mazione del diritto privato grazie a un ceto unitario di giuristi, ma non aveva uno Stato unitario. forse per questo gli studi di diritto pubblico romano dovettero attendere l’unificazione nazionale tedesca per trovare il loro grande maestro in Theodor Mommsen, che pubblicò il suo capolavoro soltanto nel 1887: cfr. Y. Thomas, Mommsen et l’«Isolierung»

sciando volentieri al Medioevo il me-rito di aver costituito le strutture pubblicistiche che regolavano la ge-stione dei poteri pubblici. In parti-colare, l’istituto medievale del feudo, con tutte le sue infinite trasforma-zioni, appariva come la chiave per comprendere l’evoluzione del diritto pubblico dalla fine dell’antichità fino all’affermazione dei regni nazio-nali.

In Italia erano giunti echi molto vivi di queste tendenze. Nella secon-da metà dell’Ottocento le facoltà di Giurisprudenza cominciarono a cre-are cattedre dedicate alla storia del diritto nazionale nel Medioevo, pro-prio come era avvenuto nelle Uni-versità tedesche. Questo diritto me-dievale fu chiamato “diritto italiano” per assonanza con le cattedre di ger-manisches Recht, e finì per contrap-porsi anche da noi alle cattedre di storia del diritto romano24. la divi-

du droit, introduzione alla ristampa della traduzione francese di Th. Mommsen, Droit public romain, I (Paris 1984), 10 s.

24. la prima cattedra di Storia del Diritto fu istituita nell’Italia austriaca nel 1857: cfr. H. lentze, L’insegna-mento della storia del diritto nella riforma degli studi universitari promossa dal ministro von Thun e l’istituzione di una cattedra a Pavia e Padova, in Arch. Storico Lombardo, s. 8, 3 (1951-52), pp. 291-306, che osserva: “[…] si credeva che il diritto naturale avesse generato dei liberali e si sperava che la storia del diritto avrebbe invece formato dei buoni

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sione degli studi storico giuridici in Italia, con l’incongruenza dell’eti-chetta “diritto italiano”, che sembra-va espellere il diritto romano dalla storia d’Italia, esprimeva assai bene la funzione che svolgeva la storia nel-la formazione dei giuristi nazionali: gli italiani, che per tutto il Medioe-vo non furono mai politicamente uniti, avrebbero però avuto un dirit-to nazionale che li accomunava come popolo; questo diritto, tuttavia, sa-rebbe stato diverso e in certi casi op-posto al diritto romano, che non sarebbe stato patrimonio degli ita-liani, bensì modello universale capa-ce di attraversare intatto le vicende storiche25.

Ma nonostante le incongruenze logiche di questa sistemazione, essa si affermò nell’accademia e nella pro-duzione scientifica. Così, mentre i romanisti proseguivano i loro quadri istituzionali, sforzi imponenti furono dedicati a costruire una “storia del diritto italiano” come cosa diversa dal diritto romano: del pubblico, che era creazione medievale, e del priva-

giuristi conservatori” (p. 292). Si veda anche f. Calasso, Il centenario della prima cattedra italiana di storia del diritto (1957), ora in Id., Storicità del diritto, Milano 1966, pp. 3-24.

25. Cfr. E. Conte, Eine Rezeption germanischen Rechts in Italien? Römisch-wissenschaftliches Recht und vulgarrechtliche Tradition in den italienischen Städten des 12. und 13. Jahrhunderts, Forum Historiae Iuris (ed. 2004), http://www.forhistiur.de/zitat/0411conte.htm.

to, che secondo alcuni era la mani-festazione di più antichi princìpi che accomunavano tutti i popoli germa-nici, compresi quelli che s’erano sta-biliti in Italia26.

— VI —Francesco Calasso

e il problema storico del diritto comune

Questa spartizione dei campi del-la storia del diritto fra romani-

sti e italianisti si affermò più o meno pacificamente in Italia fra Otto e Novecento, ed ebbe i suoi riflessi sulle dottrine del diritto vigente, che nel frattempo faceva i conti con la codificazione dell’Italia unita. Nel quadro di una prevalente influenza delle categorie romanistiche si insi-nuava infatti qualche interpretazione innovativa, che spesso s’appoggiava sulla storia del diritto germanico (= italiano) per introdurre nel sistema qualche elemento eterogeneo rispet-to alle visuali individualistiche domi-nanti. Così, ad esempio, in materia

26. lo studioso più in vista degli anni fra i due secoli, francesco Schupfer, pubblicò un disegno del diritto privato medievale in Italia sotto il titolo significativo: Il diritto privato dei popoli germanici, Città di Castello 1907-1909 (seconda ed. 1913-15); E. Conte, Storia interna e storia esterna. Il diritto medievale da Francesco Calasso alla fine del XX secolo, in Riv. intern. di Dir. Comune 17 (2006 ma 2007), 299-322, 301 e s.

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di proprietà collettiva27 o di possesso dei diritti28, nonché nell’organizza-zione dell’impresa, che provò a trar-re ispirazione dal modello corporativo medievale29.

anche nel campo della ricerca storico-giuridica, però, qualche voce si era levata per criticare le incon-gruenze che derivavano dall’applica-zione all’Italia degli schemi che si erano affermati in Germania. Nel

27. l’influenza della storiografia giurdica sulla legislazione in tema di usi civici e demani collettivi è delineata da P. Grossi, Un altro modo di possedere L’emersione di forme alternative di proprietà alla coscienza giuridica postunitaria, Milano 1977.

28. le teorie germanistiche della Gewere, istituto piuttosto sfuggente sul piano delle fonti storiche, ma molto presente nelle opere manualistiche sul diritto privato medievale, influenzaro-no assai le dottrine privatistiche dell’apparenza del diritto, che giustificavano un potere di agire sul piano patrimoniale e personale nei soggetti dotati di una legittimazione formale che non coincide con la titolarità di diritto vera e propria. ampio uso di queste dottrine nel classico libro di Enrico finzi, Il possesso dei diritti, Roma 1915 (rist. Milano 1968, con paginazione diversa dall’originale e con introdu-zione di Salvatore Romano). Qualche osservazione in Conte, Gewere, cit.

29. Il tema è amplissimo e spinoso. Cfr. per un orientamento I. Stolzi, L’ordine corporativo. Poteri organizzati e organizzazione del potere nella riflessione giuridica dell’Italia fascista, Milano 2007.

1888, anno di celebrazioni per l’ot-tavo centenario dell’Università di Bologna, francesco Brandileone sa-liva la cattedra di Storia del diritto italiano dell’Università di Parma e vi pronunciava un discorso di prolu-sione che era tutto orientato a inte-grare la grande stagione della rina-scita della scienza giuridica all’interno della storia del diritto italiano, supe-rando l’innaturale separazione fra la scienza giuridica –che si voleva “ro-manistica”– e l’esperienza giuridica vissuta –ch’era etichettata come “ita-liana” o “germanica”–30. le dottrine dei giuristi medievali, diceva Bran-dileone, non furono sterili esercizi di interpretazione di testi antichi, ma strumenti efficacissimi per la trasfor-mazione della pratica: dal processo al diritto penale, dal diritto privato fino alla dottrina della sovranità.

l’intuizione di Brandileone fu poi ripresa dai suoi allievi, e in par-ticolare da francesco Calasso31.

fin dagli inizi della sua attività di studioso, Calasso volle ripensare la storia del diritto italiano intorno ad un centro nuovo, ch’era l’età del diritto comune. Quella nascita della scienza giuridica che a Savigny era sembrata l’inizio della seconda vita medievale del diritto romano, era per

30. f. Brandileone, Scritti di storia del diritto privato italiano, Bologna 1931, pp. 1-18.

31. Spunti biografici e bibliografici in E. Cortese, Calasso Francesco, in DBI vol. 16 (1973), 465-469, ora in Id., Scritti, Spoleto 1999, 1389-1393.

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Calasso un poderoso fenomeno sto-rico, nel quale confluivano esigenze lungamente preparate e dal quale si dipartivano novità destinate a in-fluenzare l’Europa per secoli. Il di-ritto, inteso sia come pratica sia co-me scienza, doveva esser visto come un elemento fondamentale della sto-ria europea. E al centro della straordi-naria vicenda storica del diritto si po-neva il periodo del diritto comune32.

Poiché però il diritto comune era la creazione dei giuristi medievali, che erano in gran parte glossatori e commentatori del diritto di Giusti-niano, esso era considerato terreno di lavoro dei professori di diritto ro-mano, mentre Calasso insegnava da una cattedra di Storia del diritto ita-liano. Egli dovette perciò affiancare alla sua proposta storiografica anche un impegno accademico, che lo op-poneva ai colleghi romanisti. Questo

32. l’insegnamento di francesco Calasso è esplicitamente richiamato da M. Bellomo, La ‘Carta de Logu’ di Arborea nel sistema del diritto comune del tardo Trecento, in Riv. Intern. Di diritto comune 5 (1994), pp. 7-21 e ora in Bellomo, Medioevo edito e inedito. II Scienza del diritto e società medievale, Roma <1997>, pp. 149-164. Nello stesso volume, il secondo della raccolta degli scritti del Bellomo, anche altri contributi importanti che, tra il 1980 e la fine degli anni Novanta, hanno sviluppato ampiamente le intuizioni interpretati-ve di Calasso e la sua idea di diritto comune come punto d’osservazione privilegiato della storia giuridica euro-pea.

impegno lo portò a riconsiderare in profondità la tradizione storiografica con crescente consapevolezza. Nei suoi lavori del dopoguerra, Calasso dimostra una conoscenza profonda della storia della storiografia giuridi-ca tedesca, delle sue esigenze cultu-rali e delle sue scorciatoie accademi-che; poteva così criticare l’assetto della disciplina basato sull’alterità fra diritto romano e diritto germanico, che opponeva la dottrina medievale alla pratica secondo lo schema otto-centesco della lotta fra Volksrecht e Juristenrecht.

Per Calasso, quest’immagine del diritto medievale non poteva essere più accolta. Il suo bersaglio princi-pale era quel dogmatismo pandetti-stico che, snaturando il lavoro dello storico, ricostruisce istituti scompar-si con la metodologia del giurista puro. Egli qualificava di monstrum la storia dei dogmi giuridici33, la ri-costruzione cioè degli istituti come oggetti slegati dal contesto sociale ed economico in cui la norma e l’inter-pretazione li avevano formati. Indi-viduava nell’ “innaturale” divisione tedesca dei romanisti dai germanisti una delle cause principali della man-canza di “storicità” che si osserva nel-la storia giuridica34. Risaliva fino al-

33. Calasso, Pensieri sul problema della ‘continuità’ con particolare riguardo alla storiografia italiana (1955), ora in Id., Storicità del diritto, Milano 1966, 261-286.

34. Ibidem.

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le fondazioni ottocentesche della storiografia giuridica per rintracciar-vi le origini di una metodologia che rifiutava: quella dei tre “fattori sto-rici” che avrebbero costituito la no-stra storia del diritto: l’elemento ro-mano, quello germanico, quello canonico35. Osservava che la conse-guenza più grave che era derivata da questa situazione era stata la sotto-valutazione assoluta del più grande fenomeno giuridico del Medioevo: quel diritto comune che la storiogra-fia tendeva a ignorare come fatto storico perché divisa tra la dogmati-ca astorica dei pandettisti e il nazio-nalismo romantico dei germanisti.

— VII —La proposta conservatrice di Genzmer e il richiamo alla storicità di Calasso

Quel giorno del 1952, quando Erich Genzmer, ultimo discen-

dente della gloriosa scuola dei roma-nisti tedeschi, esponeva di fronte ai congressisti la sua proposta per un rilancio degli studi di diritto romano nel Medioevo, di fronte a lui sedeva francesco Calasso.

Calasso ascoltò il collega tedesco che, dopo aver descritto le ricerche sul diritto romano nel Medioevo che s’erano svolte nel secolo precedente, concludeva il suo intervento propo-nendo di riunire le forze degli stu-

35. Ivi, pp. 532-33.

diosi d’Europa per redigere un “nuo-vo Savigny”, un’opera in grado di orientare gli specialisti e i non spe-cialisti attraverso la letteratura giu-ridica medievale, proprio come ave-va fatto la grande Geschichte. Genzmer non proponeva di studiare la vita del diritto nel Medioevo, l’uso che la società medievale fece dei testi giu-stinianei, il formarsi di nuove legi-slazioni e nuove dottrine nutrite dei principi che la scuola formò sui testi romani; egli voleva dare un quadro “esterno” delle opere che nel Medio-evo s’erano occupate di diritto ro-mano36.

l’uso del termine “esterno” non è casuale. la distinzione della storia giuridica in due grandi filoni, la sto-ria interna del diritto e la sua storia esterna, era stata una premessa im-portante del metodo storico di Savi-gny. Per la precisione, anzi, la distin-zione era stata formulata in questi termini dal maestro di Savigny, Gu-stav Hugo37, il quale aveva ripreso,

36. Genzmer lo afferma esplicitamente (pp. 437-38 del testo citato): “le proposte che ho schizzato non si allontanano troppo dall’ambito della cosiddetta storia esterna del diritto…”.

37. Il valore metodologico della distinzione è stato studiato da luigi Raggi, Storia esterna e storia interna del diritto nella letteratura romanistica, in Bull. dell’Ist. di Dir. Romano, 62 (1959), 199-222, ora in Id., Scritti, Milano 1975, 73-101. Il Raggi non sembra conoscere il fondamentale articolo di taranowsky, Leibniz und die sogenannte äußere Rechtsgeschichte,

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a sua volta, la terminologia proposta da leibniz nel Seicento, ma ne ave-va mutato sostanzialmente il conte-nuto. Così, nel 1799, Hugo propo-se di occuparsi di storia giuridica separando la storia esterna da quella interna, intendendo con la prima la tradizione letteraria delle leggi e del-le opere d’interpretazione, e con la seconda lo sviluppo dei “principi” del diritto38. Per leibniz, invece, il diritto era un fenomeno complesso, costituito dall’intreccio tra fonti, in-terpretazioni, istituti o “principi”; la storia interna del diritto era la storia

in Zeitschrift der Savigny Stift. f. Rechtsgeschichte, Germ. Abt., 27 (1906), 190-233, che ricostruisce con precisione la formazione storica della distinzione e la sua fortuna in Germania: sicché i due lavori devono essere integrati l’uno con l’altro.

38. G. Hugo, Lehrbuch eines zivilistischen Kursus, 2a ed., vol. 3, Lehrbuch der Geschichte des römischen Rechts, Berlin 1799, §§ 4-5, pp. 2-3: “Die äußere Geschichte des Rechts erzählt nur von dem anteil der Rechtsquellen, soweit Nachtrichten über ihrer Ursprung, ihre veränderungen und ihre weitere Schicksale vorhanden sind…”. Cfr. G. Hugo, Storia del diritto romano, tr. it. di Costantino arlia, Napoli 1856, 7-8. Savigny, nella recensione uscita nel 1806, ora in f.C. von Savigny, Vermischte Schriften, vol. 5, Berlin 1850, 1-36, 9 accoglie l’ “außere Rechtsgeschichte” nel senso precisato da Hugo. Per la cronologia delle opere di Hugo e per ulteriori riflessioni sul punto cfr. vano, Il nostro autentico Gaio, cit., 11-12.

di questo intreccio, mentre la storia esterna era costituita dalla storia po-litica, sociale, economica entro la quale il diritto si muove con la sua propria grammatica39. l’idea storica del diritto era insomma, per leibniz, caratterizzata dal forte dinamismo del diritto e dalla necessità di cono-scere i rapporti del giuridico con la società, e non autorizzava affatto a separare la storia delle fonti da quel-la degli istituti giuridici40.

Gustav Hugo rielaborò la vecchia distinzione, probabilmente in piena coscienza, per adattarla ad un’idea tutta diversa della storia giuridica. Proponendo agli storici del diritto di trattare separatamente la storia dei testi, egli li sollecitava ad affinare la propria competenza filologica, che infatti raggiunse in breve un livello altissimo; ma nello stesso tempo per-

39. leibniz, Nova methodus discendae docendaeque jurisprudentiae, ed. in G. Th. G. leibnitii…, Opera omnia, Genevae, apud fratres de tournes, 1768, tomo Iv pars. tertia, 159-252. l’epistola di dedica è datata 1668. a pp. 191-198 leibniz prevede tra l’altro di redigere una sorta di storia comparata delle fonti e degli istituti giuridici che si sono differenziati dopo Giustiniano (191).

40. la distinzione leibniziana, osservava taranowsky, op. cit., 193-194, non identificava una storia delle fonti come ambito di studio indipendente, “sondern in Gegenteil den Rechtshi-storiker auffordert, den Horizont seiner forschung bis zu der äußern Umgebung der rechtlichen verände-rung zu erweitern“.

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seguiva l’obiettivo di consentire alla nascente scuola storica di isolare un oggetto astratto della propria rico-struzione: un diritto romano puro, che poteva studiarsi anche separata-mente dalle vicende storiche nelle quali esso era stato pensato, promul-gato, applicato, utilizzato.

Genzmer riproponeva questo ti-po di “storia esterna” come compito dei medievisti, e pensava evidente-mente di lasciare ai romanisti l’ana-lisi “interna” degli istituti giuridici romani, liberati del fastidio di do-versi confrontare con le vicende sto-riche che sollecitarono la loro appli-cazione.

le premesse culturali e i motivi accademici che spingevano Genzmer a formulare la sua proposta erano chiarissimi a Calasso, che aveva pas-sato vent’anni a combatterli e aveva raccolto i frutti del suo lungo lavoro in un libro uscito proprio l’anno pre-cedente 195141. la sua risposta fu perciò ben chiara, e contiene tutti i punti principali su cui egli aveva fon-dato la sua proposta storiografica42.

Innanzitutto, egli riteneva inac-cettabile l’idea che il problema sto-

41. f. Calasso, Introduzione al diritto comune, Milano 1951.

42. Il suo intervento è stampato nello stesso volume della Révue internatio-nale des droits de l’antiquité, 1 (1948), 441-463, con il titolo Il problema storico del diritto comune e i suoi riflessi metodologici nella storiografia giuridica europea (ora anche in Calasso, Storicità del diritto, Milano 1966).

rico del diritto comune potesse esser ridotto a quello del “destino del di-ritto romano dopo la caduta dell’Im-pero”, e che proprio questa artificia-le limitazione avesse condannato gli storici del diritto al progressivo iso-lamento dalla cultura storica come da quella giuridica: “Noi faremmo opera vana e di mera accademia, se qui ci limitassimo a fare progetti di studi, di bibliografie, di edizioni, a creare cioè un cantiere di strumenti di lavoro: cosa senza dubbio di gran-dissimo merito, ma totalmente ste-rile, e che ci lascerà incarcerati a vita nell’hortus conclusus ch’è stato lamen-tato, se prima non ci saremo intesi sull’oggetto del nostro lavoro: a qua-le costruzione, cioè, gli strumenti del nostro cantiere dovranno servire”43.

Il ruolo storico svolto dal diritto comune non poteva dunque ridursi a quello delineato dapprima da vi-nogradoff, poi da Riccobono, infine da Koschaker, che da ultimo aveva auspicato il ritorno a una specie di “usus modernus pandectarum che val-ga oggi, adattato alle nuove istanze dei tempi, a reinserire il diritto ro-mano nella corrente viva della scien-za giuridica moderna”44.

la conoscenza storica del diritto comune, concludeva Calasso, signi-fica invece tutt’altro: vuol dire stu-diarne la funzione nella società me-dievale, l’intreccio con le fonti del ius proprium, l’adattamento alle esi-

43. Ivi, 442.44. Ivi, 449-450.

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genze dell’economia che cambia. Compito dello storico del diritto non è dunque, per Calasso, la descrizione di astratte evoluzioni di istituti giu-ridici, ma piuttosto lo studio delle mille relazioni che legano il diritto alla società, cioè alla vita concreta degli uomini che lo formulano, lo interpretano, lo praticano e talvolta lo subiscono.

Queste cose Calasso ripeteva da decenni, non sempre ascoltato. a firenze, ad esempio, il suo attacco alla proposta di Genzmer non impe-dì ai suoi colleghi di dar vita al pro-getto del “nuovo Savigny”. Con il titolo di Ius Romanum Medii Aevi esso fu pubblicato dall’editore mila-nese Giuffrè in piccoli fascicoli re-datti da diversi autori. Calasso non partecipò all’impresa, ma i volumet-ti furono pubblicati per vent’anni, dal 1961 al 1981, e non si può dire –per la verità– che essi abbiano dav-vero raggiunto gli obiettivi che s’era-no proposti nel 1952, né che abbia-no rimpiazzato il vecchio e glorioso Savigny.

— VIII —Fortuna e sfortuna della

proposta di Calasso

Per altri versi, però, la proposta storiografica di Calasso è stata

ascoltata, ed ha determinato una svolta molto decisa della storiografia giuridica. Non tutti seppero mutare le vecchie abitudini, ma molti, fra

gli allievi diretti di Calasso e fra i suoi colleghi, cominciarono a guardare alle fonti del diritto comune con oc-chi diversi. le glosse, i commentarii, i trattati non erano più considerati opere di un “droit savant”, o “gelehrtes Recht”, cioè di un diritto colto stac-cato dalla realtà45, ma strumenti fondamentali per comprendere la complessità di una stagione nella quale la cultura giuridica ha espresso le strutture più importanti della so-cietà europea. Così per qualche de-cennio, l’impegno dei migliori storici del diritto, in Italia e fuori, fu concentrato sulle dottrine dei giuri-sti medievali, che fossero civilisti, canonisti o feudisti o –come accade-va piuttosto spesso– tutte e tre le cose allo stesso tempo46.

Ma i vecchi difetti della storio-grafia giuridica sono difficili da su-perare: da Calasso in qua si conti-nuano a pubblicare ricerche esclu- sivamente dogmatiche su istituti giuridici studiati soltanto nelle ope-

45. K. Pennigton, Learned law, droit savant, gelehrtes Recht: the Tyranny of a concept, in Syracuse Journal of International and Commerce Law 20 (1994), 205-215, = RIDC 5 (1994), 197-209 (on line: http://faculty.cua.edu/pennington/learned.htm).

46. Un rapido schizzo sulla storiografia giuridica da Calasso in poi in Conte, Storia interna, cit.; maggiori dettagli in E. Cortese, Esperienza scientifica. Storia del diritto italiano, in Cin-quant’anni di esperienza giuridica in Italia, Milano 1982, 785-858, ora in Id., Scritti, cit., 619-690.

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re esegetiche dei giuristi medievali. Si tentano disegni di pura “storia letteraria” dei glossatori o dei com-mentatori. Si ripropone, seppur con terminologia accattivante, una visio-ne dell’ordine giuridico medievale in cui i motivi dell’unità si spingono fino a cancellare le dinamiche stori-che che inducono il diritto a rispon-dere alle sollecitazioni della società. Così, in un fortunato libro, Paolo Grossi ha presentato un disegno sin-golarmente statico dei mille anni di storia del diritto nel Medioevo, nei quali una civiltà unitaria si afferme-rebbe in Europa, dapprima attraver-so il valore normativo del fatto con-suetudinario, e poi con il contributo sapienziale di giuristi solo formal-mente rispettosi delle norme di Giu-stiniano o dei papi legislatori, ma in realtà intenti a rivestire di “validità” i contenuti che costituivano “la fon-dazione stabile dell’intiera società”47. Ma le società che hanno vissuto nel-la storia sono state composte di uo-mini e donne vivi, che si sono scon-trati e si sono alleati, che hanno fronteggiato situazioni di difficoltà e sfruttato opportunità, e hanno at-tinto alle regole del diritto per rag-giungere i propri obiettivi di conser-vazione o di cambiamento. la visione di un “ordine” stabile che esprime la “mentalità” profonda di una società intera non rende giustizia a questa dinamica intima della storia, e ripro-

47. P. Grossi, L’ordine giuridico medievale, Roma-Bari 1995, 115.

pone in forme nuove quella visione statica e antistorica che Calasso ave-va criticato nella storiografia giuri-dica tradizionale48. In particolare, l’immagine di un “Medioevo sapien-ziale” proposta da Grossi non aiuta a interpretare i rapporti vari, com-plessi e contraddittori fra le dottrine dei giuristi, gli interventi dei legisla-tori e le esigenze della pratica duran-te i secoli del “diritto comune classico”, quelli che vanno dalla metà del Mil-lecento fino alla metà del trecento.

— IX —Dottrine giuridiche e dinamiche sociali:

l’esempio del processo

le dottrine giuridiche elaborate dai maestri del tardo Medioevo

sulla base dei testi normativi che es-si stessi avevano ordinato e stabiliz-zato furono invece protagoniste essenziali di una dialettica sociale complessa e tesa, che proprio negli anni del diritto comune classico ri-specchiava una società in forte mu-tamento. le dottrine dei giuristi furono anzi così profondamente coin-

48. Una critica più approfondita del libro di Paolo Grossi in Conte, Droit Médiéval. Un débat historiographique italien, in Annales. Economie, Sciences Sociales, 57 (2002), 1593-1613; tr. it. con modifiche Id., Storicità del diritto. Nuovo e vecchio nella storiografia giuridica attuale, in Storica 22 (2002), 135-162.

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volte nelle dinamiche della società dei secoli xII e xIII, che sarebbe difficile comprendere pienamente i profondi contrasti che caratterizza-rono i secoli del basso Medioevo prescindendo dalla conoscenza tec-nica delle argomentazioni poste in campo dai giuristi, che furono teo-rici nelle aule universitarie, ma pra-tici in quelle dei tribunali, ove tante tensioni si scaricarono in quei de-cenni.

Si potrebbero avanzare molti esempi di questo intenso coinvolgi-mento della dottrina nella storia po-litica, economica e sociale, a comin-ciare dal mutamento profondo del rito processuale, che nella prima me-tà del xII secolo vide convergere le aspirazioni della Chiesa gregoriana, dei primi esperti di diritto romano e dei primi comuni italiani. Secondo il racconto ormai ben noto del teo-logo inglese Radulfus Niger, il biso-gno di superare le procedure irrazio-nali basate su giuramenti, duelli e prove ordaliche avrebbe addirittura spinto a ricercare i testi di Giustinia-no, che promettevano un procedi-mento razionale e conforme alla ve-ritas49. E’ probabile che l’indicazione di Radulfus sia fondata, poiché in effetti fra le prime glosse redatte alle

49. Celebre il passo dei Moralia Regum del teologo inglese edito da H. Kantorowicz, An English Theologian’s View of Roman Law: Pepo, Irnerius, Ralph Niger (1943), ora in Id., Rechtshistorische Schriften, freiburg 1970, 242.

Istituzioni o al Codice numerosissi-me sono quelle intorno al titolo de actionibus delle prime o al titolo de edendo del secondo, entrambi dedi-cati all’introduzione rituale del giu-dizio. le dottrine che si costruivano commentando quei testi dovevano poi ricadere immediatamente sulla pratica: a Roma, dove le dottrine gregoriane sul primato anche giudi-ziario della sede apostolica erano più forti, il rinnovamento del processo è evidente e precoce50. Ma gli antichi principi codificati da Giustiniano rinnovano il processo anche in am-bito laico: a Roma durante il prodi-gioso revival legato alla rifondazione del Senato del 114351; a Milano nel xII secolo studiato da Padoa Schiop-pa52; a Pisa, cui dopo gli studi clas-

50. Cfr. Conte, Posesión y proceso en el siglo XII, in corso di stampa in Procesos, inquisiciones, pruebas, a c. di M. Madero e E. Conte, Buenos aires.

51. Dopo J. fried, Die römische Kurie und die Anfänge der Prozeßliteratur, ZSS Ka 59 (1973), 151-174, cfr. almeno G. Chiodi, Roma e il diritto romano: consulenze di giudici e strategie di avvocati dal X al XII secolo, in Roma fra Oriente e Occidente (Settimane Spoleto 49), Spoleto 2002, 1141-1245.

52. a. Padoa Schioppa, Aspetti della giustizia milanese dal X al XII secolo, in Atti dell’XI Congresso internazionale di Studi sull’Alto Medioevo, Spoleto 1989, I, 459-549; Id., Note sulla giustizia milanese del secolo XII, ora in Miscellanea Domenico Maffei dicata: Historia –ius– studium, a c. di García y García e Weimar, Goldbach 1995,

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sici di volpe e d’amia53 è ora dedica- ta la verifica sul testo del constitutum di Claudia Storti Storchi54 e la di-scussione complessiva di Chris Wick-ham55.

a Pisa, a Roma, in altri centri d’Italia si incrementa l’attenzione che per il sistema giurisdizionale, richia-mando in vita il sistema antico delle actiones, che Giustiniano aveva inse-rito nelle Istituzioni con intenti assai più didattici che pratici: al tempo suo, infatti, il processo non richie-deva più un formalismo rigido come quello previsto dalle azioni classiche. Nelle Istituzioni, però, un lungo ti-tolo è dedicato a prospettare un ca-talogo ricchissimo delle formule con le quali nell’età classica l’attore do-veva rivolgersi al magistrato per ri-

vol. 4, 219-230; Id. La giustizia milanese nella prima età viscontea, in Ius Mediolani. Studi di storia del diritto milanese offerti dagli allievi a Giulio Vismara, Milano 1996, 1-46.

53. Dopo D’amia, Diritto e sentenze in Pisa ai primordi del rinascimento giuri-dico, Pisa 1960, cfr. gli studi raccolti in D’amia, Rinascenza pisana del diritto e di cultura e d’arte. Rivelazioni storiche romanistiche sull’ordinamento giuridico e giudiziario, da sentenze del sec. XIII, Pisa 1975.

54. Intorno ai Costituti pisani della legge e dell’uso (secolo XII), Napoli 1998 (Europa mediterranea, quaderni 11).

55. Legge, pratiche e conflitti. Tribunali e risoluzione delle dispute nella toscana del XII secolo, Roma 2000, 185-278.

chiedere giustizia. Ignorato dalla pra-tica del suo tempo, questo classicismo giustinianeo fu applicato con sei se-coli di ritardo nelle corti laiche ed ecclesiastiche del xII secolo, con ri-sultati assai rilevanti per la formazio-ne di un ceto di giuristi tecnici56. la griglia delle azioni, infatti, provvede di esistenza giuridica, nella dinami-ca processuale, soltanto quelle pre-tese soggettive che l’ordinamento giustinianeo ha fornito di un’azione tipica. Poiché l’azione è nient’altro che il diritto di perseguire i propri diritti in giudizio –insegnano i primi glossatori sulla scorta di un celebre passo delle Istituzioni57– l’accesso alla giustizia è così condizionato dall’espressione della causa petendi, cioè della giustificazione sostanziale del diritto soggettivo che è stato tur-bato e deve essere restaurato.

Diviene così indispensabile in-terpretare la realtà economica e so-ciale alla luce degli istituti giuridici romani, perché soltanto la corretta lettura giuridica di un fatto può con-sentire di ricorrere all’azione appro-priata davanti al giudice. Si prenda un esempio assai diffuso nell’Italia del basso Medioevo: il ricorso agli interdetti possessori che, nel quadro

56. vedi ora sulla formazione del ceto professionale dei giuristi J.a. Brundage, The Medieval Origins of the Legal Profession. Canonists, Civilians, and Courts, Chicago-london 2008.

57. Inst. 4.6 pr.

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rigoroso del processo romano, con-sentivano una soluzione dei conflit-ti –almeno interlocutoria– sulla ba-se di mezzi di prova semplificati. Ebbene, gli interdetti possessori pos-sono essere esperiti soltanto da chi possa dimostrare il proprio possesso in buona fede, munito di titolo, di una res habilis, atta cioè a formare oggetto del possesso. Ove ravvisi la carenza di uno di questi elementi, il convenuto potrà obiettare che l’azio-ne è stata intentata scorrettamente, e indurre così il giudice a interrom-pere il procedimento. Oppure, anche quando la situazione dell’attore pos-sa qualificarsi come vero e proprio possesso secondo le categorie roma-ne, il convenuto potrà ancora ecce-pire che l’interdetto si può concede-re soltanto in caso di spogliazione violenta o di consistente minaccia al pacifico godimento di un bene. ana-loghi ragionamenti potrebbero farsi per tutte le molte decine di azioni proposte dalle Istituzioni giustinianee e dalle numerose operette composte in materia dai giuristi del xII secolo per servire alla pratica.

Si tratta di un sistema in profon-do contrasto con i principi elabora-ti nell’alto Medioevo, quando la ra-zionalità aveva conservato un ruolo limitato nel processo, il quale tende-va in primo luogo ad evitare le ini-micizie e a promuovere la pax tra le parti, quasi sempre indipendente-mente da un quadro dei diritti so-

stanziali e dei riti corrispondenti dell’aula del giudizio58.

— X —Nuovi testi e nuove

dottrine per una società che cambia

Un esito pratico di questa impor-tanza fu possibile grazie a un’al-

tra novità introdotta dalle scuole giuridiche del xII secolo: la stabiliz-zazione del testo normativo.

attratta soprattutto dalla riappa-rizione dell’immenso Digestum di Giustiniano, la storiografia giuridica non ha valutato con sufficiente at-tenzione il profondo mutamento di atteggiamento nei confronti del testo normativo che segna il processo di riscoperta e ricostruzione dei testi del diritto romano. Dopo secoli du-rante i quali le norme scritte erano tramandate in maniera fluida e dise-guale, con interpolazioni, adattamen-ti, omissioni; dopo che le raccolte di testi normativi avevano accostato frammenti biblici e patristici, cano-ni conciliari, norme di sovrani laici, testi estratti da corpus iuris di Giu-

58. Cfr. f. Bougard, Rationalité et irrationalité des procédures autour de l’an mil: le duel judiciaire en Italie, in La justice en l’an mil, actes du colloque de Paris, 12 mai 2000, Paris, la Documentation française (Histoire de la justice, 13), 2003, p. 93-122.

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stiniano, componendoli in ordini diversi e con presenze e assenze che caratterizzano ciascun manoscritto, con la renovatio dei libri giustinianei si torna a compilare libri dal testo uniforme, uguale in tutte le copie. Gli scribi dei libri di diritto romano si limitano a riprodurre il testo come esso è: non introducono norme estra-nee, come si era sempre fatto; non omettono norme incomprensibili o in contraddizione fra loro; non ap-pianano ciò che non capiscono, ma si limitano a riprodurlo perché sia la scuola a risolvere le antinomie.

Questa stabilizzazione del testo è in effetti la premessa indispensabi-le perché possa svilupparsi una scien-tia del diritto in senso medievale: una scienza cioè che si applica in-nanzitutto a chiarire il senso del testo e a conciliarlo con altri testi ugual-mente autorevoli ma apparentemen-te contrari. Questo è il compito prin-cipale dei glossatori, e da questo lavoro cominciano a emergere rego-le generali che costituiscono il nucleo della nuova scienza.

Il successo di questa scienza fu tale, che dopo pochi anni anche il diritto canonico si diede un testo stabile, identificandolo un po’ for-tuitamente con il decreto di Grazia-no. Così, sia il diritto laico sia quel-lo ecclesiastico nascono come scienze stabilizzando e delimitando i propri testi di lavoro: le norme giu-ridiche possono ora trovarsi soltanto

dentro il testo; e dentro il testo il giu-rista saprà trovare soluzione a qual-siasi problema posto dalla pratica, fino a proclamare orgogliosamente con accursio: “Omnia in corpore iuris inveniuntur”.

Il diritto comune si edifica così sulla base solida di due compilazioni autorevoli e stabili, cui solo nel Due-cento si aggiungono nuovi comples-si normativi. anche allora, tuttavia, i testi che raccolgono le nuove norme dei papi o le costituzioni di sovrani si promulgano e si riproducono in forma stabile e subiscono immedia-tamente i commenti dei giuristi di scuola, che redigono glosse, summae, distinctiones.

Queste opere che fanno propria l’autorità altissima della norma non restano chiuse all’interno delle scuo-le: forniscono argumenta a quella pratica che si è ormai incanalata nel sistema processuale romano canoni-co, fondato sul confronto fra le ra-gioni delle parti. Così, il diritto ro-mano rinnovato è lontanissimo dal rievocare semplicemente l’ordina-mento di Roma: esso è un deposito inesauribile di argomentazioni ela-borate in teoria e sperimentate in pratica, che ebbero spesso la forza di mutare efficacemente assetti di po-tere consolidati da secoli.

Prendiamo un esempio: per al-cuni decenni, tra la fine del xII e la prima metà del xIII secolo, i civilisti criticarono nelle loro opere taluni

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aspetti della vigente disciplina della cosiddetta “servitù della gleba”. In particolare, furono concordi nel di-sapprovare una regola consuetudi-naria ovunque accettata, e codificata per di più nel diritto longobardo e in molti statuti cittadini, secondo la quale al contadino che fosse rimasto di fatto in stato di semilibertà per oltre trent’anni si negava la facoltà di lasciare il fondo coltivato e il ser-vizio del signore. Una norma che i glossatori interpretavano come ac-quisizione di uno status subordinato, dunque deteriore, per il solo effetto del trascorrere del tempo.

Pur legittimata dalla consuetudi-ne, la regola urtava contro un princi-pio generale che i glossatori avevano desunto da un passaggio (per la veri-tà non così esplicito) del Codice giu-stinianeo: perciò i giuristi sostennero che per pregiudicare la libertà di un individuo libero non poteva esser suf-ficiente il trascorrere del tempo, ma occorreva anche una esplicita dichia-razione di volontà dell’interessato, alla quale si aggiungesse poi il tempo trascorso come conferma. Perché, di-cevano, la libertà è troppo preziosa per metterla a rischio, è res favorabilis, e va tutelata in ogni modo.

la critica fu efficace: alcuni sta-tuti corressero la disciplina dell’as-servimento ex tempore e taluni pro-cessi si risolsero in favore dei rustici perché i loro signori non furono in grado di provare la dichiarazione di

volontà di acquisire la condizione semi-servile59.

ancora un caso: la concorde po-sizione di critica dei civilisti nei con-fronti dell’attribuzione di diritti alle cose inanimate fu in grado di con-seguire l’effetto singolare di trasfor-mare la regola generale vigente ovun-que nell’alto Medioevo in una stra- nezza originale da ricordare come una curiosità della storia del diritto. Come una idea strampalata è stata infatti descritta per decenni la teoria dell’arcivescovo Mosè di Ravenna, che a metà del xII secolo sostenne che i beni di un monastero erano proprietà delle sue mura, e non del-le persone che vi erano congregate. furono i glossatori civilisti a ricopri-re di insulti l’idea dell’antico prelato, che invece esprimeva semplicemen-te il normale assetto della proprietà ecclesiastica praticato nell’alto Me-dioevo e non escluso neanche da Giu-stiniano, che per secoli aveva confe-rito i beni ecclesiastici alle chiese, agli altari, tutt’al più alle reliquie di un santo.

Ma i civilisti, autentici interpre-ti di una sensibilità nuova, non po-

59. Qualche fonte in Conte, Servi medievali. Dinamiche del diritto comu-ne, Roma 1996 (Ius Nostrum 21), 99-116, integrato con Id., Declino e rilancio della servitù: tra teoria e pratica giuridica, in Mél. de l’École Française de Rome. Moyen Âge, 112 (2000), 663-685, 668-672.

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tevano accettare che si attribuissero diritti a esseri privi di animus e di volontà, perché tutto il diritto è sta-to fatto per l’uomo, come del resto l’intero creato gli è stato consegnato da Dio stesso.

Si tratta, in fondo, di una di quel-le manifestazioni di “umanesimo me-dievale” che fanno della cultura cit-tadina del xII e xIII secolo il più rilevante precedente del rinnovamen-to umanistico che nelle stesse città italiane sarebbe fiorito nel xv seco-lo, fondando ancora sul recupero dell’antico una cultura nuova60.

almeno in questi casi, dunque, i giuristi cittadini del Medioevo ita-liano non furono passivi notai della mentalità giuridica medievale, né si limitarono a rifornire di “validità” istituti che si erano imposti per “ef-fettività”. furono invece intellettua-li di punta di un mondo che voleva rompere con la tradizione, e che per qualche aspetto ci riuscì. furono poi, per opportunità e per obbligo pro-fessionale, anche i difensori dei po-teri vecchi e consolidati che, dopo il primo smarrimento, si riorganizza-rono e riconquistarono molti degli spazi perduti. Rivolgendosi ai giuri-

60. Maggiori dettagli sulla sorte della teoria di Mosè e della proprietà attribuita agli edifici in Conte, Intorno a Mosè. Appunti sulla proprietà ecclesiastica prima e dopo l’età del diritto comune, in A Ennio Cortese, I, 342-363.

sti, che elaborarono anche per loro argumenta con i quali difendersi e attaccare in giudizio.

— XI —Per una storia del diritto medievale nel XXI secolo

Nata con Savigny come storia letteraria del diritto romano

nel Medioevo, arricchita dai germa-nisti con il ricorso agli atti della pra-tica e il diritto pubblico e feudale, rinnovata da Calasso per integrare in un solo grande disegno storico la scienza e la pratica, il diritto pubbli-co e il privato, la storia del diritto è stata per due secoli centrata sul Me-dioevo. Oggi, però, gli storici del diritto che insegnano nelle facoltà di Giurisprudenza tendono a trascu-rare quel periodo, per concentrarsi invece sui secoli più vicini a noi. Da una parte ritengono che i giuristi siano più interessati alla storia mo-derna e contemporanea, dall’altra rifuggono le difficoltà tecniche che sorgono dall’approccio con le fonti medievali, dalla loro tradizione com-plessa e difficile, dai manoscritti e dagli antichi libri a stampa.

Certo, se la storia del diritto si intende come dogmatica ordinata storicamente che fa da preludio al diritto vigente, come avrebbero vo-luto gli storici del diritto romano riuniti a firenze nel 1952, allora non varrebbe la pena di entrare faticosa-

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mente nel linguaggio del diritto me-dievale, di indagare le sue fonti at-traverso lenti e complessi lavori filologici, di ricostruire ragionamen-ti scolastici lontani nel tempo ed estranei a noi nella mentalità. Per una storia del diritto fatta a misura delle brevi e inutili “premesse stori-che” che si antepongono alle tratta-zioni di diritto vigente, il Medioevo può ben essere trascurato a vantaggio dei secoli xIx e xx, che davvero bisogna conoscere per lavorare tec-nicamente con le norme vigenti og-gi. E il mondo del diritto medievale potrebbe essere lasciato utilmente agli storici non giuristi della società e della cultura medievali, che in cer-ti casi si occupano piuttosto bene di fonti e istituti giuridici.

Era proprio questo riassorbimen-to della storia del diritto nella storia generale che proponeva arnaldo Mo-migliano quando prese la parola ad un grande convegno del 1966 dedi-cato alla “storia del diritto nel quadro delle scienze storiche”. Di fronte a una platea costituita di storici del diritto, il grande filologo e storico della letteratura dovette provare un certo piacere a esordire con queste parole: “Immagino –voglio immagi-nare– che siamo qui per celebrare un avvenimento storico di qualche im-portanza, la fine della storia del di-ritto come branca autonoma della ricerca storica”61.

61. a. Momigliano, Le conseguenze del

Momigliano aveva ragione, anche se dal 1966 ad oggi gli storici del diritto non sono affatto scomparsi. aveva ragione quanto all’integrazio-ne necessaria del fenomeno giuridi-co nelle dinamiche della società, dell’economia, del potere e della cul-tura: di un diritto isolato e autosuf-ficiente non si può far la storia, per-ché la storia esiste soltanto come sistema di relazioni dinamiche fra gli uomini e le società che essi costitu-iscono. In questo senso, come vole-va Momigliano, sarebbe auspicabile proclamare la fine di una “storia del diritto medievale” per inserire, come fanno i titoli di alcuni importanti manuali italiani, “il diritto nella sto-ria medievale”62. D’altra parte, però,

rinnovamento della storia dei diritti antichi, in La scienza del diritto nel quadro delle scienze storiche, firenze 1966, 21-37. Poco più avanti (p. 23), Momigliano insiste: “…Di fatto la eliminazione della storia del diritto come storia indipendente mi sembra sia ormai scontata… Si può oggi pensare che la storia della letteratura, la storia dell’arte, la storia della scienza e la storia della religione possano conservare una qualche autonomia, in quanto radicate in diverse attività degli individui. Non si può più pensare a una autonomia della storia del diritto che è per sua natura una formulazione di rapporti sociali radicati in molteplici attività umane”.

62. Il riferimento è ai manuali di Ennio Cortese, Il diritto nella storia medievale, Roma 1995 e antonio

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proprio poiché il diritto non è una tecnica fredda e isolata, ma un pro-tagonista di prim’ordine della dina-mica della storia, di esso non ci si può occupare senza conoscerne la grammatica fondamentale, cioè l’ar-ticolazione logica interna, che si ap-plica poi al mondo economico e so-ciale nel momento della legislazione e in quello della giustizia. Sicché lo storico –generale o specialista che sia– ha da farsi per forza giurista per entrare nei complessi ragionamenti tecnici che avevano poi tanta rile-vanza concreta –cioè storica– nella vita di persone e di comunità. E ha da farsi anche filologo, perché i testi nei quali quei ragionamenti si trova-no devono essere cercati, criticati, emendati, editi, affinché l’analisi dello storico sia corretta e soddisfacente.

abbiamo bisogno, insomma, di più storia e di più diritto per la sto-ria del diritto. E allora probabilmen-te non soltanto gli storici, ma anche i giuristi –di professione o in forma-zione– sarebbero più interessati alla storia giuridica medievale, che sta al centro della loro cultura fin dai tem-pi di Savigny e che oggi presenta un modello importante di rapporto fra diritto e società perché tratta dei si-

Padoa Schioppa, Il diritto nella storia europea, Bologna 2007. Sulla stessa linea anche il nuovo manuale di Manlio Bellomo, Società e diritto nell’Italia medievale e moderna, Roma 2002.

stemi giuridici vigenti prima della nazionalizzazione degli ordinamenti e della concentrazione del potere negli Stati nazionali. tratta di una grande cultura europea, di un oriz-zonte ideale condiviso dall’atlantico agli Urali e dal Mediterraneo al ma-re del Nord; di una miriade di dirit-ti locali e di un sistema di concetti unitario, dell’integrazione di una quantità di popoli stanziali e migran-ti, di un’economia in impetuoso svi-luppo, di tensioni sociali fortissime e di resistenze conservatrici podero-se. Nella storia del diritto medievale, letta con occhi aggiornati ad oggi e liberi dai condizionamenti dell’Ot-tocento nazionalista, possiamo tro-vare ancora il fascino di una storia che è la nostra, ma che i secoli tra-scorsi e lo stato delle fonti fanno di-stante e lontana da noi. vicina e con-temporaneamente lontana è del resto ogni vicenda umana della quale val-ga la pena far la storia.

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