LA PROSA ESTETICA DEL MODERNISMO

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LA PROSA "ESTETICA" DEL MODERNISMO (Un ?'ec 'uerdo de V en t11 1' a Ga?'c ía Cal de? 'ón) Escribe: RAFAEL MAYA La gene raci ón a que y'J pertenezco , la generaclOn de Lo s N u ev os, que co menzó a fig urar públicamente en el o de 1925, cosechó los fr utos, ya maduro s, del modernismo. Efectivamente , esa a mplísima y fundamental revolución había ya cumplido totalmente su mi sión, cuando la nueva g en e- ración colombiana apareció como legítima usufructuaria de todo cua nto habían realizado, en el campo del arte , Darío y sus seguid or es. Sinem- bargo, ya la generación de L os Nuev os come nzaba a orientar se hacia for- mas diver s as de las cultivadas por los moderni s ta s, abandonand o mucho s tópicos convencionales que trajo aqu el movimient o, y que ll eg ar on a con- vertirse en fórmula estética de fácil apli cación. Una de las maneras de expresión qu e la s en s ibilidad de L os N tt evos asimiló s directamente, des pués de hab er sido elaborada con mucha pa- ciencia por los modernistas, fue la prosa , pero la prosa como se e ntendía en aquello s días, es decir, la prosa artí s tica, la pro sa estética , rival del verso muchas veces y, con frecuencia , l? u triunfante competidora. Es indu- dable que actualment e la, prosa tien de a bus ca r los siste mas de expr es ión que esencialmente le corresponden, y que, de propó sito, principalmente en la novela, se conforma con cierto desaliño que parece traducir mejor la anarquía del alma contemporánea. Se per s igue lo aut é ntico de la expre- s.i ón en lo que se relaciona con los motiv os vit al es, abandonan do el se sgo simplemente estético de la frase, que ya ni en el verso tien e vigencia. El prosaísmo lo ha invadido todo. Pero en los días del modernismo acontecía lo contrario. La pr osa era un verdadero instrumento de arte. Les arrebató a la pintura, a la escul- tura, a la música, lo que estas artes te nían de elementos tran sfe ribles, y aquellos atributos que podían intercambiar se fácilmente, de manera que hubo prosas sinfónicas, prosas pictórica s, pro s as escultóricas y pr osas que reunían y sumaban todas estas cualidades, Entre nosotros, Silva hizo un notable ensayo de prosa pictórica en sus célebr es "Tran sposiciones ", Va- len cia c ultiv ó la pr osa con relieve y volu men, co mo si tra tas e plástica- mente las ideas, y Rivas Groot, en su s novelas, musicalizó los pe ríodos hasta tocar los límites del verso. En Eur opa ocurría otro tant o. El vir- tuosismo danunciano era verdad e rame nt e orques tal. Los Gon co urt esc ri- bían páginas memorables con la técnica impre s ionista ' de un Manet o de - 377 - Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.

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LA PROSA "ESTETICA" DEL MODERNISMO

(Un ?'ec'uer do de V en t11 1'a Ga?'c ía Calde?'ón)

Escribe: RAFAEL MAYA

La generación a que y'J pertenezco, la generaclOn de Los N u ev os, que comenzó a fi gurar públicamente en el año de 1925, cosechó los f r utos, ya maduros, del modernismo. Efectivamente, esa amplísima y fundamental revolución había ya cumplido totalmente su misión , cuando la nueva gene­ración colombiana apareció como legítima usufructuaria de t odo cua nto habían realizado, en el campo del arte, Darío y sus seguidor es. Sinem­bargo, ya la generación de L os Nuevos comenzaba a orientarse hacia for­mas diversas de las cultivadas por los modernistas, abandonando muchos tópicos convencionales que trajo aquel movimiento, y que llegaron a con­vertirse en fórmula estética de fácil aplicación.

Una de las maneras de expresión que la sensibilidad de L os N ttevos asimiló más directamente, después de haber sido elaborada con mucha pa­ciencia por los modernistas, fue la prosa, pero la prosa como se entendía en aquellos días, es decir, la prosa artí stica, la prosa estética , rival del verso muchas veces y, con frecuencia , l? u triunfante competidora. E s indu­dable que a ctualmente la, prosa tiende a buscar los sistemas de expresión que esencialmente le corresponden, y que, de propósito, principalmente en la novela, se conforma con cierto desaliño que parece traducir mejor la anarquía del alma contemporánea. Se persigue lo auténtico de la expre­s.i ón en lo que se relaciona con los motivos vi t ales, abandonando el sesgo simplemente estético de la frase, que ya ni en el verso tiene vigencia. El prosaísmo lo ha invadido todo.

Pero en los días del modernismo acontecía lo contrario. La prosa era un verdadero instrumento de arte. Les arrebató a la pintura, a la escul­tura, a la música, lo que estas artes t enían de elementos transf eribles, y aquellos atributos que podían intercambiarse fácilmente, de manera que hubo prosas sinfónicas, prosas pictóricas , prosas escultóricas y prosa s que reunían y sumaban todas estas cualidades, Entre nosotros, Silva hizo un notable ensayo de prosa pictórica en sus célebres "Transposiciones", Va­lencia cultivó la prosa con relieve y volu men, como s i tratase plá st ica­mente las ideas, y Rivas Groot, en sus novelas, musicalizó los períodos hasta tocar los límites del verso. En Europa ocurría otro tanto. El vir­tuosismo danunciano era verdaderamente orquestal. Los Goncourt escri­bían páginas memorables con la técnica impresionista ' de un Manet o de

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un Sisley, y Flaubert parecía un orfebre, o mejor dicho, un Vulcano, que también recibía la vi s ita del dios de la armonía, como en el lienzo de Velázquez.

De todos es conocida la evolución de la prosa castellana en los últi­mos años del sig lo pasado. Quizás el primer escritor español en quien se encuentra un nuevo sentido de la prosa sea Bécquer .. La influencia del autor de las "Rimas" en la revolución modernista fue doble. En la poesía lírica, su huella es notoria en los primeros versos de Juan Ramón Jimé­nez, y en los de Silva. Por el otro aspecto, crea una prosa que es, al mismo tiempo, melódica y colori sta, como puede comprobarse repasando sus L ey endas y sus Ca1'tas desde m i celda. Si de esta prosa pasamos a la de un Galdós o a la de un Pereda, advertimos que el instrumento ha cambiado de tono. La de Bécquer es una prosa que ya no parece instrumen­te exclusivo de la inteligencia, como las anteriores, sino de la sensibilidad. Para mí, en este cambio res ide lo esenci al del fenómeno moderni sta. Ya no se escribe con el cerebro sino con los nervios.

Paralelamente ocurre lo mismo en los países hispanoamericanos. Gu­tiérrez Nájera escribe su s Cuaresmas del Duque Job en un lenguaje que hubiera extrañado a Bello, a Cecilio Acosta, a Miguel Antonio Caro, en fin, a cualquiera de los clásicos de este continente. Caro habría dicho que eJ.'a una prosa de decadencia por concederle más valor al m a ti z subjetivo que a la claridad lógica. Con más nervio y densidad se expresaba José Martí, que ponía al servicio de su elocuencia apasionada períodos fogosos, donde el vocablo centell eaba, y las frases se erguían como columnas de fuego, o bien como pirámides de cristal, llenas de irisaciones prodigiosa s. Caudalosa, en verdad, y millonar ia de reflejos, esa prosa de Martí, en la cual se tra nsfundí a el a lma de un li bertador. lVIartí es uno de los m ás ilustres antecesores del moderni smo en nuestra América.

Pero llega Darío y r esume, funde y amalgama todos esos elementos, gracias a su genio sin cr ético . Cuando en 1888 aparece" Azul" se ha cum­plido pacíficamente una de las más profundas transformaciones en el campo de las letras castella nas. En ese libro se hallan subl imadas las esencias de todas las culturas, como finalmente lo advirtió don Juan Va­lera, pero siempre con predominio de lo francés. Vienen después "Los Ra­ros", y la prosa castellana cuaja definitivamente en moldes de belleza no imaginados antes.

En todo el continente surgen los "estilistas" es decir, los cultivadores de la frase por la fra se misma, di scípulos, a través de Darío, de los pre­ciosistas franceses. El mismo Rodó, no obstante la densidad de su pen­samiento, concede principalísima atención a los modos expresivos, y su estudio sobre Darío parece una transcripción, a la prosa analítica, de los mismos procedimientos rítmicos y verbales implantados por el gran poeta a quien está estudiando. E se estudio es otra "prosa profana", en escala diferente. Siguiendo la misma línea de procedimientos artísticos podría citarse a Manuel Díaz Rodríguez, y, acaso, a Larreta, en su obra capital.

Pero nadie, dentro de la generación inmediatamente posterior a Da­río, cultivó la prosa artística con tanto amor como Ventura Garcí~ Cal·

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derón, peruano nacido en París , ciudadano cosmopolita, alma de griego con atavismo de príncipe inca, árabe injertado en indio de las mesetas andinas, tocador de cítara y ejecutante de tambores africanos. Fue García Calderón, en grado mayor quizás que el propio Darío, un resultado típico del moderni smo. Alma múltiple, como la del nicaragüense, solo tuvo el instrumento de la prosa para trasladar las complejidades de su espíritu, eternamente desarraigado; pero ese instrumento, en manos del escritor peruano, adquirió una prodigiosa riqueza de tonos y modulaciones, al punto que nada tuvo que envidiarle al verso, y, en ocasiones, parece supe­rar la virtualidad lírica del ritmo prosódico.

Cantilenas, aparecido en la preciosa colección de "Ediciones Mundo Latino" con el fino y transparente retrato del autor hecho por Fuyita, fue un libro realmente embrujador para mi generación, y especialmente para quienes, por ese entonces, cultivábamos la prosa estética. Verdadero cofre de sándalo, ese libro olía a maderas preciosas, a ungüento bíblico, a per­fume de París, todo ello revuelto y mezclado en la más diabólica alqui­mia , como para producir exquisitos desvanecimientos. Mi generación, que todavía oscilaba entre el misticismo perverso de Verlaine y el alto y puro satanismo de Baudelaire, halló en Cantilenas una especie de incentivo morboso para despertar artificialmente la fantasía, e introducirla en iné­ditos paraísos. Era un libro extraño y complicado, añorante y decadentis­ta, con lánguidas evocaciones de París y de Venecia, con terrazas para el amor de un verano, con otoños versallescos, con mujeres expectantes en cualquier rincón del Banio Latino, o asomándose a un balcón italiano, frente a la costa de oro. Y todo ello dicho o sugerido en la más bella prosa que por entonces podía escribirse, en los dominios del habla cas­tellana.

Con estos antecedentes, ya podrá- imaginarse cualquiera la profunda emoción con que me acerqué a Ventura García Calderón, en París, cuando el gran estilista de otros días desempeñaba el cargo de embajador de su país ante la Unesco. Era, desde luego, una ruina humana. De aventajada talla, muy encorvado, una lesión en la columna vertebral lo mantenía casi en estado de invalidez. Solo concurría a su oficina, por algunas ho­ras, los días martes. Había pertenecido a la llamada "belle époque", al París de Gómez Carrillo y de Blanco Fombona, al París que marcó tan profundamente el espíritu de Vasconcelos y de Alfonso Reyes, cuando se creía eterna de delicia de vivir, y el s imple di scurrir por las avenidas era una fiesta florentina para los sibaritas de la inteligencia, Ahora no exis­tía nada de eso. Dos grandes y fatales guerras habían terminado con la sonrisa de Lutecia. Las recias figuras del movimiento modernista habían desaparecido, lo mismo que las revistas que le dieron resonancia, y se hallaban en decadencia, o habían evolucionado hacia la cl ientela burgue­sa, los famosos cafés donde se libraron las batallas de la escuela. Yo en­tré varias veces al "Glosserie des Lilas" y al "Kali saya" para evocar, ante los nuevos y elegantes parroquianos, las amadas sombras de aquel tiempo,

García Calderón, profundamente vinculado a la inteligencia francesa, hasta el punto de considerársele como nacional de ese gran país , no había perdido sus raíces peruanas y americanas; pero sintiéndose solo en rela­ción con su universo juvenil, ya extinguido, y ante la indifel'encia de los

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nuevos escritores hispanoamericanos, que lo consideraban como una figu­ra de museo, se dedicó a seguir, con más atención que nunca, la evolución del pensamiento francés. Una de sus últimas obras, escritas directamente en aquel idioma, fue su Inte?'lyretación de Montherlant, que los periódicos de París consideraron como uno de los mejores estudios acerca de la em­pinada y arisca personalidad del autor de Port-Royal. Entre las obras que lo obsesionaban en sus últimos años, figuraba una historia del modernis­mo, de la cual me habló varias veces, y para cuya redacción se hallaba mejor preparado que nadie. Había sido el evangelista de la nueva doc­trina, y su amistad "filial" con Darío, como me lo decía, le daba autori­dad de testigo personal irrecusable. Ignoro si esa historia llegó a escri­birse, o si no pasó de un simple proyecto, íntima y cariñosamente frus­trado. De su compañerismo con Darío dan testimonio estas líneas, que copio de Can tilenas, y que, al mismo ti empo, ilustran acerca de su arte como maestro de músicas verbales:

"Un cielo azul apenas rizado de paJaros, la fuente de Carpeaux, con cuyo celeste ruido venías a ensayar tu cornamusa, todo el paisaje es tuyo, Rubén. Acabo de pasar por la Rue Herschel, donde recibías a los poetas con una bata de seda parecida a un pañuelo de hierbas. Oh, nues­tras tardes en el Jardín del Luxemburgo, en los días de tregua lúcida, el dorado jardín que el otoño despoja, mientras todo era signo para tu alma confusa, eternamente atenta a la flauta pánica. En esos días cami­nabas penosamente al aire libre, como aturdido y a sombrado. Yo te decía , para alejar quebrantos -Don Rubén, vamos a ver flores y niños ... Otra vez he vuelto al jardín, iguales besos y pimpollos revientan en este mar­zo precoz, pero, sin tí, me parece desprestigiada la primavera".

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