Curso de liturgia 03

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Tema

“Liturgia y vida, espíritu y verdad”

Identificar y reconocer que la acción litúrgica está al servicio del culto total, que consiste en el ofrecimiento de la vida, porque en la liturgia la presencia y la acción salvífica de Cristo entra en comunión con la vida del hombre para transformarlo.

“La liturgia, obra de Cristo, es también una acción de su Iglesia. Realiza y manifiesta la Iglesia como signo visible de la comunión entre Dios y de los hombres por Cristo. Introduce a los fieles en la vida nueva de la comunidad. Implica una participación "consciente, activa y fructífera" de todos (CEC 1071).

"La sagrada liturgia no agota toda la acción de la Iglesia" (SC 9): debe ser precedida por la evangelización, la fe y la conversión; sólo así puede dar sus frutos en la vida de los fieles: la Vida nueva según el Espíritu, el compromiso en la misión de la Iglesia y el servicio de su unidad” (CEC 1072).

Encontramos a Jesucristo, de modo admirable, en la Sagrada Liturgia. Al vivirla, celebrando el misterio pascual, los discípulos de Cristo penetran más en los misterios del Reino y expresan de modo sacramental su vocación de discípulos y misioneros. La Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Vaticano II nos muestra el lugar y la función de la liturgia en el seguimiento de Cristo, en la acción misionera de los cristianos, en la vida nueva en Cristo, y en la vida de nuestros pueblos en Él (DA 250).

La gran novedad que la Iglesia anuncia al mundo es que Jesucristo,

el Hijo de Dios hecho hombre, la Palabra y la Vida, vino al mundo a hacernos “partícipes de la naturaleza divina” (2 P 1, 4), a participarnos de su propia vida.

(DA 348).

El culto pagano y la vida

Las religiones mistéricas paganas que celebran los distintos mitos y ritos, buscaban la comunicación y la congratulación con la divinidad sin hacer referencia a la realidad histórica del hombre.

El mundo y el hombre están sometidos a las leyes, de tal forma que el culto pagano no exige el cambio de vida, sino la pureza ritual determinada por numerosas prescripciones.

El Culto Hebreo y el cambio de vida

El culto del pueblo de Israel tiene una asociación entre el gesto ritual y la actitud interior del hombre, por lo que está condicionado por el hecho de la alianza divina. Israel como nación santa, es fruto de una llamada gratuita de Dios, que lo saca de la tierra de la esclavitud para hacerlo su pueblo y dedicarlo a su servicio (cfr. Ex. 19, 4-6).

La iniciativa de Dios ha de tener una respuesta en el pueblo: la aceptación y el compromiso con la Ley santa que Yahvé le propone. Israel es así el pueblo de Dios para servicio del mismo Dios. En este contexto Dios no se contenta con un culto exterior o con una adoración fuera de la vida:

Ahora Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que respetes al Señor tu Dios; que sigas sus caminos y lo ames; que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma; que guardes los preceptos del Señor, tu Dios, y los mandatos que yo te mando hoy, para tu bien (Dt 10,12-13).

Esta forma de entender el culto está en la conciencia del pueblo, pero Israel lo va a olvidar y va caer en la “ritualización” de su relación con Yahvé. Por lo que posteriormente vendrán los profetas que sacudirán la conciencia del pueblo ante esta situación (Cfr. Is. 1,11-16; Jer. 7,1-11: Am. 5,21-25).

El Culto Espiritual inaugurado por Cristo

Jesús habla y hace la invitación en el evangelio de buscar ser hombres nuevos, entendiendo que es un hombre en el que tiene primacía la interioridad, de manera que su vida esté orientada y dirigida por el Espíritu (Jn 4,14; Mc 1,18) buscando vivir los valores del Reino (Mc. 1, 14-15).

Para Jesús el culto tiene como fuente la misma interioridad. Por eso, Jesús entra en la corriente profética que critica el culto compatible con la injusticia y otros intereses ajenos (Mc 11,15-17) y propone lo que de verdad agrada a Dios: la ofrenda sin odio (Mt 5,23) el amor verdadero a Dios y al prójimo (Mc 12,33); la purificación que nace del corazón (Mc 7,21-23).

Jesús restaura un culto desvirtuado por una ritualización vacía de interioridad y de espíritu. Con Jesús se inaugura una nueva era donde el templo será su cuerpo glorificado (Jn 2,21) y el culto el de la propia existencia realizada según el modelo dejado en su vida (Jn 4,22-24).

El mismo Jesús personifica y ejemplifica el culto que quiere que den los suyos al Padre. La comunidad cristiana así lo va a entender. En la reflexión que, desde la fe, hace la comunidad, interpreta la vida de Jesús desde la figura del Siervo de Yahvé, que ofrece su vida como sacrificio (Mc 10,45; Lc 22,37; cf. Is 53,10).

Jesús entra en el mundo en actitud sacrificial, se va a ofrecer a sí mismo entregando la vida en obediencia hasta la muerte (Hbr. 9,14; 10,4-10).

Con la muerte de Jesús acaba el tiempo del antiguo sacrificio ritual que se ofrece en el templo y se abre la nueva etapa en la que el culto no consistirá ya en el sacrificio de las cosas sino en el sacrificio de la propia vida consumada en la fidelidad y en el amor.

Es desde el pasaje bíblico de Jesús con la samaritana (Jn 4,23-24) donde viene la expresión “en espíritu y verdad”, en el sentido de dar culto a Dios, y ya no desde un lugar en concreto.

Sino desde nuestra propia vida bajo la acción del Espíritu Santo y por medio de la verdad que es el mismo Jesucristo.

El Culto de la Iglesia

El culto de la Iglesia tiene como centro a Cristo, especialmente en su misterio pascual. En la acción litúrgica, la Iglesia evoca y presencializa la obra salvadora realizada por Dios en Cristo y se asocia así al culto definitivo tributado por él al Padre.

Un comentarista de la carta a los Hebreos (A. Vanhoye), nos señala la novedad del nuevo culto:

“El culto cristiano no consiste en el cumplimiento exacto de ciertas ceremonias, sino en la transformación de la existencia misma, por medio de la caridad divina”.

Por lo tanto podemos decir, el culto cristiano de la Iglesia es la traducción y la expresión externa en formas típicamente cultuales de una vida consagrada en su totalidad al servicio de Dios a imitación de la de Jesús, que aceptó fielmente la voluntad del Padre como norma de existencia.

La característica peculiar del culto judeo-cristiano

es su incidencia en la vida del hombre.

Relación entre la celebración de la fe y el culto espiritual

El culto cristiano católico desborda los límites de toda celebración litúrgica, ya que abarca la vida entera ofrecida a Dios en obediencia. En la liturgia entra el creyente en relación con el don de Dios hecho a los hombres en Cristo y recibe con ello la posibilidad de transformar su vida en culto agradable al Padre.

En la Eucaristía, celebración litúrgica por excelencia, la presencia dinámica de Cristo constituye la comunidad, la transforma en su cuerpo y la presenta al mundo como pueblo sacerdotal.

En la celebración litúrgica la presencia y la acción salvífica de Cristo entra en comunión con la

vida del hombre para transformarla.

CONFRONTEMONOS

Viviendo el misterio de la liturgia

(Nuestra vida debe responder a la celebración. Hacer vida la

liturgia.)

Si la liturgia es el misterio del río de vida que brota del Padre y del Cordero, y si nos alcanza y arrastra, y nos empapa y sacia cuando la celebramos...es para que toda nuestra vida sea regada y fecundada por ella, es decir, la liturgia debe ser vivida, nos debe transformar.

Las celebraciones son el momento de la siembra, pero después tiene que venir la vida que da frutos sabrosos. Si hemos celebrado el Ágape divino, debemos vivir ese amor a nuestro alrededor. Si hemos celebrado la santidad de Dios, debemos reflejar esa santidad de Dios en nuestra vida y en cada uno de nuestros gestos. Si hemos celebrado la muerte y resurrección de Cristo, debemos morir a nosotros mismos para vivir la experiencia del hombre nuevo, como nos dice san Pablo

¿Por qué a veces se da esta separación: por una parte, la celebración, por otra, nuestra vida no responde a esa celebración? La respuesta es sencilla: por el pecado y nuestra miseria. No debe haber división ni dicotomía entre liturgia y vida.

Esto se dio antes de la venida de Cristo, en el Antiguo Testamento, pues no se contaba con la gracia de Cristo. Pero ahora, sí tenemos esa gracia de la unidad, entre el ritual sagrado y la conducta moral: “El mismo Cristo que celebramos debe ser el mismo Cristo que vivimos”.

Decir liturgia vivida es llevar una vida nueva, actuar como Cristo, pensar como Cristo, amar como Cristo, sentir como Cristo. Cristo resucitado es nuestra fuente y nuestra vida nueva.

Podemos vivir el misterio de la Liturgia en: la oración, en el trabajo y la cultura, en la comunidad humana, en la compasión por los pobres. La liturgia desemboca en misión.

EXPRESAMOS NUESTRA FE

Señor Jesús, te doy gracias no sólo con los labios y con el corazón, que a menudo fallan, sino con el espíritu, con el que te hablo, te pregunto, te amo, te reconozco.

Tú lo eres todo para mí y todo lo tengo en ti. En ti somos, en ti vivimos, en ti nos movemos.

Tú eres nuestro padre, nuestro hermano, nuestro todo: y a quienes te aman les has prometido lo que nadie jamás ha visto ni oído, y lo que nadie ha disfrutado.

Concédenos esto a nosotros, tus humildes siervos, tú que eres el Dios verdadero y bueno y no hay otro fuera de ti.

Tú eres el verdadero Dios, el verdadero Hijo de Dios, a quien corresponde el honor, la gloria y la majestad eternamente y por todos los siglos futuros. Amén.