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CRÓNICAS PELANDESAS -El asedio de Koopachópolis- Pelayo Lana

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CRÓNICAS PELANDESAS

-El asedio de Koopachópolis-

Pelayo Lana

Ediciones Pelayo

Índice

PRÓLOGO4Tercera parte: La Cuarta Guerra7CAPÍTULO 1 Prejuicios8CAPÍTULO 2 Traición20CAPÍTULO 3 Aliados inesperados26CAPÍTULO 4 Los Nuevos Nocturnus33CAPÍTULO 5 Preparativos44CAPÍTULO 6 La última batalla52

PRÓLOGO

Era por la tarde. El sol que tanto asombraba a los Nocturnus brillaba en el ocaso, cegando a aquellos que todavía no habían tenido la suerte de verlo antes, que no eran pocos: en la Celda del Crepúsculo no hay estrellas que iluminen los planetoides.

Una delegación Nocturnus se aproximaba. Nueve iba al frente de un escuadrón de Nocturnus de élite bien armados que comprobaban los alrededores cada poco; aunque los que iban detrás, cuando el oficial del grupo no los miraba, se deleitaban con el sol.

Poco tenía eso de delegación diplomática, se dijo Steel, pero Nueve nunca había tenido a nadie que le mandase cómo debe hacer las cosas, ya que al emperador no le tosía nadie. Y Steel no iba a ser tan tonto como para empezar mal las negociaciones diciéndole a su incierto aliado cómo se hacen las cosas en Pelandia. Sin embargo, si hubiera podido, le habría reprochado su falta de confianza: los francotiradores Nocturnus ocultos en los edificios cercanos estaban de más. No los habría visto si no hubiesen estado en Station Square. Allí nada ocurría sin que él lo supiera.

Tras de Steel había asimismo un pequeño destacamento de droides, flanqueado por los dos lugartenientes de su ejército: Helbert Noke y Magín Mago[footnoteRef:0]. El primero lanzaba nerviosas miradas a los desconocidos visitantes, sin quitar la mano de la funda de su bláster, mientras que el segundo le había advertido con tiempo que el ambiente de las negociaciones bien podría ser cortado con un cuchillo de lo tensas que iban a estar. Tenía razón. [0: Si has leído Misterios en Pelandia, sin duda sabrás quién es el primer personaje, aunque el segundo es nuevo.]

-Encantado de conocerle, emperador -dijo Steel bastante más bajo de los que solía hablar- sed bienvenidos a Pelandia.

Un poco de “coba” preventiva nunca estaba de más.

-Lo mismo digo, pelandés -le respondió Nueve, mirándole desde arriba. Cuando a Steel le habían dicho que el emperador Nocturnus era bastante alto, no había creído que sería hasta tal punto-. Aunque llamarte por ese término quizás no sea adecuado en esta situación, ya que tengo entendido que vas en contra de la República Pelandesa.

-Efectivamente, Lord Nueve. Estamos en plena Cuarta Guerra Pelandesa, aunque, para ser sinceros, sería más correcto decir que seguimos en la tercera. No han pasado ni seis años desde que acabó oficialmente y el tema sigue siendo el mismo… el mismo de siempre. Me presento. Me llamo Steel Molotov y está usted en Station Square, mi ciudad y base principal. Los que están a mi lado son Helbert, brazo armado del ejército de droides; y este otro es Magín Mago, un especialista en informática y engañar al enemigo. Gracias a todo ello hemos capturado casi todo el este de la Isla Pelandesa.

-Bien -respondió Nueve con indiferencia- pues ya sabes por adelantado quién soy yo. Y sabes a lo que he venido, ¿no?

-Pretende usted volver a la tierra de la que fueron expulsados hace mucho tiempo, arrasar a los herederos de la raza culpable de vuestras penurias y capturar a vuestra mejor soldado, que se ha unido a la causa pelandesa. Para ello, habéis traído tecnología nunca vista en Pelandia, un ejército de diez mil soldados Nocturnus, que aunque sea numéricamente inferior al de los pelandeses, es el doble de eficaz, una pequeña flota espacial que incluye el mejor destructor de toda la historia y un sin fin de droides, vehículos blindados y artillería capaz de borrar una ciudad del mapa en cuestión de minutos. En cambio -ya es hora de que Nueve se dé cuanta de sus fallos, se dijo Steel, aunque me juegue la vida en ello-, habéis tenido que dejar atrás un esplendoroso imperio en una dimensión paralela a la nuestra, derrocado por arcaicas razas semipelandesas que habíais sometido con anterioridad, dejando atrás a más de cinco mil Nocturnus muertos por vuestra causa, incluido el comandante Tell, que pretendía ser una sustitución de Shade, la Nocturnus rebelde. Eso, sin contar el gigantesco cisma que se ha producido en vuestro ejército, parte del cual decidió seguir a Shade. Todos estos, subrazas incluidas, se han quedado atrapadas en vuestra dimensión, e invierten el tiempo en preparar vuestra destrucción. Si lograran salir, sería el final para vos y vuestro intento de reconstruir el imperio Nocturnus.

Steel había hablado durante cinco minutos seguidos sin parar, y se dijo que, aunque fuese una descortesía, necesitaba un trago de agua. Pero se contuvo. Estaba más preocupado observando si alguno de los Nocturnus que acompañaban a Nueve le daba luz verde a los francotiradores para disparar.

Nueve, mientras, se había quedado callado, manteniendo el semblante serio.

Sin embargo, por dentro, Nueve estaba a punto de explotar. ¿Cómo podía aquel pelandés saber todo aquello? Había sido una grave insolencia por su parte aquel deliberado reproche y le daban ganas de ordenarles a sus Nocturnus que le acribillaran. Pero aquello habría sido una imprudencia, y una muestra de que era vulnerable a la empatía de un ínfimo pelandés. Se contuvo nuevamente y contó interiormente hasta diez. Salvo por esa cuenta, aquel razonamiento pasó por su mente en décimas de segundo.

-Sabes mucho, Steel -dijo, con calma. No se le había escapado que a algunos de sus guardianes se les había tensado el dedo del gatillo, y que los francotiradores habían fijado al unísono su mira sobre Steel, esperando instrucciones. No era necesario verlos. Se podía percibir.

-La información es poder -respondió Steel-. Si sabes, sobrevives. Si sabes, nadie te puede amenazar. Si sabes, gobiernas.

Aquello no era del todo correcto, se dijo Nueve. De hecho, a veces la ignorancia deliberada puede ser beneficiosa. Te pueden matar por saber demasiado. O saber demasiado te puede llevar a hacer imprudencias.

-Entonces, ¿sabes para qué estamos aquí? -preguntó Nueve.

-Sí, Lord Nueve. Para sellar una alianza que nos permitirá acabar con los pelandeses de una vez por todas y tener el poder absoluto sobre Pelandia.

Nuevo error. Si ese tal Steel se creía que iba a compartir el poder de una tierra tan rica en recursos y de tanta importancia estratégica, es que se había vuelto loco, o algo peor.

-¿Y qué quieres a cambio de tu ayuda? -ese era un punto importante. El que más, de hecho.

-Pues… quisiera la joyas sagradas de los pelandeses. O, si no es posible entregarme todas, una parte de ellas. Lo que podría hacer con ellas sería innombrable.

Error fatal. Ahí sí que le había tocado la fibra sensible.

Durante el transcurso de las negociaciones, Steel era perfectamente consciente de dónde empezaba a molestar a Nueve, y de dónde cometía errores. Aunque el rostro de Nueve era inescrutable, las reacciones de los Nocturnus detrás de él eran determinantes. A la mención de sus fallos, empezaron a poner mala cara. Cuando cometió el error de usar la primera persona del plural para referirse al poder de Pelandia una vez finalizada la conquista, rechinaron los dientes. Y en el punto de la recompensa por su ayuda, donde realmente se estaba jugando el cuello, se habían puesto tensos; y lo mismo les había pasado a los pocos componentes de carne y hueso de su ejército. Durante los segundos de silencio que siguieron a esa declaración, si alguien hubiera estornudado, se habría desatado una matanza, con fatales perspectivas para Steel y su gente.

Pero, al final, Nueve extendió la mano.

-Trato hecho. Lo de las joyas hay que discutirlo, pero estoy de acuerdo con el resto.

Todos los componentes de ambas delegaciones que tenían la capacidad de sorprenderse cumplieron con su cometido. El que Nueve accediese tan rápido a un trato que le era desfavorable, sin ni siquiera pensarlo, invitaba a pensar que había perdido el juicio. O que le iba a pegar un tiro a Steel ahí mismo. O ambas cosas. Pero lo que Steel pensaba mientras le estrechaba la mano, en realidad, es que Nueve era rematadamente listo y que seguro que tenía un as en la manga.

Y se dijo a sí mismo que tendría que empezar a desarrollar uno él también. A la voz de ya.

Esto aconteció hace un mes. Aquí es donde realmente comienza nuestra historia…

Tercera parte: La Cuarta Guerra

CAPÍTULO 1Prejuicios

-¡Shade! -gritó Trest desde la puerta de la habitación que ella compartía con Leeg y el droide-. Hay reunión táctica en Mando. ¿Quieres venir?

-Ya sabes que no me quieren allí -le contestó.

-Ni allí, ni aquí, ni en ningún lugar del territorio controlado por los pelandeses, la verdad -Trest suspiró-. Pero eres demasiado valiosa como para dejarte ir, sobretodo mientras aún averiguan de que lado estás… En fin, se van a quejar de que participes, pero no van a poder seguir ignorándote para siempre, Shade.

-Supongo que tienes razón… ahora mismo voy.

Cinco minutos más tarde, ambos salían del bloque 3 de habitaciones para sumirse en el caos de la mini-ciudad subterránea construida bajo las entrañas de Koopachópolis, capital pelandesa. La existencia de esta réplica no había sido revelada hasta que los pelandeses entraron en una situación desesperada de verdad. En ninguna guerra anterior se habían visto tan contra la pared como ahora, ni aunque fueran perdiendo. Se había declarado el estado de sitio sobre las principales ciudades pelandesas, mientras que las pequeñas eran capturadas sin piedad por los insurgentes de Steel o por los invasores Nocturnus. Sobre Koopachópolis había ahora un gigantesco escudo electromagnético que impedía el ataque aéreo o a distancia sobre la metrópoli, dejando como única salida a los enemigos entrar con la infantería en las callejas de la periferia e intentar desactivar los escudos, pero los pelandeses, que contaban con la superioridad de pelear en casa y conocer el terreno, además de que luchaban desesperadamente, repelía cualquier intento de invasión. Mientras, los ataques se habían detenido para evitar que los droides de Steel y los valiosos Nocturnus y Gizoid siguieran entrando en aquella carnicería para no salir.

La gente que habitaba la periferia había sido evacuada a la réplica bajo tierra, en donde trabajaban en fábricas, generadores y granjas construidas expresamente para situaciones de emergencia; pero los habitantes del centro aún estaban en sus casas, principalmente porque la réplica estaba llena, y porque un segundo escudo alrededor del centro les protegía… por el momento.

La ciudad bullía de actividad mientras Trest y Shade la atravesaban. Pelandeses civiles iban y venían, absortos en su trabajo, y los soldados que patrullaban por todas partes se limitaban a ignorarles. Ellos dos representaban una incierta alianza entre los pelandeses y los insurgentes Nocturnus, partidarios de derrocar a Nueve, y atrapados en la Celda del Crepúsculo hasta que encontraran una manera de sacarlos, y por tanto, inútiles. Shade había sido objeto de un sin fin de prejuicios de los pelandeses contra los Nocturnus, ya que la más destacada comandante del imperio de Nueve no hacía ni seis meses que masacraba pelandeses en lo que ella creía que era una liberación para su pueblo. Mucha gente aún asignaba la preciosa armadura negro azabache, que Shade no se quitaba más que para sacarle brillo, con los enemigos que día sí y día también capturaban a los suyos. De no ser por Trest y los demás, probablemente la habrían ejecutado ya.

Pero todo esto está pasando actualmente, y no sabemos cómo se ha llegado en esta situación. Esa historia viene ahora:

Tras volver de la Celda, siguiendo a el Nona Destructis hasta Pelandia, la nave en la que venían fue derribada por las fuerzas de Steel sin apenas darles tiempo de reaccionar. Cayó a plomo sobre los exteriores de Station Square, y probablemente Steel los habría rematado de no ser por un minúsculo detalle… la flota de éste no se hallaba desplegada por nada. En esos momentos, los pelandeses estaban realizando un ataque a la desesperada sobre la inexpugnable ciudad de Station Square, tratando de librarse de un enemigo más en esta guerra. Tuvieron la increíble suerte de caer tras las líneas pelandesas, por lo que fueron rescatados inmediatamente. Al principio, los soldados que les sacaron de los escombros atacaron a Shade, creyendo que se trataba de una Nocturnus suicida que había provocado la caída de la nave para eliminarlos. Trest, apenas consciente, se interpuso en el último segundo entre los soldados y ella, gritándoles que no disparasen. La verdad gustó todavía menos a los pelandeses, pero accedieron a prestarle primeros auxilios a Shade a regañadientes mientras los transportaban a Koopachópolis. El ataque prosiguió, y más tarde se enteraron de que había sido un auténtico fracaso.

Una vez en Koopachópolis, pretendían aislar a Shade en una celda hasta saber de verdad a quién servía, pero Leeg asumió el “riesgo” de vigilarla, y pidió que Alfa se estableciera en su habitación como “medida de seguridad adicional”. Todo eso era un cuento para que los pelandeses la dejaran en paz, pero lo único que lograron fue que creyeran que era peligrosa de verdad.

Aunque ninguno de nuestro protagonistas lo sabe, al día siguiente llegó una cinta de sonido al despacho del general Axel, encargado de la réplica, de parte del comandante Carlos, líder de la ASP, los servicios secretos pelandeses. La cinta la había grabado él mismo y decía lo siguiente: .

Tras escuchar esa cinta, Axel se pasó una media hora pensativo antes de autorizar a Shade el acceso a las zonas menos comprometidas de la ciudad.

Shade, aunque había hecho lo máximo posible para pasar desapercibida, su simple presencia lo impedía. Una graciosa anécdota: durante una de las innumerables discusiones acerca de lo de fiar que era Shade, ésta no tuvo permiso para entrar a escuchar. La llevaron al campo de tiro que estaba más cerca para que se entretuviera un rato mientras duraba la reunión. Le acompañó Riu como confidente y un par de soldados de la FCEP no le quitaron ojo de encima durante toda su práctica. Al encargado de la instalación casi le da un infarto cuando supo a quién le enviaban. Para evitar “altercados”, sustituyó la munición que Shade iba a usar por cartuchos de fogueo. Por supuesto, Shade se dio cuenta del cambiazo y dedujo que la estaban observando, por lo que se esforzó por hacer la práctica de la peor manera posible. Sin embargo, el pobre soldado que estaba a su lado, muy joven e inexperto, parecía haber iniciado una competición con ella de quién era más penoso disparando, porque aquél novato apenas atinaba al aro exterior del objetivo. Al cabo de diez minutos, Shade se hartó. Dio dos pasos hacia el mal tirador y le quitó la carabina de las manos.

-¿Será posible? -gritó ella- ¡Dame eso!

El soldado retrocedió aterrado, y el simple hecho de que una Nocturnus de dudosa lealtad tuviera un arma con munición real puso a todo el mundo en alerta máxima. Sin embargo, Shade se volvió y disparó contra las casi inmaculadas dianas del frente del novato. Cuando se despejó el humo, pudieron comprobar que casi todas las marcas estaban entre los círculos del 9 y el 10. Una de las dianas había quedado agujereada de tal manera que se derrumbó con un estruendo. Entonces Shade le dio por mirar a su alrededor. Todos los soldados la miraban, y sus expresiones iban de la envidia a la admiración. Los dos pelandeses de la FCEP se miraban sin saber qué hacer, y Riu se desmontaba de la risa. Lo mejor fue que tres segundos después entró un completo equipo antidisturbios armado hasta los dientes, alertados por el encargado del campo de tiro, preguntando donde estaba la Nocturnus que se había vuelto agresiva. Cuando fueron a pedir explicaciones, descubrieron que se había desmayado hace dos minutos. A Riu le dio tal ataque de risa que estuvo hospitalizado durante media semana.

Llegaron a Mando tras diez minutos de caminata y tras pasar muchos controles y “peros” de los guardias. En la sala de reuniones había un gigantesco letrero que ponía bien claro: “PROHIBIDO ENTRAR CON ARMAS”, pero los componentes de los equipos Delta y Alfa tenían permiso para ello. Evidentemente, Shade no contaba con ese privilegio.

-Hola, Trest -saludó el oficial que estaba en la entrada-. Pasa, por favor. Ah, y te has traído a la Nocturnus -su tono cambió levemente-. Tienes que dejar las armas que tengas aquí. Te las devolveré al salir.

Shade descolgó la flamante espada negra que llevaba al cinto y la dejó sobre la mesa. Acto seguido, cogió las dos pistolas gemelas (regalo de Morgan), una con cada mano y las puso al lado. Iba a pasar ya, pero una mirada de Trest le hizo sacar un puñal de la bota derecha para dejarlo también. No había dado dos pasos hacia la puerta, cuando el oficial la llamó otra vez.

-He dicho TODAS las armas, Nocturnus.

Y señaló al diminuto broche con el que Shade se sujetaba el pelo para poder ponerse el casco sin que le molestase. Trest se echó a reír.

-¿Eso? ¿Qué pretendes? ¿Que Shade estrangule a alguien con él?

Sin embargo, Shade se lo quitó y lo dejó al lado de sus posesiones. El pelandés lo cogió murmurando un . Trasteó unos segundos con él y encontró un resorte. Al pulsarlo, se desplegó una cuchilla de diez centímetros. Trest se quedó de piedra. Esa no se la sabía.

-Ya decía yo -el oficial sonrió satisfactoriamente-. Tengo una hermana en la FCEP que usa un truco similar. Lo mismo va por el anillo y el brazalete.

Descubrió un diminuto lanza-dardos anestesiantes en el primero y una bayoneta oculta en el segundo. Satisfecho, le dio permiso a Shade para pasar. Los soldados que custodiaban la sala se apartaron, sonrientes.

-Shade, eso no a estado muy bien que digamos… -le reprochó Trest.

-No me gusta entrar desarmada en los sitios, que digamos.

Todos los componentes restantes de la reunión se encontraban ya allí. Carlos señaló sonriente al ordenador en el que se veía una cámara de la entrada.

-Hoy nuestra comandante favorita tiene el día asesino, ¿eh? -se rió- espero que el bueno de Gabriel no se haya dejado nada. Me siento más tranquilo así, ¿Sabes?

Se sentaron en la mesa. Carlos activó un holograma de la ciudad de Koopachópolis que se mostró en el centro de la misma.

-Bueno, como ya sabéis, nuestra situación es completamente extrema -explicó- tenemos a los Nocturnus por un lado y a Steel por otro. Tan pronto como os fuisteis, se puso en marcha. Sacó una armada de droides de dios sabe dónde y se lanzó al ataque. La falange protectora de Navivilla estaba recogiendo las cosas para irse y apenas pudo reaccionar a tiempo. Los cañones AA[footnoteRef:1] y las baterías de combate estaban ya desmontadas y guardadas, lo cual le dio una tremendísima ventaja a Steel. Navivilla fue barrida del mapa en cuestión de horas. Los refuerzos enviados fueron detenidos por las tropas provinentes del puesto avanzado llamado Fortaleza S. Para cuando pasamos el bloqueo, los supervivientes venían corriendo hacia nosotros gritando que retrocediéramos, porque las fuerzas de Steel venían con carrerilla y nos iba a arrollar. Nos hemos replegado hasta la capital y levantado todas nuestras defensas. Pocos días después, cayó Villa Burbuja sin ofrecer casi resistencia. La única parte que aún resiste en el sector oeste de la isla es la metrópoli de Diamantina, en parte gracias a la Checkmate[footnoteRef:2], pero está aislada y no va a poder aguantar mucho más. Por otro lado, tus adorables Nocturnus -dirigió una mirada a Shade- se han extendido como un cáncer en toda la zona este, barriendo Flóreda y Merina en un mismo día. Su negro estandarte ondea ahora hasta literalmente el borde de esta metrópoli. Han levantado una gigantesca ciudad que han llamado Nueva Nocturnia, y una fortificación, Torre Nona. No son muchos, pero cada uno de sus soldados vale por diez de los nuestros, que es exactamente la proporción a la que estamos. Pero el gran problema son sus Gizoid, sus tanques y sus naves, que superan enormemente a los nuestros. ¿Puedes hacer algo al respecto, bonita? [1: Anti-Aéreo] [2: El mejor equipo de comandos de toda Pelandia. La Base 64, su principal infraestructura, está situada en Diamantina.]

-Pues… -Shade meditó un momento. Ya hemos hablado de esto antes. Dentro de la Celda del Crepúsculo hay un ejército de semipelandeses e insurgentes Nocturnus, con Gizoid, tanques, naves y todo. Ahora están atrapados ahí, pero la rendija se mantiene así gracias a que las fuerzas que le influyen están igualadas: por un lado, la influencia del bastón quiere cerrarlo, y la de las joyas abrirlo más; y eso es lo que causa que esté así: demasiado pequeño como para que nada pase por ahí, pero no cerrado del todo. Pero si logramos que Nueve se distraiga con algo bien grande…

-¡No entiendo todo esto de la magia arcana que se traen los Nocturnus y Maurders por igual! -se quejó Sleek, que había permanecido callado desde entonces-. Donde haya un par de ametralladoras… que se quiten las brujerías. No sé para qué progresamos si no.

-Sí, es curioso cómo cuando algo mágico intenta salvaros el trasero se le llama BRUJERÍA, y cuando vais a intentarlo de la manera que ya os ha fallado ya innumerables veces se le llama PROGRESO, ¿eh? -argumentó Shade, sonriente.

-¿Qué estás insinuado, maldita Nocturnus? -Sleek saltó de la silla.

-¡¡SILENCIO, los dos!! -gritó Carlos. Técnicamente, Sleek no pertenecía al mismo campo que él, pero su superioridad de rango le obligaba a obedecerle, aunque al menos le podía poner mala cara. Cuando se hubieron calmado, Carlos se dirigió a Shade-. Sí, ya lo hemos hablado antes, y mi punto de vista sigue siendo el mismo que la vez anterior: donde están, no nos son útiles; pero una vez salgan, lo agradeceré. Por otro lado, no te creas que solo usamos la fuerza bruta. Si lo hiciéramos, no seríamos pelandeses. También intentamos utilizar la cabeza. Te voy a contar ciertas tácticas militares nuestras, no porque me fíe más de ti, sino porque ya están en desuso.

Carlos tecleó en su ordenador para que en el holograma se mostraran unos archivos clasificados. Entonces, comenzó la explicación.

En primer lugar, habían tratado de engañar a los Nocturnus. Vano intento. Se generalizó el uso de tanques falsos, piezas de artillería de cartón y otros vehículos que imitaban a los auténticos. Eso distraía el fuego enemigo sobre esos objetivos y servía para aparentar que eran más de los que eran. También se aprovechó para hacerlos más grandes y avanzados tecnológicamente de lo que eran en realidad, con el intento de que los Nocturnus se lo pensaran dos veces. Pero en algún momento a los diseñadores se les fue la mano de tal manera que los Nocturnus debieron decirse “eso ya no es posible” y empezaron a sospechar. Ahí se fue al traste la estrategia. Se intentó reutilizar le técnica colocando muñecos vestidos de soldados en las trincheras junto a los de verdad para distraer el fuego enemigo, pero a la primera trinchera que fue capturada, de la cual huyeron los soldados dejando atrás los maniquíes, se obtuvo un reacción similar por parte de los Nocturnus. En aviación funcionó mejor. Los cazas de cartón piedra eran relativamente baratos y eran iguales que los originales, salvo porque eran más vistosos. Eran teledirigidos desde la nave nodriza más cercana. No tenían armas, puesto que su principal labor era distraer a los enemigos de los cazas reales, y en ocasiones se podía hacer que volaran entre los cruceros para que se disparasen entre ellos al intentar darles. Y cuando estaban muy dañados, siempre que era posible, se les lanzaba de cabeza contra los puentes de mando de las naves enemigas. Muchas veces no lograban mucho, salvo enfurecer a los tripulantes, pero si los escudos estaban bajos se podía lograr inutilizar la nave o, en el mejor de los casos, provocar una reacción en cadena.

Inspirados en la técnica de los robots kamikaces, los ingenieros pelandeses desarrollaron mini-tanques cargados hasta los estribos de explosivos, los cuales se dejaban en el suelo y avanzaban en línea recta hasta tocar con algo, momento en el que se producía una explosión equivalente a veinte kilos de dinamita, capaz de destruir un blindado Nocturnus a la primera o un escuadrón entero. El problema era que los enemigos se adaptaron muy rápidamente a esa técnica y disparaban por reflejo a cualquier cosa diminuta que se acercase a gran velocidad. Ahora se usaban muy poco porque solo eran efectivos de noche o en zonas con hierba alta, porque debían no verse.

Y siguieron con técnicas a cual más estrambótica que la anterior. Shade observaba y callaba. Al final, Carlos apagó al holograma.

-El principal problema es que la mayoría de los planes han fracasado porque los Nocturnus, o Steel, han sabido adaptarse con mucha rapidez, pero lo más alarmante es que a veces ha sido incluso en el primer ensayo, lo cual da a entender que ya sabían con antelación de qué iba a ir la cosa. Si no fuera porque es imposible que haya espías entre los pelandeses, yo diría que alguien le pasa información a los Nocturnus.

La sola mención de esa frase hizo que más de la mitad de los asistentes se giraran hacia Shade, pero esta ni se inmutó.

-¿Por qué es imposible? -preguntó Tailor.

-Porque controlamos continuamente las transmisiones que se efectúan desde y hacia aquí -explicó Gary-. Incluso un canal pirata sería inmediatamente detectado. Y también controlamos exhaustivamente todas las entradas y salidas de todo el mundo a los laboratorios, despachos, salas de material y la propia entrada. NADIE puede salir sin motivo ni demasiadas veces seguidas. Y siempre les seguimos para ver qué hacen si van fuera del recinto.

-Ya… pues centrémonos en diseñar una estrategia nueva -propuso Leeg-. Si fracasa antes de empezar sabremos que el traidor tiene que estar entre nosotros, si es que hay.

-Entonces propongo que la Nocturnus salga -dijo Sleek.

Con ello obtuvo unas pocas miradas de aprobación, aunque bastantes de rechazo. No se esperaba eso último.

-¿Qué? -se encogió de hombros-. Solo quiero que la Nocturnus quede libre de sospecha. Bueno, y si los enemigos lo descubren, podré quitarme la duda de la cabeza de si es de fiar o no.

-Pero el problema es que ella sabe más que nadie sobre nuestros enemigos, cabeza de chorlito -alegó Trest.

-De hecho… -Shade se levantó y le tendió a Carlos una unidad de memoria- pon esto en el holograma, anda.

Si bien todo el mundo se habría esperado jugosos secretos acerca de los Nocturnus, se quedaron decepcionados por la poca cantidad de archivos que éste contenía. Pero las explicaciones de Shade convirtieron esa escasa información en datos muy importantes.

-Bien -explicaba ella mientras sacaba en pantalla un crucero Nocturnus estándar- las naves Nocturnus no se construyeron como las pelandesas. Tienen una distribución muy distinta. Por ejemplo, sus puntos flacos suelen estar aquí, aquí y aquí -señaló varios puntos de la nave que parecían aleatorios-. Aunque no lo parezca, aquí debajo está el generador del escudo, el soporte vital y uno de los almacenes de munición. Si bien los generadores de la nave están en el centro del todo, inalcanzables desde fuera, darle en cualquiera de estos puntos será fatídico para la nave. Casi tanto cómo tirarle un caza de mentira a la cara, pero con más posibilidades de éxito.

Se giró. La mayoría de los presentes, por no decir todos, tomaban apuntes como locos, incluso aquellos que desaprobaban a Shade.

-Excelente -comentó un pelandés con traje de piloto-, esa información será de crucial importancia para los cazas y destructores.

-Así que, para libraros de esas molestas naves que no paran de rondar alrededor del escudo, no tenéis más que colocar a los cañones AA apuntando hacia allí y ¡problema resuelto!

-Ya, pero es que el hecho de que los escudos bloqueen los disparos del exterior tiene un grave defecto: también absorbe los disparados desde dentro.

-¡Ah! ¿En serio? En Nocturnia no tenemos esos problemas…

-¡Serás…! -comenzó Sleek.

La una de la mañana. Oscuridad absoluta si no fuera por una media luna en el cielo. Larry salió de la protección del escudo de Koopachópolis e, amparado por la oscuridad, avanzó cuerpo a tierra hacia la primera posición señalada.

El plan era sencillo: las baterías AA de los pelandeses no podían disparar desde dentro del escudo mientras estuviera activo, y para poder romper el sitio que rodeaba la ciudad era necesario deshacerse de el bloqueo de naves que rondaba por el cielo, sobretodo las Nocturnus. Una vez despejado el cielo, o al menos en su mayoría, las naves pelandesas podrían despegar y atacar a la infantería enemiga, que se habría quedado sin apoyo aéreo.

Pero el problema era que había que disparar desde fuera, no desde dentro, y salir de la protección del escudo con la que había liada fuera sería una locura. Por eso, Gary había diseñado unos mini-cañones que disparaban un único y potentísimo proyectil al cielo, y podía derribar naves enemigas si daba en un punto flojo. La idea era instalarlas fuera del escudo, enterradas, para que no fuesen detectadas. Entonces, cuando los Nocturnus iniciasen el ataque, los cañones serían activados por control remoto y el resto sería fácil.

Larry llevaba consigo cinco de esos cañones en la mochila, aparte de las herramientas necesarias. Varios valientes como él estaban saliendo simultáneamente por otros puntos para instalar sus cañones. A él le había tocado la parte más complicada: instalar sus cañones junto a el destacamento Nocturnus más avanzado. Si se daba la alarma, se podía liar buena.

Media hora más tarde había instalado ya dos cañones. Entonces se dirigía a la posición del tercero cuando se encontró con dos Nocturnus de patrulla. Con la pala en una mano y una pistola con silenciador en la otra, les escuchó sin moverse ni un milímetro.

-Bonita noche, ¿no crees? -preguntó uno.

-Sí -respondió el otro-. Creo que la luna es aún más bonita que el sol.

-Puede… ¿Recuerdas a los Kron y su luna? La consideraban una diosa. Como se te ocurriera pronunciar mal su nombre en su presencia, podías engrosar la lista de Nocturnus caídos en acto de servicio…

Se rieron. A Larry no le habría costado nada quitárselos de encima, pero no quería correr el riesgo de que le vieran y dieran al traste con el plan. Y mientras pensaba, le vino un estornudo. Mal momento en mal lugar, y aunque logró comprimirlo, llamó la atención de uno de los soldados.

-¿Has oído ese murmullo? -comentó-. Sonaba como si algo estuviese tras ese matorral.

-Quizás. Voy a ver.

Larry quitó el seguro de la pistola. Si iba a atacar, tenía que ser ahora. Pero ese movimiento asustó a una ardilla que estaba a su lado, que salió corriendo hacia los Nocturnus. El que estaba delante dio un grito y cayó para atrás del susto.

-¿Qué era eso?

-Creo que una ardilla. Inofensiva.

-¿Una ardilla? ¿Y eso qué es?

-Un animal que hay por aquí. Cuesta mucho verlas porque son muy pequeñas y muy rápidas. Venga, a ver si se para y la podemos ver…

Se alejaron sigilosamente en dirección contraria a Larry, el cual suspiró de alivio. Se dio media vuelta y volvió al trabajo. Una hora más tarde ya había vuelto al escudo sin más percances.

Tres días más tarde, los Nocturnus iniciaron un ataque sin contar con las fuerzas de Steel, que se mantuvieron en su puesto. Los pelandeses habían montado con antelación una barricada defensiva justo tras el escudo, intentando exprimir las ventajas del terreno lo máximo posible, dejando a los Nocturnus completamente expuestos. Sabían que si lograban abrirse paso, a la segunda y tercera línea defensiva no les iba a ir mucho mejor. Las fuerzas aéreas pelandesas eran casi nulas, debido a que solo las naves más pequeñas podían volar dentro del escudo sin salir de él o chocarse con nada. Los cruceros estaban estacionados y listos para despegar, pero solo lo harían cuando los cañones secretos hubiesen disparado. Todo el mundo estaba en una tensa espera, y Gary, desde Mando y con el mando a distancia de los cañones en la mano, era consciente de que sólo tenía una oportunidad. Los Nocturnus atacaban con todo lo disponible, incluyendo infantería, motos, vehículos blindados, jeeps, cazas y naves. Sólo la infantería y los vehículos podrían pasar el escudo, aunque únicamente los primeros se desenvolverían bien en combate urbano. Sin embargo, una vez cayera el escudo, así fuera sólo el primero, las naves Nocturnus harían estragos en la ciudad.

A medio camino, los Nocturnus hicieron una maniobra rarísima: todas las unidades terrestres se detuvieron por completo. Los cazas y bombarderos entraron en los cruceros y solamente avanzaron éstos. Era incomprensible. Y era también como una utopía para los pelandeses: si la infantería no avanzaba, no descubrirían los cañones; los cazas y bombarderos en el interior de las naves se vendrían abajo también y el avance temerario de los cruceros no podría hacer nada para evitar la trampa. Pero había algo raro en todo eso.

-Es como tener el cielo abierto… -comentó Tailor desde Mando-. Éstos se huelen algo. No pueden ser tan tontos. ¡Dispara de una vez, Gary!

-¡Todavía no! ¡Tienen que estar justo sobre los cañones!

-¡Y eso significa justo delante del escudo! ¿No podíais haberlos puesto un poco más lejos?

-Ya, y que nos acribillen los Nocturnus, ¿no?

-¡Señor -gritó un soldado desde el radar-, se colocan en posición de ataque!

-¿Pero qué hacen? Saben que atacar al escudo de cabeza no servirá de nada…

Entonces los cruceros abrieron fuego. Pero no disparaban al escudo, sino justo debajo… ¡A los cañones escondidos! Uno tras otro fueron explotando al recibir el fuego de las naves. Desde Mando, anonadados, vieron como sus trampas quedaban reducidas a cenizas. Pero no les quedó tiempo para lamentarse, porque las fuerzas terrestres Nocturnus se lanzaron a la carga. Sleek, desde las trincheras, estableció contacto.

-¿Pero qué pasa? ¡Se suponía que el plan de la Nocturnus era infalible! ¡Exijo que la detengan inmediatamente! ¡Nos van a dar una paliza aquí abajo!

-¡Deja de quejarte y mantén la posición! ¡Estamos intentando averiguar qué ha pasado!

Entonces, uno de los cañones, que se había salvado del bombardeo y no había disparado cuando dieron la orden porque iba defectuosamente retardado, lanzó su carga letal contra el crucero que tenía encima. Le destrozó un costado y empezó a arder, cayendo sobre las tropas Nocturnus, que se apresuraron a retirarse. Aquel golpe de suerte ayudó a convencer a los Nocturnus que quizás escondían más trampas de las previstas, y ordenaron la retirada total. Aunque el triunfo era sólo temporal, tanto en Mando como en todas las líneas defensivas pelandesas estallaron vítores por la victoria. La primera en toda la guerra.

Una hora después, Sleek entraba en la sala de Mando, furibundo.

-¡Se acabó, maldita Nocturnus, yo no te doy más confianzas! -le gritó a la cara a Shade- ¡Tu plan ha fracasado terriblemente porque tus compatriotas se lo sabían mejor que los programas de la tele! ¡Y sólo lo sabíamos los aquí presentes! ¡¿Me vas a negar que se lo has chivado?!

-¡Cuádrese, capitán! -gritó Carlos, desde su asiento- ¡Si ese último proyectil no se hubiese disparado, ahora usted probablemente no estaría aquí, así que, a la postre, Shade le ha salvado la vida! ¿Y para qué chivarles un plan a los Nocturnus si no se lo dice entero? Aquí hay un traidor, pero ella no es.

A Sleek no le quedó más remedio que asentir. Pero la cuestión era que la presencia de un topo entre los pelandeses había quedado más que demostrada. La pregunta ahora era de quién se trataba.

A pesar de todo, Shade salió ilesa de todo ese asunto. La FCEP seguía sin quitarle el ojo de encima, pero al menos se fiaban más de ella.

Un día, paseando por la base, aunque cueste creerlo, se perdió. Aunque también su guardián la había perdido de vista. Entonces se dio cuenta de que se había metido en una de las salas de comunicaciones, ahora vacía por ser la hora de comer, que usaban los pelandeses para comunicarse con otras ciudades bajo su control. Ya situada, se dijo que era mejor volver a un sitio concurrido antes que dieran la alarma general por haber desaparecido sin avisar. Igual podía ir al comedor, porque por muy Nocturnus que fuera, ella también necesitaba alimentarse. Con un poco de suerte, no le darían la comida envenenada.

Riéndose de su propio chiste, Shade se dio media vuelta hacia la puerta, cuando oyó a alguien usando un comunicador, hablando muy bajito. Le picó la curiosidad y se acercó a escuchar.

- …lo siento, ¿vale? No pude preveer que habría una más de las esperadas. No había manera de saber cuántas había. Aunque, a fin de cuentas, es culpa vuestra por no apuntar bien…

Le respondieron tan bajo que Shade no lo oyó.

-Perdón, perdón, no quería faltaros al respeto, pero debéis reconocer que, dentro de lo que cabe, he hecho mi trabajo…

Nueva respuesta. Eso se ponía cada vez más interesante.

-Mil gracias. Os seguiré informando si sé algo más. No tienen ni idea de que soy yo, pero a la más mínima sospecha, trataré de salir de aquí con todo lo que pueda.

Volvieron a responderle. Shade estaba segurísima de haber escuchado esa voz en algún sitio antes.

-Sois muy amables. Dadle mi foto a vuestras tropas para que no me disparen y todo irá bien. Pero os tengo que dejar, porque los soldados van a volver…

La silueta apagó el comunicador y, tras borrar el historial, abandonó el escritorio en el que estaba sentado. A Shade no le dio tiempo a esconderse, pero intentó aparentar que acababa de entrar.

-¿Tú qué haces aquí? -le espetó un pelandés militar. Por el uniforme, no cabía duda de que era alguien importante. General o superior.

-Me he perdido. ¿Hacia dónde queda el comedor?

-Por donde has venido, todo hacia abajo. Bloque 6.

-Gracias.

Tras unos segundos de silencio, Shade se dio cuenta de que no le quedaba más remedio que salir la primera. Tampoco podía arriesgarse a seguirle ahora que estaba sobre aviso. Pero lo peor era que había visto a ese pelandés antes y sabía quien era, pero no podía recordarlo.

Esa misma noche hubo un altercado grave. Shade dormía en su habitación, con Leeg en la cama de al lado y Alfa 73 plegado en una esquina. Entonces alguien entró en la habitación esforzándose por no hacer ningún ruido. De ser una pelandesa normal, probablemente Shade no se habría enterado de nada, pero años en el ciclo de conspiraciones de Nocturnia le habían enseñado a ser precavida. Su ayuda en el golpe de estado que permitió a Nueve ser emperador le granjeó muchos enemigos -aunque ahora se arrepintiera de ello-, y ya estaría muerta de no haber aprendido a sobrevivir en la jungla del palacio Nocturnus. Y es que Shade nunca estaba dormida del todo. Aunque no era que ese estúpido hubiera hecho ningún ruido, era lo que había cenado. Probablemente él ya no lo oliera, pero un ligerísimo olor a ensalada de cebolla impregnó el ambiente con su entrada.

El pelandés le apuntó con una pistola silenciada. Shade se habría esperado un ataque con un cuchillo, pero de haber apuntado mal, un grito de dolor podría levantar a todo el mundo. La pistola era más seguro.

Un “chip-chip” le comunicó que aquel asesino había disparado dos veces. Entonces se acercó para comprobar que no había errado el blanco, momento en el debió creer que la oscuridad se le venía encima.

Shade no era tonta. Había tenido la precaución de colocar una trampa junto a su cama con un diseño similar al de una ratonera, la cual le prevenía de cualquier intento de puñalada. Lo de la pistola lo habría estropeado todo de no haber tenido la precaución de dormir con armadura. Solía hacerlo, pero esa noche más que ninguna. Sospechaba que el pelandés que había sorprendido hablando por el comunicador tenía algo que ocultar, pero el mandar un asesino a por ella por la noche le confirmaba que ese algo era muy grande. Y creía saber de qué se trataba.

Al encender la luz pudo comprobar que el pelandés estaba atrapado bajo la barra de metal de la ratonera, y que la pistola que llevaba había caído fuera de su alcance. El grito de sorpresa que había dado había servido para despertar a Leeg, y a las habitaciones vecinas también, que por suerte eran las de sus compañeros, los cuales no tardaron ni treinta segundos en aparecer en su habitación, todos ellos. Respecto al pelandés, no tenía mucho más que decir, porque se había desmayado. Ahora que lo podían ver más de cerca, iba de vestido completamente de negro, aunque la presencia de unos galones y la bandera pelandesa bordada en el pecho delataban su condición de militar. Riu extrajo del bolsillo de la chaqueta una cartera y rebuscó en ella hasta encontrar la identificación del soldado en sí. Era el teniente Gerard Licht, operaciones especiales. Shade no le conocía, pero una foto suya en la cartera y un par de notas a mano de su comportamiento (el que aparentaba) daba la sensación de que aquello estaba muy preparado. Más que premeditado. Aunque le sorprendía que aquel pelandés no hubiera prestado atención a la nota que ponía: “nunca duerme del todo”. Se había confiado.

Shade pasó a explicar a todos lo que había visto en la sala de comunicaciones. No se lo había dicho a nadie para evitar que el sospechoso levantase el vuelo, pero a ellos sí que se lo podía decir sin tapujos.

Entonces asomó un soldado de guardia por la puerta. Mal momento.

-Oye, que hay gente durmiendo. ¿Os importaría mucho…?

Entonces vio al pelandés inconsciente en la puerta -lo habían sacado de la ratonera- y articulando un <¡Dios mío!> salió corriendo.

-Bueno -comentó Sparks-. Se acabó la tranquilidad.

No habían pasado ni cinco minutos antes de que la habitación se llenara de gente. Carlos y Gary, recién levantados, el capitán Sleek, muy despierto por estar de ronda y otras personalidades pelandesas. Incluso Nicole[footnoteRef:3], para gran alegría de muchos de los presentes -todos masculinos, sea dicho-, se había dignado a abandonar el ordenador y aparecer para ver que ocurría, aunque el estar flotando en el aire no ayudaba mucho. Todos parecían tremendamente enfadados con Shade por varias razones, algunas obvias -agredir a un soldado, aunque sin escuchar que él había intentado asesinarla-, otras personales -el odio instintivo a los Nocturnus- y otras más bien egoístas -levantarles en plena noche (por favor…)-. Unos enfermeros se intentaron llevar disimuladamente al desmayado pelandés; pero cuando Shade se dirigió a ellos para decirles que solo tenía una contusión, retrocedieron aterrados, lo cual solo sirvió para acentuar el odio de algunos hacia ella. [3: Nicole es una IA creada por Gary y Sparks, con personalidad propia y capaz de aparecer en el plano físico con un cuerpo material -quizás demasiado bella-, pero no por mucho tiempo. Para más información, ver el anexo de personajes.]

-¡Lo sabía! -dijo Sleek, apuntándola con el dedo, acusadoramente- ¡Lo sabía! ¡No debimos fiarnos de ella! Nos distraemos un segundo, y mira la que lía. A esta hay que ponerla bajo custodia antes de que nos elimine a todos.

-¡Dios santo! -saltó Trest- ¡Si ha intentado matarla! ¿La legítima defensa no está permitida para los Nocturnus?

-Además -añadió Sparks-, no ha respondido con igual magnitud. El teniente solo está inconsciente.

-No me puedo creer que esto esté pasando -dijo Carlos, indignado-. Puedo entender que algunos de nosotros todavía no traguen a Shade (y tras lo de esta noche, aún menos); pero lo que no alcanzo a comprender es que a alguien se le vaya la olla de esta manera. Esto no suele ocurrir en Pelandia.

-Entonces… ¿Me crees? -aventuró Shade.

-Todavía no, es una hipótesis, habrá que ver las cámaras de seguridad, pero si dices la verdad, no habrá problema.

-Pero el dilema ahora es… -intervino Nicole por primera y única vez- ¿ese pelandés actuaba por su cuenta o alguien le había mandado hacerlo?

Así era ella. Parca en palabras, pero dejaba muy claro lo que pensaba -o procesaba, vaya-. Quizás por eso la admiraban.

-No sé… creo que no tengo enemigos en las altas esferas, al menos tan obsesos cómo este -miró sagazmente a Sleek-. Creo que iba a su cuenta y riesgo.

Después de quince minutos más discutiendo, por fin se pudieron ir a dormir. Tal y como era de esperar, cada cual a su manera. Gary se fue reflexionando para sí mismo; Carlos, callado y pensativo; Sleek bufando y soltando improperios por lo bajo contra Shade y toda la raza Nocturnus; y Nicole simplemente hizo ¡Puf! y desapareció. El resto se fue bostezando o imitando a Sleek.

A pesar de su elevado rango, el pelandés sospechoso no se dejó ver esa noche.

CAPÍTULO 2Traición

Shade no logró quitarse la cara del sospechoso durante mucho tiempo después. Recordaba haberlo visto en algún sitio, y su elevado rango militar lo hacía candidato de estar en Mando de vez en cuando, pero tras ese día en el que lo descubrió, varios miembros faltaron sistemáticamente, ya fuera porque estaban de misión, enfermos u ocupados. Considerando a Tailor como el que más sabía del ejército pelandés debido a su experiencia en el ejército regular hace años[footnoteRef:4], le describió el uniforme que había visto para hacerse una idea del poder de su oponente. No le gustó la respuesta. [4: Tailor, antes de ingresar en el ejército de élite, estuvo en el regular. Fue a la Academia Militar y de ahí pasó directamente a capitán de un destructor estelar de la armada pelandesa. Más información en el anexo de personajes.]

-Uf… -Tailor sacudió la mano tras escuchar la descripción-. No sabría decirte exactamente. A partir de teniente coronel, los uniformes son únicos porque los ha diseñado el propio oficial para ser distinto de los demás. No sabría decirte exactamente de quién me estás hablando, pero te aseguro que es alguien de muy arriba.

-Da igual -contestó Shade-. Una vez le vea, sabré quién es.

Pero los días pasaban y el oficial seguía sin aparecer. Más tarde se enteró que varios altos mandos del ejército habían sido enviados a Diamantina para frenar el avance de Steel, y probablemente su pelandés se había ido también. Sin embargo, eso quería decir que su apartamento también estaría vacío, por lo que investigarlo sería tarea fácil… literalmente, porque el bloque de viviendas de la mayoría de los altos mandos estaba increíblemente vigilado.

Aunque, se dijo, nunca vienen mal unas prácticas de infiltración.

Nuevamente a la una de la mañana, se emprendía una misión de sigilo, con la diferencia de que la única participante de ella era y tampoco contaba con la autorización de los pelandeses. Por cierto, se habían confiado tanto que ni le habían puesto guardias en su puerta. Fallo elemental. Si Shade hubiera sido una espía o una saboteadora, no habría dejado títere con cabeza. Suerte que no lo era.

Llegar al bloque de apartamentos A, que era al que se dirigía, le llevó más de media hora, a pesar de que solo había cien metros de separación entre ambos edificios. Parte de la culpa la tenían las constantes patrullas de soldados pelandeses que recorrían constantemente las calles y zonas más importantes. Sin bien se habían apagado todas las farolas y fuentes de luz, los centinelas iban equipados con linternas cuyos intensos halos de luz barrían constantemente los alrededores. Si Shade había pensado en algún momento que se habían confiado, ahora lo retiraba. Más de una vez le pasó cerca un haz de luz, haciendo que el soldado que lo alumbraba se detuviese y comprobara los alrededores; y en una terrible ocasión, por culpa de un despiste suyo, le enfocó de lleno una linterna. El centinela, que iba solo, dio un alarido y cayó para atrás. Shade se escabulló justo a tiempo, porque se le venían encima dos brigadas enteras alertadas por el grito.

Para cuando por fin logró llegar al bloque A, eran las dos y media. En el interior, las cosas eran aceptablemente más fáciles: los centinelas escaseaban mucho más y nunca comprobaban las habitaciones por miedo de despertar a sus superiores, ya que no sabían cuáles estaban vacías y cuáles no. Pero lo mismo se aplicaba a Shade. Tenía que entrar muy despacio para asegurarse de que no había nadie, y una vez comprobado, encendía las luces. Con ese truco, se aseguraba que los centinelas que pasasen cerca de su puerta pensasen que en esa habitación había un oficial despierto, por lo que mejor no molestarlo. El momento más tenso de la noche aconteció cuando encendió la luz sin comprobar antes que no hubiera nadie durmiendo, y un capitán pelandés se despertó. Shade apagó la luz a toda velocidad y salió corriendo, pero el oficial la siguió. Tuvo una tremendísima suerte de que un centinela pasase justo en ese momento, porque el capitán debió pensar que la luz que le había despertado la había producido una linterna de un soldado despistado. Shade aguantó sujeta de las vigas del techo mientras el pobre recluta recibía una reprimenda del oficial sin saber muy bien a cuento de qué.

La búsqueda resultó completamente infructuosa: en la mayoría de los casos no encontró nada fuera de lugar y cuando encontraba una carpeta confidencial, resultaba que estaba allí debido a que ese pelandés llevaba ese asunto. Se dio por vencida a las cinco de la mañana. Más le valía volver y dormir un poco, porque si no, al notar que estaba medio dormida, los pelandeses sospecharían algo.

Entró en la última habitación que pretendía revisar aquella noche. Al encender las luces pudo notar que era mucho más espartana que el resto de las dependencias, y la decoración consistía únicamente en fotos y medallas colgadas de la pared. En casi todas aparecían escuadrones enteros de pelandeses sonrientes, y debajo venía escrito el nombre del pelotón y un rango militar, que Shade supuso que sería el del habitante de esa dependencia: “6º Regimiento de Infantería, sargento; 18ª Patrulla Aérea de élite, teniente; FCEP escuadrón Gamma, capitán; Dirigente del destructor estelar Andrómeda, coronel… Aquellas fotos eran muy antiguas y la más reciente tenía cinco años; así que a saber dónde estaba ahora y qué rango ocupaba con la afición de ascender que tenía ese pelandés. En medallas tampoco se quedaba corto: Cruz de Hierro al Valor, Orden del Pelandés primera clase, Medalla de Honor de la armada… fuera quién fuese ese soldado, no quedaba duda alguna de que había hecho las cosas bien.

Ya que le picaba la curiosidad, decidió seguir investigando. Encontró uniformes de repuesto de militar y de gala, pero debido a su escaso conocimiento de las graduaciones del ejército pelandés, no pudo identificar el rango. Abrió la caja de caudales oculta tras una foto con sumo cuidado y examinó su contenido. El número de carpetas confidenciales era abrumador, y en muchos casos estaban clausuradas. Pero, si lo estaban… ¿Para qué guardarlas en la caja fuerte? Entre ellas figuraban varios informes recientes acerca de las reuniones en Mando y estrategias fallidas pelandesas. Para su sorpresa, encontró una carpeta dedicada exclusivamente a ella, con todos sus movimientos apuntados y un amplio abanico de fotos. Pero lo más extraño es que estaba incluida su visita por accidente a la sala de comunicaciones con el consiguiente encuentro. Pensaba que en aquel cuarto no había nadie más que ellos dos… También sacó un sobre con un sello pelandés que indicaba: “Paga mensual”. Si bien Shade no sabía qué grado tenía aquél oficial, ver su sueldo le daría una idea aproximada. Abrió el sobre y sacó su contenido sobre la mesa.

La primera sospecha surgió al ver el dinero en efectivo.

La prueba determinante se la dio el hecho de que fueran créditos Nocturnus.

Día siguiente, ocho de la mañana. Sala de Mando. TODOS los pelandeses que conformaban el grupo y estaban en Koopachópolis se habían reunido allí, cosa casi imposible en circunstancias normales. Los equipos Alfa y Delta también estaban presentes. Esperaban a Shade. A eso de las seis de la mañana había entrado en la habitación que compartía con Leeg como un huracán y la había levantado a base de gritos, diciéndole que reuniera a todo el mundo en Mando de inmediato. Tan pronto como llegó Carlos, que entró de los primeros, Shade le pidió permiso para ir al bloque A y una autorización para recoger unas cosas de una habitación de allá. Éste, más intrigado que otra cosa, firmó el papel casi sin darse cuenta, y le pidió a Sleek que la acompañara, aunque tuvo que salir corriendo para alcanzarla.

Diez minutos más tarde, Shade entraba en la habitación con una caja de cartón llena de cosas. Sleek entró justo después, jadeando.

-¡Pufff...! -intentó respirar hondo, fracasando por culpa de un ataque de tos-. ¡Yo no la entiendo! ¡Ha entrado como un basilisco en una habitación determinada mientras el soldado de guardia estaba todavía leyendo la autorización y ha empezado a guardar cosas en esa caja hasta llenarla! ¡Qué alguien me explique esto, por favor!

-Nos lo explicará la comandante Shade, espero -dijo Gary.

-Bien esperas -Shade guardó silencio mientras buscaba en la caja-. He encontrado al traidor que le contaba vuestras estrategias a los acólitos de Nueve.

El que menos, se cayó de la silla. El silencio sepulcral que se levantó después solo sirvió para acentuar la expectación. Los oficiales militares se miraban unos a otros, temerosos de que Shade pudiera levantar el dedo y señalarles acusadoramente.

-¿Y… eso? -preguntó la única persona que había logrado salir del “shock”-. ¿Qui… quién es?

-Este pelandés. Este es quién os ha vendido a los Nocturnus.

Dejó sobre la mesa un Carnet de Identidad que había sacado de la caja. Todos los presentes se inclinaron al unísono para verlo, cosa que no les sirvió de nada porque Carlos lo cogió de inmediato.

-¿Daniel… Trébol? ¿¡Daniel Trébol?! -levantó la vista del carnet- ¿Sabes cuál es el rango de tu acusado?

-Esperaba que me lo pudieses decir… -dijo Shade, ladeando la cabeza.

-Capitán General. Lo que antiguamente se denominaría un Mariscal. El rango máximo dentro de un ejército.

La gente de Mando se quedó estupefacta. Era tan irreal que costaba creerlo. Una persona tan comprometida como Daniel no podía estar pasándole información a los enemigos. Sin embargo, las pruebas que Shade traía en la caja eran determinantes: archivos de las estrategias y ataques que les iba pasando a los Nocturnus, el dinero que recibía a cambio, fotos y documentación secreta acerca de cada instalación pelandesa de importancia… hasta una escritura de una casa en Nueva Nocturnia para cuando acabase la guerra. Vergonzoso. Pero lo más duro fue una recopilación cuidadosamente seleccionada por Shade de conversaciones entre Daniel y su enlace Nocturnus. La que Shade escuchó había sido la penúltima, y tras esa había habido otra más, en la que comentaba que había sido descubierto por la Nocturnus traidora y que tenía que salir de allí. El oficial enemigo con el que hablaba le sugirió hacerse con todo lo que pudiese, volar en pedazos lo demás y salir aprovechando la confusión.

-Un momento… -intervino Sleek-. ¿Volar… en pedazos? ¿Pero qué…?

Entonces se produjo una violentísima explosión en algún punto de la réplica, que tembló entera. Empezaron a sonar alarmas por todas partes y un altavoz comenzó a transmitir atropelladamente información de diferentes pelandeses situados en diferentes lugares que anunciaban que el generador de energía había saltado por los aires y varios almacenes habían sido dañados por la onda expansiva. No habían terminado de reportar los daños cuando una sucesión de detonaciones en diferentes lugares dejó claro que Daniel había hecho muy bien su trabajo. Un torrente de nuevas voces se unieron al ya de por sí incongruente mar de información que salía a trompicones por el altavoz. Entre los gritos se distinguían los lugares del ataque: varias granjas, un soporte vital, el hospital, los polvorines 3, 6 y 7; los barracones y el bloque de apartamentos A. Durísimos golpes para los pelandeses.

Entonces Carlos agarró el micrófono y gritó un potentísimo <¡¡¡SIII-LEN-CIO!!!> que hizo callar a todo el mundo. Después preguntó dónde estaba Daniel Trébol. Silencio absoluto al otro lado de la línea. Tras eso se oyó una voz que musitaba:

-¿El capitán general? Acaba de pasar por aquí mismo…

-¿Quééééé? ¿Dónde está usted, soldado?

-En la salida tres. ¿Por qué?

-¡Rápido, intercéptelo como sea! -dejó el micrófono- ¡Todo el mundo tras él!

Salieron disparados de la habitación.

-Bien, todo en orden -dijo el soldado que guardaba el último puesto pelandés antes del escudo-. Puede salir.

Daniel asintió. Llevaba consigo un maletín que parecía muy pesado. Cuando se habían ofrecido a llevárselo, se negó en redondo. Dio un par de pasos hacia el escudo, y entonces el soldado le detuvo. Daniel se llevó la mano a la pistola, pero lo único que quería saber, si no era mucha molestia, a dónde se dirigía con la ciudad completamente rodeada.

-Hay un túnel justo a la salida que comunica con Aufulgluch justo a la salida del escudo. Si me meto rápido, no me verán.

-Aaaaah, ya entiendo.

El guardia se apartó para dejarle pasar. Justo entonces se abrieron las puertas que comunicaban con la réplica para que saliera un destacamento completo de soldados, con Sleek y Larry al frente.

-¡Ahí está! ¡Deténgalo, soldado, muévase! -ordenó Sleek al centinela.

El pobre recluta no le dio tiempo ni a coger su rifle, confundido, cuando Daniel se lo quitó de encima con un empujón y salió corriendo. Los soldados abrieron fuego, pero les llevaba mucha ventaja.

-¡Se va a escapar! -gritó Larry al intercomunicador- ¡Grupo 2, adelante!

De detrás de una pared delante del capitán general surgió un equipo de fusileros al completo, con Gary, Leeg y Riu de dirigentes.

-¡Disparad! -gritaron al unísono- ¡Disparad, maldita sea!

Daniel se cubrió tras un escombro justo a tiempo para evitar la letal descarga y siguió corriendo mientras los soldados recargaban. Gary soltó un par de palabrotas preguntando por qué esos inútiles siempre disparaban toda la munición de una rociada.

-¡Sigue su camino! -comunicó Riu por el transmisor- ¡Grupo 3, detenedlo!

Daniel ya podía ver su meta, al otro lado del escudo, pero se abrieron un par de exclusas y de ellas surgieron Carlos, Tailor y Shade, con las armas a punto. Nicole se materializó entre ellos.

-¡Se acabó el juego, Daniel! -dijo Carlos- ¡Ríndete!

Por detrás se acercaban los otros dos grupos de caza. No tenía por donde escapar. Sólo le quedaba una opción. Desenvainó la espada pelandesa y cogió su pistola con la otra mano. Pensaba pelear.

-¿Estás loco? -se rió Nicole-. No vas a poder con todos nosotros. Has perdido.

Se le congeló la risa cuando Daniel le disparó a la cara. De por sí, cualquier tipo de proyectil es altamente inefectivo contra Nicole, porque su cuerpo no se atiene a las leyes de la física y las balas la atraviesan sin hacerle nada; pero cuando se vaporizó en el aire dando un alarido de dolor quedó claro que no eran balas normales. Un segundo disparo contra el escudo hizo parpadear esa zona de la protección hasta apagarse.

-¡Son balas de quantum! -les informó Gary desde la lejanía- ¡Afectan a todo lo que usa energía para mantenerse! ¡Las ha debido robar del laboratorio!

No dio tiempo a decir nada más. Tres brigadas Nocturnus y una Gizoid entraron al unísono por ese agujero en el escudo al tiempo que Daniel se escurría entre ellos. La gran presencia militar pelandesa en esa zona consiguió repeler el ataque, pero el traidor había logrado escapar.

Desde dentro del escudo, incompetentes, asistieron a como un oficial Nocturnus recibía a Daniel amablemente. No eran capaces de oír bien lo que decían, pero el capitán general le entregó el maletín y articuló algo parecido a . El oficial Nocturnus, con el maletín y sin dejar de sonreír, asintió.

Entonces se apartó de un saltó y un soldado Nocturnus acribilló a Daniel Trébol con una ametralladora. Se derrumbó como un muñeco roto.

Dos días más tarde, en Nueva Nocturnia, Denis se repantigaba en su sillón, en su habitación de la copia del palacio de Nueve que se alzaba en el centro de la ciudad Nocturnus. Las habitaciones en las que estaba habían tenido mejores días: acababa de terminar una fiesta que había hecho con los oficiales superiores del ejército Nocturnus para celebrar una reciente victoria sobre los pelandeses en su intento de romper el bloqueo que rodeaba su capital y el hecho de que un pelandés más inteligente que el resto había traicionado a los suyos y les había pasado una valiosa información durante meses. Cuando finalmente lo descubrieron, causó graves daños en las instalaciones pelandesas y dio su golpe de gracia con un maletín lleno de planes y secretos pelandeses. El único fallo había sido que los pelandeses habían visto ese intercambio y ahora lo estaban reinstaurando todo para hacer de esos papeles algo inútil.

Denis se preguntó qué había sido de aquel pelandés. Nueve había dicho que se encargaría de él con un trato especial, plan que no había dicho ni a sus más estrechos colaboradores. Probablemente le habría integrado entre los Nocturnus y ahora ocupaba un puesto alto en la jerarquía por su inigualable servicio a los Nocturnus. A Denis le habría gustado invitarle a la fiesta para felicitarle por su elección, pero había resultado ilocalizable.

Entonces entró un sirviente en la habitación, tropezando con una silla que estaba en su camino. Denis se apuntó mentalmente que tenía que ordenar sus estancias cuando tuviera un momento.

-¿Qué ocurre? -preguntó adormilado.

-Ha llegado esto para usted y una copia para el comandante Frylet -informó-. ¿Debo dársela o se encarga usted? Aquí dice que es privado e intransferible…

-Me encargo yo -cogió sendos sobres-. Gracias. Puedes retirarte.

El sirviente salió con una ligera inclinación, tropezando de nuevo con la misma silla por andar de espaldas. Cuando se hubo ido, Denis abrió el sobre. Solamente pasó un poco los ojos por las primeras líneas, y, de no haberse impuesto el sentido común de que podría partirse la crisma, habría dado un triple mortal en el sitio.

Salió a toda velocidad de su habitación y avanzó como un torpedo hacia las estancias de Frylet, llevándose por delante todo Nocturnus lo bastante desafortunado como para estar en su trayectoria. Se plantó allí en dos minutos, y eso que estaba al otro lado del palacio. Tal y como imaginaba, la carta de su compañero era una copia de la suya con el nombre cambiado. A Frylet no le hizo tanta gracia como a él, pero Denis estaba que daba saltos de alegría.

-¡Te lo dije! ¡Te lo dije! -gritaba- ¡Te dije que no nos abandonaría!

-No sé yo… No lo veo muy claro.

-¿Qué problema puede haber? ¡Esto es la bomba!

-Nos pide que vayamos solos… No me gusta ni un pelo.

-¡Tranquilo! ¡Es ella! Fuimos sus compañeros durante siete años ¿Qué mal nos puede hacer?

Shade les citaba a ambos en las ruinas de Navivilla dentro de tres días.

CAPÍTULO 3Aliados inesperados

Navivilla. Shade había logrado obtener permiso para salir de Koopachópolis y reunirse con dos antiguos compañeros Nocturnus en un lugar muy alejado de la metrópoli, sin más confidentes que un par de soldados que la observaban con prismáticos desde una montaña cercana. Un aviso suyo y un batallón entero de pelandeses se personaría en cero coma. Aquel permiso había sido todo un lujo y era consciente de que lo tenía únicamente debido a su colaboración para atrapar a Daniel Trébol, aunque hubiera sido un auténtico fiasco; y también debido a que les había prometido traerles aliados nuevos, o en su defecto, algunos enemigos menos.

Ya se vislumbraba el coche a lo lejos que traía a sus dos viejos amigos que habían sido tan idiotas como para aceptar una entrevista con ella sin preguntar siquiera. Hizo una última comprobación de que lo tenía todo a punto. No era tonta: se había preparado para un posible enfrentamiento. Además de sus propias armas, había escondido equipamiento extra en varios lugares secretos y plantado explosivos por doquier. Si la cosa se liaba…

Y tenía pinta de que se iba a liar. Shade pudo apreciar que no iban del todo solos: en el vehículo había un soldado más que iba conduciendo, y ese todoterreno iba equipado con ametralladora, lanzamisiles y radio. Lo peor era la radio. Quería que ella fuese la única que pudiese pedir refuerzos en caso de emergencia.

Agarró el primer detonador. Sus dos antiguos compañeros iban a tener una pequeña sorpresa explosiva…

-No me gusta esto -comentó Frylet. Luego se dirigió al conductor-. Para el coche.

Se bajó del vehículo mientras echaba una mirada a sus alrededores.

-Yo no me siento seguro aquí. Mira esas montañas. Perfectas para francotiradores o espías. Me pregunto si hemos hecho bien viniendo.

-Pues si hay trampas, están bien escondidas. Sin duda es un trabajo de la maestra Shade, pero creo que estás siendo muy desconfiado…

Un círculo de luces rojas se encendieron alrededor del jeep y empezaron a pitar con un “BIB, BIB, BIB…”

-Oh -suspiró Frylet-, hija de p…

-¡Todo el mundo fuera del coche! -gritó Denis.

BIB, BIB, BIB, BIIIIIIIIIIIIIIB… ¡¡¡BOUM!!!

El todoterreno saltó por los aires, con sus correspondientes ocupantes.

Denis recuperó el conocimiento al cabo de unos minutos. Estaba tirado en la nieve y le bailaban las pocas siluetas que era capaz de ver. Una sombra negra y violeta se acercaba desde lejos. El soldado que los había traído estaba tumbado bocabajo poco más allá. No habría sabido decir si estaba vivo. Comenzó a arrastrarse hasta el subfusil que estaba tirado en el suelo para hacerle frente a la silueta negra que estaba cada vez más cerca. No le dio tiempo. Le aplastó el brazo una bota negra azabache y violeta. Al mirar arriba, se encontró con Shade.

-Buenas, Denis -dijo-. ¿Has venido aquí a ayudarme a derrocar a Nueve o a morir?

-¿¡Qué?! -gritó él-. ¡Pensaba que estabas de nuestra parte!

-Tch, tch, tch… respuesta equivocada…

No le dio tiempo a decir nada más. Frylet le saltó encima, enfurecido.

-¡Sabía que nos traicionarías otra vez más! ¡No debimos fiarnos de ti!

-¿Sabes? -respondió Shade-. Me estoy empezando a cansar de que me llamen traidora…

Se lo quitó de encima con una facilidad insultante, recordándoles una vez más que no tenían nada que hacer contra ella. Shade había perdido la espada que sujetaba con el golpe y una de las pistolas, pero sería una idiota si no lo hubiera previsto. Con un solo toque en su mando a distancia, emergió una ametralladora pesada del suelo, que ella cogió y comenzó a disparar al instante. Frylet tuvo que cubrirse para evitar un impacto fatal. Denis sacó su daga del cinturón, y logró partir el arma de Shade a la mitad, aunque ella se desembarazó de él con una buena patada. Tuvo que salir corriendo para atrapar la daga antes de que se cayera por un precipicio.

-¡Ten más cuidado! ¿Quieres? -le espetó- ¡Es un regalo de cumpleaños!

Frylet comenzó a disparar con su rifle desde donde estaba cubierto, obligando a Shade a cubrirse tras un escombro… emergiendo con un subfusil en cada mano, que ella había ocultado previamente en un falso suelo. Además, con el mando a distancia detonó una carga que derrumbó un talud de hielo detrás de Frylet, que se vio obligado a salir de donde estaba. Shade lo iba a rematar cuando el soldado que conducía el jeep, que se sostenía a duras penas, le quitó la pistola restante del cinturón y le disparó torpemente con ella, hasta que ella le lanzó sendos subfusiles a la cara, haciendo que cayera para atrás. Además, pulsó el último botón del detonador e hizo explotar varias cargas en el suelo que parecían aleatorias.

Lo parecieron hasta que toda una sección situada cerca del precipicio comenzó a derrumbarse -sección en la que ellos estaban-. Shade se puso a salvo enseguida, pero Denis y Frylet estaban mucho más lejos, aunque el segundo pegó un salto muy arriesgado y logró engancharse en la pared con su espada. Denis ya pensaba en intentarlo él también, aunque sabía que estaba demasiado lejos para ello, cuando vio al conductor, que sostenía una cuerda que había sacado del siniestrado jeep y le hacía señas desde el borde.

-¡Lánzalo! -le ordenó- ¡Lánzalo!

Eso hizo, pero su ínfimo estado de fuerzas hizo que quedara ridículamente corto. Denis murmuró un y pegó un salto con carrerilla para agarrar la cuerda mientras caía, cogiéndose a ella mientras el soldado la izaba.

-Ese ha sido el segundo peor lanzamiento de la historia -dijo al llegar arriba, resoplando-, de todos los tiempos.

-¿Y el peor? -preguntó el Nocturnus.

-Una vez que me dio por jugar al béisbol. No preguntes.

Frylet había vuelto a enzarzarse en una pelea con Shade, y por extraño que pueda parecer, iba ganando. La rabia de haber sido traicionado le daba fuerzas infinitas frente a Shade, que se había hecho daño en una pierna tras la última carrera. Iba encadenando cada palabra con un golpe.

-¡¡Serás -golpe- traidora -golpe- y estúpida -golpe- ¿cómo has podido -golpe- hacerle esto -golpe- al emperador -golpe- y a nosotros?!!

Le logró clavar la daga en un brazo, haciendo que se le cayese al suelo el mando a distancia, que ahora emitía pitidos intermitentes. Denis se preguntó por qué.

Frylet le iba a dar el golpe final cuando un estruendo le hizo volverse. Un grupo de tres naves pelandesas que volaban en triángulo hacia su posición: los refuerzos solicitados por Shade.

-Bien, aquí Delta uno -sonó la voz de Sparks en la cabina de control-. Aproximándose al objetivo. Contacto visual.

-Aquí Alfa uno -le respondió Leeg desde la nave vecina-. Espero que lleguemos a tiempo…

-Aquí Delta dos -dijo Larry con voz temblorosa-. Lo que yo espero es que podamos aterrizar sanos y salvos…

Las tres cañoneras pelandesas transportaban miembros de los equipos Delta y Alfa por igual y un escuadrón de soldados cada uno. Si bien Sparks y Leeg sabían pilotar de sobra, Larry solo había llevado cazas individuales y era altamente inexperto. De hecho, su nave iba dando severos bandazos. Lo habían echado a suertes, y a él le había tocado.

-Sí que es verdad que va ser difícil aterrizar en este terreno… Porque sabes aterrizar, ¿No, Larry?

-Bueno, sí… “aterrizar” significa “dejar de volar”… ¿No?

-Este… -comentó Trest, que le había oído- ¡Cabina de pasajeros! ¡Prepárense para el impacto!

Y fue muy previsor, Trest. Larry se escoró completamente y golpeó ambas cañoneras en el proceso, logrando que ninguna de ellas aterrizase decentemente. Los dos soldados pelandeses que observaban desde las montañas con prismáticos se quedaron con la boca abierta.

-Yo diría que es la caballería… -comentó uno al otro- pero hasta la fecha no he visto ninguna línea de caballos estrellarse en el campo de batalla viniendo del espacio exterior…

Todos salieron de las siniestradas naves y lograron detener la pelea, socorrer a Shade y arrestar a Denis y el soldado Nocturnus. Sin embargo, Frylet no se detuvo y siguió derribando soldados pelandeses intentando llegar hasta Shade. Lo fueron acorralando hasta el precipicio, esperando que se rindiera, pero prefirió saltar al vacío antes que ser capturado.

Con las cañoneras fuera de uso, tuvieron que volver a pie hasta Koopachópolis. Casi veinte kilómetros. Y durante el transcurso de la marcha, Denis y el conductor Nocturnus lograron escapar, aunque nadie pareció notar que había dos soldados pelandeses de más.

Cuando llegaron a Koopachópolis, a Shade la llevaron al recién reconstruido hospital, a pesar de sus quejas. De todas maneras, sin que nadie lo viera, le alcanzó un trozo de papel con algo escrito a Trest. Cuando lo leyó, se dio cuenta que había sido ella quien había camuflado a los dos Nocturnus como pelandeses y le decía dónde encontrarlos y un par de consejos para colarlos delante de la seguridad pelandesa.

Cuando les encontró y les dijo que venía a por ellos, casi se mueren del susto, pero cuando le dijo que estaba ahí para ayudarles, se tranquilizaron un poco. Lo primero que hizo fue cambiarles las ropas de militares por civiles y los acompañó hasta el puesto de seguridad de la entrada a la réplica. Les aconsejó que intentasen que no se notara que estaban mintiendo, pero una nota de Shade dejaba bien claro que Denis era completamente incapaz de ello: se le notaba a la lengua cuando mentía, así que Trest tuvo que sacarse del bolsillo una solución de compromiso. Sólo tenía que camuflar la verdad.

-Hummm... -murmuró el encargado de la aduana- así que dos pelandeses que encontrasteis en las ruinas de Navivilla, ¿eh? Pues no nos vendrá mal ayuda aquí, en cualquier sentido… ¿Qué sabéis hacer?

-Bueno… -dijo el soldado Nocturnus-. Yo sé conducir coches de cualquier tipo.

-Pues no vendría mal un par de pilotos de transporte de soldados… ¿Has hecho el servicio militar?

-Eeeeh… sí. Pero ya casi no me acuerdo de nada…

-Bastará -se dirigió a Denis-. ¿Y tú?

-Pues… yo también he hecho el servicio militar, y tras pasar por la academia militar, estuve siete años más en el ejército.

-Ah, pues los oficiales veteranos nunca sobran… ¿Especialidad?

Denis miró a Trest desesperadamente. decía su mirada.

-Este… sargento de infantería especial, teniente de un grupo de aviación de reconocimiento, capitán al mando de la 13ª sección de blindados en combate, especializado en condiciones extremas, mando de emergencia, Cruz de Honor al Combate, Medalla Piloto ACE, titulado en primeros auxilios, tercer grado de combate cuerpo a cuerpo, estudios básicos de ingeniería y especialista con el rifle de francotirador a más de dos kilómetros. Rango de licenciación: comandante táctico.

Justo entonces se dio cuenta que se había pasado con la verdad. Aunque no tenía ni idea de las graduaciones pelandesas, había hecho lo posible por adaptarse a la nueva situación.

Miró a su alrededor: el encargado le miraba con la boca abierta y el lápiz paralizado en su mano tras un par de borrones, Trest hacía todo lo posible por mantener la cara seria, y todo el mundo les observaba. Definitivamente, se había pasao tres pueblos.

Un día después, en Nueva Nocturnia, un Nocturnus centinela hacía guardia ante la puerta. Abrió un caramelo mientras miraba en su reloj cuanto le quedaba hasta el relevo. Entonces, vislumbró una figura que se acercaba penosamente, arrastrando los pies, hacia las puertas de la ciudad. Se metió el caramelo en la boca, arrojó el envoltorio y agarró su ametralladora, que estaba apoyada en la pared, tratando de deducir si aquella silueta era aliada o enemiga.

Cuando vio el uniforme de oficial de la armada Nocturnus, bajó el arma y se adelantó para pedirle la identificación. El militar, calado hasta los huesos y titiritando, alegó haberla perdido, pero repetía una y otra vez que debía hablar con el emperador, Lord Nueve, a toda prisa. El centinela le explicó que debía verificar su identidad, porque ésas eran sus órdenes, o en su defecto, hacer venir a alguien que le conociera. Entonces aquel Nocturnus le miró de una manera que le hizo retroceder, aterrado. Cogió su comunicador e hizo llamar al oficial de servicio más cercano, con la esperanza de que le dijese quién era y pudiese dejarle pasar para que dejara de mirarle de esa manera.

Los negros portones se abrieron para dejar paso a un teniente que venía más intrigado que otra cosa. Cuando vio al Nocturnus visitante, encogido de frío y humedad, le ordenó autoritariamente que levantase la cabeza. Ese fuerte tono se le convirtió en un hilillo de voz al ver el gesto del interpelado, y reconocerle. Se puso firme y le arreó un codazo al soldado para que hiciese lo mismo. Luego impartió órdenes muy rápido y con voz de pito, diciendo que trajeran ropa limpia y seca para el comandante Frylet y avisasen de inmediato a Lord Nueve que su lugarteniente acababa de volver y quería verle.

Cuando por fin logró audiencia con Nueve, Frylet ya se había vestido con una guerrera recién planchada y había recibido disculpas por triplicado por haberle tratado de esa manera. Nueve apenas se giró para hablarle.

-¿Y bien? -preguntó- ¿Cómo acabó esa entrevista con la traidora?

-Era una trampa de Shade, Lord Nueve. Los pelandeses se nos echaron encima tras una breve refriega y capturaron a Denis y a un soldado Nocturnus que nos acompañaba. Yo logré escapar porque me tiré por un precipicio y caí al mar.

-Eso podría poner en grave peligro nuestra información confidencial de cara a los próximos enfrentamientos -reflexionó Nueve-. De todas maneras, hace pocos días recibimos grandes cantidades de información de los pelandeses con su conocimiento, así que tablas. Igualados. Aún así, me sorprende que hayas logrado volver desde Navivilla hasta aquí, Nueva Nocturnia en solo dos días. Hay casi setenta kilómetros y me han dicho que venías a pie…

-En realidad, seguí a los pelandeses hasta Koopachópolis de la que venía y me quedé a investigar un par de horas. Le puedo asegurar que a Denis le queda muy bien el uniforme de militar pelandés, con todos los honores y carta de recomendación de Shade incluida.

-¡¿QUÉ?! -aulló Nueve.

-¡¿QUÉ?! -aulló Sleek al recibir la noticia- ¿Más Nocturnus aquí?

-Lo de Shade ya empieza a ser contagioso -comentó Carlos, divertido-. Me muero de ganas de tener a los Nocturnus insurgentes de nuestro lado…

Denis, encogido de miedo, parecía arrepentirse de la graduación de capitán del ejército pelandés que le habían entregado gracias a Shade. El soldado que había venido con él también había ingresado en la armada pelandesa, como recluta, y estaba bajo su jurisdicción. Todo gracias a ella. Por cierto, le había recomendado como capitán, ni más arriba ni más abajo, solo para chinchar a Sleek y ver como explotaba al enterarse. De ahí que estuviese tan sonriente.

-Ya ves -intercedió Trest-. Una vez que pasamos los controles de seguridad y pudimos entrar en la ciudad, le llevé a él y al soldado a ver a Shade, la cual les puso al día y les contó los planes ocultos de Nueve. Reaccionaron de una manera muy similar a la de ella cuando se enteró por primera vez y aceptaron ayudarnos.

-Espero que hayan valido la pena -comentó Gary-. Tener amigos entre los enemigos siempre es útil. Y hablando de todo un poco… ¿Nunca oísteis eso de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo? Mientras Shade iba a esa entrevista suicida no nos hemos quedados de brazos cruzados. Hemos encontrado nuevos aliados.

Pulsó un botón en el panel de control y se materializó un pelandés en el holograma. Todos los presentes se quedaron de piedra, Nocturnus o pelandeses.

-Dios… -murmuró Sparks-. Tailor va a explotar cuando llegue.

Tailor atravesaba como un rayo los pasillos que le conducían a Mando, porque en el último momento se había quedado dormido y llegaba tarde. Apartó de un empujón a varios pelandeses en el camino, consciente de que se estaba perdiendo una reunión que ya le habían advertido que iba a ser importante. Pasó como una centella junto al último puesto de seguridad casi sin saludar siquiera mientras Gabriel articulaba .

Tan pronto como entró en la habitación se dobló sobre si mismo por el cansancio y soltó una perorata de disculpas por la tardanza.

-¡Vaya! -dijo una voz conocida, un pelín distorsionada- ¿Desde cuando llega mi adversario favorito tarde?

Tailor se incorporó como movido por un resorte. Había reconocido DEMASIADO BIEN aquella voz. Entre todos los asistentes, que se miraban con expresión culpable, había un holograma. En esa imagen aparecía Steel.

Furioso, su primera reacción fue saltar como un loco hacia aquella figura de la persona que más odiaba en el mundo. Shade lo interceptó en pleno vuelo, pero necesitó ayuda de Denis y tres pelandeses más para hacerlo retroceder.

-¡¿Qué está haciendo este ser inmundo aquí?! -preguntó, histérico-. O, mejor aún, ¡¿Por qué está hablando con vosotros en Mando?!

-¡Calma, Tailor! -le ordenó Carlos-. Steel es ahora un… “aliado” provisional.

Pero éste se echó a reír.

-¿Cómo dices? -luego volvió a gritar, enfadado- ¡Declaró la Tercera y Cuarta Guerra! ¡Nos ha intentado destruir en numerosas ocasiones! ¡Derribó nuestra nave al volver! ¡Está con los Nocturnus! ¡¡Me dio su palabra de que no haría nada!! ¿Y ahora me venís con que es nuestro aliado? ¡¡Debéis estar tomándome el p***[footnoteRef:5] pelo!! [5: Censurado por ser una obra para todos los públicos. Se siente…]

-Ya, pero… -comenzó Sleek, preocupado por los ojos de loco que mostraba su compañero, aún sujeto por Shade y compañía- digamos que ha cambiado de idea…

-Ya -dijo Steel-. Los Nocturnus esos se niegan a compartir conmigo las Joyas Sagradas o algún control sobre Pelandia ante nuestra innegable victoria -Tailor se zafó de la sujeción de algunos de sus guardianes, pero Shade no flaqueó y pudieron sujetarle otra vez-. Así pues, he decidido cambiar las tornas y tocarle las narices a Nueve sin que este se entere -se rió-. He estado ayudando bajo mano a los pelandeses y no he causado ningún daño a los civiles y militares, tras desarmarlos, por supuesto, de las ciudades que he capturado. Cuando menos se lo espere, le voy a meter tal golpe por sorpresa que quedará completamente desestabilizado por unos minutos. Espero que tú, preciosa -dijo dirigiéndose a Shade-. Logres meter a tus compatriotas en esta dimensión cuando Nueve levante la mano de la brecha dimensional, porque habré descubierto mi tapadera y vendrá a por mí, por lo que contar con una flota de Nocturnus rebeldes, junto con la mía y la de los pelandeses, podría no solo salvarme el pellejo, sino además cortarle la risa a tu amiguito… ¿Qué tal?

-Buen plan… -admitió Shade-, si todo sale bien. Hay muchas cosas que quedan al azar. Si algo falla, todo se irá al garete.

-Ya, pero es mejor tener un plan desesperado que no tener nada, ¿no? -reflexionó Gary, tan filosófico como siempre.

-Pues yo prefiero tener siempre un plan de emergencia, un as en la manga, por si algo sale mal, que sé por experiencia que todo lo que pueda salir mal, saldrá mal. Lo único que sale bien es aquello que es seguro al cien por cien que sale bien.

-En esta situación, es más bien difícil, bonita -intervino Sleek-, porque no es que Nueve tenga un as en la manga, es que tiene la baraja entera…

-Bueno, así trabajamos los Nocturnus… -Shade se encogió de hombros.

Sleek bufó. Gary suspiró. Carlos miró para otro lado. Sin embargo, Nicole se materializó en la habitación diciendo:

-Yo estoy de acuerdo con la comandante -opinó-. Si el plan fallase, no serían muchos los aspectos sacrificados y en todo caso Nueve saldría tocado igualmente y podríamos continuar con la guerra de desgaste.

-Bueno… -accedió Carlos-. Supongo que tienes razón. Todo sea por traer a nuevos aliados. Los insurgentes Nocturnus ayudarán a equilibrar la balanza, y, si los espías de Nueve no han extendido sus tentáculos hasta las filas de Steel, este golpe por la espalda no se lo esperarán. De todas maneras, veamos el plan de la comandante Shade: ¿Qué tienes en mente?

CAPÍTULO 4Los Nuevos Nocturnus

-No sé si esto va a funcionar, comandante… -susurró Denis a Shade-. Si nos piden que nos quitemos los cascos, esto se va a poner muy feo.

-Lo harán si te muestras nervioso… ¡Cabeza alta, maldita sea! -le respondió-. Si te muestras inseguro, entonces es cuando sospecharán.

Estaban ante las puertas de Torre Nona, un importante enclave Nocturnus, de vital importancia estratégica debido a su posición, que le permitía enviar refuerzos en todas direcciones e increíblemente fácil de defender por su estructura. Los pelandeses habían acordado ya hacía mucho tiempo que atacar a lo loco no servía, y que un ataque desde dentro sería mil veces más efectivo. El problema era que de aquel entonces no tenían Nocturnus en su bando.

El plan era el siguiente: los pelandeses habían puesto mano de obra y Steel los materiales. Habían confeccionado un par de uniformes Nocturnus de oficiales de alto rango, siguiendo las instrucciones de Shade, para ella y Denis. También habían modificado un transporte de tropas pelandés hasta hacerlo clavado a un camión Nocturnus, obra de Magín Mago, el cual ya había usado un truco similar en contra de los pelandeses con la invasión de Navivilla, y había funcionado. También venía el soldado que acompañaba a Denis desde la desastrosa cita de Navivilla, que seguía usando su propio uniforme. Un par de droides de Steel hacía a la estrambótica caravana un poco más creíble.

El plan era todo, menos sencillo: entrar en la boca del lobo sin levantar sospechas, neutralizar al capitán de la fortaleza SIN MATARLO y hacer volar el sitio con cargas explosivas. Si todo salía bien, un par de batallones pelandeses podrían entrar y capturar a los supervivientes sin derramamiento de sangre. Lo que ya llevaban claro desde el principio era que no iba a ser fácil.

Llegaron a la puerta, y Shade se adelantó para aporrearla. Un centinela adormilado asomó desde detrás de la muralla, preguntando el motivo de la visita.

-¡Traemos un mensaje de Lord Nueve! -gritó desde debajo, agitando un pergamino- ¡Abrid!

-Bueno… -respondió-. Dadme el santo y seña.

Denis y Ray (el soldado Nocturnus) se miraron entre sí sin saber qué responder. Hacía semanas que se habría cambiado el último que se sabían y decir ese no ayudaría mucho. Estaban pensando en decir que lo habían olvidado -que no colaría ni de broma- cuando Shade le sacudió una patada a la puerta.

-¿¡Prefieres que llame a la puerta con un misil anti-blindado?! -le gritó- ¡No tenemos tiempo para formalidades! ¡Abre de una vez o atente a las consecuencias!

El centinela pareció pensárselo. Desapareció detrás de la muralla, y al poco tiempo se abrieron las puertas, mostrando al capitán, que avanzaba sonriente.

-¡Saludos! Lamento la espera. Los mensajes de Lord Nueve no deben esperar a una estúpida contraseña. Me presento -inclinó ligeramente la cabeza-: capitán Lionel Kilt.

-Comandante Tina -dijo Shade señalándose a sí misma-, capitán Gerard y cabo Dalson -señaló respectivamente a Denis y Ray.

-¡Genial! -dijo el capitán, frotándose las manos-. Pero no se queden aquí esperando como pasmarotes. En esta zona de Pelandia, las noches son más frías que el invierno en el estéril Zeoh. Pasen a mi despacho, por favor.

Los tres espías avanzaron mientras los drones que les acompañaban esperaban firmes en las posiciones en las que habían dejado de recibir órdenes. Shade y Denis pasa