Visiones del Viudo 2

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Continúa la recopilación de historias basadas e inspiradas en el universo de el Viudo. En este volumen, "The American Years", "El caballero del Diablo" y "El sombrero de un caballero", por Schriftsteller, Campos, Oyanedel, Docolomansky y Salas.

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Visiones del ViudoNúmero 2

“The American Years”Un relato Pulp

Isaac SchriftstellerAutorRodrigo CamposIlustrador@RC_Comics

“El Caballero delDiablo”Un relato Pulp

Gonzalo OyanedelAutor@gxl_oyanedel

Cristian DocolomanskyIlustrador@DOCINKS

“El Sombrero de un Caballero”Un relato Pulp

Oscar SalasAutor@oscarsalas

El Viudo creado por Gonzalo Oyanedel

Una producción Futuro Esplendor@Ft_Ex

futuroesplendor.com

Agosto 2012

VISIONES DE EL VIUDO es tanto un presentación como una convocatoria. Llevando sus crónicas más allá de la historia oficial, acá encontrarás el prisma a otros Viudos posibles: Alternativos, predecesores y hasta herederos del legado para futuras generaciones. Las posibilidades están abiertas...

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Enero de 1961

“¿Cuál es tu nombre, hijo?” preguntó el oficial de fronteras al desaseado extranjero tras el volante de un Maserati Berlinetta del año 47.

“Sol… Sol Lemuel. Soy americano y acá están mis papeles” replicó, entregando sus documentos. “¿Cómo te llaman, amigo?, dijo encendiendo un Luc-ky Strike.

El oficial sonrió, “Mi nombre es Miguel… amigo”Sol trazó una mueca similar a una sonrisa y gui-

ñó un ojo al oficial. “¿Qué asuntos tenía usted en México?” le preguntó, devolviendo los papeles.

“Vacaciones. Estaba de vacaciones”, dijo Sol guiñándole otra vez.

“Pues bienvenido a Texas, amigo” Dio un paso atrás y le hizo una seña para que siguiera.

Torre Lemuel- Ciudad de Nueva York (6 días después)

“Lacy, pásame un cigarrillo y un vaso de whis-key, por favor” Dijo Sol acercándole un billete de 100 dólares en la mesa; “Quédate el cambio.”

“¿Necesitas fuego? Le ofreció en respuesta mientras sacaba un Columbian de una caja antes de preparar su bebida.

Sol negó con la cabeza y la despidió con una seña. Notó que sus amigos Ralph Hedger y Julius Phelps se sentaban junto a un sujeto al cual jamás había visto.

Se levantó de su lugar y caminó hacia ellos. “¿Está ocupado este asiento?”. Preguntó a Julius

“¡Sol!”, gritó Ralph. “¡Qué extraño verte por acá a estas horas! Por favor, asiento”. Julius se li-mitó a asentir.

“¿Quién es tu amigo?” preguntó a Julius al tiempo que miraba al extraño.

“Ah, este es Albert Crowe, de Crowe & Lom-bart. Distrito 59º”

“No sabía que había un Albert Crowe”, respon-dió. “¿Qué eres tú de Robert, su hermano?”

“Sí - respondió Albert -. He estado fuera del país por un tiempo. Sudamérica para ser exactos; Lombart me envió a reunirme con algunos hispa-nos por asuntos de la firma.”

“Disculpa mi pregunta…” empezó a decir Sol; “¿Qué hace una firma legal moviéndose por esos lados?

Albert puso sus manos cruzadas al frente y lue-go replicó: “Asuntos confidenciales”

Sol sonrió brevemente: “También estuve fuera un tiempo. De hecho, acabo de volver. Creo sa-ber por qué una se aventurarían en Sudamérica y sospecho que esos “hispanos” probablemente ofrecen mejores servicios de los que te gustaría mencionar. Discutir estos temas, por supuesto, no es digno de caballeros como nosotros”.

Albert dio a Sol una extraña mirada y luego se volteó hacia Ralph: “No me gusta tu compañía”

Albert se puso de pie y se fue.“¡No tengo por qué gustarte!”, gritó Sol. “Pero

estás en mi territorio con mis amigos. ¡Recuérda-lo!”

“No te exasperes” le dijo Julius.“¿Qué asuntos tiene?”

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“Qué me importan sus asuntos, Sol. Es un buen tipo”, contestó rápidamente.

“Un abogado es un lobo que finge ser un buen tipo, Julius”, dijo Ralph.

Los tres hombres no pudieron aguantar la risa. Sol añadió “Brindaré por eso.”

“¿Así es que tu papi te mandó fuera de las fron-teras?” continuó Ralph.

Sol asintió mientras prendía otro cigarrillo; “Fui a ver un campo de petróleo que está dando mucho crudo. No fue papá quien me mandó, sino un “cazador” tras hallar una buena pista… Mi padre… mi padre está un poco molesto de que intente tener ganancias mayores que las suyas en los últimos 20 años.”

“Dios, Sol” bufó Julius. “Ninguno de nuestros padres quiere vernos tomar el timón ¿Para qué pierdes tu tiempo intentándolo? Esta es tu… séptima vez buscando impresionar al gran Tha-ddeus?”

“Algo así” Sol dejó el cigarrillo en el cenicero y mirando alrededor del club. Ralph y Julius siguie-ron charlando sobre padres y negocios cuando Sol vio a un hombre de aspecto hispano observándolo

desde una esquina.“¿Quién es el tío que está allá?” interrumpió.Ambos hombres miraron a donde apuntaba Sol

y dijeron no conocerlo. Los tres hombres mantu-vieron su atención en el misterioso hispano por un momento y luego se volvieron a la mesa. Sol, algo intranquilo, optó por cambiar la conversación.

“Ese idiota de Marco le contó a mi padre que tuve enredos con una señorita en México. A ve-ces no sé por qué lo contraté para reportarle a mi padre cuando salgo de viaje.” Sol le dio un buen trago a su whiskey.

“Marco solía trabajar para Darien Van Drake, el de la compañía cervecera. Me dijo que Mar-co estaba demasiado ocupado tomándose las ga-nancias para hacer su trabajo… Nunca me gustó ese tipo.” Ralph comentaba a Sol, quien seguía oteando al sujeto. “Oye, Sol ¿No hablaste con Van Drake antes de contratar a su matón?”

Sol asintió, añadiendo: “Lo contraté porque Van Drake tenía algunos secretos y pensé que el tonto sería capaz de guardar los míos”

Julius rió. “¿Y dónde demonios está Marco aho-ra? ¿No es prácticamente tu sombra?

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“Lo ha sido por un largo tiempo, así que di el día libre.” Sol se volteó nuevamente hacia el his-pano, que esta vez también lo miraba.

Julius y Ralph siguieron en lo suyo mientras Sol no podía evitar mirar fijamente al hombre. “¿Lo he visto antes?”, pensó.

Volvió a su cigarrillo aún encendido, en tanto sus amigos charlaban. De pronto se sintió incó-modo y decidió excusarse, dejando el club.

-0-

Sol tomó el norte, yendo por la Quinta Avenida hasta su casa en la Torre Lemuel.

Aguardando el taxi, notó por el rabillo del ojo que el hispano lo había seguido. Una extraña sensación de miedo y turbación lo abrumó hasta congelarse, al punto que no notó el taxi que se detuvo junto a él cuando seguía pendiente del des-conocido; eso hasta que el chofer tocó su bocina y le gritó: “Amigo, estoy trabajando ¿Va a algún lado o no?”

Sol asintió, subiéndose. Por la ventanilla vio que el hombre ya no estaba. “¿Dónde?”, pensó.

“¿Y bien, socio, dónde va? ladró el taxista, im-paciente.

“A la Torre Lemuel, en Lexington”El taxi tomó la dirección mientras Sol se pega-

ba a la ventana trasera. Su acechador no parecía estar a la vista.

Llegando poco después a la entrada de la Torre, Sol le entregó al taxista un billete de 100 y le dijo: “Guarda el cambio”.

“No eres tan malo para ser un sucio Judío”, gru-ñó el taxista, para luego arrancar a toda marcha.

Sol subió a su oficina y encontró a su secretaria, avisándole: “Si alguien pregunta, Harriette, no es-toy. Toma mis llamadas y no le digas ni a mi padre que estoy acá. Necesito que busques el número del ayudante de mi padre - se hace llamar Ha-rry Champaigne - y mantén esto entre nosotros.” También le dio uno de los grandes y corrió a su oficina.

El ayudante al que aludía era un tío musculoso que efectuaba los trabajos sucios de su padre du-rante el tiempo de las mafias de Nueva York. Sol

descansó un tanto nervioso en su oficina mientras bebía si fijarse un añoso whisky; tiempo después, Harriette hizo pasar al sujeto que buscaba.

“Mira, Harry - dijo Sol convidándole un Lucky Strike -, necesito que me hagas un discreto favor que no salga de esta oficina. Te pagaré el doble de lo que te da mi padre.”

Harry se sentó echándose hacia atrás, poniendo sus pies sobre el escritorio para molestia de Sol: “Tienes mi atención. Soy todo oídos.”

“Hay un barucho allá en la Quinta Avenida co-nocido como el Gentlemen’s Club. Hay una chica ahí, una bella rubiecita llamada Lacy. Ve y pre-gúntale por un tío que hoy se sentó en la esquina más alejada, solo; si sabe algo, quién es o cual-quier cosa sobre él; luego quiero que encuentres al maldito y le preguntes por qué me está siguiendo”

“¿El jovencito se metió en algún lío?” Harry rió de buena gana y encendió el cigarrillo.

“Creo que este tipo me ha seguido desde Méxi-co, no estoy seguro” Sol se sirvió otro vaso.

“¿Sólo hablamos de un marido celoso o un lío de verdad?”

“¡No lo sé!”, gritó asustado.“Un hombre que te sigue todo este camino des-

de México debe tener sus razones, Sol. Necesito saber en qué me estoy metiendo” dijo Harry, de-jando caer cenizas al piso.

Sol dio a Harry otra mirada molesta y conti-nuó: “Mira… las cagué con una mujer llamada Sofía. El tipo de mierda que uno jamás admitiría, si me entiendes.”

“¿Mataste a la perra?”“Bueno… creo que lo hice”Harry dejó de reír y bajó los pies, encarando a

Sol “Supongo que tu papi no sabe de esto.”“No”, balbuceó nervioso.“Ese tipo de ‘discreción’ cuesta el triple de lo

que suelta tu papito, niño rico. Si hay alguien afuera siguiéndote, posiblemente es un hijo de puta muy enojado al que le levantaste a su chi-ca. Quiero el 50 por ciento ahora y el resto para cuando termine el trabajo. O no hay trato.

“Hecho”. Sol caminó a su caja fuerte. “Dijiste que viste al tipo ¿Tienes alguna des-

cripción?” Harry tomó otro de los Lucky Strikes

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de su patrón.“Era hispano, obviamente, Se vestía totalmente

de negro, la corbata también era negra. Usaba un sombrero Borsalino y guantes a juego, creo que llevaba gafas oscuras y un bigote corto.” Sol abrió una caja fuerte y comenzó a contar el pago del 50 por ciento.

“Uf, cuántos hombres no son exactamente iguales allá afuera”, dijo Harry mientras guarda-ba el dinero. “Iré a ver a Lacy, a ver qué me puede decir sobre este sujeto… Si fuera tú me quedaría acá. Me contactaré contigo en caso de que sepa algo. Ah… y la próxima vez que se lo metas a una “señorita” al sur del Río Grande, trata de no ma-tar a la perra ¿Vale?”

“Muy gracioso, Harry… y gracias”“Hey, anímate jovencito. Soy el mejor en su tra-

bajo, si no tu padre no me habría contratado.”

Cuatro horas después…

“¿Quién está ahí?” Sol gritó irguiéndose en su asiento. “¿Harry… eres tú?

Un crujido fantasmal se escuchó en la habi-tación contigua. Lentamente, Sol abrió el cajón izquierdo de su escritorio. Su mano bailó hasta abrazar el frío metal de un revolver calibre 50 de cinco tiros.

“Muéstrate” dijo Sol nervioso. “No estoy de hu-mor para jugar ahora.”

“¡Ah!”, dijo una voz. “Pero sí jugar es lo que haces cuando crees que nadie mira.”

Con cuidado, Sol preparó el revolver mientras no quitaba los ojos de la puerta. “Dime, amigo ¿Eres el mexicano del club? Sin duda suenas mexicano ¿Por qué no vienes y charlamos de lo que sea que te trajo aquí?”

“¿Charlar?” replicó el extraño. “¿Así es como llamas a Harry? ¿Un método de discusión?”

Sol movió su cabeza, con la transpiración em-papando su rostro. “Veo que no te agradó Harry. Yo tampoco lo conozco mucho, pero, hey, tampo-co estoy acostumbrado a que me sigan.” Luego palpó su arma un momento y acarició el gatillo nerviosamente. “¿Por qué no vienes acá y charla-mos mientras bebemos algo?”

Un disparo sonó desde la habitación adyacente, que hizo saltar a Sol bajo su escritorio: “¿Todavía tienes sed, Sol?”

“Ok! ok…” gritó Sol, “Ok… No sé quién eres o por qué estás en mi oficina con una pistola, yo…”

“¿Recuerdas a tu novia en México?” La voz in-terrumpió a Sol.

Sol rió brevemente y replicó: “¡Hiciste el reco-rrido hasta acá sólo por esa dama!”

¡RECUERDAS?!!“Tranquilo” Sol rió una vez más, chequeando

el revolver para asegurarse. “Qué hay con ella ¿Eh?”

El intruso volvió a disparar, esta vez cerca del escritorio de Sol. “Dime, niño rico. Tú recuer-das.”

Un Sol tremendamente asustado comenzó a balbucear, “Ella… me la llevé a mi hotel ¡Y me dijo que era soltera! Me dijo muchas cosas y tal vez fui brusco con ella… Pero… pero tengo dine-ro, mucho dinero y si quieres una nueva chica te la puedo comprar ¿Quieres una nueva?”

“¡CALLATE!”, gritó el extraño, “Lo que hiciste se paga con tu patética vida”

Sol respondió: “¡No caeré tan fácil!” saltando desde su escondite y disparó en dirección al lugar de los disparos. Luego corrió hacia la puerta que comunicaba con la oficina de su padre. Un tercer disparo por poco le da. Lo cual lo hizo apurarse a la salida y luego a la escala de emergencia, rumbo al techo.

Un nuevo disparo le rozó la oreja. Asustado, intentó disparar su arma, pero se había traba-do. Entonces subió hacia el techo y salió hacia él casi de forma dramática, perdiendo el balance y cayendo sobre sus rodillas. Se puso de pie rápi-damente, sólo para descubrir con horror que el edificio vecino estaba más lejos de lo que él creía. Nervioso, se dio vuelta sólo para ver a su persegui-dor a metros de él.

“P-puedo darte lo que quieras” ofreció desespe-radamente. “Mi compañía vale millones. Tal vez un monto considerable para que…”

Recibió un “No” como respuesta: “Tu dinero no me compra.”

Sol negó con la cabeza. “Vamos, mexicano…”

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“¡Ya escuchaste” interrumpió; “Vengo de Chile. Gran diferencia, judío.”

“Guh… vale, entiendo” tartamudeó Sol. “Ch…chi… Chileno, todos tenemos nuestro precio.”

“Dime lo que le hiciste”Sol, pareció extrañado: “¿Es todo lo que quie-

res?”“Tu confesión, sí”Sol sonrió y dio un paso atrás, sintiendo el final

del piso en su espalda. “La conocí en una fiesta Mexicana. Estaba desesperada, sí. ¡Me dijo que quería venir a Norteamérica conmigo! Por su-puesto que no la iba a traer, pero quería encamar-me con ella…”

“Fue tu juguete, imbécil”, le contestó mientras ca-minaba hacia el nervioso Sol. “Un juguete para tus enfermos placeres”. Comenzó a levantar su arma.

“¡Whoah!” gritó Sol al descubrir que había sido acorralado hasta la cornisa. “Ok! Ok! sí la llevé a mi habitación y luego la golpeé porque cambió de parecer. ¿Si? Lo admito, violé a esa puta y la gol-peé hasta matarla y me fui de México ¡Ya tienes tu confesión! Ahora me dejas ir y terminamos con esto, amigo. Ya he confesado”

El intruso apuntó el cañón de su Tokarev. “No

hago tratos con gentuza como tú... Pero te vas al mismo infierno. Diles que El Viudo les manda otro.”

Los ojos de Sol se abrieron enormemente al verlo jalar el gatillo, no viendo otra opción que volverse y saltar mientras el eco del balazo irrum-pía por sobre los edificios de Nueva York. El pis-tolero corrió hacia la cornisa, mas no logró ver el cuerpo de Sol en la acera, convencido de que su disparo le había pegado.

La luna estaba llena y mientras el resto de Nue-va York seguía con sus vidas normales. Nadie de los edificios cercanos escuchó ni vio nada que per-turbara su rutina; lo de siempre en una ciudad in-festada de bocinazos, autos y gente haciendo ne-gocios, siempre corriendo. El Viudo se preguntó si alguien extrañaría a un tipo como Sol, aparte del ambicioso padre que estaba a punto de traspasar-le la compañía a su hijo. También pensó en Harry, cuyo cuerpo dormía en el lecho del río Hudson en ese momento. Se tomó un momento para mirar el cielo mientras guardaba su pistola en el cinto, atento al furioso sonido de las sirenas policiales. Entonces fue hacia las sombras y desapareció en la oscuridad…

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Prólogo

Valparaíso, 1900

Ginger Sadie salió temprano a la calle.

Dos semanas atrás llegó desde South Hampton buscando un mejor pasar, pero en el frío Almen-dral porteño sólo encontró más de lo mismo. Poco rindieron sus penosos ahorros y ahora vuelve a ofrecerse bajo el amarillo de los faroles. “¡Qué va - reflexiona con un brillo azul en las pupilas - tanto da abrir las piernas acá que en aquel puerto de mierda!”. Suspira apática sus conclusiones y repasa el capital de sus dieciocho años: Ojos de lavanda, la encendida melena que le ganó su apodo y esa ingenua certeza de creer haberlo visto todo.

Perdida en sus cuentas, recibe de golpe el brutal abrazo que la atenaza. Jonás el campanillero tuerce su inmunda sonrisa, que la chica franquea con una bofetada.

- ¡Quítate, imbécil!

El chiquillo ríe sin darle importancia y la deja cuando sus colegas de oficio empiezan a asomar. Socias en el desamparo, Lorena y Petra son los únicos rostros amables que ha encontrado desde su arribo, probablemente porque su historia no es distinta.

Un saludo tibio y la invitación a un trago rápido ayudan al ánimo; los consejos son gratis: “¿Tan luego saliste?”, “Hay que animarse, niña”, “¿Has probado en otro sector?”. Mendrugos de pan

negro ayudan a engañar los estómagos en una noche que se promete floja para trabajar...

Eso hasta que aparece un candidato.

- Bien – observa Sadie -, a mover el culo de nuevo...

Con dos movimientos corrige su escote y avanza al encuentro, lanzando a las otras el gesto de “allá voy.” Sus pasos son cortos y livianos, apre-surados por un frío que espera no dure: “Pronto me calentaré. Este es mío”. Tras un corto regateo coge del brazo al cliente, continuando sus nego-cios en algún rincón oscuro.

******

La noche ya devora Valparaíso cuando un rumor sordo escapa de sus galerías. Lances furtivos in-undan los patios con sudor borracho, mientras el pulso de una rueca va acunando llantos de bebé. Amparada en el velo nocturno, la ciudad libera a su mitad bastarda, que danza sobre adoquines rociados de orina y miedo.

Junto al abrevadero público, la agotada pelirroja toma su respiro. Para Ginger Sadie la jornada fue exigente, aunque rendidora. “Dará para unos días” se consuela enjuagando el trasnoche de su rostro; es tarde, sus piernas la traicionan y su cuerpo ruega un descanso.

Por un rato se permite quedar en blanco. Aún le resta volver por sus pasos y encontrar a las demás si no quiere buscar sola donde dormir; y aunque podría arreglárselas sola con lo ganado,

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elige hacerse las ganas por lo más seguro: “En camino”.

En eso percibe el eco de unos pasos. “Si son los municipales terminaré en una celda” piensa; pero no: la niebla deja camino a la elegante silue-ta de un caballero.

- Mhhh...

Y la idea de algo extra tienta sus ganas.

Un vulgar taconeo cierra el paso del caminante, soltando una sonrisa falsa mientras ofrece la hon-donada de su escote al saludar. “Buenas noches, caballero ¿Quiere usted confortarme con un trago a su cuenta o bien... - acercando sus uñas a la entrepierna - permitir que lo caliente?

El avance es cortado con un breve gesto. “Oiga – insiste - ¿No quiere divertirse o es de los que se hacen de rogar? ¿Eh?”

Ginger juega su mejor carta, buscando coqueta la cara bajo el sombrero. De golpe da con el esquivo rostro y una mirada vacía la aparta de cuajo del regateo:

- No...

Entonces el tiempo se triza y sus ojos lavanda comienzan a escarcharse. Todo se desvanece en un segundo eterno mientras las palabras se atra-gantan, aun cuando el horror le pide gritar…

Abandonada de sí, apenas capta la moneda que él deposita en su mano antes de continuar su camino; luego el largo silencio...

Media hora después, Jonás la encuentra tirada y sin sentido, cuando unos pasos ciegos se pierden lejos y la niebla lame los adoquines del callejón.

******

El Louisiana era la única cantina abierta a esas horas, un cuartucho inmundo y gris que alumbraban dos sencillas linternas. Borrachos, rameras y marinos confundidos al calor del vino barato, gritándose por sobre los rasgueos que animan rondas de truco en las mesas o las rimas que un aficionado busca entonar.

Junto a la barra, una muchacha ríe de ebria mientras un gandul con aspecto de rata la mano-sea a placer. El recién llegado se abre paso hasta alcanzarles, siendo recibido con magro entusias-mo:

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- ¿Qué tenís por acá, rucio? – Sánchez movía nervioso su único ojo. - ¡Mulhare! - Raquel se adelantó con sus ojos chispeantes – Sírvase algo con nosotros ¿Ya?- No esta noche, Raquelita –respondió ignorando al otro - ¿Petra y las demás?- Al fondo, con la Duquesa. Temprano pregunta-ban por usted…

Mulhare también preguntaba por sus “niñas”. Tras renegar del ocio burgués a sus 41 años, el ex tripulante abrazó la bohemia de las tabernas para ganar admiradores y ciertas amigas que de vez en cuando le permitían desahogar la falta de una esposa: Callejeras como Petra, Raquel o Lorena...

- Queridas mías – se anunció con un acostumb-rado ademán que esta vez no arrancó sonrisas.- Corrieron rápido las noticias - atendió Petra con desgano - ¿O querí más favores, acaso?- Petra, siempre tan suave de trato...- Ya, po’ ¿Qué pasa?- Me enteré que la nueva tuvo un tropezón desagradable.- No estamos de ánimo, rucio - Lorena era severa -. La colorina no se siente bien.- Así de feo el encuentro - murmuró - ¡Y con el

mismo Caballero del Diablo!

Los rostros se congelaron mientras Ginger mostraba un rictus de asco. Ya habían venido con ese cuento y ahora él erraba la ocasión.

- ¡Hasta aquí te llegaron los polvos gratis, hue-vón! Tenías que venir también con eso sin pensar en el mal rato que...- Tranquilas – dijo sereno –, si hablo en serio. No sé qué les habrán dicho, pero el Caballero del Diablo SÍ EXISTE. Yo lo vi y conozco su historia…

Las chicas callaron con rabia sombría, pero Sadie dominó su asco:

- Habla, entonces ¿O esperas una invitación?

El irlandés tomó asiento, ordenando una caña “de la casa”.

Continuará

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Ya había pasado una semana desde que la huelga se desencadenó. Fueron siete días de un calor sofocante, que ponía de mal humor y que parecía acabar con toda la humedad del aire. A lo mejor no era tan así, porque fue hace muchos años y la carga emocional de aquellos días puede estar dis-torsionando mi memoria, pero de todas formas no exagero: esa primera semana de febrero de 1936 fue la más abrasadora que me tocó vivir en mucho tiempo.

La huelga de los ferroviarios de 1936 ya tenía un antecedente, apenas unos meses antes y por circunstancias similares. La inflación lo carco-mía todo; la economía estaba quebrada desde más de una década; el país estaba en ruinas. No importa cuánto se ocupara el León de Tarapacá en desmentir todo con cifras y discursos llenos de parsimonia: la realidad era una sola.

Esa mañana de domingo me desperté con la decisión tomada de volver al sur. Lo había estado meditando desde hace un par de días, mientras llegaban las noticias de los múltiples descarrilamientos a lo largo y ancho de la III y IV zona ferroviaria. Un amigo del tío Rubén que estaba afiliado a la unión de trabajadores de la Santiago Watt nos dijo que desclavar las vías era una acción legítima, que buscaba paralizar la industria y que se procuraba avisar con antela-ción a los rompehuelgas. Si ellos decidían sacar los convoyes aún sabiendo que la vía estaba inter-venida, era su completa responsabilidad. Lo dijo el mismo día que El Diario Ilustrado publicó la historia del dirigente socialista que intentó pasar dinamita a un carbonero, pero su convicción no hizo más que intranquilizar aún más a la tía María.

Al igual que mi madre, las certezas solían nublar su corazón: sabía que esta vez la cosa iba en serio, que no sería un tantear terreno como el ’35. El tío Rubén la había abrazado fuerte antes de irse a la sede el domingo pasado y no había vuelto. Ya eran siete días desde aquello.

Esa mañana, había tomado una decisión. Volve-ría al sur.

Sabía que en la estación de Angol habían tomado detenido al tío Rubén. En La Opinión habían publicado los nombres de los principales detenidos, y dos o tres estaban en el turno con el tío. Sabía que si el tío estuviese aún en Santiago, o incluso en Los Andes, habría regresado por la choca, al menos. Una semana era demasiado. La tía no decía nada, y preguntarle era llenarse de evasivas en su estilo. No evadía el tema, pero lo llenaba de información relacionada creando un tupido bosque que no dejaba ver la interrogante original. Tanto Rubén como María eran de crear realidades alternas que, sin dejar el realismo, lograban evitarte el sufrimiento. Era su manera de mantenerse concientes, pero sin ahogarse de golpe en la miseria. Fría lógica, le decía mi madre. Con los años, aprendí que era la mejor forma de atacar los problemas.

Pero claro, yo me iba de vuelta al sur.

Iba a buscar al tío Rubén, lo traería de vuelta, y tomaría su lugar en la lucha. Su tiempo ya había pasado. Era hora de que los jóvenes tomásemos su lugar, antes de que la tos negra nos consuma, antes que la reuma nos carcoma, antes que las mujeres y los críos nos atasen a la necesidad de

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volver. Rubén no había vuelto; era la señal de partir, de tomar su lugar y dejar de llamarlo tío.Mi viejo estaría de acuerdo. ¿Y Rubén?Rubén le habría preguntado al Profesor.

*****

Con los años, me preguntaba si la tía María no le habría dicho algo antes de ese día. Como mi ma-dre, ella sabía leer las intenciones. Pero también sabía que aquello no era posible, porque el Profe-sor había estado muy ocupado aquella semana y era imposible siquiera hablar un segundo con él. Además, esa idea era muy de adolescente: creer que todo el Orden del Universo está pendiente de las decisiones que uno toma o deja de tomar. El Profesor simplemente llegó ese día, hizo lo que tenía que hacer y eso fue todo.

Llegó al mediodía y tocó la puerta de la casona de fachada continua de calle Antofagasta. A pesar de ser domingo, poca gente lo vio. Muchos estaban en la iglesia a esa hora, y los más esta-ban discutiendo por tubérculos en la terminal. Llegó en un carro de sangre, para no llamar la atención, pues si alguien se enteraba del favor, las solicitudes de intervención se harían intermi-nables. El Profesor sabía que hablar con María bastaba, como el Nazareno sabía que bastaba con la Magdalena.

Me hubiese gustado ser yo el que abriese la puer-ta, pero me encontraba en el patio de luz arman-do unos sacos y la tía llegó antes. Aunque podía atrincarme por haber faltado al Instituto, me gustaba hablar con él. O escucharle hablar, en realidad. No sólo porque hubiese estado en París o porque hubiese sido Ministro de Estado, ni por-que supiese explicarme la diferencia entre cima y sima, sino porque siempre se daba el tiempo. Para el Profesor, siempre eras importante, siem-pre valía la pena. Ponía la misma dedicación, ya fueses un patipelado de la maestranza o un sena-dor de la República. Y no exagero porque lo vi, lo vio mi padre, y sobretodo lo vi en los ojos de miles, cuando la parca se lo llevó. Tanta gente sin nada más en común que el sentimiento de haber sido tomados en cuenta por ese señor de cabeza como un ariete y bigote recto, no podía más que llenarte de certezas.Si, eso lo heredé de mi madre. las certezas tam-bién nublan mi corazón.

Recuerdo muy bien que entró y se ubicó rápida-

mente en la poltrona. Cuando me asomé al reci-bidor para saludarle, ya cruzaba los dedos sobre su bigote y esperaba el agüita perra de mi tía. Me saludó con una tos apenas ahogada, como solían venirle cuando pasaba mucho tiempo en silencio. Creo que me preguntó algo sobre el inicio de clases y la escuela de reforzamiento, pero la ver-dad yo estaba más pendiente de observar si había traído algo consigo. Un legajo, quizá un diario regional, algún documento con novedades sobre el tío. Aunque era un eufemismo; lo cierto es que buscaba un acta de defunción. Adolescentes y el Orden del Universo, ya saben.

El Profesor me observó un rato mientras le res-pondía. Algo se adivinaba entre su gesto ceñido y su gesto de acariciarse el mentón con el dorso del anular. ¿Que imaginabas de mi, maestro, en esa jornada decisiva? ¿Podrías ver el futuro y verme cruzar el portal de la Escuela de Derecho, como o hiciste tu despuntando el siglo? ¿Sabías lo que me pasaría años después en esas jornadas oscuras en el edificio de la Cancillería? ¿Me habrías acompañado al bar del Hotel City, si el destino no hubiese querido otra cosa?

Quizá ese momento a solas con él fue más breve de lo que recuerdo. Quizá sólo fue un inter-cambio protocolar entre maestro y alumno. De hecho, nunca fui su alumno; fue mi tío quien recibió sus conocimientos y tutelaje. Pero en el fondo, el profesor era también un hombre de ferro: preparaba una máquina, ajustaba su puesta a punto y luego la enganchaba a una serie de carros de distinta función y tonelaje. Educar no es un acto que se agote en primera instancia; si se hace correctamente, se genera una cadena virtuosa que no deja de moverse.

Habló un buen rato con la tía. Le contó que, al igual que el ’35, el ejército se había puesto al frente de la acción rompehuelga y que los regi-mientos de ferrocarrileros ya estaban desplega-dos. No le negó que carabineros y soldados cus-todiaban los trenes y que muchas veces habían abierto fuego contra civiles sin siquiera preguntar después. Conversaron sobre la instrumentaliza-ción que los comunistas hacían del movimiento, pero también le aclaró que las vinculaciones con la Tercera Internacional que Alessandri proclamaba por la radio eran fantasías. Monte-video estaba lejos y tenía sus propios problemas. Hablaron de las paralizaciones de los panaderos, como queriendo llenar de información el bosque

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que no deja ver... ustedes me entienden. Por momentos, pensé que lo hacían a sabiendas de que yo escuchaba a un costado y que no querían llegar al meollo, a lo importante.Tía María controlaba su ansiedad con genuina entereza. Creo que el Profesor sabía que ella sólo estaba interesada en una cosa, pero exponía de manera que la incitaba a ser ella la que recurrie-ra sobre el tema. Quizá era su estilo, quizá hacía de todo una cátedra de la cual sacar valiosas lecciones. Pensándolo bien, ahora que soy viejo me molesta un poco. En esos años, me parecía fascinante.

Después de un rato, me distraje. Me puse a pensar en la influencia que lograba tener un hombre como el Profesor sobre tanta gente. Su sola presencia en casa de mis tíos ponía sobre el tapete las preguntas y respuestas. ¿Era grave la situación para los ferrocarrileros movilizados? Si, lo era. ¿Habían tomado detenido al tío Rubén? Por supuesto. ¿Estaba bien? Si, Rubén está bien, el profesor no habría dilatado una mala noticia para la pobre María. ¿Cuándo volvería a casa? Pronto. Sabía que como respetado líder del Partido radical, el Profesor se había interiorizado de la situación de los detenidos, habría intercedi-do por ellos y su liberación era cosa de horas. A pesar de que por aquél entonces se encontraban claramente enfrentados, Alessandri y el Profesor

se respetaban. El León no iría de frente contra su antiguo Ministro, aunque hubiesen pasado siglos de aquello. Hubiera sido como poner una tea ardiendo sobre su cabeza en medio de la noche, revelando lo que todos esperaban ver: aquí está el hombre que puede acabar conmigo. Del respeto al temor, sólo hay una imprudencia de por medio.

¿Cuánto llegaría a significar este hombre para tantos? No lo sabía todavía. Sólo me dejé llevar por la ensoñación propia de mis años juveniles. La audacia de mi aventura propuesta, de mi de-seo de completar el rito de la masculinidad y de formar mi propia tribu empezaban a desplazarse por el anhelo más realista de convertirme en un guía intelectual, cultivando ya no a la sombra de mi padre o su hermano, sino que suceder al buen Profesor en aquel nivel superior de influen-cia. ¿Acaso no sería más útil para el bienestar de todos lograr que un hijo de ferroviario fuese diputado, o quizá algo más? ¿No alcancé en aquella jornada de ilusión, a vislumbrarme como ministro de justicia y fomento, garantizando la legalidad de la huelga para los trabajadores de las empresas estatales, pero a la vez haciéndolas innecesarias gracias a la necesaria reparación sa-larial y justos planes de retiro? ¿O acaso imaginé todo ello con el tiempo, movido por el recuerdo del Profesor, lo que fue y lo que pudo ser?

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¿Cuanto sabemos con exactitud acerca de los recuerdos? ¿Cuánto podríamos separar realidad de ensoñación, si no fuese por los hitos que nos clavan a las certezas?

Tía María agradeció con un gesto de hidalga emoción cuando el Profesor se puso de pie. Me apresuré en recoger el sobretodo y el sombrero del maestro, y se los alcancé torpemente. Él cogió ambos con una sonrisa cómplice y me interpeló, al tiempo que se equipaba para la despedida.

-- Y bien, Juan Manuel: ¿como van sus clases de nivelación? ¿Asiste con regularidad? Pocos tienen la oportunidad de la que usted goza, Juan Manuel.

-- Si, Profesor, sé cual es mi deber. --dije un tanto compungido-- Este asunto de la huelga me ha tenido algo fuera de concentración, pero ya ma-ñana retomaré con el vigor acostumbrado, señor.

-- Hijo --dijo mientras me tomaba del hombro-- no se avergüenza nunca de sentir preocupación por su familia. La familia es la base de todo. Pero nunca les será más útil, ni les dará mas satisfacciones, que convirtiéndose en un hombre instruido y de bien.

-- Lo sé, Profesor, pero con todo respeto, eso es mañana. Hoy mismo, la lucha de clase pareciera ser --recalqué el condicional, aunque no creía en ello-- la única respuesta a la injusticia en que estamos sumidos.

El Profesor tomó su sombrero y comenzó a

moverlo delante de mi, como un prestidigitador frente a su audiencia. Sonreía.

-- Mire, Juan Manuel. Éste es un Homburg, un sombrero de caballero. Algunos prefieren el Borsalino, otros sólo pueden aspirar a un Porkpie o a una chupalla, derechamente. Algunos todavía ocupan bombín y los menos, los privilegiados, se lucen con sus galeras altas y señoriales. --Giró el sombrero con los dedos y puso su interior frente a mi nariz.-- Pero nunca se te olvide, Juan Ma-nuel, que sin importar que sombrero uses, harás el ridículo si no sabes ponértelo.

“Las ideas son como los sombreros, Juan Ma-nuel. Todos tienen una. Muchos tienen la misma idea, algunos sólo se diferencian por matices, otras están muy distantes entre si. Pero todos tienen una y todos deber saber utilizarlas. Es lo único que podemos tener en común, lo único que puede unirnos: el conocimiento, el saber qué hacer. Por eso es importante que te eduques, joven. Para saber cómo hacer las cosas, para saber por qué. Para no repetir más las ideas de los otros, que es lo mismo que usar el sombrero ajeno: nunca cae bien”.

La tía María se rió cuando el Profesor me puso su sombrero en mi alargada cabeza. Sentí sus bordes bailar sobre mis sienes y la necesidad de frenar su movimiento. En silencio, comprendien-do, lo levanté con ambas manos y lo extendí a su dueño.

-- Enséñeme. Enséñeme a usar sombrero, Profe-sor.

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Gonzalo Oyanedel (Viña del Mar, 1975) es guionista y fun-dador de Futuro Esplendor. Ha participado en Sinfonías Sencillas (2012) y además de ser editor de Visiones del Viudo, prepara otros proyectos relacionados con El Viudo, personaje del cual es creador.

Isaac Schriftsteller: Never give yourself away ... Raconteur. Dreamer. Artist. Author. Photographer (soul-catcher) Mis-understood. Visionary. Poet. One whom inspires. Positive. Complex. An offering of depth. Fluent in geek. Mysterious. isaacschriftsteller.org

Rodrigo Campos (Santiago, 1974) fue miembro del colectivo Aquagraphics y actualmente trabaja para la editorial texana Angel Comics. Mientras moldea los destinos de El Viudo como su lápiz principal, sigue gastando papel y lápiz durante las madrugadas para algún dia competir a nivel internacional.

Visionarios

Cristián Docolomansky (Barcelona) Dibujante, Entintador de Futuro Esplendor, ex-editor de @2cy1m, encargado de comunicaciones en @ngichile, productor del documental @larutadelcomiquero y otros tantos proyectos más.

Oscar Salas (Maipú, 1976) es editor-coordinador de Futuro Esplendor, además de guionista y creador de El Wing. Suele aparecer en twitter como @oscarsalas.

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