Artúrica

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Trilogía de poemas

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Page 1: Artúrica

E D U A R D O B. M. A L L E G R I

19822015

ARTÚRICA

I.Lamento de Sir Lancelot

por amor penitente

III.Al fin canta Ginebra

su amor desde su celda

II.Memorias y dolorespor el amor del Rey

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E D U A R D O B. M. A L L E G R I

19822015

ARTÚRICA

I.Lamento de Sir Lancelot

por amor penitente

III.Al fin canta Ginebra

su amor desde su celda

II.Memorias y dolorespor el amor del Rey

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Los originales de estos versos datan de junio de1982. Primero manuscritos y después mecanografiados,circularon sólo entre un grupo reducido de lectores.

Es la primera vez que se componen en un libroy de ese modo quedarán de aquí en más, para darlesuna vestimenta que, entiendo, se han ganado, siquierapor insistencia y paciencia.

No han sido corregidos ni modificados desde sunacimiento, cosa que ocurrió en una época en la queun servidor se ocupaba con interés de cuestiones delas que aquí se trata en parte: Arturo y sus asuntos.

Tal vez esté allí la explicación. Probablemente,fundado en aquellas lecturas, estaba más seguro porentonces de su contenido y, ya ahora como su editor,confié en el autor que, presumo, sabía lo que estabadiciendo.

Pero publicarlos ahora es antes que nada unhomenaje a la felicidad que había en aquellos asuntosen aquellos días. Si con estas páginas -por pobres quesean- se salda esa deuda de alegría, bien está.

Este libro

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I.

Sí, Ginebra de Camelot, espada de por medio.¿Y qué si no la espada me habría detenido?La espada y no mi amor que vaga penitentepor las marismas anchas de neblinas obscuras;

por el monte y el bosque, por los grises pantanos.

Sí, Ginebra de Camelot, la de los ojos verdesy claros como el agua ambarina del mar,

del mar profundo y claro y verde de la costadel país de las verdes praderas y los vientossuavísimos de un Puerto añorado del Oeste.

Sí, Ginebra de Camelot, por la sombra del murova creciendo trepada la hiedra de mis manosy de las notas tristes que protestan mi amor.¿Adónde te marchaste? En el Bosque Plateadoy obscuro, por la tarde, hay vahos de silencio.

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Sí, Ginebra de Camelot, una piedra dormida,del tiempo en que los hombres leían las entrañas

regada por la sangre de bueyes y corderos,recubrió su vergüenza y vejez con el musgo,el que usaba mi madre para iniciar un filtro.

Sí, Ginebra de Camelot, ¿y qué sino la espadame habría detenido de tenerte a mi lado

en la noche sin luna en el bosque de mayo?Ni he bebido los filtros, ni he pedido la magia

y, espada de por medio, no he faltado a mi Rey.

Sólo cantó la alondra, después el ruiseñor,y cuando vino el alba un coro destempladode búhos agoreros. Me desperté y la sombra

de la noche en contraste con tu cuerpo dormidoy brillante a mi lado, al fin me hirió de muerte.

¡Ay, Ginebra de Camelot, ya fui tu caballero!De todos apartado y sólo a tu servicio.

Vagando por tu nombre y tu velo. Enamoradocon un amor hiriente que se me hincó en la carnepero que, por su herida, sólo me sangró el alma.

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¡Ay, Ginebra de Camelot, yo vestí tus colores!Y a mi lanza tus ojos hicieron de estandarte.

Me quedan los recuerdos, mi lanza la he perdido;y agrego con el tiempo a mi sayal andrajos;y buscan los caminos las llagas de mis pies.

¡Ay, Ginebra de Camelot, el Reino, impuro, gime!Se dice que esa noche en el bosque de mayomis brazos abrazaron, ardidos, temblorosos.Y una luna de bronces y platas estridentes

danzó rayos de fuego en mi pecho y mi espalda.

Tú, Ginebra de Camelot, silvestre, adormecida,deshiciste tu pelo entre matas de hierba.

Se dice que entre voces muy dulces nuestros ojosnos privaron de vista. Yo apenas si recuerdo

como un rumor de fieras rondando entre los árboles.

¡Ay, Ginebra mi Reina, el Reino se ha perdido!La Tabla se ha deshecho, las torres ya no brillan.

Y mi Rey y mi sombra van enfermos de invierno.Se me astilló en la mano mi bastón peregrinoy el abeto y el roble ya no quiere dar hojas.

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Está pronta la hora, mi amiga. Me preparo.Ha brotado del tronco del fresno ya una ramay el arroyo susurra y va entre rocas cómplicesotra vez a la sombra del Gran Árbol de Plata.

Mi cuerpo se hace tierra en la raíz de un álamo.

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La veo bajo el cielo, mi almena firme luce.Mi almena predilecta, la almena dolorosa.

Desde allí en las mañanas de mayo interminablesyo miraba hacia el Bosque más allá del arroyo.

Y el viento de un invierno imprevisto me hería.

Desde sus torres grises a voces te llamaba,Ginebra, mi Señora. La Dama de mi Reino.

¡Qué lejos parecían las ramas retorcidas!¡Qué negras noches tuvo la sala del Castillo

recorrida sin risas ni copas rebosantes!

¡Qué tristes se pusieron, ociosos, mi caballoy mi espada, la espada nacida de la Piedra!

Rechinaba el escudo golpeando en las paredesextrañando los golpes de enemigos y amigosen las dulces mañanas floridas de torneos.

II.

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¡Cómo extrañé las flores que adornaban tu pelo!Y tus ojos quebrando la tristeza y el odio.Y mis ojos temblaban mirando la dulzurade tus ojos serenos, como barca en el mar.Ginebra, tempestades arrasaron mi nave.

¿Olvidaste los días de la Promesa Regia?¿Acaso no te ardían los labios de mentirme?

¿No se hundieron tus ojos de mar en los abismos,en los mismos abismos del mar? ¿No se crisparon

tus manos al tomarte mis manos la Promesa?

¿No recuerdas el tiempo en que fui tu Señory admirabas el golpe seguro de mi brazo;y amabas la justicia que mis labios dictaban;y mi suave indulgencia que dictaba tu boca?

¿Quién te apartó del cetro y del trono de mi alma?

Una noche, en la almena, con la luna de mayome desveló una alondra, después el ruiseñory un coro destemplado de búhos agoreros.

En la aurora de mayo se me vertió en los ojosuna visión: dos gotas del bronce más ardiente.

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¡Ay, dolor por el amigo infiel y por mi Dueña!¡Ay, mi Señora en brazos del buitre de mi honra!¡Ay, mi furia en mi almena y mi grito dolido!¡Ay, mi lecho y mi diestra, vacíos, profanados!

Ginebra, hay tempestades y ruinas en los bosques.

Y las nieblas tempranas de mayo me cubrierony hubo heridas de muerte con mi espada perdida,dejada entre los cuerpos dormidos en traición.

¡Ay, mi Reino y mi Dama! ¡Ay, mi amigo y mi fe!Se llenaba de lutos y rumores mi casa.

Me asediaron. Ardieron las piras de los sitios.Y en piras se quemaban las especies maléficas.La muerte fue costumbre entre mis caballeros

y hubo viento en mi almena y brisas renegridas.Mi Bienhechor guardaba un silencio inquietante.

Un día, un nuevo mayo, la salud me impusieronayudando a mis manos a llevar a mi boca

una Copa de Plata, dos manos puras, jóvenes.Y volvió a alzarse el brazo y yo grité en secretolas letras de tu nombre ya limpio con tu llanto.

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Ya pasaron las horas y días de mi tiempo.Mi amigo, mi estandarte, con muerte penitente

fue gentil aceptando humilde mi perdón.La Barca que me lleva a la Tierra Olvidada

vendrá a buscarte pronto, Ginebra, mi Señora.

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III.

Se serena y serena mi celda voluntaria.Señor, no te imaginan mis ojos caminandoentre rocas y matas, entre abetos y flores

blandiendo al aire el llanto, sufriendo lejanías;y amando las distancias o alegre por las noches

Pues mis ojos te amaron y te vieron radiantey no olvidan tus ojos brillando bajo el sol.

Y una vez que te vieron mis ojos te llevaronen secreto profundo, como el mar al abismo.Ni ahora, con tu risa, olvidarán que amabas

las flores en mi pelo, mi pelo entre la hierba.Que nada con mi ausencia para ti florecía;y que, sólo alejarme, tú ya estabas tañendolas cuerdas temblorosas, temblorosa la voz.

Y lejos, aun tan lejos, Señor, yo te escuchaba

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aquellas notas tristes de tu amor penitente.Y entonces se volvían, Señor, todas las cosas:los cedros y las piedras, los fresnos y las flores;

las aguas del arroyo corriendo sigilosasy abejas en el aire y en el bosque los ciervos.

Señor, todos oían que cantaba tu bocay todo se quedaba atento, suspendido.

Y el corazón golpeaba los bordes de mi pechoy arrastrado salía a buscarte y rendirse

para hacer que olvidaras tus dolores de amor.

Y oyendo en lejanía tu canto lastimadoyo cerraba mis ojos y era tibia la noche.

Un sueño me cegaba y vago era el rumor;tan suaves las palabras, y las notas tan dulces

trepando como hiedras por mis brazos inmóviles.

Desde entonces no tengo la mirada segurao aún sueño con mis ojos por la magia engañosa

o la noche demora con engaños la luz.Y arden en mis manos palabras y promesas;

Señor, tus brazos ciñen mi cintura con pétalos

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de alguna flor ardida, sutil y colorada.¡Ay, Señor, mi Señor! Un ruiseñor cantandola suavidad del canto en las doradas hojas

del bosque claro y fresco, por mi ventana asoma.Y no hay ave ni bosque detrás de mi ventana.

Y despierto del sueño y se agita la alondrapara quedarse inmóvil en la rama del fresno.Ya canta dolorida, ya escucho cómo hablabas,

y en música secreta renace tu memoria.Y no hay fresno plateado, ni dolor de la alondra.

Hay un eco temible de un coro destempladode búhos agoreros. Es un eco. No cantan.

Susurran en las ramas más altas de la encina,de aquella encina negra que mis ojos no ven

y que cimbra y que silba al viento de la aurora.

Pero es mayo. Hay gaviotas y yo presiento el mary adivino tus huellas, Señor, las que dejasteanoche que anduviste perdido por la playa.Y en la brisa de mayo, otro mayo aparece…El tiempo se desliza por mi celda serena.

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La luna me ha dejado unas hojas de álamoentre las piedras firmes que no pisan mis pies,

las piedras de mi celda serena y elegida.Ya no pido la muerte, Señor, ni la distancia.Y aquí espero la hora, Señor, para servirte.

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