D2. Aire Líquido

download D2. Aire Líquido

If you can't read please download the document

description

Betty Straley y Bob Dennison descendieron del auto y cruzaron la acera en dirección a la casa. Ésta se hallaba rodeada por una verja de hierro y un bien cuidado jardín. -¿Qué hacemos? -preguntó Bob. Betty encogióse de hombros. Vestía un rico abrigo de armiño bajo el cual llevaba un traje de noche creación de la mejor modista de la ciudad. Sus zapatos parecían hechos de cristal y su pequeño bolso, adornado con una fortuna en perlas, valía, por sí solo, más que el abrigo y el traje. Robert Dennison, en cambio, vestía sencillamente. Traje de etiqueta, abrigo negro y, aunque él lo odiaba, sombrero de copa. -¿Qué hacemos? -insistió Isabel Straley Pozoblanco. -Podríamos entrar... -murmuró, vacilante, Bob. -Y caer en alguna de las odiosas trampas que el loco de mi hermano ha distribuido por el jardín. No; prefiero esperar. -Podríamos llamar al timbre -dijo Robert. -Es muy peligroso -advirtió Isabel-. Puedes quedarte pegado a él durante toda la noche recibiendo descargas eléctricas... -O abrir una trampa bajo mis pies... -O recibir un tiro en el corazón... -No comprendo cómo puedes vivir in esta casa, Betty. -Ni yo lo comprendo. Me maravilla estar aún viva. Menos, mal que obedezco al pie de la letra a Duke. Siempre me dice: "Si sientes unos deseos irrefrenables de tocar algo, tócate la nariz. Es mucho menos peligroso que coger un, libro o apoyarse sobre una mesa”.

Transcript of D2. Aire Líquido

Aire lquidoAire lquidoJos Mallorqu(como J. Figueroa Campos)Duke/2 CAPTULO I Betty Straley y Bob Dennison descendieron del auto y cruzaron la acera en direccin a la casa. sta se hallaba rodeada por una verja de hierro y un bien cuidado jardn. -Qu hacemos? -pregunt Bob. Betty encogise de hombros. Vesta un rico abrigo de armio bajo el cual llevaba un traje de noche creacin de la mejor modista de la ciudad. Sus zapatos parecan hechos de cristal y su pequeo bolso, adornado con una fortuna en perlas, vala, por s solo, ms que el abrigo y el traje. Robert Dennison, en cambio, vesta sencillamente. Traje de etiqueta, abrigo negro y, aunque l lo odiaba, sombrero de copa. -Qu hacemos? -insisti Isabel Straley Pozoblanco. -Podramos entrar... -murmur, vacilante, Bob. -Y caer en alguna de las odiosas trampas que el loco de mi hermano ha distribuido por el jardn. No; prefiero esperar. -Podramos llamar al timbre -dijo Robert. -Es muy peligroso -advirti Isabel-. Puedes quedarte pegado a l durante toda la noche recibiendo descargas elctricas... -O abrir una trampa bajo mis pies... -O recibir un tiro en el corazn... -No comprendo cmo puedes vivir in esta casa, Betty. -Ni yo lo comprendo. Me maravilla estar an viva. Menos, mal que obedezco al pie de la letra a Duke. Siempre me dice: "Si sientes unos deseos irrefrenables de tocar algo, tcate la nariz. Es mucho menos peligroso que coger un, libro o apoyarse sobre una mesa. Sobre la puerta de entrada a la casa vease un letrero con esta inscripcin en letras luminosas: "La Bastilla. Si no le han invitado, no se moleste en entrar. No tiene usted nada que hacer aqu y el propietario no responde de los desperfectos fsicos que podra usted sufrir metindose donde nadie le necesita". Cuantos conocan a Duke Straley hubiranse guardado muy bien de prestar odos sordos a los consejos que se les daban en aquel aviso. La fama de Duke Straley era lo bastante grande para que la mayora de los neoyorquinos sintieran un gran aprecio y respeto por aquella mezcla de norteamericano y espaol, ms peligroso que un frasco de nitroglicerina. Su hermana y su amigo y colaborador eran los que en aquel momento vacilaban acerca del partido que deban tomar. Las letras luminosas haban desaparecido. Eran ms de las doce de la noche y la oscuridad reinante en la casa haca suponer que, por una vez en su vida, Duke habase acostado antes de las dos de la madrugada. -Haz sonar el timbre -aconsej Isabel a Bob. -He olvidado los guantes de goma y no me gustara recibir una descarga elctrica. -No has cogido el bastn? -Ah, s! Bob volvi al auto, cuyo conductor les miraba sonriente, y sac un largo bastn con el puo hecho de una bola de oro maciza. Con ayuda del bastn empuj hacia dentro el botn del timbre. Al momento una voz cavernosa pregunt: -Quin es usted? Qu viene a hacer aqu? No ha ledo el aviso? Lrguese con viento fresco! Isabel (Betty) Straley gozaba fama de ser una de las mujeres ms audaces de Norteamrica; sin embargo, lo inesperado de aquella voz la hizo abrazarse al cuello de Bob Dennison, que, con el bastn en la mano, pareca un moderno D'Artagnan haciendo frente a algn fantasma. -Por qu no contestas, alcornoque? -sigui preguntando la voz, con ligero cambio de tono. -Es que... Bob miraba a todas partes buscando la fuente de aquel sonido. Dnde estaba el hombre que le hablaba? -Quin es ese engendro que te abraza? En mi vida he visto una mujer tan fea. Fue una suerte que Betty retuviera con su abrazo a Bob, pues ste senta unos deseos locos de huir de all. -Oiga, mal educado, salga y le dir lo que pienso de usted. -Usted no puede decir semejante cosa, seorita, porque su cerebro slo sirve para llenar el hueco de esa cabeza, que a su vez slo sirve para sostener un sombrero. Desde cundo sabe usted lo que es pensar? Usted no ha pensado en su vida. Betty soltse de Bob y busc, belicosamente, al invisible charlatn. -No me busque, Dulcinea esculida. Y t, Bob, no seas tonto y aprovecha que an no te has declarado a esa nia. Vete, huye de ella. Y si no, fjate en lo linda que es. Bob dio media vuelta y lanz un grito de espanto. La losa de granito sobre la que estaba de pie Isabel habase iluminado extraamente y la joven haba desaparecido, quedando su lugar ocupado por un esqueleto del mismo tamao. No era lo peor que Betty hubiera sido sustituida por una calavera. Lo infinitamente ms grave era que dicha calavera estaba animada y se mova como si se hallara llena de vida. Bob Dennison se dispona a perder el sentido cuando, al fin, apagse la luminosidad del suelo y la calavera recobr, milagrosamente, la perdida carne, volviendo a ser Betty Straley, la lindsima hermana de Duke. Al propio tiempo, la inconfundible voz del dueo de la casa dijo: -Han presenciado ustedes la demostracin del nuevo aparato de rayos X que he instalado en esta casa. Su potencia es fabulosa, y su coste es an ms fabuloso. Pueden entrar; pero abstnganse de desviarse del sendero, pues ni el ser hermana ma ni el poseer mi amistad podr librarles de una sorpresa desagradable. Al cesar la voz, que pareca sonar como si Duke, invisible, estuviera junto a ellos, se abri la verja por s sola. En cuanto Betty y Bob la hubieron cruzado cerrse tras ellos. Avanzaron por un amplio sendero y llegaron al fin a la casa, hermosa construccin de estilo colonial, de dos pisos y planta baja. La puerta quedaba protegida por una pequea marquesina, y abrise cuando Bob y Betty subieron los escalones que conducan a ella. Al mismo tiempo se encendi una luz sobre ellos y la voz de Duke Straley anunci: -Subid a vuestras habitaciones. Bob debe quedarse aqu esta noche, pues necesito inyectarle unos microbios de paludismo para ver cmo reacciona. La expresin de horror de Bob hizo soltar una carcajada al invisible Duke. -No -agreg:- no te quiero para utilizarte como conejillo de indias. Al contrario. Subid a vuestras habitaciones y poneos unos trajes ms normales que esos que llevis. Luego dirigios al laboratorio... Pero no toquis nada. La muerte acecha a vuestro alrededor. Huuuuuuh! Apagse la luz, ces la voz y Butler, el mayordomo de Duke, apareci ante ellos. -Buenas noches, seorita. Buenas noches, seor Dennison. Han disfrutado de la pera? -S, Butler -replic Isabel-. Hemos disfrutado mucho; pero las gracias de mi hermano nos han matado todo el buen humor que traamos. Esta casa es horrible! -S, seorita. Tiene mucha razn. Si no fuese por los aos que llevo junto a ustedes, me hubiera marchado ya. Cuando me siento en una silla tengo la impresin de que me van a electrocutar de un momento a otro. Adems, tanto cachivache movido por electricidad... -Butler, ten en cuenta que el ojo de tu amo te vigila y que a una orden ma los diablos de la electricidad se pasearn por tu cuerpo -dijo, de pronto, la voz de Duke Straley, brotando de los pies de Butler. El mayordomo dio un salto atrs y mir, despavorido, a los dos jvenes. -Es horrible! -gimi-. Es horrible! Y alejse profundamente abatido, mientras Bob y Betty suban al primer piso, utilizando el ascensor automtico. La joven pas a sus habitaciones y Roberto Dennison march a las que tena reservadas en casa de sus amigos. Isabel cambi el finsimo traje de noche por uno de lana, mucho ms fuerte, y sali al pasillo, donde tuvo que esperar un momento a Bob, que sali vistiendo unos pantalones de lana, una chaqueta sport a cuadros, y un jersey de cuello alto. -Veamos lo que nos tiene reservado Duke -dijo Betty, mientras se dirigan al ascensor. En la lnea de timbres del ascensor haba uno marcado con la indicacin de "Laboratorio". Estaba debajo del marcado con el nombre de "Planta baja", lo cual indicaba que el laboratorio se hallaba en los stanos. Betty puls el botn y el ascensor descendi veloz y silenciosamente. Al llegar a su destino abrise automticamente la puerta de la cabina y la joven y su acompaante vironse ante una puerta de acero esmaltado en gris, como la de una caja de caudales: Pasaron unos segundos y al fin la puerta comenz a abrirse lentamente. Isabel y Robert cruzaron el misterioso umbral y pudieron ver que la puerta tena un grosor de unos cuarenta centmetros. Todo el dintel de la formidable puerta estaba provisto de redondos pestillos de acero que se encajaban en las aberturas de la puerta, de manera que sta formaba una masa slida y continua con los fuertes muros. -Ni un can sera capaz de abrir camino por aqu -coment Bob. -Qu estar haciendo mi hermano? -pregunt Betty-. Sin duda andar detrs de la solucin de algn nuevo misterio, o de alguna frmula qumica. Esto ltimo pareca la suposicin ms acertada. Duke Straley se hallaba en el centro del penumbroso laboratorio. Una lmpara proyectaba sobre su trabajo un cono de luz azulada que iluminaba su frente y dejaba en sombras su expresivo rostro. Duke se hallaba de cara a la puerta y, al entrar en el enorme laboratorio, Betty y Bob tuvieron la impresin de hallarse ante un hechicero o alquimista. Lo vean a travs de los vapores que brotaban de un recipiente de cristal de "Pyrex" colocado sobre un mechero Bunsen. La azulada llama que brotaba del tubo del mechero pareca abrazar el recipiente, y a travs de ella se vea hervir violentamente el humeante lquido contenido all dentro. -Hola -salud Betty-. Podemos entrar? -Adelante -gru Duke, que en aquellos momentos estaba echando al lquido unas gotas del contenido de un frasco azul. Aument el humo y una sonrisa de placer ilumin el rostro de Duke. -Podemos preguntarte qu ests haciendo? -inquiri Bob. -Claro -replic Duke, encerrndose de nuevo en su desagradable silencio. -Podemos encender la luz? -pregunt, a su vez, Betty-. No me gusta andar entre tantos peligros acumulados aqu. Sin replicar, Duke pos la mano sobre uno de los timbres del tablero que tena junto a l y todo el laboratorio qued iluminado por una luz semejante a la proyectada por los tubos Nen. Daba un tono verde espectral a los rostros, sacando a relucir tonalidades que con otras luces permanecen invisibles, amoratando los labios, las mejillas y las uas; pero, al mismo tiempo, produciendo un sedante efecto en los ojos. La luz revel en primer lugar un fantstico surtido de aparatos de laboratorio. Tubos de ensayo, alambiques con conexiones casi kilomtricas, aparatos de vaco, miles de frascos conteniendo el mayor surtido de drogas y productos qumicos que posea cualquier laboratorio particular y oficial. -No me extraara que hubiera sangre de dragn y cuerda de ahorcado -refunfu Betty. -La sangre de dragn la encontrars en el estante de tu derecha, tercer frasco del segundo estante empezando por la izquierda -anunci Duke-. Y la cuerda de ahogado la hallars en el armario que est detrs de ti. Hay cuarenta y cinco frascos y cada uno de ellos contiene una muestra distinta. Hay cuerdas de ahorcado obtenidas en Londres, en San Francisco, en Constantinopla... Esas no son muy tiles, pues en su mayor parte son de seda. En cambio las otras son de camo y ofrecen un excelente medio de estudio del cultivo de dicha planta desde los tiempos bblicos hasta nuestros das. Tengo un ejemplar nico. Un troz de la cuerda que sirvi para ahorcar a Amn. En aquellos hermosos tiempos se teja perfectamente el camo. -Tambin tienes grasa de nio recin nacido? -Tambin -replic Duke-. Me la han remitido del hospital de infancia. Los antiguos tenan mucha fe en ella y en cuanto naca un nio iban a rascar de sobre su piel la grasa protectora; pero actualmente slo he podido hallarle una aplicacin excelente: Con ella se puede hacer una magnfica crema para limpiar zapatos. Betty y Bob acercronse ms a Duke y pudieron ver a su lado una especie de tablero de cristal y junto al mismo un pequeo altavoz y un micrfono de tamao reducido y potencia norme. -Para qu sirve eso? -dijo Bob. -Para or a los tontos que se detienen en la puerta de entrada. El altavoz es para or sus conversaciones y el micrfono sirve para responderles. -Y esas hojas y hierbas? -pregunt Betty, sealando una enorme masa de hierbas y hojas de un color entre achocolatado, caf con leche y amarillo opaco. Estas hierbas se encontraban dentro de una gran caja de cristal y, a juzgar por su volumen, pesaran no menos de un centenar de kilos. -Tabaco seco -replic Duke-. Deshidratado. Una mezcla de Virginia, Java, Turqua, Habana, Burley y Congo. Seal un frasco que deba de contener unos tres litros de una especie de denso y oscuro jarabe. -La nicotina que contena. Extrada hasta el ltimo miligramo. -Preparas algn veneno? -pregunt Bob. Duke encogise de hombros. Como si hubiera olvidado la presencia de su hermana y de su amigo, comenz a apresurar la mezcla de productos. Despus de pesarlo en una balanza de precisin, agreg al lquido hirviente unos miligramos de cinamomo, de nuez moscada, de canela en rama, de varias especias ms. Despus ech tres gotas de esencia de rosas ultra-concentrada, y de varios perfumes ms. Todo ello, despus de ser agregado a la mezcla, era anotado en un cuaderno. Por fin, Duke cogi un largo cuentagotas graduado y extrajo una cantidad de nicotina de la contenida en el frasco, la incorpor a la mezcla, aument la potencia del gas haciendo hervir tumultuosamente el lquido, del que brot un humo denso y turbadoramente oloroso, que se extendi por todo el laboratorio. -Qu os parece? -pregunt Duke. Antes de que su hermana y Bob pudieran responder, Duke agreg, como si ya hubiera recibido una respuesta: -S, desde luego; perfecto. Apag el gas, volvise hacia el cuaderno donde haba ido anotando las proporciones, hizo unos rpidos clculos y luego, seguido por las miradas de curiosidad de su hermana y de Bob, coloc sobre un potente fogn elctrico un gran recipiente de cristal en el cual fue echando en mayores proporciones los mismos productos que haba mezclado antes. Por fin vaci en sus tres cuartas partes el frasco de nicotina y otra vez el mismo aroma de antes se extendi por la estancia. -Debe de preparar algo terrible -susurr Betty. -Algn veneno -asinti Bob. De cuando en cuando Duke tomaba la temperatura de la mezcla y consultaba un cronmetro. Por fin, con rpido ademn, cort la corriente elctrica, levant con unos sujetadores de caucho el recipiente de cristal y verti su contenido en un depsito de vidrio conectado con una mquina filtradora a presin. En unos minutos otro depsito colocado en el otro lado de la prensa qued lleno de un lquido semejante al resultante de la ebullicin de todas las materias antes indicadas. Duke sac una muestrecita, la examin por medio del microscopio, la someti a diversas reacciones y, por ltimo, exclam: -Eureka! -Ya lo has descubierto? -pregunt Bob Dennison. -S. Estoy muy satisfecho. Retir el depsito de la prensa y, acercndose a la enorme caja de cristal, conect el depsito con un tubo que se introduca en ella, lo enrosc, aadi al tubo una manivela y en seguida empez a moverla vigorosamente. El interior de la caja de cristal empase como si lo llenara una masa de vapor. A travs de la niebla as producida pudo verse cmo las secas hojas de tabaco parecan cobrar vida, se hinchaban y, al mismo tiempo, recobraban su flexibilidad. La caja pareci a punto de reventar, pues la enorme masa de hojas aumentaba de tal forma de tamao que resultaba casi imposible que pudiera ser contenida all dentro. -Muy curioso, verdad? -pregunt Duke-. Acabo de hacer un estudio sobre el tabaco y he averiguado que es enormemente sensible a la humedad, que pierde en un ambiente seco y recupera al momento en un medio hmedo. Hace un momento ese tabaco estaba ms seco que un desierto. Dentro de diez minutos habr absorbido completamente la preparacin que le he agregado y volver a tener la nicotina que le extraje; slo que esta vez la proporcin ser la misma en todas sus clases de hoja. -Has preparado algn veneno para agregarlo al tabaco? -pregunt Betty. Duke se ech a rer; pero no contest. Dirigise a un extremo del laboratorio y descubri dos mquinas. Una de ellas no pareca nada complicada. En cambio la otra era de gran precisin. A un lado tena un rollo de papel y encima un embudo rectangular. -Ayudadme -indic Duke. Betty y Bob acercronse a la caja de cristal que, con ayuda de una pequea polea, Duke estaba destapando. La masa de aromticas hojas desbordse hasta el suelo. Cogindola a abrazadas, Duke la llev a la primera mquina y la ech en un gran recipiente colocado en la parte superior; luego, puso en marcha el motor que haca girar un gran volante y unas veinte cuchillas circulares comenzaron a cortar las hojas en largas hebras que caan en otro depsito tambin giratorio, donde las hebras eran uniformemente mezcladas. Al cabo de unos segundos, Duke vaci aquel segundo recipiente en el embudo de la otra mquina, que fue puesta en marcha. Todas estas operaciones fueron repetidas apresuradamente y, mientras unos echaban hoja en la mquina cortadora, Duke iba retirando de la otra montones de cajas metlicas, perfectamente soldadas, y llenas de largos cigarrillos. Al cabo de dos horas, Bob anunci: -Ya hemos terminado. Se acab la hoja. Hemos elaborado un milln de cigarrillos. Suponiendo que entre los tres consumamos cien al da, tenemos tabaco para algo ms de veintisiete aos, aunque suponiendo que invitaremos a nuestros amigos y a Max Mehl, especialmente, podemos reducir el plazo a unos veinticinco aos, poco ms o menos. Betty dirigi una furiosa mirada a su hermano. -Es que eso que has estado haciendo ha sido para que nos lo fumramos nosotros? -pregunt. Duke sonri, burln. -Desde luego -dijo. -Y no es veneno? -inquiri Bob. -No; al contrario, creo que se trata de unos excelentes cigarrillos. Podemos probarlos y convencernos. Al decir esto, Duke cogi una de las latas, en las cuales se vea, estampado, su retrato y esta inscripcin: "Cigarrillos Duke. Los mejores. Cosecha y elaboracin especial". Extrajo tres cigarrillos y tendi dos a Betty y Bob, llevndose el tercero a los labios. Lo encendi lentamente y palade el humo. -Magnfico, verdad? Su hermana y su amigo tuvieron que reconocer que se trataba de unos cigarrillos excelentes. -Pero no hay derecho a que nos tengas sobre ascuas creyendo que preparabas algo maravilloso o resolvas algn misterio, y luego resulte que estabas elaborando tabaco -dijo Betty. -Yo tambin cre que estabas resolviendo un misterio impenetrable -dijo Bob-. Pens que tenas entre manos el crimen perfecto. -Si alguna vez llegara a cometerse el crimen perfecto, nosotros no nos enteraramos de su existencia -replic Duke, guardando en una caja de acero los botes de cigarrillos-. En realidad cada ao se cometen varios cientos de crmenes perfectos. -Por qu lo dices? -pregunt Betty, que an estaba enfadada con su hermano-. Por qu crees que se cometen cientos de crmenes perfectos? Duke cerr el armario y mir a Isabel arqueando las cejas. -La cosa no puede ser ms sencilla, clara y lgica -replic-. El crimen perfecto es el que no llega a conocimiento de nadie. Si se comete un asesinato perfecto, la Polica ni nosotros nunca sabremos que se ha cometido. Desde el momento en que se sospecha de que se trata de un crimen, el delito deja de ser perfecto. Sin embargo, acudid a la Oficina de Desaparecidos y os enteraris de que diariamente desaparecen de la ciudad de seis a diez personas. Un cuarenta por ciento de esas personas reaparecen al cabo de algn tiempo. Vivas o muertas. Pero el restante sesenta por ciento no vuelve ya a aparecer jams. Desaparicin voluntaria? Crimen? En este ltimo caso se trata de crmenes perfectos, con perfecta disposicin o eliminacin del molesto cadver que proclama, peligrosamente, la existencia de un crimen. No habiendo cadver no puede haber crimen. La Ley as lo exige. Esta es una parte de los crmenes perfectos. Luego tenemos otra no menos importante en la cual el forense dictamina muerte natural y la familia enva el cadver al horno crematorio y ya nunca ms se podr demostrar si el difunto falleci de un ataque cardaco o de una dosis de arsnico. Esos son tambin crmenes perfectos. Desgraciadamente, slo podemos resolver los crmenes imperfectos, o sea los cometidos toscamente, dejando el desagradable espectculo de un cadver cosido a balazos, a pualadas o saturado de veneno. Esos crmenes estn condenados a ser descubiertos y resueltos en poco tiempo. Son crmenes vulgares e indignos de que fijemos en ellos nuestra atencin. Duke call un momento, durante el cual empuj las dos mquinas utilizadas para la elaboracin de los cigarrillos hacia un montacargas al que se llegaba por una puerta de solidez semejante a la del ascensor. -Como hasta dentro de veinticinco aos no necesitaremos preparar ms cigarrillos, devolver las mquinas a la casa que me las ha prestado -explic. Despus, cuando las dos mquinas estuvieron en el montacargas y la puerta fue cerrada, Duke prosigui: -Viendo la enorme estupidez de los asesinos he pensado muchas veces en que sera muy agradable y emocionante cometer un crimen perfecto y ver como la Polica lo aceptaba como una cosa natural, o se devanaba en vano los sesos para resolverlo. Pero los endiablados factores morales me impiden ponerme frente a la Ley. Debo servirla y luchar con quienes tratan de burlarla ingenuamente. De todas formas no pierdo la esperanza de encontrar algn da un criminal que est a mi altura. -Y quin es el criminal perfecto? -pregunt Bob, sabiendo que nada poda agradar tanto a Duke como el que le hicieran preguntas encaminadas a una mejor exposicin del problema que pretenda resolver. -El criminal perfecto es aquel que es nico poseedor del secreto de su delito. Es aquel que, mientras los dems dicen: "Muerte natural", "Suicidio", "Accidente", l puede murmurar: "Crimen!". Ese es el criminal perfecto. Sbitamente una lmpara encendise en el techo y un zumbido reson en el laboratorio. -Tenemos visita -indic-. Alguien ha cometido la tontera de meterse en casa y va a llevarse un disgusto. Fijaos. Duke sealaba la pantalla colocada junto al sitio donde se encontraba al entrar Betty y Bob. Como si se hubiera proyectado una pelcula, vease a un hombre con el rostro oculto por una mscara que le llegaba hasta la barbilla y empuando una pistola de largusimo can. Esta figura apareca durante unos segundos en la pantalla, desapareca un segundo y volva a aparecer. -Un detector de rayos infrarrojos -explic Duke-. Ese infeliz se cree a cubierto de todas las miradas y no sabe que est pasando frente a una serie de cmaras emisoras de rayos infrarrojos que reproducen aqu todos sus movimientos. Ahora se encuentra a cuarenta metros de la casa. Si avanzara ms de prisa habra llegado ya a una ventana y podra estar dentro... Subamos a recibirle. Duke apag la luz y sigui a su hermana y a su amigo al ascensor, en el que en menos de tres segundos estuvieron en la planta baja, despus de haber cerrado la puerta del laboratorio. Una vez arriba, el dueo de la casa dirigise a su despacho y, sin encender la luz, acercse a un cuadro que era una excelente reproduccin de un famoso Velzquez, pero que en realidad era una pantalla igual a la del laboratorio. Duke movi unos conmutadores y en la pantalla apareci la fosforescente imagen del nocturno salteador. -Tenemos suerte -sonri Duke-. Piensa entrar por la ventana de esta habitacin. Conviene que cortemos la corriente para evitarle un susto al cruzar la ventana. El pobre no sabe dnde se mete. -Y nosotros tampoco sabemos dnde nos hemos metido -dijo Betty-. Esta casa me da ms miedo que ese bandido. -Ya te acostumbrars a ella -replic Duke-. Ahora id a sentaros en los sillones que se encuentran detrs de mi mesa de trabajo. No os movis. Betty y Bob fueron a acomodarse en dos de los tres sillones colocados tras la amplia mesa de despacho de Duke. ste les acompa, con paso cauteloso, y abriendo un cajn sac un pesado revlver. Luego, siempre con las mismas precauciones, colocse en el lado derecho de la ventana con el arma fuertemente empuada. Conteniendo el aliento, Isabel y Bob vieron como en el marco de la ventana apareca, recortndose contra el vagamente luminoso fondo del cielo, la silueta de un hombretn. La luz que cegaba de un farol reflejse un momento sobre la pistola que empuaba. Durante unos segundos, el asaltante registr con la mirada el oscuro interior del despacho; luego, cautelosamente, encaramse hasta el alfizar y soltando una risita salt dentro de la estancia. Pero la risita se troc en gutural exclamacin de espanto cuando el can de un revlver se apoy contra sus riones y una voz dijo, framente: -Le aseguro, amigo, que no me importara matarle aqu mismo. El asaltante debi de creer estas palabras, pues sus manos se elevaron hacia el techo como atradas por un imn. Al mismo tiempo, Duke encendi la luz del despacho. -Buenas noches -salud Betty al visitante. -Qu le trae por aqu? -dijo Bob. -Ante todo conviene desarmar a este pjaro nocturno -dijo Duke, empujando con su arma al bandido-. Tenga la bondad de llegarse hasta la puerta del despacho y colgar la pistola de aquella percha. El bandido, siempre conservando su mscara y con el arma siempre empuada obedeci temerosamente, llegando junto a la percha que indicaba Duke. La percha era de hierro y estaba formada por unos colgadores del mismo metal, ms parecidos a ganchos para colgar carne que a otra cosa. De uno de aquellos ganchos, y siguiendo siempre las indicaciones de Duke, el ladrn colg, por el guardamontes, su pistola, que estaba provista de un largo silenciador. Luego volvise hacia Duke. -Lleva algn arma encima? -pregunt el joven. -No -gru el hombre. -Seguro? -Llevo un cargador de repuesto -explic el bandido. -Muy bien. Squelo del bolsillo y trelo al suelo. El hombre obedeci, y con las puntas de los dedos sac un largo cargador y lo dej caer al suelo, desde donde Duke, de un puntapi, lo lanz bajo un silln. -Creo que ahora, sin uas, no podr usted ser muy peligroso, verdad? -pregunt, riendo. El hombre gru algo ininteligible. -No es necesario que permanezca derecho todo el tiempo que pase aqu -dijo Duke-. Sintese en ese silln. Con el revlver seal un curioso silln colocado frente a la mesa, al otro lado de la cual se sentaban Bob y Betty. Tratbase de un silln de tubo de acero cromado, con el respaldo y el asiento de cristal y madera. Era una pieza que desentonaba del resto del mobiliario. -No estar muy cmodo -sigui Duke:- Ese silln lo reservamos para las visitas desagradables y de quienes deseamos vernos libres pronto. El bandido se sent en el silln y Duke, siempre con el revlver en la mano, fue a ocupar el silln que quedaba libre. Con la mano izquierda escribi rpidamente algo en un bloc de notas y lo pas a Betty y luego a Bob. Estos leyeron: "No demostris extraeza. Voy a aplicar Rayos X". A pesar de esta advertencia, Betty no pudo contener un grito de espanto al ver como de pronto, al apretar Duke un timbre oculto bajo el tablero de la mesa, el hombre que se sentaba en el silln desapareca y su lugar quedaba ocupado por un esqueleto perfecto y animado por una misteriosa vida. Pero lo ms notable no era slo el esqueleto, sino los objetos que flotaban en el aire a su alrededor. Esos objetos eran: Un lapicero automtico, una plumilla y una palanca de pluma estilogrfica. El resto de la pluma no se vea. En el pecho, en el lado derecho, una bala de pistola automtica, a la misma altura de una costilla rota. En la cintura, una hebilla de cinturn. Y un poquito ms abajo un encendedor. A un lado, un arrugado envoltorio de papel de estao, como el de un paquete de cigarrillos. Junto al mismo flotaban varias monedas de plata y nquel. Detrs se vean unas llaves y una cadena y, sostenindose a la altura de la pierna derecha, un cuchillo de larga hoja. Esta visin dur slo unos segundos, pues enseguida Duke volvi a apretar el botn y el esqueleto cubrise de carne y ropa y reapareci el visitante enmascarado. -Bien, amigo -dijo Duke-. Sintindolo mucho, no me va a quedar ms remedio que matarle. -Eh! Oiga... -empez el enmascarado. -S -interrumpi Duke-. Debo matarle por haberme engaado al decir que no llevaba encima ningn arma. -Y no la llevo! -protest el hombre-. Le aseguro... Si quiere registrarme... -Encontrar un hermoso cuchillo -replic Duke. A pesar del antifaz todos percibieron que el bandido haba palidecido. No habiendo sido testigo de la transformacin que su cuerpo haba sufrido durante unos segundos, no poda comprender la agudeza de visin de Duke. -Quiere tener la bondad de despojarse de esa hermosa arma? -sigui el dueo de la casa-. Y le advierto que si intenta alguna tontera le meter en el cuerpo otra bala que har compaa a la que ya tiene dentro. Slo que en vez de apuntarle a la derecha le disparar al corazn. Esta vez el bandido tuvo la seguridad de hallarse ante un brujo y, con cmica prisa, se quit el pual y lo dej sobre la mesa. Duke lo empuj con el revlver hasta el cajn central. -Ahora qutese la mscara -sigui. El hombre obedeci, mostrando uno de esos rostros que reflejan perfectamente el alma de sus dueos. -Quiere tomar algo? -Un poco de licor si me lo da. Duke abri un cajn de la mesa y sac de l una aplanada botella de whisky de maz. -Beba; pero no trate de tirarme el licor a la cara y escapar, pues antes de que tuviera tiempo de hacerlo lo tumbara de un tiro. Comprende? El hombre comprendi, pues bebi un largo trago de licor y despus dej la botella sobre la mesa, secndose los labios con el dorso de la manga. -Podemos saber su nombre? -pregunt Duke. -Steve O'Neal -gru el bandido. -Hudo de un hospital de Chicago, dnde se estaba curando de una herida recibida al resistir a la Polica. Escap antes de estar totalmente curado y desde entonces ha andado huyendo. Creo que mi amigo Max Mehl tendr mucho gusto en enterarse de su muerte. O'Neal expres una creciente inquietud. -Oiga, seor... -empez-. Habla en broma? Supongo que no pensar matarme a sangre fra. -Supone usted muy mal, Steve -replic, seriamente, Duke-. Pienso matarle dentro de unos minutos, y si no lo he hecho ya ha sido porque deseaba saber quin era usted. Si hubiera sido un ratero vulgar que slo pensaba llevarse unos dlares, unos cubiertos de plata, o cosa por l estilo, le habra entregado a la Polica; pero usted no es de sos. Usted es un asesino que vena dispuesto a matar. -Seor, si he cometido esta locura es porque tengo hambre... -empez O'Neal. -Cuntos das lleva sin comer? -pregunt Duke. Los ojos del bandido se animaron. -Tres das -asegur. -Tres das? Horrible! -Duke movi la cabeza-. Verdaderamente horrible. Eso justifica muchas cosas. Si yo me viera obligado a pasarme tres das sin comer, tambin sera capaz de recurrir al crimen. No lo creis? Betty y Bob afirmaron que estaban de acuerdo con Duke. -Tenemos que remediar su situacin, seor O'Neal -sigui Duke-. Pero, de veras lleva tantos das sin comer? O'Neal asinti con la cabeza. -Betty -Duke se volvi su hermana-. Ve a la cocina y trae una lata grande de carne en conserva, otra de sardinas en aceite, otra de salchichas en manteca, un pan... No ser del da, pero supongo que, como dice el adagio, a buen hambre no hay pan duro. Un momento despus, Betty colocaba ante Steve O'Neal una bandeja conteniendo un plato de grasienta carne en conserva, otro con sardinas nadando en aceite y un tercero con una pirmide de manteca entre la cual se vean las salchichas. Un pan entero apareca junto a los platos. Desde el primer momento se vio que el apetito de O'Neal no era tan terrible como poda esperarse en un hombre que llevaba tres das sin probar bocado. El pan se le atascaba en la garganta, la carne le haca expresar una profunda repugnancia y al llegar a la mitad demostr bien a las claras que ya no poda ms. -Ya ha calmado su apetito? -pregunt Duke, sin dejar de jugar con el revlver. O'Neal asinti con la cabeza. -Parece mentira -coment Duke-. Un hambre de tres das pareca mucho ms difcil de saciar. Yo cre que an necesitara un pollo asado, patatas hervidas y algo ms de pescado. -Quiz sea el ver tanta comida -jade O'Neal. -Quiz; pero, amigo mo, yo he pasado tanta hambre como la que usted dice haber sufrido. He estado tres das sin comer, y cuando para reanimarme me presentaron lo mismo que usted tiene delante, con la nica diferencia de que el pan era infinitamente ms duro, me lo com todo en un cuarto de hora. No es verdad, Bob? -La pura verdad -sonri Dennison. -Pero no le apuntaran con un revlver, verdad? -pregunt, astutamente, O'Neal. -No; pero a menos de doscientos metros tenamos a unos cincuenta amigos que con sus disparos nos llenaban de tierra la comida, utilizando el procedimiento de deshacer saco a saco la barricada que nos protega. Si cree que as se le animar el apetito, puedo darle gusto, O'Neal. Al fin y al cabo tengo que matarle. Supongo que tanto le importar que lo haga ahora, mientras come, que luego. Haba tal energa y frialdad en la voz de Duke Straley, que Steve O'Neal palideci como un muerto. -Habla usted en serio? -pregunt. -S, hablo muy en serio. Usted, O'Neal, es un peligro para la sociedad. Durante mucho tiempo ha sido el enemigo pblico nmero uno o dos; luego, cuando le cazaron, perdi el ttulo y desde que huy del hospital ha procurado mantenerse lejos de la Polica. Al poco tiempo de haber huido usted, muri cierto bandido que haba prometido a la Polica las pruebas necesarias para enviarle a usted a la silla elctrica. Muerto ese amigo, nadie puede condenarle a muerte. No es cierto? O'Neal inclin la cabeza. -Por lo tanto -sigui Duke-, la Polica se alegrar mucho cuando sepa que yo le he matado cuando intentaba usted violar mi domicilio. Como debe de saber, todo ciudadano tiene derecho a matar al ladrn o asesino que se introduce en su casa, y sobre todo si va armado; an ms si tiene unos antecedentes tan sucios como los suyos. -Pero... usted no har eso -tartamude O'Neal-. Usted es un hombre honrado... -Mi honradez es muy relativa, amigo O'Neal. Hace tiempo que deseo cometer un asesinato. Hace unos minutos hablaba de ello con mi hermana y el seor Dennison. Si le mato cometer un crimen, pues se encuentra usted desarmado y ha sido ya reducido a la impotencia; pero eso slo lo saben los testigos presentes, quienes, por el aprecio que me profesan, callarn la verdad y dirn lo que yo quiera. -Pero su conciencia... -Le aseguro que mi conciencia nunca me reprochar haber dado muerte a un bicharraco como usted. -Diga, seor... -O'Neal empezaba a estar verdaderamente alarmado-. Habla usted en serio? Piensa matarme como a un perro? -No, como a un perro, no. Yo profeso un cario infinito hacia los animales. Sobre todo por los perros. Si no tuviera ms remedio que matar a un perro, lo hara con todas las precauciones posibles para ahorrarle un dolor. En cambio, con usted no tendr tantos miramientos. Un balazo y... -Por Dios! -chill O'Neal, incorporndose-. Eso es una canallada... -Sospecho que si prestara atencin a lo que dice, amigo O'Neal, recordara haberlo odo en otros labios antes que en los suyos. Sin duda ms de una de las vctimas que usted ha inmolado en su larga carrera de pistolero ha pedido gracia con la misma angustia con que usted la suplica ahora. A cuntos hombres indefensos ha asesinado, O'Neal? No quiere decirlo? Se que le suponen culpable de doce asesinatos. Supongamos que la Polica no tiene noticias de otras doce hazaas semejantes, y tendremos veinticuatro o veinticinco asesinatos. No est mal. Matar es. Crea que, sobradamente, le ha llegado el turno. Sus veinticinco amigos deben de estarle esperando en el infierno. O'Neal miraba una tras otra, a las tres personas que tena delante. -Has olvidado preguntarle a qu ha venido -dijo Bob-. Seguramente ser muy interesante saberlo. Quiz slo quisiera hacer una visita de cumplido. -Es verdad -Duke movi la cabeza-. Olvidaba un detalle tan importante como ese. Puede decirme a qu ha venido a mi casa? O'Neal vacil un momento. Luego, con voz temblorosa, explic: -Quera ver lo que guardaba usted en la caja de caudales. -Nada ms? -Y llevrmelo -esta vez el bandido sonri levemente. -Por qu ha elegido mi casa? -Porque s que es usted muy rico. -Si yo fuese ladrn nunca buscara dinero en casa de un rico. No sabe que nosotros, los millonarios, todo lo pagamos con cheques? Estoy seguro de que hubiera encontrado ms dinero en casa de cualquier empleado de comercio que en la ma. Creo que entre los tres no reunimos ni cien dlares. -Hay objetos de valor... -Muy pesados. No podra usted cargar con muchos. Sobre todo llevando ya una pistola y un pual. Casi estoy por creer que pensaba cometer algn asesinato. -Era slo una precaucin. -Quiz pensaba abrir a tiros la caja de caudales -sonri Duke-. Me extraa que no venga usted provisto de las herramientas necesarias para esa clase de trabajos. Una caja de caudales no se abre, precisamente, con un pual ni con una pistola. Esta vez O'Neal inclin la cabeza, no sabiendo qu responder. -Menos mal que reconoce su culpabilidad -dijo Duke-. A quin pensaba matar? El bandido guard un hosco silencio. -Bien, tendr qu pegarle un tiro -declar Duke, levantando el percusor. -No! -chill O'Neal-. Se lo dir todo; pero... no es mucho. -Explquese. -Ayer noche me avisaron ofrecindome un trabajo fcil. -Quin le avis? -No lo s. No reconoc la voz, Fue una llamada telefnica. Estaba en el bar de Cassidy, en la calle Cherry. Me ofrecieron cinco mil dlares por un trabajo fcil. -Qu trabajo? -Ante todo me preguntaron si quera ganarme los dlares. Dije que s y entonces me dieron cita para esta tarde en el mismo bar. Me present all a las cinco y a las cinco y tres minutos me volvieron a llamar por telfono dicindome que me dirigiera a la avenida Bowery y que subiera al auto que se detendra cerca de m. Lo hice y despus de recorrer unos doscientos metros vi que un coche se detena junto a la acera y se abra la portezuela delantera. Entr en l, me sent junto al conductor, que llevaba la cara cubierta por una bufanda, el sombrero cado sobre los ojos y las manos enguantadas. -O sea, decir que no le reconoci. -No, no s quin es. l me dijo que no le conoca. Me propuso que viniera a esta casa, entrara por esa ventana y... -Y qu? -inst Duke. -Bajase al stano y destruyera una dnamo que usted tiene instalada en l. -Para qu? O'Neal se encogi de hombros. -Las instrucciones fueron esas. -Me est engaando, O'Neal. -Le aseguro... -No asegure nada. Dnde est el stano? -Pues... debajo de la planta baja. -Por dnde se llega a l? -No lo s. -Entonces... esperaba que yo se la dijera? -Me dieron un plano de la casa -replic O'Neal. -Dnde est? -En el bolsillo. Me lo dieron encerrado en un sobre, para que lo abriese al estar aqu. -Dmelo. El bandido meti la mano en el bolsillo interior de su americana y sac un sobre de papel Manila, dejndolo encima de la mesa, frente a Duke. ste lo examin unos segundos, sin tocarlo. El sobre no llevaba ninguna inscripcin y pareca bastante abultado. Duke mir a O'Neal, pareci no observar la ansiedad que reflejaba su semblante y por fin, abriendo el cajn de su derecha, dej en l su revlver y sac unas largas tijeras, con las cuales se dispuso a cortar uno de los lados del sobre. Apenas las tijeras haban cortado el primer trozo de papel, son un seco estampido y el sobre convirtise en una bola de fuego. Duke Straley solt las tijeras y el ardiente papel y se ech hacia atrs. Cegado por la intensa llamarada, no pudo ver lo que sucedi luego; pero, en cambio, Betty y Dennison fueron testigos de cmo O'Neal daba un salto felino que le condujo hasta la percha de donde colgaba su pistola. Luego su mano, se cerr sobre la culata. En ese momento ocurri lo ms asombroso de todo. O'Neal desorbit los ojos, sus cabellos se erizaron como pas de puerco espn y todo su cuerpo se tens, al mismo tiempo que se oa un zumbido que alcanz proporciones de chirrido metlico. El pistolero permaneci casi veinte segundos en aquella postura, y slo cuando Duke, volviendo junto a la mesa, puls uno de los botones ocultos bajo el tablero de la misma, ces el zumbido y O'Neal rod por el suelo. No era necesario solicitar la venida de un mdico para comprender que el bandido haba dejado de ser un peligro para la sociedad. -Electrocutado -explic Duke-. l lo quiso. Inclinse luego sobre las cenizas del sobre y coment: -Muy ingenioso. Una sorpresa tan inesperada que hubiera podido darnos un disgusto, si no hubisemos tomado precauciones. -Qu precauciones? -pregunt Betty, que no comprenda nada. -Una muy sencilla -sonri Duke-. Todo el suelo inmediato a la percha es de hierro. Una corriente de alta tensin est conectada con la percha, y al intentar O'Neal recobrar la pistola, produjo la descarga que le ha matado. Si se hubiera estado quieto, nada habra ocurrido. Slo intentando tocar el arma poda recibir dao. Desde el momento en que hubo colgado la pistola all, y nos sentamos frente a frente, di paso a la electricidad y de esa forma slo exista el peligro de que aprovechando la sorpresa se apoderara de mi revlver. Por eso lo guard en el cajn. -Y el sobre? Cmo explicas su explosin? -pregunt Bob. -Muy sencillamente. En su interior se encontraban unas hojas de un preparado a base de magnesio, al que se le agreg cualquier producto inflamable al contacto con el aire. La preparacin del sobre debi de llevarse a cabo en el vaco. Las hojas a que me refiero se encerraron en un sobre de celofana, del mismo tamao casi que el de papel Manila. Al cortar yo el sobre dej entrar el aire, provoqu la inflamacin del producto y luego del magnesio, produciendo el efecto previsto, o sea el de quedar cegado por la llamarada. Ese momento deba ser aprovechado por O'Neal para huir por la ventana o recuperar su arma. Opt por lo segundo y perdi la vida. -Qu piensas hacer? -pregunt entonces Betty. Duke alcanz el telfono. -Pues avisar a nuestro amigo Max Mehl. Estoy seguro da que se llevar una gran alegra al enterarse de que ya no tiene que buscar a Steve O'Neal.CAPTULO II -Buen tabaco -coment Max Mehl, el jefe de Polica, arrellanndose en su silln y saboreando el aroma del cigarrillo que tena entre los dedos-. Qu marca es? -Produccin especial -contest Duke-. De mi laboratorio. -Hum! Quiz sea paja; pero es bueno. Tienes que regalarme unos cuantos cigarrillos. -Ya he contado con usted -sonri Duke. -Gracias. Ahora explica lo que ha ocurrido con O'Neal. Mi versin a la Prensa ha sido que el pistolero entr aqu a robar y que tropez con un cable de alta tensin, quedando electrocutado. Es la muerte que mereca; pero me hubiera gustado mucho ms verle sentarse en el silln que le tenan preparado en Sing-Sing. Duke Straley explic con todo detalle lo ocurrido. -Increble! -exclam Max-. Esta casa es una maravilla. Casi me da miedo sentarme en este silln. No estars viendo mi calavera? -No, ese es inofensivo, y debido a la presencia de sus hombres, he desconectado todos los aparatos de alarma exteriores. Slo quedan algunas de las defensas interiores. -Qu es lo que tanto empeo tienes en defender? Duke se encogi de hombros. -En realidad, nada. No hay en esta casa ningn objeto de valor fabuloso, como no sean los aparatos elctricos e instrumentos cientficos, cosas de muy difcil robo y de las cuales ningn ladrn podra desprenderse ventajosamente, a decir verdad. -Entonces, qu explicacin tiene la visita de O'Neal? -Misterio, Max; completo misterio. Desde luego no son de creer las explicaciones dadas por l. Hay algo ms. -Qu algo? -inquiri Betty. -Eso sera lo mismo que pretender conocer la identidad del asesino en una novela, antes de que el asesino fuese nombrado. La visita y la muerte de O'Neal es el prlogo de un misterio an no planteado. Aguardemos unos das o unas horas, o sea hasta que el misterio cobre forma y consistencia. -Por qu ha de haber un misterio? -pregunt Max Mehl. -Porque alguien envi a ese pistolero a visitarme. Le provey de un curioso artefacto destinado a permitirle la huda o mi asesinato. Por s solo, ese detalle indica la presencia y actividad de un cerebro superior al de O'Neal. Qu pretenda? -Destruir la dnamo que suministra la corriente elctrica a la casa? -pregunt el jefe de Polica. -Quiz -replic Duke. -Qu efectos producira semejante destruccin? -pregunt Bob. -Pues, en primer lugar, dejara anuladas todas las defensas elctricas. El haber instalado en casa una dnamo movida por un motor de explosin obedeci exclusivamente a mi deseo de no verme privado de fuerza motriz desde el exterior, como hubiera podido suceder si la electricidad me fuera suministrada por la compaa que abastece a la ciudad. -Eso quiere decir que en tu casa hay algo que se considera muy valioso -sugiri Max. -Quiz. -Qu puede ser? -insisti el polica. Duke hizo un ademn de ignorancia. -No tengo la menor idea. Y, francamente, creo que O'Neal tampoco lo saba. Abrigo la sospecha de que lo utilizaron de globo sonda, es decir, que lo hicieron entrar en casa para ver los resultados de su intromisin. -Cmo? -pregunt Bob. -Muy sencillo. Para saber si unas aguas estn minadas, no hay nada tan prctico como lanzar por delante un buque viejo e intil, cuya prdida no sea lamentable: Si el buque vuela por los aires, se sabr en qu punto comienzan las defensas submarinas. -Y O'Neal ha sido ese buque? -sonri Max. -Pudiera haberlo sido. -Pero con mi informe dado a los peridicos no sabrn dnde vol el buque. -Quiz -sonri Duke. -Qu quieres decir? -pregunt Max. -Que son varias las personas que ya conocen el sitio exacto dnde vol O'Neal. -Quines son esas personas? -Usted, amigo Max, sus hombres, el teniente Healy, el forense, los camilleros que retiraron el cuerpo... -Es que sospechas de nosotros? -Podra sospechar de usted o, por lo menos, de la Polica. Quin mejor que ella poda conocer el paradero de Steve O'Neal? -Eso es una tontera -estall Max. -El tiempo lo demostrar. Desde luego crea que son muchas las personas interesadas en conocer los secretos de mi domicilio. -Eso s. Yo el primero. Por qu dejaste tu otra casa y gastaste un milln de dlares en comprar esta y en disponerla a tu gusto? Duke salt una carcajada. -Valora usted en muy poco esta hermosa casa. A milln cada una estoy dispuesto a comprar cien casas semejantes. No, Max, no. Esta casa vale bastante ms de un milln, de dos y de tres. Slo un par de los aparatos instalados en ella valen ms de un milln. -Ests loco? -Es la pura verdad. El arreglar la casa, instalar el laboratorio, blindarlo, disponer los ascensores y la instalacin elctrica, vale un milln y medio. El aparato de rayos X vale otro milln. Ha sido construido en Alemania y no existe otro en el mundo. Las defensas a base de rayos infrarrojos ascienden casi a otro milln. Y los aparatos del laboratorio pasan bastante de los dos millones, aunque el ms caro de todos apenas abulta la que un aparatito de radio. -Y todo eso para qu? -dijo Max. -Para poder vivir tranquilo. No quiero que se repita el juego de que todo aquel a quien le diera la gana se metiese en mi casa, como ocurra antes. -La muerte de O'Neal ser un buen aviso -dijo Max. -No s. La ciencia moderna logra milagros casi inconcebibles. A veces, ante ciertos descubrimientos, nos sera ms fcil creer en que se consiguieran mgicamente a aceptar sus resultados como algo lgico y natural, producto del dominio del hambre sobre fuerzas fsicas que hasta ahora han permanecido indomables. -Y qu? -pregunt Betty. -Pues que todos mis dispositivos de defensa pueden ser anulados por medio de esas mismas fuerzas que los sabios dominan. Si no me diesen ms trabajo que penetrar en esta casa sin que ninguno de las timbres de alarma funcionara, considerara la operacin de una sencillez absoluta. -Entonces, por qu te has gastado tantos millones si consideras el trabajo y el gasto intiles? -No son intiles, porque en el novecientos noventa y nueve por mil de los casos darn buenos resultados. Slo fallaran si tuviera frente a m un hombre de ciencia que tratase de luchar conmigo. Y no un hombre de ciencia vulgar, sino uno de los pocos grandes sabios que poseemos. Para l mis defensas resultaran infantiles. -Esperas tener que luchar contra uno de esos sabios? -Espero tener que luchar contra alguien. Max Mehl se levant. -Est bien -dijo-. Avsame cuando empiecen los fuegos artificiales. Hace tiempo que descansamos y ya siendo hora de que nos pongamos en movimiento. -Quiz tenga ms aventuras y emociones de las que desea, Max -dijo Duke. Ni l ni Max, ni ninguno de los que all se encontraban, poda imaginarse lo acertado de las palabras del dueo de la casa. A todos les esperaban emociones terribles, y un peligro acechaba desde el cielo a Duke Straley y a sus amigos. Un peligro que parecera llegar de otro planeta y que sumira en el ms profundo y enloquecedor de los horrores a cuantos se enfrentaran con l. Aquel peligro dio su primera muestra de existencia una hora despus, cuando la ambulancia que conduca el cuerpo de Steve O'Neal fue detenida en su camino hacia la parte baja de la ciudad por grupo de hombres armados de ametralladoras Thompson, quienes, despus de reducir a la impotencia a los enfermeros que iban en el auto, se apoderaron del cadver y huyeron en un coche que les esperaba a poca distancia. Los restos mortales de Steve O'Neal deban jugar un importante papel en los futuros acontecimientos. CAPTULO III Duke Straley examin un momento la tarjeta que Butler acababa de entregarle. Estampado en la cartulina lease: Charles Aldrich Sewall. Hospital Bellegarde. -Quin es ese Sewall? -pregunt Dennison, acercndose. -Creo recordar que es el director de la Fundacin Bellegarde, a sea la heredera de los millones de Bellegarde. Hace poco ha sonado bastante su nombre al adquirir una cantidad de rdium valorada en dos millones. Van a dedicarse en gran escala a la cura por media de rdium. Ha empleado en ello el resto de la dotacin Bellegarde. Sospecho que van a andar bastante mal de dinero si no consiguen ingresos con esas curas. -No se trata de un hospital para pobres? -pregunt Betty, que fumaba uno de los cigarrillos de su hermano. -S; pero tambin hay sitio para los ricos a fin de aliviar un poco las cargas. -A qu puede venir? -pregunt Bob. -No hay como recibirlo para saberlo -sonri Duke-. Butler, haga entrar al seor Sewall. -Le examinars el esqueleto? -pregunt Betty. -Desde luego -ri Duke. El seor Sewall entr precedido por Butler, quien se hizo a un lado para cederle el paso, retirndose luego y cerrando la puerta. -Buenos das, seor Sewall -salud Duke, ponindose en pie y tendiendo la mano a su visitante, que la estrech con gran firmeza-. Le presento a mi hermana y a mi amigo el seor Dennison. Betty y Bob devolvieron la corts inclinacin que les dirigi el seor Sewall. ste era un hombre de estatura mediana, vestido de negro, con discreta elegancia. Sentse en el silln que le ofreca Duke y su esqueleto se revel perfecto, sin que llevara encima ningn objeto de metal esencialmente peligroso. -A qu debo el honor? -pregunt Duke, despus de cortar la corriente. El seor Sewall le mir con amplia sonrisa y pregunt: -Le han gustado mis huesos? Duke no se alter. -Conoce el aparato? -S. Me fue ofrecido por el representante de la casa constructora. Me ense su funcionamiento. -Es una precaucin que tomo con todos mis visitantes -declar Duke. -Supongo que no ser por inters mdico hacia ellos. -No; simplemente para ver si llevan armas encima. -Yo no las traigo. -No lo esperaba. Aunque ignoro el motivo de su visita; supongo que no ser el de matarme. -No, ni mucho menos. Y sobre todo despus de saber la suerte corrida por su visitante de ayer noche. Los peridicos vienen llenos con terribles insinuaciones acerca de las defensas de esta casa. Casi he estado a punto de declinar el encargo de venir a verle. -De parte de quin viene usted? -Como presidente de la junta directiva y rectora del Hospital Bellegarde. Deseamos pedirle un favor. -Usted dir -dijo Duke, intrigado. -Como sabe, hemos adquirido ltimamente una cantidad de rdium valorada en algo ms de dos millones de dlares. -Lo le en una revista mdica. -Pues bien, dentro de una semana recibiremos el rdium, que ha sido ya pagado y asegurado. Con el pago del rdium los fondos de la dotacin Bellegarde han quedado casi agotados. Es decir, que el esfuerzo realizado nos coloca casi al aborde de la ruina. Necesitamos reunir lo antes posible una cantidad suficiente para pasar sin agobios todo este ao. La explotacin del rdium nos permitir en breve llevar una vida ms desahogada. Luego, cuando ingresen en caja las rentas del prximo ao, estaremos en mejores condiciones de vida; pero, de momento, el gasto de esos dos millones empleados en el beneficio de la Humanidad doliente nos pone en un aprieto bastante grave. -Desea usted una aportacin ma? -pregunt Duke. -S y no -contest Sewall-. No he venido a pedirle unos miles de dlares, a pesar de que estoy seguro de que usted no vacilara en drmelos. He venido a pedirle otra cosa. Un prstamo, y no en metlico. Duke miraba curiosamente a su interlocutor. ste prosigui: -Por mi trato con los principales proveedores de instrumentos y aparatos para laboratorio, me he enterado de algunas de las adquisiciones hechas ltimamente por usted. Entre otras figura la de un horno elctrico de extraordinaria potencia, no es cierto? -Lo es -asinti Duke. El seor Sewall demostr un profundo alivio, como si la admisin por parte de Duke de poseer el horno le quitara un gran peso de encima. -Bien -dijo-. El consejo directivo del Hospital Bellegarde, del cual, como ya he dicho, soy el mdico director, ha pensado, aprovechando la actual Feria Internacional, instalar un stand, mejor dicho, un pabelln, en el cual se exhibirn una serie de instrumentos y aparatos curiossimos, especialmente los ms modernos que se conocen. Figurarn en dicho pabelln algunos de los instrumentos que posee nuestro hospital, especialmente, el rdium adquirido, que, por s solo, constituir la base de la atraccin para el pblico. Se nos han cedido ya, tambin, dos ultramicroscopios, uno de ellos electromagntico y otro electroesttico, que permiten un aumento de ciento cincuenta mil tamaos, o sea cien veces ms que el mejor microscopio de luz, que slo aumenta hasta mil quinientos tamaos. Tambin ellos han de constituir una base de atraccin. Otra de esas bases sern los brillantes Covarrubias, valorados en tres millones, y que actualmente se hallan pendientes de un pleito de propiedad, entre los Covarrubias, sus antiguos poseedores, y los propietarios actuales. stos han accedido a que se exhiban en el pabelln, aunque exigiendo que se tomen toda clase de precauciones para garantizar su seguridad. Exhibiremos varias cosas ms y, entre ellas, quisiramos presentar al pblico el horno elctrico adquirido por usted. S que es el ms potente del mundo y que funde en unos instantes una barra de acero de veinte centmetros de circunferencia. Si usted nos permitiera exhibir ese horno hara una obra de caridad, pues todos los fondos que se recauden del pblico que visite nuestro pabelln se destinarn a los servicios del hospital. -Bien, no hay inconveniente -replic. Duke-. En realidad, no necesito el horno, y si lo adquir fue, exclusivamente, por el gusto de poseer un horno capaz de alcanzar una potencia de seis mil grados centgrados. Lo que s quisiera es la seguridad de que se tratar el horno con todas las precauciones posibles. -Desde luego -asegur el doctor Sewall-. Y ya que ha sido tan amable, quisiera pedirle otro favor. Se trata de lo siguiente: Aunque la compaa aseguradora de los objetos ha tomado toda clase de precauciones para evitar el robo, quisiramos tomar algunas ms, entre ellas la de tener un detective particular vigilando los valiosos objetos que se guardarn en el pabelln. Podra usted encargarse de ese trabajo? -Temo mucho que me sea imposible dedicarme diariamente a la vigilancia de los brillantes, del rdium y de lo dems; pero s puedo prometerle acudir algunas veces al pabelln, especialmente los domingos. El doctor Sewall se levant. -Muchsimas gracias, seor Straley. No quiero entretenerle ms. Maana har venir a buscar el horno. Sewall abandon la estancia, acompaado por Duke, y apenas haba vuelto ste a su despacho volvi a entrar Butler anunciando: -El seor Covarrubias desea hablarle, seor. -Hgale pasar -replic Duke, despus de cambiar una mirada con su hermana y con Dennison. Covarrubias era un hombre alto, delgado, muy moreno, de cabello sumamente rizado y de manos fuertes y muy cubiertas de vello. La intensa mirada de sus negros ojos recorri a todos los presentes. -En qu puedo servirle, seor Covarrubias? -pregunt Duke. -En mucho, seor Straley. Puedo sentarme? Duke indic el silln y un momento despus preguntaba: -Por qu viene usted armado con dos pistolas? Covarrubias no se inmut. -S -dijo-. No voy a ninguna parte sin ellas. Qu ms quisieran los Sloane! Han tratado ya, por dos veces de quitarme de en medio; pero sus sicarios han salido mal librados. -Los mat usted? -S. Soy uno de los mejores tiradores de mi patria. Y desde que estoy aqu he aprendido a disparar an mejor. -Es usted de San Miguel, no? -S. Pertenezco a esa desgraciada nacin. Mi familia es una de las principales de all. Descendemos del primer virrey que gobern el territorio para Espaa. Luego hemos permanecido en San Miguel y diez de los presidentes de la nacin han pertenecido a nuestra familia. Somos respetados; pues hemos sido siempre honrados. Se nos podr acusar de todo; pero no de haber faltado al honor. Entre la gente del campo se dice: "Honrado como un Covarrubias". Y no de ahora, sino desde hace cuatrocientos aos. -En qu puedo servirle? -Ah! S, perdone. S que acaba de recibir la visita del doctor Sewall. Le he visto entrar en su casa. Se ha anticipado a m. No importa. Ha contratado sus servicios? -Mis servicios? -Duke sonri-. Por qu habra de contratarlos? -Es usted un aventurero audaz, seor Straley. He ledo infinidad de hazaas suyas. Est usted obligado por algn contrato al doctor Sewall? -No, no lo estoy, aunque no veo el motivo de sus preguntas. Ni el motivo ni el derecho, si me permite hablarle con franqueza. -Tiene razn, seor Straley. Perdone si en algo he herido su orgullo. Si he venido a visitarle ha sido, exclusivamente, para pedirle su ayuda. S que es usted rico y seguramente la oferta material que yo puedo hacerle no le tentar. Por lo tanto, le pedir que me ayude desinteresadamente. Es decir, sin ganar nada, aunque sin perder, tampoco, nada, pues todos sus gastos corren de mi cuenta. Acepta? -Qu es lo que debo aceptar? -El encargo de recuperar para mi familia los brillantes Covarrubias. Los brillantes que nos fueron robados hace tres aos y que ahora pertenecen legalmente a otra persona. -Creo entender que me propone usted que robe en su beneficio esos brillantes. -Que los recupere, seor Straley. Esos brillantes nos fueron robados. Por lo tanto, la forma en que vuelvan a nuestro poder no tiene importancia, y nadie podr llamarla robo. -Sospech que si yo, pistola en mano, o como fuera, me apoderase de esos brillantes, la Polica neoyorquina interpretara mi accin como un robo. -Moralmente no sera usted un ladrn. -Los factores morales no son siempre los que ms pesan en la balanza cuando se trata de juzgar la culpabilidad de una persona. -igame, seor Straley. Voy a contarle la historia de los brillantes Covarrubias. Si despus de orla no me considera usted con derecho a valerme de todos los medios, lcitos o ilcitos, para recuperarlos, saldr de esta casa y volver a mi pas. Pero usted comprender. Estoy seguro de ello. Aunque ha nacido en este pas, lleva sangre nuestra en las venas. Un Pozoblanco era almirante de la flota que puso fin a las audacias de los bucaneros en el Caribe. Entre los buques mandados por l contaba el "Santa Clara", mandado por don Diego Covarrubias. Cuando la "Tortuga" qued rasa como la palma de la mano, el almirante Pozoblanco dijo al capitn don Diego de Covarrubias: "Si llego a conoceros mejor, hubiera venido con menos barcos. Un Covarrubias vale por cien de los mejores". -Desconoca esa antigua relacin entre nuestras familias -dijo Duke-. Tenga la bondad de explicarme la historia de esos brillantes. -Entre nuestras propiedades figur hace tiempo un yacimiento de brillantes. Hoy da est casi agotado y apenas se explota; pero hubo un tiempo en que no exista otro ms rico en toda Amrica del Sur. Era costumbre entre mis abuelos reservarse los brillantes ms grandes, o sea los ms valiosos que se obtenan. No los reservaban para su lucimiento personal ni para adornar a sus esposas, sino para un fin mucho ms desinteresado. Cuando se hubieron reunido los suficientes brillantes, se hizo venir de Espaa a un famoso joyero de entonces y se le encarg que hiciera una corona para la imagen de Santa Clara, que se veneraba en nuestra capilla. Era la misma imagen que adorn la proa del galen "Santa Clara" en el combate de la Tortuga. El artfice tard, aproximadamente, unos tres aos en hacer la corona, que era de oro pursimo y estaba cuajada de brillantes, veinticinco de ellos verdaderamente enormes, ejemplares casi nicos, superiores a cuantos se han descubierto hasta ahora. El valor de dicha corona era incalculable y no tard en ser famosa. Sin embargo, slo una vez se intent robarla. Unos piratas ingleses, a las rdenes del famoso capitn Kidd, avanzaron tierra adentro en direccin a la capilla. Nuestros peones, prevenidos a tiempo, se encerraron en la capilla y opusieron una resistencia desesperada a los piratas, y, entretanto, dos hombres pudieron llegar al fuerte ms prximo y regresar con cien soldados peninsulares y cien indgenas, acabando, entre todos, con los hombres de Kidd. El jefe se salv por verdadero milagro. Claro que aquellos eran tiempos de gran devocin. Vinieron luego las luchas de independencia, y slo gracias a que uno de los Covarrubias figur en las filas rebeldes, luchando contra sus hermanos, pudo, al llegar el triunfo de la revolucin, salvar las haciendas de sus parientes. Desde entonces, a pesar de las revoluciones, como siempre ha habido en ambos bandos contendientes algn Covarrubias, las haciendas y, sobre todo, la famosa corona de Santa Clara, se han ido salvando. Pero hace tres aos, por primera vez en la historia de San Miguel, los Covarrubias no figuraron en las filas rebeldes. En esa ocasin se trataba de un levantamiento que iba contra las esencias de nuestra raza y de nuestra familia. Los Covarrubias no podan figurar entre unos revolucionarios que proclamaban su odio contra Dios y contra su Iglesia. Todos ustedes conocen, sin duda, la tragedia de San Miguel. Cmo los revolucionarios, aprovechando la debilidad e indecisin del gobierno, se hicieron dueos de las cuatro quintas partes del pas y destruyeron lo ms sagrado que en l haba. Durante tres aos, los Covarrubias, lejos de nuestras posesiones, al frente de un grupo de guerrilleros montaeses, luchamos contra las hordas dirigidas desde un odioso pas europeo. Casi no tenamos armas; pero las arrebatamos a las tropas del gobierno constituido en la capital. Como eran hombres sin fe, no podan luchar con ella, y poco a poco se fueron pasando a nosotros y engrosando nuestras filas. Al principio no tenamos ms que fusiles y pistolas; luego posemos ametralladoras, caones y hasta tanques. Con ese material y un ejrcito cada vez ms numeroso, hace medio ao terminamos nuestra guerra de reconquista y volvimos a ser dueos de San Miguel. Mi hermano mayor es ahora el presidente y est haciendo lo imposible por curar las heridas de nuestra patria. Yo he sido encargado de recuperar lo nuestro. No nuestro oro, ni nuestras joyas todo eso carece de valor en comparacin con lo que tantos han perdido. No daramos un solo paso por recuperarlo. Pero lo que s queremos son los brillantes de la corona de Santa Clara. El gobierno revolucionario destruy la corona y quiso vender los brillantes en Nueva York. No haba nadie capaz de pagar lo que valan. Por fin, los Sloane entregaron a cuenta de ellos un milln de dlares, guardando los brillantes como garanta del prstamo hecho al gobierno de San Miguel. Dos das antes de que el gobierno abandonara el pas, el representante all de los Sloane entreg otro medio milln y adquiri as, en firme, los brillantes. Como los Estados Unidos, que necesitaban la bauxita que tanto abunda en San Miguel, reconocieron a aquel gobierno, la venta es considerada legal; pero nosotros no podemos aceptarla as. Hemos reclamado y estamos sosteniendo un pleito con ellos. Mas ese pleito se va alargando porque a los Sloane les interesa que as ocurra y, entretanto, nos han ofrecido vendernos lo que es nuestro, por tres millones. No es mucho, pues los brillantes valen bastante ms; pero sera una locura pagar esos tres millones, tan necesarios para otras cosas, por unos brillantes que todo el mundo sabe que son nuestros. -Y por eso quiere recuperar los brillantes sea como sea? -pregunt Duke. -S. No quiero perder ms tiempo. Los brillantes son nuestros. Deben volver al sitio a que pertenecen. Y sea como sea, volvern. Duke permaneci callado unos instantes. -Bien, seor Covarrubias -dijo al fin-. No puedo negar que tiene usted todas mis simpatas y que reconozco esos derechos que usted alega. Sin embargo, repito lo dicho anteriormente. Mi ayuda slo puede ser moral y material en cierto sentido; nunca activa en lo que usted desea. No puedo cometer lo que segn nuestras leyes sera un robo, aunque existan factores morales que lo abonen. -Entonces... -Covarrubias se haba puesto en pie-. No acepta? -No puedo aceptar el compromiso de cometer ese robo. Pero le ayudar en cualquier otra forma... -No es necesario, seor Straley -dijo secamente Covarrubias-. Cre encontrar en usted un amigo, pero veo que me he equivocado. Buenos das, seorita; buenos das, caballeros. Como dijo el almirante Pozoblanco, los Covarrubias valemos por cien. Ya tendrn noticias mas. Y antes de que Duke pudiera replicar, el visitante dio media vuelta y abandon la estancia. -Vaya genio! -exclam Betty-. Es un hombre encantador. -Demasiado impetuoso -dijo Bob-. Acabar metindose l mismo en la crcel o en otro sitio peor. -Sin embargo, tiene toda la razn -murmur Duke-. Conoca ya la historia de los brillantes. Los Sloane, esos magnficos comerciantes que son la admiracin de todos los desaprensivos, han hecho un buen negocio; pero si nuestro visitante obra con inteligencia, vencer. Mas no creo que sepa dominar sus mpetus, y en ese caso... Duke no termin su comentario. Se puso en pie, y volvindose hacia Betty y Bob, propuso: -Vayamos a comer y a disfrutar de un da de tranquilidad.CAPTULO IV Durante quince das nada turb la calma de la vida de Duke Straley. Las pesquisas para dar con el cadver de Steve O'Neal resultaron vanas y el caso fue arrinconado entre los no resueltos. -Ests seguro de que O'Neal muri? -preguntaba Max Mehl a Duke, mientras acompaaba a ste, a Bob y a Betty a la Feria Internacional. -Completamente seguro -sonri Duke-. Con la descarga que l recibi hubieran muerto veinte personas. -Entonces, a qu obedece el robo de su cuerpo? -Quiz sus amigos creyeron poderle devolver la vida y luego, al ver que no lo conseguan, enterraran el cadver en cualquier parte. -Ojal sea as -gru Max Mehl-. No me gustara nada que el da menos pensado reapareciese Steve haciendo de las suyas. Los peridicos han insinuado otra huida sensacional como la anterior. -Su huda ha sido de este mundo. -Dnde vamos? -pregunt Bob. -A visitar el pabelln del Hospital Bellegarde. Tengo inters por ver cmo han colocado nuestro horno y, adems, por ver los brillantes Covarrubias. -Y no le interesa el rdium? -pregunt Max Mehl. -No tanto. Lo conozco lo suficiente, y por otra parte carece del inters apasionante de los brillantes Covarrubias. Qu sabe de ellos, Max? -Que existe un pleito, que estn asegurados en tres millones de dlares, pero que valen muchsimo ms. Entraron en la Feria, dominada por la enorme y esbelta masa del Trylon y la Periesfera con sus siete mil planchas de acero unidas por medio milln de remaches. Dejaron su auto aparcado en el espacio destinado a ello y comenzaron a pasear por las avenidas, entre la multitud que se agolpaba ante los pabellones. Por fin llegaron a la construccin que el Hospital Bellegarde haba levantado junto al lago artificial. Era un slido pabelln de cemento armado y su puerta era de slido acero. Una larga cola de curiosos aguardaba turno para pagar el medio dlar que se exiga para visitar el pabelln. -Si queremos entrar hoy, no nos quedar ms remedio que recurrir a su influencia, Max -dijo Duke. El jefe de Polica adelantse hacia la puerta, mostr su carnet de identidad y recibi permiso para entrar en el pabelln, junto con Duke, Betty y Bob Dennison. Charles Aldrich Sewall acudi al encuentro de los visitantes. -No esperaba verle tan pronto por aqu, seor Straley. Me olvid de enviarle un pase de libre entrada a la Feria. All tenemos su horno. Precisamente ahora lo estamos probando. Con su permiso ir a atender algunos detalles que faltan por resolver. Les presento al antiguo sargento de la Polica el seor Petersen. Alejse Sewall, y Max estrech la mano de Petersen, sargento retirado de la Polica metropolitana que se dedicaba a investigaciones privadas. -Cmo va eso, Petersen? -pregunt Max, que haba sido jefe inmediato del antiguo polica. -Muy bien, seor Mehl -replic el sargento-. Mi negocio de investigaciones privadas me permite vivir desahogadamente. Ahorro ntegramente la pensin. Mi hijo mayor est terminando su carrera de abogado. Creo que hoy recibe el diploma. El Hospital Bellegarde me paga diez dlares diarios por vigilar lo que se guarda aqu. Adems, la banca Sloane y la agencia de seguros me completan el sueldo hasta cien dlares diarios. Es el mejor empleo que he tenido en mi vida. -Ah viene Covarrubias -susurr Robert Dennison al odo de Duke. En efecto, el sudamericano acababa de entrar junto con otros visitantes. -Un consejo, Petersen -dijo Duke-. Vaya donde estn los brillantes y procure no perderlos de vista. El ex-polica sigui inmediatamente el consejo y fue hacia la barrera que separaba al pblico del enorme tesoro que se exhiba sobre una mesa forrada de terciopelo y vigilada por seis guardias armados de carabinas. Duke observ que junto al lugar de exhibicin de los brillantes se encontraba, sobre un pie metlico, un cilindro de pulido acero. Dentro de l y protegido por otras cpsulas de plomo, encontrbanse unos microscpicos granos de rdium valorados en ms de dos millones de dlares. Antes de ser utilizados en el Hospital Bellegarde, se exhiban all para satisfacer la curiosidad del pblico, quien, si no vea l rdium, pues su exhibicin hubiera resultado peligrosa, disfrutaba en cambio de la visin de la fuerte caja que lo guardaba. Adems, detrs del tubo de acero se vean una serie de datos explicativos de la obtencin del rdium, por el tratamiento de varias toneladas de pezblenda tradas en avin desde las ms remotas regiones canadienses. En el momento en que Duke volva la vista hacia el lugar de exhibicin de los brillantes, oyse un silbido y dos objetos redondos rodaron por el suelo. -Bombas de mano! -grit alguien. Alocados, los visitantes se precipitaron hacia la puerta; pero el sargento Petersen fue ms rpido que ellos. Su mano se cerr sobre una palanca y una puerta de acero descendi velozmente, cerrando la nica salida del pabelln. Al mismo tiempo, oyronse dos sordas detonaciones y el local se llen de un humo intensamente blanco, denso como copos de algodn en rama y a travs del cual era imposible ver. -Granadas de humo! -exclam Duke. Instintivamente haba corrido hacia el sitio donde se hallaban los brillantes y en torno al cual reinaba la mayor confusin. Tropez con dos de los guardias, que agitaban sus carabinas sin saber qu partido tomar y gritando que se guardara algn orden. Duke empuj a un lado a los guardias, contra quienes tropez, y llegaba ya a la mesa donde estaban los brillantes, cuando tropez con alguien que no era un guardia. Obedeciendo a una sbita inspiracin, Duke trat de retener al invisible personaje; pero ste se revolvi con inesperada violencia y Duke recibi en el hombro un golpe descargado con un saquito que pareca lleno de piedras. Solt un momento a su agresor, que aprovech la oportunidad para escabullirse entre el humo, sin que Duke hubiera podido reconocerle. Oyse casi al mismo tiempo un grito de agona que domin el tumulto reinante. Desde fuera lleg el gemir de numerosas sirenas policacas, y un momento despus resanaron fuertes golpes contra las puertas del pabelln. -Seor Sewall, abra en seguida! -grit Duke-. Mientras no abra la puerta no podremos ver lo que ocurre. En efecto, la humareda segua conservando su misma densidad, que ni las luces podan vencer. -Dnde est, seor Straley? -grit Sewall-. Venga hacia m. Estoy junto a las palancas que mueven la puerta. Guiado por la voz de Sewall, Duke fue hacia l, llegando a su lado despus de luchar con la muchedumbre agolpada a la puerta. -Tenemos que abrir -dijo Duke. -Tengo en la mano la palanca que gobierna la puerta -jade Sewall. -No hay telfono en el pabelln? -pregunt. Duke. -S, aqu... Quiere llamar? -S, antes de abrir conviene que nos pongamos en contacto con la Polica. Sewall entreg el telfono a Duke. Del otro extremo del hilo lleg una voz femenina. -Quiero hablar con la Polica -dijo Duke-. Llamo desde el pabelln del Hospital Bellegarde... -Hola, Duke -susurr la voz de Max Mehl-. Djeme el aparato. -Hola, Max. No saba dnde encontrarle -replic el joven, cediendo el telfono al jefe de Polica, quien orden al agente que se puso al aparato -Dense prisa. Max Mehl al habla. Avisen al teniente Healy para que venga con refuerzos, que rodeen el pabelln, que no dejen salir a nadie. Que formen una triple cuerda en torno a l. Cuando se abra la puerta saldr una densa humareda del interior. Que nadie la aproveche para huir. Entendido? Duke le oy devolver el telfono a Sewall, y al cabo de unos minutos, despus de haberse odo aumentar el gemir de las sirenas, el timbre del telfono reson en las tinieblas. Max volvi a coger el aparato. -Diga... S? Ya podemos abrir? Bien. Mucho cuidado. Colgando el telfono, el jefe de Polica orden a Sewall: -Abra las puertas en cuanto yo termine de hablar a esta gente. Habase hecho un silencio bastante total, como si todos los que estaban encerrados en el pabelln comprendieran la gravedad de lo que estaba ocurriendo. La potente voz de Max acentu dicho silencio. -Seoras y caballeros: Vamos a abrir la puerta. Que nadie se precipite al exterior, pues el pabelln est rodeado de policas que dispararn sobre el que intente huir. Estnse quietos, dejen que el humo se disipe y luego sigan las instrucciones que les darn las autoridades. Es muy importante, para evitar accidentes, que nadie pierda la serenidad. Oyse un murmullo de asentimiento y, por fin, Max indic a Sewall: -Abra la puerta. Sewall movi la palanca que pona en marcha el mecanismo de la puerta, que se levant lentamente, dejando entrar una leve claridad que se fue acentuando, a medida que el humo sala. Aunque alguno de los prisioneros hubiera pretendido huir le hubiera sido imposible lograrlo, pues una muralla de policas cerraba la salida. -Cmo tarda tanto en disiparse el humo? -pregunt Max. -Es que el pabelln no tiene otra abertura que la puerta -explic Sewall. Por fin qued el interior del pabelln bastante libre de humo y un grito de mujer reson en el lugar: -Duke! Duke! -llam Betty-. Le han asesinado! Straley y Mehl corrieron hacia donde sonaba la voz y entre los jirones de blanco humo vieron a Betty junto a un cuerpo humano tendido en el suelo. Al llegar junto a la muchacha, Max y Duke reconocieron el cuerpo. Era el de Petersen, el antiguo sargento jubilado. Estaba cado de espaldas y en el pecho tea clavado un cuchillo o pual de extraa empuadura. Duke no tuvo necesidad de examinar ms atentamente aquel cuerpo para saber que estaba frente a un cadver. -Le han matado? -pregunt Max. -Eso parece -dijo Duke-. Debi de tropezar con... Un alarido interrumpi a Duke. La voz de Sewall elevse en un histrico chillido. -Los han robado! -repeta, como loco. Duke corri hacia el lugar donde se encontraban los brillantes. Una sola mirada le bast para darse cuenta de que haban desaparecido; pero Sewall pareca preocuparse por algo que deba de juzgar mucho ms importante. Con los ojos desorbitados sealaba con temblorosa mano el pedestal donde estuviera el cilindro conteniendo el rdium. No se vea ni rastro del tubo, que haba desaparecido como la coleccin de brillantes. Sewall segua chillando y lanzando exclamaciones. -El rdium! Dos millones perdidos! Dios mo! Es la ruina! -Sernese -dijo Duke, cogindole de un brazo-. No est asegurado? -Eh? -Sewall no comprenda-. Qu dice? Asegurado? Ah, s! -su rostro se ilumin-. S, es verdad... asegurado... Max habase abierto paso por entre el pblico, y llegando al cordn de policas, orden: -Que entren unos cuantos para registrar a todo el mundo. Que no salga nadie. Que avisen a Jefatura para que enven unas cuantas matronas para registrar a las mujeres. -Sera conveniente avisar a la Compaa que ha asegurado esto -advirti Duke-. Creo que estn cinco millones en juego y tienen derecho a tomar toda clase de precauciones para recuperar algo de lo perdido. Max retransmiti las rdenes y un momento despus seis policas entraron en el pabelln; obligaron a todos a ponerse en fila y comenzaron un minucioso registro, de los hombres y de los bolsos de las mujeres, en espera de que llegaran las matronas. stas y los representantes de la Compaa aseguradora llegaron al cabo de unos veinte minutos. Los de la Compaa de seguros traan un gran camin. -Un aparato de rayos X -explic el jefe-. Si han desaparecido los brillantes, pudiera ser que los culpables se los hubieran tragado. No hay que descuidar ninguna precaucin. Se llev a cabo metdicamente el registro, y slo despus de pasar por manos de la Polica y de los agentes de seguros, se permiti a los que se hallaron en el pabelln que salieran, aunque sin poder marchar a sus domicilios. -Se ha cometido un asesinato -explic Max-. Aunque no sean ustedes culpables del robo, no podemos dejarles en libertad hasta habernos convencido de que no lo son, tampoco, del crimen. En el momento en que dos policas cacheaban a Covarrubias, Duke se acerc a ellos. Iba a saludar al sudamericano, pero se contuvo al or la exclamacin que acababa de lanzar uno de los policas, en la palma de cuya man brillaba un grueso brillante. -Qu es eso? -pregunt Covarrubias-. De dnde ha salido? El polica le dirigi una mirada llena de odio y llam a Max. -Mire, jefe, lo que hemos encontrado encima de este pjaro. Max examin el brillante y luego mir a Covarrubias. -Puede explicar la procedencia de esta piedra? -pregunt. -No s... -tartamude el sudamericano-. No s... Yo no llevaba ninguna piedra preciosa... -La conoce? -insisti Max Mehl. -Parece uno de nuestros brillantes... Max gru: -Detengan a ese hombre. Que no hable con nadie. Regstrenle mejor. Tomen sus huellas dactilares. Luego vean si hay alguna huella en el pual con que asesinaron a Petersen. Volvise hacia Duke y Bob. -Qu opinas, Duke? -pregunt. Straley se encogi de hombros. -No s an -mir un momento el alterado rostro de Covarrubias, en cuyos ojos ley una honda splica, y con voz bastante alta para que el otro pudiera orle, agreg:- No entiendo nada. -Mientras contina el registro podramos ver si encontramos por aqu algn brillante ms. Sewall reunise con ellos. Estaba plido como un muerto y le temblaban las manos. -Es inaudito -murmur-. Un robo as... Creen que podrn encontrarlo? -Los brillantes? -pregunt Duke. -Eh? No; los brillantes no tienen ninguna importancia. Lo que vale es el rdium... Dnde puede estar? -Nadie ha salido desde el momento en que las dos granadas fumgeras fueron lanzadas -dijo Max-. Vigil la puerta y vi como se cerraba antes de que nadie pudiera alcanzarla. Y slo despus del estallido de las granadas, cuando el humo llen el pabelln, se cometi el robo. Por lo tanto el rdium y los brillantes tienen que estar aqu. Inicise el meticuloso registro del pabelln sin que apareciera ni rastro de los brillantes ni del tubo de acero. Al llegar ante el enorme horno elctrico, el rostro de Max Mehl iluminse. -Quiz estn ah dentro! -exclam, abriendo la pesada puerta del horno. Apenas lo hubo hecho, salt hacia atrs, llevndose las manos a los ojos. Un haz luminoso de un rojo blanco intenso se proyect contra la pared. -Est encendido! -dijo Dennison. -S -dijo Sewall-. Lo estbamos probando... Recuerda que se lo dije, seor Straley? -S -contest Duke-. Supongo que podemos apagarlo... -No puede el rdium estar ah dentro? -pregunt Max Mehl. -Si estuviera ah se habra volatilizado ya -sonri Duke-. Este horno es de una potencia capaz de fundir los metales ms duros -examin el marcador de temperatura y explic:- En estos momentos se halla en el punto de ebullicin del tungsteno puro, o sea a ms de cinco mil ochocientos grados centgrados. -Bien, tendremos que registrarlo todo a fondo -gru Max-. No puede entrar dentro de esos molinillos de caf? -pregunt, sealando los dos enormes super-microscopios. -Pudiera ser; pero no aconsejo que los registren -dijo Sewall-. Se trata de aparatos muy delicados y slo pueden ser tocados por tcnicos. -Yo puedo registrarlos -anunci Duke-. Conozco los aparatos. Pero ni all, ni en ningn otro lugar del pabelln, se encontr el menor rastro de los veinticinco brillantes Covarrubias (excepto el encontrado en poder del sudamericano) ni del tubo de rdium. El examen por rayos X no permiti descubrir que ninguno de los visitantes se hubiera tragado ninguna piedra preciosa. Un examen del cuchillo que haba causado la muerte de Petersen permiti descubrir una huella del dedo meique de la mano derecha de Covarrubias, quien, al serle presentado el cuchillo, reconoci ser de su propiedad. -Es un arma indgena -explic-. Muy valiosa. No comprendo cmo est aqu... La dej en mi hotel. -Una explicacin muy convincente -gru Max-. Me parece, seor Covarrubias, que va a necesitar usted algo ms que un abogado para librarse de la silla elctrica. Covarrubias palideci. -Qu quiere decir? -pregunt-. Ya he dicho que no saba nada de ese brillante... No se cmo ha podido ir a parar a mi bolsillo... -Y tampoco sabe cmo fue a hundirse su daga en el corazn del guardin de los brillantes. En fin, procure convencer al juez, pues a m no me convence. -Seor Straley -jade Covarrubias-. Convenza usted... El sudamericano le interrumpi, pues Duke haba avanzado hacia l y, de pronto, le agarr fuertemente por la chaqueta y lo zarande un momento, soltndolo luego en brazos de los policas. -Qu significa...? -empez Covarrubias. Duke le mir impasible mientras Max daba orden de que se lo llevaran. -No cabe duda de que tenemos al asesino -gru el jefe. -No, Max; Covarrubias no es culpable de nada -dijo Duke-. Por lo menos no es el asesino ni el ladrn de los brillantes. -Cmo lo sabes? -pregunt Max. -Por el tacto -sonri Duke-. Para estos trabajos hace falta mucho tacto. Muchsimo tacto. Vamos, Betty. Marchmonos antes de que el amigo Max se de cuenta de que a nosotros no nos ha hecho registrar. -Eh! -Max enrojeci intensamente-. Eh, vosotros! -llam a unos policas-. Registrad a esos dos y que una matrona registre a la seorita. -Y no se olviden de registrar al jefe de Polica -ri Duke-. S de un caso en que se cometi un robo en unas circunstancias muy parecidas a esta, aunque sin bombas de humo ni asesinato. Y el ladrn, en cuanto entr la Polica, meti en el bolsillo de uno de los agentes lo robado, se dej registrar, recuper el producto de su robo y sali tranquilamente a la calle. -No hace falta que me registren -gru Max, comenzando a rebuscar en sus bolsillos-. Para eso me basto yo. Y con verdadero alivio no tard en convencerse de que ni en sus bolsillos ni en los de Duke ni Bob ni encima de Betty se encontraba ningn brillante ni ningn tubo de rdium. -Puedes explicarme qu has querido indicar al decir aquello del tacto? -pregunt Max. -Muy sencillo -replic Duke, disponindose a salir del pabelln-. Que el traje de Covarrubias es de estambre finsimo, y en cambio, el asesino, o por lo menos el ladrn de los brillantes, con quien tuve el disgusto de tropezarme y recibir un buen golpe con el paquete de piedras preciosas, llevaba un traje mucho menos fino y, adems, en vez de una americana cruzada, como en el caso de Covarrubias, llevaba una chaqueta lisa. En el momento en que iba a salir, Duke vio entrar a un hombre que agitaba los brazos en alto y pona al cielo por testigo de lo inaudito del suceso. -Mis brillantes! -ruga-. Dnde estn? -Oh, seor Sloane! -exclam Sewall, acudiendo al encuentro del recin llegado-. Un robo lleno de audacia! Sus brillantes y el rdium del hospital... Por fortuna el seguro cubrir... -Un diablo! Mis brillantes valan seis millones. Slo quisieron asegurarlos en tres. Pierdo tres millones... -Perdone, seor -interrumpi Duke-. Gana usted uno y medio, que no es lo mismo. -Eh! Quin es ese hombre? La respuesta se la dio a Sloane el jefe de Polica.CAPTULO V El robo de los cinco millones llen las primeras pginas de los peridicos y contribuy ms que toda la propaganda hecha hasta entonces a que la atencin del pblico se dirigiera hacia la Feria Universal. Se publicaban fotografas del pabelln del Hospital Bellegarde, de los brillantes, de los esposos Curie descubridores del rdium, del doctor Sewall, del Hospital. Luego segua una detallada informacin acerca de las intiles pesquisas de la Polica para dar con los objetos desaparecidos, de lo inexplicable de su robo, ya que nadie haba salido del pabelln antes de que desaparecieran y, por otra parte, el citado pabelln, segn declaraciones del arquitecto que traz los planos y de los obreros que lo construyeron, no tena ms salida que la puerta. "Slo un hombre invisible habra podido sacarlos", deca un reportero. -Lo crees t tambin? -pregunt Betty a su hermano. -Eh? No, no. Nada de hombres invisibles. La explicacin tiene que ser mucho ms sencilla. Infinitamente ms sencilla. Cuando demos con ella nos asombrar haberla tenido tanto tiempo delante de nuestros ojos. Durante toda la noche he estado pensando en lo que yo hubiera hecho de hallarme en el caso del ladrn y criminal. -Y has llegado a alguna conclusin? -pregunt Bob. -He llegado a varias; pero an me faltan bastantes ms por resolver. De momento he pedido a Max que venga con Covarrubias. Me interesa interrogarle. -Qu hubieras hecho en el caso del asesino? -pregunt Betty. -Ante todo buscar a alguien a quien, como vulgarmente se dice, cargarle el muerto. -Quin poda ser ese alguien? -pregunt Dennison. -El sospechoso ideal era, en este caso, Covarrubias. Caba esperar, lgicamente, que no faltase el da de la inauguracin del pabelln del Hospital Bellegarde. Recordad que apenas hubo entrado en el lugar se cometi el robo y el crimen. Eso quiere decir que alguien le vigilaba, se apoder del pual que Covarrubias guardaba en su equipaje y, anticipndose a l, form entre los que aguardaban turno para entrar y una vez en el pabelln lanz las dos granadas, rob los brillantes y asesin a Petersen, que, sin duda, se interpuso, como yo, en su camino. -Entonces crees que se plane de antemano el asesinato del sargento? -pregunt Bob. -No, no creo eso. El ladrn debi de prevenirse contra cualquier contingencia. Por eso se llev el pual. Si no pensaba en matar, en cambio debi de intentar herir a alguien. Se necesitaba quitar de en medio a Covarrubias cargndole un delito o dos. Con un asesinato sobre l, Covarrubias est ms que quitado de en medio, y necesitar mucha suerte para librarse de la silla elctrica. -Qu ms has averiguado? -pregunt Bob. -Nada ms. Estamos al principio del caso -Crees que tiene alguna relacin con Steve O'Neal? -De momento no se advierte ninguna; pero no me extraara que al fin descubriramos esa relacin. -Por qu no crees que Covarrubias pueda ser el culpable? -pregunt Betty. -No s. Tal vez porque un abuelo suyo y otro nuestro lucharon juntos. Adems, por qu guardara un solo brillante? Si era capaz de cometer un robo y un crimen tan burdos, lo lgico hubiera sido enc