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Informe, Reynaldo Jiménez, 1ra. edición, Buenos Aires, Hekht libros, 2012, 100 páginas, 11x17. ISBN: 978-987-25914-3-4 Volumen 2 de la colección Incandescencias hekhtlibros@gmail.comwww.hekht.wordpress.com Copyleft, Reynaldo Jiménez, 2012. Contacto con el autor: www.quepodriaponeraqui.blogspot.com ¡Copie este libro! Los contenidos de este libro pueden ser copiados, redistribuidos y modifica-dos, siempre y cuando: 1) se reconozca la au-toría de la obra original mencionando al autor, 2) las obras derivadas se publiquen bajo la mis-ma licencia y 3) no se hagan usos comerciales que impliquen rédito económico. Ante cual-quier duda sobre las condiciones de uso, dis-tribución o difusión de la obra escríbanos a hekhtlibros@gmail.com.
“No haber nacido supera todo; pero, una
vez aparecido, regresar allí de donde se haya venido es lo segundo” (Sófocles,
Edipo en Colono, 1224-1227). Se supone que esta es también la respuesta dada por Sileno al rey Midas cuando éste lo tenía prisionero
en el jardín de las rosas de sesenta pétalos para poder preguntarle sobre el bien más
alto (Heródoto, Historias, 8, 138; y Cicerón, Cuestiones tusculanas, 1,144).
JULIO ARAMAYO PERLA1
Lo informe opera una misma subversión, más radical. No adopta formas en sus
empresas de desestabilización, disolución o deconstrucción. Proveniente, en el
siguiente desarrollo, [...] de Georges Bataille, lo informe, por otra parte, tiene
que ver con la serialidad, porque él lo define en el “Diccionario crítico” aparecido en la revista Documents que dirigió en 1929-
1930. Ordenamiento “diccionárico”, debemos decir, que es desbaratado por el
texto mismo de los artículos y de su
elección. Cada una de las entradas participa de la empresa sistemática de rebelión e impugnación que es la obra de Bataille.
Comenzando por la razón lexicográfica, donde el lenguaje se convierte en el ángel
guardián del sentido, y a la inversa. La que asesta la estocada es la entrada
“informe” y citarla dará algunas aclaraciones sobre la índole y la ambición
de la presente obra: “Un diccionario comenzaría a partir del momento en que ya
no daría el sentido sino las tareas de las palabras. Así, informe no es solamente un
adjetivo que tiene tal sentido, sino un término que sirve para desclasificar, que
exige generalmente que algo tenga su forma. Lo que designa carece de todo tipo
de derechos y se hace aplastar en todas partes como una araña o un gusano. En
efecto, para que los académicos estén contentos, sería preciso que el universo
adopte una forma. La filosofía en su totalidad no tiene otro objeto: se trata de devolver una levita a lo que es, una levita
matemática. En cambio, afirmar que el universo no se parece a nada y no es más
que informe equivale a decir que el universo
es algo así como una araña o un escupitajo.” [...] Pero no hay que detenerse
tan sólo en la función escandalosa o provocativa: la amalgama de la
expectoración y el aracneísmo, en la misma incongruencia de ese acercamiento, subraya
que lo que aquí interesa a Bataille es la plasticidad centrífuga. Las patas de la araña,
los contornos del escupitajo: la cosa se extiende, se despliega, al punto de que el
centro pierde su centralidad. Descentramiento de lo informe sobre el
que viene a insistir Leiris, en la misma página del “Diccionario crítico”. “El escupitajo, en suma, por su
inconsistencia, sus contornos indefinidos, la imprecisión relativa de su color, su humedad, es el símbolo mismo de lo
informe, lo inverificable, lo no jerarquizado, escollo blando y pegajoso que hace caer, mejor que cualquier piedra, todas
las actitudes de quien se imagina al ser humano como algo.”
FRANÇOIS LAPLANTINE2
La inmensa culpa de lo informe. Eso
que no debiera ser tomado en tanto
ocultación, desde un sistema mental,
dado que es imposible confinarlo. Ni
asignarle cualidades. Ni restarle o aña-
dirle. Ni deja adónde golpear. Sólo el
castigo de facto de una moral, cualquier
moral, donde se ha condenado de an-
temano. A un ostracismo. A una fuga
de lo carnal, como si carne fuera lo que
no cabe en tanto informe. Se predice
—no en abstracto, ¿habrá que volver a
aclararlo?— que lo carente de forma
definitiva no sea ni arenal ni La Nada.
Ni siquiera se le presume algo parecido
a una destinación. No encuentra gajo
entre la mente. No hace nada como la
gente. Lo informe se confunde así con
lo amorfo. Se ve una carencia de forma
adonde se produce una resistencia per-
ceptual. Pero no es lo que, careciendo
de forma, podría llegar a tenerla. Sino
más bien lo que nunca tendrá una for-
ma. Ni siquiera el entrevero del deve-
nir. Ni el movimiento hiperveloz. Ni el
eje imaginario. Ni el esqueje de las ar-
gumentaciones. No va ni viene por vías
de lo pensable, sostenible, descifrable.
Tampoco lo contrario: no se tranquiliza
uno afirmando lo impensable, insoste-
nible, indescifrable y poniendo ahí el
no-huevo de lo informe.
Por otra parte, las rudimentarias herra-
mientas con que se cuenta para hilva-
nar en forma de fraseos acerca de lo in-
forme. Sobre todo las del escarceo, tor-
pe excursión de quien presiente pero se
encuentra en una situación complica-
da. Complicación, tiene que ver con la
pluralidad de caminos que se abren. Y
la insistencia de una atracción acéntri-
ca, ni un chisporroteo ni un rumor
exactamente. Tampoco un resplandor
allá en lo fijo lejos. Ni un extrañamien-
to que perplejice de continuo y entrañe
esencia. Lo informe no tiene esencia.
No tiene pulpa ni pepa. Ni es en esen-
cia. No produce cambios ni se deja al-
terar por las proyecciones. Esté donde
se encuentre, lo informe se fuga de
Apolo, pero tampoco hace completa
amistad con Dionisos. Se hace más que
presentimiento, escalofrío, diría, en la
tierra de nadie, donde las fronteras de
los territorios en oposición contrarres-
tan, delicada franja inestable, la presión
de ambos extremos. El extremismo bi-
nario cede, y a aquello a lo cual cede es,
precisamente, la violencia de lo infor-
me. Aunque sugiera esto movimiento,
la percatación es abisal, en el sentido de
que se corre el suelo. Se corren las di-
mensiones, ¿diez? ¿veinte? ¿ninguna?
¿una anudada? Se toca uno con lo in-
tocado, intocable. Lo informe es un
paria.
¿Sería cruel lo que no tendrá forma?
¿Ante quién: ante la perspicacia que
asume su frontera como si fuera una
cápsula envolvente y uterina? ¿Ante la
propagación del magma precaótico que
usurpa el lugar del percipiente y se di-
funde como espejeo, como si el espe-
jeo revelara en verdad algo intocable
por la muerte? Toda esa mentira del ab-
soluto ha franqueado las puertas y el
percipiente se atoró en gamas de suer-
te, en grados de karma, en fases de des-
tino. Se ha discurrido y discurseado
tanto respecto del Sujeto, la Era del Su-
jeto, el Fin del Sujeto (la muerte del au-
tor después, la del dios un poco antes)
que no queda elegancia para referirse ya
a la sola idea de un Dominio. Cautiva-
ble o cautivo, siempre será dominio
cualquier distanciamiento que ponga a
salvo a ese aparente ineludible que se
disfraza de uno mismo. Y juega a ser lo
que realmente es. Sin que pueda evitar-
lo. Y entonces la emoción de tal certi-
dumbre, la de ser, apenas, o simple-
mente, sin saber qué sea eso, más que
por ráfagas. Se las llamará sentido en
caso de fuga. Ya que si hay algo que se
fuga de continuo, eso es el sentido. Y
sin embargo hay persistencia suya en el
signo, en la preferencia espontánea, en
el arrastre demoledor del deseo, en el
deseo mismo consumándose, en la re-
novación de la búsqueda, en el parpa-
deo de todo acostumbramiento; el in-
tersticio, el hiato, el paréntesis desven-
trado y como estopa al aire. Al aire de
los intentos, siempre intentos por to-
car, por ser tocado, la fuerza viene del
contacto. Es en el contacto donde los
bordes buscan la fusión, o la repelen a
toda costa y bajo cualquier precio. In-
cluso el de la negación de aquello otro
que se ha polarizado, puesto enfrente,
más allá, al otro lado de la valla. Nega-
ción de tú que me niega. Contraeclipse:
lo informe se superpone consigo mis-
mo en cuanto la conciencia lo atisba,
cree toparlo. Si es informe es porque se
salta de consistencia o inconsistencia.
Decía precaótico de un magma. Sin
embargo magma alude aún a materia. Y
caos aún sugiere oposición a un orden.
Y no es del desorden lo informe. No es
de resultas de alguna oposición, divi-
soria, guerrilla de fronteras. Ni va por
lo expresivo, desde luego, porque no
hay enroque posible entre algo presio-
nado y su eclosión, afirmadora de la
presencia, como en determinados nive-
les de manifestación voluntaria que
hasta ayer nomás llamábamos arte. Y
esos niveles, de todos modos, siempre
desplazando su zona según intensida-
des, que son las de la entrega y la dona-
ción. Entonces. Lo informe no era an-
tes ni será después. No es lo diamanti-
no, fractal de la presencia, inagotable
manifestación o “cada vez más finita”
naturaleza. Pero es la carne la que lo re-
cibe. Diríase que la carne es el perci-
piente polipolar para lo informe. Pari-
dor de lo informe, como cuando la pre-
sencia se percata. Lo cual implica la
desdistancia. No sólo la asimilación, y
no sólo la identidad, y no sólo la causa
o el efecto de un gesto, de una postura
en la vida, de una acción guiada por la
determinación de su ahora o nunca.
No. Lo informe implica. La desdistan-
cia está a la vuelta de cada esquina, y
aun más acá de cualquier paseante.
Pero el paseante es el portador defini-
tivo de lo informe. Su andar no escu-
cha apenas el resto sonoro de su lastre,
la huella más o menos deletérea de su
paso o su pasaje entre los dedos lúbri-
cos de Cronos. Ucrónico deviene. Y si
es el que pasea, es quien anda por Uto-
pía. La carne tambor para el ritmoleaje,
hasta que penetra lo informe. ¿Pero es
la carne quien penetra, no era acaso la
penetrada? ¿O será lo informe lo pe-
netrante, lo abarcante y traspasante
simultáneos? Entonces. No. Lo infor-
me no explica. No rinde. No alienta el
Rasco la carca del caparazón en estra-
tos. La conciencia está atiborrada, y hay
un repliegue que interioriza el pánico
general, la falsa consistencia ahí donde
y cuando se oponga a alguna inconsis-
tencia (el viceversa es más arduo de
ver, pero también sería válido). Me in-
sume un esfuerzo enorme destrabar el
Muro, pero una vez embarcado en el
empuje, arrastrado ya por la corriente
de las evidencias de segundo y tercer
grado, evidencias más acá de las su-
puestas transparencias, del supuesto
emblema de lo transparente… La fuer-
za de atracción de lo informe no me-
rece ser confundida, tampoco, con el
vértigo (su componente base de miedo,
que siempre es una especie de pudor
animal o retraimiento del menino arcai-
co ante lo que se abre). El vértigo se da
ante los hechos, o ante la amenaza su-
puesta o la efectiva incidencia, aun su
sospecha o inferencia, en el plano fác-
tico (viendo en esto la posibilidad de
incluir a las emociones). En impresen-
cia de lo informe se detiene la razón, en
primer tiempo, y luego se van aflojando
las pretensiones de dominio, hasta que
sólo la desnudez, que parecía imposi-
ble, constituye toda la vibración. La
desnudez está mucho más acá de las
sensibles emanaciones de la intuición,
que puede alcanzar otros mundos in-
cluso fuera de éste pero se vuelve a
quedar corta ante el escalofrío. Puede
ser de goce frenético, o de carcajada, o
de impavidez, o de trance, o de tránsito
al otro lado, pero ya el involucramiento
despeja la distancia. La mayor lejanía se
hace carne. Incluso ella. Nada queda
fuera, ni un fuera de sí, ni un desafuero,
todo se reúne en un solo punto (¿el
punto gris que obsedía a Klee?) que no
concierne ya, ni concede, a la causa an-
tropocéntrica. Que es una causa perdi-
da, ya lo demuestra la crítica poderosa
del planeta. Crítica que el planeta nos
hace, o le hace más bien a una civiliza-
ción, por ende a una abstracción que se
ha creído la cumbre de una cordillera
completa de supersticiones. Y la princi-
pal superstición anida en el acorta-
miento perceptual, precisamente. Y
esta reducción de lo sensible, de lo sen-
sitivo, es reducción totalitaria como lo
es la idea misma de civilización, su ro-
ñosa imposición sobre las otras percep-
ciones (del tiempo, del trabajo, del
ocio, de la expresión, de la inteligencia,
de la practicidad, de los valores mate-
riales, del movimiento corporal, de la
vestimenta, de los sexos, del sexo, de la
muerte, de la crianza, del alimento, de
la medicina, de la enfermedad, más lar-
go etc.). Lo informe sobrepasa la esca-
sez o la abundancia. Lo informe no se
puede registrar. Lo informe casi no
existe. Pero existe. O mejor dicho, no
se fija como existencia sino como un
insistir. Calorfrío.
Hay que conceder en todo esto que la
cesación, el passing away según los an-
glohablantes, no puede no ejercer influ-
jo. La parca guarda un estuche centrí-
fugo con los milagros fosforescentes de
un itinerario. En esa desacumulación
que se inerva, o se invagina, o se auto-
absorbe, puede apenas imaginarse a un
homúnculo microscópico que se devo-
ra a sí mismo. ¡Y digiere bien! Y sabe
cómo vomitarse en el momento justo.
Y por su oquedad dimana su abulta-
miento. Y por su bulto entra su buraco.
El vacío inmortal le concede una danza
al paseante y éste no puede sino reti-
rarse a las grandes aguas, al limbo mas-
ticador de la evidencia. Hay que soltar-
se. Para lo cual hay que soltar. La garra
del recién nacido resiste, su voluntad es
la de un aferramiento. Pero cuando la
conciencia, dando una serie de torsio-
nes no siempre deseadas, ni siquiera
concientes (valga el lapsus), toca de lle-
no con lo informe, ya no hay aferrarse.
Y no hay porque no hay de qué. A qué
se desarrolla la garrita una vez el so-
porte se retira. Y es definitivo. Y aun-
que luego la vida ordinaria recupere ca-
tegorías aparentes. Y aun cuando el
embate haya sido tan poderoso que
para subsistir, la idea de continuidad
oculte, tape con todo tipo de barro, lo
desencadenado ahí. Lo informe sin em-
bargo no es el morir, quizá sea lo que
ya no tiene siquiera un protagonista. Y
dónde se manifiesta el protagonista por
entero si no es en el momento de su
pasar de acá y de ahora. Y cuántos en-
sayos, a veces mediante el estímulo y a
veces sin mediar ninguna intención,
que de la muerte se van haciendo a me-
dida que el tiempo decrece. Porque el
tiempo se va achicando, es un pozo
cuya conexión profunda con el estrato
sólo puede acrecentar el retiramiento a
lo definitivo, a la casilla sacada de ese
abrevar en lo cada vez más breve. Has-
ta que al fin sólo quede la desnudez,
cuánta curva y cuánta línea recta. Pero
es ello la belleza del camino. Y en la be-
lleza aflora, hervor, la sacudida de lo in-
forme. Y entonces hay ese calorfrío
que a la vez anuda lo fervoroso, lo fer-
viente. Una quemazón como del hielo
más asentado. Y la mano del paseante,
paciente, pasa, apenas, con su espacio
que se va desocupando.
Pero si es informe es porque no sabe ya
qué es el hambre. Ni la santidad. Ni lo
perverso. Ni qué es un viejo o un niño
o una mujer o un hombre. O un animal
o un virus. O una palabra o un aullido
o un jadeo o un tajo. Y si lo informe no
se puede determinar, ¿por qué su nom-
bre, por qué su insistencia, por qué su
determinación en otro andarivel? ¿Por
qué lo informe nos reclama, de pronto,
en cualquier instancia, y con la inmedia-
tez anterior al pensamiento nos avisa
en todo el cuerpo de su habitarnos?
Arrastre de su habitarnos o devastar-
nos o hacernos carne para la precisión,
para la presencia. Lo informe alumbra
por dentro. Y en la caverna de nosotros
mismos, donde se es lo que se es, sa-
cude hasta el más íntimo cimiento y
hay cesación y no hay distancia. Pero
decir habitarnos parece señalar una en-
tidad y hasta el deseo de esa entidad
por cumplir su rol en el habitáculo de
la forma. Cuando se ha soltado todo
recinto y ya no son palabras ni imáge-
nes lo que ajusta el cinto intangible.
Pero perceptible: tocar lo informe
como quien rodea a su fantasma o a su
futuro o a su primer abuelo. Tocar lo
informe porque eso toca. Lo informe
cosquillea. Despierta a la carne en el
cuerpo económico y civil. La servi-
dumbre huye aterrada cuando la hueste
amembre de lo informe inaparece. La
guardia envejece mirando desde las cá-
maras de la perplejidad cómo de pron-
to todo es un parpadeo y su vislumbre.
Son armeros y flechadores hipnotiza-
dos por la instancia de inmanencia que
juega con sus mareos, sus incitaciones,
su flujo instantáneo y voraz. Y más que
eso. Lo informe arma y desarma a los
dioses, son sus soldaditos en una espi-
ral de disolvenciaparición. Nada es me-
jor ni peor que lo informe. Atenta con-
tra el estado y contra el no estado. Has-
ta los maestros de lo informe, perdidos
de la forma, han legado, por ahí, que
hay un costurón insuturable en todo
esto. Y con “todo esto” remitimos al
olvido en flor. Y a este espadear entre
conciencias, entre discursos, entre mi-
radas. Y al deseo que subyace y que
subyuga y se lleva las astillas a su árbol
que se disipa a medida que crece crece.
Y el árbol nos devora y como un símil
del sistema nervioso se mueve entre los
filtros de toda suerte y devuelve cada
figura a su hueco, a su molde, a la ple-
nitud de su ausencia. Es tan compacta y
profunda. Es tanta. Es la esperanza que
ante toda evidencia no se cumple pero
recomienza.
Hay una llaga pero ella no es. Tampoco
el dolor que da su pauta. Ni el espasmo
del descontinente. Lo informe irradia lo
que no se atrapa. Lo que no se pacta.
La música detrás de la música y la voz
en la voz. Y la voz en la voz en la voz.
Y la carne musical del devorado. Y la
baba mágica de la devoración donde se
implica, con todo, que el percipiente o
el paseante son el mismo pero en tiem-
pos desiguales. Pues el percipiente par-
te de haber sido tocado y el paseante
avanza con el tocar. Las instancias no
comparecen a unívoco prestigio. Sólo
alínean modulaciones de una secuencia
más elástica. El dolor imprime su pun-
zadura pero no somete a la carne, sólo
puede concentracionar al cuerpo del
portador de la sensibilidad. Pero no se
domeña la sensibilidad, mucho menos
si viaja. Y viaja aquella que no se rige
por la fijeza de domicilio de su dolor o
su goce o su intuición. Por lo que nin-
guna herida o cicatriz encierran a lo in-
forme ni le guardan vínculo estático. Ni
son reservorios, como lo informe.
Gran reserva. Además de la diversidad,
que está en la zona de la forma, nos
cabe y compete el móvil de lo indiviso,
que es lo informe abarcante. Se miente
el que afirma que el movimiento no re-
quiere de un móvil —como decir que
el viento no necesita del árbol o el pen-
samiento de la carne. Y es en el móvil
donde se cumple la fuerza de lo infor-
me, fuerza que se da como movimien-
to para un móvil. Para que el móvil sea.
Justamente. Y ya se trate del dolor o
cualquier otro, el móvil acicatea aun
más allá, si se lo quiere seguir en su lla-
mamiento encendido, y lo que bordea
es la posibilidad de un plano de exis-
tencia, o de presencia, más bien, pleni-
ficado por lo informe. Ya asignarle
nombres, por excelsos que sean, sería
determinarle una punta por la cual
La inmensa pena de lo informe. La cra-
sa lasitud de esa lástima que ya no en-
cuentra dónde anidar. Y se dispersa.
Son estallidos de la más alta insignifi-
cancia. Y a la vez la constatación intui-
tiva de que los bordes perceptuales no
obedecen al comando. Todo el entre-
namiento social, la iniciación obligato-
ria del percipiente en ciudadano civil y
en sujeto económico, son una nadería
peligrosísima ante la sola mención de lo
que nunca tendrá forma. Nunca será
una forma. Ni muchas reemplazándose,
conviviendo de a tramos, negándose
entre sí o realzando el contraste de las
existencias separadas. Pues es la forma
la primera y definitiva distancia que lle-
va al percipiente a un enclaustramiento
del que sólo una hecatombe podría
arrancarlo. Lo informe es esa amena-
zante inminencia, catástrofe a punto, la
partícula inconmensurable de acecho
que pone las cosas en su no-lugar. Si la
sola conciencia se preparase para el em-
bate total de lo informe, manaría el hu-
mano primordial, el más humilde y an-
tiguo. Más antiguo el que aún no nació.
Hay una distancia que se acorta al ex-
tremo en la pulsación del nacimiento,
durante el oleaje del parto, adonde el
naciente todavía no es recién nacido.
Adonde un olor marítimo proviene con
el mismo flujo que trae al que está na-
ciendo. Luego el otro angostamiento:
ese instante sin nombre por el que la
cesación corporal impele a atravesar los
anillos del olvido. Donde se borra el
percipiente y cunde la impercepción.
Cuando menos alineado el fraseo desde
este lado del diorama, todavía, y en ple-
na vislumbre apenas masticada. Tan es
así que su rigor dispone a algo mucho
más abierto e indefinido que la misma
inmensidad o el infinito representable.
La ausencia de representación, de figu-
ración, también lo es de la persona, del
recorte cuyos bordes son centrífuga-
mente sobrepasados. Toda la alteración
del devenir circula entre esos dos an-
gostamientos. Nada nuevo en decirlo.
Y sin embargo la propagación del por-
venir mantiene alta la providencia, la
provisión de coraje necesario como
para dejar que lo indefinible prevalezca.
De alguna manera quien ha nacido sabe
y no sabe, mientras que lo innacido lo
absorbe con instancia omniabarcante.
Saberse desmentido: en ello consiste, a
fin de cuentas, la sabiduría posible.
Luego…
Y si hay una tristeza, ella sí “enferme-
dad”, es porque la realidad civil ha de-
venido castigo tantálico de lo sedenta-
rio. Cuando no de lo servil. Los pode-
res no reflejan sino la corrupción al se-
no de los ideales que los forjaron ya
como necesidad de regulación en los
intercambios. Y esa la triste solidez. Y
la ley por encima del caso. Y por enci-
ma del acto, del valor o la invalidez en
sí de cada acto. Como si el contexto no
pudiera ser sin consenso. Como si con-
sensuar la experiencia alcanzara y frena-
se como una represa el embate de la
borradura. Lo informe no tiene cómo
aparecer; por eso su corrosividad, su vi-
videz deletérea. Donde la tristeza es un
anhelo, o el resto de un anhelo, de con-
sistencia a partir del asentamiento en
algún tipo de dominio.
El encierro del ser civil en sus domi-
nios siempre será uno de los grandes
misterios de la experiencia humana, ya
más que misteriosa de por sí. Es per-
turbador detenerse a observar cómo la
mayoría de los civilizados han perdido
a la vez intimidad consigo mismos y ca-
pacidad de conmoción ante el otro.
Van de la mano ambas lastimaduras. Es
triste entonces constatar que esa per-
turbación proviene de la servidumbre
voluntaria, en este caso manifiesta
como sometimiento a una coreografía
de los gestos, de las palabras, de las ac-
titudes, de las supuestas ideas. El terror
a la expulsión del seno social ha sido
tan machacado, desde el momento en
que se es un recién nacido (primero las
huellas digitales del pie como primer
dispositivo de control del estado sobre
el individuo), que casi nadie se atreve,
pareciera, a reconocer el influjo y la
atracción, inclusive, de lo informe. Sólo
en ciertas formas expresivas se da la pa-
radojal insurgencia de lo informe. No a
través de aquéllas sino en ellas. En la
carnalidad o encarnación que ellas
constituyen. Y es así porque convo-
can. Y convocan porque son, así como
las imágenes dan su parte de invisible.
O los sonidos son en el seno insono-
ro. O el móvil en la percatación del
movimiento. Donde la dualidad o la
unidad se reducen a términos inter-
cambiables. Tal como lo singular y lo
plural se realizan en transfusión, en
abandono de las partes extremadas, de
las situaciones encasilladas. Lo informe,
evidentemente, saca de las casillas. Y
eso asusta. Y eso envuelve a la con-
ciencia y la sobrepasa. Y la conciencia
no soporta demasiada incertidumbre.
Nadie podría por esto confirmar que lo
informe sea. Sólo la tolerancia ante lo
inconfirmable permite andar perci-
biendo en las formas lo fulminante in-
forme. Y esa convivencia, además, no
puede ser continua, ya que no hay
cómo establecer un estado de incerteza,
disipadora ésta de cualquier construc-
ción que se pretenda definitoria. Y ya
se ve otra vez la desnudez. Es una in-
tensidad y un modo de esa intensidad y
una modulación en ese modo. Es más
que una intención. Posesión apenas del
sentimiento de ese embate. De esa
absorción de la experiencia en su re-
verso del reverso. Persistencia de ese
indecible.
Lo informe en tanto hiperinstancia
envolvente de la forma y la no-forma.
Es decir, que es vasta absorción reser-
vada a la desaparición de la persona.
Bien podría ser un emblema de lo in-
forme. Lo informe como una insisten-
cia que sólo algo en el sistema nervioso
capta pero de lo que no puede dar
cuenta ni relación. Pero ¿entonces lo
informe haciendo las veces de un límite
global, de una curvatura inextensa ca-
paz de abarcar toda extensión? ¿Toda
mensura y toda mensurabilidad? Quizá
en un solo, ínfimo punto de insignifi-
cancia se concentre la máxima abertura.
Y si equiparamos en un punto de inter-
sectas lo informe con lo abierto, debe
ser porque en toda abertura se da el
arrebato insistente de esa instancia in-
advertida pero cabal. No ya en el inicio
de una transformación, sino en el hiato
entre la conciencia y lo que ésta no
alcanza.
Pero no es lo que repara la deformidad.
Ni lo que sujeta a una no-forma pre-
concebida en contraste con la contun-
dencia devastadora de la mutación. Lo
informe en cuanto realidad irreductible
a un Real. Ese ¿? que siempre está en la
nuca. No coto. O en lo irresistible de
esa incógnita. Pues a ese arrastre abisal
lo llamaríamos factor de vértigo. Pero
lo informe sería la transparencia en el
abismo, no su constatación. El vértigo
retiene su partícula pánica, en el arreci-
fe de los signos que se desplazan. En el
desespejeo. Que es casi una desespera-
ción. Y un pavor por dentro de los rit-
mos. Donde se cuece informe lo que
no obstante desafía toda razón y arras-
tra. Por eso al demonio se lo pinta
siempre un punto más simpático aun
que al mismo Mal, o su horror. Casi
horror vacui en torno al abismo axial que
es una fuga de la cláusula. Por eso al
oso de los desfiles binarios se lo ata a
una cadena y no se diferencia en nada
de otro preso, de un canario, de un em-
pleado público, de un propietario afe-
rrado a su propiedad. Así sea la impre-
cisa voluntad de posesión. Así sea el
aferramiento en sí y en tanto propicia-
torio de la mueca que salve, un segun-
do, un segundo más. Como si la pro-
longación del suplicio, suplicio de no
salir nunca del círculo magnetizado por
la trenza mecánica, tenaz del encadena-
miento, de la continuidad, del allanarse
los deseos en voluntades. Por eso el jo-
robado, el ciego, el leproso, el paria, in-
cluso el paria voluntario, el tiznado,
incluso el crucificado y la herramienta
de la tortura en sí, despertada en sí para
prolongar, estirar hasta el apocamiento,
hasta la sutura imposible, hasta la llaga
votiva a la cual recurrir para seguir pi-
diendo. Implora a cada instante la ca-
beza desgajada de su corazón. El se-
gundo va por ahí y se cree mendigo
(mendigo de pasos grabó el Oquendo)
mientras la anterior funda naciones, es-
tablece pautas de comportamiento,
estatuye y destruye como un dios vita-
licio que no encuentra remedio para su
pena insobornable. Por más que bus-
que. Porque es el dios que busca. Es el
que se sale y se vuelve a salir, sin rever-
so ni anverso divisibles. Se lo puede re-
presentar de mil maneras pero él, que
no es él ni ella ni ello ni yo ni ya ni
siempre ni ahora ni nunca ni pienso ni
escucho ni entiendo ni escribo real-
mente, él es informal. Pero acá hay una
cueva a escudriñar: ¿un mal que infor-
ma, o que está en forma o es la forma?
Ninfa es la forma: luego lagarta: luego
pupa: luego crisálida: luego lupa: luego
luego luego lechuza que fija los ojos
con la cabeza girada y se hace estampi-
da de comedores de mariposa. Lo in-
forme no es la deformación de esa mu-
tante sino lo que ya no separa la mari-
posa de adentro con la ninfa de afuera.
Los gestos, en todo caso, serán fases de
ese arrastre primordial que dessujeta.
Por eso estoy aquí aunque no me veas.
Por eso pinto aquí la brea fea rea. La
mancha suspicaz de la justicia lírica, la
ética de lo que no sostiene forma. Pero
entonces noética, apenas la ventura de
Noé rodeado por las hablas en jauría.
Aurora borealis. Alas impares de ese án-
gel que se confunde, atareado en la ero-
sión de los contactos. Una constatada
intuición tras el fuego de Bengala que
sólo sabe implosionar. Por eso la caren-
cia de lo definitivo, o tal vez la defini-
toria cadencia de lo que no se puede
perder. Pues carecer carece de adónde.
Y de cuándo. Y, sobre todo, apunta a la
nuca del Quién. Quién vive, parece
preguntar. Y repregunta. Y no es el
cuestionario de rigor, el formulario que
se rellena para perpetuación del código.
Ahí en el código donde se fijan lo irre-
parable y lo prójimo. Por eso te doy
esta projimidad, paradoxal, por eso
avanzo sin escatimar entre estos escar-
pes y delicias saturnales, mercuriales,
fogoneras en cáliz de los avances en-
contrados. Ni el desencuentro atroz
que labra los epitafios publicitarios, las
consignas, los guiños de fábrica y mar-
ca, ni el chisporroteo de medias ideas,
cuerpos prestados, obsedidos y dados a
la devastación. Ya no es un problema
planetario, como se pretende, sino un
enhebramiento que aún espera. Una ila-
ción que no se confunda con la hilacha
que apenas conduce, apenas produce.
Porque no escribo esto sino que esto
me vuela el acápite y el emplume. Soy
un animal que ha perdido su especie en
una catástrofe en paréntesis. Y sé que
el paréntesis cierra la emoción posible
en una gama de grises en suspensión. Y
aquí se juega la imposible imagen de lo
informe. Aquí: ahí. Acento más agudo
no recuerdo hoy. Asunto que aguza y
azuza con el milagro expoliador de bul-
bos y futuros en flor. Milagro carnal
ante los atravesamientos imperceptibles
de tan inasibles. Por eso estoy ahí en lo
que no me ves. En lo que no me veas
canta un rayo. Veleta veleidad. Fruta
que se prohíbe cada vez que creas atra-
parla más allá de lo que hagan tus dien-
tes. Tu estómago, tus intestinos y tu
ano. Tu corazón dógon en una salpica-
dura en la pared. Es tan enigmática
como aquello que no te nombra ni te
cierne. Pero ser tan ciertos no nos
abruma tanto cuanto esa inminencia
desde dentro del código y del dibujo
espejeo. Si eras o no un ángel, vida mía,
quién sabría, quién sabría.
La bruma. El resplandor. El pajarístico
de Xuan Luis. Saluda fantasma de mis pa-
sos.3 Esta muralla china que suplicia con
su interminable cola de lagarta exhaus-
ta. Harto de tantos rostros, me he re-
cluido un momento en esta vera. Pero
ya no soy clandestino en la hilera de
humanos, sino apenas un evasor del
clan, llevado de la mano de la estesia
orbital, de los empalmes interdolientes,
reverberancia de la incógnita en este
punto centrífugo. La casa de Westpha-
len en Barranco, había unas esculturas
cruzándole el rostro esa tarde. Era ne-
blina que ascendía y pasaba. Exudar
como en contraexorcismo, por natura-
leza del propio devenir, unos códices
sarrosos de insignificancia. Unos lam-
pos por donde el puente de la confian-
za sabrá volver. Gato en la noctívaga
faz del apetito, desde donde lanzo unas
flechas en miniatura dirigidas en verdad
contra el olvido. Aunque todo dé pér-
dida. Alumbra Juana de Arco es la ho-
guera. Y la alegría misma, alegría que se
da en la forma, que es alegría de ser
forma, y forma de ser, por momentos,
siempre furtivo donde la alegría se da.
Y no es un efecto de irrisión, ni algo
irrisorio como una pátina fingidora de
profundidad. La alegría es lo informe
que viene sin avisar. Y se lleva el casco
y el escudo. Y la conciencia más eleva-
da es asimismo una paciencia. Un apa-
centar. Un rumiar. Luminar. Arco vol-
taico iris de Noé mirado por esas pupi-
las irracionales. Por esa inhumanidad.
Como si lo no humano estuviera sólo
para la forma, al menos aquella forma
captada por lo humano. Como si lo no
humano no fuera sino la forma de una
idea, animada, inanimada, visible, invi-
sible, etcétera. Y no obstante lo no hu-
mano, inhumano, aterrador, sacro, in-
nominable, abarcante, absorbedor de
nuestro salto mortal ahí donde vaya a
ocurrir, si ocurre, si sucede, si sacude, si
acude, si no escuda, si no escucha ni
desescucha, tacta o peligra o alarga o
retira. Y no obsta esa involuntad, esa
inherencia inadherente. Como si lo hu-
mano parafraseara otra cosa que lo que
ya es más allá de sus rutinas de apre-
ciación o ignorancia. Y los grados di-
versos que allí median como otro puen-
te que se puede cruzar en los micro-
segundos que lleva una emoción cual-
quiera a su erizamiento. Fugaz y resur-
gente para la mezcla, siendo la mezcla
quizá el último continuo captable antes
de la profusión. Que no nace si se hace.
Ni se guarda para la isla desierta. Ni lle-
ga en la botella. O sí. O se renueva ahí
en el salto mortal. Más por mortal que
por salto. Más que mortal o inmortal.
Más que binario. Más que más o que
menos. Más que palabramenos. Pero
mucho menos que pajarístico. Por eso
digo.
Pero no se crea que lo informe es el
hilo inofensivo de este sigilo ex nihilo.
Moho que respiro aunque sea el olvido.
Ni se adjudique a lo informe ese gra-
diente de lo giratorio, rotativo, tonal, ni
se le plante un carcomido lujo de bos-
tezos. Nunca uno podría estar aburri-
do en el laberinto. Hay celdas y celdas
por roer. Sobre todo las más inconsis-
tentes o de apariencia más penetrable.
El anhelo del encierro es liberar una
sustancia. Convertirse en la sustancia
indivisa de su estación. El encierro sería
todavía una demora en la identidad for-
mada, esa insistencia por retenerse en,
precisamente un “todavía”. De ahí que
lo informe no corresponda a ninguna
de nuestras éticas, las más humanistas
por antropocéntricas las más equívocas
de entre todas ellas. Y es otra es otra
cosa es otra cosa. Y siempre estar entre
y con las plantas del desencaminar. Se
hace sola esta indivisión. Lo incoloro
abarcante de las gamadas. Lo insonda-
ble envolvente hasta de lo desenvuelto.
Lo libre poderoso rociando las confi-
dencias de cualquier condición con una
pobreza más acá de lo voluntario o lo
involuntario. Un despojamiento. Pero
dicho esto hay que regresar a la incon-
ducencia de todas y sobre todo estas
palabras. Esto no llevará a nada. O muy
lejos. Y lejos además no está lo dife-
rente. La variación del ser individual ya
está girando para articular la gama en-
tera, incluyendo lo inerte y lo incog-
noscible. Y mucho más ante el golpe-
teo de la noticia, del problema real y del
problema fantasmal. Mucho más si son
los golpes los que tocan como el mis-
mo diablo de Muerte sin fin que sabe lla-
mar con esa contundencia de son tro-
vero.4 Y la leveza de la articulación es
otro caso de nota en cuanto se arrima
uno a la posibilidad de lo informe sin
embargo expresado en su inminencia.
En su exigencia, también. Y en su
persistencia, por más que arrime, inso-
bornable. Nada son los poderes todos
conjuntados ante la articulación de ese
misterio. De cualquier misterio. El de
tú y el de yo. El encierro libera sustan-
cia y ya no sabe fundar. Sustancia que
es lo abierto de lo informe sin ardides
ardiendo.
Sin promesas al viento. Viene la vi, vie-
ne la vid, viene la vida. Por eso no se
crea en lo que digo sino en lo que no
digo. Héla allí. La majestad informe. La
certeza de su no retorno (ni partida).
Inmanencia, en todo caso, en la pro-
vocación del destino, pero para que sal-
ga del escondrijo lo que de todas mane-
ras no será atrapado. Ni siquiera te da-
rás cuenta. De alguna manera eras y no
eras. No hay manera de confiscar ni es-
camotear ni secuestrar lo informe.
Quien capture será cautivo de su domi-
nar. Es esa la lección insoportable de lo
que el planeta dice a tempestades,
“hoy”. Y esta inconsciencia responsa-
ble de arrimar palabras a ver qué pasa
con la frase, con la textura, con la re-
sonancia, con la asociación. Y la pro-
vocación de todos los estados interme-
dios, es decir fugaces en su arrogarse
potestad. Anfibio, hermafrodita, auto-
antropófago, intermedial.
Pero estoy en la morosa ondulación de
un detenimiento. Me configuro conti-
guo a lo que podría llamarse “mi” iden-
tidad. Pero el sentido pseudosensitivo
de posesión ahí ya no podría ser más
patético. La sola resonancia de la supo-
sición (ser alguien) modula una reac-
ción en desencadena. Reacción al inte-
rior de los conductos nerviosos, prin-
cipalmente. Una especie de picnic auto-
caníbal. Las posibles conductas del sen-
tido cobran una intensidad entrañada.
Fulgura todo lo que no se inventaría. Y
hay un arrastre, al cerrar los ojos si se
intenta entonces abrir aun más la mi-ra-
da. La capacidad de absorción en ese
arrastre puede durar lo que una chispa.
Sólo entonces la conciencia es, no el
desdoblamiento sino la propagación de
lo que se percata en lo que se percata.
Está complicado decirlo. Y la falta de
razonabilidad no puede dejar de meter
sus pezuñas cabras. Pero estoy en la
grave y peluda situación de abordar la
destitución, el traspapel.
Por eso este envío a los puntos cardi-
nales suspensivos. Un cierto nivel de lo
binario acude a socorrer una entidad
desesperada. Pero es un flotador, quizá
una balsa; no más. Morder los sólidos
no es avanzar mucho que se diga en
cuanto a la posibilidad de un ser más
leve, o menos abstruso en la noción,
ella misma furtiva, de solidez. Todo
conspira para derrocar. Todo confluye
en la erosión. Gran niveladora, que
opera por eterno desnivel. Lo irregular
es su reino de los derrocamientos irre-
vocables. Pero es sólo el anuncio de lo
informe, nunca su manifestación. ¿Pero
cómo es que algo pueda no ser mani-
festado, sino apenas inferido, intuido,
sospechado, adivinado, soñado? ¿To-
das las intangibilidades acuden al míni-
mo gesto de convocarlo? ¿Y quién,
amigos míos, convoca en verdad alguna
cosa exterior a su alcance? ¿O acaso el
alcance no es el extrarradio aurático
donde se extiende todavía en vínculo
orgánico? ¿Pero y cuando cesa lo orgá-
nico comprehensible, y no obstante se
percibe por vías indirectas o diagonales
la contundencia de otro orden, no co-
hesivo o aglutinador ni expansivo o im-
perial? ¿Y dónde, en un tal descontex-
to, lo que llamamos intercambio social
o relaciones humanas o vínculos del
afecto o producción o capital o linaje o
generación? ¿Qué nos queda a los par-
lantes vivientes en semejante no-ámbi-
to en el cual todo término cede sus pre-
rrogativas y su detentación?
¿Pero es eso posible? ¿O es posible
acaso seguir preguntándoselo a las pie-
dras del camino irregular e inesperado
por donde a veces se da el evento, el
milagro, la participación? ¿A quién pre-
guntar cuando la interioridad aguzada,
no importa ya debido a qué estímulo o
seguidilla de estímulos (y no importa
desde el momento en que se entra vo-
luntariamente en tratos con lo no cau-
sal), es ella misma la declaración, el ma-
nifiesto aun si imperceptible, el escán-
dalo, la catástrofe, el acontecimiento? Ir
respirando por ahí y habitar eso sinuo-
so. Percibirse en cuanto a la percata-
ción en sí, que no obedece el dictamen
de la continuidad. Ni siquiera en una
secuencia de raptos. Ni en la progra-
mación de lo discontinuo. Ni en la rup-
tura en cuanto programa. Ni en la pro-
clama. Percibirse en la percatación en
menos de lo que canta. Apenas canta o
se deja llevar por el encanto de cosas,
seres, presencias. Las entidades bien
pueden ser informales. No por ello me-
nos consistentes. Pero la consistencia
no es sólo sólida. De hecho hay modos
de la inconsistencia con los que se
construyen imperios. La crueldad siste-
matizada es el régimen de lo inconsis-
tente puesto a machacar su vuelta y
vuelta. Es la imbecilidad pero no la
idiotez del que carece de un idioma. Es
el idioma de la ley por sobre las utili-
dades elásticas de la ley según la ins-
tancia de los intercambios. ¿Pero y
cuando no hay a quién preguntar? ¿Se-
guir preguntando? Por eso no puede
haber un estado de pregunta, según leí
que decía alguien acerca del poeta, ése
que viviría “en continuo estado de pre-
gunta”. No puede haber un detentador
de la pregunta así como no hay un es-
tado de pregunta. Los estados se cons-
tituyen de respuestas. Las respuestas no
se interesan por las preguntas sino
como un espejo que las devuelva a
ellas. Las respuestas se miran embele-
sadas en lo que las preguntas parecen
sostener ante ellas. Las preguntas son
pocas, aunque parezcan muchas. Las
respuestas son muchas, aunque parez-
can la misma. Lo informe devora res-
puestas y vomita preguntas.
En esa busca de un idioma diorama,
fracasó el esperanto pero no el globo.
Babel es la Frontera. La presión del
porvenir puede llegar a grados inso-
portables. Pero se trata de impostura.
Falsos brillantes las preguntas.
Se da una suerte de obscenidad sagrada
en cuanto surge la sospecha de lo in-
forme. Obscenidad en el sentido de
una abrupta violencia, que desencaja la
conformación preliminar, el estatuto, la
fundamentación incluso. Y sagrada
porque esa sola sospecha, que no se re-
tiene en logos, ni se fuerza en techné,
pone al sintiente a disposición de las
fuerzas de arrastre. El magma bien po-
dría asimilársele, si lo informe no fuera
mucho más perturbador: ni siquiera
amenaza de destrucción (como en la
lava volcánica) ni mera sombra amena-
zante (como en el pánico indiscrimi-na-
do). Somos obscenos payasos de los
dioses, ellos también forma pero a la
vez informes, protoluz antes de su con-
traste con la sombra. La sombra es es-
clava de la luz, la luz la retiene en sus
reductos minuciosos. Pero todo es un
juego diurno, luego la noche desplaza
otros encantos o terrores. Danzamos
cuando ciegamente al borde.
Un ostracismo de ocultamiento, un
confinar expectativas en pos de un ase-
cho que se desajustó, rindió sus señales
de resistencia a alguna forma cierta de
esclavitud. La servidumbre voluntaria y
su rendición de cuentas, su pasaje de
regreso, su alambre electrizado, su nú-
mero carnal de identidad. Arranco el
cartel que me protegía. Al descubierto
el esquema sinuoso de una rabia, una
ráfaga en la tenaza con su chispa. Ha-
blar no es demasiado, pero es demasía
lo que desborda lo que es hablado. Ca-
parazón. Una uña que rasca. El gastado
borde del cordón. La cuña violenta con
que sustentan los esclavos voluntarios
su reino de las siete diferencias hechas
puré.
Puré de mitos, hay que comer de lo
desdentado. Hay que rabiar a más por
una pérdida o contra ello, contra el
portón de vigilancia adonde una carita
hace las veces de numen y es una selva
lo que se oculta detrás de la manga.
Detrás del ganado, perdido, hay que
tragarse la apocalíptica farsa y rascar
esa película de miedo. La pureza del
miedo no alcanza para apocarme. Es-
toy alzado. Ni espartacos ni golf de las
tres mitades. El cordón umbilical de la
estrella que parpadea y se pinta en la
distancia y se desacumula y esgrime ra-
zones de pronto saltadas como una laca
en la prisión de voces. Pasan kilos de
kilómetros de mitos ante el claroscuro
del perplejo. Si detiene el manto corre-
dizo, si intenta darle freno a esa co-
rriente, se atasca en los peñascos, es
arrojado al pozo circular que llega a los
estratos de fuego. Lo muerden los sigi-
los. Nunca fue. Pero si entrega el pulso
a esa desocultación perpetua, la vesti-
dura de pronto es alimento y la excre-
cencia inicia el revuelo, sacude adonde
nadie acudirá, sin ayuda, sin castigo ni
premio, sin horizonte ni vertical. Sólo
el pulso. Pulsar.
He ahí, por fin, una médula antes que
una forma, y una esencia antes que una
médula. Me perdone Ezra. Remitir al
ritmo del primor como un contraen-
cantamiento, para absorberse en el ins-
tante sin allí ni, por supuesto, más allá
de un acá demasiado encontrado, de-
masiado satisfecho con lo supuesta-
mente encontrado. Seguir el curso de
esta carencia de discurso en un sin em-
bargo transcurrir, por la línea cambian-
te del tempo, aural y reunidor de los cua-
tro cartílagos de la esencia: aire que
bombea, tierra que encarna, agua que
circula, fuego que anima. Entonces el
pulso reserva una inmensidad que si es,
es porque no se mide ni se circunscri-
be. Me puedo desdecir tantas veces sea
necesario, pues el hecho es del dulce
borramiento. Ni la circunstancia ni el
relato de los hechos pueden contra ello:
oleaje involuntario, ritmo en esencia
que nadie solicitó. Ni los dioses pueden
concebir algo semejante a la instantá-
nea coincidencia en el propio pulso.
Porque aquello que de sí se aventura en
el pleno/vacío de ese ritmo sin tiempo,
ya desindaga, ya está en la entrega que,
se diría, lo constituye. O más bien su
NOTAS
1 Julio Aramayo, introducción a su versión de
Hiperión o El eremita en Grecia de Friedrich Höl-
derlin, Colección El Manantial Oculto, 60, Pon-
tificia Universidad Católica, Lima, Perú, 2007.
2 François Laplantine y Alexis Nouss, Mestizajes.
De Arcimboldo a zombi; Fondo de Cultura Eco-
nómica, Buenos Aires, traducción de Víctor
Goldstein.
3 César Moro dixit.
4 Muerte sin fin, libro-poema de José Gorostiza.
Colofón
Este libro se imprimió y encuadernó en la primavera de 2012 en las oficinas de Funesiana
y la Superabundans haut hizo las tapas en su mítica imprenta.