La cultura del barroco- J A Maravall

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    aunque en Italia, con los nombres de Botero, de Tasso, etc., tal vez convenga adelantar sucomienzo, por lo menos en algunos aspectos del arte, de la poltica, de la literatura, etc..

    Esto quiere decir que renunciamos a servirnos del trmino barroco para designarconceptos morfolgicos o estilsticos, repetibles en culturas cronolgicamente ygeogrficamente apartadas. Seguramente, se pueden establecer ciertas relaciones entre

    elementos externos, puramente formales, del Barroco en Europa, durante el siglo XVII, ylos que presentan pocas histricas muy diferentes de reas culturales entre s distantes.Que una cultura dispone siempre de prstamos y legados, los cuales le llegan de otrasprecedentes y lejanas, es algo fcil de comprobar. Recordemos la considerable y curiosacosecha de temas iconogrficos que el oriente sudasitico aporta a la Edad Media europea,segn ponen de manifiesto con ingeniosa erudicin algunos estudios de Baltrusaitis2. Peroesos antecedentes, influencias, etc., no definen una cultura. Nos dicen, a lo sumo y ya esbastante, que una cultura de un perodo determinado est abierta a corrientes exticas,cuenta entre sus elementos con una movilidad geogrfica recurdese, como ejemplo, laintroduccin de la cpula en el arte prerromnico cataln 3 o el ttulo de basileus que se daa algn rey asturiano o britnico4. Tal vez nos exigen que tengamos que sealar en ella,

    para caracterizarla, la dependencia de una lejana tradicin (ste es el caso del artemozrabe,- tronco visigodo con elementos islmicos5. En otro tipo de ejemplos, lasmetforas en que hasta el siglo XVIII se expresa la concepcin estamental europea de lasociedad tienen antecedentes brahmnicos)6. Pero en todos estos casos no se trata,propiamente, de un parentesco intracultural, sino ms bien de aportaciones aisladas que seintegran en conjuntos diferentes. Ni la mera coincidencia en la utilizacin de elementosseparados, ni la repeticin de aspectos formales cuya conexin, en cada caso, se da consistemas muy diferentes, puede ser base, a nuestro juicio, para definir culturas que cabalgansobre siglos y regiones geogrficas de muy otros caracteres. Esas correlaciones morfolgicas,establecidas sobre la abstraccin de tantos otros aspectos con los que se quiere definir unmomento cultural, no dicen nada o dicen muy poca cosa al historiador. La rebusca yformulacin de las mismas no son sino un juego de ingenio, que de ordinario se reduce a unaamena arbitrariedad. No obstante, es posible que se puedan fundar en el reconocimiento deaquellas correspondencias, a travs del tiempo y del espacio, algunas generalizaciones, cuyaaplicacin en otros campos del conocimiento no discutimos. Pero nosotros nos colocamos en elterreno de la historia social, la cual es, por de pronto, historia: el objeto de sta no es reducir latoma en consideracin de sus datos observables, de manera que su observacin y toda posibleinduccin resultante se mantenga tan slo en el somero nivel de los aspectos recurrentes, atravs de fases distintas del pasado humano. Su propsito es alcanzar un conocimiento lo mssistemtico posible de cada uno de los perodos que somete a su estudio, sin perjuicio de que norenuncie a compararlos despus con la mayor precisin que pueda alcanzar siquiera se orienteen ello no a establecer generalizaciones abstractas, sino a completar el mejor conocimiento decada poca en concreto. De esa manera, su mtodo consiste en tomar en cuenta los ms delos datos que consiga y los ms diversos entre s de cuantos una poca ofrezca, parainterpretarlos en el conjunto en que se integren. Y claro est que sin prescindir, en su caso, de

    2 J. Baltrusaitis,Le Mayen Age fantastique, Pars, 1955.3 Vase Puig y Cadafalch, Le premier art roman, Pars, 1928.4 Vase mi obra Concepto de Espaa en la Edad Media, Madrid, 1954; .ejemplos citados en las pgs. 403 ysigs.5 Vase Gmez Moreno,Las iglesias mozrabes, t. I, Madrid, 1919.6 Ossowski,Estructura de clases y conciencia social, Madrid, 1969, pginas 27 y sigs.

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    los que revelen semejanzas o congruencias con otras pocas. En nuestro supuesto, todo ello seorienta no a descubrir barrocos desde el antiguo Egipto a la presente Amrica, sino a completarel panorama de conexiones entre hechos de mltiple naturaleza que nos hagan conocer mejorlo que fue el Barroco, en tanto que perodo nico de la cultura europea, desarrollado en losdecenios que hemos dicho del siglo XVII.

    Tambin, al hacer referencia a fenmenos que en pginas siguientes tomaremos encuenta de muy variados campos aunque no procedan, contrariamente a como nos planteba-mos en el supuesto anterior, de lugares y de siglos diversos y alejados, necesitaremos, noobstante, hacer tambin una aclaracin. No esperemos encontrarnos con similitudes o parentescosmorfolgicos que aproximen desde fuera los hechos, ni con manifestaciones de un estilo queinspire desde dentro fenmenos de toda clase: econmicos, polticos, religiosos, artsticos,literarios, etc. Pero creemos, s, que en estos casos, en cualquiera de los campos de loshechos humanos, se puede hablar congruentemente de Barroco en un momento dado.Cuando en 1944 publiqu mi libro sobre el pensamiento poltico espaol en el siglo XVII,deca ya en el prlogo que en ese libro bien pudiera haber escrito en el ttulo, sustituyendo alas palabras que acabamos de citar entrecomilladas, estas otras: en la poca del Barroco 7.

    Como en aquella fecha tal expresin hubiera resultado todava un tanto inslita, renunci aponerla al frente del volumen. Muchos aos despus, en 1953, un especialista de la historiade la pintura8, hablando del Barroco en tanto que concepto de una poca, el siglo XVII,echaba de menos un estudio sobre el pensamiento poltico barroco: para esa fecha mi librohaba sido ya escrito y poco despus sera publicado en francs, con un prlogo de Mesnard endonde destacaba ese planteamiento bsico que traa de nuevo nuestra obra. Algunos autoresalemanes han hablado, en otro terreno, de teologa barroca, expresin a la que era ms fcilde llegar porque, aunque hoy nos parezca insostenible, durante mucho tiempo la aparicin ydesarrollo de la cultura barroca se ha ligado estrechamente al factor religioso9. Hoy se ha hechoya habitual hablar de la ciencia barroca, del arte de la guerra del Barroco, de la economabarroca, de la poltica barroca, etc. Claro que en esto hay que andar con mucho cuidado.

    Puede haber cierta correspondencia entre caracteres externos o formales que se den en uno yotro campo. Sin duda que ciertos aspectos de la arquitectura de la poca o del retratopictrico pueden ser, a modo de ejemplo, especialmente aptos para encajar una referencia ala condicin mayesttica de los reyes absolutos barrocos; pero frente a la arbitraria cone-xin, propuesta por Eugenio d'Ors, entre cpula y monarqua10, me haca observar Mousnieren una ocasin que no hay ningn palacio real del XVII con cpula que lo centre y lo co-rone. No s si se podran establecer semejanzas entre la tcnica de la navegacin y lasSoledades de Gngora o entre los Sueos de Quevedo y la economa del velln. Estoyseguro de que ensayos de este tipo resultaran divertidos de leer, pero' temo que hicieranprosperar poco el conocimiento histrico de la poca. Nuestra tesis es que todos esoscampos de la cultura coinciden como factores de una situacin histrica, repercuten en ella y

    unos sobre otros. En su transformacin, propia de la situacin de cada tiempo, llegan a ser7 Vase m Teora espaola del Estado en el siglo XVII, Madrid, 1944.8 R. Huyghe, Glassicisme et Baroque dans la peintute franjaisc du xvil* siecle,XVII' Sicle, nm. 20, Pars,1953.9 Desde Weisbach, Gothein y tantos otros, hasta el traductor al francs de mi obra citada en la nota 7, quequiso presentar el pensamiento en ella estudiado dans ses rapports avec l'esprit de la Contre-Rforme.Sobre el tema de la metafsica y la teologa barrocas, vase L. Legaz,Horizontes del pensamiento jurdico,Barcelona, 1947, pgs. 93 y sigs.10Las ideas y las formas, Madrid, s.a.

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    lo que son por la accin recproca y conjunta de los dems factores. Es decir, la pinturabarroca, la economa barroca, el arte de la guerra barroco, no es que tenga semejanzas entres o, por lo menos, no est en eso lo que cuenta, sin perjuicio de que algn parecidoformal quiz pueda destacarse, sino que, dado que se desenvuelven en una mismasituacin, bajo la accin de unas mismas condiciones, respondiendo a unas mismas

    necesidades vitales, sufriendo una innegable influencia modificadora por parte de los otrosfactores, cada uno de stos resulta as alterado, en dependencia, pues, del conjunto de lapoca, al cual hay que referir los cambios observados. En esos trminos, se puede atribuir elcarcter definitorio de la poca en este caso, su carcter barroco a la teologa, a lapintura, al arte blico, a la fsica, a la economa, a la poltica, etc., etc. Es as como laeconoma en crisis, los trastornos monetarios, la inseguridad del crdito, las guerraseconmicas y, junto a esto, la vigorizacin de la propiedad agraria seorial y el creciente em-pobrecimiento de las masas, crean un sentimiento de amenaza e inestabilidad en la vidasocial y personal, dominado por fuerzas de imposicin represiva que estn en la base de lagesticulacin dramtica del hombre barroco y que nos permiten llamar a ste con talnombre.

    As pues, el Barroco es para nosotros un concepto de poca que se extiende, enprincipio, a todas las manifestaciones que se integran en la cultura de la misma11. Fue por lava del arte por donde se lleg a identificar el nuevo concepto de una poca en la culturaitaliana, cuando tan gran conocedor del Renacimiento como Burckhardt advirti que las obrasque contemplaba en Roma, despus del perodo renacentista y en un plazo de aosdeterminado, tenan, en sus deformaciones y corrupciones de modelos anteriores, unoscaracteres que aparecan como propios de un tiempo en alguna manera diferente. Y Gurlitt,historiador de la arquitectura romana, sobre 1887 observ, en las iglesias que estudiaba,formas desordenadas del clasicismo renacentista, diferentes a - primera vista entre s,ciertamente, pero descoyuntadas por el mismo torbellino de una expresin desordenada cuyosproductos todos se encuadraban tambin entre unas fechas. As result que las primerasobservaciones sobre el Barroco y las vacilantes estimaciones sobre el mismo surgieron referidasya a una poca ms o menos definida: aquella que sigue al Renacimiento clasicista- Wlfflin seatrevi a extender la nueva categora a un rea ms extensa: la literatura. Cuando loscaracteres sealados en esa serie de obras fueron ampliados a otros campos, el concepto depoca para definir esa nueva cultura posrenacentista qued preparado y, con ello, su extensin alos diversos sectores de una cultura y al grupo de pases en que aqulla se extendiera.

    A medida que el inters por el Barroco iba creciendo y se enriqueca la investigacinsobre el mismo, cambiaba a su vez la estimacin de sus obras y se iba haciendo ms complejay ajustada la interpretacin del mismo. El trabajo investigador y la valoracin positiva de laetapa barroca en la cultura europea parti de Alemania, para pasar rpidamente a Italia, despusa Espaa, a Inglaterra y, 'finalmente, a Francia, donde el peso de la tradicin, llamada delclasicismo considerada hace an pocos aos incompatible con el Barroco, dificult lacomprensin de ste, por lo menos hasta fechas prximas (siempre con alguna excepcin quehay que tomar como precedente, por ejemplo la de M. Raymond). Al presente, sin embargo,proceden de investigadores franceses algunos de los trabajos ms sugestivos. El cambio en elplanteamiento histrico de la interpretacin del Barroco puede ilustrarse con una de sus

    11 Snchez Cantn, que no tena inconveniente en ampliar el concepto 'a artes y letras, peda en cambio unadelimitacin cronolgica lo mis aproximada posible en El Barroco espaol: Antecedentes y empleo his-

    pnicos de Barroco, en Manierismo, Barroco, Rococ (Convegno Internazionale, Roma, 1960), Roma,1962.

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    manifestaciones ms extremadas, la del socilogo historiador Lewis Mumford, para quien elRenacimiento viene a ser la fase inicial de una nueva poca que alcanza su pleno sentido enel Barroco: podemos, conforme a su tesis, caracterizar al Renacimiento, con toda su preceptivapureza, como la primera manifestacin del Barroco subsiguiente12. De esta tesis convienesubrayar el definitivo reconocimiento de un lazo condicionante entre ambos perodos y la

    estimacin del alto valor positivo que hay que atribuir al Barroco en la cultura europea.Claro que, ante esto que acabamos de escribir, no cabe pensar que nos refiramos aestimaciones personales, subjetivas sobre las obras de los artistas, polticos, pensadores,literatos, etc., de la poca barroca algo as como pudiera ser atribuirles calidades de buen omal gusto, conforme a las preferencias esgrimidas por cada historiador. Si los primeros casosde uso de la voz barroco, para calificar determinados productos de la actividad creadora depoetas, dramaturgos, artistas plsticos, surgieron en el siglo XVIII teidos de sentidopeyorativo; si, por el contrario, luego y en otras circunstancias, como en la Espaa delsegundo cuarto de este siglo, en torno al movimiento gongorino se levant un clido entusiasmopor las creaciones barrocas, de una y otra cosa hemos de prescindir aqu. La apelacin al gustopersonal perturba la visin de un fenmeno cultural y, mientras el estudio de ste cuente con

    estimaciones de tal naturaleza, estamos expuestos a no acabar de ver con claridad las cosas.En un libro que contiene muchas aportaciones vlidas; pero tambin muy serias limitaciones, V.L. Tapi, estudiando el Barroco en comparacin con el Clasicismo, parte de contraponer lapermanente admiracin que, segn l, produce una obra de carcter clsico, como Versalles, yel rechazo que el buen gusto actual experimenta ante una produccin barroca13. Pero en losmismos aos en que escribe Tapi, un joven investigador, J. G. Simpson con el quevolveremos a encontrarnos, a la par que estima a Versalles impregnado de barroquismo, pesea sus detalles clasicistas, nos dir que su desmesura y falta de proporcin nos hace perdernosall: la grandeza se convierte en megalomana14.

    La participacin de investigadores de diferentes pases en el rea de estudios sobreel Barroco enriqueci y contribuy a dar ms precisa orientacin a la interpretacin delmismo. Los alemanes W'lfflin, Rigl, Weisbach, si-bien insistieron (ms el primero que elltimo) en aspectos formales, pusieron ya de relieve la conexin con circunstanciashistricas: la renovacin llamada contrarreformista de la Iglesia, el fortalecimiento de laautoridad del papado, la expansin de la Compaa de Jess, etc., todo lo cual llevfinalmente al sistemtico planteamiento, tan influyente hace unos aos entre nosotros, delBarroco como arte de la Contrarreforma15. Esta interpretacin daba un mximo relieve alpapel de Italia, sobre todo en el arte, reservando en compensacin a Alemania una partemayor en el Barroco literario. Debido al reconocimiento de esa predominante participacin

    12La cit travers lhistoire, trad. fr ., Pars, 1964, pg. 446. Refirindose a la nueva poca, L. Mumford haceesta caracterizacin: sobre el plano econmico se afirma el predominio de un capitalismo mercantil, mientrasque coagulaban las estructuras polticas- de un Estado nacional bajo un gobierno desptico y se impona una

    mentalidad nueva, apoyada sobre una concepcin mecnica de la fsica, cuyos postulados inspiraban ya de tiempoatrs la organizacin del ejrcito y la de las rdenes religiosas (pg. 439). ste es, sin duda, un aspecto esencialde la cuestin: la utilizacin de elementos mecnicos y racionales que el pensamiento de Ja ciencia y de la tcnicamoderna proporciona para el logro de los objetivos extrarracionales, mgicos, que calculadamente se plantea elBarroco, Es la doble faz de la poca en la que desde hace muchos aos venimos insistiendo13Baroque et Classicisme, Pars, 1957, pg. 26.14 Joyce G. Simpson,Le Tasse et la littrature et l'art baroques en France, Pars. 1962, pg. 112.15 La obra de Weisbach, con tal titulo, se traduce y publica al castellano en 1948, con un inteligente estudio

    preliminar de E. Lafuente Ferrari, en que hace suyas la mayor parte de las tesis del autor, con interesantesmatices.

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    de Italia, fue posible apreciar mejor algo que ya hemos sealado: el nexo Clasicismo-Barroco, cuya afirmacin lleva a decir a H. Hatzfeld que all donde surge el problema delBarroco', va implcita la existencia del Clasicismo16. Hatzfeld observa que la conservacindel ideal greco-latino y la aceptacin de la Potica de Aristteles van juntos en el origen delBarroco (recordemos el papel de la potica aristotlica de Robortello en Lope). Es

    interesante el panorama que Hatzfeld traza sobre la evolucin del movimiento barroco:Con inevitables diferencias entre generacin y generacin y con ms o menos habilidad, lateorizante Italia, Espaa, que experimentaba las formas italianas, y Francia, que, en lentamaduracin, llegaba con plena conciencia terica a sus creaciones, armonizaron susparticulares tradiciones nacionales literarias y lingsticas en un estilo barroco. Esto equivalea decir que ciertas formas del Renacimiento italiano deban llegar a ser comunes a todaEuropa, gracias a la accin mediadora y modificadora de Espaa, y a culminarparadjicamente en el clasicismo francs 17.

    Tal distribucin de papeles, respecto a la aparicin y desarrollo de la cultura barroca,en la que se concede tan preponderante intervencin a los pases latinos y mediterrneos, nopuede hacernos olvidar lo que significaron figuras centroeuropeas como un Comenius, cuyaobra de pedagogo y moralista es decisiva en cualquier intento de definicin del Barroco, y,por otra parte, las letras inglesas y el arte y pensamiento de los Pases Bajos. Bajo estanueva visin del tema, el Barroco cobra una amplitud, en su vigencia europea, muysuperior a aquellas ya pasadas exposiciones del mismo que lo presentaban como un conjuntode aberraciones pseudoartsticas o literarias, impregnadas del mal gusto que el catolicismocontrarreformista habra cultivado en los pases sujetos a Roma. Al mismo tiempo, se ofrececon una complejidad de recursos y resultados que hacen de ese perodo uno de los de msnecesaria investigacin para entender la historia de la Europa moderna. Y, en cualquiercaso, no puede ya ser visto como consecuencia de un nico factor, ni siquiera de lasvariadas consecuencias suscitadas por el mismo en el plano de la cultura, sino que se nosrevela en conexin con un muy variado repertorio de factores que juntos determinan lasituacin histrica del momento y tien todas las manifestaciones de la misma con esoscaracteres emparentados y dependientes entre s que nos permiten hablar, en un sentidogeneral, de cultura del Barroco.

    R. Wellek pens con mucha razn que los factores estilsticos no eran suficientes, nitampoco los meramente ideolgicos: quiz el camino estuviera en unir tinos a otros, aunquetampoco el resultado pareca satisfactorio18. Desde luego, es perfectamente lcito, desde unaperspectiva dada por la cultura barroca, hacer el estudio de uno u otro de los autores del sigloXVII en relacin a uno solo de esos factores, ms o menos monogrficamente tomado Shakespeare, Quevedo, Racine, etc.. Y siempre un trabajo de esta naturaleza ser til paraaclarar el sentido de un autor y su posicin en el conjunto; pero de ello no cabe esperar elesclarecimiento de la cultura barroca, para entender la cual es necesario considerar los factoresestilsticos e ideolgicos enraizados en el suelo de una situacin histrica dada. Vistosseparadamente, es posible que esos elementos se repitan en el tiempo, se den en siglos muy

    16Estudios sobre el Barroco, Madrid, 1964, pg. 62. El pasaje corresponde al estudio sobre Los estilosgeneracionales de la poca: manierismo, barroco, barroquismo.17 Op. cit., pg. 106. El clasicismo francs presenta la misma tensin especfica del Barroco entre lasensualidad y la religin, la misma morbidez, el mismo pathos que el barroco espaol; vase R. Wellek,Conceptos de crtica literaria, trad. espaola, Caracas, 1968, pg. 67.1818 Op. cit., captulo sobre El concepto del barroco en la investigacin literaria, pgs. 61 y sigs.

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    distantes; pero en su articulacin conjunta sobre una situacin poltica, econmica y social,forman una realidad nica. Es a una de esas irrepetibles realidades (tal como se combinaron unaserie de factores en el siglo XVII) a la que llamamos Barroco. Por eso decimos que es ste unconcepto de poca.

    Y una observacin paralela puede darse respecto a la otra coordenada de la historia: el

    espacio. Si elementos culturales, repitindose, aparecen una y otra vez en lugares distintos, con-sideramos, sin embargo, que tan slo articulados en un rea geogrfica y en un tiempodado forman una estructura histrica. Eso que hemos llamado concepto de poca abarca,pues, los dos aspectos. Y esa conexin geogrfico-temporal de articulacin y recprocadependencia entre una compleja serie de factores culturales de toda ndole es la que se dio en elXVII europeo y cre una relativa homogeneidad en las mentes y en los comportamientos de loshombres. Eso es, para m, el Barroco. Volvamos a referirnos a Wellek: el trmino barroco esutilizado hoy en la historia general de la cultura para calificar prcticamente a todas lasmanifestaciones de la civilizacin del siglo XVII18 bis.. Con ello, a su vez, la mayor parte deEuropa queda dentro de ese mbito.

    As pues, ciudades de Centroeuropa, principados alemanes, monarquas, como en elcaso ingls, repblicas, al modo de los Pases Bajos, seoras y pequeos estados italianos, reg-menes de absolutismo en Francia y Espaa, pueblos catlicos y protestantes, quedan dentrodel campo de esa cultura. La presentacin de los poetas metafsicos ingleses de la primeramitad del XVII se hace hoy frecuentemente estimndolos como barrocos en especial tras losestudios de A. M. Boose, de M. Praz y F. J. Warnke19. Desde trabajos ya viejos, como el queGerhardt dedicara a Rembrandt y Spinoza19 bis. , a otros ms recientes, bien de carcter parcial,como el dedicado por A. M. Schmidt a la poesa20, bien extendindose a panoramas msamplios, como el que traza A. Hauser21, se insiste en la clara y fuerte presencia de un Barrocoprotestante, junto al de los pases contrarreformistas, donde pareca no haber problema, (Hayuna distincin, en el ltimo de los autores citados, entre Barroco cortesano y Barroco burgusque nos parece ms bien perturbadora, por lo que en otro captulo veremos.)

    Hace aos y esto resulta hoy bien significativo respecto al cambio acontecido, loscodificadores de la imagen de una Francia clasicista (D. Mornet, G. Cohn, L. Rau, etc.), talcomo se generaliz en la enseanza de los liceos, excluyeron toda concesin al Barroco, salvopara condenar cualquier posible contagio del mismo, como procedente de fuente espaola.

    Cuando E. Male dio fin a su monumental obra sobre la iconografa cristiana con uncuarto y ltimo tomo dedicado al arte posterior al Concilio de Trento, aun admitiendo ydesarrollando en l, con admirable erudicin, el influjo de las doctrinas tridentinas sobre lasartes plsticas, sin embargo, ni una sola vez se sirvi en sus pginas de la palabrabarroco22. Muy diferentemente, H. C. Lancaster y, con l, R. Lebgue, llegaron ya a laconclusin de que de un pas en cuya rica y multiforme cultura se han dado los misteriosmedievales, las tragicomedias del XVII, los melodramas del XIX, no era posible sostenerseriamente que la darte del Clasicismo fuera una constante histrica nunca abandonada23. Pero

    18 bis.Op. cit., pg. 63.19 Nos encontraremos con ellos en pginas sucesivas.19 bis. Vase Gerhardt, Rembrandt y Spinoza, Revista de Occidente, XXIII, 1929.20 Vase Quelques aspects de- la posie baroquc protestante, Revue del Sciences Humaines, 1954, pgs. 383-392.21Historia social de la literatura y el arte, trad. cast., t. II, Madrid, 1957.22L'art chrtien apres le Concile de Trente, Pars, 1932.23 Vase La tragdie,XVII Sicle, nm. 20, 1953, pg. 258.

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    empezaron siendo investigadores de fuera, daneses, alemanes, ingleses, italianos, los que sededicaron & sacar a luz el complejo. fondo barroco de la cultura francesa del XVII. No sloT. Hardy o Malherbe, Desmarets o Thophile de Viau,' eran escritores barrocos, ni bastabacon conceder que entre los grandes lo fuera Corneille, frente a un Racine clasitsta24.Dagobert Frey aproximaba ya como barrocos a Racine y Pascal25, Rousset y Cnastel colocan

    a Montaigne en el umbral de la nueva poca

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    . Butler estudia bajo tal carcter al autor deBritannicus27 y J. G. Simpson descubre un fundamental entronque barroco en Racine, enMoliere, en Boileau28, Caba esperar que se revelara ese fondo en los escritores del pas delje ne sais quoi...29. Bofantini ha hablado de los clsicos del Barroco francs, aplicando laexpresin a todos los grandes escritores del XVII30. Y si estudios parciales hablan de lapoesa barroca francesa de la citada centuria31, con Rousset poseemos hoy una de lasexposiciones ms completas y sugestivas sobre el Barroco francs, a la que ha aadidodespus este mismo autor una buena antologa de la poesa de la poca32. Rousset, tras elanlisis de la obra potica de Malherbe y de la obra dramtica de Corneille, llega a laconclusin de que en Francia las zonas aparentemente ms clasicistas no son indemnes almovimiento barroco, de manera que los autores que por razones de su credo artstico pare-cieron oponerse entre s polmicamente, no estn tan apartados como se cree33.

    Por pases, por grupos sociales, por gneros, por temas, los aspectos del Barroco quese asimilan en uno u otro caso, y 1a intensidad con que se ofrecen, varanincuestionablemente. As puede explicarse la observacin que se ha hecho de que si se miraa Le Brun en relacin con Rubens parece menos barroco el primero que si se le comparacon Rafael, o si se compara Mansart con Brunelleschi parece ms barroco que si se le poneen relacin con Borromini. Algo parecido podra decirse de Velzquez, entre Navarrete oValds Leal; de Gngora, entre fray Luis de Len o Villamdiana; de Rivadeneyra, entreVitoria y Saavedra Fajardo. El Barroco y el somero clasicismo del XVII, diferenciados pormatices superficiales sobre el tronco comn que hunde sus races en la crisis delManierismo, se superponen y se combinan en mltiples soluciones provisionales einterdependientes, sin que se encuentren en estado puro ni constituyan escuelas separadas en laprimera mitad del XVII. Producto de la amalgama entre mito clsico y teologa catlica son, porejemplo, algunos autos de Caldern alguna vez se ha citado, en especial, El divino Orfeo, los cuales son muestra bien pura de mentalidad barroca. Se ha podido decir que el barrocoemplea las frmulas del clsico y que incluso los tpicos efectos de sorpresa que aqul busca los cuales no son del todo ajenos al estilo ms pretendidamente clasicista, los procura por

    24 Tesis de Lebegue, op. cit25Golik und Renaissance, Augsburgo, 1929; vase Hatzfeld, op. citpg. 24.26 Rousset,La littrature de l'iit butaque en f'ranee, Pars, 1953; Chastel, Sur le Enroque frngula, en Tro//-eludes sur le XVI' siecle, Pars, 1934.27Classicisme et Baroque dans l'oeuvre de Racine, Pars,. 1959.28Le Tasse et la littrature et l'art baroques en France, cit. en nota 14.29 Jankelevitch,Le je-ne-sais-quoi et le presque-rien, Pars, 1950.30 Otros muchos, Spitzer, Auerbach, Vede, F. Simone, A. Bruzzi, E. Raimondi, etc., han estudiado la ampliadifusin del Barroco en Francia. Y si la investigacin llevada a cabo por V. L. Tapi, Le Flem y otros ha

    podido identificar tan inmenso nmero de retablos barrocos en la Francia rural del oeste, slo es posible que aesta curiosa proliferacin se haya llegado por la autorizada y brillante influencia de unos focos cultos deirradiacin barroca. El trabajo de los autores citados se expone en su reciente obra Retables baroques deBretagne et spiritualit du XVII' siecle. tude smiograpbique et religieuse, Pars, 1972.31 Vase J. Duron, largissement de notre XVH* siecle potique,XVII' Siecle, nms. 17-18.32La littrature francaise de l'ge baroque, cit. en nota 26.33Op. cit.,pg. 203.

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    medio del empleo inesperado o deformado de recursos clsicos, siguiendo una lnea que algunosquieren ver conservada todava en el siglo XVIII 34. Pocos ejemplos ilustrarn mejor lo queacabamos de anotar que la utilizacin de medios mitolgicos y clasicistas en la pintura deVelzquez o en la literatura de Caldern. De las dos corrientes que en el siglo XVII se hansealado, la de los que creen romper con la tradicin, pensando tal vez que nada de lo

    antiguo ha de renacer Descartes, y la de los que se consideran ligados a unrenacimiento de lo antiguo Leibniz, Spinoza, Berkeley35, los elementos barrocos sedistribuyen entre una y otra, sin diferencias que sirvan para caracterizarlas, si bien podamos nollamar propiamente barrocos ni a unos ni a otros de los pensadores citados, por muy inmersosque estn en la poca, considerndolos como los pioneros que, desde dentro de la misma,abren cauce a otra cultura.

    En lugar de una distincin entre clasicistas y no clasicistas para clasificar a loscreadores de la cultura del siglo XVII, Warnke propone diferenciar dos lneas: una, retrica,rica en ornamentacin, emocional y extravagante, con nombres como los de Gngora, Marino,d'Aubign, Gryphius, etc., y otra lnea ms intelectual, ms sabia, aunque tal vez no menos con-torsionada, a la cual perteneceran Quevedo, Gracin, Pascal, J. Donne, Sponde, el primerCorneille, entre otros. Entre ambas habra una cierta diferencia cronolgica que permitiradistinguir entre alto y bajo Barroco. No s si entre uno y otro grupo hay algo ms que maticesde personalidad, los cuales en todo momento existen, a lo que se debera que tambinmuchas figuras del Barroco no se dejaran incluir en una u otra de ambas tendencias36. Paranosotros se trata de una diferenciacin escasamente relevante que no quiebra el esquema queseguimos. Nosotros tratamos de captar la significacin de la cultura barroca en trminosgenerales, vlidos para los pases en que se dio, aunque los observemos preferentemente desdeEspaa. Sobre esto queremos aadir todava algo ms.

    Las transformaciones de la sensibilidad que en tiempos prximos a nosotros se vieronligadas a nuevas condiciones sociales cuya primera fase de mxima tensin crtica se hubo dealcanzar en 'la dcada de los aos veinte del presente siglo despertaron un nuevo inters porciertos productos de la cultura espaola. Hasta entonces, y bajo la presin de un clasicismopedaggico, muchos de stos haban sido dejados de lado, despertando recientemente haciaellos un inters y una atencin, a resultas de lo cual se ha incorporado al estudio del Barrocoeuropeo la rica regin del XVII espaol. El redescubrimiento del Greco, la crecienteadmiracin por Velzquez, Zurbarn, Ribera, etc., la estimacin del teatro, de la novelapicaresca e incluso de la poesa lrica, siempre ms trivial, y finalmente la del pensamientopoltico y econmico, han preparado el amplio desarrollo del estudio del Barroco espaol.Admitamos que la tendencia, tan fuertemente seguida, al difundirse los estudios sobre el sigloXVII, de ligar las creaciones del mismo con el catolicismo tridentino, el monarquismo civil, elabsolutismo pontificio, la enseanza jesuita, etc., factorestodos ampliamente desenvueltos enEspaa, propici el auge de los estudios sobre el Barroco espaol. Observemos que todavacuando Tapi hizo un libro que hemos citado sobre el Barroco, si en sus pginas se ocupaba deFrancia, Italia, Centroeuropa y Brasil, no haba en ellas mencin de Espaa, aunque el hechoresultara ya de todo punto injustificable en las fechas en que la obra se public. Y ya entonces,Francastel le objet severamente que por esa sola razn su trabajo representaba un impropio

    34 Joyce G. Simpson, op. cit.,pgs. 17-18.35 H. Gouhier, Les deux XVII sicles, en Actas del Congreso Internacional de Filosofa, t. III, Madrid,1949, pgs. 171-181.36 . La distincin es de F. J. Warnke, Versions of Baroque, European literature in tbe XVII' cetttury, YaleUniversity Press, New Haven, 1972, pgs. 13 y 14.

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    desenvolvimiento del tema. Su posicin se resuma en estas palabras: Tapi toma como undato absoluto el origen italiano del Barroco; personalmente creo que el Barroco no nace en Italiams que a consecuencia de la fuerte penetracin de ciertas formas de religin llegadas de Espaa,y tambin, sin duda, por la penetracin de ciertas modalidades de un gusto que, sin ser espaol,tal vez se ligara al rgimen social impuesto por la hispanizacin37.

    Con anterioridad S. Sitwell sostuvo que los caracteres que con ms claridad y con valorms general definen al Barroco, haba que irlos a estudiar en los ejemplos espaoles; de ah, laconveniencia de servirse tambin de los portugueses e hispanoamericanos, emparentados conaqullos38. Tanto este autor como algn otro ingls, Watkin39, al acentuar el factor hispnico en elBarroco lo ligan a una dependencia respecto a la religiosidad hispnica y catlica. Lo cierto es quela parte del sector espaol en el Barroco se ha tendido a ampliar cada vez ms. Por razonessemejantes a las de los escritores ingleses que hemos citado, tambin Weisbach, al hacer delBarroco un arte contrarreformista, utilizaba en gran proporcin datos espaoles. Pero tal vezninguno ha extremado esta posicin tanto como H. Hatzfeld: para l, el Barroco, en primerlugar, se liga a ingredientes constantes y lejanos del genio espaol ciertos aspectos sedescubriran ya en escritores hispanolatinos (Lucano, Sneca, Prudencio); por otra parte, lasformas de religiosidad que singularizan el espritu espaol (en san Juan d la Cruz, sanIgnacio) tendran una fuerte influencia sobre su desarrollo; y, finalmente, hay que contar con lapresencia de ciertos elementos que se dan en la tradicin hispnica (islmicos ynorteafricanos). Segn Hatzfeld, Espaa, penetrada de cultura italiana en el XVI, impregnada deitalianismo, presente e influyente en alto grado en Italia, desde la segunda mitad del XVI ha-bra provocado una alteracin de las condiciones en que se desenvolva el Renacimiento ensta y habra compelido a escritores y a artistas a buscar formas nuevas que desembocaron en elBarroco. En la formacin de ste seran innegables las condiciones de la hispanizacin en Roma,en Npoles, y, por repercusin, en otros puntos de la Pennsula italiana. Espaa, que taneficazmente habra contribuido a descoyuntar y remover el orden renacentista, asimilararpidamente las formas barrocas incipientes de Italia, las llevara a madurez, y la influencia es-paola las habra expandido en Francia, en Flandes, en la misma Italia, y tambin en mediosprotestantes de Inglaterra y Alemania40. Contrarreforma, Absolutismo y Barroco iran juntos, enprueba de su base hispnica, y hasta el arte barroco que se produce en pases protestantes sehallara en relacin con la influencia hispnica, tesis que otros haban enunciado ya, sinreducir por eso contra lo que hace Hatzfeld el valor creador del Barroco protestante41.

    De todo ello queda en claro separndonos de lo que acabamos de ver que la culturabarroca se extiende a las ms variadas manifestaciones de la vida social y de la obra humana,aunque unas predominen en unas partes y otras en partes diferentes; que la zona geogrfica aque se extiende esa cultura sin que debamos ahora entrar distinguir entre produccionesoriginales y derivadas abarca principalmente a todos los pases de la mitad occidental deEuropa, desde donde se exporta a las colonias americanas o llegan ecos a la Europa oriental. Y

    37 P. Fruicastel, Baroque et Classicisme: histoire ou tipologie des civilisations, Annales: conomies, Socits,Civilisations, XIV, nm. 1, enero-mayo 1951, pg. 146. Tapi contest en la misma revista reconociendo la gran

    parte de Espaa, cuya sombra se proyectaba, segn sus palabras, sobre el libro entero. Su posterior librito,LeBaroque (Parts, 1961), corrige en cierta medida la ausencia anterior, pero no resulta satisfactorio en su plan-teamiento general. Se observa que Tapi conoce muy insuficientemente las fuentes espaolas.38Southern baroque art, Londres, 1924, y Spanish baroque art, Londres, 1931.39Catbolic art and culture, Londres, 1942.40Estudios sobre el Barroco, cit. en nota 16. Vase en especial el artculo L misin europea de la Espaa

    barroca.41 Vase el estudio de Gerhardt cit. en nota 19 bis. Y las obras en que Pinder se ha ocupado del tema.

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    que, dada la multiplicidad de elementos humanos que participan, as como de grupos con muyvariadas calidades en que se desenvuelve, tenemos que acabar sosteniendo que el Barrocodepende de las condiciones similares o conexas de una situacin histrica y no de otros factorespor ejemplo, de caracteres populares o de las causas particulares de una etnia. Tal es lalnea de nuestra estimacin que en los captulos siguientes nos ha de guiar.

    Por el contrario, hacer referencia a similitudes de estilo con escritores latinos de origenpeninsular es cosa que nadie puede tomar hoy en serio. Pretender hallar caracteres hispanosdesde los ms remotos orgenes, al modo que postulaba M. Pelayo, o creer encontrar ecoslucanescos o senequistas en escritores espaoles, por su calidad de tales, despus de la crticade A. Castro y otros perfectamente vlida a este respecto, es cosa que no se puede hacercon seriedad. Claro que no ms atendible viene a ser la tesis que quiere reconocer, en una pre-tendida predisposicin hispnica hacia el Barroco, componentes islmicos, contra lo cual militanlos mismos argumentos que contra lo primero, aunque no todos cuantos del tema han habladocon una cierta dosis de capricho estn dispuestos a reconocerlo as. Nos preguntamos,adems, en qu pas norteafricano o islmico se ha dado el Barroco, si a este concepto se le daun significado algo ms consistente que el de una cierta tendencia a la exuberancia decorativa,tan comn a tantos pueblos, a tantas pocas, a tantas civilizaciones, de papel tan secundario enla estructura histrica del Barroco?42.

    Y queda la cuestin de la apelacin al propio carcter espaol, que en este caso vienereferido a actitudes religiosas y ms particularmente msticas. Es frecuente y as lo haceHatzfeld unir Barroco y misticismo y ambas cosas ligarlas al carcter y a la espiritualidadespaolas. Pero observemos que el misticismo es en Espaa una forma de religiosidad importadaque procede en ella de Fandes y Alemania, para pasar despus a Alemania y Francia aparte, en todo momento, del caso de Italia. Ese misticismo espaol es un fenmeno muydelimitado y corto en el tiempo, y en el siglo XVII no queda nada de l, cuando,inversamente, la floracin de la mstica francesa y sobre todo de la alemana son esplndidas.Subsisten, s, formas de mentalidad mgica que no se pueden confundir, sin ms, con elmisticismo, y que, por otra parte, cabe encontrarlas en toda Europa, en esa misma poca.Finalmente, los aspectos que caracterizan al misticismo, por lo menos tal como se dio en Espaaen santa Teresa, en san Juan de la Cruz (luego daremos algn dato de ello), son francamentediferentes de los del Barroco; son ms bien antibarrocos, sin que obste a ello el fondo comnde filosofa escolstica que en uno y otro lado se halla43. Claro est, no incluimos aqu comomstico a san Ignacio. La mentalidad ignaciana se expande y da frutos de plenitud en casitodos los pases europeos en aquello en que la mentalidad ignaciana se corresponde conplanteamientos barrocos lo que se da, ms que en san Ignacio, en sus seguidores hemos dever mejor los resultados de la coincidente dependencia respecto a una misma situacin histrica.

    El lector de la bien nutrida coleccin de Cartas de jesuitascuyas fechas seextienden por los aos del masivo Barroco encontrar en ellas muy abundantes materialesque revelan la mentalidad del tiempo. De algunos de ellos nos serviremos en los captulosque siguen. Pero no dejemos de observar que si hubo escritores barrocos muy afectos almodo de la cultura jesuita Tirso de Molina, Salas Barbadillo, Daz Rengifo, etc., hubotoda una opinin adversa a lo que de nuevo traan como manera de actuar y de sentir.

    42 Hatzfeld, op. cit.,pgs. 467-468.43 Sobre la escolstica en la mstica espaola, vase A. A. Ortega, Razn teolgica y experiencia mstica, Madrid,-1944; y Garrigou-Lagrange, . Saint Thomas et Saint Jean de la Croix, La Vie Spirituelle, suplemento, 1930.Para un planteamiento sobre sus relaciones con el Barroco, A. A. Parker, Caldern, el dramaturgo de laescolstica,Revista de Estudios Hispnicos, nms. 3 y 4, 1935, pgs. 273-285 y 393-420.

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    Barrionuevo nos da cuenta de que para muchos era un error admitirlos en repblica alguna44.En varias del primer grupo de las mencionadas Cartas, entre las publicadas (enero a julio de1634), se habla de numerosos escritos de muy diversa procedencia, contra la Compaa: enuna de ellas (23 de febrero) se dice que llueven papeles contra la Compaa. Perosabemos que el rey, con fuerte decisin, dio orden de recogerlos y condenar a sus autores, de

    cuya misin se encarg la Inquisicin en Espaa

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    . No dejan de ofrecer estas referencias unvalor indiciarlo. No todo coincida con la lnea jesuita en la mentalidad de muchos de suscontemporneos. La poca del Barroco es, ciertamente, un tiempo fidesta lo cualtampoco es muy significativamente jesuita, aunque no sea enteramente ajeno, de una fe queno slo no ha eliminado sino que ha reforzado su parentesco con las formas mgicas,frecuentemente incursas en manifestaciones supersticiosas Volpe, Buisson, Granjel, CaroBaroja, las han estudiado en Italia, en Francia, en Espaa, etc.. La mente barroca conoceformas irracionales y exaltadas de creencias religiosas, polticas, fsicas incluso, y la culturabarroca, en cierta medida, se desenvuelve para apoyar estos sentimientos. Directamente nadatiene que ver esto con el misticismo espaol; ni por espaol, porque es fenmeno amplio yfuertemente dado en todas partes, ni por misticismo, cuyo fondo creencial est impregnadode esa corriente de racionalizacin que sustenta la escolstica. La presin de la Iglesia, de lamonarqua, de otros grupos privilegiados que tienen que atraerse sectores de opinin, hacenlo posible por vigorizar esos aspectos extrarracionales, para servirse de ellos en la maneraque ms adelante veremos. Esto se haba hecho tambin en otras pocas; respecto al sigloXVII en Espaa y fuera de Espaa, la diferencia est en que ha venido a resultar mucho msdifcil la cuestin. Y esa mayor dificultad se explica por el aumento cuantitativo de lapoblacin afectada, por las energas individualistas que han crecido, por una com-parativamente ms amplia informacin que se halla difundida en los medios ciudadanos,por la complejidad misma de los medios a emplear; por todo ello, ahora no basta conesculpir una historia ejemplarizante en el capitel de una columna, ni con pintarla en unavidriera, ni con relatarla, sirvindose del inocuo simplismo de una leyenda hagiogrfica46. Enel nuevo tiempo que viven las sociedades europeas hay que alcanzar a saber el modo msadecuado, podramos decir que ms racional, de empleo de cada resorte extrarracional y hayque poseer la tcnica de su ms eficaz aplicacin.

    No est todo dicho con lo anterior. Aunque por el puesto central que en el sigloXVII la religin ocupa para catlicos y protestantes, y aunque por la incorporacin de sta alos intereses polticos, la vida religiosa y la Iglesia tengan un papel decisivo en la formaciny desarrollo del Barroco, no en todas partes ni siempre por ejemplo, en muchas ocasionesdel mismo XVII espaol las manifestaciones de aquella cultura se corresponden con las dela vida religiosa, ni tampoco los problemas que ella nos plantea para su conocimiento, niderivan stos de un espritu religioso. En el Barroco espaol, tal vez no sera extremado decirque en todo l hay que atribuir el mayor peso a la parte de la monarqua y del complejo deintereses monrquico-seoriales que aqulla cubre. No deja de ser significativo que cuando E.44Avisos de don Jernimo de Barrionuevo (vase el correspondiente a 2 de octubre de 1655, BAE, OCXXI, t. Ide la obra, pg. 199).45Cartas de jesuitas, en MHE, vols. XIII a XIX, publicadas por Gayangos. La cita corresponde al vol. XIII (Ide la serie), pg. 24.46 Ms adelante, cap. III, recogeremos una curiosa declaracin que se contiene enLa picara Justina y que noshace ver no era tan comn como se ha supuesto el gusto por las hagiografas. El hecho mismo de que muchosde los relatos y comedias de santos contengan- tanta parte de grotesco realismo pinsese en ese Santo ysastre, ttulo de una comedia de Tirso en la que lleva al teatro la hagiografa de san Homobono subiendo alcielo con sus tijeras revela una erosin realista indiscutible de los elementos sobrenaturales.

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    Male pretendi ligar el arte de fines del siglo XVI y de la primera mitad del XVII a lainfluencia contrarreformista ya sealada por Dejob47, apenas insert alguna mencin deVelzquez (y aun sta se refiere al apcrifo retrato de santa Teresa).

    El Barroco, como poca de contrastes interesantes y quiz tantas veces de mal gusto(individualismo y tradicionalismo, autoridad inquisitiva y sacudidas de libertad, mstica y

    sensualismo, teologa y supersticin, guerra y comercio, geometra y capricho), no esresultado de influencias multiseculares sobre un pas cuyo carcter configuraran, ni tampoco,claro est, de influencias que de un pas dotado supuestamente con tales caracteres irradiasensobre los dems con quienes se relacion. No son razones de influencia" o de carcter, sino desituacin histrica, las que hicieron surgir la cultura barroca. Participan en esa cultura, porconsiguiente, cuantos se hallan en conexin con tal situacin, aunque en cada caso sea segn laposicin del grupo en cuestin. Depende, pues, de un estado social, en virtud del cual y dadasu extensin, todas las sociedades del Occidente europeo presentan aspectos o comunes oconexos. Luego, dentro de ese marco, pueden estudiarse influencias singulares, personales, comolas del Tintoretto o el Verons, en >Espaa, la de Bernini, en Francia, la de Botero o Surez enlas monarquas occidentales. Pero es el estado de las sociedades, en las circunstancias generalesy particulares del siglo XVII, dadas en los pases europeos, y, dentro de ellas, es la relacin delpoder poltico y religioso con la masa de los sbditos a los que ahora, como veremos, hayque tomar en cuenta, lo que explica el surgimiento de las caractersticas de la culturabarroca. Por eso, habra que decir, en todo caso, que ms que cuestin de religin, el Barrocoes cuestin de Iglesia, y en especial de la catlica, por su condicin de poder monrquicoabsoluto. Aadamos que se conecta no menos con las dems monarquas y forzosamentetambin con las repblicas prximas y relacionadas con los pases del absolutismo monrquico,tales como Venecia o los Pases Bajos.

    Creemos que merece la pena hacer observar el hecho de que un reciente investigador,trabajando sobre tema considerado por excelencia como no barroco, como ejemplarmenteclsicoel teatro de Racine y, segn queda claro, movindose en el terreno de la historia dela literatura (no en otros campos que ms pronto y con ms decisin aceptaron la tesis de lamultiplicidad de factores sociales en los fenmenos de la historia)nos referimos a Ph.Butler, no duda, sin embargo, en escribir: La Contrarreforma misma, as como laciencia, el pensamiento, el arte y la poesa barrocos, son una consecuencia de lastransformaciones profundas que se operan en la conciencia y en la sensibilidad de los hombresdel siglo XVI y del XVII. Y esas transformaciones se ligan a causas mltiples, culturales,polticas, sociales, econmicas, geogrficas, tcnicas y no solamente religiosas48 (en esacadena, la Contrarreforma sera slo un eslabn). Digamos que, no la Contrarreforma, tr-mino, hoy, insostenible, sino los factores eclesisticos de la poca que estudiamos, son unelemento de la situacin histrica en que se produce el Barroco. Y que si a alguno de esosfactores, por razn de su nexo situacional, lo calificamos con el adjetivo de barroco, a todosaquellos que, como la economa, la tcnica, la poltica, el arte de la guerra, etc., estuvieron tanenlazados a esa situacin y tuvieron sobre ella tan fuerte accin condicionante, con no menorfundamento hemos de tenerlos como factores de la poca del Barroco. Sin aqullos sta nopuede entenderse, como ellos mismos no se entienden tampoco si, al contemplarlos en lasalteraciones que experimentaron y que tan eficazmente contribuyeron a configurar la nuevapoca, separamos de ellos ese mismo calificativo de barrocos.

    47De linfluence du Concile de Trente sur la liltrature et les beaux-arts chez les peuples catholiques, Pars,1884.48Classicisme et Baroque dans l'oeuvre de Racine, cit., en nota 27, pgina 50.

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    Si hablamos de Barroco, lo hemos de hacer siempre en trminos generalesbsicamente, y la connotacin nacional que pongamos a continuacin no vale ms que paraintroducir los matices con que vara la contemplacin de un panorama cuando s desplazasobre l el punto de vista, aunque sea sin dejar de abarcar el conjunto. Decir Barroco espaolequivale tanto como a decir Barroco europeo visto desde Espaa. Se puede y tal vez es

    conveniente hoy por hoy hablar del Barroco de un pas, pero sin olvidar de mantener el temadentro del contexto general. Y esta consideracin geogrfico-histrica es paralela a otra detipo cultural. No se puede abstraer el Barroco como un perodo del arte, ni siquiera de lahistoria de las ideas. Afecta y pertenece al mbito total de la historia social, y todo estudiode la materia, aunque se especifique muy legtimamente en los lmites de uno u otro sector,ha de desenvolverse proyectndose en toda la esfera de la cultura. .As pues, decir Barrocoartstico quiere decir cultura barroca contemplada en su sistema desde el punto de vista delarte. Nos satisface muy sinceramente que la bibliografa espaola sobre la pintura barrocahaya dado recientemente una de las obras ms inteligentes y mejor informadas sobre eltema, considerado como aqu proponemos: el libro Visin y smbolos en la pintura espaoladel Siglo de Oro, que ha publicado Julin Gallego49.

    Pretendemos que nuestra interpretacin del Barroco, que seguramente no dejar deser discutida, se reconozca, sin embargo, vlida para los pases europeos en los que esacultura se desarroll. Nos servimos, eso s, de materiales que en amplsima proporcinproceder! de fuentes espaolas. Estn utilizados y ensayamos aqu relacionarlos,colocndonos en el punto de vista de la historia de Espaa. Pero no dejamos de tenersiempre en cuenta, cuando nos es posible, datos de varia naturaleza, tomados de otrospases, especialmente de aquellos que se encuentran ms emparentados con nuestra historia.El drama del 1600 ha escrito P. Vilar sobrepasa el mbito espaol y anuncia aquel sigloXVII, duro para Europa, en el que hoy se reconoce la crisis general de una sociedad 50. Msadelante volveremos sobre ese concepto de crisis general. A ella hay que referir laformacin y desenvolvimiento de la cultura barroca, de la cual se explica as que, sobre talbase, afecte al conjunto de Europa. Slo que por su peculiar posicin y, consiguientemente,por la gravedad de los caracteres que en ella revisti esa crisis, la parte de Espaa en lahistoria del Barroco y su peso en relacin con los dems pases sea francamenteconsiderable. Por eso creemos importante colocarnos en el punto de vista de nuestra historia.Este proceder est plenamente justificado, porque en pocas ocasiones el papel de Espaa esto no podemos negarlo tuvo tan decisiva participacin en la vida europea como en elXVII: negativamente empleando esta palabra convencionalmente y, para nosotros, eneste caso, sin sentido peyorativo, por la particular gravedad que la crisis social yeconmica de esa centuria alcanz en Espaa; positivamente y hemos de aclarar tambinque en nada tiene esta palabra para nosotros aqu un valor afirmativo, por la eficacia conque los resortes de la cultura barroca se manejaron, con unas primeras tcnicas deoperacin social masiva, en el mbito de la monarqua espaola, a los efectos polticos ysociales de carcter conservador que en pginas posteriores estudiaremos.

    Desde luego, no dejo de reconocer que no puede hablarse de sociedad masiva, entrminos rigurosamente socio-econmicos, ms que en el cuadro de la sociedad industrial. Ycierto es que, an a fines del XVII, salvo el inicial despegue de Inglaterra, en ninguna otraparte, ni en la misma Francia posterior a Colbert, apenas si se dan otros datos que los de unafaseanterior. Entre nosotros, ni aun eso, pese a las patticas recomendaciones de Sancho de49 Madrid, 1971.50Crecimiento y desarrollo, trad. cast., Barcelona, 1964, pg. 438.

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    Moneada, de Martnez de Mata, de lvarez de Ossorio: econmicamente, esa etapa anterior,correspondiente a las condiciones que preparan el despeguedicho en trminos a lo Rostow,hoy de fcil comprensin, apenas empieza a reconocerse en el mbito de nuestro Seis-cientos. El uso frecuente de los vocablos manufactura y fbrica, en una acepcinindustrial y no meramente al uso antiguo, seran un dbil dato de lo que decimos51. Luego ten-

    dremos que insistir en esta cuestin, desde otro punto de vista. Sin embargo, no dudo enaplicar la expresin de sociedad masiva. Por qu? El historiador tiene que advertir queentre la sociedad tradicional y la sociedad industrial con su crecimiento de poblacin, seencuentra una posicin intermedia en la que la sociedad ha dejado de presentar las notas de superodo tradicional y ofrece otras sobre las que se har posible ms tarde la concentracin demano de obra y de divisin del trabajo del mundo moderno. Econmicamente, tal vez pocascosas han cambiado sobre todo en el rgimen de modos de produccin; socialmente, spueden estimarse cambios de mayor entidad, los cuales pueden tener un origen en primerastransformaciones econmicas, pero el cuadro de esos cambios sociales supera con mucho aaqullas. Es una sociedad en la que cunde el anonimato. Los lazos de vecindad, de parentesco,de amistad, no desaparecen, claro est, pero palidecen y faltan con frecuencia entre los quehabitan prximos en una misma localidad (ste es uo de los fenmenos con ms nitidez refle-jados en la novela picaresca). Las relaciones presentan en amplia medida carcter de contrato;en las casas (alquiler), en los jornales (salario), en la vestimenta (compraventa), etc.; y se danen proporcin considerable los desplazamientos de lugar (basta con pensar en el crecimiento delas ciudades y el xodo rural, lo cual significa que una parte estimable de la poblacin no vive ymuere en el lugar en que ha nacido)52. De tal manera, aparecen en gran proporcin nexossociales que no son interindividuales, que no son entre conocidos. Y es manifiesto que estoaltera los modos de comportamiento: una masa de gentes que se saben desconocidas unaspara otras se conduce de manera muy diferente a un grupo de individuos que saben pueden serfcilmente identificados. Pues bien, socialmente esto es ya una sociedad masiva y en su senose produce esa despersonalizacin que convierte al hombre en una unidad de mano de obra,dentro de un sistema annimo y mecnico de produccin. El estudio ms detallado de estefenmeno y de sus consecuencias ser objeto de un captulo posterior.

    51 La frase de Gonzlez de Cellorigo todo gnero de manufactura necesaria al reino falta por disminucin degente, representa ya una primera toma de conciencia (Manual de la poltica necesaria y til Restauracin a laRepblica de Espaa, Madrid, 1600, folios 12 y 22).52 Utilizamos, aunque slo de modo aproximado, las categoras de Tonnies.