Historia de Una Ex Pandillera

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EMEEQUIS | 04 DE MAYO DE 2015 38 La historia de una ex pandillera

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Sociologia

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    Esta podra ser una historia linda.Hace un ao, Lourdes Mayola Narvez tena un deseo fijo:

    salir de la crcel para visitar, por primera vez, un museo. Despus de haber sido pandillera, ladrona, adicta

    y vendedora de droga, Mayola encontr en la prisin una forma de redimirse: la pintura.

    Por CARLOS ACUA @esecarloFotograFas: ChRiStiAn PALmA @ChrisaelPalma

    Mayola Una dealer adicta a Siqueiros

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    LLourdes Mayola Narvez siente algo parecido a un lati-gazo en el estmago, el deseo punzante de regresar corriendo, de acurrucarse en su cama, de olvidarse otra vez de todo. Sin saber cmo, logra contenerse. Aprieta los dientes y se las arregla para cruzar entera los torni-quetes que dividen el recibidor de las oficinas. Su salida estaba programada hace cuatro horas, pero una firma de ms, un documento de menos, una copia faltante, la obligaron a quedarse sentada en una oficina gris, con su mochila al hombro, sola, paladeando la an-siedad. Ahora son casi las 11 de la noche del 25 de no-viembre de 2014 y aunque est acostumbrada a que su tiempo sea administrado siempre por los otros, estas horas de espera pesaron casi lo mismo que todos los 10 aos anteriores.

    Diez aos. Diez redondos aos de vivir bajo vigilan-cia, de pasar lista todos los das, de vestir siempre del mismo color, de mirar a las mismas personas, el mismo alambre de pas, los mismos barrotes. Diez aos del mismo aire viciado. Todo eso est a punto de terminar y Mayola, quien durante tanto tiempo se pregunt cmo sera este da, no siente nada, ni un poquito de alegra o de entusiasmo al acercarse a la puerta de salida; tiene la mirada hueca, inexpresiva, el cabello salpicado de franjas cobalto, las manos temblorosas, los nervios a punto de reventarle. El futuro aterra siempre, piensa, sobre todo cuando se le mira demasiado cerca.

    Es hora. Durante un breve, muy breve segundo, se detiene y mira con pasmo el cristal de la puerta. All afuera no hay nada. Un estacionamiento vaco, unas casuchas debajo de unos cerros baldos, sombras para-lizadas debajo de los rboles. Pero no es la visin del exterior lo que la hace dudar. Tampoco el hecho de que ningn familiar ni uno solo haya venido a recibirla. Lo que la detiene es que no puede abrir la puerta a la que se acerca, pues tiene las manos ocupadas en cargar una pequea mochila y cuatro bastidores, las ltimas

    pinturas que hizo aqu. No quiere soltarlos. Se aferra a ellos como un nufrago a un bote salvavidas.

    Lourdes Mayola Narvez, 30 aos, baja la mirada mientras un celador acude en su ayuda y gira el pica-porte. El agua comienza a hacer nudos en sus ojos. A partir de ahora, la mayora de las puertas con las que se encuentre no tendrn ningn polica, ningn celador resguardndolas. En adelante, lo sabe, Mayola tendr que abrir todas las puertas por s misma.

    Afuera la oscuridad es una cosa brumosa, pesada. Mayola sabe bien que ningn recluso encuentra el calor del sol ni el trino de los pjaros al recuperar su libertad. A la crcel se entra de da, pero slo se sale de noche.Mayola atraviesa el umbral de la crcel.

    Esta noche el fro es insoportable.

    * * *H ay das, como este jueves de abril de 2014, en que quisiera quedarse, no salir nunca ms. La gente, los autos, la calle le atemorizan ms que vivir dentro de estos altos muros.

    Qu tal si me muerde un perro? Qu tal si me atropellan? se pregunta con una timidez correosa. Suena tonto, pero no recuerdo ya cmo cruzar una calle.

    Sentada sobre la paleta de un pupitre del rea escolar del Centro Femenil de Readaptacin Social Tepepan, Mayola desmenuza su vida en prisin. Una vez a la se-mana viene a este lugar a crear reproducciones de pin-turas de Jos Clemente Orozco, Diego Rivera y, su favorito, David Alfaro Siqueiros. Tambin pinta, al leo y en colores casi siempre fros, caras de gatos, paisajes nocturnos, cuerpos de mujeres que se balancean en torno a libros, pupitres y barrotes.

    El encierro ha endurecido cada uno de sus rasgos. La quijada bien tensa, los ojos duros, el cabello erizado en espinas rubias; todo en ella es un desafo. Estam-

    Las estadsticas son claras: en las hacinadas crceles mexicanas el crimen es una enfermedad que se contagia. Pero esta mujer bajita,

    de cabello estridente y mirada esquiva que pas 10 de sus 30 aos de vida en prisin puede ser la excepcin que confirma la regla.

    Cmo logr reinventarse? Cmo se puede salir ilesa del abismo que representa la crcel?

    Esta podra ser una historia linda. La de cmo una chica renuncia al crimen despus de encontrarse con la belleza; el milagro de una mujer que decide transformar su vida. Podra serlo, pero la realidad

    siempre es ms complicada.

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    pado en la blusa negra, slo el rostro de la Pantera Rosa sonre con inocencia.

    Dice que hace 10 aos, cuando cay detenida, la idea de la crcel le pareca intolerable. Haba fumado piedra, haba inhalado activo durante siete aos, y con su novio, padre de su nico hijo, haba robado un auto slo para estamparlo en plena avenida Misterios.

    Reincidente, con varios procesos abiertos por delitos menores, Mayola supo que una condena larga sera tan insoportable como ineludible, as que tom la correa de su bolsa de mano, lo nico que la polica no le quit, y aprovech el mpetu todava fresco de su ltima dosis. Se colg de una viga en las oficinas del ministerio pblico. Uno de los guardias la rescat de su improvisada horca.

    Ahora, Mayola no quisiera irse. El pasmo que le pro-vocaba la crcel es mucho menor que el vrtigo de re-gresar al lugar de donde vino.

    Mayola muestra su ltimo cuadro. Advierte, con pudor, que an no lo ha terminado. En ese lienzo de pinceladas gruesas se aprecian una laguna oscura, la cabeza de una mujer sin cara, un gato sin ojos. Mien-tras lo mira, Mayola guarda un silencio grave, reve-rencial. Explica que su intencin fue pintar el miedo, la incertidumbre que le espera a 10 meses de cumplir su sentencia. Dice que eso, esa noche incompleta, es el futuro.

    * * *Robar en la calle era un orgullo. Asaltar mayoris-tas en Tepito, encaonar a los pasajeros de los microbuses que corran en las calles de su ba-rrio, La Pastora, arriba del cerro del Chiquihuite, no era slo una manera de ganarse la vida; era su identidad entera, el nico modo de sentirse a gusto. Lo haca bien, tanto que sus asaltos quedaron siempre impunes; cuan-do se emperr en robar autos fue que todo se empez a ir al diablo.

    Lo chistoso es que yo ni s manejar dice ahora, enfadada an por el absurdo de su historia. Al princi-pio quise robar autopartes, pero se me rompan todos los espejos que birlaba. La primera vez que ca a la Co-rreccional fue por algo muy extrao: yo estaba en Tepi-to cuando llegaron unos cuates con un carro. Te lo vendemos a 50 pesos, dijeron. Ni lo pens, porque vendiendo las partes poda sacar una buena lana. Le llam a una amiga para que me ayudara a manejarlo. A las pocas cuadras vimos una patrulla y mi amiga, del miedo, se subi a la banqueta. Luego meti la reversa y arras con un puesto de comida. Los tiras ni nos haban pelado pero igual salimos corriendo. Entonces yo dije: Esprate, vamos a ver si trae algo. Me agarraron sa-cando un extinguidor de la cajuela. La segunda vez que ca fue porque quisimos asaltar un taxi. De repente vi-mos a la polica y salimos corriendo. Pero era de noche, yo tengo miopa: corr directo hacia la patrulla.

    Parece el relato de la ladrona de autos ms tonta del mundo.

    Despus de su fallido intento de suicidio, Mayola se

    apresur a entender y acatar las reglas de su nuevo ho-gar: el penal femenil de Santa Martha Acatitla. Si en libertad Mayola era una delincuente incapaz de conse-guir un buen golpe, en reclusin se convirti en una fiera. A la crcel hay que llegar a imponer. Si le tienes miedo a los putazos, vales madre. Tienes que provocar miedo, aunque pierdas, ves? Darte a respetar.

    Y pocas cosas, dice, otorgan tanto respeto como con-sumir y vender vicio. Participar en el negocio de la dro-ga, dentro de prisin, significa tener el dinero y los con-tactos para poder ingresarla, la inmunidad para venderla y los arrestos para enfrentarse a las distintas bandas que se disputan el mercado de adictas. Poco tiempo tard en descubrir su habilidad en el negocio. En sus mejores das, venda una onza como mnimo; es decir, unos 10 mil pesos a la semana; mucho ms dinero del que nunca tuvo en libertad.

    Todo iba bien, hasta que me apandaron con la due-a de una tienda rival. Empezamos a platicar y luego a drogarnos. Se nos fueron las patas y empezamos, pus a pelear, no? Cuando ya le iba ganando en el tiro, por-que la verdad yo le iba ganando, se me aventaron todas las de la estancia: todas trabajaban con ella. Se hizo un despapaye. Haban pagado a las jefas las custodias para que no me abrieran. Era una trampa.

    Esa tarde, Mayola termin hospitalizada. Sin embar-go, la intromisin de los jefes del penal en los negocios clandestinos, su preferencia hacia una de las pandillas, desat al otro da una batalla campal en los patios del penal. De las varias horas de golpes, la sangre, las pata-das y los picahielos clavados en la carne de algunas de las casi 200 mujeres que participaron en la ria, Mayo-la se enterara ms tarde.

    La directora del penal, muy inteligente, dijo: La bronca aqu es esa chamaca. Y pues s, era cierto.

    Dos aos y medio bastaron para que se convirtiera en lder de uno de los 10 grupos que operaban en aquel tiempo en Santa Martha. Las autoridades consideraron que esa veinteaera pequeita era una bomba de tiempo y decidieron no esperar a que les estallara en las manos.

    Cuando Mayola se enter de que sera trasladada al Centro de Rehabilitacin Femenil de Tepepan, quiso morirse otra vez. Ms que perder el poder y el dinero acumulado, le aterraba su destino. La esperaban tiem-pos negros.

    * * *En uno de los patios de Tepepan, Mayola mira el cielo. Arriba, una nube negra amenaza con dejar caer toda su carga. Hoy es 23 de noviembre y hace unas semanas le informaron que su condena haba sido reducida: faltan slo dos das para que salga libre.

    Este lugar me aterraba antes de conocerlo dice con una nostalgia adelantada. Mis compaeras en Santa Martha siempre decan que aqu haba locas, que haba asesinas. Esa s es una crcel, decan siempre.

    Esta vez, el cabello de Mayola est teido de un pr-pura que combina cuidadosamente con sus uas lila y

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    el azul obligatorio de su ropa. Intuyo una coquetera brava en su forma de vestir y de acicalarse; en esas m-nimas muestras de vanidad existe una lucha por defen-der su identidad, su personalidad, dentro de un sistema donde apenas es un nmero y un expediente.

    Cuenta que ayer se despidi de todos los rincones de la crcel. Se despidi de la estancia donde ha vivido los ltimos cuatro aos. Se despidi de los tambos grandes con estampado adolescente donde guarda su ropa sucia. Se despidi del mueble de sus zapatos, de su cama y del pequeo librero donde, hasta hace unos das, descan-saban libros de Octavio Paz, de Sigmund Freud, de Mi-chel Foucault, Cervantes, libros teraputicos de Alco-hlicos Annimos, una Biblia. Se despidi del lavadero y del pequeo jardn donde le gustaba estar sola.

    Parece ms relajada que hace unos meses, su voz ha perdido el matiz hosco, ese golpe callejero al final de la frase. Las primeras semanas aqu fueron extraas, cuen-ta con una cadencia reflexiva. Al principio le impactaron las muecas cruzadas de cicatrices que algunas de sus compaeras presuman casi con orgullo. Usan los ras-trillos o rompen un foco roto para cortarse. Para qu? Dicen que para bajarse el enojo o la tristeza, para entre-tenerse. Yo no entenda eso. Nunca, ni en mis viajes ms pesados, se me haba ocurrido cortarme las venas para divertirme.

    Intent vender droga, juntarse con la pequea mafia de la crcel pero en Tepepan se vende poco y se gana menos. Al bajar sus ingresos, disminuy tambin su consumo. La piedra y la coca fueron sustituidas por ca-rrujos de marihuana.

    Que si recuerda el da ms feliz dentro de la crcel. Claro que s, el da ms feliz que ha pasado en prisin es tambin el da ms feliz de su vida. Fue en 2009, cuando le pagaron 5 mil pesos por ganar el tercer lugar en el Concurso de Pintura en Reclusin Carmen Aguilar Znser y Quevedo.

    Me compr una grabadora grande apenas cobr el premio. Esa tarde le sub todo el volumen. Puse hip hop, ya sabes: bum, bum, bum. A saltar por la cama.

    Fue el primer premio que ganaste?El nico que he ganado en pintura. Lo gan a los

    pocos meses de haber llegado aqu.Cmo fue eso?Al no poder drogarse tanto como deseaba y despus

    de notar que el negocio del vicio no era rentable, Mayo-la quiso integrarse a las actividades propias de la prisin. Clases de psicologa, talleres de danza, computacin, terminar la secundaria. Quiso, no pudo.

    Advertidos de la batalla campal que se haba desata-do en Santa Martha por su causa, todos los tutores y profesores le negaron el acceso. No queremos proble-mas, le dijeron.

    Entonces entr a la clase de arte. Le dije al maestro que quera estar en su saln. Me pregunt: Sabes di-bujar?. Le dije que no, pensando que me iba a rechazar. Todo mundo sabe dibujar, contest l y me dio papel y lpiz. A los dos meses de pintar, eligieron el primer cuadro que hice para un concurso. Gan el tercer lugar. Fue... fue como una seal. Sent que yo perteneca a eso, a la pintura.

    La transformacin fue paulatina. A partir de enton-ces, comenz a preguntar cosas; se enter que existi algo llamado Edad Media, algo llamado Renacimiento; despus conoci las vanguardias, el cubismo, el futu-rismo, la pintura abstracta. No dej de drogarse inme-diatamente, pero haba descubierto algo nuevo: el en-tusiasmo.

    En una de aquellas clases, en algn catlogo de arte mexicano, una pintura enigmtica llam su atencin. Era un cuadro geomtrico que mostraba el interior de una iglesia en ruinas donde un pueblo entero, arrodilla-do, abra los brazos en un tormentoso Padre Nuestro. La cpula, derruida y abierta, dejaba ver la silueta de

    COQUETERA BRAVAUno de los muchos tatuajes que Mayola se hizo en la crcel.

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    un monstruo. Era El Diablo en la Iglesia, de David Alfaro Siqueiros, furioso pintor del muralismo mexicano.

    Como ella, Siqueiros haba estado encarcelado nu-merosas veces. Por participar en huelgas, mtines, pro-testas; por militar en el Partido Comunista; por sealar a los poderosos. Siqueiros haba hecho de la crcel no slo un hogar, sino un potente smbolo de reflexin y una fuente inagotable de produccin artstica. Mayola empequeeci; de pronto su bravura pendenciera le pareci poca cosa. Cmo digerir el encuentro con un coloso como Siqueiros, el ms importante muralista mexicano, el ms polmico, el que luch como volun-tario en la Guerra Civil Espaola, el que intent junto con su cuado asesinar a Trostsky?

    Yo nunca he entrado a un museo. Antes pensaba que el Palacio de Bellas Artes era una iglesia, puedes creerlo? Me persignaba cada que pasaba por ah cuen-ta, burlndose de s misma. Los murales slo los co-nozco en los libros, en fotos en blanco y negro. Alguna vez vi lo que era el Hotel de Mxico. Yo estudiaba en un internado de monjas en la primaria; cuando mi pap iba a recogerme esperbamos el camin all. El camin tar-daba media hora en pasar, pero no me importaba. Yo me quedaba muy quieta, impresionada por eso que es-taba viendo. Cmo iba a saber que eso era un mural de

    Siqueiros? Cmo iba a saber que eso que senta se lla-maba xtasis?

    * * *El aspecto de Ricardo Caballero combina bien con su trabajo. El cabello negrsimo, enmaraado sobre su cara blanca, y los anteojos redondos empotrados sobre su nariz recuerdan a Harold Ramis en la pelcula Ghostbusters o a John Turturro en Barton Fink, aunque su vida laboral ms bien parece ambien-tada en una pelcula de David Lynch. Por alguna razn, Caballero no parece fuera de lugar cuando se sienta en el centro de una mesa cuadrada, rodeado de reclusas que difcilmente pueden dejar de temblar o sollozar con escndalo.

    El penal femenil de Tepepan es una prisin pequea, sin demasiado hacinamiento y en mejores condiciones que Santa Martha. Alberga slo tres tipos de reclusas: mujeres que atraviesan un proceso penal complejo, que son consideradas de alta peligrosidad o que padecen de una salud fsica o mental endeble. A la ltima cate-gora pertenecen las mujeres a las que Caballero les da clase. Desde hace 12 aos, intenta ensear a pintar y dibujar a las mujeres del Pabelln de Psiquiatra, el si-

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    tio donde el engranaje penitenciario enva a las mujeres con trastornos mentales.

    Esta maana plida, Caballero habla con Valeria, una mujer de 21 aos que, con un desinters total clavado en la cara, explica que hace dos das se cort las mue-cas con un rastrillo. Lleva dos aos aqu y todava, cada tanto, escucha voces, dilogos en su cabeza que le im-piden enfocar sus emociones. Lleg a prisin luego de intentar robar un Oxxo, cerca del Metro Hidalgo. Como Mayola, cuando supo que pasara ms de cinco aos en Santa Martha, intent matarse. Fue diagnosticada como esquizofrnica y reubicada en Tepepan, en donde per-manece bajo observacin clnica. Su mano izquierda, la que est enfundada en vendas blancas, sostiene uno de los objetos creados en la clase de Caballero, un pequeo pauelo con una escoba bordada al centro. Es una es-coba de bruja, explica; una escoba para barrer su mente y escapar, volando, de este lugar.

    Una peculiar confianza permea el trato de Caballero con las internas del pabelln psiquitrico. Las alumnas lo tratan con un respeto y un candor extraos en un lu-gar tan desolado como ste. Algunas, sonrientes, se vuelcan alegres sobre su trabajo. Otras se acercan a l para confesarse, llorar o abandonarse a una pltica in-terminable y sin mucho sentido. l escucha paciente, sin asustarse por delitos que pueden ir desde el infanti-cidio hasta el robo ms simple, ni exasperarse por los cclicos sinsentidos que se repiten cada da.

    Las mujeres con enfermedades mentales son an ms vulnerables que los hombres explica Caballero, egresado de la Esmeralda, quien tambin imparte clases desde 2002 en el Centro Varonil de Rehabilitacin Psi-cosocial, un anexo del Reclusorio Sur especializado en varones con enfermedades mentales. Los delirios de la enfermedad, los efectos del medicamento, modifican no slo su psique sino sus ciclos hormonales. Algunas de ellas viven sujetas de tiempo completo a emociones demasiado fuertes.

    Las alumnas dicen que el trato de Caballero es indi-to. Las escucha sin juzgarlas y les dedica cuatro horas a la semana. Jams pregunta por sus crmenes y se mues-tra, invariablemente, entusiasta del trabajo de todas. l se apresura a aclarar que no es un empleado de la crcel; sus actividades han sido financiadas durante 11 aos, primero por Conaculta, despus por la Fundacin Jumex de Arte Contemporneo.

    Sienten confianza porque saben que yo no trabajo para el sistema penitenciario. Saben que no estoy ah para oprimirlas, vigilarlas o juzgarlas. Se permiten ser sinceras, hablar de sus verdaderos problemas. Eso es importante porque los presos con enfermedades men-tales son una de las poblaciones ms vulnerables y des-atendidas.

    A los pocos meses de dar clases a las internas del Pa-belln de Psiquiatra, algunas alumnas del Dormitorio 1 destinado a las presas estables, sin padecimientos mentales y sin problemas mdicos se acercaron a Ca-ballero. Queran saber si exista alguna remota posibi-lidad de asistir a un taller como el suyo. Ricardo, que

    varias veces ha rechazado la plaza sueldo fijo, presta-ciones de ley, una vida resuelta que le ofrece el siste-ma penitenciario de la Ciudad de Mxico, acept.

    Fue entonces que conoci a Mayola.

    * * *Los ltimos aos, Mayola ha compartido su dor-mitorio con tres compaeras: una colombiana de piel morena y apretados rulos negros, que cada noche se despierta con hipo; Teresa, una anciana con cncer terminal que lo nico que hace es bordar; y Ro-sario, una mujer diagnosticada con esquizofrenia, a quien todos los das le cuesta separarse de la cama.

    Yo nunca quise admitir que tena miedo. En la crcel una no debe mostrarse frgil. Rosario ahora est estable, ha evolucionado. Pero, sabes? Yo siem-pre tem que se le botara algo y quisiera ahorcarme en la noche.

    Le muestro a Mayola un par de fotografas que su maestro ha compartido conmigo. La primera le arranca un suspiro tierno. Muestra a una mujer regordeta, incli-nada sobre un cuaderno de hojas blancas donde dibuja algo que parece una historieta. Hace exactamente un mes, Mayola gan el Primer Lugar Nacional en el Con-curso de Cuento Penitenciario Jos Revueltas por una historia titulada Obituario clnico inconcluso, dedicada a tres de sus compaeras del Pabelln de Psiquiatra.

    Ella es La Gallo dice y toma la foto, impresa en blanco y negro sobre papel bond, como si fuera un ala de mariposa. Fue una de las primeras personas que conoc aqu. Al segundo da, despus de ser trasladada, fui a lavar mi ropa. Junto a los lavaderos, haba una doa gigantesca. Cuando me vio, grit: Squenle las cor-neas!. Yo me hice la que no entenda nada. Nada ms me alej despacio. Lo siguiente que vi fue a una chava con un cajn de bolear que empez a kikirikear apenas me vio. En dnde estoy?, pens. La chica que kikirikea-ba era La Gallo. Ella haca eso: se levantaba temprano y kikirikeaba por los pasillos, bien chistoso. La ltima historieta que hizo, antes de salir, fue sobre el acoso sexual de los mdicos y custodios a las internas. Ellos le decan cosas, le gritaban cosas. Eso hacen los mdicos en psiquiatra: las joden todo el tiempo porque piensan que, como estn locas, no van a decir nada. La historie-ta que hizo ella desapareci.

    Y ella quin es Mayola? pregunto y sealo la segunda fotografa, la que muestra el rostro de una mujer igual de regordeta, con una sonrisa del tamao de una ventana.

    Ella es la Barney responde con la tristeza a punto de escurrirle. Ella muri aqu. Mi cuento se llama Obi-tuario psquico inconcluso porque creo que existe una gran injusticia en este lugar. Es inconcluso porque sigue ocurriendo. Mi cuento se lo dedico a tres compaeras de psiquiatra que murieron aqu

    El acoso sexual por parte del personal, las negligencias mdicas, el maltrato forma parte de las denuncias de cualquier crcel femenil y de cualquier clnica psiquitri-

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    ca. El hermetismo de este tipo de instituciones hace que estas denuncias sean difcilmente comprobables. Es di-fcil saber si lo que dice Mayola es cierto o slo una his-toria alimentada por los rumores propios de un espacio amurallado. A mediados de 2010, el director de la crcel y el director del Centro Escolar de Tepepan fueron arrai-gados luego de que una interna los acusara de encabezar una red de trata. La Comisin de Derechos Humanos del DF realiz una investigacin y confirm la denuncia: en los reclusorios capitalinos, dijo, opera una red de trata de mujeres que obliga a las internas a prostituirse.

    Aun as Mayola suspira. Dice que en el internado de monjas donde pas su infancia aprendi a defenderse. A defenderse de los acosos de las nias mayores, a de-fenderse de los golpes de las madres superioras, de la soledad. Para conservar su integridad intacta, tuvo que renunciar a gran parte de su inocen-cia: Aprend a ser cabrona desde entonces.

    Cuando yo vea a las chicas de psiquiatra a m me gustaba que ellas eran transparentes. No estaban ocul-tando sus miedos todo el tiempo, tampoco su alegra. Eran como nias y a m eso me impactaba. De alguna forma, no lo haba pensado hasta ahora, me recordaban a la nia que alguna vez fui. El problema es que ellas no pueden defenderse. Tienen su enfermedad, tienen todo el medi-camento encima, cualquiera puede chingrselas.

    El segundo premio que gan Lourdes Mayola Narvez dentro de la crcel no fue por un cuento ni por una pin-tura. Inspirado en el Pabelln de Psiquiatra de Tepepan, su poema Esquizofrenia obtuvo el primer lugar del Premio Nacional Salvador Daz Mirn.

    Cuando las voces me hablan; me susurran al odo. Mataste a tus hijas.Veinte aos oscuros.Nadie te visita. Toma tu pastilla.Pastilla de sueo.Pastilla de olvido.

    * * *Lo ms cruel de una condena como la suya no es el tiempo perdido. Diez aos dentro de las mis-mas, altas paredes grises, no duelen tanto como olvidar qu carajo significa la palabra libertad. Por eso Mayola duda antes de atravesar la puerta que divide la calle de la prisin femenil de Tepepan. Luego de una dcada de encierro, salir de la crcel provoca an ms pnico que entrar en ella.

    Adems, esta noche noviembre de 2014 el fro es insoportable.

    Sentencias como la suya representan un castigo do-ble. La primera parte fue pasar los mejores aos de su vida dentro de la crcel. La segunda parte est por co-menzar. Lourdes Mayola Narvez, 30 aos, el cabello corto, la mirada a punto de inundarse, lleva una peque-a mochila en la espalda y cuatro bastidores debajo de sus brazos. Cuando la puerta se abre ella da un paso, aprieta el cuerpo entero, da otro paso ms, todos los msculos tensos, y slo entonces deja que un aluvin de lgrimas le cubra el rostro.

    El llanto le estalla en la cara como a un recin nacido. Ya no recuerda cundo fue la ltima vez que llor; en una crcel hay pocas cosas ms denigrantes que mani-festar el dolor en pblico. Sus lgrimas, su tristeza, su dolor, todo eso que ha estado tanto tiempo encerrado, encuentran tambin su libertad.

    No puedo creerlo, dice y es como si le costara respirar, como si aqu afuera no hubiera aire. Aqu, del otro lado de la puerta, la espera slo un pequeo grupo de mujeres de su terapia de Alcohlicos Annimos. Tambin un re-portero con el que ha hablado dos veces en su vida.

    Recibir el abrazo de alguien que ha pasado los ltimos 10 aos en prisin, apenas un segundo despus de su salida, duele. Es un abrazo telrico. El estertor del llanto, toda la angustia y el miedo concentrados, la fuerza de sus brazos crean la sensacin de estar en el centro de una tormenta. En un instante, todo el dolor acumulado sale a flote con escndalo, humedad, violencia.

    Gracias, gracias, gracias, gracias. Mayola agradece como si uno acabara de salvarle la vida por el simple acto de estar all. Gracias, repite como si ya supiera lo que le espera, como si intuyera que maana ser el peor da de su vida.

    * * *Dice que el golpe no le doli. Peores dolores haba sentido. Fue otra cosa lo que la destruy. Volar por los aires, caer en el asfalto caliente, desga-rrarse la piel del brazo izquierdo hasta sangrar; nada de eso import tanto como saberse extranjera en un mun-do que quizs no volvera a entender nunca.

    La noche del 25 de noviembre, la primera en libertad

    El abrazo de alguien que ha pasado los ltimos 10 aos en prisin, un segundo despus de su salida, duele. El estertor del llanto, la angustia y el miedo concentrados, crean la sensacin de estar en el centro de una tormenta.

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    luego de una dcada, Mayola conoci su nuevo hogar. Un amigo accedi a prestarle un pequeo cuarto durante unas semanas. All durmi, en una cama sin cobijas, tan exhausta que no tuvo tiempo de paladear el fin de su condena. Al amanecer, fue como si su cabeza, sus sentidos, toda ella, se negara a aceptar que el cautiverio haba acabado. Era como si estuviera dormida; no sent nada. Como que no poda sentir.

    Despus de cumplir su sentencia, todo convicto queda sujeto a la crcel de muchas y distintas formas. Lo pri-mero que hizo Mayola al despertar, por ejemplo, fue pedirle al amigo que le haba prestado el cuarto que la llevara en auto al Reclusorio Sur. Le esperaba una larga serie de trmites y papeleos necesarios para acceder a un mnimo seguro de desempleo y a una bolsa de trabajo. Salir de la crcel no implica, necesariamente, olvidarse de ella.

    En el reclusorio recibi la primera mala noticia: sin identificacin oficial, no podra acceder a ninguno de los be-neficios que el sistema penitenciario le ofreca. En ao de elecciones tendra que esperar varios meses para poder tramitar una credencial de elector. Para entonces ya sera tarde; tendra que ras-carse con sus uas. En la burocracia, Mayola intuy un nuevo encierro, invi-sible pero ms grande, ms eficaz, que ya le cercaba los caminos.

    La libertad vista de cerca no era ms que era un laberinto de avenidas, autos y edificios grises. Cada que sus ojos se cruzaban con los de alguien ms, un nuevo juicio caa sobre ella. Estos pien-san que a huevo los voy a robar. Vea a la gente y como que escuchaba lo que pensaban: Mira, ah va la ratera.

    Cuando venamos de regreso, a unas calles del Reclu, nos quedamos sin frenos. Nos estampamos contra una ca-mioneta. Llevaba 10 aos sin subirme a un carro y apenas me trep a uno, se qued sin frenos. Encontramos un taller mecnico muy cerca del choque.

    En el taller, mientras inspeccionaban las entraas del automvil, Mayola pens que debera estar agradecida. Siempre supo que salir no sera fcil. A lo lejos, del otro lado de la calle, divis una pequea banca de metal. Quiso alejarse del estruendo, darse la oportunidad de reflexionar con un cigarrillo en la mano. Nada le impe-da ahora ir hacia esa pequea banca y dejar pasar el tiempo. Era libre, despus de todo.

    Apenas cruz la avenida, un auto la arroll.

    Antes de cruzar, me fij que no vinieran carros. Pero se me haba olvidado lo del contraflujo.

    El golpe un auto pequeo del que no registr marca, modelo ni color le doli menos que su significado. De qu le servan aqu afuera sus premios, los libros que ha-ba ledo dentro de prisin? De qu le haba servido cambiar, dejar las drogas, rehabilitarse? La hostilidad del mundo segua all. Meses antes, Mayola haba mencio-nado, con puntera proftica, el miedo que senta de ser

    pinTURA EnCARCElAdA Durante su primera visita a un museo, en la Sala de Arte Pblico Siqueiros, das despus de recuperar su libertad.

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    atropellada. Ya no recuerdo cmo cruzar las calles, dijo. Diez aos de encierro bastaron para convertirla en una intil. Se senta peor que una nia. No slo eso: haba olvidado por qu deseaba tanto estar aqu afuera.

    Desde entonces me agarran de la mano para cruzar la calle. No sabes cmo duele algo as. Despus de que me levant, me sent en la banquita a llorar. Me senta hecha pedazos. El golpe fue leve, si quieres. Pero el im-pacto emocional fue muy, muy duro. All, afuera del Re-

    clu, pasan todas las camionetas que transportan a los internos. Cuando estaba llorando vi pasar varias. Quera gritarles que me dejaran subir, que me dejaran regresar.

    * * *No hace falta que explique nada. Una semana despus de aquel da, cuando el mundo le neg una bienvenida amistosa, Mayola camina por

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    el Bosque de Chapultepec junto a su ex maestro, Ricar-do Caballero. Parece disminuida; de su coquetera pen-denciera, queda poco. Viste un abrigo que le llega a las rodillas, unas botas altas y unos jeans deslavados. La barbilla que antes apuntaba siempre al cielo, ahora se esconde entre los hombros.

    Caballero la recibe con ms curiosidad que alegra; le pregunta cmo ha estado, cmo van sus trmites, por qu una venda le cubre el brazo. Todo bien, dice ella, despreocupada a pesar de su desventura. Caballero des-confa de esa aparente estabilidad. Sabe que Mayola ha aprendido a esconder su costado frgil.

    Te acuerdas que me contaste de cuando en un Ane-xo de AA te rompieron una pierna?

    S re Mayola, como si fuera una travesura. Nun-ca pens que eso fuera grave, hasta que t te escanda-lizaste. Para m era no s, cualquier cosa.

    Mayola, eso no es normal! Tampoco que te atrope-llen apenas sales de la crcel.

    Es medioda. El sol de diciembre no logra suavizar el aire helado. De vez en cuando, los ojos de Mayola se abren en extremo, como los de un gato cachorro. Las

    esculturas sobre el Paseo de la Reforma, un danzante conchero frente al Museo de Antropologa, un nio con un algodn de azcar. Qu es eso?, pregunta con in-sistencia ante tantas cosas que ya no entiende.

    El sbado entr a un Oxxo a comprar a agua le dice a Caballero aunque, en realidad, parece hablar consigo misma. Vi los refrigeradores llenos de cervezas. En la crcel, el alcohol est prohibidsimo y de pronto, as noms, ah estn. Nada ms basta estirar la mano y pagar.

    Bueno, eso es parte de la libertad, MayolaCaballero se detiene frente a un edificio de fachada

    rojsima y grandes puertas de cristal. Es la Sala de Arte Pblico Siqueiros, la antigua casa del pintor donde aho-ra, adems de funcionar como museo de arte contem-porneo, se resguarda el acervo completo del chihua-huense. En colaboracin con la sala, Caballero ha organizado esta visita no slo para que Mayola mire las pocas obras que hoy se exponen es la primera vez en su vida que visita un museo, sino para platicar con Mnica Montes, la mayor especialista en Siqueiros en el planeta Tierra.

    Mayola seala algo en el segundo piso. All, con tipo-grafa negra y dura, una frase parece haber sido rotula-da slo para que ella pudiera leerla.

    He visto tu pintura encarcelada.

    * * *Hablar de Siqueiros es el mayor entusiasmo de Mnica Montes. Con la naturalidad de una simple charla de caf, enumera detalles y minucias de la vida del pintor con un ritmo que fascina. Responsable del acervo de la Sala de Arte Pblico Siqueiros, Montes reci-be a Mayola con una sonrisa a medio camino entre la extraeza y la curiosidad. Nunca en su vida, dice, haba conocido un caso similar.

    Sin mayor prembulo, Montes comienza a hablar de David Alfaro Siqueiros como si la vida del muralista pasara frente a sus ojos. Habla de su estancia en Le-cumberri en los aos sesenta en la celda nmero 40 de la cruja I, una de las etapas ms fructferas de la vida del artista pese a que lamentaba tener que limi-

    tarse a la pintura de caballete mientras soaba con los grandes muros.

    Habla de su exilio en Chile y de su exilio en Los ngeles y de su mural Amrica Tropical, uno de los ms polmicos de su carrera; de su abierto comu-nismo y de su relacin con Manuel Surez y Surez con quien, pese a las diferencias ideolgicas Su-rez era un capitalista recalcitrante, colabor para la creacin del hoy Polyforum Siqueiros. Habla de su deseo de crear una pintura que pudiera habitar-se y de los experimentos que despus explotara a fondo Jackson Pollock, quien de joven fuera su alumno.

    Mayola apenas participa de la conversacin; pero una sonrisa diminuta y quieta se fija en su rostro mientras sus ojos se niegan a parpadear. En cada

    nueva sala, su admiracin crece; cada nuevo cuadro, cada fotografa o recorte de peridico le provocan un asombro tmido pero evidente.

    Hacia el final de la visita, Mnica le muestra un pe-queo cuarto en donde el archivo entero de Siqueiros es resguardado dentro de 14 archiveros grises. Aqu, miles de documentos originales y bocetos son clasificados con celo desde hace aos. Tambin hay fotografas ms de 7 mil, precisa Montes; all Siqueiros, sus ojos brutales y tristes, el matorral espeso de su cabello, aparece vol-cndose sobre enormes paredes en Cuba, en Chile, en Argentina, empuando brochas chorreantes con sus manos gruesas; o posando en posturas que ms tarde usara como referencias para las figuras de sus murales. En algn momento, Mnica extrae una foto de uno de los lbumes. Es la imagen de una iglesia abandonada.

    Esta es la foto en la que Siqueiros se bas para pintar El Diablo en la iglesia. No sabemos dnde fue tomada.

    Mayola y Caballero se acercan para observar mejor.La nave est destrozada dice l. Parece como si

    hubiera sido bombardeada.

    Siqueiros me hizo ver la forma en que estamos sometidos por la ignorancia. Y no

    hablo de leer mil libros, porque leer no te hace menos ignorante es todo lo que veneramos: la tele, el dinero, el crimen.

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    Mayola mira la fotografa en silencio. Cuando se le pregunta por qu la impresiona tanto esa pintura de Si-queiros, Mayola responde con una voz quebradiza. Cuenta que su madre era fantica religiosa y que ella misma estudi la primaria en un convento. El Diablo en la iglesia, explica, le record siempre el malestar de aquellos tiempos de rosarios y crucifijos; pero de alguna manera, le recordaba tambin el malestar de la pobreza, del hambre, del crimen, de la droga.

    De alguna manera creo que esa pintura siempre me hizo sentir, ver, la forma en que estamos todos someti-dos. No slo por la religin, sino por la ignorancia. Y no hablo tampoco de leer mil libros, no; leer no te hace menos ignorante es todo lo que veneramos, la tele, el crimen, el dinero. Nuestra ignorancia es lo que nos hace venerar esas cosas. Siqueiros, no s cmo, te obli-ga a mirar directamente todo eso.

    * * *Del lado derecho, casi tocando el hombro, una letra J asoma por el cuello de Mayola. El ta-tuaje, cuya tinta parece haberse derramado de-bajo de la piel, se lo hizo en honor a su hijo. En la crcel, cada noche escuchaba los inconsolables llantos que las madres reclusas dedicaban a sus cros ausentes. Nunca fue su caso; su hijo tena cuatro aos cuando ella cay en prisin; apenas lo conoci pues a diferencia de muchas madres que deciden que sus hijos vivan a su lado, en la celda qued al cuidado de la familia pater-na. Sabe pocas cosas de l, que le gustan las pelculas de terror Chucky, Viernes 13, que lo cuida su abuela paterna, que tiene 13 aos, que se llama Jafeth.

    Mayola vive todava en un cuarto prestado. Ya es 2 de febrero de 2015. El lugar, con una cocina donde apenas hay una licuadora y una estufa sin gas, est ubicado en el traspatio de una bodega de madera para cimbra, don-de ahora trabaja cargando pesadas tarimas y clavndo-se astillas en las manos.

    Dice que el reencuentro con su hijo fue fro, una se-mana despus de salir de la crcel. Ella estaba tensa, le temblaba la voz. Se encontr con un adolescente de casi 14 aos que llevaba un brillante prendido al lbulo izquierdo y una gorra de basquetbolista. Los ojos claros como los de un cachorro orgulloso. Ella, aunque lo haba visto en fotos, aunque le haba enviado pinturas de Jason y de Chucky hechas por ella misma, no supo qu pensar al ver a ese muchacho y no poder reconocerlo.

    l no me dijo mam, no hizo nada. Mientras lo abrazaba se qued quieto. Despus me dijo: Ya no me acuerdo de ti. Yo tampoco, le dije. Cuando lo abrac por fin, llor mucho. l slo se qued quieto. No platic ni nada. Cmo te portas?. Bien. Cmo ests?. Bien. As todo el tiempo.

    A los pocos das, le dijeron que no podra verlo ms si no lo apoyaba econmicamente. Jafeth necesitaba tenis, uniforme, cuadernos. Se acercaba, adems, el Da de Reyes. En una semana, Mayola se acab casi todo el monto del ltimo premio que gan. Hoy, se mantiene

    con apenas unos 100 pesos diarios que recibe de sueldo por cargar, lijar y transportar tarimas de madera de un establecimiento a otro. No le alcanza para nada. En la calle, dice, nunca tuvo que hacerse responsable de s misma. En cambio, en la crcel nunca le falt techo, comida segura. Ahora tiene que aprender a valerse por s misma y responder, adems, por su hijo.

    Es emocionante, pero a m me da miedo dice mientras se muerde un nudillo, nerviosa. En la vida yo siempre fui bien irresponsable. Ahora hay un nio ah, que es mo, y al que apenas conozco. No s nada de l.

    T entraste a los 20 a la crcel. l ya tiene 14.A su edad ya andaba de capulinita, ya me drogaba,

    no? l vive en Tepito. Muchos de sus tos son ladrones, matones. Su pap sigue en la crcel. Mayola suspira antes de continuar. Mira las paredes blancas de su cuar-to, despus saca una caja de cigarros, enciende uno. El humo la envuelve mientras habla. Unos meses antes de que saliera de prisin, su abuela me llam para decir-me que le haba mentado la madre a un maestro. Tuve que hablar con l. No est chido, le dije por telfono, no est chido ser matn, ratero, bien malo. Ve a tu pap. Mrame a m. Tus tos, lo sabes, van a regresar a la cr-cel. Por supuesto, me preocupa que siga mis pasos.

    * * *La voz de Mayola an no recupera el garbo que la caracteriza. Han pasado casi tres meses desde que recobr su vida y apenas se atrevi a pintarse de nuevo el cabello esta vez de un rojo oscuro, a ma-quillarse, a vestirse para destacar entre el gris de la ciu-dad. Trata de enfrentar el miedo que le provoca cada da sumergirse en su trabajo, sin distraerse.

    Lo que le ocurre, sin embargo, tiene nombre. En M-xico, el Sndrome de Excarcelacin (PICS por sus siglas en ingls) no ha sido estudiado a fondo; anlisis en el extranjero lo definen como la sensacin de abandono que tienen los ex convictos al regresar al mundo. Un sentimiento de orfandad que incluye ataques de ansie-dad y pnico, ausencia de sentido de pertenencia, pa-ranoia, depresin y, por supuesto, la idea constante de regresar a la crcel por cualquier va. En Mxico, al me-nos 60 por ciento de los presos ha estado antes en pri-sin y hay quien sospecha que el Sndrome de Excarce-lacin tiene mucho que ver en eso.

    No he ledo nada en estos das dice y mira una pila de libros que descansa sobre su ropero. Lo dice con desencanto, con la actitud de una vela apagada. No he pintado nada tampoco.

    Por qu? Hay tantas cosas que quisiera hacer. Ir a las terapias

    de AA, ir a la escuela, pintar, leer, pasear. Pero aqu no se puede hacer eso, hay que sobrevivir.

    Todava quieres regresar a la crcel? Has pensado en robar otra vez para regresar?

    No. Despus de un mes ya no regresara nunca. Nun-ca. Pero s he pensado en robar. Ayer, por ejemplo, no tena nada para comer. En la cartera tena, en serio, dos

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    pesos. En la cocina haba un mango Y a m no me gus-tan los pinches mangos! Un amigo me contact hace una semana; necesitamos una vieja para un taln, qu pedo?, me dijo. Chingue su madre, pens, me voy a ro-bar. Cuando mi hijo necesitaba tenis, yo dije: Tan fcil que sera robrmelos. Por supuesto que ha pasado por mi mente.

    Es triste escucharla. Dentro de la crcel, Mayola re-cuper su alma. Los premios, todo lo aprendido en su reclusin, su rehabilitacin entera se han convertido en un hito en la crcel de Tepepan; de alguna manera, la institucin se adjudica sus mritos en un intento de de-mostrar que el sistema penitenciario funciona.

    Cuando el cautiverio termin, sin embargo, el recha-zo, la miseria seguan ah. Despus de aprender a ad-mirar el lado ms virtuoso del ser humano, el mundo de la productividad y las cosas prcticas parece exigirle no aspirar a mucho, resignarse.

    Te sentas ms libre dentro de la crcel?Supongo que s. Aqu estamos atados a lo inmediato,

    a la sobrevivencia. Yo extrao la cantidad de tiempo del que una goza en la crcel. Ahora me tengo que levantar a las seis o siete, lavar el bao, abrir el negocio, esperar clientes. Y yo soy la que lleva todo, la que carga, la que trae, la que hace las notas, la que cobra. Voy a recoger madera. Estoy tan cansada que cuando llego a la casa lo nico que quiero es mirar una pelcula, perder el tiempo en Facebook. Aqu afuera el tiempo no existe. No existe.

    * * *No se tiene un registro oficial de cunta droga entra a las crceles mexicanas, pero desde siempre han sido las mujeres las ms aptas para transportarla. A las chicas que prestan su tero para contrabandear estupefacientes durante los das de visi-ta se les llama camiones. No son pocas; segn el go-bierno federal, al menos 60 por ciento de las reclusas en el pas estn sentenciadas por delitos relacionados con la salud y el narcomenudeo, muchas de ellas pre-sionadas por sus parejas o sus hijos. Los camiones o mulas caen cada vez con ms frecuencia.

    Mayola recuerda bien cmo era eso. A las mujeres, dice, las elige alguna mafia desde adentro o desde afue-ra de la crcel. Suelen ser madres o esposas de algn recluso con pocos recursos. En aquel entonces, les pa-gaban 500 pesos a cambio del riesgo de pasar varios aos encerrada. Sin ningn tipo de proteccin, por regla general, son delatadas despus de un tiempo por la ban-da que las contrat o por la pandilla rival.

    Cuando llegu a Tepepan, dej la piedra y la coca. Pero me chutaba como unos veinte churros al da. Eso me provoc problemas, me desmayaba a cada rato, tena una gastritis de la chingada, se me olvidaba todo.

    Por qu decidiste dejarla?Por la escuela. Ya no me concentraba, me cansaba

    mucho. Un da estaba en el patio, a punto de fumarme un churro. Entonces mir hacia arriba y dije: Chingada madre, ya. Me acuerdo que le dije a Dios trame un

    paro, neta, o no la voy a armar. Ese da apagu el churro. Y desde entonces no he vuelto a consumir. Creo que desde entonces empec a creer en serio en Dios.

    Mayola sabe que no posee las habilidades suficientes, la destreza necesaria, para convertirse en una artista remunerada; algn tiempo pens en estudiar historia del arte, esttica. Destacar en una carrera as, sin em-bargo, requiere dinero, estatus, estar inmiscuido en el ambiente de alguna forma. Hace tiempo que decidi convertirse en terapeuta en adicciones; brindar ayuda, sobre todo a las mujeres jvenes que, bien lo sabe ella, pueden desmoronarse.

    * * *Sobre una barra de madera, Mayola corta tomates y cebollas. De nuevo teido de un rubio estriden-te, su cabello explota sobre su cabeza. Hace una semana dej su empleo como cargadora de tarimas; hoy trabaja como ayudante en esta cocina. Gana 2 mil 500 pesos a la quincena.

    Recuerdas cmo eras a los 15 aos?Era un desmadre dice mientras se quita el delan-

    tal blanco y se sienta sobre uno de las sillas altas.Qu opinas ahora de aquella nia que robaba mi-

    crobuses? No la juzgo. Hoy puedo decir que, al menos, me la

    cotorre bien chido de joven. Pero la verdad es que si pien-so en esa chava con distancia, me provoca compasin.

    Por qu compasin?Era una chica lastimada. Con mucho dolor que nun-

    ca me atrev a expresar. Me haba ido de casa de mi pap y viva con mi mam, que era alcohlica y me dejaba encerrada en casa. Pasaba mucha hambre. Tuve que romper la ventana para salir a comer algo; senta que me mora. Ese da empec a drogarme con unos chavos, me dijeron que si inhalaba se me iba a calmar la panza. Y sabes qu? El hambre s se quita inhalando.

    Recuerdas cmo era tu mam?El nico consejo que me dio en su vida fue: Las

    cosas se hacen por dinero, no por amor. Te imaginas? Como nunca me hizo caso, yo me senta bien chingona porque poda quedarme hasta tarde en la calle sin que nadie me dijera nada. Me volv tan cabroncita que me empezaron a decir La Chacala.

    La Chacala?S. Hasta me tatu aqu en el brazo mi apodo, mira.Mayola se descubre el brazo y muestra un corazn de

    tinta ya deslavada. En maysculas y una caligrafa enma-raada, su apodo apenas puede leerse.

    An no ha tenido tiempo de pintar, pero que hace tres semanas visit el Palacio de Cultura del Centro Bana-mex, un lugar que resguarda la Coleccin de Arte del Banco Nacional de Mxico. No le gust la solemnidad del museo, ni su silencio, ni los policas cuidando cada una de las salas, ni la gente que se paseaba con altivez por las galeras. Slo frente a las pinturas de Siqueiros y de Rivera se sinti ms cmoda. Son de verdad, se dijo, no estn en un libro.

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    Yo quisiera tener el coraje y el arro-jo de Siqueiros. Su genio. Todos tene-mos talento para algo, no? Pero no todos podemos comunicar algo as, aterrizar nuestras ideas con tanta po-tencia. Siqueiros lleg hasta donde quiso llegar. Pese al gobierno, pese a todo. Tena huevos, no? Hizo lo que quiso y eso lo transmite su pintura. Eso es lo que ms me inspira de l.

    Parece ms tranquila. En su cuerpo, en su actitud, algo ha cambiado de nuevo. Si bien ya no es la mujer que, en la crcel de Tepepan, se apoltronaba sobre la silla para hablar como si se tratara de un duelo, tampoco luce tan desdibujada como en sus primeros das de libertad.

    Anochece. Mayola cierra el negocio. La jornada ha concluido, al menos la de este 5 de marzo de 2015. Dice que esto es un proceso, que ha aprendido que cualquier xito requiere tiempo. Le hu-biera gustado entender eso hace 15 aos, cuando exiga satisfaccin inmediata con la violencia o el consumo de substancias. No hay prisa, dice como si por fin comenzara a encontrarle el gusto a esto de ser libre.

    Ahora, por ejemplo, puede usar tacones, shorts, lentes oscuros, todo eso que en prisin le estaba negado: El otro da me compr una gorra roja y no me la quit en una semana.

    Parece tonto, pero quizs como con muchas otras cosas la libertad sea una palabra tan grande, tan abstrac-ta, que slo pueda entenderse a partir de esos detalles aparentemente nimios.

    Le pregunto si ha terminado ya la pintura del gato, la laguna oscura, la mujer sin cara; aquella que, hace casi un ao, cuando hablamos por primera vez, dijo que representaba el futuro. Niega con la cabeza. Tal vez algn da, aunque preferira no hacerlo. De todas formas, dice, el futuro siempre est incompleto.

    Ahora entro a las siete de la maana y salgo a veces hasta las ocho. No me quejo. Pero, sabes qu me da mucho miedo? Que me roben. Temo que alguna pinche chamaca se suba una noche al microbs para asaltarme, que me quite el dinero por el que tanto me chingu.

    Mayola re, consciente de la irona. Levanta la mano y le hace la parada a un microbs destartalado.

    La avenida, la ciudad entera, es un ocano de luces rojas.