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    Estudios Pblicos, 53 (verano 1994).

    ANTOLOGA DEL PENSAMIENTO DE MAQUIAVELO

    Oscar Godoy Arcaya

    INTRODUCCIN

    icols Maquiavelo naci en Florencia en 1469, que en esa pocaera una repblica, bajo el gobierno de la familia Mdicis. Italia estabadividida en pequeos estados, entre los cuales la ciudad natal de Maquiaveloera el ms importante. Junto a Florencia, por su importancia poltica, habaque contar a la repblica de Venecia, al gran ducado de Miln, al reino deNpoles y a los Estados Pontificios. El reino de Npoles estaba bajo lacorona de Aragn y gobernado por Fernando I, esposo de Isabel de Castilla.Los pequeos estados italianos fueron absorbidos o traspasados por y entrelos grandes, en sucesivas oleadas, durante un largo perodo. Sin embargo,algunos conservaron su independencia y mantuvieron durante largo tiempo

    algn protagonismo poltico, como fue el caso de Ferrara, Mantua y Pisa.La vida de Maquiavelo transcurre en un pas dividido y en constantes

    guerras, donde la poltica se ejerce con extrema crudeza. Desde Florencia

    N

    OSCAR GODOY ARCAYA. Doctor en Filosofa, Universidad Complutense deMadrid. Profesor Titular de Teora Poltica y Director del Instituto de CienciaPoltica de la Pontificia Universidad Catlica de Chile. Miembro de la Academiade Ciencias Sociales, Polticas y Morales del Instituto de Chile. Consejero del

    Centro de Estudios Pblicos. Autor de numerosos ensayos; entre los ms recientespublicados en Estudios Pblicos cabe mencionar Analtica del poder: En torno aMichael Foucault, Liberalismo, Ilustracin y dignidad del hombre y La amistadcomo principio poltico, en los nmeros 40, 45 y 49 respectivamente.

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    asiste a una enorme cantidad de eventos, bajo cuya superficie se desplazanlos grandes cambios del siglo XV. Entre esos cambios, hay que poner en

    primera lnea la consolidacin de una forma poltica indita: los Estadosnacionales. Las estructuras polticas del feudalismo haban entrado en sufase de crisis terminal y en Espaa, Francia e Inglaterra, las monarquashaban promovido la unidad nacional y establecido las bases del Estadomoderno. La determinacin de los lmites del espacio fsico de cada Estadonacional, el locus de su soberana, se haba transformado lentamente enuna poltica armada por la hegemona poltica de Europa, e Italia en uncampo de batalla de las potencias beligerantes. Se puede decir queMaquiavelo fue un espectador de un escenario de doble fondo: las luchasintestinas en su propio pas ya muy joven asiste a las guerras entreLorenzo de Mdicis y el Papa Sixto IV y, por otra parte, al enfrentamientoen suelo italiano entre Espaa y Francia, ya como Estados nacionalesplenamente constituidos.

    La cantidad de eventos que marcan la emergencia de un nuevobloque de continuidad histrica es impresionante. En 1492 se descubreAmrica, algunos meses antes de la conquista de Granada, que sella launificacin de Espaa, bajo Fernando de Aragn e Isabel de Castilla. Estosdos hechos estn vinculados entre s, porque durante el siglo XV Espaa vaa proyectar su reciente unidad en la colonizacin del nuevo mundo y endos siglos de hegemona europea. Maquiavelo considera como uno de susmodelos de prncipe hereditario a Fernando de Aragn, por la renovacinde la poltica de su reino y a quien se le debe atribuir el diseo fundacionalde la expansin de Espaa en Europa.

    A la muerte del Papa Inocencio VIII se produce la ascensin al soliopontificio de Alejandro VI, cuyo nombre era Rodrigo Borja (Borgia, en

    italiano), natural de Valencia, Cardenal de S. Niccolo in Carcere, sobrinodel Papa Calixto III. Alejandro Borgia obtiene el pontificado comprandolos votos de los cardenales; consecuente con esta accin, desarrolla unactividad poltica netamente secular. El Papado, durante este perodo, conoceuna etapa de decadencia y corrupcin que preanuncia la reforma y quesolamente va a terminar con la Contrarreforma. El hijo de Alejandro VI,Csar Borja, ejemplifica bien, a travs de su fulgurante ascensin al poderpoltico, la figura del prncipe nuevo, que inventa el tiempo y el espacio

    de su obra poltica. Los actos de Csar Borgia son presentados porMaquiavelo como un paradigma del ejercicio del poder temporal, a la luzdel principio de la autonoma del prncipe, o sea, de su no dependencia anormas extrnsecas a su propia voluntad, para levantar el edificio de unasoberana all donde no exista. Pero, al mismo tiempo, un buen ejemplohistrico acerca de cmo la obra incoada por un prncipe nuevo queda sin

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    culminar, no por ausencia de virtud, sino por la fuerza imponderable einvencible del destino.

    La poltica de Florencia, en relacin con su propia estabilidad y conel resto de Italia y las potencias presentes en el escenario italiano, y rec-procamente, la poltica de todos los actores del escenario europeo constituyenel vasto campo de observacin de Maquiavelo. Ahora bien, el giro magis-tral que Maquiavelo imprime al anlisis poltico est relacionado con laconducta de los actores centrales que se desplazan en ese escenario. Unaconducta que no descansaba sobre los antiguos principios de legitimidadpoltica vigentes durante la Edad Media. Tales principios son puestos entreparntesis por Maquiavelo, en beneficio de los nuevos axiomas de ejerciciodel poder, que el mismo se encarg de hacer explcitos en su obra.

    El prncipe recoge en apretadas lneas es un texto breve unaverdadera analtica de las prcticas bsicas del poder poltico. Maquiaveloseala de modo expreso que en esta obra desea escribir sobre cosas tilesa quienes las lean, y agrega una frase que ha hecho mucho caudal, porqueen ella est contenido el principio de realismo, que caracteriza al ncleocentral del pensamiento del autor florentino. En efecto, all nos dice: juzgoms conveniente ir derecho a la verdad efectiva de las cosas, que a cmo selas imagina; muchos han visto en su imaginacin repblicas y principadosque jams existieron en la realidad (El prncipe, cap. XV). La descripcinde los actos de poder, en su ejecucin por los prncipes nuevos, surge ascomo un modelo de realismo poltico. No hay cabida, en este texto, para lateora acerca de la naturaleza ltima del poder o la especulacin sobre elrgimen poltico ideal. Esto no quiere decir que a Maquiavelo no leinteresaran estos temas. De hecho, otra obra suya, los Discursos sobre la

    primera dcada de Tito Livio (conocido como losDiscorsi), est dedicada

    al estudio del rgimen mixto, como forma poltica ideal, y su comparacincon la monarqua, aristocracia, tirana y democracia. El prncipe se cierigurosamente al anlisis del poder.

    Maquiavelo, por otra parte, no sigue los cnones de los trabajosacadmicos. En este sentido, se puede decir que no es un pensador sistem-tico, como era habitual en quienes trataban los temas politolgicos en esapoca. Sin embargo, toda su obra tiene una trama muy bien articulada. Estoes vlido para los dos libros aqu antologados, El prncipe y losDiscorsi.

    En el caso de losDiscorsi, su factura es tradicional, porque analizalos regmenes polticos siguiendo a Polibio y su teora del ciclo constitu-cional fatal, con un gran despliegue de informacin histrica. El rgimenmixto, cuyo paradigma es la res publica romana, gracias a su naturalezamixta, rompe el ciclo de aparicin, madurez y decadencia de los regmenes

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    puros. Los pueblos empiezan por organizarse polticamente bajo el rgimenmonrquico; ste decae y se transforma en tirana; el tirano es defenestrado

    por los mejores, la aristocracia; los aristcratas se corrompen y pasan a seruna oligarqua; el pueblo se levanta e instaura una democracia; sta, a suvez, tambin se corrompe y cae en el populismo demaggico, que finalmentees reemplazado por un conductor carismtico. En este ltimo tramo se havuelto a la monarqua. El ciclo reinicia su eterno retorno. Cmo se sale deeste movimiento perpetuamente circular? A travs de un rgimen querena las caractersticas de los tres modelos legtimos y buenos. Tal es elcaso de la repblica romana, que supo integrar de la monarqua, el consulado;de la aristocracia, el senado; de la democracia, el tribunado de la plebe. Yas, como Polibio, Maquiavelo valora al rgimen mixto por su estabilidaden el tiempo, por su capacidad de duracin.

    El prncipe tiene otra estructura. Una primera lectura nos da laimpresin de un ensayo, tal como se entiende este gnero en la actualidad.Los casos histricos, que ilustran un elenco bsico y mnimo de ideas, casino permiten ver la estructura que articula el discurso maquiavlico. Poresta razn, en esta antologa me he permitido ponerlos entre parntesis,dejando al lector la tarea de completar la tarea con una lectura de todo eltexto. La idea es privilegiar los elementos analticos del pensamiento deMaquiavelo, con el propsito de establecer la relevancia de su discursosobre el poder.

    En definitiva, Maquiavelo despliega su reflexin en dos ideascentrales, cuyo juego dialctico va a animar su percepcin del ejercicio delpoder poltico. Ellas son la fortuna y la virtud, las armas ajenas y lasarmas propias. Hay que decir, en trminos breves, que la fortuna es todolo otro, aquello que no es el prncipe y est fuera de los lmites de su

    propio cuerpo; la virtud, en cambio, es el prncipe mismo, todo aquello quelo constituye e integra, y que est dentro de su cuerpo. En otros trminos, msabstractos, alteridad e identidad.

    La fortuna define una franja de la realidad, externa al prncipe. Nose confunde con el destino o con la providencia divina. Si as fuera, ellasera superior a toda humana previsin. De modo ms preciso, la fortunaes el campo del libre arbitrio humano. O sea, el mbito donde se desarro-llan los actos realizables por el ser humano. No de las utopas, ni tampoco

    de las fuerzas superiores, que escapan a la capacidad de la voluntad humanalibre, sino de aquellos que el hombre puede efectivamente ejecutar por suspropias fuerzas.

    Ese campo es indeterminado y su principal caracterstica es suvolubilidad. Maquiavelo observa que la forma principal de la fortuna, para

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    el prncipe, se reduce al espacio de libre arbitrio configurado por la voluntadde los dems, de los individuos que debe dominar, para gobernar sobre

    ellos. No es solamente un mbito abierto a las acciones posibles del hombreen general, sino a las acciones del prncipe sobre la voluntad de sus sbditos,actuales o potenciales.

    La volubilidad de los hombres est relacionada con sus deseos, ycon el carcter constantemente insatisfecho de los mismos. Esa es la fuentede los cambios que el prncipe debe manejar para estabilizar y orientar elproceso poltico. Maquiavelo tiene una visin muy pesimista de la naturalezahumana; piensa que los hombres son malos y que siempre estn dispuestosa emplear su malignidad. Por esta razn, el deseo humano no es solamenteun dinamismo de cambio continuo desde lo actualmente posedo a nuevasposesiones, sino un proceso destructivo de todo orden poltico posible.

    La fortuna se transforma as en la anarqua de los proyectos indivi-duales. Frente a esta magnitud, externa al prncipe, la virtud cobra todassus dimensiones. Ella, como vimos antes, es fuerza propia y su tarea esdominar a la fortuna. En definitiva, la virtud es la capacidad del prncipepara bastarse a s mismo y colocar los designios individuales de los hombresbajo el imperio de su voluntad poltica.

    La virtud tiene algunos rasgos centrales, que aparecen descritos enEl prncipe. El primero de ellos, y el ms elemental, est designado por elsentido original de la palabra latina virtus, fuerza. El prncipe es fuertefsicamente, por su potencia corporal, salud y capacidad para el combate.El segundo se refiere a su inteligencia blica y estratgica, o sea, a sucapacidad para organizar a las fuerzas armadas y emplearlas adecuadamenteen la guerra externa y la represin interna. El tercero est relacionado con

    la dominacin de los deseos humanos a travs del miedo; a la facultad deusar recursos sicolgicos de castigo y temor. El cuarto, y fundamental, esla dimensin prudencial de la virtud: la aplicacin de la razn previsiva delprncipe en la construccin de instituciones eficaces y durables, habilitadaspara sobrevivirlo y perdurar largamente en el tiempo.

    Estos rasgos son atribuidos a distintos actores histricos que formanparte de la nmina de los fundadores del Estado moderno. Fernando deAragn es un nombre al cual apela constantemente Maquiavelo, porque

    rene en su persona las cualidades principales de la virtud poltica. Ahorabien, el uso de las palabras virtud y prudencia son los elementos clavespara entender cmo Maquiavelo rompe con la tradicin de esos dosconceptos. Y tambin para comprender el sentido de los trminosmaquiavlico, maquiavelismo, etc.

    La virtud del prncipe tiene como principal antagonista a la fortuna,entendida como la voluntad de los otros, y es bsicamente un poder de

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    dominacin. El centro de la virtud es la prudencia, entendida como lacapacidad de la razn para encontrar el medio ms adecuado para realizar

    un fin, sin considerar la bondad objetiva de ambos. Maquiavelo no proponeesta conducta como un deber ser, sino que la describe como la realidadde la prctica poltica. Cuando anuncia frases tan agresivas como de estose deduce que los hombres no saben ser o completamente criminales operfectamente buenos y que, cuando un crimen exige grandeza de nimo olleva consigo alguna magnanimidad, no se atreven a cometerlo, nos quieredecir que la razn poltica se mueve en una esfera amoral, donde lo malo ylo bueno estn subordinados a la ejecucin de la obra poltica. Tiempodespus, Hobbes hizo un planteo similar, a partir de una descripcin de lamecnica de los actos de poder. La lectura de Maquiavelo constituye unaclave interpretativa de la conducta poltica moderna y una incitacin aplantearse la difcil cuestin de la moralizacin siempre huidiza del poderpoltico.

    Maquiavelo, despus de ejercer funciones de consejero poltico,diplomtico y dejar tras de s una obra escrita variada, que incluye textosde historia, teatro y estrategia militar, muri en Florencia en 1527.

    SELECCIN*

    EL PRNCIPE

    Captulo I

    Cuntas clases hay de principadosy por cules medios se adquieren

    Los Estados y soberanas que han tenido y tienen autoridad sobrelos hombres fueron, y son, o repblicas o principados. Los principados son,o hereditarios con larga dinasta de prncipes, o nuevos: stos, ocompletamente nuevos, cual lo fue Miln para Francisco Sforza, o miembrosreunidos al Estado hereditario del prncipe que los adquiere, como el reinode Npoles respecto al rey de Espaa. Los Estados as adquiridos, o losgobernaba antes un prncipe, o gozaban de libertad; y se adquieren o con

    ajenas armas, o con las propias, por fortuna o por virtud.

    1 En losDiscursos sobre la primera dcada de Tito Livio.

    * En la presente antologa se ha utilizado, con la debida autorizacin, laedicin Obras polticas, traduccin de Luis Navarro (Buenos Aires: LibreraEditorial El Ateneo, 1954).

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    Captulo II

    De los principados hereditarios

    Prescindir de discurrir ahora acerca de las repblicas, por haberlohecho ya ampliamente en otra ocasin.1 Me concretar, pues, a los princi-pados y, atenindome a la clasificacin hecha, dir cmo pueden serconservados y gobernados.

    Empiezo declarando que, en los Estados hereditarios, habituados ala dinasta de sus prncipes, son mucho menores las dificultades para con-servarlos que en los nuevos; basta slo respetar la organizacin establecidapor los predecesores y contemporizar con los acontecimientos, de suerteque, si el prncipe tiene mediana habilidad, regir siempre su Estado, si esque no se lo impide una extraordinaria y excesiva fuerza; y aun asdesposedo, lo recobrar al primer contratiempo que sufra el usurpador().

    El prncipe hereditario tiene menos necesidad y motivo para vejar asus sbditos, y, por tanto, debe ser ms amado; siendo natural y justo questos le quieran cuando por extraordinarios vicios no se hace aborrecible.La misma antigedad y continuacin del dominio apagan los deseos yaminoran los motivos de las innovaciones; porque todo cambio deja lasbases para otros nuevos.

    Captulo III

    De los principados mixtos

    La dificultad radica entonces en los principados nuevos. Cuando noson completamente nuevos, sino miembros incorporados a otra soberana,la cual puede en tal caso denominarse mixta, los cambios nacenprimeramente de una dificultad natural y comn a todos los principadosnuevos; porque, creyendo mejorar, mudan de buen grado los hombres de

    seor, y esta creencia les hace empuar las armas contra el gobernante, en

    2 Nota del traductor: dice provincia en el original.

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    lo cual se engaan, pues la experiencia les ensea despus que hanempeorado.

    Depende esto de otra necesidad natural y ordinaria que obliga siempreal prncipe a vejar a sus nuevos vasallos, o con la permanencia de tropas, ocon las otras infinitas molestias que acarrea la conquista. De esta suerteresultan ser enemigos todos aquellos a quienes la ocupacin del principadoperjudica, no continan siendo amigos los que le dieron el seoro, por laimposibilidad de realizar las esperanzas que haban concebido y la precisinen el seor de emplear contra ellos, estndoles obligado, medidas violentas;pues por fortsimo ejrcito que tenga un prncipe, necesita la buena voluntadde los habitantes para ocupar un espacio territorial ().2

    Verdad es que, reconquistados los pases que se rebelan, es msdifcil perderlos, porque la rebelin da motivos al seor para emplear conmenos reparo los medios de asegurar su poder, castigando a los delincuentes,vigilando a los sospechosos y atendiendo a proveer los sitios menos fuertes().

    Digo, pues, que los Estados que al ser conquistados se unen a otroEstado antiguo del conquistador, o son del mismo espacio territorial y de lamisma lengua, o no lo son. En el primer caso se conservan con granfacilidad, sobre todo si no estn acostumbrados a vivir libres. Para poseer-los seguramente, basta la extincin de la dinasta de prncipes que antestuvieron, porque mantenindolos en todo lo dems en las antiguas condi-ciones y no imponindoles novedad en las costumbres, viven los hombresquietamente ().

    Quien adquiere y desea conservar esta clase de Estados necesita larealizacin de dos condiciones: una, que la dinasta del antiguo prncipe seextinga; otra, no alterar las leyes ni los tributos: de tal modo forman los

    nuevos Estados con el antiguo en brevsimo tiempo una sola nacin.Pero cuando se conquistan Estados en un espacio territorial distinto

    en lengua, costumbres y rgimen, las dificultades son numerosas y senecesitan gran fortuna y grandsimo talento para conservarlos. Uno de losmayores y ms eficaces medios de conseguirlo consiste en que el conquis-tador traslade su residencia a la tierra conquistada. Esto har la posesinms segura y duradera. As lo hizo el turco en Grecia, que, a pesar de todaslas precauciones tomadas para conservar dicho Estado, no lo hubiera

    conseguido sin acudir a habitarlo. Viviendo en el pas conquistado se vennacer los desrdenes, y pronto pueden remediarse; pero no estando en l,se saben cuando son ya grandes y no tienen remedio. Adems, la provinciasometida no pueden expoliarla los gobernadores que en ella pongan, y si lointenta, satisface a los sbditos la inmediata apelacin al prncipe, con lo

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    cual tienen ms motivos para amarle, si quiere ser bueno, y si no, paratemerle. La permanencia del conquistador en el pueblo conquistado impone

    tambin respeto a los extranjeros que quisieran ocuparlo, siendo, cuandovive en l, muy difcil que lo pierda.Otro medio excelente de conservacin de conquistas es mandar

    colonias a una o dos plazas que sean llaves del Estado, porque, de nohacerlo, preciso es tener en l numerosas tropas de a pie y de a caballo. Lascolonias no son costosas al prncipe: con poco o ningn gasto las enva ymantiene, perjudicando slo con ellas a los que quita casa y campos, queson mnima parte de la poblacin, para darlas a los nuevos habitantes.Dispersos y empobrecidos los perjudicados, ningn dao pueden hacer, ylos dems, por no haber sido ofendidos y por temor a ser, como los otros,despojados y dispersados, fcilmente se aquietan. En suma, estas coloniasno son costosas, son ms fieles, daan poco, y los maltratados, por quedarpobres y dispersos, no pueden, como he dicho, ocasionar trastornos. Tn-gase muy en cuenta que a los hombres se les debe ganar, o imposibilitarlesde causar dao, porque de las pequeas ofensas se vengan, pero no de lasgrandes; por ello el agravio que se les haga debe ser de los que no permitantomen venganza.

    Si en vez de colonias se tiene fuerza armada, el gasto es mayor,costando la conservacin del nuevo Estado el importe de sus rentas; desuerte que la conquista se convierte en prdida para el conquistador, y losperjuicios por las marchas y alojamientos de tropas alcanzan a todos loshabitantes, convirtindoles en peligrosos enemigos el estar, aunque vencidos,en sus casas. Tales razones prueban la inutilidad de la custodia armada y laventaja de las colonias.

    El poseedor de una provincia conquistada procure ser jefe y protector

    de sus vecinos ms dbiles e ingeniarse para debilitar a los ms poderosos,y sobre todo impedir que por motivo alguno intervenga en los asuntos devecindad un extrao tan fuerte como l, porque por ambicin o miedo lellamarn los descontentos, como los etolios llamaron a los romanos aGrecia y como les llamaron tambin los habitantes de otras provinciasdonde entraron.

    Cuando invade un extranjero poderoso una comarca, lo ordinario esque se pongan de parte del invasor los Estados menos fuertes por envidia al

    que antes dominaba, y sin gastos ni esfuerzos el extranjero conserva laadhesin de estos pequeos Estados que de buen grado forman un solocuerpo con el conquistado. El conquistador en tal caso cuidar solamentede no dejar a ste adquirir demasiada fuerza y autoridad, pudiendo con suspropios recursos y con el auxilio de los pequeos Estados, adheridos

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    voluntariamente, abatir a los poderosos y mantenerse dueo de todo elpas. Quien no acuda a tales medios pronto perder la conquista,

    multiplicndose los obstculos y las dificultades mientras la tenga en supoder.Este fue el sistema de los romanos en las provincias conquistadas:

    fundaban en ellas colonias, protegan a los Estados dbiles sin aumentar supoder, disminuan el de los fuertes y no permitan que en dichas provinciasganara crdito ningn poderoso extranjero. Sirva de ejemplo la provinciade Grecia, donde empezaron apoyando a los aqueos y a los etolios,dominaron despus el reino de Macedonia y arrojaron a Antoco; pero nilos mritos de los aqueos y etolios les indujeron nunca a ensanchar susEstados, ni las persuasiones de Filipo a aceptarle por amigo sin aminorar suinfluencia, ni el poder de Antoco a consentir que en aquella provinciatuviese dominio alguno. Los romanos hicieron entonces lo que todo prncipesabio debe hacer: no cuidar slo de las dificultades presentes, sino de lasfuturas y del modo de vencerlas; porque previendo las lejanas, fcilmentepueden ser remediadas, y esperando a que ocurran, no llega a tiempo lamedicina, por ser ya incurable la dolencia. Sucede, pues, en esto lo quedicen los mdicos de la tisis; que, al principio, tan fcil es curarla comodifcil conocerla; pero con el tiempo, inadvertida y no curada al empezar,todos la conocen y ninguno la remedia.

    Lo mismo ocurre en los asuntos de Estado; cuando se prevn lospeligros (y ste es el privilegio de los prudentes), pronto se conjuran; perosi, desconocindolos, se les deja crecer de modo que nadie los advierta, sonirremediables. Previsores los romanos, los conjuraron siempre antes de queaumentaran, aun a costa de una guerra, pues saban que las guerras no seevitan por diferirlas, y si se difieren, es en provecho del enemigo. Con

    Filipo y Antoco pelearon en Grecia para no tener que luchar ms tardecontra ambos en Italia. Fcil les era entonces eludir la guerra, pero noquisieron, ni hicieron nunca caso de la tan repetida mxima de sabios denuestros das de que conviene ganar tiempo, sino de los consejos de lavirtud y de la prudencia; porque el tiempo todo lo oculta y con l llegantanto el bien como el mal y el mal como el bien ().

    Captulo V

    Cmo han de ser gobernadas las ciudades o los reinosque, antes de su conquista, se regan por leyes propias

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    Cuando los Estados que se adquieren estn acostumbrados a vivirregidos por sus propias leyes y en libertad, hay tres modos de conservarlos:

    primero, destruirlos; segundo, trasladar a ellos la residencia; tercero, dejarlosgobernarse con sus propias leyes, mediante un tributo, y organizando ungobierno de pocas personas que lo mantengan adicto, porque creado estegobierno por el prncipe, sabe que no puede existir sin su amistad y supoder, y har todo lo posible por conservar la adhesin. Este es el mediomejor para mantener la dominacin en una ciudad habituada a vivirlibremente ().

    Quien se apodere de una ciudad acostumbrada a gozar de su libertady no la destruya, debe esperar ser destruido por ella, pues siempre tendrcomo refugio de rebelin el nombre de la libertad y su antiguo rgimen,que ni el transcurso del tiempo ni los beneficios hacen olvidar. Hgase loque se haga y cualquiera que sea la precaucin que se tome, si no sedistribuyen o dispersan los habitantes, ni el nombre de libertad, ni elantiguo rgimen se borran de la memoria, y a ellos acuden en cualquieraocasin. As lo hizo Pisa despus de estar sometida tantos aos a Florencia.

    Pero cuando la ciudad o la provincia estn habituadas a vivir bajo ladominacin de un prncipe y su dinasta se extingue, acostumbradas a laobediencia y privadas del antiguo soberano, ni saben ponerse de acuerdopara elegir uno nuevo, ni vivir en libertad; de suerte que hasta su mismalentitud en acudir a las armas facilita a cualquier prncipe conquistarlas yconservarlas en su poder. Hay en las repblicas, al contrario, ms vitalidad,ms odio, mayor deseo de venganza; la memoria de la antigua libertad nolas abandona, de modo que el medio ms seguro es destruirlas o trasladar aellas la residencia.

    Captulo VI

    De los Estados que el conquistador adquierecon su esfuerzo y sus propias armas

    Digo, pues, que en los principados completamente nuevos tropiezael prncipe con ms o menos dificultades para conservar su poder, segn el

    mrito mayor o menor del conquistador; y como el llegar de particular aprncipe supone ya virtud o fortuna, parece natural que una u otra de estascondiciones anulen muchas dificultades. Sin embargo, los que han contado

    3 Nota del traductor: en el original dice nuovi ordini.

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    menos con la fortuna conservaron ms tiempo su poder. Aumenta la facilidadde conseguirlo que el prncipe est obligado, por no tener otros Estados, a

    habitar en el recin adquirido ().Los que por tales caminos llegan a ser prncipes, conquistan elprincipado con dificultad, pero con facilidad lo conservan. Lo primero naceen parte de los cambios y nuevas leyes que se ven precisados a establecerpara fundar y afianzar su dominacin. Debe tenerse en cuenta que no haycosa ms difcil de realizar, ni de ms dudoso xito, ni de mayor peligropara manejarla, que el introducir un nuevo orden poltico,3 porque ellegislador tiene por enemigos a cuantos vivan bien con el rgimen anterior,y slo encuentra tmidos defensores entre los favorecidos con el nuevo,timidez producida en parte por miedo a los adversarios, a quienes son tileslas antiguas leyes, y en parte por la natural incredulidad de los hombres,que no se convencen de que una cosa nueva es buena hasta que no se lodemuestra una firme experiencia. De aqu procede que los adversarios delas innovaciones forman partido para combatirlas en ocasin propicia, y losque las defienden lo hacen flojamente; de suerte que unos y otros ponen enpeligro el nuevo rgimen.

    Preciso es, para tratar la cuestin a fondo, examinar si los innovadoreslo son por propia iniciativa o tienen quien les apoye; es decir, si paraejecutar su empresa necesitan apelar a la persuasin o pueden emplear lafuerza, porque en el primer caso fracasarn siempre sin conseguir cosaalguna; pero si son independientes y pueden apelar a la fuerza, rara vezpeligrarn. De esto nace que todos los profetas armados hayan triunfado, yfracasado todos los inermes.

    Adems de las razones expuestas, el carcter de los pueblos es tanvoluble, que fcilmente se les persuade de una cosa; pero difcilmente

    persisten en ella, conviniendo organizar el rgimen de modo que, cuandono la crean, se les pueda hacer creer por fuerza ().

    Captulo IX

    De los principados civiles

    El otro medio de que un ciudadano llegue a ser prncipe, sin maldadni violencia alguna, es el del favor y la asistencia de los conciudadanos, y aeste principado se le puede llamar civil. No es necesario, para conseguirlo,ni total virtud, ni total fortuna, sino una astucia afortunada. Se alcanza, o

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    por el favor del pueblo, o por el de los poderosos, porque en todas lasciudades hay dos tendencias que tienen su origen, una en no querer el

    pueblo que le opriman los poderosos, otra en desear stos dominar alpueblo. Ambas tendencias producen uno de estos tres resultados; o elprincipado, o la libertad, o la licencia. El principado lo fundan el pueblo ola nobleza, segn la ocasin de que puede disponer cada uno de estos dosbandos; porque cuando los poderosos no pueden dominar al pueblo,aumentan la fama de cualquiera de ellos y lo eligen prncipe para, a susombra, satisfacer mejor sus deseos de dominacin. El pueblo, por suparte, cuando ve que no puede resistir a la nobleza y algn ciudadano llegaa tener gran reputacin, lo nombra prncipe, esperando que con esta autoridadlo defienda.

    El que llega a ser prncipe con el auxilio de los nobles, se mantieneen el poder con ms dificultad que aquel que debe el principado al pueblo,por estar rodeado de magnates que se creen iguales a l y le quitan lalibertad de accin y de mando; pero el que asciende al principado por elfavor popular, encuntrase solo en el poder, y ninguno o muy pocos de losque estn a su lado dejan de mostrarse dispuestos a obedecerle. Adems,las aspiraciones de los nobles slo se satisfacen causando dao a alguien, ylas del pueblo no exigen ofensa a nadie; siendo los propsitos del puebloms honrados que los de la nobleza porque sta aspira a establecer latirana, y aqul a evitarla. Adase a esto que el prncipe no puede nuncaestar seguro contra el pueblo, porque son muchos los que lo forman, y scontra los nobles, que son pocos.

    Lo peor que puede ocurrir a un prncipe no querido de su pueblo esque ste le abandone; pero de los nobles no debe temer solamente que seaparten de l, sino que le combatan, pues formando una clase ms ilustrada

    y astuta, preparan las cosas para salvarse en todo caso, y procuran obtenerventajas del que esperan que venza.

    Tambin debe tener en cuenta el prncipe que necesita vivir siemprecon el mismo pueblo, pero no con la misma nobleza, pudiendo casi diaria-mente hacer o deshacer nobles y quitarles o darles elevada posicin, segnle plazca. Para aclarar ms este punto, dir que los nobles deben considerarseprincipalmente bajo el aspecto de si demuestra o no su conducta completaadhesin al prncipe. Los adictos, si no son ladrones, deben ser protegidos

    y honrados. Los no adictos hay que dividirlos en dos clases: o no lo son portimidez y debilidad de carcter, y en tal caso debes servirte de ellos,mxime siendo buenos consejeros, porque en la prosperidad te honrarn yen la adversidad no hay que temerles; o no lo son por clculos y motivos deambicin, lo cual es indicio de que piensan ms en ellos que en ti. De stos

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    debe guardarse el prncipe y considerarlos enemigos declarados, porque enlos tiempos adversos ayudarn a su ruina.

    Quien llega a ser prncipe por voluntad del pueblo debe conservarsu amistad, cosa fcil, puesto que el pueblo slo pide no ser oprimido; peroquien contra los deseos del pueblo y slo por el apoyo de los noblesalcanza el poder supremo, debe empezar ganndose el afecto del pueblo, locual tampoco ha de serle difcil desde el momento que est en situacin deprotegerlo.

    Como los hombres cuando reciben bienes de quienes esperabanmales son ms agradecidos al que los dispensa, el pueblo es ms adicto alprncipe que lo trata bien, que si l mismo le hubiera puesto en el principado.Puede el prncipe ganarse la voluntad del pueblo de diversos modos, quevaran segn las circunstancias, y a causa de ello no cabe dar reglas fijas.

    En conclusin, el cario del pueblo es para un prncipe absolutamentenecesario, por ser en la adversidad su nico recurso ().

    A quien rechace esta opinin ma alegando el vulgar proverbio deque fundarse en el pueblo es como cimentar en lodo, le dir que el dicho escierto cuando un ciudadano particular acude al pueblo para que le libre dela opresin de sus enemigos o de los magistrados, en cuyo caso sufrir confrecuencia un desengao, como sucedi a los Gracos en Roma y en Florenciaa Jorge Scali. Pero si el que fa en el pueblo es un prncipe con autoridad yvalor, a quien la adversidad no asuste, que haya tomado todas las necesariasdisposiciones y sepa infundir su aliento y mantener ordenada la multitud,lejos de ver defraudadas sus esperanzas en el pueblo, se convencer delacierto con que las ha fundado en l.

    Suelen peligrar estos principados al pasar del rgimen liberal alabsoluto, sobre todo si el prncipe ejerce el mando, no personalmente, sino

    por medio de los magistrados. En este caso su situacin es ms dbil yarriesgada por estar entregado a la discrecin de los ciudadanos que desem-pean las magistraturas, quienes, especialmente en las adversidades, puedenprivarle de su poder, o rebelndose, o negndose a cumplir sus rdenes.Entonces el prncipe no tiene tiempo ni medios para apoderarse de laautoridad absoluta, porque la costumbre de los ciudadanos de obedecer alos ministros impedir que le sirvan personalmente y no tendr de quienfiarse en momentos de tanta incertidumbre. En tal caso, el prncipe no

    puede conjeturar por lo que ocurre en las pocas tranquilas. En stas todoslos ciudadanos necesitan de su autoridad y todos acuden y prometen, ycada cual le ofrece morir por l, porque no hay peligro de que tal cosasuceda; pero en los momentos de peligro, cuando el prncipe necesita de

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    los ciudadanos, se encuentran pocos resueltos a servirle. Tanto ms arriesgadaes esta experiencia cuanto que slo puede hacerse una vez.

    Por ello un prncipe prudente debe gobernar de modo que sus sbditosen todo tiempo y circunstancias necesiten de su autoridad, as siempre lesern fieles.

    Captulo XV

    Por qu cosas los hombres, y especialmente los prncipes,merecen alabanza o vituperio

    Nos resta tratar de la conducta y procedimientos que debe seguir unprncipe con sus sbditos y con sus amigos. S que muchos han escrito deeste asunto y temo que al hacerlo ahora yo, tratndolo bajo otros aspectos,se me tenga por presuntuoso. Pero mi intento es escribir cosas tiles aquienes las lean, y juzgo ms conveniente ir derecho a la verdad efectiva delas cosas, que a cmo se las imagina. Muchos han visto en su imaginacinrepblicas y principados que jams existieron en la realidad. Tanta es ladistancia entre cmo se vive y cmo se debera vivir, que quien prefiere alo que se hace lo que debera hacerse, ms camina a su ruina que a suconservacin: porque el hombre que quiere portarse en todo como bueno,por necesidad fracasa entre tantos que no lo son, de ah que sea necesarioque el prncipe, que quiere conservar el poder, debe estar dispuesto a no serbueno o serlo, segn la necesidad.

    Prescindiendo de prncipes imaginados y atenindome a los verda-deros, digo que todos los hombres de quienes se habla, y especialmente los

    prncipes, por ocupar lugar tan alto, poseen cualidades dignas de elogio ode censura; unos son liberales, otros mseros (empleo esta palabra toscana,porque avaro, en nuestra lengua, es el que atesora valindose de la rapia, yllamamos msero al que se abstiene demasiado de gastar lo suyo); unos dancon esplendidez, otros son rapaces, algunos crueles y otros compasivos; loshay guardadores de sus promesas e inclinados a faltar a su palabra;afeminados y pusilnimes, o animosos y aun feroces; humanos o soberbios;castos o lascivos; sinceros o astutos; de carcter duro o afable, grave o

    ligero; religiosos o incrdulos, etc.Comprendo que en el concepto general sera por dems laudable

    encontrar en un prncipe todas las citadas buenas cualidades; pero nosiendo posible ni, si lo fuera, practicarlas, porque no lo consiente la condicin

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    humana, el prncipe debe ser tan prudente que sepa evitar la infamia deaquellos vicios que le privaran del poder, y aun prescindir, mientras le sea

    posible, de los que no acarrean tales consecuencias. No debe tampococuidarse de que le censuren aquellos defectos, sin los cuales le sera difcilconservar el poder, porque considerndolo bien todo, habr cualidades queparezcan virtudes y en la aplicacin produzcan su ruina, y otras que seasemejen a vicios, y que, fomentndolas, le proporcionen seguridad ybienestar.

    Captulo XVII

    De la crueldad y de la clemencia,y de si vale ms ser amado que temido

    Continuando el examen de las condiciones antes referidas, digo quetodos los prncipes deben desear reputacin de clementes y no de crueles,pero sin hacer mal uso de la clemencia. Tena Csar Borja fama de cruel,pero su crueldad dio a la Romaa unidad, paz y buen gobierno; de modoque, pensndolo bien, resulta Csar Borja mucho ms clemente que elpueblo florentino, cuando, por no aparecer cruel, dej destruir a Pistoia.

    El prncipe, en consecuencia, no debe cuidarse mucho de la reputacinde cruel cuando le sea preciso imponer la obediencia y la fidelidad a sussbditos, pues ordenando algunos poqusimos ejemplares castigos, resultarms humano que los que, por sobrado clementes, dejan propagarse eldesorden, causante de numerosas muertes y robos, desmanes que daan atodos los habitantes, mientras los castigos, oportunamente ordenados por el

    prncipe, slo perjudican a algunos sbditos.De todos los prncipes son los nuevos quienes con mayor dificultad

    pueden evitar la fama de crueles, porque los Estados nuevos estn llenos depeligros. Virgilio hace excusarse a Dido de la severidad de sus medidaspara mantenerse en un reino que no tena por herencia, diciendo:

    Res dura, el regni novitas me talia coguntmoliri et late fine custode tueri4

    Sin embargo, el prncipe nuevo debe proceder cautamente en cuantohaga, no dando crdito a todo lo que le digan, ni asustndose de su sombra,

    4 Mis fronteras guardar por fuerza debo: Dura es mi situacin, y el reino esnuevo. (Eneida. Traduccin de D. Miguel Antonio Caro.)

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    portndose con prudencia y humanidad, sin que la excesiva confianza lehaga incauto, ni la sobrada suspicacia intolerable.

    De esta cuestin nace la discusin de si es mejor ser amado quetemido o temido que amado, y se responde que convendra ser ambascosas; pero, siendo difcil que estn juntas, mucho ms seguro es sertemido que amado, en el caso de que falte uno de los dos afectos. Porquede los hombres puede decirse generalmente que son ingratos, volubles,dados al fingimiento, aficionados a esquivar los peligros, y codiciosos deganancias: mientras les favoreces, son completamente tuyos y te ofrecen susangre, sus haciendas, su vida y hasta sus hijos, como ya he dichoanteriormente, siempre que el peligro de aceptar sus ofertas est lejano;pero si ste se acerca, se sublevan contra ti. El prncipe que fa nicamenteen sus promesas y no cuenta con otros medios de defensa, est perdido,pues las amistades que se adquieren por precio y no por la nobleza delalma, subsisten hasta que los contratiempos de la fortuna las ponen aprueba, en cuyo caso no se puede contar con ellas. Los hombres temenmenos ofender a quien se hace amar que al que inspira temor; porque laamistad es slo un lazo moral, el cual que por ser los hombres malosrompen en muchas ocasiones, dando preferencia a sus intereses; pero eltemor lo mantiene el miedo a un castigo que constantemente se quiereevitar.

    Debe, sin embargo, el prncipe hacerse temer de modo que el miedono excluya el afecto y engendre el odio, porque cabe perfectamente sertemido y no odiado; as suceder siempre que respete los bienes y la honrade las mujeres de sus conciudadanos y sbditos. Si necesitara derramar lasangre de alguno, hgalo con la justificacin conveniente y por causamanifiesta. Sobre todo, abstngase de quedarse con sus bienes, porque los

    hombres olvidan antes la muerte del padre que la prdida del patrimonio.Adems, los motivos para confiscar bienes nunca faltan, y el que se aficio-na a vivir de la rapia a todas horas encuentra ocasin de practicarla,mientras los motivos para imponer penas de muerte son raros, y con fre-cuencia no existen.

    Pero cuando el prncipe est al frente de un ejrcito y tiene quegobernar una multitud de soldados, le es indispensable no cuidarse delnombre de cruel, pues sin esta fama no se tiene un ejrcito disciplinado y

    dispuesto a cualquier empresa. Entre las admirables acciones de Anbal, secita la de que, mandando grandsimo ejrcito, formado por hombres dediversas razas y llevado a pelear a tierra extranjera, jams hubo en lasonadas ni tumultos, ni entre los soldados, ni contra el general, lo mismoen la buena que en la mala fortuna. Produca esta severa disciplina suinhumana crueldad, la que, unida a su grandsimo valor, haca que le

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    mirasen los soldados con veneracin y terror. Sin la severidad, sus demseminentes cualidades no hubieran producido este resultado ().

    En conclusin, y volviendo al tema de si un prncipe debe sertemido o amado, digo que los hombres aman segn su voluntad, y temenconforme a la voluntad del prncipe; por lo cual, si ste es sabio, debefundamentar su poder en lo suyo y no en lo ajeno, procurando solamente,como he dicho, no hacerse odiar.

    Captulo XVIII

    De qu modo deben guardar los prncipes la fe prometida

    Todo el mundo entiende cun laudable es que el prncipe mantengala fe prometida y viva con integridad y no en astucia; sin embargo, laexperiencia de nuestros tiempos prueba que prncipes a quienes se ha vistohacer grandes cosas tuvieron poco en cuenta la fe jurada, procurandoatentamente engaar a los hombres y consiguiendo al fin dominar a los quese fiaban en su lealtad.

    Hay que saber que hay dos maneras de combatir: una con las leyes yotra con la fuerza. La primera es propia de los hombres, y la segunda de losanimales; pero como muchas veces no basta la primera, es indispensableacudir a la segunda. De aqu que convenga a los prncipes saber bien usartanto la bestia como al hombre. Los antiguos escritores enseaban estacondicin de un modo alegrico, diciendo que Aquiles y muchos otrosprncipes de remotos tiempos fueron dados a criar al centauro Quirn,quien los tena en su guarda. El darles un precepto medio hombre, medio

    bestia significa la necesidad para el prncipe de saber usar ambas naturalezas,porque una sin otra no es duradera. Obligado el prncipe a saber emplearlos procedimientos de los animales, debe preferir los que son propios dellen y del zorro, porque el primero no sabe defenderse de las trampas, y elsegundo no puede defenderse de los lobos. Se necesita, pues, ser zorro paraconocer las trampas y len para asustar a los lobos. Los que slo imitan allen no comprenden bien sus intereses.

    No debe, pues, un prncipe prudente ser fiel a su promesa cuando

    esta fidelidad le perjudica y han desaparecido las causas que le hicieronprometerla. Si todos los hombres fueran buenos, no lo sera este precepto;pero como son malos y no sern leales contigo, t tampoco debes serlo conellos. Jams faltarn a un prncipe argumentos para disculpar elincumplimiento de sus promesas, de lo cual podran presentarse infinitos

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    ejemplos modernos y demostrar cuntos compromisos y tratados de pazhan dejado de cumplirse por deslealtad de los prncipes, siendo siempre

    ganancioso el que mejor ha imitado al zorro. Es indispensable saber disfrazarbien las cosas y ser maestro en fingimiento, pues los hombres son tancndidos y tan sumisos a las necesidades del momento que quien engaeencontrar siempre quien se deje engaar ().

    Ningn prncipe, y menos un prncipe nuevo, puede practicar todaslas virtudes que dan crdito de buenos a los hombres, necesitando confrecuencia, para conservar su poder, hacer algo contrario a la lealtad, a laclemencia, a la bondad o a la religin. Su carcter ha de tener la ductilidadconveniente para plegarse a las condiciones que los cambios de fortuna leimpongan, y, segn ya he dicho, mientras pueda ser bueno, no dejar deserlo; pero s en los casos de imperiosa necesidad. Debe tambin cuidar elprncipe de que no salga frase de su boca que no est impregnada en lasreferidas cinco cualidades, y que en cuanto se le vea y se le oiga parezcapiadoso, leal, ntegro, compasivo y religioso. Esta ltima es la cualidad queconviene ms aparentar, pues generalmente los hombres juzgan ms porlos ojos que por los dems sentidos, y pudiendo ver todos, pocos compren-den bien lo que ven. Todos vern lo que aparentas, pocos sabrn lo queeres, y estos pocos no se atrevern a ponerse en contra de la inmensamayora, que tiene de su parte la fuerza oficial del Estado. De las intencionesde los hombres, y ms aun de las de los prncipes, como no puedensometerse a apreciacin de tribunales, hay que juzgar por los resultados.Cuanto haga un prncipe por conservar su poder y la integridad de susEstados se considerar honroso y lo alabarn todos, porque el vulgo se dejaguiar por las apariencias y slo juzga por los acontecimientos; y como casitodo el mundo es vulgo, la opinin de los pocos que no forman parte de l

    slo se tiene en cuenta cuando falta base a la opinin vulgar ().

    Captulo XIX

    El prncipe debe evitar que se le menosprecie y se le aborrezca

    Despus de hablar de cada una de las principales cualidades que

    debe tener un prncipe, tratar en conjunto y brevemente de las dems antesenumeradas, repitiendo que sobre todo debe evitar hacerse odioso ydespreciable. Siempre que lo consiga, ningn dao le ocasionarn defectosde otra ndole. Le harn odioso, como ya dije, la rapacidad y los atropellos

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    contra los bienes de sus sbditos y el honor de las mujeres, de lo cual debeabstenerse. Siempre que respete los bienes y el honor de la generalidad de

    los gobernados, vivirn stos contentos y slo tendr que luchar contra laambicin de unos cuantos, a quienes de varios modos y sin dificultad se lesrefrena.

    Tambin le hace despreciable el ser voluble, ligero, afeminado,pusilnime e irresoluto, defectos de que debe guardarse como de un escollo,procurando que en sus actos se note grandeza, valor, gravedad y fortaleza.En la resolucin de los asuntos privados procurar que sus fallos seanirrevocables, conservando su prestigio de modo que nadie se crea capaz deengaarle o hacerle variar de opinin. El prncipe que as obre lograr justafama, y, contra los que la tienen, difcil es que se conspire y aun ms difcilatacarle cuando se sabe que es excelente y querido de sus sbditos.

    El prncipe debe temer siempre dificultades de dos clases, interioresunas y exteriores otras; relativas a sus sbditos y referentes a los potenta-dos extranjeros. De estos ltimos podr defenderse con buenas tropas ybuenas alianzas, y mientras tenga buen ejrcito tendr buenos aliados. Elorden interior permanecer inalterable mientras no haya peligros exteriores,salvo el caso de que lo perturbe alguna conjuracin. Aun en el de ataqueexterior, siempre que est preparado y dispuesto a la defensa, como antesdije, y no prescinda de las reglas dadas, rechazar el mpetu del enemigo,como lo rechaz el espartano Nabis.

    En cuanto a los asuntos interiores, cuando no existen cuestiones conel extranjero, debe precaverse el prncipe contra los que conjuran secreta-mente. La mejor precaucin consistir en evitar que le odien y le desprecien,teniendo al pueblo satisfecho de su gobierno, lo cual es indispensable,segn ya hemos explicado extensamente. Uno de los ms eficaces medios

    contra las conspiraciones ser el de que el pueblo no odie ni desprecie alprncipe; porque siempre cuentan los conjurados con que la muerte de stesatisfaga al pueblo. Si falta base a esta creencia, son los conspiradores msirresolutos, pues en tal caso aumentan las infinitas dificultades de todaconjuracin.

    La experiencia demuestra que son muchas las conspiraciones ypocas las que realizan su objeto, porque el conjurado no ha de ser solo, niha de conspirar sino con los que crea descontentos; y tan pronto como a

    uno de stos descubres tu intencin, le das pie para contentarse; pues, condenunciarte, puede esperar toda clase de recompensas. Viendo de una partela ganancia segura y de otra las dudas y los peligros, preciso es que aquel aquien confas tu secreto sea un gran amigo tuyo o un enemigo obstinadodel prncipe, para que lo guarde.

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    Reduciendo la cuestin a breves trminos, digo que de parte delconjurado est el miedo, los recelos, el temor al castigo que le asusta, y de

    la del prncipe la majestad del gobierno, las leyes, los amigos y losfuncionarios que le defienden. Si se aade a estos elementos de defensa lapopularidad del soberano, es imposible que haya alguno tan temerario queconspire; pues si de ordinario el temor del conspirador es mientras preparael golpe, en este caso ms debe temer despus de darlo, pues la indignacindel pueblo le privara del refugio y de medios de salvarse ().

    Deduzco de esto que el prncipe debe cuidarse poco, cuando seapopular, de las conspiraciones; pero si en vez de afecto inspira odio alpueblo, todas las cosas y todos los sbditos son temibles. Los gobiernosbien organizados y los prncipes sabios atendern con la mayor diligencia ano desesperar a los nobles y a satisfacer al pueblo, tenindolo contento.Este es uno de los principales asuntos a que deben dedicarse ().

    De esto se deduce otro precepto, el de que los prncipes deben dejara cargo de otros la imposicin de obligaciones, cargas y castigos, reservn-dose la concesin de gracias y mercedes ().

    Captulo XXV

    De lo que influye la fortuna en las cosas humanasy del modo de contrarrestarlas, siendo adversa

    Muchos han credo y creen todava que las cosas de este mundo lasdirigen la fortuna y Dios, sin ser dado a la prudencia de los hombres hacerque varen, ni haber para ellas remedio alguno; de suerte que, siendo intil

    preocuparse por lo que ha de suceder, lo mejor es abandonarse a la suerte.En nuestra poca han acreditado esta opinin los grandes cambios que sehan visto y se ven todos los das, superiores a toda humana previsin.Meditando en ellos me han hecho a veces inclinarme algo en favor de estacreencia; sin embargo, como nuestro libre arbitrio existe, creo que de lafortuna dependa la mitad de nuestras acciones, pero que nos deja dirigir laotra mitad o algo menos ().

    DISCURSO SOBRE LA PRIMERA DCADA DE TITO LIVIO

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    410 ESTUDIOS PBLICOS

    Libro Primero

    Captulo II

    De cuntas clases son las repblicasy a cul de ellas corresponde la romana

    Nada quiero decir aqu de las ciudades sometidas desde su origen apoder extranjero. Hablar de las que se vieron siempre libres de todaservidumbre exterior y se gobernaron a su arbitrio o como repblicas ocomo monarquas, las cuales, por ser diverso su origen, tuvieron tambindistinta Constitucin y distintas leyes. Algunas desde el principio, pocotiempo despus, las recibieron de un hombre y de una vez, como las quedio Licurgo a los espartanos; otras, como Roma, las tuvieron en distintasocasiones, al acaso y segn los sucesos.

    Puede llamarse feliz una repblica donde aparece un hombre tansabio que le da un conjunto de leyes bajo las cuales cabe vivir seguramentesin necesidad de corregirlas. Esparta observ las suyas ms de ochocientosaos sin alterarlas y sin sufrir ningn trastorno peligroso.

    Por lo contrario, es desdichada la repblica que no sometindose aun legislador hbil, necesita reorganizarse por s misma, y ms infelizcuanto ms distante est de una buena Constitucin, en cuyo caso seencuentran aquellas cuyas viciosas instituciones las separan del caminorecto que las llevara a la perfeccin, siendo casi imposible que por algunaslo consigan por accidente.

    Aquellas que no tienen una constitucin perfecta, si la fundan conbuenos principios capaces de mejorar, pueden, con ayuda de los aconteci-

    mientos, llegar a la perfeccin.Ciertamente estas reformas no se consiguen sin peligro, porque

    jams la multitud se conforma con nuevas leyes que cambien la constitucinde la repblica, salvo cuando es evidente la necesidad de establecerlas; ycomo la necesidad no llega sino acompaada del peligro, es cosa fcil quese arruine la repblica antes de perfeccionar su constitucin.

    Al tratar, entonces, de la organizacin que tuvo la ciudad de Roma yde los sucesos que la perfeccionaron, dir que algunos de los que han

    escrito de las repblicas distinguen tres clases de gobierno que llamanmonrquico, aristocrtico y democrtico, y sostienen que los legisladoresde un Estado deben preferir el que juzguen ms a propsito.

    Otros autores, que en opinin de muchos son ms sabios, clasificanlas formas de gobierno en seis, tres de ellas psimas y otras tres buenas en

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    s mismas; pero tan expuestas a corrupcin, que llegan a ser perniciosas.Las tres buenas son las antes citadas; las tres malas son degradaciones de

    ellas, y cada cual es de tal modo semejante a aquella de que procede, quefcilmente se pasa de una a otra, porque la monarqua con facilidad seconvierte en tirana; el rgimen aristocrtico en oligarqua, y el democrticoen licencia. De suerte que un legislador que organiza en el Estado una deestas tres formas de gobierno, la establece por poco tiempo, porque no hayprecaucin bastante para impedir que degenere en la que es consecuenciade ella, tal es la semejanza entre la virtud y el vicio.

    Estas diferentes formas de gobierno nacieron por acaso entre loshombres, porque al principio del mundo, siendo pocos los habitantes,vivieron largo tiempo dispersos, a semejanza de los animales; despus,multiplicndose las generaciones, se concentraron, y para su mejor defensaescogan al que era ms robusto y valeroso, nombrndole jefe yobedecindole.

    Entonces se conoci la diferencia entre lo bueno y honrado, y lomalo y vicioso, viendo que cuando uno daaba a su bienhechor se producanen los hombres dos sentimientos, el odio y la compasin; censurando alingrato y honrando al bueno. Como estas ofensas podan repetirse, a fin deevitar dicho mal, acudieron a hacer leyes y ordenar castigos para quieneslas infringieran, as naci el conocimiento de la justicia, y con ella que enla eleccin de jefe no se escogiera ya al ms fuerte, sino al ms justo ysensato.

    Cuando despus la monarqua de electiva se convirti en hereditaria,inmediatamente comenzaron los herederos a degenerar de sus antepasados,y prescindiendo de las obras virtuosas, crean que los prncipes slo estabanobligados a superar a los dems en lujo, lascivia y toda clase de placeres.

    Comenz, pues, el odio contra los monarcas, empezaron stos a temerlo, ypasando pronto del temor a la ofensa, surgi la tirana.

    Esta dio origen a los desrdenes, conspiraciones y atentados contralos soberanos, tramados no por los humildes y dbiles, sino por los quesobrepujaban a los dems en riquezas, generosidad, nobleza y nimovaleroso, que no podan sufrir la desarreglada vida de los monarcas.

    La multitud, alentada por la autoridad de los poderosos, se armabacontra el tirano, y muerto ste, obedeca a aqullos como a sus libertadores.

    Aborreciendo los jefes de la sublevacin el nombre de rey o la autoridadsuprema de una sola persona, constituan por s mismos un gobierno, y alprincipio, por tener vivo el recuerdo de la pasada tirana, se atenan a lasleyes establecidas por ellos, posponiendo su utilidad personal al bien comn,y administrando con suma diligencia y rectitud los asuntos pblicos yprivados.

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    412 ESTUDIOS PBLICOS

    Cuando la gobernacin lleg a manos de sus descendientes, que nihaban conocido las variaciones de la fortuna ni experimentado los males

    de la tirana, no satisfacindoles la igualdad civil, se entregaron a la avaricia,a la ambicin, a los atentados contra el honor de las mujeres, convirtiendoel gobierno aristocrtico en oligarqua, sin respeto alguno a la dignidadajena.

    Esta nueva tirana tuvo al poco tiempo la misma suerte que lamonrquica, porque el pueblo, disgustado de tal gobierno, se hizoinstrumento de los que de algn modo intentaban derribar a los gobernantes,y pronto hubo quien se vali de esta ayuda para acabar con ellos.

    Pero fresca an la memoria de la tirana monrquica y de las ofensasrecibidas de la tirana oligrquica, derribada sta, no quisieron restableceraqulla, y organizaron el rgimen popular o democrtico para que laautoridad suprema no estuviera en manos de un prncipe o de unos cuantosnobles.

    Como a todo rgimen nuevo se le presta al principio obediencia,dur algn tiempo el democrtico, pero no mucho, sobre todo cuandodesapareci la generacin que lo haba instituido, porque inmediatamentese lleg a la licencia y a la anarqua, desapareciendo todo respeto, lomismo entre autoridades que entre ciudadanos, viviendo cada cual como leacomodaba y causndose mil injurias; de suerte que, obligados por lanecesidad, o por sugestiones de algn hombre honrado, o por el deseo determinar tanto desorden, volvise de nuevo a la monarqua, y de sta, degrado en grado y por las causas ya dichas, se lleg otra vez a la anarqua.

    Tal es el crculo en que giran todas las naciones, ya sean gobernadas,ya se gobiernen por s; pero rara vez restablecen la misma organizacingubernativa, porque casi ningn Estado tiene tan larga vida que sufra

    muchas de estas mutaciones sin arruinarse, siendo frecuente que por tantostrabajos y por la falta de consejo y de fuerza quede sometido a otro Estadovecino, cuya organizacin sea mejor. Si esto no sucede, se le ver sufrirperpetuamente los referidos cambios.

    Digo, pues, que todas estas formas de gobierno son perjudiciales;las tres que calificamos de buenas por su escasa duracin, y las otras trespor la malignidad de su ndole. Un legislador prudente que conozca estosdefectos, huir de ellas, estableciendo un rgimen mixto que de todas

    participe, el cual ser ms firme y estable; porque en una Constitucindonde coexistan la monarqua, la aristocracia y la democracia, cada uno deestos poderes vigila y contrarresta los abusos de los otros.

    Entre los legisladores ms clebres por haber hecho constitucionesde esta ndole, descuella Licurgo, quien organiz de tal suerte la de Esparta,

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    que, distribuyendo la autoridad entre el rey, los grandes y el pueblo, fundun rgimen de ms de ochocientos aos de duracin, con gran gloria suya y

    perfecta tranquilidad del Estado.Lo contrario sucedi a Soln, legislador de Atenas, cuya Constitucinpuramente democrtica dur tan poco, que antes de morir su autor vionacer la tirana de Pisstrato, y si bien a los cuarenta aos fueron expulsadoslos herederos del tirano, recobrando Atenas su libertad y el poder la demo-cracia, no lo tuvo sta conforme a las leyes de Soln, ms de cien aos;aunque para sostenerse hizo contra la insolencia de los grandes y la licen-cia del pueblo multitud de leyes que Soln no haba previsto. Por notemplar el poder del pueblo con el de los nobles y el de aqul y de stos conel de un prncipe, el Estado de Atenas comparado con el de Esparta vivibrevsimo tiempo.

    Pero vengamos a Roma. No tuvo un Licurgo que la organizara alprincipio de tal modo que pudiera vivir libre largo tiempo; pero fueron, sinembargo, tantos los sucesos ocurridos en ella por la desunin entre la plebey el Senado, que aquello que no hizo un legislador fue obra del acaso. Noconsigui al principio un rgimen perfecto; pero lo tuvo despus, porquelos defectos de la primera Constitucin no la desviaron del camino quepoda conducirla a otra ms perfecta.

    Rmulo y todos los dems reyes hicieron muchas y buenas leyesapropiadas a la libertad; pero como su propsito era fundar un reino y nouna repblica, cuando se estableci sta, faltaban bastantes institucionesliberales que eran precisas y no haban dado los reyes.

    Sucedi, pues, que al caer la monarqua por los motivos y sucesossabidos, los que la derribaron establecieron inmediatamente dos cnsules,quienes ocupaban el puesto del rey, de suerte que desapareci de Roma el

    nombre de ste, pero no la regia potestad. Los cnsules y el Senado hacanla Constitucin romana mixta de dos de los tres elementos que hemosreferido, el monrquico y el aristocrtico. Faltaba, pues, dar entrada alpopular.

    Lleg la nobleza romana a hacerse insolente, por causas que despusdiremos, y el pueblo se sublev contra ella. A fin de no perder todo supoder, tuvo que conceder parte al pueblo; pero el Senado y los cnsulesconservaron la necesaria autoridad para mantener su rango en el Estado.

    As naci la institucin de los tribunos de la plebe, que hizo ms estable laConstitucin de aquella repblica por tener los tres elementos la autoridad queles corresponda.

    Tan favorable le fue la fortuna, que aun cuando la autoridad pas delos reyes y de los grandes al pueblo, por los mismos grados y por lasmismas causas antes referidas, sin embargo, no abolieron por completo el

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    poder real para aumentar el de los nobles, ni se priv a stos de toda suautoridad para darla al pueblo, sino que haciendo un poder mixto, se

    organiz una repblica perfecta, contribuyendo a ello la lucha entre elSenado y el pueblo, segn demostraremos en los dos siguientes captulos.

    Captulo III

    Acontecimientos que ocasionaron en Roma la creacin de los tribunosde la plebe, perfeccionando con ella la Constitucin de la repblica

    Segn demuestran cuantos escritores se han ocupado de legislaciny prueba la historia con multitud de ejemplos, quien funda un Estado y leda leyes debe suponer a todos los hombres malos y dispuestos a emplear sumalignidad natural siempre que la ocasin se lo permita. Si dicha propensinest oculta algn tiempo, es por razn desconocida y por falta de motivopara mostrarse; pero el tiempo, maestro de todas las verdades, la ponepronto de manifiesto.

    Pareci que exista en Roma entre el Senado y la plebe, cuandofueron expulsados los Tarquinos, grandsima unin, y que los nobles,depuesto todo el orgullo, adoptaban las costumbres populares, hacindosesoportables hasta a los ms humildes ciudadanos. Obraron de esta maneramientras vivieron los Tarquinos, sin dar a conocer los motivos, que eran elmiedo a la familia destronada y el temor de que, ofendida la plebe, sepusiera de parte de ella. Trataban, pues, a sta con grande benevolencia.Pero muertos los Tarquinos y desaparecido el temor, comenzaron a escupir

    contra la plebe el veneno que en sus pechos encerraban, ultrajndola cuantopodan, lo cual prueba, segn hemos dicho, que los hombres hacen el bienpor fuerza; pero cuando gozan de medios y libertad para ejecutar el mal,todo lo llenan de confusin y desorden.

    Se dice que el hambre y la pobreza hacen a los hombres industriosos,y las leyes buenos. Siempre que sin obligacin legal se obra bien, no sonnecesarias las leyes; pero cuando falta esta buena costumbre, son indispen-sables. Por ello al desaparecer todos los Tarquinos, quienes, por el temor

    que inspiraban, servan de freno a la nobleza, preciso fue pensar en nuevaorganizacin capaz de producir el mismo resultado que los Tarquinosvivos; y despus de muchas perturbaciones, tumultos y peligros ocurridos

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    entre la nobleza y la plebe, se lleg para seguridad de sta a la creacin delos tribunos, dndoles tanto poder y autoridad, que constituyeron entre el

    Senado y el pueblo una institucin capaz de contener la insolencia de losnobles.

    Captulo V

    Dnde estar ms segura la guardia de la libertad, en manos de losnobles o en las del pueblo, y quines sern los que den ms motivos dedesrdenes, los que quieren adquirir o los que desean conservar?

    Los que prudentemente han organizado repblicas instituyeron entrelas cosas ms necesarias una guardia de la libertad, y segn la eficacia deaqulla es la duracin de sta. Habiendo en todas las repblicas una clasepoderosa y otra popular, se ha dudado a cul de ellas debera entregarseesta guardia. En Lacedemonia antiguamente, y en nuestros tiempos enVenecia, estuvo y est puesta en manos de los nobles; pero los romanos lapusieron en las de la plebe. Es preciso, en consecuencia, examinar culesde estas repblicas tuvieron mejor eleccin. Poderosas razones hay deambas partes; pero atendiendo a los resultados, es preferible darla a losnobles, porque en Esparta y en Venecia ha tenido la libertad ms larga vidaque en Roma.

    Acudiendo a las razones, y para tratar primero de lo que a losromanos concierne, dir que la guardia de toda cosa debe darse a quienmenos deseo tenga de usurparla. Y si se considera la ndole de nobles yplebeyos, se ver en aqullos gran deseo de dominacin; en stos de no serdominados, y, por tanto, mayor voluntad de vivir libres, porque en ellos

    cabe menos que en los grandes la esperanza de usurpar la libertad. Entrega-da, pues, su guardia al pueblo, es razonable suponer que cuide de mantenerla,porque no pudiendo atentar contra ella en provecho propio, impedir losatentados de los nobles.

    Aqullos, al contrario, defienden el sistema espartano y veneciano;dicen que quienes entregan la guardia de la libertad a los nobles, hacen doscosas buenas: satisfacer la ambicin de los que teniendo mayor parte en elgobierno del Estado, al poseer esta guardia, se encuentran ms satisfechos;

    y otra, privar al nimo inquieto de la plebe de una autoridad que es causade infinitas disensiones y escndalos en las repblicas, y motivo a propsitopara que la nobleza ejecute algn acto de desesperacin, ocasionando en loporvenir funestos resultados.

    Como ejemplo de ello presentan a la misma Roma, donde no bast a

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    la plebe que sus tribunos tuvieran esta autoridad en sus manos, ni que uncnsul fuera plebeyo, sino quiso que los dos lo fuesen, y despus la censura,

    la pretura y todos los altos cargos de la repblica. No satisfecha la plebecon tales aspiraciones e impulsada por desmedida ambicin, lleg con eltiempo a adorar a los hombres que consideraba aptos para combatir a lanobleza, ocasionando con ello el predominio de Mario y la ruina de Roma.

    En verdad, discurriendo imparcialmente, cabe dudar a quin convieneentregar la guardia de la libertad, no sabiendo quines son ms nocivos enuna repblica: los que desean conquistar lo que no tienen o los que aspirana conservar los honores adquiridos.

    Quien examine el asunto con madurez, llegara a la siguiente con-clusin: o se trata de una repblica dominadora, como Roma, o de una queslo quiere vivir independiente.

    En el primer caso tiene que hacerlo todo como Roma lo hizo, y en elsegundo puede imitar a Venecia y a Esparta ().

    Captulo IX

    De cmo es necesario que sea uno soloquien organice o reorganice una repblica

    Acaso parezca a alguno que he hablado ya mucho de la historiaromana sin hacer antes mencin alguna de los fundadores de dicha repblica,ni de sus instituciones religiosas y militares, y no queriendo que esperenms los que acerca de esto desean saber algo, dir que muchos considera-ron malsimo ejemplo que el fundador de la Constitucin de un Estado,

    como lo fue Rmulo, matara primero a un hermano suyo y consintieradespus la muerte de Tito Tacio Sabino, a quien haba elegido por compaeroo asociado en el mando supremo, y hasta juzgaran por ello que losciudadanos podan, a imitacin de la conducta de su prncipe, por ambicino deseo de mando, ofender a cuantos se opusieran a su autoridad. Estaopinin parecera cierta si no se considerase el fin que le indujo a cometertal homicidio. Pero es preciso establecer como regla general que nunca orara vez ocurre que una repblica o reino sea bien organizado en su origen

    o completamente reformada su Constitucin sino por una sola persona,siendo indispensable que de uno solo dependa el plan de organizacin y laforma de realizarla.

    El fundador prudente de una repblica que tenga ms en cuenta elbien comn que su privado provecho, que atienda ms a la patria comn

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    que su provecho privado, que atienda ms a la patria comn que a su propiasucesin, debe, pues, procurar que el poder est exclusivamente en sus

    manos. Ningn hombre sabio censurar el empleo de algn procedimientoextraordinario para fundar un reino u organizar una repblica; pero convieneal fundador que, cuando el hecho le acuse, el resultado le excuse; y si stees bueno, como sucedi en el caso de Rmulo, siempre se le absolver.Digna de censura es la violencia que destruye, no la violencia quereconstruye. Debe, sin embargo, el legislador ser prudente y virtuoso parano dejar como herencia a otro la autoridad de que se apoder, porque,siendo los hombres ms inclinados al mal que al bien, podra el sucesoremplear por ambicin los medios a que l apel por virtud. Adems, sibasta un solo hombre para fundar y organizar un Estado, no durara stemucho si el rgimen establecido dependiera de un hombre solo, en vez deconfiarlo al cuidado de muchos interesados en mantenerlo. Porque ascomo una reunin de hombres no es apropiada para organizar un rgimende gobierno, porque la diversidad de opiniones impide conocer lo ms til;establecido y aceptado el rgimen, tampoco se ponen todos de acuerdopara derribarlo.

    Que Rmulo mereciese perdn por la muerte del hermano y delcolega y que lo hizo por el bien comn y no por propia ambicin, lodemuestra el hecho de haber organizado inmediatamente un Senado que leaconsejara, y a cuyas opiniones ajustaba sus actos.

    Quien examine bien la autoridad que Rmulo se reserv, ver queslo fue la de mandar el ejrcito cuando se declarara la guerra y la deconvocar el Senado. Apareci esto evidente despus, cuando Roma lleg aser libre por la expulsin de los Tarquinos, porque, de la organizacinantigua, slo se innov que al rey perpetuo sustituyeran dos cnsules

    anuales, lo cual demuestra que el primitivo rgimen de la ciudad era msconforme a la vida civil y libre de los ciudadanos, que desptico y tirnico().

    Captulo XVI

    El pueblo acostumbrado a vivir bajo la dominacin de un prncipe,

    si por acaso llega a ser libre, difcilmente conserva la libertad

    Infinitos ejemplos que se leen en las historias antiguas prueban cundifcil es a un pueblo acostumbrado a vivir bajo la potestad de un prncipe,mantenerse libre si por acaso conquista la libertad, como Roma al expulsar

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    a los Tarquinos. Esta dificultad es razonable porque el pueblo que en talcaso se encuentra, es como un animal fiero criado en prisin, que si se le

    deja libre en el campo, a pesar de sus instintos salvajes, faltndole lacostumbre de buscar el pasto y el refugio, es vctima del primero quequiere aprisionarlo. Lo mismo sucede a un pueblo habituado al gobiernoajeno: no sabiendo decidir en los casos de defensa u ofensa pblica, noconociendo a los prncipes, ni siendo de ellos conocido, pronto recae en elyugo, el cual es muchas veces ms pesado que el que poco antes se quitdel cuello.

    Y tropieza con esta dificultad aun en el caso de no estar del todocorrompido, porque si ha penetrado por completo la corrupcin, no ya pocotiempo, ni un instante puede vivir libre, segn demostraremos. Me refiero,pues, a los pueblos donde la corrupcin no es muy extensa y donde hayms bueno que malo.

    A la dificultad citada adase otra, cual es que el Estado, al llegar aser libre, adquiere enemigos y no amigos. Enemigos llegan a serlo cuantosmedran con los abusos de la tirana y se enriquecen con el dinero delprncipe. Privados de los medios de prosperar, no es posible que vivansatisfechos, y vense obligados a intentar todos los medios para restablecerla tirana y volver a su antiguo bienestar. Y no adquiere amigos, segn hedicho, porque el vivir libre supone que los honores y premios se dancuando y a quien los merezca, y los que se juzgan con derecho a lasutilidades y honores, si los obtienen no confiesan agradecimiento a quiense los da. Adems, los beneficios comunes que la libertad lleva consigo, elgoce tranquilo de los bienes propios, la seguridad del respeto al honor delas esposas y de las hijas, y la garanta de la independencia personal, nadielos aprecia en lo que valen mientras los posee, por lo mismo que nadie cree

    estar obligado a una persona que no le ofenda.Resulta, pues, segn he dicho, que, al conquistar la libertad un

    Estado, adquiere enemigos y no amigos; y que para evitar estosinconvenientes y los desrdenes que acarrean, no hay otro remedio mejor,ni ms sano, ni ms necesario que el aplicado al matar a los hijos de Bruto,quienes, como demuestra la historia, fueron inducidos con otros jvenesromanos a conspirar contra su patria por no gozar, bajo el gobierno de loscnsules, de los privilegios que tenan durante la monarqua, hasta el punto

    de parecer que la libertad de aquel pueblo era para ellos la esclavitud.

    5 Apenas el pueblo dej de temerle, tuvo deseo de l.6 As es la ndole de la multitud: o sirve con humildad, o domina con

    insolencia.

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    Quien toma a su cargo gobernar un pueblo con rgimen monrquicoo republicano, y no se asegura contra los enemigos del nuevo orden de

    cosas, organiza un Estado de corta vida. Juzgo, en verdad, infelices a losprncipes cuando para mantener su autoridad y luchar con la mayora desus sbditos necesitan apelar a vas extraordinarias; porque quien tienepocos enemigos, fcilmente y sin gran escndalo se defiende de ellos; perocuando la enemistad es de todo un pueblo, vive mal seguro, y cuanta mayorcrueldad emplea, tanto ms dbil es su reinado. El mejor remedio en talcaso es procurarse la amistad del pueblo.

    Lo dicho en este captulo se aparta de lo referido en el anterior,porque aqu hablo de la monarqua y all de la repblica. Aadir brevesobservaciones para no tratar ms esta materia.

    Cuando un prncipe quiere ganarse la voluntad de un pueblo que lesea enemigo (y me refiero a los prncipes que llegaron a ser tiranos de supatria), debe estudiar primero lo que el pueblo desea, y sabr que siemprequiere dos cosas: vengarse de los que han causado su servidumbre, yrecobrar su libertad. El primero de estos deseos puede satisfacerlo el prncipepor completo; el segundo, en parte ().

    Respecto a la otra aspiracin popular, la de recobrar la libertad,aspiracin que el prncipe no puede satisfacer, si se examinan las causas ymotivos porque los pueblos desean ser libres, se ver que un corto nmerode ciudadanos quieren libertad para mandar, y todos los dems, que soninfinitos, para vivir seguros. En todas las repblicas hay, en efecto, cualquieraque sea su organizacin, cuarenta o cincuenta ciudadanos que aspiran amandar, y, por ser tan pequeo el nmero, fcil es asegurarse contra suspretensiones: o deshacindose de ellos, o repartindoles los cargos y honoresque, conforme a su posicin, puedan satisfacerles. A los que slo desean

    vivir seguros, se les contenta tambin fcilmente, estableciendo buenasinstituciones y leyes que garanticen sus derechos y la seguridad de ejercer-los. Cuando un prncipe haga esto y el pueblo vea que por ningn accidenteson quebrantadas las leyes, vivir al poco tiempo seguro y contento ().

    Captulo LVIII

    La multitud sabe ms y es ms constante que un prncipe

    Nada hay tan mvil e inconstante como la multitud. As lo afirmannuestro Tito Livio y todos los dems historiadores. Ocurre, en efecto, confrecuencia, al relatar los actos humanos, que la muchedumbre condena a

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    alguno a muerte y, despus de muerto, deplora grandemente su sentencia yecha de menos al castigado. As sucedi al pueblo romano cuando conden

    a muerte a Manlio Capitolino, y dice nuestro autor: Populum brevi,posteaquam ab eo periculum nullum erat, desiderium ejus tenuit.5 Y enotro lugar, cuando refiere lo ocurrido en Siracusa a la muerte de Hiernimo,sobrino de Hiern, aade:Haec natura multitudinis est: aut umiliter servit,aut superbe dominatur6

    No s si al defender cosa que, segn he dicho, todos los escritorescensuran, acometo empresa tan difcil que necesite renunciar a ella aver-gonzado o seguirla, expuesto a un fracaso; pero, sea como fuere, creo ycreer siempre acertado mantener todas las opiniones cuando no se empleapara ello ni ms autoridad ni ms fuerza que la de la razn.

    Digo, pues, que del mismo defecto que achacan los escritores a lamultitud se puede acusar a todos los hombres individualmente y en particu-lar a los prncipes, porque cuantos no necesiten ajustar su conducta a lasleyes cometern los mismos errores que la multitud sin freno. Esto secomprueba fcilmente, porque de los muchsimos prncipes que ha habido,son muy pocos los buenos y los sabios. Me refiero a los que han podidoromper el freno que contena sus acciones, no a los que nacan en Egiptocuando en tan remota antigedad se gobernaba aquel Estado conforme a lasleyes, ni a los que nacidos en Esparta, ni a los que en nuestros tiemposnacen en Francia, que es el reino ms ajustado a las leyes de cuantos ahoraconocemos. Los reyes que gobiernan conforme a tales constituciones nopueden figurar entre aquellos cuyo carcter y acciones sean objeto deestudio y comparacin con los actos de la multitud. A ellos slo puedencomparrseles los pueblos que tambin viven dentro de la observancia delas leyes, y se ver en stos la misma bondad que en aqullos, sin que

    exista la soberbia en el mando ni la humillacin en la obediencia ().Pero en lo dicho por nuestro historiador sobre la ndole de la multitud,

    no se refiere a la que vive con arreglo a las leyes, como viva la romana,sino a la desenfrenada, como la de Siracusa, igual en sus errores a loshombres furiosos y sin freno, cual lo estaban Alejandro Magno y Herodesen los citados casos. No se debe, pues, culpar a la multitud ms que losprncipes, porque todos cometen demasas cuando no hay que les contenga.Adems de los ejemplos referidos, podra citar muchsimos de emperadores

    romanos y de otros tiranos y prncipes en quienes se observa tantainconstancia y tantos cambios de vida, como puede encontrarse en cualquieramultitud. Afirmo, por tanto, y aseguro contra la comn opinin de que lospueblos cuando dominan con ser veleidosos, inconstantes e ingratos, noson mayores sus faltas que las de los reyes. Quien censura por igual las de

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    unos y otros dice la verdad, pero no si excepta a los reyes; porque elpueblo que ejerce el mando y tiene buenas leyes ser tan pacfico, prudente

    y agradecido como un rey, y aun mejor que un rey querido por sabio. Alcontrario: un prncipe no refrenado por las leyes ser ms ingrato, inconstantee imprudente que un pueblo. Las variaciones de conducta en pueblos yreyes no nacen de diversidad de naturaleza, porque en todos es igual, y, sialguna diferencia hubiese, sera en favor del pueblo, sino de tener ms omenos respeto a las leyes bajo las cuales viven. Quien estudie al puebloromano lo ver durante cuatrocientos aos enemigo de la monarqua yamante del bien pblico y de la gloria de su patria, atestigundolomuchsimos ejemplos. Si alguien alegase en contra su ingratitud conEscipin, responder refirindome a lo dicho extensamente sobre estamateria para demostrar que los pueblos son menos ingratos que los prncipes.

    Respecto a la prudencia y a la constancia, afirmo que un pueblo esms prudente y ms constante que un prncipe. No sin razn se compara lavoz del pueblo a la de Dios, porque los pronsticos de la opinin pblicason a veces tan maravillosos, que parece dotada de una oculta virtud paraprever sus males y sus bienes. Respecto al juicio que de las cosas se formacuando oye a dos oradores de igual elocuencia defender encontradas opi-niones, rarsima vez ocurre que no se decida por la opinin ms acertada yque no sea capaz de discernir la verdad en lo que oye. Y si respecto aempresas atrevidas o juzgadas tiles se equivoca algunas veces, muchasms lo hacen los prncipes impulsados por sus pasiones, mayores que lasde los pueblos. Sus elecciones de magistrados tambin son mejores que lasde los prncipes, pues jams se persuadir a un pueblo de que es buenoelevar a estas dignidades a hombres infames y de costumbres corrompidas,y por mil vas fcilmente se persuade a un prncipe. Un pueblo, cuando

    empieza a cobrar aversin a una cosa, conserva este sentimiento durantesiglos, lo cual no sucede a los prncipes. De ambas cosas ofrece el puebloromano elocuentes ejemplos, pues en tantos siglos y en tantas eleccionesde cnsules y de tribunos no hizo ms de cuatro de que tuviera quearrepentirse, y su aversin a la dignidad real fue tan grande, que ningunaclase de servicios libr del merecido castigo a cuantos ciudadanos aspira-ron a ella.

    Ntase adems que los Estados donde el pueblo gobierna, en

    brevsimo tiempo toman gran incremento, mucho mayor que los que hansido siempre gobernados por prncipes; como sucedi en Roma despus dela expulsin de los reyes, y en Atenas cuando se libr de Pisstrato.

    Sucede as porque es mejor el gobierno popular que el real, y aunquecontradiga esta opinin ma lo que nuestro historiador dice en el citado

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    texto y en algunos otros, afirmar que comparando los desrdenes de lospueblos con los de los prncipes y la gloria de aqullos con la de stos, se

    ver la gran superioridad del pueblo en todo lo que es bueno y glorioso.Si los prncipes son superiores a los pueblos en dar leyes y enformar nuestros cdigos polticos y civiles, los pueblos les superan enconservar la legislacin establecida, aumentando as la fama del legislador.

    En suma, y para terminar esta materia, dir que tanto han durado lasmonarquas como las repblicas; unas y otras han necesitado leyes a queajustar su vida; porque el prncipe que puede hacer lo que quiere es uninsensato, y el pueblo que se encuentra en igual caso no es prudente.

    Comparados un pueblo y un prncipe, sujetos ambos a las leyes, se vermayor virtud en el pueblo que en el prncipe; si ambos no tienen freno,menos errores que el prncipe cometer el pueblo y los de ste tendrnmejor remedio; porque un hombre honrado y respetable puede hablar a unpueblo licencioso y desordenado y atraerlo fcilmente con su elocuencia abuena va, y la maldad de un prncipe no se corrige con palabras, sino conla fuerza. Puede, pues, conjeturarse la diferencia de enfermedad por lodistintas que son las medicinas; pues la de los pueblos se cura con palabrasy la de los prncipes necesita hierro. Todos comprendern que la mayorenerga del remedio corresponde a mayores faltas. De un pueblocompletamente desordenado no se temen las locuras que hace, no se temeel mal presente, sino el que puede sobrevenir, pues de la confusin y laanarqua nacen los tiranos; pero con los prncipes sin freno sucede locontrario: se teme el mal presente y se espera en lo porvenir, persuadindoselos hombres de que a su mala vida pueda suceder alguna libertad. Notad,pues, la diferencia entre uno y otro para lo que es y para lo que ha de ser.

    La multitud se muestra cruel contra los que teme que atenten al bien

    comn, y el prncipe contra quienes l sospeche que son enemigos de suinters personal. La preocupacin contra los pueblos nace de que todo elmundo puede libremente y sin miedo hablar mal de ellos, aun en las pocasde su dominacin, mientras de los prncipes se habla siempre con grantemor y grandsimas precauciones ().

    Libro Tercero

    Captulo IX

    De cmo conviene variar con los tiempossi se quiere tener siempre buena fortuna