Ayala Francisco La Cabeza Del Cordero

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  • 7/29/2019 Ayala Francisco La Cabeza Del Cordero

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    FRANCISCOAYALA

    La cabezaLa cabezadel corderodel cordero

    Ctedra, Madrid, 1989

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    Proemio ......................................................................................................................................................... .3El mensaje ..................................................................................................................................................... .9El Tajo ...................................................................................................................................................... ....25

    I............................................................................................................................................................... 25II ............................................................................................................................................................. .26III .............................................................................................................................................................31

    IV .............................................................................................................................................................35El regreso ........................................................................................................................................... ......... .41I............................................................................................................................................................... 41II ............................................................................................................................................................. .44III .............................................................................................................................................................47IV .............................................................................................................................................................48V ............................................................................................................................................................. .49VI .............................................................................................................................................................52VII .................................................................................................................................................. ........ .54VIII ......................................................................................................................................................... .56IX .............................................................................................................................................................60X ............................................................................................................................................................. .64

    La cabeza del cordero .................................................................................................................... ......... .....66

    La vida por la opinin ............................................................................................................................. .....91

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    Proemio

    A los veinte aos, uno escribe porque le divierte, y para qu ms justificacin? Alos cuarenta, ya es otra cosa: hay que pensarlo; pues sera absurdo agregar todava,

    porque s, un libro ms a la multitud de los que, incesante y desconcertadamente, apelanal pblico, sin motivos que aspiren a valer como razonables fuera del particular gusto ygana del autor. Yo, adems, no podra invocar siquiera la mediocre razn de la carreraliteraria; yo no hago carrera literaria, ni apenas me parece el ejercicio de laliteratura puede valer como una carrera entre nosotros. Y aunque nadie negara ttulos

    profesionales a quien irrumpi, adolescente, en el campo de las letras para nunca desdeentonces abstenerse de publicar escritos bajo su firma, lo cierto es que en el escalafncorrespondiente no he mostrado lo confieso ni continuidad satisfactoria ni excesivocelo funcionario. Al contrario: he procurado sustraerme al encasillamiento; hedesdibujado adrede, una vez y otra, mi perfil pblico; y, volviendo en mi siempre denuevo, he renunciado a las ventajas, comodidades y tranquilo progreso que son premiode quienes, fieles a un prototipo de actuacin social, ni inquietan a los dems, una vezadoptado, ni se inquietan mayormente ellos mismos... Sera equivocacin meadelanto entender como alarde estas palabras. Expresan simplemente, y quiz con

    pena, con nostalgia la condicin a que me ha forzada un mundo en disloque: otrascircunstancias me hubieran hecho hacer otra figura; pero cada cual es hijo, tanto comode sus obras, de su tiempo las obras engendran la figura del autor en la matriz deltiempo.

    A los dieciocho aos escrib una novela su fecha de edicin, 1925 que fuesaludada en Madrid con buenos auspicios; se titulaba Tragicomedia de un hombre sinespritu y era fruto de lecturas voraces y diversas. Al ao siguiente, una segunda novela,

    Historia de un amanecer, recibida con el demasiado normal comentario de la crtica, medej, tras de publicarla, insatisfecho, desorientado y persuadido a buscar nuevoscaminos. Si antes haba ledo en confusin los clsicos, los romnticos, Galds, el 98 ysus epgonos, Prez de Ayala, Gabriel Mir, ahora, y slo ahora, entr en contacto conlos grupos llamados de vanguardia, y me puse a tantear algo por mi propia cuenta.Varias fantasas alimentaron entonces relatos que antes de aparecer, algunos,recogidos en volumen public la Revista de Occidente; relatos "deshumanizados",cuya base de experiencia se reduca a cualquier insignificancia, o vista o soada, desde

    la que se alzaba la pura ficcin en formas de una retrica nueva y rebuscada, cargada deimgenes sensoriales.Quin no recuerda la tnica de aquellos aos, aquel impvido afirmar y negar,

    hacer tabla rasa de todo, con el propsito de construir en dos patadas, digamos unmundo nuevo, dinmico y brillante? Se haba roto con el pasado, en literatura como entodo lo dems; los jvenes tenamos la palabra: se nos sugera que la juventud, en s y

    por s, era ya un mrito, una gloria; se nos invitaba a la insolencia, al disparate gratuito;se tomaban en serio nuestras bromas, se nos quera imitar... El balbuceo, la imagenfresca, o bien el jugueteo irresponsable, los ejercicios de agilidad, la eutrapelia, laocurrencia libre, eran as los valores literarios de ms alta cotizacin.

    Pero, a la vez que mi juventud primera, pas pronto la oportunidad y el ambiente de

    aquella sensual alegra que jugaba con imgenes, con metforas, con palabras, y secomplaca en su propio asombro del mundo, divirtindose en estilizarlo. Todo aquel

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    poetizar florido, en que yo hube de participar tambin a mi manera, se agost derepente; se ensombreci aquella que pensbamos aurora con la gravedad hosca deacontecimientos que comenzaban a barruntarse, y yo por m, me reduje a silencio.Requerido crea por otras urgencias e inters, pero sin duda bajo la presin de unacausa ms profunda, puse tregua a mi gusto de escribir ficciones, y acud con mi pluma

    al empeo de dilucidar los temas penossimos, oscuros y desgraciados que tocaban anuestro destino, al destino de un mundo repentinamente destituido de sus ilusiones.Recuerdo bien que un hispanista alemn, excelente amigo cuya suerte ulterior ignoro,Walter Pabst, que haba colaborado desde su pas con un libro admirable a nuestrocombativo y vindicador centenario de Gngora, interpret en un artculo la que porentonces sera mi ltima narracin, "Erika ante el invierno", como reflejo del dolordesesperado que afliga por entonces el corazn de Europa. Yo, en verdad, no me haba

    propuesto reflejar eso, ni reflejar nada, sino acaso seguir tanteando en la direccinesttica elegida; pero al considerarlo despus, compruebo su razn y que, en efecto, mi

    permanencia en Berln por los aos 29 y 30 (los aos de despliegue del nazismo; losmismos, veo, que pas all un joven ingls de mi edad, Isherwood, para escribir ahora,

    retrospectivamente, su significativo Adis a Berln) infundi en mi nimo la intuiciny por cierto, la nocin tambin de las realidades tremendas que se incubaban, antecuya perspectiva qu sentido poda tener aquel jugueteo literario, estetizante y gratuitoa que estbamos entregados? Poco despus...

    Cuando, como en nuestro caso, se produce una sbita y descomunal mutacinhistrica, uno puede captar su propio pasado personal como algo desprendido y ajeno, y

    pronunciarse acerca de la suerte, no ya de las generaciones inmediatamente anteriores,sino tambin de su propia generacin, con notable objetividad y hasta por eso mismo

    con un cierto aire de impudicia. A la altura de hoy qu lejano se ve el ayer!Cuando yo asom a ellas, la situacin de las letras espaolas era esplndida. En

    fresca madurez, dominaba la constelacin del 98; Ortega y Gasset, con sus coetneos,alcanzaba la plenitud; y una nueva muchedumbre de escritores, indefinidos todava yno, precisamente, por falta de autodefiniciones, bulla, asumiendo ya, algunos,

    perfiles positivos que luego confirmaran. Cunta variedad, cunta riqueza, dentro deeste sumario esquema! Y qu contraste con la actual desolacin!

    La historia de este cambio es la historia de pocos aos. La sociedad espaola(apartada Espaa, aislada, al margen de Europa) se haba desarrollado muy aprisa, tantomaterial como espiritualmente, durante el primer cuarto de siglo; y por fin rompa, en

    pujante proceso de crecimiento, sus viejos moldes institucionales, entrando en vibracincomo cuerpo poltico. Pero en las peripecias de un proceso interno que era normal ysano prendi el gran conflicto general, la gran crisis del Occidente que deba triturar al

    mundo entero despus de haber arrasado y consumido a Espaa.Vino, pues, la Guerra Civil y, para las letras, la dispersin o el aplastamiento; vinola Guerra Civil, y sorprendi a mi generacin en la treintena de su edad. Los ms viejoshaban cumplido ya y cmo! su obra, ejerciendo mediante ella una descomunalinfluencia sobre el pas, sobre el mbito mayor de la cultura hispnica y, ms all de esembito, marcando una impronta bien perceptible en otras zonas del Occidente.Unamuno, ValleIncln, Azorn, Machado mismo, a la vez que hacan poca en lahistoria literaria, personificaban un "momento" lo dinmico y activo, lo creador enla vida social espaola. Y qu decir de Ortega, cuya palabra era escuchada como unorculo? Raras veces las opiniones de un intelectual han tenido una eficacia inmediatatan decisiva y tan voluminosa como la que tuvieron las suyas, por quince o veinte aos,

    en Espaa... La guerra civil clausur, para todos ellos, una actuacin que, en losustancial, estaba completa. Unos han muerto; otros, sobreviven y callan; y los que

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    continan escribiendo, escriben tambin como supervivientes. No es que hagan laborinferior, no; pero lo que a la fecha escribe Azorn, lo que Baroja escribe, retrocede, poras decirlo, hasta unirse e incorporarse a su obra pasada, a redondearla, como si, de

    pronto, Quevedo, o don Juan Valera, pudiesen escribir ahora todava un nuevo libro, ocomo si para no salir de lo verosmil se descubriese un nuevo tratado de Gracin

    que los historiadores debieran apresurarse a agregar a sus bibliografas. Hasta hombresms jvenes, como Gmez de la Serna, engruesan en vano, incansablemente, suproduccin de 1920 a 1930.

    En cambio, la generacin subsiguiente, la ma, que slo haba alcanzado amanifestarse en su fase juvenil, fue sorprendida ah por la conflagracin, y qued ensuspenso, cortada. Habase revelado durante la pausa nacional impuesta por la dictadurade Primo de Rivera, que, liquidados los ms combatidos aspectos del pretrito,arrastrara consigo, en su consuncin y cada, el resto de la vieja estructura. En unaatmsfera de parntesis y espera como sa, la nueva generacin se manifest muydesligada de las realidades inmediatas, a travs de actitudes estticas que pretendan elmximo distanciamiento respecto del ambiente social. Las distorsiones formales ms

    arriesgadas y las mayores extravagancias temticas, la apelacin al folklore, a lotradicional y local, la revivificacin de las formas cultas, clsicas y barrocas, y hasta unaveta neorromntica, eran tendencias que convivan, pugnaces, pero hartoentremezcladas, y todas coincidentes en su prescindencia de la realidad socialinmediata, en los tanteos de esa generacin. A ella pertenecen extremos tan disparescomo el ultrasmo y el gongorismo, cuyos secuaces respectivos precisarn fechas,lmites, y se negarn, celosos, toda concomitancia; pero cmo no ver en ellos, a ladistancia, figuras de un mismo cuadro, ms emparentadas de lo que quisieran? Cmodesconocer, por ejemplo, que el Lorca de Poeta en Nueva Yorkes el mismo autor de

    Mariana Pineda, delRomancero gitano; que Alberti escribi Sobre los ngeles despusde haber escrito Marinero en tierra; que Gerardo Diego lleg a dividirintencionadamente su poesa en dos estilos contradictorios?, por ms que otros

    permanecieron siempre fieles a una sola manera. Las obras juveniles de varios pasarn alos manuales y antologas como maravilla de una precoz y felicsima floracin cuyocomps est marcado ya en la historia de la literatura espaola; floracin que enalgunos pocos casos individuales (de los que aducir un solo ejemplo: Jorge Guilln,aunque varios lo merezcan) ha proseguido mediante el solitario impulso de la intimidad,a favor de personalidades lricas muy definidas, muy unvocas y ya bastante hechas,capaces de alimentarse con la sola sustancia de su propio bulbo, como los jacintos. Mas,

    para el resto de esa generacin, qu cementerio de promesas!La prosa, sobre todo, qued en meros experimentos, por cuanto la mayor entidad de

    su elemento ideolgico requiere muy amplias, complejas y cabales correspondenciasobjetivas, sin que por lo comn adquieran plenitud sus posibilidades expresivas enmanos de escritores jvenes, ni en ningn caso sea indiferente la posicin que elliterato mantenga frente al mundo cuyos materiales de experiencia ha de elaborar. Poreso, mientras algunas nuevas voces lricas unen su queja, desde las ruinas, a los acentosfamiliares de poetas ya conocidos de antes, el campo de la creacin en prosa permanece

    poco menos que yermo...Pero no voy a analizar aqu el actual estado de la literatura espaola. espaola.

    Recientemente lo ha hecho, cindose a Espaa, Ricardo Gulln (revista Realidad, deBuenos Aires, nmero 12, noviembrediciembre 1948); y yo mismo, con particularreferencia a la situacin de los escritores emigrados, en Cuadernos Americanos, de

    Mxico (nmero 1 de 1949); al tiempo que en la reciente Historia de la literaturaespaola, de ngel del Ro, puede leerse tambin un ltimo captulo, "La Guerra Civil y

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    sus consecuencias", que aprieta la garganta de pena, y ms an por el derroche de labuena voluntad que su autor ha puesto al redactarlo. Se asombra en l de que, hasta sufecha, apenas hubiera adquirido estado la Guerra Civil en las letras espaolas, sino quems bien parecieran los escritores tratar de soslayarla, reanudando, como si tal cosa, elhilo de su anterior produccin.

    Y en principio llama la atencin, es cierto, el hecho de que, mientras otros pasessometidos despus a experiencias tan crueles, Inglaterra, Francia, Italia, han digerido enseguida sus peripecias tremendas elaborando con ellas una literatura copiosa y, en casos,excelente, no haya sucedido as con la guerra espaola, que, en cambio, plumasextranjeras Malraux, Hemingway, por no citar sino dos entre las ms ilustrestomaron como tema.

    Pero hay que decirlo: no tan en absoluto ha carecido de efectos literarios valiososese conflicto nuestro, aunque haya sido a travs de los gneros ms aptos paraincorporar en forma directa la emocin de la materia bruta: no slo los poemas de LenFelipe, algunos de los sonetos ltimos de Antonio Machado, algunas de las stiras deRafael Alberti, alcanzarn, por ejemplo, el nivel clsico. Y sin duda, no slo la falta del

    buen escritor en sazn, sino quiz, por encima de todo, las circunstancias (unascircunstancias que, bajo el ttulo de "Para quin escribimos nosotros", procurabaestudiar yo en mi aludido artculo) han impedido que la Guerra Civil, experienciacentral de mi generacin, ingrese de lleno en la literatura, con toda la pujanza ydignidad que a primera vista le corresponde.

    Las novelas que ahora doy al pblico abordan el pavoroso asunto, y quieren tratarlono en vano he dejado transcurrir un decenio antes de intentarlas en forma tal queexcluya todo elemento anecdtico... Pero me pregunto ser lcito que explique amis lectores lo que me he propuesto al escribirlas? No ignoro, por supuesto, que el autorde una invencin literaria slo puede declarar sus intenciones, sin juzgar el resultado; ytampoco se me escapa que su interpretacin es tan falible como cualquier otra, y no mslegtima, pues en la creacin artstica los propsitos deliberados, aun en el caso delograrse, lejos de cubrir la plenitud de la obra y agotar su sentido son, cuando ms, un

    buen punto de enfoque para acercarse a ella, y, con frecuencia, mera fuente deconfusin. Muchas consideraciones desaconsejan, bien lo s, tal especie de proemiosexplicativos. Mas el estado de la literatura es hoy, para quienes escribimos espaol, tan

    precario que, a falta de todas las instancias organizadas en un ambiente normal decultura, no slo por la necesidad del propio autor, sino hasta por consideracin al lectordesamparado, debe aqul procurarle las aclaraciones que estn en su mano, y orientarloalgo. Qu tcitos presupuestos lo haran superfluo? Hay que aceptar, pues, lahumillacin de aparecer quiz como vanidoso o pedante o descarado ponderador de la

    propia mercadera, por amor a ese servicio.Viene este libro despus de Los usurpadores, cuyas piezas proyectan sobrediferentes planos del pasado angustias muy de nuestro tiempo. Las novelas que integranel presente volumen acercan las mismas angustias a la experiencia viva de dondedimanan. Todas ellas contemplan la Guerra Civil espaola; todas, s, incluso la primera,"El mensaje", que no alude para nada al conflicto y que hasta se supone discurriendo enpoca anterior a 1936. Pues el tema de la Guerra Civil es presentado en estas historias

    bajo el aspecto, permanente de las pasiones que la nutren; pudiera decirse: la GuerraCivil en el corazn de los hombres. De modo que los personajes de esta primeranarracin, criaturas vulgarsimas, y que ni siquiera pudieron ventear la futura tragedia,la llevaban sin saberlo escondida dentro de sus vidas rutinarias y grises, en la tensin de

    la envidia sofocada, de la presuncin estpida, del aburrimiento, y tambin en el ansiade algo extraordinario, grande, de algn asunto susceptible de apasionar, y arrebatar, y

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    encender a todo el pueblo con lo que podra sugerirse que, en un sentido remoto, elnunca descifrado "mensaje" anunciaba eso, la Guerra Civil, y no otra cosa.

    As, "El mensaje" va en primer lugar: es el prtico para las otras novelas, donde laguerra ha hecho ya acto de presencia con la fuerza irrevocable de lo acontecido. Losmismos sentimientos que all daban un juego ms bien cmico, que all daban un juego

    ms bien cmico, han tejido ahora la estofa de la guerra, trocndose de repente ensustancia trgica. Ahora, todos los personajes, inocentesculpables o culpablesinocentes llevan sobre su conciencia el peso del pecado, caminan en su vida oprimidos

    por ese destino que deben soportar, que sienten merecido y que, sin embargo, les hacado encima desde el cielo, sin responsabilidad especfica de su parte. Tampoco en lasdos novelas de corte paralelo, "El regreso" y "La cabeza del cordero", se presenta laguerra en su actualidad, sino ya como un pretrito consumado. Han pasado despus deella diez aos; pero sigue estando ah, gravita inexorablemente sobre uno y otro

    protagonista, y distintos entre s como lo son, tanto en carcter como en circunstancias,ambos remiten a ella su destino respectivo. Estn sus vidas engarzadas en la guerra; msan: la guerra est hecha con sus vidas, con su conducta; sin embargo, el enorme

    acontecimiento los abruma y provoca en ellos ese horror que, en las pesadillas, nosproducen a veces nuestros propios pasos; en los espejos convexos, los rasgos de nuestrapropia fisonoma.

    Y slo en el otro relato, en "El Tajo", se adelanta por fin la guerra hasta el plano dela actualidad, hace acto de presencia; pero es una guerra reducida a lucha singular, a unepisodio nico, alrededor del cual vuelve a surgir el equvoco de inocencia y culpa,ahora como drama de una conciencia que examina la propia conducta. Precisamente talsubjetivizacin del problema comn ha determinado las diferencias ms acusadas entreesta novela y las dems. Por de pronto, la tcnica de la narracin difiere aqu de laseguida en las otras, todas tres relatadas en primera persona. En "El Tajo", el relato sehace impersonal, en busca de una objetividad de la forma que compensara de la mayorinteriorizacin del tema. Su protagonista est sometido a la observacin desde dentro ydesde fuera, mientras que los protagonistas de las restantes novelas son ellos quienesobservan y moldean el mundo segn su respectiva personalidad, que es, en todos loscasos, una personalidad fuerte y directa; el yo de "El mensaje", mezquino, vanidoso ylleno de envidia; el yo de "El regreso", sano de alma, astuto y un tanto brutal; el yo de"La cabeza del cordero", inteligente, cnico, burln, canalla... El protagonista de "ElTajo" es, en cambio, un carcter blando, solitario, soador; es el burgus cultivado,capaz de anlisis finos y de sentimientos generosos, pero no de superar el abismoabierto a sus pies por la discordia entre los hombres. Las tensiones que antes pudieronverse en accin, disimuladas primero con las argucias de la civilidad, desatadas luego en

    el furor de la revolucin, se tien ahora de motivos ideolgicos; pero muy tenuemente ycasi tan slo en forma alusiva, ya que las discusiones que amargan las comidasfamiliares en casa del protagonista se refieren, no a la Guerra Civil, donde est centradala narracin, no a ningn conflicto poltico interno, sino a la primera y ya remota guerramundial, cuyos partidos disearon, en aquella Espaa neutralizada, el tajo que ms tardeescindira a los espaoles en dos bandos irreconciliables.

    Responden, como se ve, estas nuevas invenciones literarias mas a la experiencia dela Guerra Civil; ofrecen una versin, entre tantas posibles, del modo como yo percibo,en esencia, el tremendo acontecimiento por el cual nosotros, los espaoles, hubimos de

    abrir la grande y violenta mutacin histrica a que est sometido el mundo.

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    Que nuestra participacin, como pueblo, haya sido y deba serlo todava oblicua,enrevesada, intrincada y ambigua en su sentido, pertenece a un destino que nocorresponde discutir aqu. Ese destino dificulta, por su parte, la expresin plena ynormal de tal experiencia, pero en modo alguno la anula. No menos que los pueblos quesoportaron despus bombardeos, invasiones, ocupacin militar, exterminios y dems

    horrores durante la segunda, reciente guerra mundial, nos ha tocado a nosotros sondar elfondo de lo humano y contemplar los abismos de lo inhumano, desprendernos as deengaos, de falacias ideolgicas, purgar el corazn, limpiarnos los ojos, y mirar almundo con una mirada que, si no expulsa y suprime todos los habituales prestigios delmal, los pone al descubierto y, de ese modo sutil, con slo su simple verdad, losaniquila.

    Esta verdad acendrada en un nimo sereno despus de haber bajado a los infiernos,constituye, de por s, literariamente, una orientacin, y un saber qu, que faltabalamentablemente cuando la gente saba demasiado bien cmo; una orientacin, digo;que el logro depender de las facultades y fortaleza espiritual de cada uno.

    Yo, por m, he sentido el apremio de dar expresin artstica a aquellas graves

    experiencias, y me he puesto a hacerlo con una gran seguridad interior con la mismafirme decisin que antes, en tiempos turbios, me hizo eludir la tarea literaria en suaspecto creador. Mas tal seguridad no excluye, ay!, el azoramiento, no elimina la duda,no libera de esas penosas perplejidades que todo escritor consciente siente ante suobra...

    F. A.Buenos Aires, abril 1949

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    El mensaje

    La verdad sea dicha: cada vez entiendo menos a la gente. Ah est mi primoSeveriano: ocho aos largos haca que no nos veamos nada menos que ocho aos;llego a su casa, y aquella nica noche que, al cabo de tantsimo tiempo, bamos a pasar

    juntos, la emplea el muy majadero en qu? pues en contarme la historia delmanuscrito!, una historia sin pies ni cabeza que hubiera debido hacerme dormir yroncar, pero que termin por desvelarme. Y es que estos pueblerinos atiborran de estopael vaco de su existencia rutinaria, convirtiendo en acontecimiento cualquier nimiedad,sin el menorsentido de las proporciones. La visita de su primo, con quien l se habacriado, y en cuya vida y milagros tanta cosa de inters hubiera podido hallar, no eranada a sus ojos, parece, en comparacin de la bobada increble que haba tenido

    preocupado al pueblo entero, y a Severiano en primer trmino, durante meses y aos.Me convenc entonces de que ya no restaba nada de comn entre nosotros: mi primo sehaba quedado empantanado ah, resignado y, conforme. Quin lo hubiera dicho veinteaos atrs, o veinticinco, cuando Severiano era todava Severiano, cuando an no estabaatrapado tan sin remedio en la ratonera de aquel almacn de herramientas agrcolasdonde ha de consumir sus das aurea mediocritas!, envejeciendo junto a sus doshermanas (hebras de plata: la plata de la vejez y el oro de la mediocridad), cuandosoaba con largos, fastuosos viajes, negocios colosales!... S, negocios s que los hahecho entretanto, aunque no colosales ni mucho menos; pero lo que es viajes!... No, noha tenido que molestarse en viajar: los negocios vinieron siempre a buscarlo ah, a su

    ratonera, al almacn, sin que l necesitara mover un dedo. En cambio, los viajes se hanquedado para m. Menuda diversin: viajante!Parece mentira, hombre me haba dicho aquella noche, t que tanto viajas,

    parece mentira que en ocho aos no se te haya ocurrido venir a pasar unos das connosotros. Y para colmo, llegas hoy, y te quieres ir maana.

    Que yo viajo mucho: vaya una razn!Pues precisamente por eso le contest eres t quien debiera haberse

    movilizado... Haber ido a verme en Madrid, o en Barcelona... Te hubieras limpiado elmoho de este pueblo aburrido, y me hubieras proporcionado con ello el gustazo deensearte...

    No creas me interrumpi l, no creas que no lo he pensado a veces. Pensaba:

    "Le escribo al primo Roque una carta, o le pongo un telegrama diciendo: "All voy!", ohasta me presento sin previo aviso..." Ms de una vez lo he pensado; pero cmo? Datecuenta, Roquete l siempre me ha obsequiado con este diminutivo, o ms bienridculo mote, que, desde nio, tanto me encocoraba, date cuenta: yo no puedo dejarabandonado el negocio hizo una pausa importante. Mis hermanas, qu te voy adecir?, ya las conoces. Agueda... y qu vieja, pens yo al orsela mentar, quavejentada est Agueda, con su color amarillo verdibilioso hasta en el blanco de losojos!; esos ojos suyos, tan brillantes, brillando como lamparillas; y la cabeza... por qudemonios se aceitar la cabeza, con tantas canas como tiene?, canas grasientas!;Agueda prosigui, con sus eternas dolamas y sus rabieteos domsticos, quealgunos das ni ella misma se soporta. Y en cuanto a Juanita otro diminutivo grotesco:

    Juanita!, vaya por Dios!, sa, siempre con sus novelones y sus novenas; pues,hombre, ya lo has visto!, los aos le han dado por hacerse beata.

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    Tantos, tantos, la verdad es que no los tiene reflexion: "Juanita era tan slo unao y siete meses mayor que yo. Claro est que para las mujeres la medida del tiempoes otra; les cuenta ms... Pero, con todo..." Bueno; Severiano continuaba explicndomecmo tampoco poda dejar el negocio en manos de los empleados. Eran de confianza,

    por supuesto; y para la cosa diaria se desempeaban bien. Pero luego hay los cien mil

    imprevistos, encargos especiales, cuentas, las consultas, los viajantes que llegan (s, losviajantes como yo, como el primo Roque; esos tipos odiosos e impertinentes que letraen a uno los negocios a su casa). Y segua enumerando inconvenientes, dificultades,impedimentos.

    Creers se quejaba que si alguna vez me resfro y decido quedarme encama no cesan de incomodarme?: una cuestin tras otra, que si esto, que si aquello,hasta que yo, que tampoco tengo mucha paciencia, termino por levantarme... Pero vayasi me hubiera gustado echar una cana al aire!

    "Una cana al aire", deca; y yo pens: "Tiene la cabeza casi blanca, est canoso yarrugado, mucho ms que yo, pens, pese a que le llevo ao y medio"; deca: "...unacana al aire; conocer, en fin, algo de mundo".

    Viajes, conocer mundo, su viejo tema. Nunca ya lo vas a conocer; morirs en esteagujero, infeliz!, aqu, en esta misma cama en que ahora estoy yo acostado. Buen favorte hizo el to Ruperto cuando te asoci a su tienda de azadones y almocafres para quetrabajases como un burro mientras l viviera, y luego dejarte el negocio. Ah, atado al

    pesebre! Dinero, cada vez ms; pero... aurea mediocritas! Si tal era su proteccin alsobrino predilecto, muchas gracias!, para l solito! Claro que mi vida ajetreada estlejos de ser tan brillante como acaso ste se figura. Doubl! No, no es oro todo lo quereluce, y los alicientes que pudiera tener, el uso los ha gastado hasta el aborrecimiento.Viajes! Conocer mundo! Ya los huesos me duelen, ay de m!, con el traqueteo de lostrenes, y los comedores de fonda me han arruinado el estmago. Son aos y ms aossin descanso, sin darme lo que se dice un respiro, y quien me envidie no sabe bien...Supieras t, Severianillo... Pero no!, no voy a lamentarme; no creas que voy alamentarme; te pensaras en seguida que quera pedirte algo, que era una indirecta de mi

    parte. No, gurdate tu dinero! Adems, por qu haba de lamentarme? Cada cual, susuerte. Yo, por lo menos, no soy un palurdo empedernido; conozco el mundo, conozcola vida.

    Es lstima le repliqu; nos hubiramos divertido mucho juntos; yo te hubieraenseado los cabarets de Madrid, o de Barcelona. O los de Pars. Por qu no los dePars?

    Cmo? salt al orme. Pero es que tambin viajas t por el extranjero?Estbamos ambos acostados; esta conversacin era de cama a cama (l me haba

    cedido la suya y se haba tendido en un catre de tijera, armado al otro lado de la alcoba)y, aunque ya habamos apagado la luz y charlbamos a oscuras, casi dira que vi en suvoz la sorpresa de su cara, el asombro, la admiracin... No era cosa de rerse? A m meresult divertido. Y el caso es que yo no haba dicho nada semejante; hablaba enhiptesis, y ni siquiera s cmo fue el ocurrrseme aludir a Pars en ese momento. Quabsurdo! l haba quedado atnito, y yo se comprender no iba a defraudarloahora. Resultaba divertido; y, total, qu importancia tena? Segu con la bromaadelante.

    Pues claro est, hombre! le dije. Los aos pasan para todos. La ltima vezque nos vimos, t no vendas todava maquinaria sino tan slo herramientas; ahora,tienes el almacn lleno de trilladoras mecnicas. Entre tanto, yo tambin he tenido que

    ampliar mis asuntos, y con esa ocasin es natural!, he salido al extranjero.

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    Caramba, Roquete! Cmo no me habas dicho nada? Conque el primo Roqueviajando por extranjis...

    Estaba de veras impresionado el muy simpln: "Caramba, caramba!", repeta.Aquello no le caba en la cabeza.

    Pero, dime una cosa: cmo puedes entenderte por ah, por esas tierras?

    Hombre, eso no es tan difcil. Hay mucha gente que sale al extranjero, y nadiehasta ahora se ha perdido.Pero t; no sabas idiomas, que yo sepa.Nadie nace sabiendo sino el suyo, y aun se tiene que aprenderlo.Me vas a decir que has aprendido idiomas?Y eso qu tiene? Es cuestin de ponerse a ello cuando la necesidad lo exige.

    Mira: por ejemplo, el italiano t lo entiendes casi sin estudiar una palabra; es igual en untodo al espaol, con slo terminar en ini. Acabas las palabras en ini, y ya te tieneshablando italiano. Si ni es idioma; es el espaol, hablado a lo marica. Ingls y alemn,eso ya s, son palabras mayores. Ah si, tienes que sudar...

    Yo, desde luego, hablaba en broma, pero aquel tontaina de Severiano lo tomaba en

    serio y me cerraba cualquier salida; de manera que no hubo sino seguirle la corriente. Yas fue como surgi la estpida historia del manuscrito, que nos entretuvo la nocheentera. Estaba yo un poco irritado ya, y quera cambiar de conversacin; pero l volvacomo una mosca, zumbando, zumbando: "De modo que has aprendido idiomas!"Reflexionaba. Hasta que, despus de un mediano silencio, agreg por fin:

    Pues maana te voy a mostrar un papelito que nos ha dado muchos quebraderosde cabeza, justamente por no haber aqu nadie que supiera idiomas.

    Un papel? pregunt con desgano, y hasta fingiendo un bostezo.Pero l comenzaba ya su relato:

    Vers cmo fue la cosa. Estaba yo una maana en el almacn recibiendo un envode hoces (de esto har como dos o tres aos, quiz un poco ms: tres aos y medio)cuando se me acerc Antonio (t lo conoces: el dueo del hotel) y, despus de algunasvueltas, me entrega un papelito doblado para ver si yo, que tantos catlogos y

    prospectos recibo me dijo, poda leer lo que all estaba escrito. Es cierto que recibocon relativa frecuencia catlogos de las mquinas; pero, por lo general, esos folletitosvienen escritos en dos idiomas, y las instrucciones estn siempre en espaol: esto es loque a m me interesa y lo que leo; si una cosa est en espaol y en ingls, no voy a sertan necio que me rompa la cabeza tratando de descifrar lo que viene en gringo, cuando

    puedo leerlo en cristiano. Pero a qu darle tantas explicaciones? Sin duda que, en casode apuro, podra quiz enterarme haciendo un esfuerzo: muchas palabras son iguales omuy parecidos a las nuestras; alguna vez que me entretuve en repasar esa jerigonza pude

    comprobarlo. Tanto que (entre parntesis) he llegado a convencerme de que no hayidioma tan rico como el espaol; y por eso, todos los dems tienen que echar mano denuestros vocablos: los disfrazan un poquito, a veces hasta los dejan tal cual, y listo! Yono s si ese saqueo debiera permitirse: que hablen espaol, si quieren!; pero... Bueno,en fin: stas son explicaciones que yo no tena por qu drselas al Antonio, y tampocoaqu vienen muy al caso. Lo que importa es que tom el papelito, me puse los lentes, y...Amigo, aquello no era cosa que se entendiera: nueve renglones manuscritos con buenaletra, a tinta azul... Pero, querrs creerlo?, yo no pude entender una sola palabra.Recorr las lneas, volv a repasarlas. Antonio esperaba sin decir nada. "Qu es esto?",le pregunt. "Precisamente es lo que yo quisiera saber. Apuesto a que no lo entiendes".Me miraba con socarronera; t sabes cmo es: para l no hay respeto, no hay

    distancias. El hecho de haber sido compaeros de escuela... "Pero de dnde has sacadoeste papel?", le pregunt de nuevo. "Conque no lo entiendes". Entonces, con los mil

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    rodeos que acostumbra, me cont que varios das antes, ausente l de la casa, haballegado a la fonda un forastero; haba comido un par de huevos fritos, guiso de carnero,dulce de membrillo, y luego se haba encerrado en la pieza que le dieron sin abrir el

    pico. La mujer haba sido quien le aloj y sirvi. Regresado a su casa, Antonio quiso,segn sola hacerlo, echar un prrafo con el nuevo husped. Golpe a la puerta y le

    pregunt si necesitaba de algo. "Nada, gracias", le contest una voz extraa."Extraa?", le interrump yo. "Por qu, extraa?" No supo qu decirme, y yo me repara mis adentros. T sabes, Roque, lo curiosa que es la gente: posaderos, fondistas ydems comparsa. Les llega un cliente y, no contentos con sacarle cuanto dinero pueden,le revuelven el equipaje, le averiguan la procedencia y destino, investigan la finalidaddel viaje, dan vueltas y ms vueltas, antes de entregrselas, a las cartas que reciben.Imagina, pues, el mal humor de nuestro hombre al encontrarse la puerta cerrada. l diceque golpe para preguntar; pero dice tambin que la puerta estaba atrancada por dentrocon cerrojo: me dirs t cmo lo supo. Pues empuando la falleba para hacer lo quesuele: abrir la puerta, meter la cabezota con un "Me da licencia?" y, despus de haber

    paseado la vista por todo el cuarto, preguntar entonces si al seor se le antoja algo. Muy

    seca tendr que ser la respuesta para que no encuentre modo de enhebrar conversacin:comienza a charlar desde el quicio de la puerta, y termina sentado en la cama delhusped...Una voz extraa! El caso es que a la maana vol el pjaro sin que l hubieraconseguido echarle la vista encima. Cuando sala, como todas las madrugadas, paraesperar en la estacin el tren de las seis y treinta y cinco, dirigi una mirada a lahabitacin, donde no se oa ruido alguno; y cuando regres de nuevo a la fondaacompaado de dos huspedes que haba podido reclutar, ya el otro no estaba: a poco desalir l, llam, pidi la cuenta, pag y se fue; esto le dijo al Antonio su mujer: de seguro,haba tomado el mnibus que sale, frente al bar de Bellido Gmez, a las siete menoscinco. Antonio entr en el cuarto, desarreglado todava, y ah top con el famoso

    papelito que tanta guerra nos haba de dar... Pero me ests escuchando o te hasdormido ya? se interrumpi Severiano, extraado de mi silencio. Y es lo cierto que yoestaba a punto ya de dormirme: en mi cansancio, vea la plaza, el bar de Bellido Gmez,y la iglesia al otro lado, muy confuso todo, casi desvanecido...

    No, hombre; te escucho le respond.Pues, como te iba diciendo, ah apareci el clebre manuscrito. Haba varios

    papeles blancos desparramados sobre la mesa y, entre ellos, medio oculto, se, en el quese vean varias lneas, nueve, para ser exacto, de una escritura pareja, trazadas con latinta azulvioleta que la patrona de la fonda haba proporcionado al husped. Habrsobservado, primo precis Severiano, que dije se vean y no, como suele decirse, selean; porque es el caso que ya poda uno darle vueltas!: era imposible sacar nada en

    limpio de lo escrito. La letra era clara, igualita; pero qu haba de entender Antonio, siyo mismo no entenda nada! Despus de tener dos das el papel en su cartera se habadecidido (como luego averig) a consultarlo con otro pasajero, un inspector decontribuciones que por entonces estaba en el pueblo. "Vea usted, don Diego, quescritura endiablada! A ver qu le parece a usted". El tal don Diego (que, dicho sea de

    paso, no es mal bicho) parece que tom el papelito con mucha prosopopeya, lo depositsobre el hule de la mesa, lo someti a detenido examen all junto a la taza del caf, y...que si quieres! Al cabo de un rato va y se lo devuelve: que eso estaba escrito enextranjero, y que l no tena ahora tiempo de ponerlo en claro. "Ya, ya. Ya me lofiguraba yo", le respondi el Antonio retirndose con su papel, bajo una mirada iracundadel inspector. Bueno, eso no fue sino el comienzo de su peregrinacin. Despus recurri

    a mi ayuda. Aunque se me lleg con mucho alarde de confianza, comprenders que notard en percatarme de que acuda a m, su amigo de la infancia, despus de haberle

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    desahuciado un extrao. Son pequeeces humanas en las que yo ni siquiera me fijo;pero tampoco la manera de abordarme result muy delicada: "Hombre, t que siempreandas con esos papelotes que te llegan de fuera, a ver si me sabes leer esto". En fin:ech unas miradas al escrito, y le dije: "Djamelo para que lo estudie despacio, pues lacosa parece que tiene sus bemoles". Vaya si los tena! Con paciencia infinita, lo repas,

    una vez a solas, palabra por palabra, letra por letra, de arriba abajo y de abajo arriba.Nada, nada! Ni una rendija de luz; oscuridad absoluta. Concibes cosa semejante?Hasta tal punto lleg a intrigarme, que resolv tomar por m cuenta el asunto, einvestigarlo a toda costa, siquiera fuese por medios indirectos. Cuando cerr el almacn,me acerqu a la fonda en busca de Antonio...

    Pero, dime interrump entonces a mi primo, a ti qu te importaba todo eso?Pues ah est me contest; no me importaba un bledo. Pero ya me haba

    picado, no s si la curiosidad o el amor propio, y me propuse averiguar. Ante todo leped a Antonio que volviera a contarme con todos sus detalles lo relativo al husped."Mira", me dijo despus de repetirme que el husped haba cenado huevos fritos ycarnero (qu interesante circunstancia! no?; pues nunca la omita) y que a la maana

    haba desaparecido de improviso: "mira, yo creo que ese papel debe contener algunaexplicacin de su huida". "Cmo? Pero es que se fue sin pagar?" Me extraaba;conozco a mi gente; y segn supona yo: "No me dijo; sin pagar no se fue; buenohubiera estado eso. A m, hasta ahora nadie me ha llamado tonto. Pero se esfum sin quetan siquiera pudiese yo verle la jeta, dejndome (dejndome! si se creera Antonioque el tonto soy yo!), dejndome ese papel escrito..." "Pero, dime insist, quespecie de pjaro era?: un corredor de comercio, un misionero, qu?" "Y cmo he desaberlo yo, si no pude ni verlo? Lleg aqu el sbado a la noche, cuando yo haba ido acompletar los encargos para la semana, y se march el domingo tempranito, en elmnibus seguramente, mientras yo estaba en la estacin. Lo atendi mi mujer. Pero coment el Antonio las mujeres son as: se fijan en lo que no debieran, y se lesescapan las mejores. T, Severiano, tienes la gran suerte de estar soltero; no sabes loque..." Todo este comentario me lo haca en voz bien alta, con la intencin aviesa demortificar a su mujer que lo estaba oyendo desde la cocina (hablbamos en el panecillode atrs; t te acuerdas de la fonda, no?), hasta que por fin salt ella: se asom a laventana, toda roja de ira, y le larg a gritos cuanto se le vino a la boca: entreimproperios, le deca que si pensaba acaso que ella no tena ms que hacer sino espiar alos pasajeros; que, tanto hablar de la curiosidad femenina, y los hombres... Etctera.

    No le faltaba razn a la pobre mujer opin yo entonces desde mi cama; pero,de todas maneras, lo extrao es...

    Todo es extrao en este asunto, Roque vibr, en la oscuridad, excitada, la voz

    de mi primo. Figrate que hube de terciar en la disputa entre marido y mujer, puesaquello se enredaba sin ton ni son, y pasndome a la cocina, le pregunt cmo era elmisterioso husped que nadie sino ella haba visto. Pero la buena seora estaba hechauna furia, toda encendida, arrebatada, como un basilisco y, echando chispas por los ojos,se negaba a dar ningn detalle.

    "Muy raro todo, en efecto", reflexionaba yo sin decir esta boca es ma. Mientras miprimo Severiano me contaba eso, se me haba ocurrido por un instante maliciar que talvez entre el viajero y la patrona hubiera sucedido uno de aquellos episodios que, enfondas y pensiones, son el pan nuestro de cada da (pues a m qu me van a contar,despus de tanto haber rodado por capitales de provincia, pueblos y poblachos, al cabode aos y aos de viajante a comisin! Es una rutina ms del oficio: pellizco, revolcn,

    y a otra cosa). Pero acaso ello hubiera explicado nada? Al contrario, en tal supuesto lamujer se hubiera apresurado a dar, verdaderos o imaginarios y por qu, tampoco,

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    imaginarios?, los detalles que se le pedan, quedndose tan oronda. "Adems rectifiqu para m mismo esa doa Tal (que ya no me acuerdo cmo se llama) debe deestar demasiado vieja para semejantes trotes, ha de ser algo mayor que yo, lo que parauna mujer ya es bastante, y adems... No desech; eso era una tontera".

    ... y hubo que dejarla en paz continuaba entre tanto mi primo: no le daba la

    gana de decir nada. Me llev, pues, el papelito, y segu preocupado por averiguar lo quecontena. Aqu, ya lo sabes, es poca la gente con quien puedes consultar una cosa as. Seme ocurri hablarles al cura y al boticario. Los boticarios, por su profesin, estnacostumbrados a leer manuscritos enrevesados... Claro que el de marras no era lo que sedice de escritura difcil; al contrario: letra por letra poda ser deletreado, con susmaysculas y minsculas, sus puntos y sus comas. Slo que t no entendas, lo que sellama entender, ni una jota. Y eso fue lo que le pas al farmacutico pese a la fama queellos tienen. Eso fue tambin lo que le pas al cura, cuando, poco rato despus, sereuni con nosotros en la rebotica. "De qu le valen a usted todos sus latinos le dijeyo (claro que por chanza; pero, al fin y al cabo, no era muy cierto?), de qu le valentodos los latinos al padre cura, si no es capaz de entender cuatro frases escritas en

    idioma extranjero?" Se molest un poco; replic que nada tena que ver el latn conaquellas pamplinas, y que dejase en paz las cosas santas. Pero ya no hubo otro tema enla tertulia, ni esa tarde, ni luego a la noche, en el bar de Bellido, que es donde nosreunimos a tomar caf, ni al da siguiente, ni en los que vinieron despus. Comenzaronlas conjeturas y, como puedes suponer, se multiplicaron los ms inverosmilesdisparates. Haba buen margen para todo, pues nadie (podrs creerlo?), nadie en el

    pueblo haba visto al viajero dichoso... Eso, al principio; que luego, como siempreocurre, lo haban visto ya todos, todos empezaron a acordarse: el uno, le vio subir almnibus; el otro a punto de entrar en el hotel; quin, bajndose del tren en la estacin;quin, cuando pona un telegrama en la oficina de Correos. Hasta el Antonio mismodeclar por ltimo haberle visto! Te vas a rer: confes que, antes de retirarse de la

    puerta atrancada de la pieza, ech una miradita por el ojo de la cerradura y logr asdivisar al tipo; que, desde luego poda asegurarlo, no era espaol: los zapatonesque llevaba y los calcetines de lana de colores vivos son cosas que nadie usa; ningnespaol incurre en tales extravagancias, y slo los ingleses... (La propia abundancia desu locuacidad nos aclar en seguida lo que era por dems cierto: estaba describindonosel calzado de un ingls que meses antes haba pasado un par de das en el pueblo,ocupado en preguntar acerca de los molinos de viento, averiguar apellidos y tomar notasen un cuaderno.) El boticario le alab entonces a Antonio su arte para conocer a losextranjeros por las patas, y l, bueno es el hombre para aguantar soflamas!, solt unarociada de groseras sacando a relucir en seguida la dignidad de su oficio, tan decente

    como el que ms (afirmaba), pues mejor era dar de comer al hambriento, aunque fuerapor su dinero, que extrarselo al harto con purgantes y lavativas. Etctera: ya conocesel gnero! Poco falt para que se liaran a golpes. El tal Antonio es un perfecto borrico...Pero no quiero cansarte con tanta minucia: cuando te quieras dormir, me lo dices, y mecallo.

    Por lo menos, spase de una vez si conseguiste averiguar lo que el papel deca le respond. Qu pesada es esta gente cuando se pone a contar algo! Se pierden endigresiones, rodeos, detalles que no vienen al caso, y jams acaban.

    Averiguar? Calla, hombre!... No; no averiguamos nada me respondi. Perodjame que te cuente. Abreviar. Como te iba diciendo, todos pretendan al final habervisto al misterioso personaje, pero nadie daba seas que coincidieran. Hasta se hizo una

    investigacin del telegrama expedido por l, y no apareci tal telegrama; los cuatro queese da se despacharon eran todos de personas bien conocidas en el pueblo. "Pues

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    entonces sera una carta", dice el sujeto que lo viera poner..., y se queda tan fresco. Lagente larga las mentiras con una tranquilidad... La gente tiene mucha fantasa. Pues ylas hiptesis? Qu de disparates! Y en este terreno fue nuestro buen boticario (precisoes confesarlo) quien bati el record. Sabes lo que se le ocurri?: que el dichoso

    papelito deba de ser alguna propaganda comunista, y que seguramente estaba escrito en

    ruso, por lo que era muy natural que nadie lo entendiera. Te das cuenta de lachifladura? Propaganda! Pero qu propaganda, seor mo (como yo le dije), una cosaque nadie puede entender!... Yo por m estoy convencido de que la nica explicacinverosmil es la siguiente: se trata de un loco (me ests escuchando?); y ese papel nosignifica nada, absolutamente nada! La razn es sta:quin, sino un loco, llega a un

    pueblo desconocido, se encierra en el cuarto de un hotel, escribe, y a la maana salemedio furtivamente, sin hablar con nadie, y dejndose una hojilla que nadie puedeentender?

    Severiano se qued callado por un momento, como si esperase el efecto que subrillante interpretacin produca en m. Pues, hombre, ahora vas a ver!

    Pero, vamos a cuentas, Severiano le dije con medida calma; escucha: no

    dices que primero estuvo cenando en el comedor de la fonda, y que le sirvi la patrona?Qu tiene de particular, si necesitaba escribir, el que deseara no ser incomodado por lacharla del hotelero? Eso, a cualquiera se le ocurre. Por otro lado, si estuvo escribiendo,es fcil que esa hojilla, un borrador probablemente, se le quedase olvidada entre los

    pliegues sobrantes. Y luego, no s por qu supones que sali furtivamente. No me hasdicho t mismo que pag el gasto? Ninguna obligacin tena de satisfacer la curiosidaddel seor hospedero, ni de presentarle sus respetos. A m me parece que todo eso es bienrazonable, corriente y moliente...

    Se lo dije con mucha flema. Pero me haba indignado un poco la explicacin conque mi primo se daba por satisfecho. Era una solucin demasiado cmoda, caramba!Que no entiendes una cosa? Pues es que no tiene sentido, y listo! Qu propio de lese modo perezoso, desganado; ese encogerse de hombros! Con verdad dicen que genioy figura... Este Severiano que ahora se revelaba de cuerpo entero en esa explicacinfcil era el mismo que, de muchacho, aceptaba siempre mis iniciativas, las secundaba deun modo flojo, y se rea cuando trataba yo de sacudirlo un poco, de avivarlo con elencargo de tareas difciles; el mismo que luego sigui con igual docilidad las directricesque le trazara el to Ruperto; el mismo que se qued ah en el pueblo, muerto de ganasde ver mundo, pero aceptando una vida que le entregaban hecha... Muy cmodo todo!Me dio rabia: por eso quise salir al paso de su teora, y dejrsela pulverizada. Y msrabia todava me dio cuando, en lugar de discutir mis objeciones, va y se sale por latangente l, siempre el mismo observando: "Pero eso que algunos me discuten de

    que un loco no tendra letra tan clara y pareja y perfilada, es una perfecta tontera. Hayquien no puede imaginarse a los dementes si no es dando alaridos dentro de una camisade fuerza. Adems, la fbula de la propaganda sovitica, francamente, me parece

    pueril".Pues a m, tan descabellada no me parece, qu quieres que te diga! le repliqu

    . No pienso, por supuesto, que pueda tratarse de ningn escrito en ruso ni muchomenos. Pero... con todo... Mira! No quiero por ahora adelantarte mi opinin. Prosiguetu historia; anda, termina.

    La verdad es que se me haba ocurrido una idea bastante aceptable y hasta, si sequiere, excelente; algo que a aquellos palurdos jams se les hubiera venido al meollo, yque haba de dejarlos estupefactos cuando vieran los resultados. Pues si era como yo

    pensaba, la cosa poda traer cola, hacer hablar a todos los peridicos durante das ysemanas. Creca mi entusiasmo al ver cmo, cuantas ms vueltas daba en el magn a mi

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    idea, ms se me iba perfeccionando, ms se redondeaba. Y, sin embargo, los ditirambosque pudieran dirigirse a mi perspicacia, "a la extraordinaria lucidez mental de esemodesto viajante de comercio", seran en el fondo inmerecidos, pues la idea me haba

    brotado de golpe, y ahora era como s creciera dentro de mi mente, sin darme otrotrabajo que el de ir tomando nota, igual que se toma nota del pedido de uno de esos

    raros clientes a quienes no hay que sacarles con tirabuzn cada partida, y apuntando enmi memoria los sucesivos detalles que se agregaban para completar mi hiptesis yprestarle la armona de la evidencia.

    Pero si no me queda ya nada por contar! haba contestado Severiano. Lasopiniones se dividieron de mil maneras, hubo interminables discusiones, hubo hastaverdaderas rias; muchos quedaron atravesados y resentidos los unos con los otros, y alfinal nos hallamos como al comienzo: sin saber nada a punto fijo, pues que todo habansido suposiciones ms o menos hueras.

    Bueno, pero el papel dnde est?El papel, yo lo tengo. Mejor dicho: lo tiene mi hermana Juanita, a quien se lo di a

    guardar en espera de que alguien pueda procurarnos un poco de luz. Hasta ahora, nunca

    surgi la oportunidad; e incluso, te dir, casi ni lo tena ya presente. Pero no bien te oreferir que has aprendido idiomas, caramba!, en seguida se me vino a las mientes, y

    pens, pienso: "A lo mejor ste puede aclararnos..." Maana por la maana te enseo elmanuscrito y... vamos a ver. Por ahora, lo mejor ser que nos durmamos. Ya es tarde, yt debes de estar muy cansado.

    Cansado s que lo estaba; no haba de estarlo? Pero ya se me haba pasado el sueocon tanta y tanta conversacin, y mi idea acerca del papel y de su posible significadosegua trabajando ella sola en mi cabeza, como si le hubiesen dado cuerda; giraba ygiraba sin sosiego alternando en sus vueltas el decaimiento con el entusiasmo... En una

    palabra: ya estaba desvelado por completo. Y era justamente ahora cuando este buenode mi seor primo senta sueo y me mandaba, como se le manda a un nio, que medurmiera.

    Pues no, seor: no estoy cansado. Adems, para un da que voy a pasar contigodespus de tanto tiempo que no nos vemos, no es cosa de echarse a dormir a piernasuelta. De modo que... sigamos charlando un poco, seor dormiln: anda, cuntamealgn detalle ms. Ya te he dicho que se me haba ocurrido una interpretacin bastantecabal de todo ese suceso. Estoy atando cabos: luego te la expondr. Por el momento, loque sobre todo importa es la personalidad del viajero. En cuanto al papel, ya loestudiaremos por la maana, raro ser que no confirme... Pero, mientras tanto, dime:qu es lo que, en concreto, se sabe del hombre?

    Pues, en concreto, nada! Ya te digo que nadie lo ha visto, si apuramos los

    hechos. Y cuando en un momento dado todos quisieron hacerse los interesantes dandoprecisos detalles, nadie coincida con nadie. Te cont lo del telegrama? Toda unahistoria, hasta con sus discusiones agrias. Y al final resulta que no haba telegrama quevalga. En cuanto al chfer del mnibus, no pudo acordarse de nada a punto fijo; nohaba reparado; ningn pasajero le haba llamado la atencin; l no se preocupaba de los

    pasajeros sino para cobrarles el billete y hacerles cumplir las ordenanzas segn esdebido.

    Bien. Est muy bien. Pero la mujer del Antonio, sa por lo menos es seguro quelo vio, puesto que le sirvi la cena y le dio alojamiento y le cobr el hospedaje. O mevas a decir que se obstina?...

    No, hombre, no; al principio, es cierto que no quiso referir nada, por pura

    terquedad, enojada como estaba con el marido. Pero luego se le fue a hablar seriamente,el cura mismo le hizo algunas consideraciones, y la pobre seora cont lo que saba.

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    Mas, despus de haber hecho la resea mil y quinientas veces, estbamos donde antes:eran todo trivialidades.

    Por ejemplo?Pues, por ejemplo, que estando ella arriba oy palmadas al pie de la escalera; que

    acudi, y encontr all a nuestro hombre, con un maletn en la mano y un abrigo al

    brazo, pidindole alojamiento; que le hizo subir y lo instal en la habitacin de laesquina; que le pregunt en seguida si iba a cenar: contest l que s y, pasado unmomento, baj al comedor, sentse a la mesa, comenz a leer unos papeles que llevabaconsigo, y ella le fue sirviendo la comida; ya lo sabes: sopa, huevos fritos, un poco decarnero y una buena tajada de carne de membrillo, todo lo cual comi distrado en sulectura; que cuando hubo concluido se retir de nuevo a su cuarto pidindole pluma,tintero y unas hojas de papel... Y por ltimo, que a la maana temprano volvi aaparecer en la cocina, ya con la maletita en la mano y el abrigo al brazo preguntandocunto deba y desapareciendo no bien lo hubo pagado sin discutir ni regatear. Eso estodo.

    Pero, hombre, por favor: resulta irritante, demonio! Cmo es posible? Nadie

    ms haba en la fonda? Y a la patrona no le choc el laconismo del tipo, o algo en suaspecto, o... qu s yo? Yo no puedo creer que, tal como son esas mujeres, no le

    preguntara...Pues mira: otro personal no lo haba (es casualidad: no creas que no se haya

    comentado; pero se dan casualidades); no lo haba, no, ni al entrar el hombre ni al salirde maana. Y mientras coma, fue la propia duea quien sirvi y retir los platos.Casualidad ser, si t quieres...

    De todas maneras, y aun siendo as... No s; pero se dira que hay aqu empeo enhacer todava ms misterioso el asunto de lo que en realidad es. El tipo cmo era?joven o viejo? alto o bajo? rubio o moreno?

    Pues, al decir de ella, ni joven ni viejo, ni alto ni bajo, ni gordo ni delgado, nimoreno ni rubio.

    Vamos, s; seas particulares, ninguna. Y ya est completa la ficha. Lavestimenta, vulgar, de seguro. Y los calcetines de colores y los zapatos de que hablabael otro?

    Ah, ella desmiente al marido; dice que es pura invencin. E invencin, lo delacento extranjero: que si no llega a ser por el maldito papelucho, a nadie se le hubieraocurrido... Ella, claro!, con tal de desmentir al Antonio... Cualquiera sabe!

    La ltima observacin de la hospedera me llen, lo confieso, de sbito regocijo:confirmaba mi hiptesis. Tuve una verdadera invasin de jbilo; tanto, que no pudecontenerme, y le dije a Severiano:

    Mira, primo: esa seora (y perdona que te lo diga) es la nica persona que entodo este asunto ha mostrado sentido comn y que sabe discurrir. Por qu? Pues porqueeso est muy bien observado. Claro est que no era un extranjero! Fantasas, fantasas,y nada ms que fantasas. As es como se forman las leyendas: ven un papel que no

    pueden descifrar y, en seguida, qu va a ser?: un manuscrito en lengua extranjera. Porlo tanto, extranjera tiene que ser la mano que lo escribi. Y ya eso basta para pretenderhaber notado acento extrao, ropas fuera de lo usual, etctera. Pero es el caso, seormo, que no hay nada de todo ello: todo se encuentra construido sobre una base falsa: elmanuscrito no est en lengua extranjera.

    Pues claro; ya lo deca yo: son las palabras sin sentido trazadas por la mano de unloco me contest Severiano. Habrase visto? Qu bruto! S, s, cada loco con su

    tema! Qu bruto! qu grandsimo terco!

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    Ya, Ya! Palabras sin sentido! me ech a rer. En la oscuridad, a m mismo meson mi risa a falsa. Estaba ya crispado, lo que es bastante comprensible, no?.Palabras sin sentido! repet. No te das cuenta de que no hay loco capaz deinventarse de pe a pa sus palabras, sin parecido ninguno con las verdaderas? Por lo quems quieras, Severiano: un loco deforma, mezcla, combina; pero esas palabras

    completas, una junto a la otra, y desprovistas en apariencia de toda significacin... Nome vas a decir...Entonces...Mi primo estaba desconcertado; lo haba desconcertado mi vehemencia. Hubiera

    podido tocarse con la mano su estupefaccin, quieto, inmvil, paralizado, acurrucadoah, en lo oscuro, como un bicho tmido.

    Entonces... repiti, confuso.Es muy fcil, hombre condescend: es el huevo de Coln. (Slo que, claro

    est...) No lo adivinas? Se trata de escritura cifrada.Ya estaba dicho; eso era tal cual: escritura cifrada. Pero, por lo visto, no resultaba

    tan fcil para sus entendederas. Y despus de todo, se explica: qu poda entender

    Severiano de toda esa cuestin de cifras, cdigos y tal?; tendra slo una vaga nocin, yle costaba mucho trabajo darse cuenta. Yo me puse a instruirle. A m, eso me era asuntofamiliar, por razn de los negocios, que a veces exigen... Mas, sea que l ya tiene lossesos endurecidos, sea que yo, con el cansancio y la nerviosidad, no atinaba a poner enclaro la cuestin, tuve que terminar por proponerle: "Anda, a ver! Da luz, que yo no sdnde est el conmutador, y en un momento voy a mostrarte con ejemplos..." Encendi,y yo me tir de la cama. En seguida fui a buscar mi lpiz en el bolsillo de la chaqueta, ysaqu tambin una libreta de notas. Severiano me observaba sin decir nada. Me acerqua su cama, aquel catre en tenguerengue, y tom asiento en el borde, a su lado.

    Mira, fjate le dije: es as; aqu estn las letras del alfabeto... A, B, C, D, E, F,etctera. Bueno: si a cada una de ellas se le asigna un valor numrico (por ejemplo, la Avale cinco; la B, ocho; la C, cuatro, etctera), es claro que podrs escribir lo que te d lagana con cifras, y no entender tu escritura sino quien ya conozca los valoresconvencionales que t le has asignado a cada letra. Basta tener la clave. Veamos, porejemplo, mi nombre: ROQUE SNCHEZ, eh?

    Y con toda paciencia pongo mi nombre en nmeros, para que el muy bruto venga yme diga, me dice: "Pero qu tiene eso que ver con las palabras escritas en idiomaextranjero?" Le mir despacio, procurando no mostrarme exasperado: el pobre es

    bastante duro de mollera, pero qu culpa tiene l? De todas maneras su torpeza meirrit a tal punto que ya me hice un lo, no di ms pie con bola y me fue imposible llevara trmino mi explicacin. Quin sabe tampoco si l hubiera sido capaz de

    comprenderla! Renunci a nuevos ejemplos, que por fuerza hubieran sido mscomplicados, y le dije:Bueno, esto es demasiado tcnico para explicarlo en unos minutos. Yo lo que te

    digo es que ese manuscrito est en cifra. Eso es lo que es: un texto cifrado.Ser as como dices me respondi; pero entonces lo que yo no comprendo es

    para qu diablos iba a dejarnos ah una cosa que nadie puede descifrar.Ah, sa es otra cancin!Comenc a pasearme por la alcoba, de un lado a otro, sorteando la mesita del centro

    y la silla con la ropa, mientras l, sentado en su cama, segua con inters mismovimientos y mis palabras. Yo trataba de persuadirlo ahora de la explicacin mssencilla, que de seguro sera tambin la verdadera: que el sujeto en cuestin, cualquiera

    sabe para qu fines!, tuviera que enviar un mensaje cifrado, y se haya sido el borrador,traspapelado all sobre la mesa.

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    Tal vez. Pero a m eso no me convence. (No me convence! objet. Quaplomo! Dirase que l hubiera estado meditando la idea con toda calma, para sentenciara la postre: "No me convence!"). Cmo iba a dejarse olvidada insisti una cosatan importante, tan importante que exige ponerla en escritura secreta?

    Olvidada, no; perdida entre los dems papeles. Puede bien ocurrir. Puede

    ocurrirle, o bien a un novato que se atolondra, o bien a un veterano ya muy avezado alpeligro.Al peligro, dices? Segn eso, piensas t que la cosa es de cuidado!Por fin se haba dado cuenta el muy lerdo.

    Podra serlo. De mucho cuidado!Me detuve. Ca en un preocupado silencio. A mi cabeza acudan multitud de ideas,

    todava un tanto confusas y mezcladas, pero... multitud! Eso s, todava en nebulosa.No era como al comienzo, que andaban solas, sin darme trabajo, y solas se colocaban ensu orden. Ahora asomaban como por un agujero y se retiraban en seguida antes de quehubiera podido apresarlas. Senta que asomaba una; iba a echarle mano, y ya se habasumido otra vez... Severiano respetaba mi silencio, me observaba. Al cabo de un buen

    rato, aventur:Y, por supuesto!, no sabiendo la equivalencia de cada letra...Qu? La clave?S; no sabiendo la clave...Bien; te dir: hay especialistas que aciertan a descifrar claves secretas, lo que,

    como podrs imaginar, no es nada sencillo. Menudos tos! Tambin los tipos se gananunos sueldos formidables. Pero lo que quiero decirte es que ello no es imposible nimucho menos, y yo, por m, estoy deseando ponerle la vista encima al manuscrito... Novayas a pensarte que yo entiendo de eso; no. En las operaciones mercantiles, en elmundo de los negocios, que tantos puntos de contacto tiene con la diplomada y laguerra, tambin se emplea la cifra para comunicarse acerca de ciertas operaciones deimportancia; pero de eso a descifrar textos de clave desconocida hay mucha distancia.Sin embargo, primo, tengo verdadero deseo de ver el manuscrito. Ya me has metido encuriosidad, hombre. Y, digo yo, puesto que ambos estamos despiertos y sin sueo, dime,por qu no vas ahora mismo a buscarlo?

    Ahora?S, hombre de Dios, ahora! Qu ser reacio, qu indolencia; si hasta pareca

    asustado, como si le hubieran propuesto lo nunca visto, la cosa ms inslita ydescomunal! Levantarse de la cama, nada menos!, e ir a la gaveta en busca del papelitoy traerlo.

    Ahora? repiti. No; no puede ser ahora.

    Pero por qu?Se lo pregunt medio sorprendido, medio divertido, parndome junto a su cama. Yall mismo, cruzados los brazos, aguard la respuesta.

    Porque no puede ser cerr los ojos. El papel, sabes?, lo tiene guardado mihermana Juanita.

    Yo insist. Aqulla no era razn. No es que en realidad me importase nada elmaldito papel ni que tuviera impaciencia alguna; pero me senta ya irritado y, al mismotiempo, me diverta apretarle, ponerle en un brete, sacudirle, sacarlo de su inmovilidad.

    No necesitas despertarla ni hacer ruido aduje para persuadirle. Eso aparte deque a estas horas probablemente ya estar ella rezando sus devociones matinales. Digoyo, no s! Pero, sobre todo, que no tienes por qu hacer ruido. Vas, rebuscas donde ella

    acostumbre guardar sus papeles... Claro que, a lo mejor, lo tiene escondido entre laspginas de algn devocionario.

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    Eso me contest en un tono grave que contrastaba con mi aire de zumbamaligna y, lo confieso, un poco excesiva (un contraste que, como advert en seguida, erareflejo del que haca su figura envuelta, recostada, inmvil, con mi agitacin, ridculasin duda y como burlesca, recorriendo la pieza en ropas menores), eso, Roque, no

    puede ser. Yo no podra sustraerle as como t sugieres el misterioso mensaje. Para

    Juanita no se trata de una cuestin balad: le dara un disgusto muy serio el saber queandaba yo revolviendo en sus cosas y que le haba sacado... Dichoso manuscrito, ycuntos quebraderos de cabeza ha tenido que ocasionar!

    Estas palabras, pronunciadas, como digo, en tono grave y hasta pesaroso, dolientecasi, cambiaron el sesgo de la conversacin. Yo volv a meterme en la cama (estabaquedndome helado) y me cubr hasta medio cuerpo, dispuesto a escuchar con atencinlas confidencias de que aquellas frases parecan ser prlogo. En efecto, me cont enseguida las discusiones, querellas casi, a que el mensaje cifrado diera lugar en su casa.Primero haban sido las protestas airadas de gueda, molesta con las idas y venidas,cabildeos, trifulcas y quimeras suscitadas por el manuscrito; pues a la gente le habadado por invadir su casa claro, l era el depositario, y l tena que aguantar las

    pesadeces de todo el que quisiera verlo y discutirlo!; de manera que gueda, con suintemperancia, su irritabilidad... Alguna vez, curiosa tambin ella aunque no quisieraconfesarlo, haba echado una mirada furtiva, por encima del hombro, al pasar por sulado, cuando l estaba examinando a solas aquella caligrafa. Y l, buscando

    propicirsela, haba aprovechado estas raras ocasiones para invitarla: "Mira, gueda,mujer; a ver qu te parece a ti..." Pero ella no se dejaba implicar; se sala con un"Djame a m de tonteras; no tengo tiempo que perder en pamplinas semejantes"; yslo una vez lleg a tomar el papel en sus manos, aun cuando para soltarlo en seguidasobre la mesa, despectivamente: "Bah!"

    Mientras tanto prosigui Severiano su relato, la otra, Juanita, haba calladosiempre, sin mezclarse en las discusiones, ajena por completo a ellas, segn pareca,

    pero no perdiendo una slaba de cuanto se hablaba a propsito... hasta que una vez mesorprende con esta increble pregunta: "Severiano, cundo piensas entregarme elmensaje?" Al principio, la verdad!, no entend bien lo que quera significarme; la mircon sorpresa, y me dispuse a no hacerle demasiado caso; desde que se ha convertidodefinitivamente en solterona y beata alimenta su imaginacin de fantasas estpidas ygusta de emplear palabras tales como esa de mensaje misin, holocausto... Pero,diantre!, se refera al manuscrito! "Qu mensaje?" "Ese! Cundo me lo entregas?"Ech mano a la cartera, donde lo tena guardado, y se lo alargo. Entonces lo coge con

    premura, le pasa la vista con esa expresin ansiosa que ahora suele tomar (son losgestos teatrales de la iglesia, sabes?; todo se contagia; y luego, t sabes, ese vrtigo de

    la edad, en fin... ), me lanza una mirada inquieta y... desaparece; s, desaparecellevndose el papel a su cuarto y dejndome a m con dos palmos de narices. Yo mequed como quien ve visiones, sin saber ni qu decirle. Qu va uno a decir ante cosatal? T no puedes defenderte del absurdo. Para las cosas normales y corrientes, ya sabes

    bien lo que has de hacer: ests en tu mundo; pisas el suelo firme de la realidad; cadacosa es lo que es, y nada ms: tiene su cuerpo, su volumen, su peso y su forma, sutemperatura, su color, y se est ah quieta hasta que a ti te da la gana de cambiarla desitio. Pero de pronto comienzas a notar que ya no apoyas los pies sobre el suelo; quierestocar algo, y donde creas hallar resistencia no la hallas, est fro lo que esperabascaliente, lo blando se te resiste, alargas la mano para agarrar una cosa, y resulta que se teha escapado. Entonces, ya no sabes qu hacer... Y no haces nada! Te quedas paralizado.

    Pues eso fue lo que me pas a m, y lo que me sigue pasando. Hay veces, te aseguro, enque no hay quin entienda a mi hermana; y yo me pregunto: "Pero es sta mi Juanita?"

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    En resumidas cuentas: que se qued con el papel, y hasta ahora! Cuando volv a tenerlaante los ojos, le pregunt con cierta cautela: "Entonces, Juanita, eso lo guardas t?""Eso qu?" "Qu ha de ser? El papelito". Y me responde: "Pues naturalmente!" Qute parece? Naturalmente!... Dos o tres veces despus le he hecho alguna alusin, le he

    preguntado, por ejemplo, que qu le pareci, y me mira ya con burla, ya con rabia, y no

    me contesta. Como no es cosa de armar un zipizape...Ya, ya comprendo le dije yo entonces a mi primo; ya me doy cuenta de porqu no quieres ir ahora a buscarlo: le tienes miedo a tu hermanita, y eso es todo. Est

    bien, hombre! Haberlo dicho!Miedo, no; consideracin replic enrojeciendo, no s si de bochorno o de

    clera; pues algo deba conservar de su antiguo amor propio, y la verdad es que yo mehaba excedido un tantico: no tena ningn derecho... Adems qu me importaba a mde toda aquella necia historia pueblerina? Nada! Pero lo que pasa es que cuando ya unose ha puesto nervioso, cualquier majadera es capaz de dominarlo. En esto tena raznSeveriano: el absurdo le hace perder a uno la cabeza, atrae como una sima. Yo sentauna impaciencia que a m mismo me causaba estupor: ansiaba de tal modo ver el

    mensaje, que estaba cierto de no poder descansar ms hasta despus de haberlo tenidoen las manos. Tema as, tema! tener que tomar el tren sin haberlo visto, y hastame haba hecho el proyecto de apoderarme de l, aunque fuera en el ltimo instante, yllevrmelo: ya se lo devolvera a mi primo por correo certificado, si tanto inters tuvieraen conservarlo. Pero y si llegaba la hora del tren y, entre tantas vueltas y revueltas, anno haba podido verlo? Resuelto estaba, si preciso fuere, a perder el de las seis y treintay cinco e irme en el de las once, a pesar de toda la incomodidad, inconvenientes y hasta,quin sabe!, perjuicios que eso poda acarrearme. Pues ese retraso de unas cuantashoras me hubiera podido acarrear de veras un serio trastorno: estos pormenores yo no selos haba contado a mi primo Severiano (ni qu iban a importarle a l!), pero resultaque el gerente de Melero y Ca. me tena fijada cita en la Fabril Manchega, S. A., paradilucidar la cuestin de las entregas descabaladas; se trataba de sorprender a estos

    pjaros y nevar un ataque bien combinado, fingiendo una coincidencia casual; lllegara en su auto, mientras que yo, como viajante, pasaba mi acostumbrada visita; enfin, todo un lo; y si yo le dejaba colgado... Pues a bien que no era soberbio y grosero elindividuo como para hacerle semejante jugarreta! Si precisamente por comodidad suyahaba combinado yo el pasar esa noche sobrante en casa de mi primo, a quien, por otra

    parte, deseaba tanto visitar... Pero esa visita amenazaba complicarme la vida; pues,inexplicablemente, era ya para m una necesidad imprescindible la que senta de ver eldemonio de manuscrito, y estaba dispuesto, incluso, a salir en el tren de las once, pasaralo que pasare. Por suerte, no fue necesario.

    Perdona, hombre, Severiano; parece que a ti no se te puede dar una broma ledije para paliar el mal efecto de mi destemplada irona. De todas maneras, Juanamadrugar bastante, no? A m me parece que debiramos estar levantados, no sea quese vaya temprano a misa y nos quedemos...

    Descuida, Roque, descuida. Si todava es noche cerrada me arguy,apaciguado, el buenazo.

    Vamos, que apuesto a que est amaneciendo sostuve.Que va a estar: ni mucho menos.Pero s, hombre; si ya pasan carros...Estaban pasando carros; se oa fuera el chirrido de los ejes, las pisadas de las mulas,

    algn restallido, alguna blasfemia.

    Esos carros salen mucho antes que el sol.

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    Entre tanto, yo me haba levantado, me haba acercado al balcn; abr un postigo:noche cerrada. Pero, a pesar de ello, cada vez se alzaban ms ruidos en el pueblo; cantode gallos, ladridos... Pensara acaso dormirse todava Severiano, despus de habermeimpedido a m que durmiera en toda la santa noche con su estpida historia? Ah estaba,sin rebullir; se haba vuelto para la pared, y ni siquiera rebulla. Pues lo que es si

    esperaba que yo apagase la luz... Fui a mirar mi reloj, que estaba en el bolsillo delchaleco, ah colgado del respaldo de una silla con mi otra ropa: Nada ms que lascuatro y media! "Ya son las cinco menos veinticinco, Severiano dije. Anda,holgazn, levntate, vamos!"

    Se levant, bostezando. No se puede negar que es un buenazo, el pobre. Aad: "Yocreo que tu hermana ya no puede tardar mucho en salir de su cuarto". l me dirigi unasonrisa amable y triste: "S asinti; a ver si por fin nos libramos del misterio".

    Cmo se le notaban ahora los aos, a Severiano, con el escaso pelo blancuzco todorevuelto, y aquellas ojeras! Me pareci viejo: un viejo. Fui a mirarme en el espejo dellavabo: Hay que ver tambin los estragos que puede causar una noche en vela, y ms,despus de haber viajado todo el da! Y es que son ya muchos aos de viajante,

    caramba! Pero luego se afeita uno, se lava, se peina, y como nuevo! Comenc aenjabonarme la cara, mientras que l se desperazaba con los brazos en cruz. Pronto pudoverse cunta razn tena yo: no bien salimos del cuarto y Severiano tard enarreglarse menos de lo que yo me hubiera temido nos topamos con Juanita, que ya sedispona a largarse, y que se sobresalt un poco al tropezar con nosotros en la puerta delcomedor, a donde bamos en busca de algo que tomar como desayuno. Me mir como sino me reconociera o no me recordara, y yo tambin le encontr a ella un no s qu deraro, un cierto ribete cmico y hasta disparatado en la solemnidad de su manto negro, enel gesto de su mano enguantada sosteniendo libro y rosario. Segua siendo aquellaJuanita, s; pero disfrazada de vieja beata... Su hermano la ataj:

    Mira, me alegro de que todava no hayas salido (y qu maneras de madrugar,hija!). Escucha, sabes lo que quisiramos?

    Se dan los buenos das.Sabes lo que quisiramos?S, lo s respondi ella inesperadamente. Lo s!Se haba parado de espaldas a la puerta, un poco rgida, con los brazos cados, y me

    pareci que su voz, demasiado presurosa, temblaba, de puro tensa, en los descoloridoslabios.

    Mir a Severiano. Tambin l estaba plido:Que lo sabes? pregunt en un parpadeo. Y con una sonrisa (qu fea, su

    forzada sonrisa jovial!): Imaginars que vamos a pedirte el desayuno.

    Me vas a pedir el mensaje le replic ella sin vacilar. Y se qued callada.Severiano segua parpadeando como si le hubiera entrado una mota en un ojo.Convencido de que l no rechistara, y empeado adems en cerrarle la retirada:

    Cmo lo has podido adivinar, prima? le pregunt yo. Juanita descompuso suboca en una mueca bufa; en seguida se qued seria, vieja; luego exhal un suspiro;luego trag saliva... Creo que Severiano estaba aterrado al ver que su hermana no deca

    palabra.Otra vez me sent en el caso de intervenir:

    Entonces, prima, nos lo entregas?Lo dije, quiz, algo cohibido. La actitud de Severiano, tan timorata, se me haba

    contagiado, y yo mismo me expresaba ahora con cierta cortedad. Lo que, por otra parte,

    no es de extraar si se piensa que la conducta de Juana era ms que sorprendente. Insistan:

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    Nos lo entregas?Juana revolvi los ojos al techo con gesto implorante y dirigindose, no a m, sino a

    su hermano, le reproch con severa amargura:Que hayas hecho semejante cosa, hombre! Semejante vileza! Ah, s!, ya lo

    saba! Estaba segura de que habras de aprovechar la primera ocasin... De ti para m,

    cara a cara y sin testigos, no te atrevas a ello. Pero siempre que me tirabas indirectas, oque te quedabas mirndome con ganas de decir algo, y sobre todo cuando te sorprenda(porque te he sorprendido, aunque no lo creas, ms de una vez) rondando en torno a mis

    papeles, yo ya saba y estaba muy segura de que, no bien se te presentara, aprovecharasla oportunidad de hacerme tal extorsin. Y la oportunidad se te ha presentado; laoportunidad ha sido esta venida de Roque... Si no es que, tal vez, como pienso, no lellamaste en tu auxilio; pues cosa ms extraa, la llegada de ste ahora, de improviso,tras de tantos aos sin acordarse del santo de nuestro nombre!... Pero de nada te ha deservir. Ah, no! Yo ya no soy la que era! No, a otro perro con ese hueso! No, no...

    Se haba erguido mientras soltaba esta retahla incomprensible, y las flacas mejillasse le haban teido de un rubor falso; el peto bordado con cuentas de azabache suba y

    bajaba, agitado por la clera, por la angustia... Y Severiano pareca anonadado frente aaquella explosin. Anonadado, pero a lo que me pareci no muy sorprendido. Elque estaba estupefacto era yo; tanto, que no supe qu decir (s, lo confieso, no supe qudecir; y para que a m lleguen a faltarme las palabras... ). Aquella furia continuaba ycontinuaba. Se iba excitando ella solita, sin que nadie le diera pbulo Severiano, elinfeliz, no haba resollado siquiera; en cuanto a m, va digo, me haba quedado comotonto, sin saber qu decir, y poco a poco se iba subiendo a las nubes y se enredaba enuna ristra de insensateces ensartadas la una en la otra sin descanso. Por ltimo, y cuandoya se hubo despachado a su gusto, se qued muda y hasta pareci que iba a romper enllanto: la barbilla le temblaba, se le empaaban los ojos y, en una actitud de doloridadignidad, termin barbotando algunas palabras: se le oy decir, entre sollozos, que

    podamos si nos daba la gana registrarle todos sus papeles. Y rehacindose connuevo furor, concluy:

    Tomad, ah tenis la nave de la gaveta para que no necesitis forzar el mueble:revolvedlo todo, destrozadlo todo, arruinadlo todo; no respetis cosa alguna, para qu?

    Tir la llavecilla sobre la mesa del comedor, y sali para misa como alma que llevael diablo.

    Has visto? exclam asombrado, avergonzado, mi primo cuando nos vimossolos. Y yo:

    Pero qu significa eso?No significaba nada. Me convenc de que no haba habido ningn motivo que yo

    ignorase; adquir la seguridad de que Severiano no me haba mentido ni ocultado cosaalguna: daba lstima verle, con aquella cara trasnochada y aquella mirada perruna,humillado y tristn. Sera difcil saber si l haba llegado al convencimiento de que a suhermana se le haba ido la chaveta, pero de lo que no me cabe duda es de que era el

    pobre una vctima de sus caprichos, de que lo tena acoquinado.Pues mira, sabes lo que te digo? le interpel cuando hubimos agotado los

    comentarios del caso, tales como: "Qu barbaridad!" "Eso es de lo que se ve y no secree", y otros tales; sabes lo que te digo, Severiano? Que ahora mismo vamos aregistrarle la gaveta.

    Me pareci que era deber mo hacerlo. En primer trmino, aquella mujer no estabaen sus cabales, y quin sabe qu otra cosa armas, incluso! podra ocultar all bajo

    llave: era no es cierto? un verdadero peligro. Adems, no nos lo haba dicho ellamisma?, no nos haba autorizado, aunque fuera en un rapto de ira? Sin m, Severiano

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    jams se atrevera a hacerlo. Y all se quedara el clebre papelito, per saeculasaeculorum, secuestrado bajo la custodia de aquella especie de dragn...

    Mi primo recibi la propuesta con una mirada de asombro, pero no opusoresistencia alguna cuando le insist: "Anda, vamos!..." Con l, no hay sino mostrarseresuelto. Slo me pidi, con una sombra de angustia: "Cuidado, sin hacer ruido, no sea

    que se despierte gueda".Cog la llave, y l, andando de puntillas, me condujo al cuarto de Juanita. Elconsabido cuarto de solterona, cerrado y todava con olor de la noche. Abr los postigos

    ya amaneca y, despus de girar una mirada alrededor, me dirig al pequeopupitre, bajo una virgen del Perpetuo Socorro en bajorrelieve, de escayola pintada ydorada. Meto la llave en la cerradura (violacin de secreto, seores!), abro, y nada!Parecer un chiste de mal gusto, una broma pesada: no haba cosa alguna dentro del

    pupitre, nada en los cajoncillos laterales, nada en los compartimientos... lo que se dicenada! Debo confesar que me sorprend a m mismo todo agitado, con el corazn en unhilo y apretada la garganta. Estaba parado ante el mueblecillo, y no saba qu hacerme.Volv la vista hacia Severiano, y su expresin no deca nada: era la misma expresin

    triste e indiferente de antes. "Qu te parece esto?" le pregunto. "Y qu quieresque te diga?" Haba en su entonacin una especie de renuncia, de abandono irnico;

    pareca burlarse de m sutilmente; pero esta vez su flojedad no me produjoexasperacin, tan desconcertado estaba yo. Me hallaba lo confieso anhelante,sobrecogido, desconcertado, en fin, cosa que se comprende bien con la nerviosidad deuna noche en vela y la emocin de encontrarse uno de nuevo en su pueblo y entre los

    parientes con quienes uno se ha criado: todo eso altera la rutina de los hoteles, de lasconversaciones siempre iguales que llenan los viajes de un comisionista... Le pregunttodava a Severiano: "Qu hacemos, t?" "Qu hemos de hacer?" Y no insist ya enque registrramos todos los rincones de la pieza, no porque la idea no se me ocurriera(de buena gana la hubiera emprendido a coces con cuanto all haba: sillas, ropas ycuadros), sino por consideracin haca mi primo, y hasta por aburrimiento. Mi irritacinhaba degenerado ya en aburrimiento, en ganas de escapar.

    Mir el reloj. "Todava alcanzo bien el tren de las seis y treinta y cinco", dije. "S;claro que alcanzas". ("Conque tenemos ganas de que me vaya, eh?") "Alcanzas, ytambin tienes tiempo de tomar tranquilamente el desayuno", confirm Severiano,aadiendo sin embargo: "Pero ser mejor que vayamos a tomarlo en el bar de BellidoGmez".

    No; el desayuno os lo puedo preparar en seguida.Nos volvimos: era gueda, parada junto al quicio de la puerta, con el pringoso pelo

    gris enrollado en trenzas.

    Gracias, prima, gracias; pero prefiero que nos despidamos ahora. Desayunaremosen el bar y en seguida al tren! Me hubiera causado un gran trastorno el perderlo, comoya le dije a ste, creo.

    As se hizo todo. Severiano me acompa, pasamos a desayunar en el bar, y luegome dej en el tren. "A ver si vuelves pronto, Roquete; que no se vayan a pasar otrosocho o diez aos antes de que te acuerdes de nosotros!" "Descuida!"

    Y all se qued, como un pasmarote, haciendo adis con la mano. Qu se me dabaa m de toda aquella absurda historia del manuscrito? Ni siquiera estoy seguro de quetodo ello no fuera una pura quimera.

    (1948)

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    El Tajo

    I

    Adnde ir ste ahora, con la solanera? oy que, a sus espaldas, bostezaba,perezosa, la voz del capitn.

    El teniente Santolalla no contest, no volvi la cara. Parado en el hueco de lapuertecilla, paseaba la vista por el campo, lo recorra hasta las lomas de enfrente, dondeestaba apostado el enemigo, all, en las alturas calladas; luego, bajndola de nuevo,descans la mirada por un momento sobre la mancha fresca de la via y, en seguida,

    poco a poco, negligente el paso, comenz a alejarse del puesto de mando aquellacasita de adobes, una chabola casi, donde los oficiales de la compaa se pasaban

    jugando al tute las horas muertas.Apenas se haba separado de la puerta, le alcanz todava, recia, llana, la voz delcapitn que, desde dentro, le gritaba:

    Trete para ac algn racimo!Santolalla no respondi; era siempre lo mismo. Tiempo y tiempo llevaban sesteando

    all: el frente de Aragn no se mova, no reciba refuerzos, ni rdenes; pareca olvidado.La guerra avanzaba por otras regiones; por all, nada; en aquel sector, nunca hubo nada.Cada maana se disparaban unos cuantos tiros de parte y parte especie de saludo alenemigo, y, sin ello, hubiera podido creerse que no haba nadie del otro lado, en lasoledad del campo tranquilo. Medio en broma, se hablaba en ocasiones de organizar un

    partido de ftbol con los rojos: azules contra rojos. Ganas de charlar, por supuesto; no

    haba demasiados temas y, al final, tambin la baraja hastiaba... En la calma delmedioda, y por la noche, subrepticiamente, no faltaban quienes se alejasen de laslneas; algunos, a veces, se pasaban al enemigo, o se perdan, caan prisioneros; y ahora,en agosto, junto a otras precarias diversiones, los viedos eran una tentacin. Ahmismo, en la hondonada, entre lneas, haba una via, descuidada, s, pero hermosa,cuyo costado se poda ver, como una mancha verde en la tierra reseca, desde el puestode mando.

    El teniente Santolalla descendi, caminando al sesgo, por largos vericuetos; se alejya conoca el camino; lo hubiera hecho a ojos cerrados; anduvo: lleg en fin a lavia, y se intern despacio, por entre las crecidas cepas. Distrado, canturreando,silboteando, avanzaba, la cabeza baja, pisando los pmpanos secos, los sarmientos,sobre la tierra dura, y arrancando, aqu una uva, ms all otra, entre las ms granadas,cuando de pronto "Hostia!", muy cerca, ah mismo, vio alzarse un bulto ante susojos. Era cmo no lo haba divisado antes? un miliciano que se incorporaba; porsuerte, medio de espaldas y fusil en banderola. Santolalla, en el sobresalto, tuvo eltiempo justo de sacar su pistola y apuntarla. Se volvi el miliciano, y ya lo tenaencaonado. Acert a decir: "No, no!", con una mueca rara sobre la sorprendida

    placidez del semblante, y ya se doblaba, ambas manos en el vientre; ya se desplomabade bruces... En las alturas, varios tiros de fusil, disparados de una y otra banda,respondan ahora con alarma, ciegos en el bochorno del campo, a los dos chasquidos desu pistola en el hondn. Santolalla se arrim al cado, la sac del bolsillo la cartera,levant el fusil que se le haba descolgado del hombro y, sin prisa ya los disparosraleaban, regres hacia las posiciones. El capitn, el otro teniente, todos, lo estaban

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    aguardando ante el puesto de mando, y lo saludaron con gran algazara al verlo regresarsano y salvo, un poco plido, en una mano el fusil capturado, y la cartera en la otra.

    Luego, sentado en uno de los camastros, les cont lo sucedido; hablaba despacio,con tensa lentitud. Haba soltado la cartera sobre la mesa; haba puesto el fusil contra unrincn. Los muchachos se aplicaron en seguida a examinar el arma, y el capitn,

    displicente, cogi la cartera; por encima de su hombro, el otro teniente curioseabatambin los papeles del miliciano.Pues dijo, a poco, el capitn dirigindose a Santolalla; pues, hombre!,

    parece que has cazado un gazapo de tu propia tierra. No eras t de Toledo? y lealarg el carnet, con filiacin comple