cuentos colomianos

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 A&L  J OSÉ  A. S ILVA: “Futur o” – “ A Diego F allon” – “Lázaro” – “El recluta   J. A . O SORIO L IZARAZO:  “Hombres del subsuelo” – “Los parias del mundo” H  ER NAND O T  ÉLL EZ : “Espuma y nada más”  J UAN  M  ANU EL  R OCA  & AUGUSTO  R  END ÓN Poesía • Crónica • Cuento • Grabado D irector,    ANT IA GO  M UTIS  ua n a nue l oca, arm en sc oba r, arlos ara njo, antiago sp ino sa, ata lia obl edo.  RTES   &   ETRAS     A   u   g   u   s   t   o    R   e   n    d    ó   n  ,    M   e   m   o   r    i   a    d   e   n   e   g   r   a   s   c   a   c   e   r    í   a   s  .

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es una recopilación de cuentos colombianos

Transcript of cuentos colomianos

  • A&L

    JOS A. SILVA: Futuro A Diego Fallon Lzaro El recluta

    J. A. OSORIO LIZARAZO: Hombres del subsuelo Los parias del mundo

    HERNANDO TLLEZ: Espuma y nada ms

    JUAN MANUEL ROCA & AUGUSTO RENDN

    Poes a Crnica Cuento Grabado

    Director, SANTIAGO MUTISJuan Manuel Roca, Carmen Escobar, Carlos Naranjo, Santiago Espinosa, Natalia Robledo.

    ARTES & LETRASA

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  • DESLINDE No. 41 117

    Deslinde

    JOS ASUNCIN SILVA (Bogot: 1865-1896)

    En Silva nos han obsesionado su muerte, la inteligente y silenciosa presencia de la bella Elvira, su hermana menor, y su vida en una Colombia avara para otorgar el derecho a subsistir. Silva encarn la dificultad y el destino de toda sensibilidad o vocacin artstica, en la naciente urbe nombrada hoy irnica-mente capital iberoamericana de la cultura. Nuestro querido Rafael Pombo (1896) le notific a nuestro querido Rufino Jos (Cuervo) y a su hermano ngel la muerte de Silva, as:

    Suicidio ayer o antenoche de Jos Asuncin Silva, segn unos por el juego de $4.000 de viticos de cnsul para Guatemala; por atavismo en parte, mucho por lecturas de novelistas, poetas y filsofos de moda. Tena a mano el Triunfo de la muerte por DAnnunzio y otros malos libros. Ignominioso, dejando solas una madre y una linda hermana, Julia.

    Y despus de darle paso a tan ignominiosa leyenda sobre esta tragedia, Pombo le habla a los Cuervo de los $3.000 en oro que pedir como adelanto a sus editores. Ms tarde Pombo escribir en uno de sus libros, dedicado a los nios: Mamita dame palo / pero dame qu comer.

    Bogot se encarniz con Silva, pues ella era incapaz de aceptar a un hombre con intereses distintos a las fi-nanzas, y porque consideraba la poesa un capricho, una pasin intil, incomprensible y estril. Desde ah viene todo nuestro rechazo a la poesa.

    Poeta, puedes hoy, talvez cansadoNo encontrar en tu mente vibradoraLa inspiracin robusta del pasado.Tu estrofa tuvo luz y olor de aurora...Hoy en lugar del canto donde vibraEl secreto ms ntimo del alma,Con perezosa lentitud cincelasDe tus modelos por la vieja norma,Las difciles frases, y persiguesLas mezquinas audacias de la forma.Y porque tu profunda poesa,Antes raudal de selva americanaEs hilo dbil de agua, que si brotaSe evapora al calor del mediodaY se pierde infecunda, gota a gota,No ves ahora que la turba impaQue al oirte cantar en tu maanaDe tu loco entusiasmo hiciera alarde,Hoy escarnece con su risa vana

    La soledad oscura de la tarde?...Y bien qu importa! Puedes, en lo densoDe tu otoal crepsculo sombro,Perfumar tus poemas con inciensoY al marchar, como un ciego, hacia el futuroSin amor, en la sombra que desmaya,Oyendo risas que el pasado evoquenPuedes morir. Qu importa!... Mientras hayaAlmas que sueen, labios que provoquen,Noches de duda, claras primaveras,Vrgenes muertas en el lecho froY sombras en las viejas catedrales,Olvidados tus msticos acentos,Vivirn tus estrofas magistralesY tu memoria vivir con ellas,Como entre las negruras del vacoLa lumbre sideral de las estrellas.

    Noviembre, 1886

    FUTUROA Rafael Pombo

  • 118 Marzo-mayo 2007

    Artes & Letras

    A DIEGO FALLON

    Cuando de tus estancias sonorosasLas solemnes imjenes,En los lejanos siglos veniderosYa no recuerde nadie;Cuando estn olvidados para siempreTus versos adorables,Y un erudito, en sus estudios lentos,Descubra a Nez de Arce,An hablarn, a espritus que sueenLas selvas secularesQue se llenan de nieblas y de sombrasAl caer de la tarde.

    Tendrn vagos murmullos misteriososEl lago y los juncales,Nacern los idiliosEntre el musgo, a la sombra de los rboles,Y seguir forjando sus poemasNaturaleza amanteQue rima en una misma estrofa inmensaLos leves nidos y los hondos valles.

    [1883]

    LZARO

    Ven, Lzaro! gritleEl Salvador, y del sepulcro negroEl cadver alzse entre el sudario,Ensay caminar, a pasos trmulos,Oli, palp, mir, sinti, dio un gritoY llor de contento.

    Cuatro lunas ms tarde, entre las sombrasDel crepsculo oscuro, en el silencioDel lugar y la hora, entre las tumbasDe antiguo cementerioLzaro estaba, sollozando a solasY envidiando a los muertos.

    EL RECLUTA

    Hasta que manos piadosasAlgn sepulcro le dieron,Al bajar de la caadaJunto a las matas de helecho,Destrozada la cabezaPor una bala rmington;Con la blusa de bayetaY la camisa de lienzo,Un escapulario santoColgado al huesoso cuello,Los pantalones de mantaManchados de barro fresco,Las rudas manos crispadas,Los ojos an abiertos,Y la sangre, ya viscosa,

    Pegndole los cabellos,Estuvo toda la nocheDe aquel combate sangrientoAbandonado el cadverDel pobre recluta muerto.

    Su nombre?... Un oscuro nombre...Dijunto Juan Abudelo,Cuando hablan de la campaaLo nombran los compaeros...Su madre?... Una pobre madre,Que en el rancho, al pie del cerro,Abandonada y estpidaPasa los das inciertos.Su vida?... una oscura vida,

  • DESLINDE No. 41 119

    Deslinde

    La vida vaga de un cuerpo,Que fue tranquila y sin odiosHasta en el cuartel infecto,Do penetrado de fro,Que le calaba los huesosY que tiritar le hacaBajo el bayetn deshecho,Conoci toda la angustiaDe largas noches sin sueo,Y de tristes soledades,El pobre recluta muerto.

    Los soldados que seguanEn titnicos esfuerzos,De Egipto a los arenalesY de Rusia a los desiertos,

    Al hombre de ojos de guilaY de caprichos de hierro,Tenan tras del reidoBatallar, largo y supremo,En cada voz un halago,En cada mandato un premio.Mas del capitn Londoo,Que fue su jefe en el Cuerpo,Slo conoci dos rdenesDe detencin y de cepo,Un planazo en las espaldasY el modo de gritar Juego!,Hasta la tarde en que, heridoEn el combate siniestro,Cay, gritando Adis, mam!,El pobre recluta muerto.

    [1886]

    Ren

    dn

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    nta

    Br

    bara

    .

  • 120 Marzo-mayo 2007

    Artes & Letras

    Una avioneta de un solo pasajero evolucionaba sobre el puerto, confundida con las gaviotas que investigan la pulcritud del agua en torno al

    bosque de proas, de gras y de chimeneas. La

    gente que en la drsena esperaba la llegada del

    ltimo barco, o que simplemente contemplaba

    el espectculo ungido con una nostalgia de

    distancias, se estremeci de pronto, cuando,

    herida por una falla del motor, la avioneta se

    precipit sobre el inmenso ro, y alz, al cho-

    car con el agua mvil, una pequea montaa

    lquida. Pronto se vio que el aviador haba

    logrado escapar de la diminuta prisin de su

    cabina y procuraba despojarse de la pesada

    indumentaria que le impeda la natacin. El

    aparato, en tanto, abandonado a la corriente,

    segua a la deriva, mientras el agua penetraba

    por todas sus aberturas y lo arrastraba al seno

    de sus misterios. La tragedia fue sencilla y

    JOS ANTONIO OSORIO LIZARAZO (Bogot: 1900-1964)

    Jos Antonio Lizarazo fue un importante periodista, un fecundo narrador y un extraordinario cronista, con un tema casi obsesivo: Bogot popular. Una docena de crnicas sobre la capital, publicadas en El Tiempo entre 1939 y 1940, lo convierten, junto con Luis Tejada y Garca Mrquez, en un maestro del gnero. Entre sus mejores libros estn: La cara de la miseria (crnicas, 1926), La casa de vecindad (novela, 1930), Hombres sin presente - Novela de empleados pblicos (1938), Garabato (novela autobiogrfica, 1939), Fuera de la ley - Historias de bandidos (1945), Gaitn - Vida, muerte y permanente presencia (biografa, 1952) y El da del odio (novela sobre El Bogotazo, 1952).

    Hemos escogido para publicar hoy slo unos breves textos sobre Buenos Aires (1950), por la excesiva extensin de sus magnficas crnicas sobre Bogot, pero buenos ejemplos de su excelente trabajo periodstico, tomados del libro Novelas y Crnicas (1978).

    Bocetos de gran ciudad

    HOMBRES DEL SUBSUELOBuenos Aires, septiembre rpida. Una barca se desprendi del muelle

    y fue al encuentro del aviador, nufrago del

    espacio. La gente se aglomer a mirarlo, para

    enterarse de que estaba ileso y l trataba de

    sonrer para mostrar la firmeza de su coraje.

    La avioneta hundida poda representar un

    peligro para la navegacin si el arbitrio de las

    corrientes la anclaba en un lugar estratgico

    para convertirla en escollo y, adems, el aviador

    pensaba en la posibilidad de rehabilitarla para

    el segundo accidente. La bsqueda empez

    casi en seguida. Las autoridades del puerto

    se apresuraron a prestar su ayuda con sus

    mejores elementos. Pero durante varios das,

    en vano los buzos exploraron el abismo, en

    balde las rastras barrieron el fondo arenoso,

    intilmente las redes de pesados plomos

    filtraron las aguas. La avioneta no apareca.

    Surgieron las hiptesis y la ms verosmil era la

    que supona el aparato perdido en los abismos

    del mar, arrastrado a ellos por la implacable

  • DESLINDE No. 41 121

    Deslinde

    solicitud de la desmesurada corriente fluvial.

    Pero la avioneta haba realizado una aventura

    que contradeca toda lgica y que pareca burlar,

    incluso, las leyes de la fsica. Sumergida bajo

    el agua, como un muchacho dscolo, gir en

    torno sin sujetarse al lquido ambiente, resisti

    la propulsin de las corrientes, sintise escualo

    provisto de instinto luchador, y despus de

    divagar durante algunas horas, se aproxim a la

    orilla, y aprovechando un golpe en que la marea

    rechaz con violencia la obstinacin del ro y

    devolvi la corriente contra su curso natural,

    emboc por uno de los gigantescos tneles

    que conducen las aguas de las cloacas urbanas

    hasta el ro. El tnel est situado por debajo

    de la calle Sarmiento, su calibre es cuadrado y

    mide tres metros de altura por cuatro de ancho.

    La avioneta lo sigui llevada por el mpetu de

    la riada, hasta que vino a encallar en la som-

    bra, precisamente debajo de la ms popular

    calle de Buenos Aires, la calle Florida. Y ya

    no valieron la insistencia con que el perpetuo

    deslizamiento de las aguas negras la invitaban

    de regreso al ro, ni se produjo otro golpe de

    marea capaz de empujar el agua fluvial hasta

    el mismo nivel por los desaguaderos tcnica-

    mente construidos. Y durante varias semanas

    la avioneta permaneci oculta en tan increble

    refugio, a ms de seis cuadras del ro y en donde

    ninguna imaginacin hubiera podido suponerla.

    Cuando por fin fue descubierta se revel

    la existencia de una monstruosa poblacin de

    subhombres que ocupan el alcantarillado de

    Buenos Aires y vagan por entre sus tneles, sus

    encrucijadas y sus socavones como nimas en

    pena, como murcilagos pteros, como larvas

    de leyenda medieval. Algunos de ellos pasan

    semanas y meses sin salir a la luz, respirando los

    gases deletreos que llenan las ttricas oquedades.

    Otros escapan a buscar provisiones y regresan

    apresurados, como ratas exploradoras. En los

    ngulos y en determinados lugares a donde no

    alcanza el agua, ni en los das ms lluviosos,

    cuando las correntadas apenas caben por entre los

    inmensos conductos, han construido sus refugios.

    Los inquilinos del alcantarillado ejercen una

    industria estrictamente original, inventada por

    ellos. Colocan filtros en lugares convenientes,

    hacen depsitos para las aguas comunes y

    recogen as cuanto se escapa de las casas por

    los baos, por los lavaderos, por las bocas que

    reciben las aguas pluviales bajo las aceras de las

    vas. Encuentran joyas, monedas, dentaduras,

    botones y otras chucheras, cuya venta les permite

    subsistir. Y un da, sorprendidos, se encontraron

    una avioneta. Pero por qu desage de bao o

    de lavadero pudo pasar esa avioneta, como si

    fuera un gran juguete infantil abandonado? Y

    algunos de ellos salieron hasta la superficie a dar

    cuenta del formidable hallazgo, que perturbaba

    su ritmo de menudencias. Entonces la ciudad se

    enter de su existencia. Spose as que tienen

    compradores especiales para sus recolecciones,

    que algunas veces las transacciones se verifi-

    can en la boca de las alcantarillas y consisten

    en joyas de valor, en piedras preciosas o en

    objetos raros, y otras, en simples botones o

    residuos de bisutera. Y tambin que, a veces,

    la gente urbana es tan cuidadosa que no deja

    escapar ni una vil monedita. Y relataron su

    aventura de paz y sosiego, lejos del mundanal

    ruido que se desliza, febricitante, sobre sus

    cabezas, presuroso y engredo, insoportable

    de luz y de color para sus pupilas nictlopes.

    (El Tiempo, septiembre 6 de 1950)

  • 122 Marzo-mayo 2007

    Artes & Letras

    Buenos Aires, septiembre

    Al final de la guerra apareci un saldo de hombres sin ubicacin, desplazados de sus pases, ausentes estando presentes, que en vano trataron de

    estabilizarse en el centro de una hostilidad y de

    una resistencia implacables. Una de las primeras

    funciones de las Naciones Unidas consisti en

    la creacin de una Oficina Internacional de

    Refugiados, que se encargara de distribuir esos

    excedentes humanos en alguna direccin. Eran

    unos ocho millones de individuos movilizados

    en migraciones forzosas, despojados de su

    arraigo geogrfico y sentimental, ansiosos de

    reencontrarse a s mismos. Haba entre ellos

    obreros especializados, tcnicos en distintas

    industrias, campesinos agrcolas, pequeos

    manufactureros y otras clasificaciones, entre

    las cuales se cuenta la de intelectuales, que

    comprende ancho margen de profesionales,

    pensadores, matemticos, escritores y artistas.

    La oficina inici una propaganda intensa

    y logr una activa distribucin. Algunos de

    los refugiados pudieron regresar a sus patrias.

    Otros fueron enviados a los pases de ultramar,

    colmados de promesas: Amrica, frica, las islas

    del Pacfico. Pero especialmente Amrica, cuyos

    pueblos jvenes columbran inslitas perspecti-

    vas de grandeza, que son dueos de inmensas

    posibilidades y ambicionan mtodos, tcnicas,

    procedimientos nuevos para explotar su opulencia

    natural, olvidando que al cabo, cuando hayan

    alcanzado la supercivilizacin, se descubrirn

    tan antagnicos y tan mulos como los de la

    vieja Europa. Y los campamentos de la oficina

    furonse vaciando poco a poco, hasta quedar

    un saldo de 305.000 individuos, que carecen

    de atractivos inmigratorios y que, prctica-

    mente, son indeseables en todos los confines.

    Quines son, qu hacen, por qu son inde-

    seables estos trescientos mil sujetos? El seor

    Charles Wendling, que vino a Buenos Aires

    como encargado de la Oficina Internacional

    de Refugiados con el propsito de recorrer

    toda la Amrica y encontrarles acomodo, los

    ha definido como la lite olvidada. Son gente

    que no cultiv los biceps sino el espritu; son los

    que informan y dan carcter a las civilizaciones

    puras; son el alma del mundo y la sublimacin

    del hombre: son los intelectuales. Quin quie-

    re intelectuales en este mundo de horrores?

    Wendling dijo textualmente en una reunin

    de periodistas:

    Esto de la lite olvidada es una cruel

    paradoja. Quienes dirigen sus miradas a otras

    naciones, particularmente a los pases flore-

    cientes y pujantes del continente americano,

    implorando caridad y apoyo para rehabilitar sus

    vidas, no son, como pudiera creerse, la hez de la

    humanidad. Millares de ellos fueron los genios

    creadores de infinidad de adelantos y mejoras

    de que se enorgullece Europa. Son numerosos

    los que despertaron con su arte inspirado la

    admiracin del mundo: y no pocos los sabios

    que en los recintos de las ms famosas uni-

    versidades educaban el espritu de las actuales

    generaciones. Tnta ciencia, tnto arte, tnta

    LOS PARIAS DEL MUNDO

    Ren

    dn

    , si

    n t

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    tall

    e.

  • DESLINDE No. 41 123

    Deslinde

    sabidura se hallan inactivos, sumidos entre

    la masa annima de los desplazados.

    As habl Wendling, y plante un smbolo

    de la confusin universal. La civilizacin se

    ha impregnado de un materialismo prctico

    y se mueve exclusivamente sobre la mec-

    nica industrial. Quin quiere intelectuales?

    Qu papel representan los intelectuales

    en esta poca trascendentalmente funesta?

    No. Nadie. Los intelectuales constituyen un

    peligro unnime. Son los que tratan de refrenar

    la bestialidad en que se sumerge el mundo;

    son los censores, son los profetas, son los que

    crean nuevos sistemas impregnados de espritu.

    Los intelectuales han colocado las bases de

    todas las transformaciones de la historia: son

    los que invitan al oprobio contra la tirana, al

    amor entre los seres humanos por medio de

    la belleza y de la verdad, a la exaltacin de

    los valores espirituales sobre las tentaciones

    del estircol del diablo: y el estircol del

    diablo es el impulso supremo de las acciones

    humanas. Que se pudran los intelectuales

    en su soledad y en su mundo visionario!

    Ningn pas los recibe, porque representan

    una bomba de tiempo contra las aberraciones

    que mantienen la estructura del materialismo

    pragmtico. Son los parias dentro de la orga-

    nizacin brutal que se quiere dar al mundo.

    Si alguno llega, es con la condicin de que

    ensalce el despotismo y sea capaz de ayudar

    en el planeamiento de un nuevo instrumento

    de destruccin y de podero. Gente que traiga

    consigo su cargamento de ensueos, que llegue

    a hacer el profeta o a ensear que la esencia

    del hombre es la inteligencia y la sensibilidad

    esttica, porque estos son sus distintivos

    sobre la escala zoolgica, no conduce sino

    perturbaciones en el culto a la fuerza bruta y al

    dinero, inquietudes supremas de los hombres

    prcticos que ejercen el imperio del mundo.

    (El Tiempo , septiembre 26 de 1950)

    (Bogot: 1908-1966) Dej una obra importante en Colombia, como

    narrador y ensayista, logrando influir en la poca, que tuvo valiosas revistas de cultura y que oblig a los peridicos, y a la revistas en general, a no darle la espalda al trabajo de escritores y artistas. Descredo de la universidad, quiso formar criterio en asuntos literarios con los oficios de editor, comentarista y tra-ductor, labor hasta ahora slo parcialmente recogida y actualmente ausente de las libreras. En 1975, por sugerencia de lvaro Mutis, Gabriel Garca Mrquez y Ernesto Volquening, se public una parte de su trabajo periodstico (1936-1966) y una Seleccin de prosas de algunos de sus libros. ncora Editores, Planeta y Editorial Norma, en aos posteriores, han reeditado una que otra de sus obras, dignas de una mayor atencin. El cuento Espuma y nada ms pertenece a su nico libro de cuentos Cenizas en el viento y otras historias, publicado por primera vez en Bogot en 1950.

    HERNANDO TLLEZ

    ESPUMA Y NADA MS

    No salud al entrar. Yo estaba repasando sobre una badana la mejor de mis navajas. Y cuando lo reconoc me puse a temblar. Pero l no se

    dio cuenta. Para disimular continu repasando

    la hoja. La prob luego sobre la yema del dedo

    gordo y volv a mirarla contra la luz. En ese

    instante se quitaba el cinturn ribeteado de

  • 124 Marzo-mayo 2007

    Artes & Letras

    balas de donde penda la funda de

    la pistola. Lo colg de uno de los

    clavos del ropero y encima coloc

    el kepis. Volvi completamente el

    cuerpo para hablarme y, desha-

    ciendo el nudo de la corbata, me

    dijo: Hace un calor de todos los

    demonios. Afiteme. Y se sent

    en la silla. Le calcul cuatro das de

    barba. Los cuatro das de la ltima

    excursin en busca de los nuestros.

    El rostro apareca quemado, curtido

    por el sol. Me puse a preparar mi-

    nuciosamente el jabn. Cort unas

    rebanadas de la pasta, dejndolas

    caer en el recipiente, mezcl un

    poco de agua tibia y con la brocha

    empec a revolver. Pronto subi

    la espuma. Los muchachos de la tropa deben

    tener tanta barba como yo. Segu batiendo

    la espuma. Pero nos fue bien, sabe? Pesca-

    mos a los principales. Unos vienen muertos y

    otros todava viven. Pero pronto estarn todos

    muertos. Cuntos cogieron?, pregunt.

    Catorce. Tuvimos que internarnos bastante

    para dar con ellos. Pero ya la estn pagando.

    Y no se salvar ni uno, ni uno. Se ech para

    atrs en la silla al verme la brocha en la mano,

    rebosante de espuma. Faltaba ponerle la sbana.

    Ciertamente yo estaba aturdido. Extraje del

    cajn una sbana y la anud al cuello de mi

    cliente. l no cesaba de hablar. Supona que

    yo era uno de los partidarios del orden. El

    pueblo habr escarmentado con lo del otro

    da, dijo. S, repuse mientras conclua de

    hacer el nudo sobre la oscura nuca, olorosa a

    sudor. Estuvo bueno, verdad? Muy bueno,

    contest mientras regresaba a la brocha. El

    hombre cerr los ojos con un gesto de fatiga

    y esper as la fresca caricia del jabn. Jams

    lo haba tenido tan cerca de m. El da en que

    orden que el pueblo desfilara por el patio de la

    escuela para ver a los cuatro rebeldes

    all colgados, me cruc con l un

    instante. Pero el espectculo de

    los cuerpos mutilados me impeda

    fijarme en el rostro del hombre

    que lo diriga todo y que ahora iba

    a tomar en mis manos. No era un

    rostro desagradable, ciertamente. Y

    la barba, envejecindolo un poco,

    no le caa mal. Se llamaba Torres.

    El capitn Torres. Un hombre

    con imaginacin, porque a quin

    se le haba ocurrido antes colgar

    a los rebeldes desnudos y luego

    ensayar sobre determinados sitios

    del cuerpo una mutilacin a bala?

    Empec a extender la primera capa

    de jabn. l segua con los ojos

    cerrados. De buena gana me ira a dormir un

    poco, dijo, pero esta tarde hay mucho qu

    hacer. Retir la brocha y pregunt con aire

    falsamente desinteresado: Fusilamiento?

    Algo por el estilo, pero ms lento, respon-

    di. Todos? No. Unos cuantos apenas.

    Reanud de nuevo la tarea de enjabonarle la

    barba. Otra vez me temblaban las manos. El

    hombre no poda darse cuenta de ello y sa era

    mi ventaja. Pero yo hubiera querido que l no

    viniera. Probablemente muchos de los nuestros

    lo habran visto entrar. Y el enemigo en la casa

    impone condiciones. Yo tendra que afeitar

    esa barba como cualquiera otra, con cuidado,

    con esmero, como la de un buen parroquiano,

    cuidando de que ni por un solo poro fuese a

    brotar una gota de sangre. Cuidando de que

    en los pequeos remolinos no se desviara la

    hoja. Cuidando de que la piel quedara limpia,

    templada, pulida, y de que al pasar el dorso de

    mi mano por ella, sintiera la superficie sin un

    pelo. S. Yo era un revolucionario clandestino,

    pero era tambin un barbero de conciencia, or-

    gulloso de la pulcritud en su oficio. Y esa barba

  • DESLINDE No. 41 125

    Deslinde

    de cuatro das se prestaba para una buena faena.

    Tom la navaja, levant en ngulo oblicuo

    las dos cachas, dej libre la hoja y empec la

    tarea, de una de las patillas hacia abajo. La hoja

    responda a la perfeccin. El pelo se presentaba

    indcil y duro, no muy crecido, pero compacto.

    La piel iba apareciendo poco a poco. Sonaba

    la hoja con su ruido caracterstico, y sobre ella

    crecan los grumos de jabn mezclados con

    trocitos de pelo. Hice una pausa para limpiarla,

    tom la badana de nuevo y me puse a asentar

    el acero, porque soy un barbero que hace bien

    sus cosas. El hombre que haba mantenido

    los ojos cerrados, los abri, sac una de las

    manos por encima de la sbana, se palp la

    zona del rostro que empezaba a quedar libre

    de jabn, y me dijo: Venga usted a las seis,

    esta tarde, a la escuela. Lo mismo del otro

    da?, le pregunt horrorizado. Puede que

    resulte mejor, respondi. Qu piensa usted

    hacer? No s todava. Pero nos divertiremos.

    Otra vez se ech hacia atrs y cerr los ojos.

    Yo me acerqu con la navaja en alto. Piensa

    castigarlos a todos?, aventur tmidamente. A

    todos. El jabn se secaba sobre la cara. Deba

    apresurarme. Por el espejo, mir hacia la calle.

    Lo mismo de siempre: la tienda de vveres y

    en ella dos o tres compradores. Luego mir el

    reloj: las dos y veinte de la tarde.

    La navaja segua descendiendo.

    Ahora de la otra patilla hacia

    abajo. Una barba azul, cerrada.

    Deba dejrsela crecer como

    algunos poetas o como algunos

    sacerdotes. Le quedara bien.

    Muchos no lo reconoceran. Y

    mejor para l, pens, mientras

    trataba de pulir suavemente todo

    el sector del cuello. Porque all s

    que deba manejar con habilidad

    la hoja, pues el pelo, aunque en

    agraz, se enredaba en pequeos

    remolinos. Una barba crespa. Los poros podan

    abrirse, diminutos, y soltar su perla de sangre.

    Un buen barbero como yo finca su orgullo en

    que eso no ocurra a ningn cliente. Y ste era

    un cliente de calidad. A cuntos de los nues-

    tros haba ordenado matar? A cuntos de los

    nuestros haba ordenado que los mutilaran?...

    Mejor no pensarlo. Torres no saba que yo era

    su enemigo. No lo saba l ni lo saban los de-

    ms. Se trataba de un secreto entre muy pocos,

    precisamente para que yo pudiese informar a

    los revolucionarios de lo que Torres estaba

    haciendo en el pueblo y de lo que proyectaba

    hacer cada vez que emprenda una excursin

    para cazar revolucionarios. Iba a ser, pues, muy

    difcil explicar que yo lo tuve entre mis manos

    y lo dej ir tranquilamente, vivo y afeitado.

    La barba le haba desaparecido casi completa-

    mente. Pareca ms joven, con menos aos de los

    que llevaba a cuestas cuando entr. Yo supongo

    que eso ocurre siempre con los hombres que

    entran y salen de las peluqueras. Bajo el golpe

    de mi navaja Torres rejuveneca, s, porque yo

    soy un buen barbero, el mejor de este pueblo,

    lo digo sin vanidad. Un poco ms de jabn,

    aqu, bajo la barbilla, sobre la manzana, sobre

    esta gran vena. Qu calor! Torres debe estar

    sudando como yo. Pero l no tiene miedo. Es

    un hombre sereno que ni siquiera

    piensa en lo que ha de hacer esta

    tarde con los prisioneros. En cam-

    bio yo, con esta navaja entre las

    manos, puliendo y puliendo esta

    piel, evitando que brote sangre de

    estos poros, cuidando todo golpe,

    no puedo pensar serenamente.

    Maldita la hora en que vino, porque

    yo soy un revolucionario pero no

    soy un asesino. Y tan fcil como

    resultara matarlo. Y lo merece.

    Lo merece? No, qu diablos!

    Nadie merece que los dems hagan Rendn, La violacin, detalle.

  • 126 Marzo-mayo 2007

    Artes & Letras

    el sacrificio de convertirse en asesinos. Qu se

    gana con ello? Pues nada. Vienen otros y otros

    y los primeros matan a los segundos y stos a

    los terceros y siguen y siguen hasta que todo es

    un mar de sangre. Yo podra cortar este cuello,

    as, zas, zas! No le dara tiempo de quejarse

    y como tiene los ojos cerrados no vera ni el

    brillo de la navaja ni el brillo de mis ojos. Pero

    estoy temblando como un verdadero asesino.

    De ese cuello brotara un chorro de sangre

    sobre la sbana, sobre la silla, sobre mis manos,

    sobre el suelo. Tendra que cerrar la puerta. Y

    la sangre seguira corriendo por el piso, tibia,

    imborrable, incontenible, hasta la calle, como

    un pequeo arroyo escarlata. Estoy seguro de

    que un golpe fuerte, una honda incisin, le

    evitara todo dolor. No sufrira. Y qu hacer

    con el cuerpo? Dnde ocultarlo? Yo tendra

    que huir, dejar estas cosas, refugiarme lejos, bien

    lejos. Pero me perseguiran hasta dar conmigo.

    El asesino del capitn Torres. Lo degoll

    mientras le afeitaba la barba. Una cobarda.

    Y por otro lado: El vengador de los nuestros.

    Un nombre para recordar (aqu mi nombre).

    Era el barbero del pueblo. Nadie saba que l

    defenda nuestra causa... Y qu? Asesino

    o hroe? Del filo de esta navaja depende mi

    destino. Puedo inclinar un poco ms la mano,

    apoyar un poco ms la hoja, y hundirla. La piel

    ceder como la seda, como el caucho, como

    la badana. No hay nada ms tierno que la piel

    del hombre y la sangre siempre est ah, lista

    a brotar. Una navaja como sta no traiciona.

    Es la mejor de mis navajas. Pero yo no quiero

    ser un asesino, no seor. Usted vino para que

    yo lo afeitara. Y yo cumplo honradamente con

    mi trabajo... No quiero mancharme de sangre.

    De espuma y nada ms. Usted es un verdugo

    y yo no soy ms que un barbero. Y cada cual

    en su puesto. Eso es. Cada cual en su puesto.

    La barba haba quedado limpia, pulida

    y templada. El hombre se incorpor para

    mirarse en el espejo. Se pas las manos

    por la piel y la sinti fresca y nuevecita.

    Gracias, dijo. Se dirigi al ropero en

    busca del cinturn, de la pistola y del kepis.

    Yo deba estar muy plido y senta la camisa

    empapada. Torres concluy de ajustar la

    hebilla, rectific la posicin de la pistola en

    la funda y, luego de alisarse maquinalmente

    los cabellos, se puso el kepis. Del bolsillo

    del pantaln extrajo unas monedas para

    pagarme el importe del servicio. Y empez

    a caminar hacia la puerta. En el umbral se

    detuvo un segundo y volvindose me dijo:

    Me haban dicho que usted me matara.

    Vine para comprobarlo. Pero matar no es fcil.

    Yo s por qu se lo digo. Y sigui calle abajo.

    Ren

    dn

    , G

    enoc

    idio

    .

  • DESLINDE No. 41 127

    Deslinde

    LA LOCURA O EL QUINTO JINETE DEL APOCALIPSISJUAN MANUEL ROCA

    No esperis el juicio final: tiene lugar todos los das.Albert Camus

    Hace ms de cuatro dcadas tra-baja entre nosotros un grabador que rebasa el contexto nacional, alguien que debera demandar un inters sin orillas geogrficas, si la crtica y no slo la historia- cumpliera con un deber esclarecedor, con una valoracin que no responda a las modas ni a los cnones basados en el mercado y en lo que dicte, sea cual sea, la metrpoli de turno.

    Augusto Rendn ha llevado una vida dedicada al arte ms all de las figuraciones en un tiempo era un hecho reiterado el que obtuviera premios en los salones nacionales, y durante algn tiem-po ha pasado a la tras-escena voluntaria, a una especie de asordinamiento de su obra. Una obra que ahora, con esta retrospectiva de grabados de la cual hemos escogido algunos para la presente seccin de Deslinde, que incluyen un par de trabajos de su poca de estudiante en Italia, se le revela a muchos como un tesoro escondido.

    Ningn grabador colombiano ha realizado ms grabados sobre el imaginario del pas desde una mitologa personal, sobre las diferentes ca-pas de sus violencias, desde la masacre de Santa Brbara, valga de ejemplo, hasta nuestros das. Eso, se podra decir, no es un valor esttico en s mismo, no pasara (como ocurre en muchos casos de la plstica colombiana) de ser un aporte a la historia de nuestro arte pero no al arte, un enclave importante para la sociologa, de no estar realizado de manera magistral con el virtuosismo propio de un gran dibujante y grabador que no se queda en la reproduccin de un destino social, de un mimetismo con la realidad inmediata.

    Como ocurre con ciertos sucesos grabados por Francisco de Goya y Lucientes en una poca

    de Espaa descrita con su habitual irona por Carlos Marx, cuando sealaba que ese pas estaba dividido en dos partes, una que produca ideas sin actos y otra que produca actos sin ideas, tal como ocurre en la Colombia de ahora. Lo mismo pasa con Augusto Rendn, l tiene la capacidad de asomarse a esos dos mundos excluyentes para mirar desde el arte nuestra tragedia colectiva.

    Rendn, autorretrato

  • 128 Marzo-mayo 2007

    Artes & Letras

    Al mencionar a Goya vale la pena recordar la banalidad con la que una mujer habitualmente lcida descart algunas obras de Rendn por sus vecindades estticas con el genio develador del sueo de la razn que ya sabemos los seres teratolgicos que produce. Lo mismo ha podido decir de los grabados de Carlos Correa o inclusive de ciertas atmsferas de Juan Antonio Roda y, por supuesto, descartar tambin con tal argumento muchos dibujos goyescos de su admirado Jos Luis Cuevas, uno de sus cuatro monstruos cardinales.

    Qu duda cabe, Rendn es quien de ma-nera ms feroz y permanente introduce la realidad colombiana en sus estampas, ms all de asuntos episdicos o anecdticos. Augusto Rendn es al grabado lo que Alejandro Obregn es a la pintura, segn las palabras de Samuel Vsquez, es decir, un explorador de smbolos de raigambre colombiana universalizados por una visin para nada aldeana, muy distante de la vieja pintura de los cuadros de costumbres.

    Hay una pregunta rondando sobre el por qu de la relacin ms estrecha existente entre

    Rendn, La familia del pintor.

    las circunstancias sociales y el grabado y su rei-terada mirada crtica de cualquier entorno, que la que existe en relacin con la pintura. Quiz ese carcter no sea programtico y a lo mejor nazca de manera inconsciente de las estampas seriadas, de su claro objetivo divulgador que rebasa la mirada nica, privatizada. Pero claro, la obra seriada funciona de modo muy diferente en los pases latinoamericanos y en los Estados Unidos, por ejemplo. Si ac se realiza y hablo de los autnticos grabadores por un deseo de difusin social, de una mayor cobertura para un pblico sin grandes alcances monetarios, all se hace por razones econmicas, para ampliar los ingresos de galeristas y artistas que casi siempre hacen del grabado un sucedneo de su arte.

    En este punto hablar de la necesidad de crear un museo del grabado en el pas, como el que existe en Mxico, cuando tenemos una notable tradicin vapuleada por el manoseo de artistas que slo hacan dibujos mordidos en algo puesto en boga de manera espuria, es algo ms que un guio caprichoso, es una carencia ms de nuestra cultura visual. En un mbito

  • DESLINDE No. 41 129

    Deslinde

    Rendn, El 2o. jinete

    as, en un gran saln que historie a nuestros grabadores, se podra ver la importancia de la obra de Augusto Rendn, algo que es sin duda un epicentro de este arte en Colombia y un punto de necesaria referencia en Latinoamrica.

    Podra sealarse para la obra de Augusto Rendn algo que expresara Luis Vidales en torno a la percepcin del mundo y del arte: no siempre nos detenemos a pensar en la diferencia que existe entre el reflejo del mundo en la mente y la forma como transcriben este mundo en la plstica las ficciones visuales. Y es lo que hace Rendn. Fija o graba en su mente lo que el mundo exterior le entrega y por una suerte de alquimia personal lo convierte en una ficcin visual, en un efecto sedicioso. Lo dijo scar Wilde: all donde el hombre cultivado capta un efecto, el hombre sin cultura pesca un resfriado.

    La presencia de la muerte, por ejemplo, aparece en muchos grabados de Rendn sin la exclusin de un Eros lacerante. Entre la inhibicin que produce la muerte y la atraccin que seduce desde el erotismo, hay un efecto que se tiende como un puente colgante que conduce del sueo a la

    vigilia, o de manera contraria, para crear una realidad de naturaleza onrica. No es la violen-cia en una instancia fotogrfica ni estadstica sino en un estadio mtico, tocado de leyendas.

    Y aparece entonces, como rasgo esencial, un captulo de la locura, de la vesania en un pas que huye de s mismo, que practica la autofagia de manera dolorosa, un pas que va en su propia nave de los locos (stultifera navis como la evoca Michel Foucault) hacia un maana incierto, hacia tierras movedizas.

    No es algo cercano a la Cura de la locura del Bosco ni a los grabados medievales, pero quin se niega a entrever en nuestra violencia un pasaje atrasado de la Edad Media, una forma de la ins-ania mental que nuestro grabador atrapa en sus caballos y jinetes, en una suerte de Apocalipsis de entrecasa? Es el lenguaje bfido, la doble lengua de la razn que cubre nuestra manera de ser entre el espejo y el adentro, como aquellos que lavan su mscara antes de lavarse la cara.

    Hay grabados de Rendn que tienen al fondo unos paisajes ausentes, unos rboles donde adems del fruto puede balancearse

  • 130 Marzo-mayo 2007

    Artes & Letras

    Ren

    dn

    , Sa

    nta

    Br

    bara

    Ren

    dn

    , Se

    ent

    rena

    n pa

    ra e

    l od

    io.

  • DESLINDE No. 41 131

    Deslinde

    el ahorcado, jinetes que caen de un corcel como en una metfora del poder, perros que rabian, obispos que galopan sobre su fasto y sus poderes, toda una iconografa del miedo.

    No es la suya una obra complacien-te. Ni amable. Ni satisfecha. Es una ardien-te manera de evocar lo que de hbito se esconde bajo la alfombra de la costumbre.

    Hay en toda la obra de Augusto Rendn una fidelidad a sus obsesiones, un sentido refractario de frente a la obediencia, un deseo claro de no correr detrs de la historia que es lo propio de la moda.

    No son los suyos grabados-jerga, grabados-argot hechos a la medida de los tiempos, es decir transitorios, son ms bien grabados que ms all de adentrase en las tcnicas mixtas de la aguatinta y el aguafuerte con una habi-

    lidad que parece natural, son un lenguaje de trazos que no evaden ni la abstraccin ni lo figurativo, pues se entremezclan para totalizar un universo plstico de gran vigor, de honda fortaleza. Ms all de algunos episodios que pudieron suscitar la ejecucin de estos gra-bados, brotados de nuestra cruenta realidad, son obras que pueden hablarle al espectador de cualquier lugar, de cualquier momento.

    Si para Rendn la locura es una suerte de quinto jinete del Apocalipsis, algo que podra ser la larga noche de la sin razn, sus grabados son fiel testimonio de este aserto que opera como liberacin, como testimonio esttico de una larga encrucijada de la historia. Es una apuesta moral contra el ultraje del hombre y sus entornos ominosos.

    Rendn, La violacin