EJEMPLAR GRATUITO · 2020. 11. 5. · La minga consolidó su ganado prestigio ante el pueblo y los...

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POLÍTICAMENTE INCORRECTO F EDICIÓN 90 F VALOR: CIVIL | @UNPASQUIN | www.unpasquin.com EJEMPLAR GRATUITO Caricatura de Mheo

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  • POLÍTICAMENTE INCORRECTO F EDICIÓN 90 F VALOR: CIVIL | @UNPASQUIN | www.unpasquin.com

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    EL PERIÓDICO DE LA O

    DIRECTOR: VLADIMIR FLÓREZ —VLADD0—

    Dibujan: Fontanarrosa, Bacteria, Betto y Mheo. || Caricaturas de Vladdo, cortesía de Semana y DW en Español. Escriben: Juliana Bustamante, Olgahelena Fernández, Juliana González, Gonzalo Guillén, Santiago Londoño Uribe, Juan Manuel López Caballero, Suzanne Raga, Rodrigo Pombo Cajiao, Ricardo Sánchez Ángel y Catalina Trujillo Urrego.

    Edición 90 — OCTUBRE DE 2020

    Asesor Gráfico: Gustavo del Castillo

    Diseño de portada: Vladdo

    Producción: VladdoStudio

    Impresión: La Imprenta S. A. S.

    www.unpasquin.com

    Mail: [email protected]

    Twitter: @unpasquin

    DERECHOS RESERVADOS © 2020 VLADDOSTUDIO

    E D I T O R I A L

    Pasarse de la raya

    A unque, en general, la sociedad muestra cierta tolerancia hacia el oficio de los caricaturistas, hay temas que todavía resultan espinosos, como la patria, el aborto, la legalización de las drogas o los derechos de la comunidad LGBTI. Y ni hablar de asuntos religiosos.

    Tras el atentado terrorista de 2015 contra Charlie Hebdo, cuando fueron asesinadas en París doce personas –incluidos cinco dibujantes–, tras la publicación de unas caricaturas donde se mofaban de Mahoma, fueron muchas las voces de solaridad que se oyeron alrededor del mundo, en respaldo a dicho semanario y en defensa de la libertad de expresión. Desde luego, nuestro país no se quedó atrás y aquí también fueron numerosas las manifestaciones de pesar.

    Sin embargo, a renglón seguido algunos matizaban su postura alegando que los caricaturistas se “pasaban de la raya” e incluso a proponían imponerles ciertas restricciones, para evitar “darles papaya” a los extremistas, o para que no se les vaya la mano en sus “ofensas”. Como si fuera tan sencillo definir dónde termina la crítica o la burla y dónde comienza la ofensa. ¿Quién delimita esa frontera? ¿Quién traza esa raya? ¿Un ministro, el procurador, el fiscal, un cardenal, un abogado?

    La discusión emergió de nuevo luego de que a media-dos de octubre, un profesor de secundaria fue decapitado en París, por un terrorista islámico, por haber cometido el ‘pecado’ de mostrar en clase unas caricaturas de Mahoma. El crimen fue repudiado por los franceses, empezando por Emmanuel Macron, quien reivindica el derecho pleno a la libertad de expresión, actitud que ha exacerbado la ‘ira santa’ de los presidentes de Turquía e Irán, Recep Tayyip Erdogan y Hasan Rohani, que le han respondido en términos poco amigables y llamados a boicotear productos franceses.

    El líder iraní, incluso, llegó a decir que ‘insultar’ a Mahoma podía fomentar la violencia, en un incendiario discurso que muchos temíamos que pudiera ser interpretado por los más radicales como una ‘orden de trabajo’. 24 horas después, se produjo en Niza, al sur de Francia, un nuevo aten-tado, donde un terrorista asesinó a tres personas en una iglesia.

    ¿No será que Rohani se pasó de la raya?

    A T R A Z O

    L I M P I OLa objetividad es un mito; la libertad, un derecho;la transparencia, un compromiso yla independencia, una obligación.

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    OPINIÓN

    Semana OCTUBRE 18, 2020 95

    cree en Millos pero no en milagros...

    https://www.mentalfloss.com/authors/64499/Suzanne-Raga

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    Opinión de Ricardo Sánchez Ángel*

    Hay que recuperar la experiencia creativa y plural del 21 de noviembre del año pasado, donde la juventud marcó el ritmo de los sucesos.

    E l inquilino de la Casa de Nariño, la sede del poder presidencial, está sordo. Su enfermedad no es fisiológica, esa pér-dida de la capacidad auditiva que aísla a los humanos de las voces y los ruidos. La vida humana se empobrece ante la ausencia del mara-villoso sentido que registra la música.

    La sordera del señor presidente es noticia propa-gada en las redes sociales. Es lo que se comenta en los hogares, lo que acompaña al saludo en la calle, en el trabajo y telefónicamente. La sordera del per-sonaje es cosa sabida al gobernar de espaldas a los intereses nacionales y en contra de las mayorías del común. Lo que corroboró que la sordera no es una inventiva de periodistas y opositores, fue su renun-cia a dialogar con la minga en Cali y en Bogotá. Con soberbia, el sordo del palacio sentenció con igno-rancia: ¡Esas discusiones en una demo-cracia se hacen en el Congreso! Es decir, en el cenáculo de los elegi-dos del poder y el dinero. Pues no, el gran pleito histórico de los indígenas y persegui-dos se ventila, además del Congreso, en todos los esce-narios de la democracia. En las calles, ese parlamento del pueblo, en los periódi-cos, en los recintos de todo orden y, por supuesto, en las mesas de diálogo y negociación.

    La sordera de este presiden-te (Álvaro Uribe en cuerpo ajeno) es social y política. Es la misma del establecimiento egoísta y voraz. Es la sor-dera cuyo diagnóstico de las causas es preciso: racis-mo, clasismo y patanería. Sí, el sordo del palacio es un patán perfumado y maquillado. Además, tiene miopía extrema y da palos de ciego ante la crisis nacional: la de la Amazonía y los ecosistemas, la de la pobreza y el hambre, la de la educación y la salud, la de la servi-dumbre voluntaria frente al gobierno de los Estados Unidos, la de las guerras del narcotráfico y la subver-sión, que, al ponderar las cifras y los hechos, se siguen perdiendo.

    El país vive la crisis humanitaria más aguda de los últimos años. Es uno de los países con mayor número de asesinatos de líderes indígenas, campe-sinos y defensores de los derechos, incluyendo a ex-guerrilleros, a lo que se suma un creciente feminici-dio. Se vive un constante desplazamiento de despo-

    jados hacia el exterior y el interior del país. La minga presentó un claro programa por la vida,

    la paz, el territorio y lo social, acompañado de acciones de cumplimiento a los acuerdos firmados y siempre burlados. Su movilización fue espléndida, vistosa, mul-titudinaria, alegre, digna y con un alto grado de orga-nización. El recibimiento de las gentes por donde mar-charon fue solidario y de apoyo a sus justas demandas. La minga consolidó su ganado prestigio ante el pueblo y los observadores internacionales. La unidad del mo-vimiento, su programa y liderazgo son educativos para el movimiento popular que suele estar dividido e impo-tente. La minga es la vanguardia de las luchas sociales y lo hace de manera sencilla y sabia.

    En todo caso, el dolor y el llanto de las víctimas, el murmullo y el grito de indignación crecen. Veo con optimismo que la audiencia de la querella y la

    acción están en movimiento. Este mes de noviembre promete ser

    agitado si se abandona el vanguardis-mo autoproclamado por el Comité

    Nacional de Paro y se permite la unidad más allá de su jurisdicción

    burocrática. Hay que recuperar la experiencia creativa y plural del 21 de noviembre del año pa-sado, donde la juventud marcó

    el ritmo de los sucesos. El progra-ma está en la consciencia colectiva

    de las gentes y su experiencia está viva.

    Los vientos internacio-nales se orientan hacia la

    movilización y el triunfo demo-crático en Nuestra América. El triunfo del “Sí” en el plebiscito por una nueva constitución en Chile va a abrir un periodo de intensas confrontaciones pro-gramáticas y va a mantener el ánimo de inconformi-dad, que tiene sus raíces en las nefastas consecuen-cias que el modelo neoliberal propició en el mundo social. Sin duda, el hecho más destacado lo constitu-ye el triunfo electoral en Bolivia del presidente Luis Arce y el vicepresidente David Choquehuanca, que son genuinos representantes de los indígenas y del conjunto del movimiento popular. En Bolivia ganó la minga.

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    Alarma. Hay que salvar a Feliciano Valencia.

    *Profesor emérito, Universidad Nacional. Profesor titular, Universidad Libre.

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    E scribo esta columna exactamente a siete días de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. El último bisiesto, que para mí arrancó en Octubre de 2015 con las elecciones regionales, fue un doloroso aterrizaje electoral del que aún estoy recuperándome. El año de perderlo todo, para parafrasear a mi querido Ricardo Silva Romero, arrancó con el suicidio británi-co en el referendo del Brexit, siguió con el pequeño (en votos) pero desastroso triunfo del No en nuestro plebiscito y terminó con broche de oro con la llegada del mentiroso anaranjado a la Casa Blanca.

    Quienes hemos estado en política sabemos que en las elecciones normalmente hay algunas candidaturas o propuestas, casi siempre marginales, que hacen uso del racismo, la xenofobia, la discriminación y la men-tira sostenida como estrategias. Ese año, no obstante, estas armas políticas lograron posicionarse en lo alto de dos de las democracias más antiguas y estables del mundo. Para el caso colombiano, en una de las jornadas electorales más importantes de nuestra historia, brilló la mentira. El populismo –que propone soluciones sim-plistas a problemas complejos, que inventa amenazas como los violadores mexicanos, los refugiados sirios que llegan en masa o el castrochavismo que se toma el poder– demostró que seguía vigente y que no era solo un mal de repúblicas bananeras o sistemas débiles.

    Con el tiempo las soluciones simplistas, no obs-tante, se chocan con realidades tozudas. En el caso del Reino Unido la promesa de una negociación clara y sin dolor para la salida de la Unión Europea se ha

    enfrentado a un proceso largo, complicado y doloroso que tiene al gobierno muy cerca de la salida “barranco” (sin tratado). Esto significaría un golpe mortal para la ya aporreada economía de las islas en medio del Covid. El Primer Ministro, Boris Johnson, apodado hasta ahora ‘El hombre teflón’ porque nada parecía afectar su imagen, está ya en las encuestas cerca al 60% de desaprobación. Para terminar y pasar a nuestro segundo capítulo del populismo enfrentando realidades, el futuro comercial del Reino Unido también depende de los resultados de la elección estadounidense. Johnson ha sido muy cercano a Trump, quien ha aplaudido el Brexit como una manera de quitarle peso a la Unión Europea. Biden reconoce la importancia de la “relación especial” entre ambos países, pero buscará mejores relaciones con los grandes del continente.

    En estos casi cuatro años Donald Trump nos ha sorprendido con muchas frases absurdas, ilógicas y, so-bretodo, mentirosas. Según un servicio del Washington Post, desde su posesión ha dicho 22,247 frases falsas o engañosas. Esta es su estrategia para debilitar la frontera entre lo que es cierto y lo que no lo es. Hace unos días el candidato-presidente pronunció una fra-se apoteósica y terrorífica. Terminando un evento de campaña en Nevada, Trump le advirtió a su público que si su contrincante ganaba las elecciones “iba a escuchar a los científicos”. Así como lo oyen. Trump ve la relación con la ciencia como una amenaza. De no ser porque el mundo está enfrentando un virus agresivo y tremendamente contagioso y una crisis climática profunda, esa frase se citaría en un programa de humor político. Pero, en este momento, con 1.16 millones de muertos en el mundo y con 226 mil en EU, lo que dice y hace Trump es criminal. La muerte también es una realidad tozuda.

    Las mentiras reiteradas y sostenidas desde los espacios de poder no son cuestiones menores. Las so-ciedades necesitan de niveles básicos de confianza para funcionar; cuando no es así, tambalean los cimientos de la democracia y de sus instituciones. En EE UU los votos y el colegio electoral decidirán si la verdad dejó de importar. La reelección de Donald Trump sería un mensaje perverso y tendría que preocupar a todo aquel que crea en el debate basado en las evidencias y en el respeto. La democracia siempre está en riesgo.

    (En Medellín llevamos un año presenciando un festi-val de mentiras y una gran incapacidad para gobernar. Se rompen puentes de gobernanza y confianza que tardaron más de 20 años en construirse. Hay enemigos inventados y clientelas animadas. Siempre en riesgo.)

    *Abogado; magister en Derecho Internacional.

    Opinión de Santiago Londoño Uribe*

    En estos casi cuatro años Donald Trump nos ha sorprendido con muchas frases absurdas, ilógicas y, sobretodo, mentirosas.

    El Festival de la Mentira

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    Egoísmos solidarios

    Opinión de Juliana González*, desde Berlín.

    A inicios de la pandemia, como muchas otras personas, creía que saldríamos de esto siendo mejores personas. Pero ocho meses después ya no lo creo.

    V ivimos tiempos convulsos. La pandemia del coronavirus, tan global y tan desigual, nos atrapó en medio de revueltas sociales en Colombia, en Chile y en Hong Kong, por citar algunos ejemplos. En el entretanto, en Colombia continúan los asesinatos de líderes sociales, Chile aprueba enterrar la Constitución pinochetista y escribir una nueva, y Hong Kong es engullida por la Ley de Seguridad de China que prácticamente pone fin de un plumazo a la consigna de “un país, dos sistemas”.

    Vivimos tiempos fascinantes y muy difíciles. Levantamientos sociales ante las injusticias raciales como el movimiento de Black lives matter, desenmasca-ramiento de las masculinidades tóxicas gracias a la va-lentía de mujeres y hombres que denuncian estructuras de encubrimiento patriarcal. Juventudes que se toman las calles para reclamarnos un planeta saludable, en el que ellos tengan la posibilidad de hacer una vida, sin pagar nuestros platos rotos. Una pandemia mundial: ni asiática como el SARS, ni africana como el Ébola ni tropi-cal como la Malaria o el Chikunguña.

    Pero también vivimos retrocesos. El péndulo apunta a una sobrecarga de las labores del hogar para las muje-res. En el incremento de la violencia intrafamiliar ante la angustia existencial que producen el desempleo y el confinamiento. También vivimos, alrededor del mundo, el auge de los autócratas ataviados con diferentes care-tas. La proliferación de los conspiranoicos. A veces pare-cemos atrapados entre dos fuegos: amigos y enemigos.

    Y en cada uno de estos desafíos, necesitamos de la solidaridad. Por ejemplo, de esfuerzos mancomunados para producir, distribuir y garantizar el acceso a los paí-ses más pobres a las vacunas. Estamos ante una pande-mia que no conoce de fronteras geográficas ni de zonas climáticas diferenciadas. Pero ya sabemos que hay man-datarios que a tales hechos los denominan fake news porque no les gustan y no les sirven a sus propósitos.

    Al mismo tiempo, la paradoja de nuestro tiempo y de nuestras luchas colectivas es que requieren una alta do-sis de individualidad. Es como una especie de egoísmo solidario. Así yo renuncio a los encuentros con amigos y familiares para protegerlos del virus. Renuncio a ciertos niveles de consumo personales para crear garantías a los que nos suceden. Me alejo hoy físicamente con la pro-mesa de una cercanía en el futuro. Y quizá justamente en esta paradoja es que radica el riesgo de perder la batalla. Nadie de nosotros tiene ese futuro asegurado. Hemos dejado de pensar en el mediano y largo plazo por las gra-tificaciones que nos ofrece la instantánea. Si miramos a nuestro alrededor nos damos cuenta de que vivimos el presente de manera frenética persiguiendo Click, click, like, like … y el eterno tintineo de nuestras notificacio-nes que nos avisa que fuimos leídos, vistos, comparti-dos, contestados, criticados, amados, destrozados.

    Este virus viene a irrumpirlo todo. A darle vuelta a esa inmediatez. Y es que no es un desarrollo en línea recta con una fecha de caducidad anotada por ahí. Es una carrera de observación, de replantearnos actitudes como colectivo humano que quiere todo de prisa y al instante. A inicios de la pandemia, como muchas otras personas, creía que saldríamos de esto siendo mejores personas. Pero ocho meses después ya no lo creo. Quizá tenga que ver con la llegada de la segunda ola, que nos recuerda que el mundo no es binario. Que a diferencia de lo que nos hacen creer los mandatarios mesiánicos no vamos de buenos y malos, de negros o blancos ni de juegos de suma cero. Vivimos tiempos fascinantes. Vivimos tiempos de paradojas, tiempos donde para estar juntos tenemos que aislarnos. Tiempos que nos exigen salir a las calles y no renunciar a las luchas. Son tiempos en los que los jóvenes deben proteger a los vie-jos para que no se los lleve el virus. Y al mismo tiempo, tiempos en los que esos mismos jóvenes deben mante-nerse firmes en sus posturas que reclaman mejores de-mocracias, una vida más incluyente, respetos de los de-rechos humanos, la erradicación de las desigualdades y un planeta más verde.

    *Analista Política; Máster en Políticas Públicas y Economía para el Desarrollo. @JuliGo4C

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    S olemos equiparar con pasmosa facilidad “histórico con positivo” o “moderno con loa-ble”. Lo cierto es que ni todo lo moderno es plausible ni todos los hechos que irrumpen en nuestra historia son favorables. Como ejemplo de ello tenemos, para el caso de la modernidad, el individualismo rampante y para el caso de la historia, las guerras.

    La votación del pasado domingo 25 octubre, en Chile, ciertamente fue histórica. El pueblo se ha pro-nunciado de manera categórica en favor de cambiar su constitución política derivada, dicen los expertos, de voluminosas y violentas protestas sociales acaecidas en el año 2019.

    ¿Han servido las protestas chilenas como antece-dentes de las manifestaciones en nuestro país? Es muy probable. ¿El cambio constitucional chileno servirá de antecedente en nuestros pagos? Es muy posible.

    Y, ¿qué tenemos para ofrecer? Nada. Ningún par-tido o movimiento político, ningún dirigente gremial, sindical, político o académico tienen una alternativa que ofrecer. Una visión. Las condiciones de Colombia, en casi todos los sentidos, son más, mucho más precarias que las de Chile.

    Colombia es violenta y se encuentra en la mitad de un conflicto; la informalidad laboral supera con creces a la de Chile y el desempleo en nuestro país es de los más altos de la región. De corrupción pública y privada, ni hablemos; junto con Uruguay, según las calificadoras como Transparencia Internacional, Chile cuenta con unos resultados francamente envidiables. El PIB per cá-pita resulta para nosotros prácticamente inalcanzable a pesar de que Chile no cuenta con riquezas naturales, salvo los enormes yacimientos de cobre y en otrora épo-ca, de salitre.

    La educación pública y privada en Chile ocupa aten-ción prioritaria y es considerada la mejor de la región. La economía libre de mercado es un ejemplo de inclusión, oportunidades y desarrollo colectivo. Chile, en suma, es la antítesis del socialismo del Siglo XXI que ha dejado postrado a Venezuela y Argentina, las potencias econó-micas, sociales y culturales del siglo XIX y principios del siglo XX en la región.

    E, insisto: a pesar de los innegables logros y de contar con la clase media y la movilidad social más admirables de toda América Latina, Chile ha decidido cambiar de rumbo. Su gente así lo ha exigido a través de las urnas y, recordemos, allá sí respetan los resultados electorales.

    Colombia cuenta con muchas, muchas, pero muchas más carencias que Chile y con una Constitución con más de 50 reformas a sus espaldas, sin contar los bloques de constitucionalidad. Es decir, con una carta perfecta como acuerdo político, pero increíblemente imperfecta como documento de gobierno u hoja de ruta.

    Me parece que el antecedente chileno nos va a llegar más temprano que tarde y no estamos prepara-dos. Colombia es inviable como vamos y cuenta con la constitución política más extensa e ilegible del planeta en donde la parte dogmática es perfecta pero la parte orgánica no se acompasa ni mucho menos se sintoniza con las exigencias de derechos y garantías que se exhortan en el sagrado espíritu de la carta.

    Increíble que a pesar de que todos sabemos esto, casi nadie se atreva a decirlo, menos aún en voz alta y, más increíble aún, que se guarde sepulcral silencio viendo el ejemplo de nuestros compatriotas chilenos.

    Mientras que allá no tenían para que cambiar, lo hacen; acá, teniendo muchas cosas que cambiar, ni si-quiera lo pensamos en serio. Recordemos, como lo hace el profesor colombiano Luis Enrique García, que “la es-tructura constitucional define el comportamiento social y personal”.

    *Abogado, analista político. @rpombocajiao

    Opinión de Rodrigo Pombo Cajiao*

    Me parece que el antecedente chileno nos va a llegar más temprano que tarde y no estamos preparados.

    Constituyente colombo-chilena

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    E l pasado 25 de octubre, Chile decidió por una mayoría abrumadora cambiar su Constitución heredada del régimen dic-tatorial de Augusto Pinochet que cayó en marzo de 1990. Chile lleva varios años movilizándose en torno a reclamos sociales que exigen transformaciones estructurales y ha sido un ejemplo y modelo de reclamo social que han seguido varios países de la región en busca de cambios sustanciales en sus sistemas.

    En 2011, el movimiento estudiantil en Chile logró vi-sibilizar las necesidades de cambio del sistema educativo y dio paso al surgimiento de un nuevo liderazgo político que ha venido abriendo camino al progresismo y a una agenda social distinta. A su vez, el año pasado, se dio en ese país el que se ha conocido como ‘estallido social’ enmarcado en exigencias en torno a una sociedad menos desigual. La movilización, que duró varios meses, se manifestó masiva-mente en contra del modelo neoliberal, los abusos de poder y en favor de la elaboración de una nueva Constitución Política. Además, en ese contexto de levantamiento po-pular, el colectivo feminista LASTESIS creó un himno y coreografía conocido como ‘El Violador Eres Tú’ que se volvió viral en todo el mundo como un perfomance de las mujeres en el espacio público y en colectivo, denunciando la violencia normalizada por siglos en nuestra contra.

    A pesar de ser un país tan conservador, Chile parece haber madurado paulatinamente durante estas tres dé-cadas y, por los resultados del plebiscito, parecería estar dando un paso como sociedad, diversa pero cada vez más cohesionada, en torno a lo que quiere y necesita, para

    transformarse en una democracia en la que el estado está al servicio de los ciudadanos y sus derechos.

    Hace treinta años, Colombia estaba atravesando por un momento igual de significativo, pero en un contexto bastante diferente. Ante la abrumadora ola de violencia política y del narcotráfico que tenía amenazada la propia subsisten-cia del sistema, un grupo de estudiantes de universidades públicas y privadas decidieron liderar un movimiento –el de la Séptima Papeleta– para cambiar la Constitución con-servadora de 1886 por una nueva Carta Política. Mediante una votación que resultó favorable a esta causa, se decidió hacer ese cambio a través de una asamblea constituyente que se eligió en diciembre de 1990 y que a mediados del año siguiente entregó la Constitución de 1991, que desde entonces nos rige. Esa norma superior, así como su garan-te –la Corte Constitucional– y su principal mecanismo de protección de derechos –la acción de tutela–, son ejemplo a nivel mundial de un pacto político liderado por sectores plurales y diversos que le apostó a una sociedad centrada en los derechos y garantías de las personas alrededor de los cuales debe girar la acción del poder público.

    Hoy, tres décadas después, nos parecemos más al Chile del fin de la dictadura en 1990 que al de 2020. Estamos en manos de un poder que lleva decidiendo el destino de Colombia desde hace cerca de 20 años en una especie de dictadura camuflada, que señala quién debe dirigir el país, que alimenta a la sociedad con un discurso divisivo y violento, privilegiando el poder político y eco-nómico de los mismos para los mismos, excluyendo y ne-gando a esos ‘otros’ que se descalifican por improductivos, perezosos, mamertos, en fin, todas las estigmatizaciones posibles para descalificar a quienes proponen otras formas de estado y sociedad, y que se oponen al hegemónico sis-tema neoliberal que, mediante una aparente democracia, legitima sus excesos.

    Nuestra gran Constitución no ha podido instalarse del todo en esta cultura tradicional y rígida, y siguen oyéndose con frecuencia llamados a desmontar sus más poderosas conquistas, con el común denominador del rechazo a la libertad y a la diversidad. El apego a las formas estrictas, verticales y crueles de la derecha siguen marcando la pauta para un sector amplio de nuestra sociedad. Y mientras paí-ses cercanos transitan en relativa unidad hacia un proyecto de sociedad más inclusivo y justo, en Colombia, a pesar de la trayectoria que empezó tres décadas atrás con ese mo-vimiento juvenil al que le debemos tanto, parecemos estar cada vez más cerca de la realidad que entonces quisimos superar, tal vez prematuramente, cuando todavía nos hacía falta transformarnos como nación.

    *Abogada, magister en Derecho Internacional y en Relaciones Internacionales y Derechos Humanos. || @julibustamanter

    Opinión de Juliana Bustamante*

    Estamos en manosde un poder quelleva decidiendo el destino de Colombia desde hace cerca de 20 años en una especie de dictadura camuflada.

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    Treinta años después

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    L os expresidentes de Estados Unidos han seguido una va-riedad de carreras después de dejar la Oficina Oval. Si bien muchos presidentes han es-crito libros o han hecho carrera dando discursos para obtener ingresos, otros han creado organizaciones sin ánimo de lucro para continuar los esfuerzos caritativos que pudieron apoyar duran-te sus mandatos presidenciales. William Howard Taft tomó un camino diferente cuando se convirtió en juez de la Corte Suprema. Pero después de ocupar el cargo más alto del país, ¿los presidentes traba-jan porque tienen que hacerlo o porque quieren? ¿Y qué beneficios de jubilación, si los hay, obtienen los ex comandantes en jefe?

    Según la Ley de expresidentes, que se aprobó en 1958, los expresidentes tie-nen derecho a un puñado de beneficios después de su presidencia, que incluyen una pensión y fondos para viajes, espacio de oficina y personal de apoyo. Dwight D. Eisenhower aprobó la ley en gran parte para ayudarle a Harry Truman, quien se vio en aprietos para sostenerse a sí mis-mo después de salir de la Casa Blanca. Truman rechazó una gran cantidad de ofertas de trabajo cómodas y explicó que “nunca podría prestarme a ninguna transacción, por respetable que sea, que comercialice el prestigio y la dignidad de la oficina de la presidencia”.

    Hoy, más de 60 años después, los expresidentes pueden agradecer a la Ley de expresidentes y legislación similar por

    sus beneficios permanentes. Tan solo el Departamento del Tesoro paga actual-mente una pensión anual vitalicia de 200.000 dólares a Jimmy Carter, Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama. Si un expresidente muere antes que su cónyuge, el cónyuge recibe una pensión anual de US$ 20,000, así como privilegios de franquicia de correo y protección de por vida del Servicio Secreto (a menos que se vuelvan a casar).

    La Administración de Servicios del Gobierno les paga el espacio de oficina, el mobiliario, el personal y los suminis-tros. También les reembolsa el costo de la mudanza de la Casa Blanca y cualquier viaje relacionado con el trabajo que rea-licen. La cantidad de dinero que obtienen los expresidentes por su espacio de oficina y personal varía. En 2010, por ejemplo, los gastos de oficina de Carter en Atlanta fueron de US$ 102,000 durante el año, mientras que los de la oficina de Bill Clinton en Nueva York ascendieron a US$ 516,000.

    Además de una pensión y fondos relacionados con su despa-cho, los expresidentes obtienen protec-ción del Servicio Secreto de por vida para ellos, sus cónyuges y sus hijos menores de 16 años. En 1985, 11 años después de re-nunciar a la presidencia, el expresidente Richard Nixon decidió prescindir de los agentes del Servicio Secreto. Afirmando

    que quería ahorrarle dinero al gobierno de EE. UU. –sus servicios de protección del Servicio Secreto costaban aproxima-damente US$ 3 millones por año–, Nixon optó por pagar su propia protección de guardaespaldas en lugar de que los con-tribuyentes la financiaran. Aunque Nixon fue el único presidente que rechazó la protección del Servicio Secreto, su esposa había optado por dejarla un año antes.

    La decisión de Nixon de renunciar a la oficina de la presidencia fue pro-bablemente una decisión inteligente, financieramente hablando, ya que la Ley indica que un presidente que se vea obligado a dejar el cargo mediante un juicio político no tendría derecho a

    estos beneficios posteriores a la pre-sidencia. Pero debido a que Nixon

    renunció antes de que pudiera ser acusado, el Departamento

    de Justicia dictaminó que Nixon debería ser elegible para recibir los mismos be-neficios financieros que sus compañeros expresidentes.

    De manera similar, debido a que Clinton fue acusado pero

    absuelto, sus beneficios de jubi-lación quedaron a salvo.

    Algunos críticos señalan que los exmandatarios vivos, con sus millones de dólares de ingresos por discursos y libros, no deberían usar el dinero de los contribuyentes para complementar sus ya vastos ingresos. Pero parece que los beneficios para los expresidentes llegaron para quedarse.

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    La ventajas de ser expresidente de EE UU

    Tras concluir sus mandatos, y gracias a una ley promulgada en 1958, los antiguos inquilinos de la Casa Blanca gozan de varios privilegios hasta el día de su muerte.

    Por SUZANNE RAGA / Cortesía de Mental Floss

    Además de una pensión y fondos relacionados con su despacho, los expresidentes obtienen protección del Servicio Secreto de por vida para ellos, sus cónyuges y sus hijos menores de 16 años.

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    94 OCTUBRE 25, 2020 Semana

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    L as elecciones norteamericanas han sacado a la luz dos cosas:Una, la división o polarizacion de la po-blación de los Estados Unidos. Por supuesto que Trump es el disparador de esta, pero no es él quien la creó sino solo el que la representa. La elección de Obama ya había sido una cachetada para lo que podría calificarse como el orgullo de ser americano por quienes consideraban que una era la Nación y otra los inmigran-tes, la primera derivada de los ‘founding fathers’, blancos, protestantes, anglosajones que se habían rebelado contra Inglaterra y habían construido un nuevo país; la segunda el ‘melting pot’ el crisol donde se funden todos los que llegan a ese país buscando que se cumpla con el ‘sueño americano’.

    En otras palabras salió a la luz que los Estados Unidos tiene dos personalidades no solo contrapuestas sino en-frentadas. La cara amable del país, padre o ejemplo de la democracia, progresista, abierto, solidario, generoso, que fue quien salvo al mundo de las dictaduras de izquierda y derecha. Y la cara terrible de la intolerancia, de la prepo-tencia, del abuso del poder, del egoísmo y el irrespeto por todo lo que no los favorezca.

    Esa segunda cara es el peor enemigo de la huma-nidad. Es la que desprecia el medio ambiente, la razista,

    sexista, atropelladora como lo es el nombre que hoy la representa. 

    Porque la división que existe en los Estados Unidos no existe en el mundo. Contra Trump, es decir con esa faceta de parte del pueblo americano, está la inmensa mayoría del planeta. Es en este momento el ser más temido; otros podrán ser más desacalificados porque no se comparten sus formas de gobernar, porque son rechazados internamente por posibles mayorías o porque ante ojos de terceros son más perversos, crueles o tiránicos; pero por mucho que otros sean sujetos de odio, ninguno es tan peligroso como el señor Trump.

    Es el consenso de los científicos, de los académicos, de los hombres de buena voluntad que ven a la especie humana como un conjunto y no como una lucha por la supremacía sobre los demás; el ‘America First’ es en sí un slogan que agrede al resto del mundo.

    Desear que salga elegido tiene ya un aspecto de prag-matismo bastante antiético; pero contribuir a ello es bas-tante peor. Y es una vergüenza salirse de la tradición de neutralidad como país para intentar apoyar la continuidad en el gobierno de ese personaje.

    *Economista e investigador.

    El enemigo público número uno…

    Opinión de Juan Manuel López Caballero*

    Por mucho que otros sean sujetos de odio, ninguno es tan peligroso como el señor Trump.

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  • 11 10.20

    En 2015 creé una página en Facebook: «La gente anda destilando odio… Expresiones de un país que reclama la paz», inspirada en la ya muy conocida «La gente anda diciendo», que captura diálogos graciosos en la calle y el transporte público y los publica en viñetas. El contenido de mi página no era tan hilarante, lo que allí exponía era una recopilación de expresiones que me encontraba en redes sociales y que estaban cargadas de intolerancia, violencia e irrespeto. No pretendía echarle más leña al fuego, todo lo contrario, era una invitación a leernos y bajarle a las ganas de andar peleando. Los comentarios se publicaban exactamente como habían sido escritos; el contenido y las faltas de ortografía eran responsabilidad de sus autores —de estas últimas y de odio siempre estaban bien cargados—. Aunque fuertes, quiero exponerles tres mensajes de casi cien que alcancé a publicar:

    «putas hijas de papi, que tienen dos pesos y están buenas y ya creen que pueden pasar por encima del mundo, puede estar buena pero gas que asco de vie-ja» (Persona refiriéndose al video de una mujer embriagada que agredía a un agente de tránsito).«Bn hacia pablo escobar acavando esa plaga poli-cias corruptos hps» (Hombre refiriéndose a un vi-deo sobre policías que presuntamente actuaron por fuera de la ley).«Todos estos q son petristas son una manada de mantenidos, que no son de Bogotá y vienen a la cuidad es a eso, a tragasen lo q le corresponde a los

    ciudadanos de Bogotá, con mañas y sin cultura» (Hombre refiriéndose a seguidores de Gustavo Petro).Y así por el estilo. Ataques por raza, género, origen,

    filiación política o por lo que fuera. La lista era larga y a veces, después de buscarlos y publicarlos, terminaba con ganas de vomitar. Hice una pausa, la reactivé en 2018 y una vez más dejé de publicar.

    Si George Orwell entrara a Twitter —o a cual-quier red—, pensaría que los Dos Minutos de Odio, o incluso la Semana del Odio, del Partido y el Gran Hermano, que nos presentó en 1984, se quedarían cortos ante lo que hoy vemos. «Lo horrible […] no era el que cada uno tuviera que desempeñar allí un papel sino, al contrario, que era absolutamente im-posible evitar la participación porque era uno arras-trado irremisiblemente. A los treinta segundos no hacía falta fingir. Un éxtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo, parecían recorrer a todos los presentes como una corriente eléctrica convirtiéndole a uno, incluso contra su voluntad, en un loco gesticulador y vociferante» (Orwell, 1949).

    Sí, se lee exagerado, pero esto se parece mucho a lo que en diversas ocasiones he presenciado en re-des sociales. Y Goldstein, el objeto del odio en 1984, puede ser cualquiera. No se salva nadie y siempre habrá quién te lance su deprecio. Pero, además, he notado —y esto no tiene ningún carácter científico, es solo una observación— que en la tendencias y en el contenido de los mensajes de ataque alrededor de estas, siempre está el nombre de una mujer. Sí, seño-res, a ustedes también les pasa, ya lo sabemos, pero hay que leer con detenimiento las particularidades de los mensajes hacia las mujeres para que noten la carga de antipatía y aborrecimiento que estos tienen y que, por lo general, llevan implícita la violencia de género y pasan por la apariencia física de la mujer para elevar el encono.

    Entonces me pregunto si será necesario perder tanta energía en esto. Y hablo de quienes escriben los mensajes y de mí que los leo. Si tal vez sea necesa-rio que le bajemos un poco a tanto odio o mejor dar-nos un descanso de estos escenarios de conflicto que con este uso poco aportan. O será que es momento de reactivar esa olvidada página para que nos leamos y procuremos una reflexión verdadera sobre eso que somos y le estamos dando al otro. Si me animo, ya se enterarán.

    *Editora. Comunicadora social–periodista, especialista en Mercadeo, magíster en Estética.

    Opinión de Catalina Trujillo-Urrego*

    Hay que leer las particularidades de los mensajes hacia las mujeres para notar la carga de antipatía y aborrecimiento que estos tienen y que, por lo general, llevan implícita la violencia de género.

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    La red de odio

  • 12 10.20

    M e encontré una revista vieja de di-ciembre, de esas en las que publican las predicciones que un astrólogo hace sobre lo que nos deparará el si-guiente año. En esa ocasión me decía que en el 2020 viajaría muchísimo, que empezaría un nuevo negocio y que compraría la casa de mis sueños. Sobra aclarar que no atinó ni a una de las predicciones, ni con los Leo, ni con el país, ni con el mundo y presumo que ni con el sistema solar.

    Con ese mismo profesionalismo procedo a decir-les lo que creo que va a pasar en los próximos meses. Si adivino es porque soy una gran analista política y si no le pego a nada, pues busco trabajo en una de esas revistas que publican horóscopos.

    Noviembre. Creo que el señor Trump va a perder las elecciones, pero no lo va a aceptar. Va a renegar, pelear y acusar de fraude a Raimundo y todo el mun-do. Van a tener que sacarlo de La Casa Blanca de las mechas y vamos a presenciar un show deprimente y decadente, más parecido a una novela de bajo pre-supuesto que a la dignidad que debería mostrar la mayor potencia del mundo . Sus seguidores saldrán, al estilo de las películas de cowboys, a echar tiros al aire y a amenazar con no aceptar el resultado... eso que en el trópico llaman dar un golpe.

    En unos años, cuando Netflix haga la serie de la caída de Imperio gringo, Trump –interpretado por Alf– va a ser el protagonista .

    Diciembre. Mientras el país canta tutainatuturo-

    maina, el señor Andrés Felipe Arias va a desaparecer. Volveremos a saber de él, en la próxima pandemia. No podrá ir a EE UU de dónde lo extraditaron, pero sospecho que Bolsonaro o alguien de ese estilo, lo va a recibir.

    Enero. El Congreso de Colombia seguirá trabajan-do a distancia. (obvio, ¿por qué habrían de ir a la ofi-cina, si de todos modos les pagan los 14 millones de viáticos y no se tienen ni que bañar?)

    Febrero. El presidente Duque sigue muy ocupado con su programa de televisión, motivo por el cual no ha tenido tiempo de hablar con los Indígenas, los maestros, los médicos y de pronto ni con la esposa.

    Marzo. El Gobierno Nacional hace una fiesta para festejar el primer aniversario del comienzo de la cua-rentena. Aprovechan la ocasión para hacer un balan-ce (siempre hay que hacer un balance) y descubren que todas las ayudas se las robaron, que los tapabo-cas son defectuosos, que el alcohol es chiviado y que el gerente de la pandemia está viviendo en Mónaco con todo lo que se robó.

    Abril. El país vivirá el quinto pico de contagio des-pués de haber disfrutado, todos en familia, la Semana Santa.

    Mayo. El festejo del día de las mamitas produce el sexto pico de contagio de Covid.

    Junio Colombia gana los dos partidos de las clasifi-catorias del mundial. El festejo causa el séptimo pico de contagios.

    Julio. Japón informa que los Olímpicos quedan can-celados. Digo cancelados del todo, no aplazados. Este pobre país no ha tenido suerte en estos temas ya que en 1940 por la Segunda Guerra Mundial, tuvo que cancelarlos -tanto los de verano como los de invierno-.

    Agosto. El Gobierno avisa que la construcción del metro tendrá un atraso de un año, pues no sabía que había unos tubos de gas, justo debajo de dónde hicie-ron la primera excavación.

    Septiembre. Petro avisa que él será el candidato de la izquierda y Uribe dice que ya casi avisa por quien deben votar.

    Octubre. Hay un nuevo pico de Covid por la sema-na de receso. Colombia sigue siendo la primera en el mundo con más casos de contagiados per cápita. Después no digan que nunca ganamos.

    Guarden estas predicciones al lado de las de Walter Mercado. Ya veremos quién atina más.

    Velas rojas, muchas velas rojas.

    *Periodista.

    Velas rojas, muchas velas rojas

    Opinión de Olgahelena Fernández*

    Procedo a decirles lo que va a pasar en los próximos meses. Si adivino es porque soy una gran analista política. Y si no le pego a nada, pues busco trabajo en una de esas revistas que publican horóscopos.

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  • 13 10.20

    TRES EN UNOPor Gonzalo Guillén*

    GRACIASTodos los habitantes de la Tierra deberíamos tener derecho a votar en los Estados Unidos si tenemos en cuenta que en esas elecciones siempre se juega nuestra destino. Aliento la ilusión de que gane Joe Biden a pesar de tener la certeza de su ruina electoral. Mi frustración será igual a la que sufro siempre esperando una derrota de Uribe y el fin del proceso con el que está despedazando el país.

    PROFESORMuchos amigos míos habilitados para votar en EE UU piensan lo mismo que yo y se consuelan argumentando que Biden, de todas maneras, no es mayor cosa. Como si estuviéramos para ponernos con remilgos y exquisiteces.

    LICHTMANEl único de mis amigos en EE UU que tiene algo de fe en que Trump será derrotado es el periodista de CNN Juan Carlos López. Se basa en las predicciones prudentes, sensatas y sabias del profesor Allan Lichtman, quien desde 1984 nunca se ha equivocado en sus conjeturas. En 2016 vaticinó con honradez el tenebroso triunfo de Trump y hoy anuncia su derrota. Lichtman estudia profundamente seis aspectos de los dos candidatos, entre ellos los económicos y los planteamientos de política exterior. Esta vez encuentra que Trump no solamente se derrumba por completo en las seis partes cruciales que él ve, sino en siete. Tiene en su contra la desmesura de reclamar y quejarse de la realidad como si él no fuera el gobernante en funciones. Estima que la injustica social y la pandemia, esencialmente, le causarán la derrota. “Biden será el próximo presidente de los Estados Unidos”, anuncia con convencimiento. Yo, claro está, le agradezco al profesor Lichtman. Pero no le creo.

    *Periodista

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  • 14 10.20

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  • 15 10.20

  • CAMPAÑA CÍVICA Y VITAL DE UN PASQUÍN