El vizcaíno grotesco o el endemoniado en el Manuscrito ...

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GROTESCO

res Maisons";,

• en el terreno co de los años La figura del la locura, el

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>laceres.

El vizcaíno grotesco o el endemoniado en el Manuscrito encontrado en Zaragoza

Inmaculada Barrena

En un lugar de Sierra Morena, sitúa el conde Potocki la aventura de su única y genial novela, el

Manuscrito encontrado en Zamgoz,a. Se trata de un escenario del sur de España en el que el joven Alfonso van Worden encontrará un sinfín de curiosos personajes, en sus andanzas a lo largo de 66 días por dicha

región, recuerdo vivo del reino moro de Al-Andalus.

En medio de un paisaje montañoso sembrado de grutas, descubre Alfonso el va lle de Los Hermanos y a los dos al10rcados que le dan nombre.

"El espectáculo se hacía aún más repugnanre porque los horrendos cadáveres, agitados por el viento, tenían un extraño balanceo, mientras horribles buitres los desgarraban arrancándoles jirones de carne; aparré la vista horrorizado y me inrerné por el camino de las montañas."'

Tras el espectáculo dantesco, pronro surge ante la vista del joven capitán de la Guardia valona la Venta

Quemada. En ella se hospeda y es objeto de una extraña aventura cuando, a media noche, dos misteriosas

y seductoras moriscas que dicen ser primas suyas le invitan a cenar y a comparti r el secreto de su familia, el de bs grutas del Alcázar de Gomélez.

Así, la verdadera aventura de Alfonso acaba de comenzar. Desde este encuentro que sorprendentemente le lleva a desperrar bajo la horca de Los Hermanos, el joven van Worden se enfrenta solo, con la Razón como única arma, a todo cuanro de ahora en adelante le lleve a plantear una explicación sobrenatural de lo acaecido y a traicionar el secreto de la fami lia Gomélez. A partir de este momento, se debate entre la inrerpreración racional de tan extraña experiencia, y la superstición grotesca que le conduce a interpretarla co mo obra de los m:ilos demonios que pueblan Sierra Morena.

En efecto, de m:idre espaiiola y, por ende, de religión católica, Alfonso se halla fami liarizado con toda

una imaginería adoptada por la Iglesia y destinada esencialmente, desde épocas remotas y sobre todo desde

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la Edad Media, a infundir el temor en los hombres, pero también y en gran medida a perder el repeto al

Maligno, a distanciarse de él, mediante su caricaturización.

Y precisamente sed dentro de una ermita alejada del camino donde nuestro joven ca pi tá n, guiado por una ex trema necesidad de alimento, encuentre la principal encarnación ele lo grotesco en la persona del

endemoniado Pacheco:

"Mientras hacía honor a la comida, vi entrar en la cabaña a una fi gura más terroríf-l ca que todo lo que había visto en mi vida. Era un hombre aparente111cmc jnvrn , pero el e una delgadez espantosa. Tenía los cabel los eriz:idos, le faltaba un ojo ele cuya cuenca ma naba

sangre. La lengua le colgaba fu era de la boca dejando escapar una e puma babosa. Cubría su cuerpo un traj r negro bastante bueno que, sin embargo, consti tuía su úni ca ves ti menta,

pues ni siquiera llevaba medias o camisas.

El horrible personaje no dijo nada a nadie y fue a acurrucarse en un rincón, donde pcnnanecicí inmóvil co lllo una estatua, con su 1'111ico ojo f-i jo en un cruci f-lj o que sostenía en la mano. "'

L.1 11rn11s1n1os id ;1d. l.1 dd;>rltlaciü11 tk l.1 11arurakza hum;111a. consrirnn.'n aquí uno de los principales elementos de la es tética grotesca. Acabamos ele conocer en palabras de Alfo nso el re trato de un endemoniado que el ermitaño dice estar exo rciza ndo. Pacheco no presenta rasgos n~ i co.' ani 111a les, pero IÍ

los de un humano mutilado y enormcmcme degradado. La horrible delgadez de u11 hombre que parece joven, ves tido de negro, con el pelo en punta resulra ya suficientemente desconce rtante. Sin embargo,

Potocki ofrece mediante dicho retrato un anticipo de la terrible histo ria de Pacheco, con su ojo reventado y en sangre, as í como la evocación de lo que será confesado en el relato como su Edra principa l. Desde el momento en que nuestro endemoniado, a quien tan sólo la cruz es capaz de apaciguar, es descri to con la lengua fuera de la boca, se nos está trayendo a la memoria y actualizando una de las represenraciones que la Edad Media había tomado de la Antigüedad clásica, el símbolo de la Lujuria, en defi ni tiva, el pecado

ca pi t~J que parece haber conducido al personaje de manera inexorable hacia su perdición.

Si el retrato de Pacheco responde hasta el momento a la def-ini ción de la pintura propiamente grotesca en lo que concierne a la monstruosidad hi perbólica del personaje, llevada al lími te de lo irrea l, ele lo fantás tico, el relato de su aventura en la Vema Quemada constituye a un Li ern po L1 prolongación de dicha

pintura y una proyección as imismo grotesca de la experiencia de Alfo nso, como si del n:llcjo de Lt misma

sobre un espejo deforme se tratase.

Así, cuando el endemoniado inicia la narración, siempre a petición del crmiLaí10 y en nombre del Redento r, lo hace con un horrible alarido que - esta vez sí - parece conceder al perso naje la naturalcz.a animal que la demonología cristiana ha concedido tradicionalmente, y en gran parre como herencia de la culrura

oriental, a demonios y de1rnís criaturas vinculadas al mundo del Mal.

En cuan to al relato propiamente dicho, Pacheco dice haber pasado la noche en la misma venta que el joven cap itán, en compaíib de dos mujeres de su fa milia que apa recen a medianoche pa ra seduci rle. Sin emba rgo, pese a que se repite el mismo esquema, la experiencia de Alfo nso no reviste el mismo dramatismo que la historia relatada por el endemoniado.

En efecto, mientras que nada detiene al joven Pacheco ante el pecado de incest0 y de poliga mia:

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INMACULADA BARRENA

"iQué pod ría deciros de aquella fatídica noche? Agoté las delicias y los crímenes. Luché mucho tiempo contra el sueño y la naturaleza, para prolongar mis infernales gozos.".1

La noche de amor en la Venta Quemada no es para Alfonso sino una noche de pura tentación ante la misteriosa belleza de sus dos primas musulmanas, Amina y Zubaycl a.

No obsunte, ambos enamorados desp iertan al día siguiente bajo la misma horca, acostados emre los "infames cacLíveres" ele los hermanos Zoto, corno si por arte de una magia infernal las seducroras criaturas de la noche se hubieran visto transformadas en los cuerpos sin vida de los dos ahorcados que, según se

contaba, clespertab:111 cada noche para ir a perrurbar a los vivos.

Así ¡mece confirmarlo una vez más el relaro de Pacheco, cuando éste afirma haber siclo objeta ele un nuevo y desgraciado encuenrro con dichos demonios: En la vema de Andújar, tras escuchar las amadas voces

de sus dos mujeres, él descubre en su lugar la presencia ele los dos hermanos Zoto colgados de la chimenea.

"Los od iosos seres empezaron a dar volteretas laterales y en un instante los tuve encima. Seguí corriendo, hasta que al fin, me abandonaron las fuerzas.

Entonces sentí có mo uno de los ahorcados me cogía por el tobillo izquierdo. Quise librarme de él, pero el otro me cortó el camino. Se planró delanre de mí con una expresión aterradora, sacando la lengua roja como un hierro candeme recién salido del fuego. Imploré piedad, pero fue en vano. Con una mano me sujetó el cuello y con la otra me arrancó el ojo que me falta. Introdujo su lengua ardiente en la cuenca del ojo, lamiéndome el cerebro y haciéndome rugi r de dolor."4

La escena posee una enorme carga dramática, basada fundamentalmente en la violencia de que el endemoniado co nfiesa haber sido objeto durante este tan desgraciado encuentro amoroso. La metamorfosis

del ahorcado 1 y la exageración presente en cada pincelada de horror no dejan de responder, sin embargo, a esa estética de lo grotesco que se sitúa a cada momento en la frontera ele la irrealidad .

Así ocurre de igual manera durante el concierto interna] que el segundo ahorcado interpreta sobre el castigado cuerpo de Pacheco:

"En ronces el orro, el que me había sujetado por la pierna izquierda, quiso también pracrica r con las garras. Empezó primero haciéndome cosquillas en la planta del pie que sujetaba. Después, el monstruo me arrancó la piel, separó todos los nervios, dej ándolos al descubierto, y quiso tocar como si se rrarara de un instrumenro musical; sin embargo, al no ser de su agrado el sonido que emitía, hundió su espolón en mi corva, cogiendo los tendones y se dedicó a retorcerlos como se hace para afinar un arpa. Finalmente, se puso a toca r en mi pierna que había convertido en un salterio. Oí su ri sa; mientras el dolor me arrancaba horribles bramidos, los aullidos del infierno me hacían coro. Y cuando el crujir

de los condenados llegó a mis oídos me pareció que trituraban cada una de mis fibras con sus clientes. Finalmente perdí el conocimiento."6

Nuesrro endemoniado es víctima de un sadismo que sobrepasa, ranro a manos ele uno ele los hermanos Zoro como del otro, el límite de la realidad, lo humanamenre concebible. En ambos casos, el cuerpo físico constituye un vínculo ele unión emre la terrible experiencia de Pacheco y la realidad humana; sin embargo, la ardiente lengua del primero o la terrible garra del segundo forman parte ele una fisionomía sobrenatural

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ÜE LO GROTESCO

principalmente consagrada al ejercicio de la tortura. De este modo, dicha aventura se convierte, entre lo natural y lo diabólico, en la experiencia de un sad ismo particularmente grotesco, ya que tanto la excesiva proporción que alcanza el horror como las características de quienes lo protagonizan intervienen en la composición de una pintura caricaturesca, a la vez que dramática, en la que la deformación Je la naturaleza adquiere tintes de comicidad.

Asimismo ocurre con la siguiente narración que el endemoniado expone, una vez más, a petición del ermitaño y ante el joven Alfonso, un nuevo relato a lo largo del cual lo natural y humano se transforman en una nueva aventura infernal:

"Sentí unos golpes en la puerta y oí unos balidos aparentemente idénticos a los de nuestra cabra blanca. Creí pues que era ella y pensé que, como había olvidado ordeñarla, venía la pobre a recordármelo. Me fue fáci l creerl o, ya que lo mismo había ocurrido realmente unos días antes. Salí pues de vuestra cabaña y efectivamente vi vuestra cabra blanca que me daba la espalda y me enseñaba sus ubres hinchadas. Quise cogerla para hace rle el favor que me pedía, pero se escapó y parándose y escapándose sucesivamente, me condujo hasta el borde del precipicio que está cerca de la ermita".

Cuando hubimos llegado, la cabra blanca se transformó en un macho cabrío negro. Ante tal metamorfosis me sentí aterrado y quise huir hacia nuestra morada, pero el animal me cortó el paso y después alzándose sobre las patas traseras y mirándome con ojos encendidos, me produjo tal espanto que me quedé petrificado.'"

Pacheco ha sido testigo de una sorprendente metamorfosis en la que la cabra blanca, símbolo de pureza, semejante a la luz del día, se transforma en noche inquietante, en el macho cabrío negro que anuncia la presencia demoníaca en la imaginería cristiana. Esta encarnación del diablo es una vez nl<Ís origen de espanto y de sufrimiento:

"En ese momento, el maldito macho cabrío empezó a darme co rnadas empujándome hacia el precipicio. Así que llegué, se detuvo para disfrutar con mis morrales angustias. Finalmente me precipitó al abismo. Me creí pulverizado; sin embargo, el animal llegó al fondo del precipicio antes que yo y me recibió sobre el lomo sin yue me hiciera daño. No tardaron en asaltarme nuevos horrores ya que en cuanto el maldi to macho cab río sintió que estaba sobre su lomo, se puso a galopar de extraña manera. Pasaba de una montaña a otra de un solo brinco, atravesando los valles más profundos como si de zanjas se tratara."8

La escena retoma dos elementos fundamentales de la anterior aventura de Pacheco: el horro r manifiesto de la víctima y el sadismo del torturador, esta vez el macho cabrío, cuya denominación en griego (TRRGDS) parece evocar la tragedia grotesca (THRGWDIR) del endemoniado. La hipérbole constituye otro de los recursos para la composición de una pintura que adquiere, en el retrato del animal maldi to, una naturaleza sobrenatural al tiempo que extravagante. Pacheco se encuentra a lomos del diablo que todos reco nocemos en la bestia con cuernos, pezuñas y rabo, recuerdo vivo de los sátiros, y viaja de montaña en rnontafia como quien volara con destino al aquelarre.''

En efecto, el endemoniado es arrastrado hasta el fondo de una caverna en la que presencia un i11qui.ew1te

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especdculo, um grur::i en la que la más sublime noche de amor vivida por el joven van Worden en brazos de sus hermosas primas se to rna a los ojos de Pacheco en un horrible encuentro contranatura junto a los dos ahorcados:

"Allí vi al joven caballero que ha dormido estos últimos días en nuestra ermita. Estaba en su lecho y junto a él había dos jóvenes muy bellas, vestidas a la usanza mora. Ambas jóvenes, tm hacerle algun as ca ricias, le quitaron una reliquia que llevaba al cuello y al punto dejaron de parecerme hermosas y reconocí en ellas a los dos ahorcados del valle de Los Hermanos. Sin embargo, el joven caballero seguía tomándolos por seres encantadores y les prodigó las más tie rnas palabras. Uno de los ahorcados se quitó entonces la cuerda que llevaba al cuello y se b puso al caballero, que le demostró su agradecimiento con nuevas caricias. Por t'iltimo, co rrieron b.s cortinas y ya no sé lo que hicieron, aunque imagino que se trataba de un horrible pecado." 'º

Esta escena, como rantJ.s otras, se muestr:i en un primer momento ve rosímil. Sin embargo, la presencia de los ahorcados, como fru to de una transfo rmación diabólica, y sobre todo la apJ.rición a media noche de un demonio "con cuernos de fu ego y una cola encendida que unos pequeños diablos sujetaban tras él"", parecen poner en evidencia b relación existente entre la aventura de Alfo nso y la experiencia interna! de Pacheco:

"Los dos aho rcados saltaro n sobre mí y me arrastraron fuera de la cueva, donde encontré al macho cabrío negro. Uno de los ahorcados se puso a caballo sobre el animal, y el otro sobre mis hombros. Y acto seguido nos obligaron a galopar por montes y valles.

El ahorcado que llevaba al cuello me castigaba los costados a golpes de talón y como le parecía que aún no iba a su gusto, recogió dos escorpiones y sin dejar de correr, se los ató a los pies a modo de espuebs, y comenzó a desgarrarme los costados con la más extraordinaria barbarie. Por fin llegamos a la puerta de la ermi ta, do nde me abandonaron. Esta mañana, padre, me habéis encontrado sin conocimiento." 12

El relato del endemoniado constiruye la narración ele una terrible experiencia en b que éste parece esrar cruel mente pagando el doble pecado de incesto y poli gamia, un pecado que bien podría ser el del propio Alfo nso. No obstante, el joven capitán no cesa ele alimentar la duda ante los extraños acontecimientos sucedidos y, Fundamentalmente, relatados:

"Pensé que en la venta me habían dacio una bebida para dormirme y que durante mi sueño me habían llevado bajo la horca. Pacheco podía haberse quedado tuerto por cualquier otro accideme que no Fuera su relació n amorosa con los ahorcados y su espantosa histo ria podía ser un cuento." u

Al fo nso sólo encontrará respuesta a sus sospechas mucho más tarde, una vez terminada su aventura en Sierra Morena, y ele mano del jeque de los Gomélez:

"Espedbamos que os convirtierais a la rel igión musulmana o al menos que fu erais padre. Sobre este último punto, se han visto cumplidos nuestros deseos. Los hijos que vuestras primas llevan en su seno podrán considerarse descendientes ele la sangre más pura de los Gomélez. Era menester que vinieseis a España. ( ... ) Seguisteis con arrojo hasta la Venta Quemada, donde conocisteis a vuemas primas. Con ayuda de un somnífero, conseguimos transportaros bajo la horca de los hermanos Zoto donde os despertas teis a la mañana

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DE LO GROTESCO

siguiente. De allí fuisteis a mi ermita, donde tuvisteis el encuentro con el endemoniado Pacheco, que en realidad no es más que un saltimbanqui vizcaíno. El desdichado perdió un ojo al ejecutar un arriesgado salto y desde entonces vive de nuestra caridad. Yo pensaba que su triste historia os impresionaría y que traicionaríais el secreto jurado a vuestras primas; pero cumplisteis fielmente vuestra palabra."1

;

Así pues, todo ha sido una mistificación de la que AJphonse ha sido espectador y partícipe al igual que el legendario Don Quijote, siendo asimismo en Sierra Morena objeto de la puesta en escena por el cura y el barbero de la histo ria de Luscinda y Cardenio.

Sin embargo, aunque los componentes comunes de ambas represe1mciones residen en el disfraz y en una buena dosis de relato, la aventura que el joven van Worden co noce en boca y en la espantosa f-l gura de Pacheco, es además la escenificación de una tragedia grotesca a manos de quien resulta ser un s;drimbanqui

vizcaíno, nuestro vizcaíno grotesco.

Así, si no resulta extraño que el conde Potocki incluyera en su novela el personaje del vizcaíno, tan tradicional en la literatura castellana, fundamentalmente en tanto que heredero de una antigua hicblguía, sí, en cambio, sorprendente que lo vi nculara a una imagen como la del saltimb<rnqui, en gran medida hilarante.

A lo largo del Manuscrito encontrado en Zaragoza, el autor ha podido poner en tela de juicio el respeto hacia los Grandes de España, reírse de su espíritu pretencioso. Tal vez sea ésta la razón que le llevó a conceder dicho papel a un personaje que tradicionalmente venía siendo de noble cuna y de nombre cuando menos des tacado. O tal vez la asociación que de los vascos 11 podía hacerse con el aquelarre, y la identificación de su lengua como la del diablo16 condujeron a Potocki a determinar así el origen de quien debía protagonizar tan terrible e infernal aventura. Lo cierto es que Pacheco, cuyo nombre verdadero se omite, parece surgir en medio de un universo carnavalesco, un universo en el que los valores religiosos y morales de la tradición europea se confunden y se disfrazan ante Alfonso y ante el lector. Pacheco puede así ser el salrimbanqui vizcaíno, o el endemoniado grotesco del relato. Los dos nos resultan extraños o inquietantes, siempre objeto de duda.

La naturaleza cómica de dicho personaje se cubre así durante la aventura de un halo de fantasía nacido de la coexistencia y la confrontación de dos explicaciones, natural y sobrenatural , tanto en la historia del endemoniado como en el universo más amplio del Manuscrito. De este modo, el jove n capitán van Wordcn y el lector de la novela se hallan, al mismo tiempo, inmersos en un ir y venir entre la versión dictada por la Razón y aquella otra aprendida y avalada por la religión católica. En este dialogismo entre ambas visiones de la realidad, la superstición religiosa se encuentra en ocasiones defendida, y otras veces puesta en tela de juicio, debatida, pero en ningi'1n caso co mbatida hasta su destrucción. Así consigue el autor una magistral pintura de ese mundo oscuro que sobrevive, aunque más ex travagante y grotesco ante la luz de la Razón.

En efecto, no parece ser la crítica social propia del siglo XV1II la que nuestro conde pretende llevar a cabo. Potocki no plasma una caricatura unívoca de la España de su tiempo, sino que compone más bien un retrato en el que las imágenes distorsionadas o metamorfoseadas ofrecen una lectura plural, entre lo real y lo imaginario, de un país que se revela iniciático para Alfonso. En el Manuscrito encontrado m ZaragoZll, lo grotesco es, a menudo, fuente de duda, y la duda es la raíz de la cual surge lo fantástico. El vizcaíno grotesco

INMACULADA BARI

se en cu entra así, en e

caricatura crítica de la

(1) Jan POTOCKI, Ma1111sc 32.

(2) Op. cit. , p. 46. (.1) Op.cit.. p.·19 (4) Op. ci1.. p. 50.

15) Sc1 11 rjanlc transformaci( rncnro ár.1bc 1i111l:1Jo \!,

)' de "1s palaciego;:

"F.I inJiu seguía el jucgc co n in usir:i.do empecina los <¡uc 10paba. Del pal: :ipa reci<i la bola, ya 110

csca1mon, ya <1uc ni sic¡ (6) Op. ci1 .. p. 50. (7) Op. cit .. p. 99. (8) ldcm. (9) Si en su origen b 1rageJ

11 11 1ipo de cspect:ículo 1 cantaba acompaíia ndo desordenadas y liccncim del País Vasco, co mo ce

(IU) Op. cit. . p. '!9. (11 ) dcm.

(1 2) Op. ci1 ., p. 1 OO. (U) Op. ci1., p. 1 U. (14) Op. ci1 ., p. 556. (15) Recordemos que ta111n l

cspcct:irn lo de saltos y d sí gro1csc:1 his1oria del e

(16) En su obra Lo "vizm/110 ex 1raños, abundaban lm

(. .. ) A despecho del afá1 cirnos p<Í rrafos del Padr lo cscri1 0 cmicndcn a vasco ngados".

(1 7) cr. a este respcc10 la 1-fo

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)E LO GROTESCO

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partícipe al igual que escena por el cura y

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1 de juicio el respeto 1e le llevó a conceder nbre cuando menos Ja identificación ele

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J de fa ntasía nacido o en la histo ria del apitán van Wo rden rsión dictada por la ntre ambas visiones ~s puesta en tela de tu tor una magistral a luz de la Razón.

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INMACULADA BARRENA l:fl

se encuentra así, en esta novela, a medio camino entre las pintu ras de las oscuras grutas italianas y la caricatura crítica de las Luces.

(1 ) Jan l'OTOCKI, Manuscrito 1•11co111mdo en Z111ngo211, rraJucción de Amalia Alvarcz y Francisco Javier Muñoz, Madrid, Palas Arenca, 1990, p. 32.

(2) Op. cit., 11· 46. (J) Op. cit., 1'· 49. (4) Op. cit., p. 50.

(5) Srnwj:111tc rr:11hÍOrni:1ción, aunque en un tono mucho m:ís hu morístico, es la que pone en escena el inglés Will iam íleckford en su grotesco rnrnro :í rabe ri1 11l.1do V,11h1·k, cuando el re rrihle Giaur se prescnra rodando, esra ve-L, en íorrna de hola, an rc la mirada sorprend ida del califa y dl' .1us pa laciegos:

"El indi11 seguí.1 el juego. Corno era bajo, se había hecho una bola y rodaba hajo los golpes de s11s asalranres, que le seguían por rodas parres con inusitado empecinamiento. Rod.1ndo de ral suene, de sa la en sab y de hahiración en habitación . la bola :ltTaía en pos de sí a todos con los <¡ue topaba. Del 1i:d.1cio, en plena wn ltt>ión, salía un tremendo ruido. Las asustadas sultanas miraban a trav~s de sus celosías: en cuanro apareció la bola, ya no pudieron conrcnerse. Pa ra detenerlas, los eunucos las pellizC<lron hasrn hacerles sa ngre, pero en vano, pues se les escaparon, ya que ni siquiera aquel los fiel es guardianes, casi muertos de miedo, pudieron evitar seguirle la pista a la fora l bola."

(6) Op. cit ., p. so. (7) Op. cit., 11· 'l9.

(8) ldl' rn .

(9) Si c11 su origen b tragcd i:i, ta l y como afirma Thomas Wright en su Hisroirr de /11 mrim111re et du groresque d11111 In li11lm111re fl r/11111 /im. era un ti1io 1k cspcct:ículu 1¡uc sólo renía lugar en las fies tas celebradas cada ai10 en honor de íl:ico, cspect:ículo és te en el que un TRRGWDDSV canraha acompatíando los movim ienms de un coro de sd ri ros, no es difíc il cnconrrnr grandes vínculos enrre esta escena, una de las más cksnrdenadas y licciKio,as representadas en dichas fiestas, y el aquelarre pagano que la Iglesia c:tróli ca condenó, li111damentalmentc en 1ierras dr.:I P.1h V.1!-.Co, como c1: rrn11rni:1 dl' perversa adoracillll al Maligno y de desenfreno sensual.

(JO) Op. cit ., p. 99.

(11 ) dem.

(12) Op. cit., p. 100.

(1.l) Op. ci t., 11· 11 .1.

(J(¡) 0 1'· ci1 .. p. 516.

(1 5) Hccor1kmos que ta nto Pachcco a lomos del macho cabrío co mo los ahorcados tocando n11'1sica o d:indo vol tl' rCtas ponen en escena todo un espccdculo de s:1ltos y de música iníemal que no hacen sino acentuar el cadcrer juglaresco, fa ntás tico, en defi nitiva, grotesco de la ya de por sí grotesca his toria del endemoniado.

(1(1) En "1 "bra f.o ""izmí110" 1•11 !11 li1m1111m msttl!n1111, el Padre Amelmo de L.eg:trda señala cómo "ya en lns siglos XVI y XVI I, enrre propios y es traiirn, .diumLdian los comentarios sobre el uso y abuso de l.1 p:ilabr:1 vizc:iíno".

( ... )A despecho del affo purista de los ind ígenas, Casrilla conrinu:iba m:rn renicndo la imp ropiedad en el siglo XVIII , como se desprende ele cimos p:í rraíos del Pad re L1rramendi: "Es inaguanr:1ble la bobería del connin Je los casrcllanos y Jcm3s ~spa 1ío l es cua ndo en lo hablado y en lu escrito enricnden a tocios los vascongados con el nombre de vizcaínos ... y de aragoneses y valencianos, que llaman navarros a los v:tscongados".

(17) cí. :1e.1te 1'\'.1p<'cto la 1 Ji.lrnri:i de la gcmil Dariolcra del c:1sti llo de Somhrc en el M111111Sl'l'it11, p. 11 7.