El Crimen Del Padre Amaro

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EL CRIMEN DEL PADRE AMARO EÇA DE QUEIRÓS 1

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En El crimen del padre Amaro, un joven párroco de provincias se escuda en su condición de clérigo protegido por la aristocracia para dar rienda suelta a sus deseos de pasión y degradación moral. Por su parte, Amelia, seducida por Amaro, se entregará por completo a él y confundirá su extrema devoción con la pasión amorosa que siente por el sacerdote. Eca de Queirós reflexiona en esta famosísima novela sobre las consecuencias del celibato eclesiástico en una sociedad, la portuguesa, dominada durante el siglo XIX por el oscurantismo y la prepotencia de la Iglesia Católica.

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  • EL CRIMEN DEL PADRE AMARO EA DE QUEIRS

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  • EL CRIMEN DEL PADRE AMARO EA DE QUEIRS

    EL CRIMEN DEL PADRE AMARO

    Era domingo de Pascua cuando se supo en Leira que el prroco de la catedral, Jos Miguis, haba muerto de madrugada de una apopleja. El prroco era un hombre sanguneo y cebado, que pasaba entre el clero diocesano por el comiln de los comilones. Se contaban historias singulares sobre su voracidad. Carlos el de la botica -que lo detestaba- sola decir siempre que lo vea salir despus de la siesta, con la cara enrojecida, harto:

    -Ah va la boa a rumiar. Un da revienta!Revent, en efecto, despus de una cena de pescado, a la misma hora en que, enfrente, en casa

    del doctor Godinho, que cumpla aos, se polqueaba con estruendo. Nadie lo lament y fue poca gente a su entierro. En general no era estimado. Era un aldeano; tena los modales y las muecas de un cavador; la voz ronca, pelos en las orejas, el hablar muy rudo.

    Las devotas nunca lo haban querido: eructaba en el confesionario y, como haba vivido siempre en parroquias aldeanas o de la sierra, no entenda ciertas sensibilidades exacerbadas por la devocin: por eso haba perdido, desde el principio, a casi todas las confesadas, que se pasaron al pulido padre Gusmo, can rico en labia!

    Y; cuando las beatas que le eran fieles iban a hablarle de escrpulos, de visiones, Jos Miguis las escandalizaba, gruendo:

    -Pero qu historias, santita! Pdale a Dios sentido comn. Ms juicio en la mollera!Lo irritaban sobre todo las exageraciones en los ayunos:-Coma y beba! -sola gritar-, coma y beba, criatura!Era miguelista y los partidos liberales, sus opiniones, sus peridicos, le producan una ira

    irracional.-Mano dura, mano dura! -exclamaba, agitando su enorme quitasol rojo.En los ltimos aos haba adquirido hbitos sedentarios y viva aislado con una criada vieja y

    un perro, Joli. Su nico amigo era el chantre Valadares, que gobernaba entonces el obispado, pues el seor obispo, don Joaqun, penaba desde haca dos aos su reumatismo en una quinta del Alto Mio. El prroco senta un gran respeto por el chantre, hombre enjuto, de gran nariz, muy corto de vista, admirador de Ovidio, que hablaba siempre poniendo la boca pequeita y con alusiones mitolgicas.

    El chantre lo estimaba. Le llamaba fray Hrcules.-Hrcules por la fuerza -explicaba sonriente-, fray por la gula.En su entierro, l mismo le hisope la tumba; y como tena por costumbre ofrecerle todos los

    das rap de su caja de oro, les dijo a los otros cannigos, en voz baja, al dejar caer sobre el fretro, segn el ritual, el primer puado de tierra:

    -Es la ltima pulgarada que le doy!Todo el cabildo ri mucho la gracia del seor gobernador del obispado; el cannigo Campos

    la cont por la noche, tomando el t en casa del diputado Novais; fue celebrada con risas gozosas, todos exaltaron las virtudes del chantre y se afirm con respeto que Su Excelencia tena mucha pi-carda.

    Das despus del entierro apareci, errando por la plaza, el perro del prroco, Joli. La criada haba sido internada con fiebres tercianas en el hospital; la casa haba sido cerrada; el perro, abandonado, gema su hambre por los portales. Era un chucho pequeo, extremadamente gordo, que guardaba vagas semejanzas con el prroco. Habituado a las sotanas, vido de un dueo, tan pronto vea a un cura empezaba a seguirlo con gemidos serviles. Pero nadie quera al infeliz Jol; lo ahuyentaban con las puntas de los quitasoles; el perro, rechazado como un pretendiente, aullaba toda la noche por las calles. Una maana apareci muerto junto a la Misericordia; el carro del estircol se lo llev y, como nadie volvi a ver al perro en la plaza, el prroco Jos Miguis fue definitivamente olvidado.

    Dos meses ms tarde se supo en Leira que haba sido nombrado otro prroco. Se deca que era un hombre muy joven recin salido del seminario. Se llamaba Amaro Vieira. Se atribua su eleccin a influencias polticas y el peridico de Leira, A Voz do Distrito, que estaba en la oposicin, habl con amargura, citando el Glgota, del favoritismo de la corte y de la reaccin clerical. Algunos curas se haban escandalizado por el artculo; se convers sobre ello, agriamente, en

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  • presencia del seor chantre. -No, no, favor claro que hay; y el hombre tiene padrinos claro que los tiene 4eca el chantre-.

    A m me ha escrito Brito Correia para confirmrmelo. -Brito Correia era entonces ministro de Justicia-. Hasta me dice en la carta que el prroco es un hermoso mocetn. De manera que -aadi sonriendo con satisfaccin- despus de fray Hrcules vamos a tener tal vez a fray Apolo.

    En Leira slo haba una persona que conoca al nuevo prroco; era el cannigo Dias, que haba sido, en los primeros aos del seminario, su profesor de moral. En aquel tiempo, deca el cannigo, el prroco era un muchacho menudo, apocado, lleno de granos...

    -Me parece que lo estoy viendo, con la sotana muy gastada y cara de tener lombrices!... Por lo dems, buen chico!

    Y despabiladote... El cannigo Dias era muy conocido en Leira. ltimamente haba engordado, el vientre

    sobrante le llenaba la sotana; y su cabecita agrisada, las ojeras carnosas, el labio espeso hacan recordar viejas ancdotas de frailes lascivos y glotones. El to Patricio, el Viejo, un comerciante de la plaza, muy liberal, que cuando pasaba junto a los curas grua como un viejo perro guardin, deca algunas veces al verlo atravesar la plaza, pesado, rumiando la digestin, apoyado en el paraguas:

    -Menudo tunante! Si parece Dom Joo VI!El cannigo viva solo con una hermana mayor, la seora doa Josefa Dias, y una criada a la

    que todos conocan en Leira, siempre en la calle, envuelta en un chal teido de negro y arrastrando pesadamente sus zapatillas de orillo. El cannigo Dias pasaba por ser rico: tena propiedades arrendadas junto a Leira, coma pavo y era famoso su vino Duque de 1815. Pero el hecho destacado en su vida el hecho comentado y murmurado era su antigua amistad con la seora Augusta Caminha, a quien todos llamaban Sanjoaneira por ser natural de Sojoo da Foz. La Sanjoaneira viva en la Rua da Misericrdia y admita huspedes. Tena una hija, Amelinha, una muchachita de veintitrs aos, hermosa, sana, muy deseada.

    El cannigo Dias se haba mostrado muy contento con el nombramiento de Amaro Vieira. En la botica de Carlos, en la plaza, en la sacrista de la catedral, elogi sus buenos estudios en el seminario, su moderacin en las costumbres, su obediencia. Elogiaba incluso su voz: Un timbre que es un regalo!.

    -Es el indicado para poner un poco de sentimiento en los sermones de Semana Santa!Le auguraba con nfasis un destino feliz, una canonja seguramente, tal vez la gloria de un

    obispado!Y un da, por fin, ense con satisfaccin al coadjutor de la catedral, criatura servil y callada,

    una carta que haba recibido de Amaro Vieira desde Lisboa.Era una tarde de agosto y paseaban los dos por las orillas del Puente Nuevo. Estaba entonces

    en construccin la carretera de Figueira: el viejo pasadizo de madera sobre la ribera del Lis haba sido destruido, se pasaba ya por el Puente Nuevo, muy alabado, con sus dos amplias arcadas de piedra, fuertes y rechonchas. Ms adelante las obras estaban paradas por pleitos de expropiacin; se vea an el embarrado camino de la parroquia de Os Marrazes, que la carretera nueva deba desbastar e incorporar; montones de cascajo cubran el suelo; y los gruesos cilindros de piedra que comprimen y embellecen el pavimento yacan enterrados en la tierra negra y hmeda de lluvias.

    Alrededor del puente el paisaje es amplio y tranquilo. Por la parte de donde viene el ro hay colinas bajas de formas redondeadas, cubiertas por el ramaje verdinegro de los pinos jvenes; abajo, en la espesura de las arboledas, estn las casas que proporcionan a aquellos lugares melanclicos un aspecto ms vivo y humano, con sus alegres paredes encaladas luciendo al sol, con los humos de las chimeneas que por la tarde se azulan en los aires siempre claros y limpios. Hacia el lado del mar, por donde el ro se arrastra en las tierras bajas entre dos hileras de sauces plidos, se extiende hasta los primeros arenales la tierra de Leira, amplia, fecunda, con aspecto de aguas abundantes, llena de luz. Desde el puente poco se ve de la ciudad; apenas una esquina de los sillares pesados y jesuticos de la catedral, un trozo del muro del cementerio cubierto de parietarias y las puntas agudas y negras de los cipreses; el resto est oculto por el duro monte erizado de vegetaciones rebeldes en el que destacan las ruinas del castillo, completamente envueltas al caer la tarde en los amplios vuelos circulares de las lechuzas, desmanteladas y con un gran aire histrico.

    Junto al puente, una rampa desciende hacia la alameda, que se extiende un poco por la orilla

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    del ro. Es un lugar recoleto, cubierto por rboles antiguos. Le llaman la Alameda Vieja. All, caminando despacio, hablando en voz baja, el cannigo consultaba al coadjutor sobre la carta de Amaro Vieira y sobre una idea que se le haba ocurrido, que le pareca magistral, magistral!. Amaro le peda que le consiguiese con urgencia una casa de alquiler barata, bien situada y, a ser posible, amueblada; peda sobre todo habitaciones en una casa de huspedes respetable. Ya ve, mi querido profesor, deca Amaro, que es esto lo que verdaderamente me convendra; yo no quiero lujos, claro est: una habitacin y una salita seran suficiente. Lo que es necesario es que la casa sea respetable, tranquila, cntrica, que la patrona tenga buen carcter y que no pida el oro y el moro; dejo todo esto a su prudencia y capacidad y crea que todos estos favores no caern en terreno yermo. Sobre todo, que la patrona sea persona de buen trato y de buena lengua.

    -Mi idea, amigo Mendes, es sta: meterlo en casa de la Sanjoaneira! concluy el cannigo con gran contento. Es buena idea, eh!

    -Una idea soberbia! -le apoy el coadjutor con su voz servil.-Ella dispone de la habitacin de abajo, la salita de al lado y del otro cuarto, que puede servir

    como escritorio. Tiene buen mobiliario, buenas ropas de cama...-Magnficas ropas dijo el coadjutor con respeto.El cannigo continu:-Es un bonito negocio para la Sanjoaneira: por las habitaciones, la ropa de cama, la comida, la

    criada, puede muy bien pedir sus seis tostones diarios. Y, adems, con el prroco siempre en casa.-Tengo mis dudas por Ameliazinha consider tmidamente el coadjutor-. S, puede repararse

    en ello. Una chica joven... Dice que el seor prroco es todava joven... Su Seora sabe lo que son las lenguas del mundo.

    El cannigo se detuvo:-Historias! Entonces no vive el padre Joaqun bajo el mismo techo con la ahijada de su

    madre? Y el cannigo Pedroso no vive con una cuada y con una hermana de la cuada que es una chica de diecinueve aos? Estara bueno!

    -Yo deca... -atenu el coadjutor.-No, no veo nada malo. La Sanjoaneira alquila sus habitaciones, es como si fuese una

    hospedera. Acaso No estuvo all el secretario general durante unos meses?-Pero un eclesistico... -insinu el coadjutor.-Ms garantas, seor Mendes, ms garantas! -excam el cannigo. Y parndose, en actitud

    confidencial-: Y adems a m me conviene, Mendes. A m me conviene, amigo mo!Hubo un pequeo silencio. El coadjutor dijo, bajando la voz:-S, Su Seora se porta muy bien con la Sanjoaneira.-Hago lo que puedo, mi caro amigo, hago lo que puedo 4ijo el cannigo. Y con tono tierno,

    risueamente paternal-:porque ella se lo merece, se lo merece. Buena a ms no poder, amigo mo! -Se detuvo,

    abriendo mucho los ojos-: Fjese que el da en que no le aparezco a las nueve en punto de la maana, se pone enferma. Oh, criatura!, le digo yo, se atormenta usted sin razn. Pero entonces me sale con lo del clico que tuve el ao pasado. Adelgaz, seor Mendes! Y adems no hay detalle que se le pase. Ahora, por la matanza del cerdo, lo mejor del animal es para el padre santo, sabe?, es como me llama ella.

    Hablaba con los ojos brillantes, con apasionada satisfaccin.-Ah, Mendes! -aadi- Es una mujer maravillosa!-Y una hermosa mujer dijo el coadjutor respetuosamente.-Y adems eso! -exclam el cannigo parndose otra vez-. Y adems eso! Qu bien

    conservada! Tenga en cuenta que ya no es una nia! Pero ni un pelo blanco, ni uno, ni uno solo! Y qu color de piel! -Y en voz ms baja1 con sonrisa golosa-: Y esto de aqu, Mendes, y esto de aqu!

    -Indicaba la parte del cuello bajo el mentn, acaricindola despacio con su mano gordezuela-: Es una perfeccin! Y adems mujer limpia, de muchsima limpieza! Y qu detallitos! No hay da que no me mande su presente! Que si el tarrito de mermelada, que si el platito de arroz con teche, que si la estupenda morcilla de Arouca! Ayer me mand una tarta de manzana. Tendra usted que haber visto aquello! La manzana pareca crema! Hasta mi hermana Josefa lo dijo: Est tan rica que parece cocinada en agua bendita!. -Y poniendo la palma de la mano sobre el pecho-: Son cosas que le

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  • tocan a uno aqu dentro, Mendes! No, no es hablar por hablar, como ella no hay otra.

    El coadjutor escuchaba con la taciturnidad de la envidia.-Yo ya s -dijo el cannigo parando otra vez y desgranando lentamente las palabras-, yo ya s

    que por ah murmuran, murmuran... Pues es una grandsima calumnia! Lo nico cierto es que le tengo muchsimo cario a esa gente. Ya se lo tena cuando viva el marido. Usted lo sabe bien, Mendes.

    El coadjutor hizo un gesto afirmativo.-La Sanjoaneira es una mujer decente! Es una mujer decente, Mendes -excIamaba el

    cannigo golpeando fuertemente el suelo con la puntera de su quitasol.-Las lenguas del mundo son venenosas, seor cannigo -dijo el coadjutor con voz llorosa. Y,

    tras un silencio, aadi en voz baja: Pero todo eso debe de salirle caro a Su Seora!-Pues ah est, amigo mo! Imagnese que desde que se fue el secretario general la pobre

    mujer ha tenido la casa vaca: yo he tenido que poner para la olla, Mendes!-Pero ella tiene un capitalito consider el coadjutor-Un pedacito de tierra, seor mo, un pedacito de tierra! Y hay que pagar impuestos,

    salarios! Por eso digo que el prroco es una mina. Con los seis tostones que l le d, con lo que yo ayude, con alguna cosa que ella saque de Ja venta de las hortalizas de la finca, ya se arregla. Y para m es un alivio, Mendes!

    -Es un alivio, seor cannigo! -repiti el coadjutorQuedaron en silencio. La tarde descenda muy limpia; en lo alto el cielo tena un color azul

    plido; el aire estaba inmvil. Por aquel tiempo el ro iba muy vaco; fragmentos de arenal brillaban en las partes secas; y el agua baja se arrastraba con una agitacin blanda, toda arrugada por el roce con las piedras.

    Dos vacas guardadas por una chiquilla aparecieron entonces por el camino embarrado que desde el otro lado del ro, frente a la alameda, discurre junto a un zarzal; entraron despacio en el ro y, extendiendo el pescuezo pelado por el yugo, beban levemente, sin ruido; a veces levantaban la cabeza bondadosa, miraban en torno con la pasiva tranquilidad de los seres hartos, e hilos de agua, babados, brillantes, les colgaban de las comisuras del morro. Con el declinar del sol, el agua perda su claridad espejada, se extendan las sombras de los arcos del puente. Sobre las colinas creca un crepsculo difuminado y las nubes color sangre y naranja que anuncian el calor componan, hacia el mar, un decorado magnfico.

    -Bonita tarde! -dijo el coadjutorEl cannigo bostez y haciendo una cruz sobre el bostezo:-Vamos acercndonos a las Avemaras, eh?Cuando, al poco tiempo, suban las escaleras de la catedral, el cannigo se detuvo y se volvi

    hacia el coadjutor:-Pues ya est decidido, amigo Mendes, meto a Amaro en casa de la Sanjoaneira. Es una suerte

    para todos.-Una gran suerte! -dijo respetuosamente el coadjutor-. Una gran suerte!Y entraron en la iglesia, persignndose.

    II

    Una semana despus se supo que el nuevo prroco llegara en la diligencia de Cho de Maas, que trae el correo de la tarde; y desde las seis el cannigo Dias y el coadjutor paseaban por el Largo do Chafariz, a la espera de Amaro.

    Era hacia finales de agosto. En la larga alameda adoquinada que transcurre junto al ro, entre las dos hileras de viejos chopos, se entrevean vestidos claros de seoras que paseaban. Por la parte del Arco, en la zona de casuchas pobres, las viejas cosan en las puertas; nios sucios retozaban en el suelo, mostrando sus enormes vientres desnudos; y las gallinas que los rodeaban picaban vorazmente las inmundicias olvidadas. Alrededor de la sonora fuente en la que los cntaros se arrastraban sobre la piedra, rean las criadas y galanteaban los soldados de uniforme sucio y enormes botas combadas, agitando varitas de junco; con su panzudo cntaro de barro equilibrado en la cabeza sobre un rodete,

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    las muchachitas se alejaban en parejas, meneando las caderas; y dos oficiales ociosos, con el uniforme desabrochado en el estmago, conversaban, aguardando a ver quin vena. La diligencia tardaba. Cuando lleg el crepsculo, una lucecita brill en la hornacina del santo, encima del Arco; y enfrente se iban iluminando una a una, con una luz lgubre, las ventanas del hospital.

    Ya haba anochecido cuando la diligencia, con sus luces encendidas, entr en el puente al trote desmadejado de sus flacos caballos blancos y fue a detenerse junto a la fuente, debajo de la fonda del Cruz; el dependiente del to Patricio sali enseguida corriendo hacia la plaza con el paquete de los Diarios Populares; el to Baptista, el patrn, con la cachimba negra a un lado de la boca, aflojaba las correas, maldiciendo tranquilamente; y un hombre que vena en el asiento acolchado, junto al cochero, con sombrero alto y holgado manteo eclesistico, descendi con cautela, agarrndose a los respaldos de hierro de los asientos, golpe el suelo con los pies para desentumecerlos y mir alrededor

    -Eh, Amaro! -grit el cannigo, que se haba aproximado-. Oh, bribn!-Profesor! -dijo el otro con alegra. Y se abrazaron, mientras el coadjutor, encogido,

    permaneca con el bonete entre las manos.Poco despus las gentes que estaban en las tiendas vieron cruzar la plaza, entre la lenta

    corpulencia del cannigo Dias y la figura delgada del coadjutor, a un hombre un poco curvado, con un manteo de cura. Se supo que era el nuevo prroco y pronto se dijo en la botica que era un hombre de buena figura. El Joo Bicha, delante, llevaba un bal y una talega de lona; y, como a aquella hora ya estaba borracho, iba rezongando el Bendito.

    Eran casi las nueve y ya era completamente de noche. Las casas en torno a la plaza estaban ya adormecidas: de las tiendas situadas bajo la arcada sala la luz triste de los candiles de petrleo, y en su interior se perciban figuras somnolientas empeadas en seguir charlando en el mostrador. Las calles que daban a la plaza, tortuosas, tenebrosas, con una iluminacin moribunda, parecan deshabitadas. Y en el silencio la campana de la catedral tocaba lentamente a nimas.

    El cannigo Das explicaba cachazudamente al prroco lo que le haba conseguido. No le haba buscado casa: habra que comprar muchos muebles, encontrar una criada, gastos innumerables! Le haba parecido mejor conseguirle habitacin en una casa de huspedes respetable, muy confortable. Y en esas condiciones -y all estaba el amigo coadjutor, que poda decirlo- no haba otra como la de la Sanjoaneira. Era una casa muy aireada, limpia, la cocina no daba olores; all haban es-tado el secretario general y el inspector de enseanza. Y la Sanjoaneira -l amigo Mendes la conoca bien- era una mujer temerosa de Dios, de cuentas claras, muy econmica y muy servicial...

    -Estar usted all como en su propia casa! Con su cocido, su plato fuerte, su caf...-Vamos a ver, profesor: precio? -dijo el prroco.-Seis tostones. Una ganga! Con su habitacin, su salita...-Una buena salita -coment el coadjutor respetuosamente.-Y queda lejos de la catedral? -pregunt Amaro.-A dos pasos. Se puede ir a decir misa en zapatillas. En la casa vive una jovencita continu

    con su voz pausada el cannigo Dias-. Es hija de la Sanjoaneira. Una chiquilla de veintids aos. Bonita. Con su puntita de genio, pero con buen fondo... Aqu tiene usted su calle.

    Era estrecha, de casas bajas y pobres, aplastada por las altas paredes de la vieja iglesia de la Misericrdia, con un farolillo lgubre al fondo.

    -Y aqu tiene usted su palacio! -dijo el cannigo, golpeando la aldaba de una puerta estrecha.En el primer piso sobresalan dos balcones de hierro, de aspecto antiguo, con unas plantas de

    romero que se redondeaban contra las esquinas, metidas en macetas de madera; las ventanas de arriba, pequeitas, tenan antepecho; y la pared, por sus irregularidades, recordaba una ata abollada.

    La Sanjoaneira esperaba en lo alto de la escalera; una criada, esqueltica y pecosa, alumbraba con un candil de petrleo; y la figura de la Sanjoaneira se destacaba claramente en la luz, sobre la pared encalada. Era gorda, alta, muy blanca, de aspecto pachorrudo. La piel se le arrugaba ya en torno a sus ojos negros; los pelos disparados, con mechones rojizos, empezaban a escasear en las sienes y en el inicio de la frente, pero se perciban unos brazos rechonchos, un cuello abundante y ropas limpias.

    -Aqu tiene usted a su husped! -dijo el cannigo subiendo.-Es un gran honor recibirlo, seor prroco! Un gran honor! Debe de venir muy cansado!

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  • Por fuerza! Por aqu, tenga la bondad. Cuidado con el escaloncito.Lo condujo a una sala pequea, pintada de amarillo, con un amplio canap de mimbre

    arrimado a la pared y enfrente, abierta, una mesa forrada de bayeta verde.-sta es su sala, seor prroco -dijo la Sanjoaneira-. Para recibir, para descansar... Aqu

    -aadi, abriendo una puerta- est su dormitorio. Tiene su cmoda, su armario... -Abri los cajones, elogi la cama comprobando la elasticidad de los colchones-. Una campanilla para llamar siempre que quiera... Las llavecitas de la cmoda estn aqu... Si prefiere la almohadita ms alta... Tiene slo una manta, pero si quiere...

    -Est bien, est todo muy bien, seora -dijo el prroco con su voz baja y suave.-Usted pida lo que necesite! Lo que haya, con la mejor voluntad...-Oh, criatura de Dios! -interrumpi el cannigo jovialmente-. Lo que quiere l ahora es

    cenar!-Tambin tiene la cenita preparada. Desde las seis est el caldo hacindose. -Y sali para

    apresurar a la criada, diciendo desde el fondo de la escalera-: Venga, Rua, muvete, muvete!...El cannigo se sent pesadamente en el canap, y sorbiendo su pulgarada de rap:-Hay que conformarse, querido. Es lo que he podido conseguir.-Yo estoy bien en cualquier parte, profesor -dijo el prroco, calzndose sus chinelas de

    orillo~. Acurdese del seminario!... Y en Feiro! Me llova en la cama.En aquel momento, hacia la plaza, se oy sonar un toque de corneta.-Qu es eso? -pregunt Amaro, yendo a la ventana.-Las nueve y media, el toque de retreta.Amaro abri el ventanal. Al final de la calle agonizaba un farol. La noche estaba muy negra.

    Y se extenda sobre la ciudad un silencio cncavo, abovedado.Despus de la corneta, un redoble lento de tambores se alej por la zona del cuartel; bajo la

    ventana pas corriendo un soldado demorado en alguna callejuela del castillo; y de los muros de la Misericrdia sala incesantemente el agudo ulular de las lechuzas.

    -Es triste esto -dijo Amaro.Pero la Sanjoaneira grit desde arriba.-Puede subir, seor cannigo! Est el caldo en la mesa!-Ya va. Venga Amaro, que debe de estar usted cayndose de hambre! -dijo el cannigo

    levantndose con gran esfuerzo. -Y cogiendo un momento al prroco por la manga de la chaqueta-: Va a ver usted lo que es un caldo de gallina hecho aqu por la seora! De chuparse los dedos!...

    En medio del comedor; forrado de papel oscuro, resplandeca la mesa con su mantel blanco, su loza, los vasos brillando a la luz intensa de un candil de abat-jour verde. De la sopera ascenda el aromtico vapor del caldo y en la gran fuente una gallina gorda, ahogada en un arroz jugoso y blanco, acompaada por trozos de buen chorizo, presentaba una suculenta apariencia de plato seorial. En el aparador acristalado, un poco en la penumbra, se apreciaban porcelanas de colores claros; en un rincn, junto a la ventana, estaba el piano, cubierto por una colcha de satn descolorido. En la cocina frean; y percibiendo el olor a fresco que llegaba de una cesta de ropa limpia, el prroco se frot las manos, encantado.

    -Pngase aqu, seor prroco, pngase aqu -dijo la Sanjoaneira-. De ah le puede venir fro. -Fue a cerrar las contraventanas; le acerc una cajita con arena para las colillas de los cigarros-. Y el seor cannigo toma una tacita de compota, verdad?

    -Bueno, venga, por acompaar -djo alegremente el cannigo, sentndose y desdoblando la servilleta.

    Entretanto, la Sanjoaneira se mova por la habitacin admirando al prroco, quien con la cabeza inclinada sobre el plato tomaba su caldo en silencio, soplndole a la cuchara. Era bien parecido, tena un pelo muy negro, levemente ondulado. El rostro era ovalado, la piel triguea y fina, los ojos negros y grandes, con largas pestaas.

    El cannigo, que no lo vea desde los das del seminario, lo encontraba ms fuerte, ms viril.-Usted era un poco raqutico...-Fue el aire de la sierra. -deca el prroco-, me ha sentado bien!Habl entonces de su triste experiencia en Feirdo, en la Beira Alta, durante el spero invierno,

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    solo, entre pastores. El cannigo le serva vino, escancindolo, hacindolo espuman-Pues beba, hombre, beba! De esto no probaba usted en el seminario.Hablaron del seminario.-Qu habr sido del Rabicho, el despensero? -dijo el cannigo.-Y del Carocho, que robaba las patatas?Rieron; y bebiendo, con la alegra de los recuerdos, rememoraban las historias de aquel

    tiempo, el catarro del rector y el profesor de gregoriano, a quien un da le haban cado del bolsillo las poesas obscenas de Bocacio.

    -Cmo pasa el tiempo, cmo pasa el tiempo! -decan.La Sanjoaneira puso sobre la mesa un plato hondo con manzanas asadas.-Bravo! No, yo a esto tambin me apunto! -exclam el cannigo-. La rica manzana asada!

    Nunca se me escapa! Gran ama de casa, amigo mo, magnfica ama de casa nuestra Sanjoaneira. Gran ama de casa!

    Ella rea y enseaba sus dos dientes delanteros, grandes y empastados.Fue a buscar una botella de vino de oporto; puso en el plato del cannigo, con devota

    afectacin, una manzana deshecha, espolvoreada con azcar; y dndole palmaditas en la espalda con su mano papuda y blanda:

    -Este hombre es un santo, seor prroco, un santo! Ay, cuntos favores le debo!-No le haga caso, no le haga caso -deca el cannigo. Se le extenda por el rostro una

    satisfaccin arrobada-. Buen licor! -aadi, saboreando su copa de oporto-. Buen licor!-Fjese que tiene ya los aos de Amlia, seor cannigo.-Y dnde est ella, la pequea?-Fue a O Morenal con doa Maria. Despus iban a casa de las Gansoso a pasar la noche.-Esta seora, aqu donde la ve, es una terrateniente explic el cannigo hablando de O

    Morenal-. Tiene un condado!-Rea con bonhoma y sus ojos brillantes recorran tiernamente la corpulencia de la

    Sanjoaneira.-Oh, seor prroco, no le haga caso, es un trocito de tierra... -dijo ella. Pero al ver a la criada

    apoyada en la pared, sacudida por un acceso de tos-: Pero mujer; vete a toser all dentro! Faltara ms!

    La muchacha sali, tapndose la boca con el delantal.-La pobre parece enferma -observ el prrocoMuy achacosa, mucho!... La pobre de Cristo era su ahijada, hurfana, y estaba casi tsica. La

    haba recogido por compasin...-Y tambin porque la criada que tena antes tuvo que irse al hospital, la muy desvergonzada...

    Se amig con un soldado!...El padre Amaro baj los ojos despacio y mientras mordisqueaba unas miguitas de pan

    pregunt si el verano estaba siendo de muchas enfermedades.-Diarreas, por culpa de la fruta verde -murmur el canonigo-. Se hartan de sandas y, despus,

    cntaros de agua... Y vienen las fiebres...Hablaron entonces de las enfermedades, del aire de Leira.-Yo ahora ando ms fuerte -deca el padre Amaro-. Bendito sea Dios, tengo salud, tengo

    salud!-Ay, Nuestro Seor se la conserve, no sabe usted el bien que es! -exclam la Sanjoaneira. Y

    empez a contar la gran desgracia que tena en casa, una hermana medio idiota que llevaba diez aos paralizada. Iba a cumplir los sesenta. Durante el

    invierno haba cogido un catarro y desde entonces, pobrecita, decaa, decaa...-. Hace un momento, al anochecer, tuvo un ataque de tos. Pens que se nos iba. Ahora reposa.

    Sigui hablando de aquella desgracia, despus habl de su Amlia, de las Gansoso, del anterior chantre, de lo caro que estaba todo, sentada, con el gato sobre las piernas, haciendo bolitas de pan con dos dedos, montonamente. Al cannigo, lleno, se le cerraban los prpados; todo en la sala pareca ir adormecindose poco a poco; la luz del candil agonizaba.

    -Bueno, seores -dijo por fin el cannigo movindose-, ya son horas!

    9

  • El padre Amaro se levant y dio las gracias con los ojos bajos.-Quiere una lamparita, seor prroco? -pregunt amablemente la Sanjoaneira.-No, seora. No uso. Buenas noches.Y baj despacio, limpindose los dientes con un palillo.La Sanjoaneira alumbraba con el candil en el rellano. Pero en los primeros peldaos el

    prroco se detuvo, y volvindose afectuosamente:-Es verdad, seora, maana es sbado, da de ayuno...-No, no -intervino el cannigo, que se envolva en su capa de alpaca, bostezandc, usted

    maana come conmigo. Vengo yo por aqu y vamos a ver al chantre, a la catedral y por ah... Y sepa que tengo lulas. Un milagro, porque aqu nunca hay pescado.

    La Sanjoaneira se apresur a tranquilizar al prroco:-Ay, seor prroco, no hace falta recordar los ayunos. Tengo el mayor de los cuidados!-Yo lo deca -explic el prroco- porque, desgraciadamente, hoy en da nadie cumple...-Tiene usted mucha razn -ataj ella-. Pero yo... ya lo creo! La salvacin de mi alma por

    encima de todo!Abajo la campanilla son con fuerza.-Debe de ser la pequea -dijo la Sanjoaneira-. Rua, abre!La puerta se abri, se oyeron voces, risitas.-Eres t, Amlia?Una voz dijo adis, adis!. Y subiendo casi a la carrera, recogindose un poco el vestido

    por delante, apareci una bella jovencita, fuerte, alta, bien hecha, con un pauelo blanco en la cabeza y un ramo de romero en la mano.

    -Sube, hija. Est aqu el seor prroco. Lleg ahora por la noche, sube!Amlia se haba parado, un poco azorada, mirando hacia los escalones de arriba, donde

    permaneca el prroco apoyado en el pasamanos. Jadeaba tras la carrera; vena colorada; sus ojos negros y vivos resplandecan; y emanaba de ella una sensacin de frescura y de prados hollados.

    El prroco baj pegado al pasamanos para dejarla pasar y, con la cabeza baja, murmur un buenas noches. El cannigo, que descenda pesadamente detrs de l, se plant en medio de la escalera, delante de Amlia:

    -Pero qu horas son stas, tunanta?Ella solt una risita y se encogi de hombros,-Ande, vaya a encomendarse a Dios, vaya! -dijo, dndole un suave cachetito en la mejilla

    con su mano gorda y peluda.ElIa subi corriendo, mientras el cannigo, tras recoger el quitasol en la salita, sala

    dicindole a la criada que alumbraba la escalera con el candil:-Est bien, ya veo, no cojas fro, nenita. Entonces a las ocho, Amaro! Est levantando!

    Vete, nenita, adis! Pdele a la Virgen de la Piedad que te sane esa catarrera.El prroco cerr la puerta del dormitorio. La ropa de la cama, entreabierta, blanca, despeda

    un buen olor a lino lavado. Sobre la cabecera colgaba un grabado antiguo de un Cristo crucificado. Amaro abri su breviario, se arrodill a los pies de la cama, se persign; pero estaba fatigado, le so-brevenan grandes bostezos; y entonces, arriba, a travs del techo, entre las oraciones rituales que lea maquinalmente, comenz a or el tic-tic de los botines de Amlia y el sonido de las faldas almidonadas que sacuda al desnudarse.

    III

    Amaro Vieira haba nacido en Lisboa en casa de la seora marquesa de Alegros. Su padre era criado del marqus; la madre era doncella personal, casi una amiga de la seora marquesa. Amaro todava conservaba un libro, O Menino das Selvas, con toscas estampas coloreadas, en cuya primera pgina en blanco se lea: A mi muy querida criada Joana Vieira y verdadera amiga que siempre ha sido. Marquesa de Alegros. Posea tambin un daguerrotipo de su madre: era una mujer fuerte, cejijunta, la boca grande y sensualmente entreabierta, y un color ardiente. El padre de Amaro haba muerto de apopleja; y la madre, que siempre haba estado tan sana, sucumbi un ao despus por una tisis de laringe. Amaro acababa de cumplir seis aos. Tena una hermana mayor que viva desde

  • EL CRIMEN DEL PADRE AMARO EA DE QUEIRS

    pequea con la abuela, en Coimbra, y un to, prspero tendero del barrio de A Estrela. Pero la seora marquesa le haba cogido cario a Amaro; lo mantuvo en su casa, tcitamente adoptado; y con grandes cuidados empez a vigilar su educacin.

    La marquesa de Alegros haba enviudado a los cuarenta y tres aos y pasaba la mayor parte del ao retirada en su quinta de Carcavelos. Era una persona pasiva, de bondad indolente, con capilla en casa y un respeto devoto por los curas de San Luis, siempre preocupada por los intereses de la Iglesia. Sus dos hijas, educadas en el temor de Dios y en las preocupaciones de la moda, eran beatas y chic, hablaban con igual fervor de la humildad cristiana que del ltimo figurn de Bruselas. Un periodista de la poca haba dicho de ellas: Todos los das piensan en la toilette con la que entrarn en el paraso.

    En el aislamiento de Carcavelos, en aquella quinta de alamedas aristocrticas en las que chillaban los pavos reales, las dos seoritas se aburran. La religin, la caridad eran entonces Ocupaciones vidamente aprovechadas: cosan vestidos para los pobres de la parroquia, bordaban paramentos para los altares de la iglesia. Desde mayo hasta octubre estaban enteramente absorbidas por la tarea de salvar su alma; lean libros beatos y dulces; como no tenan So Carlos, las visitas, la Aline, reciban curas y cotilleaban sobre las virtudes de los santos. Dios era su lujo de verano.

    La seora marquesa haba decidido muy pronto hacer ingresar a Amaro en la vida eclesistica. Su figura plida y flacucha peda aquel destino recogido: era ya aficionado a las cosas de capilla y su mayor placer era anidar junto a las mujeres, entre el calor de sus faldas, oyndolas hablar de santas. La seora marquesa no quiso mandarlo al colegio porque desconfiaba de la impiedad de los tiempos y de las amistades inmorales. El capelln de la casa le enseaba el latn y la hija mayor; doa Luisa, que tena nariz de caballete y lea a Chateaubriand, le daba lecciones de francs y de geografa.

    Amaro era, como decan los criados, un mosquita muerta. Nunca jugaba, nunca corra al aire libre. Si algunas tardes acompaaba a la marquesa por las alamedas de la finca, cuando paseaba ella del brazo del padre Liset o del respetuoso procurador Freitas, l caminaba a su lado, como un monito, muy encogido, retorciendo con las manos hmedas el forro de los bolsillos, vagamente temeroso de la espesura del arbolado y del movimiento de las hierbas altas.

    Se hizo muy miedoso. Dorma con la lamparita encendida, al lado de una vieja ama. Las criadas, adems, lo afeminaban; lo encontraban guapito, lo colocaban entre ellas, lo besuqueaban, le hacan cosquillas; y l rodaba entre sus faldas, en contacto con sus cuerpos, con grititos de satisfaccin. A veces, cuando la seora marquesa sala, lo vestan de mujer; entre grandes risas; l se dejaba hacer; semidesnudo, con sus gestos lnguidos, los ojos entrecerrados y coloretes rojos en las mejillas. Aparte de eso, las criadas lo utilizaban unas contra otras en sus intrigas: Amaro era el correveidile de sus quejas. Se volvi muy liante, muy mentiroso.

    A los once aos ayudaba en misa y los sbados limpiaba la capilla. Era su da preferido; se cerraba por dentro, colocaba los santos sobre una mesa, bajo la luz, besndolos con ternuras devotas y placer goloso; y durante toda la maana, muy atareado, canturreando el Santsimo, limpiaba de bichos los vestidos de las Virgenes y lavaba con yeso y gres las aureolas de los mrtires.

    Entretanto, creca; y su aspecto segua siendo el mismo, menudo y plido; nunca rea a carcajadas, andaba siempre con las manos en los bolsillos. Estaba continuamente metido en las habitaciones de las criadas, curioseando en sus cajones; revolva entre las faldas sucias, ola los algodones postizos. Era extremadamente perezoso y por las maanas costaba arrancarlo de una somnolencia enfermiza que lo dejaba como derretido, todo envuelto entre las mantas y abrazado a la almohada. Ya andaba un poco encorvado y los criados le llamaban el curita.

    Un domingo de carnaval por la maana, despus de misa, cuando se diriga a la terraza, la seora marquesa cay muerta de repente por una apopleja. Dejaba en su testamento un legado para que Amaro, el hijo de su criada Joana, entrase a los quince aos en el seminario y se ordenase. El padre Liset quedaba encargado de llevar a cabo esta disposicin piadosa. Amaro tena entonces trece aos.

    Las hijas de la seora marquesa dejaron inmediatamente Carcavelos y se fueron a Lisboa, a casa de doa Brbara de Noronha, su ta paterna. Amaro fue enviado a casa de su to, en A Estrela. El tendero era un hombre obeso, casado con la hija de un funcionario pobre que lo haba aceptado para poder salir del hogar paterno, donde la mesa era escasa; ella tena que hacer las camas y nunca iba al teatro. Pero odiaba a su marido, sus manos velludas, la tienda, el barrio y su apellido de seora

    11

  • Gon9alves. El marido, en cambio, la adoraba como si fuese la alegra de su vida, su lujo; la cargaba de joyas y le llamaba mi duquesa.

    Amaro no encontr all el elemento femenino y carioso que tan clidamente lo arropaba en Carcavelos. Su ta casi no se fijaba en l; se pasaba los das leyendo novelas, las reseas teatrales de los peridicos, vestida de seda, cubierta de polvos de arroz, peinada con tirabuzones, esperando la hora en que el Cardoso, galn de A Trindade, estirando los puos de la camisa, pasaba bajo su ventana. Entonces el tendero se apropi de Amaro como de una herramienta imprevista y lo puso en el mostrador. Lo obligaba a levantarse a las cinco de la maana; y el muchacho temblaba en su chaqueta de pao azul, mojando deprisa el pan en la taza de caf, sentado en una esquina de la mesa de la cocina. Lo detestaban; su ta le llamaba el cebolla y su to el burro. Les dola hasta el raqutico pedazo de carne de vaca que le daban en la comida. Amaro adelgazaba, y lloraba cada noche.

    Ya saba que a los quince aos debera entrar en el seminario. Su to se lo recordaba todos los das:

    -No creas que te vas a quedar aqu holgazaneando toda la vida, burro! En cuanto cumplas los quince aos, al seminario. No tengo obligacin de cargar contigo! Yo no alimento animales que no rindan.

    Y el muchacho ansiaba el seminario como una liberacin. Nadie le haba preguntado nunca por sus tendencias o por su vocacin. Le imponan una sobrepelliz; su naturaleza pasiva, fcilmente dominable, la aceptaba igual que aceptara un uniforme. Por lo dems, no le desagradaba ser cura. Desde su abandono de los rezos perpetuos de Carcavelos conservaba su miedo al infierno, pero haba perdido el fervor por los santos; recordaba, no obstante, a los curas que haba visto en casa de la seora marquesa, gentes blancas y bien tratadas que coman al lado de las seoras y tomaban rap en cajas de oro; y le atraa esa profesin en la que se cantan bonitas misas, se comen dulces delicados, se habla en voz baja con las mujeres, viviendo entre ellas, cuchicheando, sintiendo su calor penetrante, y se reciben regalos en bandejas de plata. Recordaba al padre Liset con un anillo de rub en el dedo meique; a monseor Savedra con sus bellos anteojos de oro, bebiendo a pequeos tragos su copa de madeira. Las hijas de la seora marquesa les bordaban pantuflas. Un da haba visto a un obispo que haba sido cura en Baha, haba viajado, haba estado en Roma, era muy jovial; y en la sala, con sus manos ungidas y olorosas a agua de colonia apoyadas en la empuadura de oro del bastn, completamente rodeado de seoras arrobadas y rebosantes de risa beata, cantaba para entretenerlas con su hermosa voz:

    Mulacinha da Baa,nascida no Capuia...

    Un ao antes de entrar en el seminario, su to lo envi a un maestro para que perfeccionase el latn y lo dispens de estar en el mostrador Por primera vez en su existencia Amaro tuvo libertad. Iba solo a la escuela, paseaba por las calles. Vio la ciudad, los juegos de los nios, se asom a las puertas de los cafs, ley las carteleras de los teatros. Sobre todo, empez a fijarse mucho en las mujeres y, viendo todo aquello, le sobrevenan grandes melancolas. Su hora triste era el anochecer; cuando volva de la escuela, o los domingos despus de haber ido a pasear con el tendero al Jardim da Estrela. Su habitacin estaba arriba, en el desvn, con una ventanita abierta sobre los tejados. Se asomaba all a mirar y vea parte de la ciudad baja que poco a poco se iba llenando de puntos de luz de gas; le pareca percibir que llegaba de all un rumor indefinido: era la vida que no conoca y que juzgaba maravillosa, los cafs abrasados de luz y las mujeres arrastrando sus frufrs de seda por los peristilos de los teatros; se perda en imaginaciones difusas y, de pronto, en el fondo negro de la noche se le aparecan fragmentos de formas femeninas, una pierna con botines de sarga y una media muy blanca, o un brazo rollizo remangado hasta el hombro... Pero abajo, en la cocina, la criada empezaba a lavar la loza, cantando; era una mocita gorda, llena de pecas; y le entraban entonces ganas de bajar; de rozarse contra ella o de quedarse en un rincn vindola escaldar los platos; se acordaba de otras mujeres que haba visto en las calles de mala nota, con las faldas engomadas y ruidosas, paseando con el cabello suelto, con los botines sucios; y desde lo ms hondo de su ser le suba un deseo inconcreto, como las ganas de abrazar a alguien, de no sentirse solo. Se juzgaba desdichado, pensaba en matarse. Pero su to le gritaba desde abajo:

  • EL CRIMEN DEL PADRE AMARO EA DE QUEIRS

    -Ests estudiando, badulaque?Y poco despus, inclinado sobre Tito Livio, cabeceando de sueo, sintindose un

    desgraciado, refregando una rodilla contra otra, torturaba el diccionario.Por aquella poca empezaba a sentir cierto desapego hacia la vida de cura porque no podra

    casarse. Ya las compaas escolares haban introducido en su naturaleza femenil curiosidades, morbos. Fumaba cigarrillos a escondidas; adelgazaba y estaba ms plido.

    Entr en el seminario. Los largos pasillos de piedra un poco hmedos, las luces tristes, las habitaciones estrechas y enrejadas, las sotanas negras, el silencio reglamentado, el sonido de las campanillas le causaron durante los primeros das una tristeza lgubre, amedrentada. Pero pronto hizo amistades; gust su cara bonita. Comenzaron a tutearlo, a admitirlo durante las horas de recreo o en los paseos del domingo, en las conversaciones en las que se contaban ancdotas de los profesores, se calumniaba al rector y se lamentaban perpetua mente las melancolas de la clausura. Porque casi todos hablaban con nostalgia de las existencias libres que haban dejado atrs: los de la aldea no podan olvidar las eras baadas por el sol, las esfoyazas llenas de canciones y de abrazos, las yuntas de bueyes de regreso a casa mientras una niebla ligera ascenda desde los prados; los que venan de villas pequeas echaban de menos las calles sinuosas y tranquilas en las que cortejaban a las vecinas, los alegres das de mercado, la gran aventura de hacer novillos. No les bastaba el enlosado patio de re-creo, con sus rboles raquticos, los altos muros somnolientos, el montono juego de pelota: se ahogaban en la estrechez de los pasillos, en la sala de san Ignacio, donde se hacan las meditaciones de la maana y se estudiaban de noche las lecciones; y todos envidiaban los destinos libres, aun los ms humildes; el mulero que vean pasar por la carretera acariciando a sus machos, el boyero que cantaba al comps del spero chirriar de las ruedas, y hasta los mendigos errantes, apoyados en su cayado, con sus alforjas oscuras.

    Desde la ventana de un pasillo se vea un recodo de la carretera: hacia el crepsculo sola pasar una diligencia levantando polvo, entre los estallidos del ltigo, al trote de tres yeguas, cargada de maletas; pasajeros alegres, con las rodillas bien abrigadas, espiraban el humo de los cigarrillos; cuntas miradas los seguan! Cuntos deseos viajaban con ellos hacia los alegres pueblos y hacia las ciudades, a travs de la frescura de las maanas o bajo la claridad de las estrellas!

    Y en el refectorio, ante el escaso caldo de hortalizas, cuando el director; con voz grave, comenzaba a leer montonamente las cartas de algn misionero de la China o las pastorales del seor obispo, qu aoranza de las comidas familiares, de los buenos trozos de pescado! El tiempo de la matanza! Los chicharrones calientes crepitando en el plato! Las olorosas mollejas!

    Amaro no dejaba atrs cosas queridas: vena de la brutalidad de su to, del rostro hastiado de su ta cubierto de polvos de arroz; pero sin darse cuenta tambin empez a tener nostalgia de sus paseos dominicales, de la luz de gas y de los regresos de la escuela con los libros atados por una correa, cuando se paraba ante los escaparates de las tiendas para contemplar con la cara pegada al cristal la desnudez de los maniques!

    No obstante, poco a poco, con su naturaleza amorfa, fue entrando como una oveja indolente en la disciplina del seminario. Forraba regularmente sus manuales; cumpla con prudente exactitud en los servicios eclesisticos; y callado, encogido, inclinndose mucho ante los profesores, lleg a obtener buenas notas.

    Nunca haba podido comprender a los que parecan gozar dichosos del seminario y torturaban sus rodillas meditando cabizbajos los textos de la Imitacin o de san Ignacio; en la capilla, con los ojos en blanco, palidecan de xtasis; incluso el recreo o los paseos se los pasaban leyendo algn librito de Louvores a Maria; y cumplan encantados las ms pequeas normas, incluso la de subir slo un escaln de cada vez, como recomienda san Buenaventura. A sos el seminario les pro-porcionaba un gozo anticipado del cielo: a l slo le ofreca las humillaciones de una prisin y el tedio de una escuela.

    Tampoco entenda a los ambiciosos: los que queran ser caudatarios de un obispo y, en las soberbias salas de los palacios episcopales, levantar los reposteros de damasco viejo; los que, una vez ordenados, deseaban vivir en las ciudades, servir en una iglesia aristocrtica y cantar con voz sonora ante las damas ricas, apiadas en un rumor de sedas sobre la alfombra del altar mayor. Otros incluso soaban destinos fuera de la Iglesia: ambicionaban ser militares y arrastrar por las calles empedradas

    13

  • el tintineo de un sable; o la harta vida campesina y, desde el alba, con un sombrero de alas anchas y en una buena montura, trotar por los caminos, dar rdenes por las extensas eras abarrotadas de haces, apearse en las puertas de las tabernas. Y, a no ser algunos devotos, todos; aspirantes al sacerdocio o a destinos seculares, queran dejar la estrechez del seminario para comer bien, ganar dinero y conocer mujeres.

    Amaro no deseaba nada.-Yo no s -deca melanclicamente.Entretanto, escuchando por simpata a aquellos para quienes el seminario era una condena a

    galeras, sala muy perturbado de aquellas conversaciones llenas de impaciente ambicin de vida libre. A veces hablaban de escaparse. Hacan planes, calculando la altura de las ventanas, las peripecias de la noche negra por los caminos: se imaginaban bebiendo en las barras de las tabernas, salas de billar; calientes alcobas femeninas. Amaro se pona muy nervioso: durante la noche se revolva insomne en su catre y, en el fondo de sus imaginaciones y sueos, arda, como una brasa silenciosa, el deseo de mujer.

    En su celda haba una imagen de la Virgen coronada de estrellas, de pie sobre la esfera terrestre, la mirada errante en la luz inmortal, pisoteando a la serpiente. Amaro se volva hacia ella como hacia un refugio, le rezaba la Salve; pero, al contemplar la litografa, olvidaba la santidad de la Virgen, slo vea ante s a una hermosa muchacha rubia; la amaba, suspiraba, al desnudarse la miraba de reojo lbricamente; y su curiosidad hasta se atreva a levantar los castos pliegues de la tnica azul de la imagen y suponer formas, redondeces, la carne blanca... Crea entonces ver los ojos del tentador brillando en la oscuridad del cuarto; rociaba la cama con agua bendita; pero los domingos en el confesionario no se atreva a revelar estos delirios.

    Cuntas veces en los sermones haba odo al profesor de moral, con su voz robusta, hablar del pecado, compararlo con la serpiente y, con palabras untuosas y gestos retorcidos, dejando caer lentamente la pompa meliflua de sus frases, aconsejar a los seminaristas que, imitando a la Virgen, pisoteasen a la serpiente ominosa! Y despus era el profesor de teologa mstica el que, aspirando su rap, hablaba del deber de vencer a la naturaleza!. Y citando a san Juan de Damasco y a san Crislogo, a san Cipriano y a san Jernimo, explicaba los anatemas de los santos contra la mujer; a quien llamaba, conforme a las expresiones de la Iglesia, serpiente, dardo, hija de Ja mentira, puerta del infierno, cabeza de pecado, escorpin...

    -Y como dice nuestro padre san Jernimo -y se sonaba estruendosamente-, camino de iniquidades, iniquitas via!

    Hasta en los manuales encontraba la obsesin por la mujer! Qu criatura era aquella que, a lo largo y a lo ancho de la teologa, era unas veces elevada al altar como reina de la gracia, y otras veces maldecida con apstrofes brbaros? Qu poder era el suyo que la legin de los santos ora se arracima junto a ella, en exttica pasin, otorgndole por aclamacin el gran reino de los cielos, ora huye ante su presencia como del enemigo universal, entre sollozos de terror y gritos de odio y, escondindose en las tebaidas y en los claustros para no verla, muere all del mal de haberla amado? Senta, sin definirlas, estas perturbaciones que renacan y lo desmoralizaban continuamente; y ya antes de haber hecho sus votos, desfalleca con el deseo de quebrantarlos.

    Y a su alrededor notaba las mismas rebeliones de la naturaleza: los estudios, los ayunos, las penitencias podan domar el cuerpo, producir en l hbitos maquinales, pero por dentro se movan silenciosamente los deseos, como serpientes tranquilas en su nido. Los que ms sufran eran los sanguneos, tan dolorosamente constreidos por la regla como sus gruesas muecas plebeyas por los puos de la camisa. Asi cuando estaban solos, el temperamento irrumpa: se peleaban, medan sus fuerzas, provocaban tumultos. En los linfticos la naturaleza reprimida produca grandes melancolas, silencios indolentes: se vengaban entonces en el amor por los pequeos vicios: jugar con una vieja baraja, leer una novela, conseguir un paquete de cigarrillos tras demoradas intrigas-.. Son tantos los encantos del pecado!

    Amaro casi envidiaba a los estudiosos: al menos ellos estaban contentos, estudiaban sin descanso, garabateaban notas en el silencio de la espaciosa biblioteca, eran respetados, usaban gafas, tomaban rap. l mismo tena a veces ambiciones sbitas de ciencia; pero ante los vastos infolios le sobrevena un tedio insuperable. Era, no obstante, devoto: rezaba, tena una fe ilimitada en ciertos santos, un angustioso temor de Dios. Pero odiaba la clausura del seminario! La capilla, los sauces

  • EL CRIMEN DEL PADRE AMARO EA DE QUEIRS

    llorones del patio, las comidas montonas en el enorme refectorio enlosado, los olores de los pasillos, todo aquello le causaba una tristeza irritada: le pareca que sera bueno, puro, creyente, si estuviese en la libertad de una calle o en la paz de una casa de campo, fuera de aquellas negras paredes. Adelgazaba, sufra continuos sudores; y el ltimo ao, despus de los pesados servicios de Semana Santa, cuando empezaban los calores, ingres en la enfermera con una fiebre nerviosa.

    Finalmente se orden por las tmporas de san Mateo; y poco tiempo despus recibi, todava en el seminario, esta carta del seor padre Liset:

    Mi querido hijo y nuevo colega:Ahora que se ha ordenado creo en conciencia que debo darle cuenta del estado de sus asuntos,

    pues quiero cumplir hasta el final el mandato con que carg mis dbiles hombros nuestra llorada mar-quesa, concedindome el honor de administrar el legado que le dej. Porque, aunque los bienes mundanos poco deban importar a un alma consagrada al sacerdocio, son siempre las buenas cuentas las que hacen los buenos amigos. Sabr pues, querido hijo, que el legado de la querida marquesa -hacia quien debe guardar en su alma gratitud eterna- est completamente exhausto. Aprovecho esta ocasin para decirle que despus de la muerte de su to, su ta, una vez liquidado el negocio, se adentr en un camino que el respeto me impide calificar: cay bajo el imperio de las pasiones, se uni ilegtimamente, vio sus bienes perdidos a la par que su pureza y hoy regenta una casa de huspedes en la Rua dos Calafates nmero 53. Si toco estas impurezas, cuyo conocimiento resulta tan impropio para un joven sacerdote, es porque quiero darle cabal noticia de su respetable familia. Su hermana, como sin duda ya sabe, hizo una boda rica en Coimbra, y aunque en el matrimonio no es el oro lo que debemos apreciar, es sin embargo importante para futuras circunstancias que usted, querido hijo, est al corriente de este hecho. Sobre lo que me escribi nuestro querido rector respecto a enviarlo a usted a la parroquia de Feiro, en A Gralheira, voy a hablar con algunas personas importantes que tienen la enorme bondad de atender a un pobre sacerdote que slo pide a Dios misericordia. Con todo, espero conseguirlo. Persevere, querido hijo mo, en los caminos de la verdad, de la que me consta que su buena alma est repleta, y piense que en este santo ministerio nuestro se encuentra la felicidad cuando llegamos a comprender cuntos son los blsamos que extiende sobre el pecho y cuntos los consuelos que produce el servicio a Dios. Adis, querido hijo y nuevo colega. Sepa que mis pensamientos estarn siempre con el pupilo de nuestra llorada marquesa, quien, con toda seguridad, desde el cielo al que la elevaron sus virtudes, suplica a la Virgen a la que tanto sirvi y am la felicidad de su amado pupilo.

    Liset

    PS. El apellido del marido de su hermana es Trigoso. Liset

    Dos meses despus Amaro fue nombrado prroco de Feiro, en A Graiheira, sierra de la Beira Alta. Estuvo all desde octubre hasta el final de las nieves.

    Feiro es una parroquia pobre de pastores y casi deshabitada en esa estacin. Amaro pas el tiempo muy ocioso, rumiando su aburrimiento junto al fuego, oyendo al invierno bramar fuera, en la sierra. Por primavera quedaron vacantes en los distritos de Santarem y de Leira parroquias populosas, con buenas congruas. Entonces Amaro le escribi a su hermana hablndole de su pobreza en Feiro; ella le envi, aconsejndole economa, doce monedas para que fuese a Lisboa a Solicitar destino. Amaro parti inmediatamente. Los aires limpios y vivos de la sierra haban fortalecido su sangre; volva robusto, recio, simptico, con buen color en la piel triguea.

    Cuando lleg a Lisboa se dirigi a la Rua dos Calafates numero 53, a casa de su ta: la encontr vieja, con una peluca enorme llena de lazos rojos, completamente cubierta de polvo de arroz. Se haba hecho devota y abri a Amaro sus delgados brazos con alegra piadosa.

    -Cmo ests, bonito! Quin te ha visto y quin te ve! Ay, Jess! Qu cambio!Admiraba su sotana, su tonsura; y contndole sus desgracias, entre exclamaciones sobre la

    salvacin de su alma y la caresta de la vida, fue conducindolo hasta el tercer piso, a una habitacin

    15

  • que daba al patio de luces.-Aqu estars como un abad -le dijo-. Y baratito!... Ay! Ya me gustara tenerte gratis, pero...

    He sido muy desgraciada, Joozinho!.. Ay, perdona! Amaro! Estoy siempre con ese Joozinho en la cabeza...

    Al da siguiente Amaro busc al padre Liset en San Luis. Se haba ido a Francia. Se acord entonces de la hija pequea de la seora marquesa de Alegros, doa Joana, que estaba casada con el conde de Ribamar; consejero de Estado, influyente, regenerador fiel desde el 51 y dos veces ministro del reino.

    Y aconsejado por su ta, despus de haber tramitado su solicitud, se fue una maana a casa de la seora condesa de Ribamar, en Buenos Aires. Un cup esperaba a la puerta.

    -La seora condesa va a salir -le dijo un criado de corbata blanca y chaqueta de alpaca, amparado en la sombra del vestbulo, con un cigarro en la boca.

    En ese momento una seora vestida de blanco asomaba por una puerta de batientes forrada de bayeta verde, sobre un escaln de piedra, al fondo del patio empedrado. Era alta, delgada, rubia, con pequeos rizos sobre la frente, gafas de oro sobre una nariz comprimida y aguda y en el mentn un pequeo atisbo de pelos blancos.

    -Ya no me conoce, seora condesa? 4ijo Amaro con el sombrero en la mano, avanzando inclinado-. Soy Amaro.

    -Amaro? -dijo ella, como si le extraase el nombre-. Ah, Jess, pero mira quin es! Si est hecho un hombre! Quien lo dira!

    Amaro sonrea.-Cmo iba yo a esperar que!... -continu ella, admirada-. Y ahora est en Lisboa?Amaro le habl de su destino en Feiro, de la pobreza de la parroquia...-As que he venido a pedir otro destino, seora condesa.Ella lo escuchaba con las manos apoyadas en un largo quitasol de seda clara y Amaro senta

    que vena de ella un perfume de polvo de arroz y una frescura de algodones.-Pues no se preocupe -dijo ella-, quede tranquilo. Mi marido se ocupar de su caso. Yo me

    encargo de eso. Ande, venga por aqu. -Y con un dedo sobre los labios-: Espere, maana me voy a Sintra. El domingo no. Lo mejor es dentro de quince das. De aqu a quince das por la maana, seguro. -Y riendo con sus grandes dientes frescos-. Me parece que lo estoy viendo, traduciendo a Chateaubriand con mi hermana Luisa. Cmo pasa el tiempo!

    -Est bien su seora hermana? -pregunt Amaro.-S, bien. Est en una quinta en Santarm.Le ofreci su mano enguantada en peau de sude con un apretn decidido que hizo tintinear

    sus pulseras de oro y entr en el cup, delgada y ligera, con un movimiento que resalt la blancura de sus faldas.

    Amaro inici entonces su espera. Era en julio, en plena cancula. Por la maana deca misa en So Domingos y el resto del da, en zapatillas y chaqueta de punto, arrastraba su ociosidad por la casa adelante. A veces iba al comedor a charlar con su ta; las ventanas estaban cerradas, en la penumbra susurraban las moscas su montono zumbido; su ta, en un rincn del viejo canap de mimbre, haca croch con los anteojos encabalgados en la punta de la nariz; Amaro, bostezando, hojeaba un viejo nmero de Panorama.

    Al anochecer sala a dar un par de vueltas por O Rossio. Se ahogaba en el aire pesado e inmvil. Por todas partes se pregonaba montonamente: Agua fresca!. En los bancos, bajo los rboles, dormitaban vagabundos con las ropas remendadas; alrededor de la plaza rodaban sin cesar; lentamente, coches de alquiler vacos; resplandecan las luces de los cafs; y las multitudes en calma, sin rumbo, bostezandQ paseaban su pereza por las aceras.

    Despus Amaro volva a casa y, en su habitacin, con la ventana abierta al calor de la noche, tumbado sobre la cama, en mangas de camisa, descalzo, fumaba cigarros, rumiaba sus esperanzas. Le asaltaba la alegra al recordar, a cada instante, las palabras de la condesa: Quede tranquilo. Mi mari-do se ocupar de su caso. Y ya se vea prroco en un bonito pueblo, en una casa con una huerta llena de coles y de lechugas frescas, tranquilo e importante, recibiendo fuentes de dulces de las devotas ricas.

    En aquella poca viva en un estado de nimo muy sosegado. Los furores que en el seminario

  • EL CRIMEN DEL PADRE AMARO EA DE QUEIRS

    le causaba la continencia se haban calmado con los favores obtenidos en Feiro de una gorda pastora, cuya imagen tocando a misa los domingos, colgada de la cuerda de la campana, girando en sus faldas de lana marrn y con la cara enrojecida, a punto de reventar; gustaba mucho a Amaro. Ahora, sereno, tributaba puntualmente al cielo las oraciones que ordena el ritual, tena la carne contenta y callada y buscaba establecerse satisfactoriamente.

    Transcurridos quince das fue a casa de la seora condesa.-No est -le dijo un palafrenero.Volvi al da siguiente, ya inquieto. Los batientes verdes estaban abiertos; y Amaro subi

    despacio, pisando con timidez la gran alfombra roja sujeta con varillas metlicas. Desde la alta claraboya descenda una luz suave; al final de la escalera, en el rellano, sentado en una banqueta de tafilete escarlata, un criado apoyado en la pared blanca y pulida, con la cabeza colgando y el labio cado, dorma. Haca mucho calor; aquel solemne silencio aristocrtico amedrentaba a Amaro; estuvo un momento dudando, con su quitasol pendiente del dedo meique; tosi levemente para despertar al criado, que le pareca terrible con sus hermosas patillas negras, su magnifico collar de oro; ya iba a bajar cuando oy tras un repostero una estentrea risa masculina. Sacudi con el pauelo el polvo blanquecino de los zapatos, se estir los puos y entr muy colorado en una amplia sala forrada de damasco amarillo; a travs de los ventanales abiertos entraba una gran luz y se vean arboledas de jardn. En el centro de la sala tres hombres conversaban de pie. Amaro avanz, balbuci:

    -No s si molesto...Un hombre alto, de bigote cano y anteojos de oro se volvi sorprendido, con el cigarro a un

    lado de la boca y las manos en los bolsillos. Era el seor conde.-Soy Amaro...-Ah! -dijo el conde-. El seor padre Amaro! Lo conozco muy bien! Tenga la bondad... Mi

    mujer me ha puesto al tanto. Tenga la bondad... -Y dirigindose a un hombre bajo y rechoncho, casi calvo, con pantalones blancos muy cortos-: Es la persona de la que le he hablado. -Se volvi hacia Amaro-:

    -Es el seor ministro.Amaro se inclin servilmente.-El seor padre Amaro -dijo el conde de Ribamar- se cri de pequeo en casa de mi suegra.

    Naci all, creo...-S, seor conde -dijo Amaro, que se mantena alejado, con el quitasol en la mano.-Mi suegra, que era muy religiosa y una autntica dama, de eso ya no hay ahora!, lo hizo

    cura. Hubo hasta una herencia, creo... En fin, aqu lo tenemos, prroco... Dnde, seor padre Amaro?-Feiro, Excelencia.-Feiro? -dijo el ministro, extraando aquel nombre.-En la sierra de A Gralheira -inform con prontitud el individuo que tena a su lado.Era un hombre delgado, embutido en un abrigo azul, de piel muy blanca, con soberbias

    patillas negras y un admirable y lustroso cabello engomado que le descenda hasta la nuca separado por una perfecta raya.

    -En fin -resumi el conde-, un horror! En la montaa, en una parroquia pobre, sin distracciones, con un clima terrible...

    -Yo ya he hecho la solicitud, Excelencia -apunt Amaro tmidamente.-Bien, bien -afirm el ministro-. Se arreglar.Y mordisqueaba su cigarro.-Es de justicia -dijo el conde-. Ms an, es una necesidad! Los hombres jvenes y activos

    tienen que estar en las parroquias difciles, en las ciudades... Est claro! Pero no, fjese, all en Alcobaa, al lado de mi quinta, est un viejo, un gotoso, un cura antiguo, un imbcil! As se pierde la fe.

    -Es verdad -dijo el ministro-, pero esas colocaciones en las buenas parroquias deben ser, naturalmente, recompensas a los buenos servicios. Es necesario el estmulo...

    -Perfectamente -replic el conde-; pero servicios religiosos, servicios a la Iglesia, no servicios a los gobiernos.

    S hombre de las soberbias patillas negras hizo un gesto de objecin.-No cree? -le pregunt el conde.

    17

  • -Respeto mucho la opinin de Su Excelencia, pero si me lo permite... S, a mi modo de ver los prrocos en la ciudad nos son de gran utilidad en los trances electorales. De gran utilidad!

    -Pues s. Pero...-Fjese, Excelencia -continu, vido de palabra-. Fjese usted en Tomar Por qu perdimos?

    Por la actitud del prroco. Nada ms.El conde intervino:-Disculpe, pero no debe ser as; la religin, el clero no son agentes electorales.-Perdn... -quera interrumpir el otro.El conde lo detuvo con un gesto firme; y grave, pausadamente, con palabras rebosantes de la

    autoridad de un vasto entendimiento:-La religin -dijo- puede, debe incluso ayudar a la estabilidad de los gobiernos, actuando, por

    decirlo as, como freno...-Eso, eso -murmur arrastradamente el ministro, escupiendo briznas de tabaco masticado.-Pero descender a las intrigas continu el conde despacio-, a los embrollos... Perdneme, mi

    querido amigo, pero eso no es cristiano.-Pues yo lo soy, seor conde -exclam el hombre de las patillas soberbias-. Cristiano a

    machamartillo! Pero tambin soy liberal. Y entiendo que el gobierno representativo... S, digo yo... con las garantas ms slidas...

    -Mire -interrumpi el conde-, sabe adnde conduce eso? Al desprestigio del clero y al desprestigio de la poltica.

    -Pero son o no son las mayoras un principio sagrado? -gritaba, enrojecido, el de las patillas, recalcando el adjetivo.

    -Son un principio respetable.-Vaya, vaya, Excelencia! Vaya!El padre Amaro escuchaba, inmvil.-Mi mujer debe de querer verlo -le dijo entonces el conde. Y yendo hacia un repostero que

    levant:-Entre. Es el seor padre Amaro, Joana!Era una sala forrada de papel blanco satinado, con muebles tapizados en cachemira clara. En

    los huecos de las ventanas, entre los amplios pliegues de las cortinas de claro pao adamascado, recogidas casi a ras del suelo por cintas de seda, el follaje fino de unas plantas delgadas, sin flor, surga de unos jarrones blancos. Una penumbra fresca daba a todas aquellas blancuras un tono delicado de nube. Sobre el respaldo de una silla, un encumbrado papagayo, apoyado en una sola pata negra, rascaba parsimoniosamente, con movimientos ganchudos, su cabeza verde. Amaro, aturullado, se inclin hacia una esquina del sof donde vio los cabellos rubios y ondulados de la seora condesa, que le cubran vaporosamente la frente, y los relucientes aros de oro de sus anteojos. Un muchacho gordo, de rostro rechoncho, sentado frente a ella en una silla baja, con los codos sobre las rodillas abiertas, se ocupaba en balancear, como si fuese un pndulo, un pincenez de tortuga. La condesa tena en el regazo una perrita y con su mano seca y fina, llena de venas, le colocaba y le recolocaba el pelo, blanco como algodn.

    -Cmo est, seor Amaro? -La perra grua -. Quieta, Jia. Sabe que ya he hablado de su asunto? Quieta, Jia... El ministro est ah.

    -S, seora -dijo Amaro, de pie.-Sintese aqu, seor padre Amaro.Amaro se sent en el borde de un fauteul, con su quitasol en la mano, y repar entonces en

    una seora alta que estaba de pie junto al piano hablando con un joven rubio.-Qu ha hecho estos das, seor Amaro? -dijo la condesa-. Dgame una cosa, y su hermana?-Est en Coimbra. Se caso.-Ah! Se cas! -dijo la condesa, haciendo girar sus anillos. Hubo un silencio. Amaro, con los

    ojos bajos, pasaba con gesto confuso y vacilante los dedos por los labios.-El seor padre Liset est fuera? -pregunt.-Est en Nantes. Tiene una hermana que est murindose -dijo la condesa-. Est igual que

    siempre: muy amable, muy dulce. Es un alma tan virtuosa!...-Yo prefiero al padre Flix -dijo el muchacho gordo, estirando las piernas.

  • EL CRIMEN DEL PADRE AMARO EA DE QUEIRS

    -No diga eso, primo! Jess, dama al cielo! El padre Liset, tan venerable!... Y adems tiene otra manera de decir las cosas, con esa bondad... Se ve que es un corazn delicado.

    -Pues s, pero el padre Flix...-Ay, no diga eso! Es cierto que el padre Flix es una persona muy virtuosa, pero el padre

    Liset tiene una religin ms...-y con un gesto delicado buscaba la palabra-, ms fina, ms distinguida... En fin, se trata con otra gente y sonriendo hacia Amaro-: No cree?

    Amaro no conoca al padre Flix, no se acordaba del padre Liset.-Ya es mayor el seor padre Liset -observ al azar.-Usted cree? -dijo la condesa-. Pero qu bien conservado! Y qu vivacidad, qu

    entusiasmo!... Ay, es otra cosa!-Y volvindose hacia la seora que estaba junto al piano-:No crees ,Teresa?-Ya voy -respondi Teresa, completamente metida en sus pensamientos.Amaro se fij entonces en ella. Le pareci una reina, o una diosa, con su alta y fuerte

    complexin. Un magnfico perfil de hombros y senos; los cabellos negros un poco ondulados destacaban sobre la palidez del rostro aquilino, semejante al perfil dominador de Mara Antonieta; su vestido oscuro, de mangas cortas y escote cuadrado, rompa, junto a los pliegues de la cola, muy larga, totalmente adornada por encajes negros, el tono montono y albo de la sala; el cuello, los brazos estaban cubiertos por una gasa negra que transparentaba la blancura de la carne; y se perciba en sus formas la firmeza de los mrmoles antiguos y el calor de una sangre sana.

    Hablaba en voz baja, sonriendo, en una lengua spera que Amaro no comprenda, cerrando y abriendo su abanico negro... y el muchacho rubio, guapo, la escuchaba retorcindose la punta de un bigote fino, con un cuadrado de cristal embuchado en el ojo.

    -Haba mucha devocin en su parroquia, seor Amaro? -preguntaba entretanto la condesa.-Mucha, gente muy buena.-Es en las aldeas donde se encuentra an alguna fe, consider ella en tono piadoso. Se quej

    de la obligacin de vivir en la ciudad, en el cautiverio del lujo: le gustara estar siempre en su quinta de Carcavelos, rezar en la pequea y vieja capilla, conversar con las buenas almas de la aldea! Y su voz se pona tierna.

    El muchacho rechoncho se rea:-Pero, prima! -deca-, pero prima!No, lo que era a l, si lo obligasen a or misa en una capillita de aldea... hasta crea que

    perdera la fe! No entenda, por ejemplo, la religin sin msica... Era posible una celebracin religiosa sin una buena voz de contralto!?

    -Siempre es ms bonito -dijo Amaro.-Est claro que s. Es otra cosa! Tiene cachet! Te acuerdas, prima, de aquel tenor?...

    Cmo se llamaba? Vidalti! Te acuerdas de Vidalti, el Jueves Santo en Os Inglesinhos? El Tantum Ergo?

    -Me gustaba ms en el Baile de Mscaras - dijo la condesa.-Ni idea, prima, no tengo ni idea!Mientras tanto, el muchacho rubio se haba acercado a estrechar la mano a la seora condesa,

    hablndole en voz baja, muy risueo; Amaro admiraba la nobleza de su complexin, la dulzura de su mirada azul; repar en que le haba cado un guante y se lo recogi servilmente. Cuando sali, Teresa, despus de haberse aproximado despacio a la ventana y tras mirar la calle, fue a sentarse en una causeuse con un abandono que pona de relieve la magnfica escultura de su cuerpo. Y volvindose perezosamente hacia el muchacho rechoncho:

    -Nos vamos, Joo?Entonces la condesa le dijo:-Sabes que el seor padre Amaro se cri conmigo en Benfica?Amaro enrojeci: senta que Teresa pona sobre l sus bellos ojos, de un negro hmedo como

    el satn oscuro cubierto de agua.-Est en la provincia ahora? -pregunt ella, bostezando un poco.-S, seora, he llegado hace unos das.-En la aldea? -continu ella, abriendo y cerrando indolentemente su abanico.Amaro vea las piedras preciosas que resplandecan en sus dedos delgados; acariciando la

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  • punta del quitasol, dijo:-En la sierra, seora.-Imaginare -intervino la condesa-, es horrible! Nieva siempre, dice que la iglesia no tiene

    tejado, son todos pastores. Una desgracia! He hablado con el ministro a ver silo trasladamos. Pdele t tambin...

    -Qu? -dijo Teresa.La condesa le cont que Amaro haba solicitado una parroquia mejor. Mencion a su madre,

    el cario que le tena a Amaro.-Se mora por l... Le llamaba de una manera... No recuerda?-No s, seora.-Fray Maleitas!... Tiene gracia! Como el seor Amaro andaba tan paliducho, siempre metido

    en la capilla...Pero Teresa, dirigindose a la condesa:-Sabes a quin se parece este seor?La condesa se fij en l, el muchacho rechoncho se coloc el monculo.-No se parece a aquel pianista del ao pasado? -continu Teresa-. No recuerdo ahora el

    nombre...-Ya s, Jalette -dijo la condesa-. Bastante. En el pelo no.-Claro, el otro no tena tonsura!Amaro se puso colorado. Teresa se levant arrastrando su soberbia cola, se sent al piano.-Sabe msica? -pregunt, volvindose hacia Amaro.-La ensean en el seminario, seora.Ella en un momento recorri con la mano el teclado de sonoridades profundas y toc la frase

    del Rigoletto parecida al Minueto de Mozart, lo que dice Francisco I al despedirse de la seora de Crezy en la fiesta del primer acto, cuyo ritmo desolado tiene la lnguida tristeza de amores que se acaban y de brazos que se desenlazan en despedidas supremas.

    Amaro estaba embelesado. Aquella sala magnfica, con sus blancuras de nube, el piano apasionado, el cuello de Teresa, que vea bajo la negra transparencia de la gasa, sus trenzas de diosa, las serenas arboledas del jardn seorial, le sugeran vagamente la idea de una existencia superior; de novela, transcurrida sobre alfombras preciosas, en cups acolchados, con arias de pera, melancolas de buen gusto y amores de placer extrao. Hundido en la blandura de la causeuse, escuchando el llanto aristocrtico de la msica, recordaba el comedor de su ta y su olor a sofrito: y era como el mendigo que prueba una crema fina y, sorprendido, demora su placer pensando que va a volver a la dureza de los mendrugos resecos y al polvo de los caminos.

    Mientras, Teresa, cambiando bruscamente de meloda, cant la antigua aria inglesa de Haydn que tan sutilmente habla de las melancolas de la separacin:

    The village seems dead and asleep when Lubin is away!...

    -Bravo, bravo! -exclam el ministro de Justicia apareciendo por la puerta, aplaudiendo con suavidad-. Muy bien! Muy bien! Delicioso!

    -Tengo que pedirle una cosa, seor Correia -elijo Teresa, levantndose.El ministro acudi con prontitud galante.-Qu es, seora? Qu es?El conde y el individuo de las patillas magnficas entraban, todava discutiendo.-Joana y yo tenemos que pedirle una cosa -dijo Teresa.-Yo ya se lo he pedido! Dos veces! -intervino la condesa.-Pero, seoras -dijo el ministro, sentndose confortablemente, con las piernas muy estiradas,

    el rostro satisfecho- :De qu se trata? Es algo importante? Dios mo! Prometo, prometo solemnemente...

    -Bien -dijo Teresa dndole un golpecito en el brazo con el abanio-. Entonces, cul es la mejor parroquia vacante?

    -Ah! -dijo el ministro, comprendiendo y mirando a Amaro, que hundi la cabeza entre los

  • EL CRIMEN DEL PADRE AMARO EA DE QUEIRS

    hombros, ruborizado.El hombre de las patillas, que estaba de pie haciendo saltar con circunspeccin la tapa de su

    reloj, se adelant, muy informado.-De las vacantes, seora, Leira, capital de distrito y sede episcopal.-Leira? -dijo Teresa-. Ya s, es donde hay unas ruinas?-Un castillo, seora, edificado por Dom Donis.-Leira es excelente!-Pero perdn, perdn! -dijo el ministro-. Leira, sede del obispado, una ciudad... El seor

    padre Amaro es un eclesistico joven...-Vaya, seor Correia! -exclam Teresa-. Y usted no es joven?El ministro sonri, inclinndose.-Di t algo -le dijo la condesa a su marido, que rascaba con ternura la cabeza del papagayo.-Me parece intil, el pobre Correja est vencido! La prima Teresa le ha dicho que es joven!-Pero perdonen -protest el ministro-. No creo que sea un halago fuera de lugar; tampoco soy

    tan viejo..-Oh, infeliz! -grit el conde-. Acurdate de que ya conspirabas en mil ochocientos veinte!-Era mi padre, calumniador; era mi padre!Todos rieron.-Seor Correja -dijo Teresa-, est decidido. El seor padre Amaro se va a Leira!-Bueno, bueno, me rindo -dijo el ministro con un gesto resignado-. Pero es una imposicin!-Thank you -dijo Teresa, ofrecindole su mano.-Pero, seora, estoy sorprendido -dijo el ministro, mirndola fijamente.-Hoy estoy contenta -dijo ella.Mir un momento hacia el suelo, distrada, dando pataditas a su vestido de seda, se levant, se

    sent al piano bruscamente y recomenz la dulce aria inglesa:

    The village seems dead and asleep when Lubin is away!...

    Mientras tanto, el conde se haba aproximado a Amaro, que se puso en pie.-Est hecho -le dijo-. Correia se entiende bien con el obispo. En una semana est nombrado.

    Puede irse tranquilo.Amaro hizo una cortesa y, servil, fue a decirle al ministro, que estaba junto al piano:-Seor ministro, le agradezco...-A la seora condesa, a la seora condesa -dijo el ministro, sonriente.-Seora, le agradezco... -fue a decirle a la condesa, todo inclinado.-Ay, agradzcaselo a Teresa! Parece que quiere ganar indulgencias.-Seora... -fue a decirle a Teresa.-Recurdeme en sus oraciones, seor padre Amaro -elijo ella. Y continu con su voz

    quejumbrosa, cantando al piano las tristezas de la aldea cuando Lubin est ausente!

    A la semana siguiente Amaro recibi su nombramiento. Pero no haba olvidado aquella maana en casa de la seora condesa de Ribamar: el ministro con sus pantalones muy cortos, hundido en el silln, prometindole su nombramiento; la luz clara y serena del jardn entrevisto; el muchacho alto y rubio que deca yes... Le volva continuamente al cerebro aquella aria triste del Rigoletto; y lo persegua la blancura de los brazos de Teresa bajo la gasa negra! Los vea inconscientemente enlazarse despacio en torno al cuello airoso del muchacho rubio. Entonces lo detestaba a l y a la lengua brbara que hablaba y a la tierra hertica de donde vena: y le lata la sangre en las sienes ante la idea de que un da podra confesar a aquella mujer divina y sentir el roce de su vestido de seda negra contra su sotana de alpaca vieja, en la oscura intimidad del confesionario.

    Un da, al amanecer, tras unos grandes abrazos de su ta, parti hacia Santa Apolnia con un gallego que le llevaba el bal. Amaneca. La ciudad estaba silenciosa, se iban apagando las farolas. De vez en cuando pasaba algn carro que haca vibrar la calzada; las calles le parecan interminables; empezaban a llegar campesinos montados en sus burros, con las piernas oscilantes cubiertas por altas

    21

  • botas embarradas; en una y otra calle voces agudas anunciaban ya los peridicos; y los mozos de los teatros corran con el caldero de engrudo, pegando los carteles por las esquinas.

    Cuando lleg a Santa Apolnia la claridad del sol anaranjaba el aire tras los montes de Outra Banda; el ro se extenda, inmvil, surcado por franjas sin brillo del color del acero; y ya navegaba alguna vela de fala, lenta y blanca.

    IV

    Al da siguiente, en la ciudad se hablaba de la llegada del nuevo prroco y ya todos saban que haba trado un bal de hojalata, que era delgado y alto y que llamaba profesor al cannigo Dias.

    Las amigas de la Sanjoaneira -las ntimas, doa Maria da Assunao, las Gansoso- fueron enseguida a su casa, por la maana, para ponerse al tanto... Amaro haba salido a las nueve con el cannigo. La Sanjoaneira, radiante, importante, las recibi en lo alto de la escalera, remangada, en plena faena matinal; e inmediatamente, muy animada, les cont la llegada del prroco, sus buenos modales, lo que haba dicho...

    -Pero bajad, quiero que veis.Les ense la habitacin del cura, el bal de hojalata, una estantera que le haba puesto para

    los libros.-Est muy bien, est todo muy bien -elecan las viejas, recorriendo la habitacin despacio, con

    el mismo respeto que si estuviesen en una iglesia.-Qu buen abrigo! -observ doa Joaquina Gansoso, palpando el pao de los amplios

    faldones que caan desde lo alto del perchero-. Es una prenda magnfica!-Y qu buena ropa interior! -dijo la Sanjoaneira levantando la tapa del bal.El grupo de ancianas se inclin con admiracin.-A mi lo que me gusta es que sea un chico joven -dijo doa Maria da Assuno piadosamente.-Tambin a m- dijo con autoridad doa Joaquina Gansoso-. Eso de que est la gente

    confesndose y viendo el rap pingando de la nariz, como pasaba con el Raposo..., por favor! Hasta se pierde la devocin! Y el bruto del Jos Miguis! No, antes de eso que Dios me mate con gente joven.

    La Sanjoaneira les mostraba las dems maravillas del prroco: un crucifijo todava envuelto en un peridico viejo, el lbum de retratos, en el que la primera estampa era una fotografa del Papa bendiciendo a la cristiandad. Quedaron extasiadas.

    -Ms no se puede pedir -decan-, ms no se puede pedir! Al despedirse, entre muchos besos a la Sanjoaneira, la felicitaron porque, hospedando al prroco, haba adquirido una autoridad casi eclesistica.

    -Venid esta noche -elijo ella desde lo alto de la escalera.-Seguro!... -grit doa Maria da Assuno, ya en la puerta de la calle, cruzando su

    manteleta-. Seguro!... As lo vemos bien!A medioda lleg el Libaninho, el beato ms activo de Leira; y subiendo los escalones a la

    carrera, ya gritaba con su voz fina:-Sanjoaneira!-Sube, Libaninho, sube -dijo ella, que cosa junto a la ventana.-As que ya ha llegado el seor prroco, eh? -pregunt el Libaninho asomando a la puerta del

    comedor su cara gordita de color limn, la calva reluciente; y acercndose a ella, con pasito corto y meneo de caderas-: Entonces qu tal, qu tal? Tiene buena pinta?

    La Sanjoaneira reinici la glorificacin de Amaro: su juventud, su aspecto piadoso, la blancura de sus dientes...

    -Pobrecillo, pobrecillo! -deca el Libaninho rebosante de ternura devota. Pero no poda pararse, se iba a la oficina!-. Adis, queridita, adis! -Y toqueteaba con su mano gordezuela el hombro de la Sanjoaneira-. Cada vez ests ms gordita! Mira que ayer rec la salve que me pediste, ingrata!

    Haba entrado la criada.-Adis, Rua! Ests muy flaquita: encomindate a la Virgen. -Y avistando a Amlia por la

  • EL CRIMEN DEL PADRE AMARO EA DE QUEIRS

    puerta entreabierta de la habitacin-: Ay, Melinha, que ests hecha una flor! Bien s yo quin se salvaba por tu gracia.

    Y deprisa, contonendose, con una tosecita aguda, baj a saltitos la escalera, gimoteando:-Adis! Adis, pequeas!-Vienes esta noche, Libaninho?-Ay, no puedo, hija, no puedo -y su vocecita era casi un lloriqueo- Date cuenta de que maana

    es Santa Brbara: tiene derecho a seis padrenuestros!

    Amaro haba ido a visitar al chantre con el cannigo Dias y le haba entregado una carta de recomendacin del seor conde de Ribamar.

    -Trat mucho al seor conde de Ribamar -dijo el chantre-. En el cuarenta y seis, en Oporto. Somos viejos amigos! Era yo cura de San Ildefonso: ya hace aos de eso!

    Y reclinndose en el viejo silln de damasco habl de aquella poca con satisfaccin; cont ancdotas de la Junta, record a las figuras de entonces, imit sus voces -era una de las especialidades de Su Excelencia-, los tics, las manas, sobre todo de Manuel Passos, a quien describa paseando por la Praa Nova, con su holgado chaquetn pardo y el sombrero de ala ancha diciendo:

    -nimo, patriotas! Xavier resiste!Los seores eclesisticos del cabildo rieron divertidos. Hubo una gran cordialidad. Amaro

    sali muy halagado.Despus cen en casa del cannigo Dias y los dos salieron a pasear por la carretera de Os

    Marrazes. Una luz dulce y suave se extenda por los campos; las colinas, el azul del are tenan un aspecto sosegado, de encantadora tranquilidad; de los casales salan humos blanquecinos y se escuchaban los cencerros melanclicos del ganado que regresaba. Amaro se detuvo junto al puente y dijo, mirando a su alrededor el paisaje suave:

    -Pues s, seor, me parece que voy a estar bien aqu!-Va a estar estupendamente -asegur el cannigo sorbiendo su rap.Eran las ocho cuando volvieron a casa de la Sanjoaneira.

    Las viejas amigas estaban ya en el comedor. Junto a la lmpara de petrleo, Amlia cosa. Doa Maria da Assuno se haba puesto el vestido de seda negra, como los domingos: su peluca, de un color rubio rojizo, estaba cubierta por un perifollo de encaje negro; los anillos relucan en sus manos descarnadas, enguantadas en mitones, gravemente posadas en el regazo; desde el broche que cerraba el cuello hasta la cintura le colgaba un grueso collar de oro con pasadores labrados. Se mantena recta y ceremoniosa, con la cabeza un poco ladeada, los anteojos dorados firmes sobre la nariz caballuna; tena en el mentn un gran lunar peludo; y cuando se hablaba de devociones o de milagros, sesgaba el cuello y ofreca una sonrisa muda que descubra sus enormes dientes verdosos, clavados en las encas com cuas. Era viuda y rica, y padeca de catarro crnico.

    -Aqu tiene al nuevo seor prroco, doa Maria -le dijo la Sanjoaneira.Se levant, hizo un movimiento de caderas a modo de reverenca, emocionada.-stas son las seoras Gansoso, ya habr odo hablar...-le dijo la Sanjoaneira al prroco.Amaro las cumpliment con timidez. Eran dos hermanas. Pasaban por tener algn dinero,

    pero solan recibir huspedes. La mayor; doa Joaquina Gansoso, era una figura seca, con una frente enorme, alargada, dos ojillos vivos, la nariz respingona, la boca muy exprimida. Envuelta en su chal, derecha, de brazos cruzados, hablaba continuamente con voz dominante y aguda, repleta de opiniones. Hablaba mal de los hombres y se entregaba por completo a la Iglesia.

    Su hermana, doa Ana, era extremadamente sorda. No hablaba nunca y, con los dedos cruzados sobre el regazo, la mirada baja, haca girar con parsimonia los dos pulgares. Robusta, con su eterno vestido negro a rayas amarillas, una piel de armio enrollada al cuello, dormitaba toda la noche y slo de vez en cuando recordaba su presencia con unos suspiros agudos: se deca que albergaba una pasin funesta por el cobrador del correo. Todos la compadecan y era admirada su habilidad para recortar papeles para cajas de dulces.

    Tambin estaba doa Josefa, la hermana del cannigo Dias. Tena el mote de Castaa Pilonga. Era una criaturita desmirriada, de perfiles curvos, piel arrugada y del color de la cidra, voz sibilante; viva en un perpetuo estado de irritacin, los pequeos ojos siempre contrariados, con

    23

  • espasmos nerviosos producidos por la tirria, saturada de hiel. Era temida. El maligno doctor Godinho le llamaba la estacin central de las intrigas de Leira.

    -Y ha paseado mucho, seor prroco? -pregunt.-Hemos ido casi hasta el final de la carretera de Os Marrazes -dijo el cannigo, sentndose

    pesadamente detrs de la Sanjoaneira.-No le ha parecido bonito, seor prroco? -intervino doa Joaquina Gansoso.-Muy bonito.Hablaron de los hermosos paisajes de Leira, de las buenas vistas: a doa Josefa le gustaba

    mucho el paseo junto al ro; hasta haba odo decir que ni en Lisboa haba cosa igual.Doa Joaquina Gansoso prefera la iglesia de la Encarnao, en la parte alta.-Es muy bonito desde all.Amlia dijo sonriendo:-Pues a m me gusta aquel trocito junto al puente, debajo de los sauces llorones. -Y partiendo

    con los dientes el hilo de la costura-: Es tan triste!Entonces Amaro la mir por p