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    PEDRO CASTRO MARTINEZ

    LA PENINSULA IBRICA ENTRE 1600-900 cal ANE),( UNA SITUACIN HISTRICA ENTRE DOS MITOS:D E L A R C A R A TARTESSOS)D i r e c t o r a : M a E n c a r n a S a n a h u j a Y 1 1

    D e p a r t a m e n t d ' H i s t r i a d e l e s S o c i e t a t sP r e c a p i t a l i s t e s i A n t r o p o l o g i a S o c i a lU N I V E R S I T A T A U T N O M A DE B A R C E L O N AB e l l a t e r r a , 4 d e m a y o d e 1992

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    L A P E N I N S U L A I B R I C A E N T R E 1 60 0-9 00 ca l A N E ) .(UNA SITUACIN HISTRICA ENTRE DOS MITOS:DEL A R C A R A TARTESSOS)

    TOMO I

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    INDICEINTRODUCCIN

    1.-DEMARCACIN DEL TEMA: LA PENINSULA IBRICAEN TR E 1600 -900 c a l A N E . 1 11.1.-Una situacin: U n t iempo y un espacio. 131.2.-El t iempo ent re d os mi tos: A lusiones y olv idosde un perodo intermedio 221.2.1.-Entre ElArgaryy Tartessos: Postargrco y Pretar tss ico. 221.2.2,-Poniendo en orden el tiempo. 311.2.3.- Nuestro calendario en el pasado. 431.2.4.-Las dataciones radiomtricas como referentes de ubicacin temporal. 76

    1.3.-La crisis de El Argar y el final de los grupos del Bronc e .El l mi te cronolgico inicial y sus evidencias(1650/1550 cal ANE-1450/1300 a n e ) . 891.3.1.-El final de una Edad Ant igua de l Bronce. 891.3.2..-Los grupos arqueolgicos anteriores. 93

    1 . 4 . -Los inicios de Tartessos y la presencia fenic ia .Del imitacin cronolgica final.( 950 / 900 c a l AN E-800 a ne) . 1 221.4.1 .-La Protohis to r a y el final de la Prehis to r ia . 1221.4.2.,-Los cambios de una nuevas situacin histrica. 128

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    1.4.3.-Las cronologas: Dataciones arqueolgicasversus datclones histricas. 1331.4.4.-Los grupos arqueolgicos posteriores. 155

    2.-EL SER DEL TIEMPO:PERIODOS PARA UN MILENIO DE EDAD OSCURA. 1 93

    2.1 . -Las Sistemat izaciones, constructos y disgustos. 195

    2.2.-Los t iempos del clima:la transicin subboreal-subatlntico. 197

    2.3.-EI esquema clsico de las Edades de los Metales:Un sistema atemporal . 2232.3.1 -Los matices: lo tardo y lo reciente. 2232.3.2.-Un final compartimentado para la Edad de lBronce. 23 22.3.3.-Un cambio de edad sin ruptura:el paso a la 1a Edad del Hierro. 260

    2.4.-La esencia del espacio: Las culturas regionales. 264

    2.5.-El Des cubrim iento de la Osc ur idad . 290

    2.6 . -Procesos y recesos: Las teor as de la evo lucin social. 298

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    3-LA CONSTRUCCIN DE LA UNICIDAD:COSAS, FENMENOS Y CULTURAS. 317

    3.1.-De la cosa al caso:la cu l tu ra mater ial como lnea de salida. 3193.2.-Las cermicas del II9 milenio:smbolos del pasado o mitos arqueolg icos? 3273.2.1.-Campaniformes \ard\os y Epicampaniformes. 3323.2.2.-Cogotasl. Lacultura espaola de la Edad delBronce. 3593.2.3.-La Excisin: otra tradicin. 3823.2.4.- Mundo tartssico y el deseo geomtrico. 390

    3.3.-Los metales como pro tagon is tas :Del Atlnt ico al Mediterrneo. 4 113.3.1.-La Oikoumene Atlntica: 4113.3.2.-Ex Oriente Lux. Chipre, los Pueblos del Mar y las estelas. 430

    3.4.-La muerte y e l movimiento:Migraciones y di fusiones de las cu l tu ras indoeuropeas. 4353.4.1 -Una migracin a la bsqueda del fsil director. 4353.4.2,-Los perodos de los Campos deUrnas. 453

    4.-LA DOCUMENTACIN ARQUEOLGICA. 4634 . 1 . -Ga tas . 4 7 14.1.1 .-Los trabajos de campo en Gatas. 4714.1.2.-La seleccin de conjuntos. 531

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    4.2.-La Informacin de los yacimientosde la Pennsula ibr ica . 559

    4 .3 . -Los yac i mi ent os peninsulares:ev i denc i as para el p e r o d o de 1600-900 cal A N E . 5684.3.1.-Los yacimientos del Sudeste. 5734.3.2,-Los yacimientos de Andaluca Central. 6494.3.3.-Los yacimientos del valle del Guadalquivir 7334.3.4,-Los yacimientos del Sudoe ste peninsular. 8134.3.5.-LOS yacimientos de La Mancha. 8674.3.6,-Los yacimientos del Sistema Ibrico. 8834.3.7,-Los yacimientos del Levante peninsular. 9114.3.8,-Los yacimientos de l Nordeste peninsular. 93 34.3.9,-Los yacimientos del Ebro Medio y Bajo. 9834.3.10,-Los yacimientos del Alto Ebro. 10474.3.11 -Los yacimientos de la Meseta Norte 10954.3.12.-Los yacimientos del valle del Tajo 11494-3.13.-Los yacimientos del Noroeste peninsular. 11854.3.14,-Los yacimientos del centro de Portugal. 1235

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    5. -CASAS, TUMBA S, POTES Y A R M A S :CARACTERIZACIN, ANALTICA, DIACRONIA Y GEOGRAFADE LA S ESTRUCTURAS Y LOS ARTEFACTOS. 12575.1.-Los Asentamientos 12595.1.1.-La dinmica de los asentamientos. 12615.1.2.-La organizacin de los asentamientos. 13055.1.3.-La arquitectura domstica. 13355.2.-Las necrpolis de la Pennsula Ibricaentre 1600-900 cal A NE : un mundo sin tumbas . 13895.2.1.-El abandono de la norma argrica:un hiatus funerar io. 13925.2.2.-Las sepulturas en fosos, hoyos y f ordos de cabana. 13985.2.3.-El megalitismo quenocesa. 14065.2.4.-Las necrpolis de cistas. 14215.2.5.-Las cuevas funerarias. 14 385.2.6.-lncineracn, urnas y necrpolis de urnas. 14455.2.7.-La inhumaciones infantiles en los asen tamien tos. 14 63

    5.3.-Los productos metlicos. 14695.3.1.-Espadas/Puales 14795.3.2.-Puntas de lanza. 15035.3.3.-Hachas 15235.3.4.-Debate cronolgico sobre otros elementos de bronce. 15495.3.5.-La orfebrera peninsular. 1571

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    5 . 4 . - L a c e r m i c a . 15935.4.1 .-Analtica de la variabilidad cermica. 15935.4.2.-VarabIidad mtrica de la cermica. 16015.4.3.-Estilos decorat ivos. 16255.4.4.-Variabi l idad morfolgica. 16715.4.5.-Elementos accesorios de las cermicas. 1685

    6.-TIEMPOS Y GRUPOS PENINSULARESE N T R E 1600 Y 900. 16996.1.-Una del imi tac in de per odosdesde la cronologa radiomtr ica . 1701

    6.2 . -Los grupos peninsulares. 17196.2.1.-Los grupos del Perodo I (1580-1375) 17226.2.2.-LOS grupos del Perodo II (1375-1250) 17416.2.3,-Los grupos del Perodo III (1250-1100) 17556.2.4,-Los grupos del Perodo IV (1100-900) 1 7 6 4

    7. -B1BLIOGRFIA 17 87

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    INTRODUCCIN

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    El trabajo que ahora presento ha sido sin duda el resultado demuchas historias, pero f inalmente se ha conver t ido en la serie devolmenes que siguen a continuacin. Muchas personas y muchasetapas han tenido su lugar en la gnesis de esta tesis, y por su puestoforman parte de ella.

    Ma Encarna Sanahuja Yll, la directora de este trabajo, ha tenidosin duda un papel protagonista. Ha podido seguir desde el prinicipioesas historias que han permitido llevar hasta el final una tesis comosta, y por supuesto ha formado parte de el las. Desde mi etapa deestudiante en la Universidad de Barcelona, hace casi quince aos,hasta el presente, ha estado al tanto de mi trayectoria, no sloacadmica, y de mis intereses en la investigacin, y ha incentivadosiempre la labor que me ha permit ido conluir mi trabajo.

    Los aos que han transcurrido desde mis primeras aproximacionesal tema del ambiguo Bronce Final de la Pennsula Ibrica han tenidoalgunas etapas intermedias, como la preparacin y lectura de mi tesisde l i cenc iatura sobre una necrpol is de los campos de urnas, losprimeros trabajos relacionados con el Sudeste, o los problemas queiban surgiendo en las excavaciones de Gatas. En toda esta historia M aE. Sanahuja Yll precisamente como directora del "Proyecto Gatas" hai m p u l s a d o la e x i g e n c i a de una l a b o r de r e v i s i n del m u n d opostargrico. Desde esa perpect iva cobraba sent ido que yo mecentrara en profundizar en la problemtica implicada en esa etapapos te r io r al f i na l argrico, que apareca como un momento de difcilaprehensin.

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    As , una de las motivaciones para que este trabajo se llevara acabo tal como ahora se presenta ha sido sin duda las exigenciaderivada del "Proyecto Gatas". En algunos trabajos anteriores todavam a n e j b a m o s en el equ ipo que da vida a e s te p r o y e c to unadicotomizac in entre Bronce Tardo y Bronce Final, o hablbamos demanera ms amplia de los t iempos postargricos o del BronceReciente. Se reflejababa en esta terminologa la inexistencia de unasreferencias ms claras para lo que vena despus del ms de mediomilenio de Argar. Por lo tanto, la organizacin de la informacindisponible, para aclararnos, ha sido una razn crucial que me haimpulsado a entrar en el farragoso mundo de un tema de estudio cuyaapar iencia de escasa espectacular idad ha permit ido que pasara aformar parte de los anales de las edades oscuras .

    Aun as, pese a la presunta escasez informativa, la disponibil idadde t iempo ha exigido acotar el tema, y por esta razn la demarcacinha s ido f ina lmente cronolgica y geogrf ica: La Pennsula Ibr icaentre el ao 1600 y el ao 900. Las relaciones mediterrneas,atlnticas o transpirenaicas podan haber conducido los problemasque surgan a un marco an ms amplio, pero ha sido una decisines tab lecer los l mi tes menc ionados . Una res t r icc in espac ia l otemporal ms delimitada habra dejado de lado algunos fantasmasinexcusables (Cogotas I, Bronce Atlntico, Campos de Urnas ) quesiempre permanecan fuera del campo de estudio, si la demarcacinera ms restringida. Contaba adems con la reciente sistematizacinde Paloma Gonz lez Mareen, que en su tesis sobre el grupo argrico haproporcionado una buena base de partida a mi trabajo.

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    Intentar, como me haba propuesto, un estudio global de un temaq u e t r a s p a s a b a e l m b i t o d e u n a d e m a r c a c i n g e o g r f i c aadmin i s t ra t i va , y que imp l icaba una labor de pro fund i za r en lae v i d e n c i a e m p r i c a , s u p o n e , i n m e d i a t a m e n t e , e n f r e n t a r s edirectamente al desolado r pano rama de las prcticas de la pu bl icacinarqueolgica. Pero he utilizado en la medida en que me ha sido posiblela bibl iografa disponib le; es decir, he recurrido a una lectura desegunda mano, mediatizada por las distintas actitudes, presupuestos ycapacidades de quienes han realizado en distintos m om en tos tex to sd i r ig idos a dar a conocer, bs icamente a l mbi to profes ional , sust rabajos. La excepc in es la in formacin obtenida en el marco del"Proyecto Gatas", y por esa razn el yacimiento de Gatas ha tenidouna pos ic in pr i v i leg iada en la es t ruc turac in del ndice y en elprotagonismo que le he dado en diversos apartados. A mis compaerasy compaeros en el trabajo colectivo en este yacimiento tengo queagradecer la utilizacin de informacin en gran parte indita, que hasido fruto del esfuerzo com n.

    El resto de la informacin, procede de canales informativos quecreo que conl levan un sesgo m uy ampl io, en la medida en que labibl iograf a ofrece un panorama escasamente opera t i vo , y en queadems, su utilizacin nos sita f rente a la difcil si tuacin deasumir como vlidos heterogneos mensajes cifrados en clave de unlenguaje no siempre asumible como lector, y menos an inteligible ent o d as s u s i n te n c i o n e s , c o n c e p t u a l i z a c i o n e s , t e r m i n o l o g a s ydef in ic iones casi nunca expl c i tas y siempre sujetas a la inciertaposibi l idad del ajuste a la con venc in. A nte la duda, queda siemp re la

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    espectativa de que una correcta formalizacin del lenguaje, y de quela estandar izac in de los pat rones descriptivos evite posiblesambivalencias. Esa espectativa, sin embargo, es probablemente unaesperanza infundada sobre la potencial separacin entre descripcin yop in in , en t re ob je to y autor ida d (au tor a ) . P ero , c reo que e loptimismo positivista no encontrar fcilmente su oportunidad en unad i sc i p l in a cu y a fu e n te d e i n f o r m a c i n es la i n t e r p r e t a c i n d eexcavaciones nunca exentas de problem as. Sera, efect ivamentedeseable hallar un referen te inexcusable al que acudir, pero esto no esas. Desde la posicin de lector dispuesto a reducir a m i propiacomprensin la heterognea gama de ofertas descriptivas, he tenidoque tomar decisiones con las que organizar los textos a los que hetenido acceso.

    No he querido hacer en este trabajo una recopilacin erudita delcmulo de informacin arqueolgica que en relacin con el tema podahaber llegado a tocar. He optado por una actitud ms selectiva queexhaustiva, buscando de manera especial aquellos aspectos claves quepud ie ran resu l ta r re lev an tes pa ra los ob je t i vo s que me habapropuesto, y creo haber acudido a lo que puede considerarse bsicopara una revisin del intervalo temporal que he establecido.

    Algo que ha impregnado ms o menos las pginas de este trabajoes el tiempo y la situacin derivada de la sincrona. Y si en relacin altema de estudio he considerado que e l t iempo comn t iene unaimportancia crucial, seguramente ha sido como consecuencia de lap ro p ia v i ve n c ia . E l t i e m p o c o m p a r t i d o con mis c o m p a e r a s ycompaeros creo que ha sido la condicin necesaria para el encuentro

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    de afinidades. Pero ciertamente, no es nicamente el tiempo y el lugarlo que ha permitido los intercambios de experiencias, opiniones,apoyos, crticas y estmulos. El encuentro ha resultado satisfactoriopor muchas otras razones menos independientes. Gloria Luis, AntoniBardavio, Cristina Rihuete, Eulalia Colomer, Marina Picazo, MatildeRuiz Parra, Montse Tenas, Paloma Gonzlez Mareen, Rafael Mico,Robert Risch, Sandra Montn, Sylvia Gili, Teresa Sanz, Vicente Lull, ycomo no M a E. Sanahuja Yll, han estado sufriendo, de manera ms omenos directa, esta tesis, al tiempo que hacindola sufrible.

    Finalmente, quiero agradecer la cortesa mostrada por quienes mehan ayudado de diversas maneras, proporcionndome amablementeinformacin de sus excavaciones, textos an no publicados, o elacceso a diversas fuentes informativas imprescindibles para larealizacin de mi trabajo: J. A. Barcel, R. W. Chapman, J. Snchez, U.C.Serra Martnez, H. Schubart, J. A. Borja Simn, y Christine Senewald.Igualmente me gustara acabar agradeciendo tambin las facilidadesque en muchos casos me ha proporcionado M3 Carmen Franco.

    Barcelona, abril de 1992.

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    D E M A R C A C I N D E L T E M A :LA P E N I N S U L A IB R I C A E N T R E

    1600 - 900 cal ANE

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    1.1.- UNA SITUACIN: UN TIEMPO Y UN ESPACIO

    Ya hemos p lanteado que nuest ro tema de estudio sern lasmanifestaciones arqueolgicas que podamos ubicar en un t iempo. Porsupuesto, desde las mismas pretendemos establecer una propuestainterpretat iva, pero, al mismo t iempo, hemos intentado ensayar lo quepodra ser el estudio de una situacin..

    Las realidades histricas solo tienen sentido en un tiempo, puestoque fue ron rea les en tanto que fue ron v i v idas en ese t iempo. N opodemos admitir una realidad fuera del t iempo. Las comunidadeshumanas no existe n aisladas, y no pueden entenderse al margen de lasre lac iones de i n t e r ca mb io s , e n cu e n t ro s , co n f l i c t o s o coerc iones .Creemos que el grado de intensidad y la calidad de las relacionesfueron resultado de la situacin histrica, al t iempo que la creaban.Por supuesto, en la gnesis de la situacin est la historia de lascomunidades que coexisten en un momento dado, pero ser de lahistoria de todas y cada una de ellas, no de la Historia como unproceso ascende nte, desde donde podremos entender su dinmica. Locontrar io supondra asumir la existencia de constantes prehistorias,de manera que siempre habramos de recurrir a una de ellas comoreferente de modernidad para resituar a las dem s com o avanzadas oretardatarias, como progresivas o como regresivas, lo que conducehabitualmente a establecer una lnea de continuidad {en trminos deprogreso) , al final de la cual ind efe ctible m en te se encue ntra nuestropresente. En todo caso, el presente es nuestra situacin, la cual nospermi te p lantear como ob je to de estudio otras s i tuaciones. Sin elconoc imiento instituido en f o rma de discipl ina acadmica, en otras

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    situaciones no tendra sentido ni existiran condiciones materialespara que alguien pudiera realizar una Tesis doctoral sobre el pasado.

    Para analizar la situacin de las comunidades peninsulares de lasegunda mitad del II milenio hemos tenido que dejar de lado la mayorparte de los conceptos que se manejan para interpretar las evidenciasarqueolgicas (nociones de grupos culturales y de perodos), no tantopor una reivindicacin rupturista, como por una exigencia de claridad,de la que carecen los constructos disponibles/admitidos.

    Se hace, por tanto, necesaria la revisin de las paradojas en lasperiodizaciones (bronce medio-final, bronce reciente, bronce tardo )y de la inconsistencia de los grupos culturales (Cogotas I, BronceAtlntico, Epicampaniforme, Bronce Valenciano, Bronce del Sudoeste,etc.).

    N o entraremos en la discusin relativa a las 'tradicionesculturales' que, segn se pretende en la investigacin arqueolgica aluso, atraviesan e l tiempo. Nuestro tema no sern la s historias deciertas manifestaciones arqueolgicas que, aisladas de su contexto,se leen en clave de identidad tnica, de los "pueblos portadores" o delos nominados como tales en las fuentes escritas. Tampoco es nuestrai n tenc in proponer un 'modelo ' que intente abstraer una supuestarealidad con un aparato formalizado.

    Nuestro objetivo es mucho menos ambicioso. Simplementeintentaremos recoger las evidencias arqueolgicas que puedenvincularse a un tiempo especf ico y ordenarlas,de manera que puedancomprenderse como restos de una serie de comunidades que ocuparonsincrnicamente diversos territorios peninsulares.

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    En el es fue rzo de ordena c in e in terp retac in de los d atos,creemos necesario sealar la necesidad de hacer frente a una lecturabasada en el sentido comn. La asuncin de una lgica deductivamaximizadora podr a acar rear la reproducc in de esquemas y des u p u e s t o s de uso c o r r i e n t e , que h e m o s c r e d o c o n v e n i e n t ereplantearnos. Por supuesto, esta actitud no tendr xito en ningunainvestigacin, debido al peso de nuestras propias asunciones yre ferentes , pero no hemos renunciado a s i tuarnos en una posic incrtica.

    En todo caso, hemos optado por sustentar aquellas proposicionesque nos han parecido ms verosmiles y acordes con las inferenciasrea l izadas a partir de los datos empr icos. Esto no aumen ta lacer t idumbre que podamos tener sobre nuest ras propuestas, ni lasexcluye de sesgos derivados de prejuicios, pero cuando menos losargumentos habrn ten ido que supe r a r la prueba de la crtica, oasentarse bajo su amenaza.

    El Calendario como Instrumento para reconocer la Diversidad.Asumimos como del imi tador del objeto de estudio el referente de

    nuestro calendar io. De esta manera, ut i l izamos nuestra medida delt i e m p o c o m o m a r c o en el que ubicar las manifestacionesarqueo lg icas de las soc iedades del pasado. Esta prct ica podr aentenderse como el recurso a un rasero externo que homogeneiza elpasado y la dinmica propia de los grupos humanos. As, el calendariopuede serv i r como herramienta encauzada hacia el ' reduccionismo' dec o n s i d e r a r c o m o n i c o v a l o r u n i f i c a d o r el ao solar. O t r a s

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    concepc iones tempora les y las t rayector ias de cambios quedaranrelegadas al olvido ante la supuesta objet iv izacin del t iempo. No esnuest ro props i to , puesto que ta l act i tud slo puede cons iderarseenca m ina d a a l ev a n ta r cons t ru cc i ones l eg i t im a d o ra s d e t i em poshistricos. Por el contrar io, e l empleo que vamos a hacer de nuestrocalendario se deriva de la necesidad de ubicar en sincronas a lo sgrupos humanos, de manera que la prox im idad geogr f i ca y lasr e l a c i o n e s e f e c t i v a s p u e d a n s e r r e c o n o c i d a s a partir d e l acoexistencia en un t iempo.

    Las t rayector ias procesua les a tempora les , la s historias de lasesencias culturales, o las estructuras cerradas sobre s mismas noson nuestro punto de part ida ni tampoco el objet ivo de este estudio.La bsqueda de ev idencias mater ia les en un mismo t iempo puedeaportar un f u n d a m e n t o m s v e r o s m i l a l a s i n t e r p r e t a c i o n e sh i s t r i c a s q u e l a p r e s u n c i n de la e x i s t e n c i a d e u n a s l e y e sd e t e r m i n i s t a s de los s i s tem a s soc io - cu l tu ra les , de la na tu ra lezainmutab le de los pueb los o de un orde n se m it ico de la cu l tu ramater ia l sobre e l pod em os p roy ec ta r nu es t ra s p r e c o n c e p c i o n e s .Creemos que resulta ms interesante detectar la heterogeneidad delos grupos sociales y sus m anifes tacion es arqueolgicas en un t iemp osincrnico, que reducir a la unidad lo s procesos , la s esenc ias o lossmbolos de toda sociedad humana. La divers idad l leva, a nuestroentender, a la encruci jada de situaciones histr icas que se resuelvenen el confl icto, en la indiferencia o en la imposicin, y que generan asu vez nuevas s i tuac iones. La dis imetr a de poder y la exp lo tac inentre y dentro de los grupos humanos se ha justi f icado normalmentepor las diferencias o ha impuesto la homogeneidad. El contacto entrequienes han gestado las estrategias de coercin y sumisin y quieneslas han sufr ido y, a veces, han propic iado act iv idades defensivas o

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    niveladoras, ha conf igurado el sentido de la historia humana. Quizspueda considerarse obvia la reivindicacin de entender la historiac o m o s i tuac iones de coex is tenc ia , pero as is t imos en demasiadasocasiones a la creacin de mitos en los que las relaciones parecenestablecerse al margen del t iempo y en los que parece propugnarsecomo realidades el cont inuo conf l ic to-dependencia del pasado o elf inal ismo de un futuro ya conocido, que no es sino nuestro propiopresente.

    Las evidencias mater ia les y las interpretac iones his tricas.

    Sobre la base de la co ex iste nc ia se podran plantear inferenc iass o b r e una situacin histrica, aunque en ese punto el escollopr imord ia l a salvar ser la cons is tenc ia de los v ncu los en t re la scond ic iones denotadas por los res tos mater ia les y las realidadesvividas en los grupos hum anos que ge nera ron en pr imera instanciadichas evidencias arqueolgicas.

    Esta pretensin esta fundam entada en nuestra sospecha de que losrestos arqueolgicos nos i n fo rman de algn se g me n to de lo quevivieron los grupos humanos que los produjeron. An as, hemos deasumir que estamos trabajando desde nuestro presente, y para podera b o r d a r el p l a n t e a m i e n t o de i n f e r e n c i a s p a r a l legar a unainterpretacin ha de mantenerse una actitud de crtica constante anuestro propio discurso.

    La Situacin f rente a la Tradicin.

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    Para delimitar el t iempo de este t rabajo, asumimos una acotacinglobal para toda la Pennsula Ibrica. De esta manera, consideramosen su conjunto todo el territorio y podemos ubicar en su situacinhistrica la totalidad de comunidades si consideramos a la realidadsincrnica, no com o tradiciones paralelas. Enfat izare mo s este aspe ctoal t ratar la cuestin de la delimitacin de nuestro tema, para reforzarla idea de que nuestro t rabajo se cent rar en la bsqueda de unt i e m p o . O b v i a r e m o s en c o n s e c u e n c i a la pos ib le ex i s tenc ia deprecedentes (proto- ) y de tradiciones (epi- ).

    La decisin arbitraria, al fin y al cabo, de acotar un universo decoexistencias, viene matizada por la geograf a, que acude en nuestraayuda para evitar dar la vuelta al mundo en 700 aos.

    La Pennsula Ibrica com o geog rafa.

    Las razones que nos han l levado a decidi rnos por abarcar ennuestro t rabajo toda la Pennsula Ibrica la s podemos argumentar apartir de la necesidad de tener un marco geogrf ico abarcable, pero los u f i c i e n t e m e n t e ampl io como para poder inferir re lac iones dec o e x i s t e n c i a . Y es ta ampl i t ud no se re f i e re a l a ex tens in enk i lmetros cuadrados del terr i torio. Para l levar a cabo un anlisiscomparativo como el que nos hemos propuesto, consideram os que erandos lo s requisi tos indispensables: contar con un nmero suf iciente deyacimientos con contextos arqueolg icos en los que pudiramosdepositar un cierto grado de conf ianza, y contar con mani festacionesa r q u e o l g i c a s h e t e r o g n e a s p a r a el m a r c o t e m p o r a l a c o t a d opreviamente.

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    t e r r i t o r i a l e s c o n v e n c i o n a l e s . E s t a s s e c u e n c i a s y los g r u p o sarqueolgicos a ellas vinculados podrn evaluarse en lo que res pecta asus fundamentos emp r icos, desde esta perspect iva ampliada, ypodremos acotar en qu medida resultan o no viables los argumentosutilizados para sostener la diferenciacin de entidades culturales.

    Asimismo, una aproximacin global al terr i torio peninsular puedep o n e r de r e l i e v e las c o n t r a d i c c i o n e s que e x i s t e n en lai n t e r p r e t a c i o n e s de los m i sm o s f e n m e n o s d e sd e los distintosestudios regionales. As, podremos obtener una mayor rentabilidad delas comparaciones, y obviar paradj icas adscripciones a influenciascontinentales o a influencias mediterrneas de f e n m e n o ssincrnicos. Esta situacin es resultado de un desconocimiento de losregistros arqueolgicos de las regiones que no se han estudiadodirectamente. Recordem os, por ejemplo, fenmenos como la adopcinde la incineracin, la introduccin de la metalurgia del hierro o lageneralizacin de los esquemas de organizacin del espacio basadosen una calle central, que se han venido atribuyendo, segn el marco dela i n v e s t i g a c i n del que se pa r te , b i en a las relacionesmediterrneas, bien a las influencias transpirenaicas.

    Adems del l itoral, la del imitacin de la Pennsula Ibrica cuentacomo elemento demarcador con la cadena montaosa de los Pirineos. Yeste ha sido el l mite que hemos adoptado. No obstante, frente a laaco tac i n s i m p l e de un l m i te lineal que hub ie ra supues to laproyecc in de una f rontera a part i r de un cri terio apriorst ico (porejemplo, la l nea topogrfica de separacin de cuencas fluviales enlas cotas ms altas de los Pirineos), hemos preferido adecuar lad e m a r c a c i n e n cada caso a la f e n o m e n o l g i c a a rq u e o l g ic aproceden te de las comarcas s i tuadas al Sur de los Pi r ineos. As ,

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    h e m o s d e s c a r t a d o l l e v a r a cabo un an l i s is e n pro fund idad deyac imientos cuyas m ani fes tac ion es m ater ia les podan ponerse , s inambigedades, en relacin con grupos arqueolgicos cuya principalimp lantac in se ha reg is t rado a l No r te de los Pi r i neos . En e s tes e n t i d o , h e m o s d e ja d o d e l a d o c i e r t o s y a c i m i e n to s q ue p o d a nvincularse al grupo mailhaciense definido con claridad en e l Midif r a n c s , o l o s m o nu m e n to s f une ra r i o s d e l t ip o cromlech, cuyadocumentac in se ha constatado pr inc ipalmente en los terr i tor iospirenaicos occidentales, en Euskadi Norte.

    Y e n l t im a i ns ta nc i a , un a rg u m e n to d e c i s i v o a la h o ra d edecantarnos por la ac otac in ge og rfica en la Pen nsula Ibrica resideen que los f e n m e n o s a rq ue o l g i c o s p e n i ns u la re s c o mp a r te n unamisma t radic in acadmica com n que ha transcurrido en un contex tosoc io -po l t i co conc re to a jeno a l de o t ras t rad i c iones acadmicasre lacionadas con mbi tos geogrf icos distintos. No hay que olvidar quee l anl is is a rq ue o l g i c o d i s c u r re t a n to en e l mb i to d e l o b j e t oa r q u e o l g i c o , d i r ig i d o a q u p o r n o s o t r o s a la p r o p u e s t a d ecoexistencias l imi tadas en e l t iempo y concatendas en e l espacio,como en los ve r i cue tos de los t ex tos arque olgicos , ceidos aqu, pordecisin y tradicin, a la produccin discursiva hispana.

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    1.2.- EL TIEMPO ENTRE DOS MITOS: ALUSIONES YOLVIDOS DE UN PERIODO INTERMEDIO.

    1.2.1.- ENTRE EL A R G A R Y TARTESSOS: POSTARGARICO YPRETARTESSICO.

    Hemos cent rado e l t em a de esta Tesis entre dos m o m e n t o smarcados por el peso de una doble tradicin, que se mueve usandocomo referente dos mitos de la arqueologa peninsular, El Argar yTartessos.

    De una parte, la tradicin de la arqueologa prehistrica de lasedades del metal, construida sobre la base de los trabajos de campoy las intuiciones de L Siret, convirt i la cultura argrica en elre f e ren t e cons t an t e pa ra el es tud io de g rupos a rqueo lg i cossincrnicos en otras regiones peninsulares y para la ubicacin de loque en el cuadrante Sudeste peninsular sera lo preargrico y lopostargrico. Desde que El Argar adquiri la identidad de Edaddel Bronce de la Pennsu la ha pasado m ucho t iemp o, pero lacontundencia de esa idea sigue marcando la est ructurac in de lasperiodizaciones y la ident i f icacin de un Bronce Pleno peninsular conla etapa correspondiente a los m om en t os de apogeo argrico.Recientes t rabajos (Mart nez Navarrete, 1989) sobre la Edad delBronce f inalizan en el momento en que lo argrico deja de ofrecer unreferente seguro.

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    En el otro extremo del espectro temporal, nos encontramos con laarqueologa historicista, que, movindose de puntillas sobre la s citasde los tex tos gr iegos y la t inos , ha re fo rmulado cons tantemente laimagen de Tartessos. Este mito histr ico-arqueolgico est dotadoc o n m u c h o s e l e m e n t o s q u e s e sitan en e l m b i t o de lacaracter izac in de \acivilizacion. La escritura, la cermica a to rno ,el hierro, el urbanismo, el estado monrquico y la ley seran rasgos deuna sociedad que f ina lmente ha dado el salto de la barbarie a lacvilizacin. La arqueologa protohisrica , a remolque de las fuentesescr i tas ha osci lado en la ubicacin de Tartessos, hasta quef i na lmente ha reconoc i su presencia en los umbrales del mundoorientalizante de la Baja Andaluca.

    Tanto El Argar como Tartessos se han convert ido en mitos-hitos del deveni r de la prehistoria-protohistoria peninsular, y cuantom a y o r era la d i s t a n c i a e n t r e u n f e n m e n o a rq u e o l g i co y lacert idumbre de lo argrico o lo tartssico-fenicio, mayor ha sido lasensacin de incertidumbre que sobre l ha planeado. Cu riosam ente noes la distancia temporal hacia un pasado remoto la que ha aportado unmayor grado de inseguridad, sino, por el contrario, la cercana a ambosmitos provoca mayor oscuridad que la lejana. Las periferias a losdo s p u n t o s d e r e f e r e n c i a m i t i f i c a d o s ha n f l o tado en un m a r c oe s c a s a m e n t e d e f i n i d o , en e l que i m p o r t a b a m e n o s q u e o t ra sman i fes tac iones a rqueo lg icas compar t ie ran o no un t iempo (unasituacin) con El Argar o con Tartessos, que su indeterminacin,que apareca com o un criter io claram ente dem arcador de lo que estabao no cerca de su historia.

    Una buena i lustracin de los mitos arqueolgicos es la Historiade un a Periferia d e M c e t e , C r e s p o y Z a f r a ( 1 9 8 6 ) : s u s

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    i n te rp re tac iones de l C e r r o de l S a l t o insisten en desvincular a lacomunidad que ocupaba el valle del Guadal imar, t an to de influpsargricos en e l II2 milenio, como de inf lujos tartsicos en e lprimero: defienden la idea de una comunidad local, que desarrolla supropia histor ia al m arge n de los vnculos establecido s c on ncleos deinf luencia s incrnicos, negando la idea de per i fer ia . Pero entre lo sin f lu jos de El Argar y de Tartessos solo parece exist i r la nada, yaparece el fantasma del hiatus en la ocupacin del asentamiento quees tud ian , com o jus t i f i cac in de l vac i o r e f e renc i a l . El olv ido a lasi tuacin histr ica comprendida entre mediados del IIs e inicios del1er mi len io arq ANE, enc uen t ra su con t rapa r t i da en la re i te radar e c o n s t r u c c i n de p r o c e s o s p a r a l e l o s de la e m e r g e n c i a dear is tocracias desde pocas oscuras, ante las cuales la personal idaddel e jemp l o de C e r r o del S a l t o se ve realzada: si los focosculturales se oscurecen, pierde sent ido toda re iv indicacin de lo no-per i f r i co .

    Entre el final argrico y el auge de Tartessos, durante muchasdcadas, slo se ha reconocido la existencia de un mundo brbaro,ligado a v io len tas invasiones t ranspi renaicas o a un prdigo comerciode hachas y armas de bronce. Oleadas de pueblos incineradores yomnipresentes y f lu jos de produc tos me tlicos han se rv ido a v ar iasgene rac i ones de preh i s to r i ado res pa ra dar con ten ido al perodointermedio en t re El Argar y Tartessos. En def in i t i va , en t re elcorpus arque olgico de los he rma nos Siret y el dese o de enco ntrar elTartessos que ha r a empa l idece r l a T r o y a o la M i c e n a s deSchliemann, la investigat * n a lo largo de casi todo el siglo XX se hadedicado a orde na r y c . 's if icar la ce rm ica de las ne cr po l is deincineracin y la metalurgia de los hal lazgos at lnt icos.

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    La ausencia de un milenio

    En la historiografa ha estado muy claro que la Edad del Bronceten a El Argar y que la Protohistoria contaba con Tartessos.Desde esta seguridad, la cuestin ha sido muchas veces encontrar algoque separara o uniera ambos momentos de esplendor de la arqueologapeninsular.

    A h o r a p o d e m o s situar en c e rc a de un milenio el t i e mp otranscurr ido entre e l abandono de las normas ideolgico- funerar iasque carac te r iza ron El Argar, en torno a 1600 cal ANE (GonzlezMareen, 1991) y el momento de aparicin de Tartessos en los textosgr iegos hacia el siglo VI ANE. Acotando de manera un poco msajustada el f inal de este periodo intermedio, la luz de lo histricoilumina la Pennsula Ibrica con la l legada de los fenicios, la primerapoblacin a la que se le otorg a un nom bre en la H istoria p eninsular,m s all d e i n t e r p r e t a c i o n e s t n i c o - a r q u e o l g i c a s . L a s f u e n t e sescritas aseguran la presencia de fenicios en el Sur peninsular, y nose ha puesto en duda la veracidad de su adscripcin tnica. A su vez, lapresencia fenicia acompaaba la existencia de un Tartessos, puessolo as se entendera una colonizacin. Veremos, en todo caso, queesta acotacin no supone una excesiva seguridad sobre la ubicacin delo fenicio-tartsico, puesto que, segn la s fechas arqueolgicas, laimp l an tac i n colonial se si tuara en to rno al ao 800 arq ANE,a p o y a d a en la f e c h a rad iom t r i c a de 800 ane , m ien t ras que lasdataciones radiocarbnicas calibradas nos l levan al 900 cal ANE y lafecha histrica de la fundacin de Gadir es la del ao 1100 ANE.

    Entre estos dos mundos, el argrico y el tartssico, ha ido25

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    conf igurndose un tiempo, cada vez ms extenso, en el que, a caballoentre ambas herencias, la arqueolg ico-preh is tr ica y la histr ico-arqueolgica, se ha introducido la idea de una edad oscura (darkage ), explicitada co m o tal, o llevada con la resignac in de padece runa evidencia arqueolgica def ici tar ia.

    Durante mucho t iempo, el mundo argrico pareca tener una granamplitud, y se extenda hasta el final de la Edad del Bronce, momentoen el cual las presencias indoeuropeas o atlnticas cubran el vacoprevio al momento de auge de la cultura ibrica. En las sntesis depr inc ip ios de s ig lo, desde Siret a Bosch Gimpera, se conceba laperduracin argrica hasta el ao 1000 arq ANE, cuando se iniciarala Edad del Hierro, con las necrpol is de incineracin, la cultura delos campos de urnas, y la implantacin del Hallstatt en laPennsu la . Frente a la r iqueza de la documen ta c in argrica oibrica, en ese perodo intermedio solamente algunas tumbas y unnumeroso grupo de hal lazgos metl icos de difcil contex tua l izac incubran la laguna inform ativa.

    Poco a poco, el vaco postargrico, las etapas poster io res alBronce Mediterrneo, pasaron a ser ocupadas por un Bronce Atlnticono ajeno a la Cultura de los Tmulos del Bronce Medio de la EuropaC o n t i n e n t a l , s o b r e la b a s e de las c e r m i c a s e x c i s a s , laKerbschnittkeramik ( M a r t n e z S a n t a - O l a l l a 1 9 4 6 ) . La s u c e s i nargrica quedaba desdibujada en un fantasmagrico m undo de metalesmovindose por el espacio geogrf ico, que def inan un atlantismo dedifcil concrecin en una caracterizacin cultural de conjunto.

    En efecto, ese mundo atlntico careca de una presencia definida,y durante el f ranqu ismo, las cer mica s excisas cumpl i ran el papel de

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    lazo de unin con el mundo indoeuropeo transpirenaico, de manera queen conjunto pasaran a definir un mundo hallstttico de la 1a Edaddel Hierro. Lasinvasiones clticas ser an responsables del f inalargrico, y serviran de lazo de unin con el mundo ibrico (AlmagroBasen, 1939).

    Las excavaciones de los aos 60 en Cerro del Real (Galera,Granada) (Schule y Pellicer, 1966) supusieron un punto de inflesin enesta l nea interpretat iva, ya que se plante la di f ci l ident i f icacin delo atlntico o de lo indoeuropeo en las etapas postargricas delSudeste, de manera que el Bronce III quedaba definido como un mundop o l i f a c t i c o en el m a r c o de una oscuridad precolonial.Paradj icamente, lo transpirenaico en esos momentos ofreca unacertidumbre cronolgica que permita fechar el estrato donde aparecauna urna acanalada en el yac imiento granadino a partir de lascronologas f rancesas de los Taffanel. Schule (1969b) sealaba que laoscuridad del Bronce postargrico era el resu l tado de undesconocimiento de las sepulturas, unido a una continuidad en lat radic in cermica y arqui tectnica desde el eneoltico. Por estarazn, habran pasado desapercibidos en numerosos asentam ientos losniveles de ocupacin de ese Bronce Tardo, f inalmente reconocido enEl Real .

    Slo el final del f ranqu ismo parec i abr i r la v e d a a nuevasperspect ivas de la ceramologa prehistrica y protohistrica. Lasexcisas peninsulares ya no necesitaban de un flujo t ranspi renaico, ylo indoeuropeo no r e s u l t a b a i m p r e s c i n d i b l e . Las t r ad i c i onesautctonas florecan con la recuperacin de una genealoga peninsularpara las cermicas decoradas del Bronce Final: una nueva identidadpara el perodo entre El Argar y Tartessos se consolidaba en torno a

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    la cultura de Cogotas I. Y, junto a esta nueva entidad del perodointermedio, el papel protagonista del f inal de la Edad del Broncepasaba de los indoeuropeos a los semitas, del mundo continental almundo mediterrneo. En los aos 70 los celtas dejan su lugar a losfenicios como innovadores de las culturas de la 1a Edad del Hierro, ylo hallstattico pierde popularidad en favor de lo orientalizante,mie n t ra s Tartessos se conso l ida como h i to del final de laprehistor ia.

    Progresivamente, la dualidad argrico-tartsico/fenicio seva incorporando a los proyectos de investigacin arqueolgica. Lost rabajos sobre los ncleos fenicios y orientalizantes acaban decaracterizar la expresin arqueolgica de Tartessos, mientras laEdad del Bronce se consol ida en f o rma de culturas regionales. Ainicios de los aos 80 ya aparece en la bibliografa un panoramademarcado por grupos arqueolgicos locales (Bronce Valenciano,Bronce del Sudoeste, El Argar, Bronce manchego, Los Husos , etc.), enel cual surge una cultura peninsular de Cogotas I que llena el vacohasta el Bronce Final-1a Edad del Hierro, cuando los campos deurnas, el grupo tartsico y el Bronce Atlntico sirven dereferente a los f lu jos culturales que se consideran determinantes delcambio de Edad.

    El Descubrimiento de un Continente Temporal

    El reconocimiento de los niveles arqueolgicos de mediados delIIs milenio y su adscripcin a un perodo denominado, no sin ciertaambigedad Bronce Tardo, se remonta a los ltimos veinte aos. Enlos aos 70 (Schubart 1971) se sentaron las bases para definir una

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    t rans ic in ent re e l Bronce Pleno del mundo argrico y el BronceFinal del mundo indoeuropeo. Ante esta reciente def inicin, no cabeduda de que no podemos esperar estudios clsicos de envergadurasimilar a los disponibles para la cultura de El Argar. En su mayorparte la in formacin obtenida procede de excavaciones inditas, nos iempre prec isamente por haber concluido recientemente. Junto aestos condicionantes de la dinmica de la investigacin, los cambiosen las prcticas funerarias argricas acarrean la reduccin de una delas f u e n t e s cruciales de evidencias en que se sustentan lasin terpretaciones sobre el Bronce Pleno. Por su parte, el mundo deperduraciones de otras t radic iones funerar ias se mant iene en unanebulosa, que en apariencia slo disipa la presunta generalizacin delritual de la incineracin.

    En este nuevo marco referencial del periodo intermedio, ahoras i tuado en t re el Bronce Pleno y el Bronce Final, ha vue l to amater ia l i zarse c ier ta sensac in de edad oscura. As is t imos a unacuriosa dif icultad para dar contenido a un perodo que hasta no hacemucho t iem po no exist a en la termino loga arqueolgica peninsular, y,sin embargo, ese perodo, ha do cobrando, progresivamente, ms yms amplitud.

    El f inal argrico y con l, el f inal del Bronce Pleno o del BronceAntiguo-Medio, ya puede si tuarse en to rno al ao 1600 antes denuestra era, despus del reciente trabajo de revisin de las seriesradiomtr icas por Go nzlez Mareen (199 1). Sin em barg o, nuev ascer t i dumbres c rono lg icas n icamente p roceden de la ubicacinc o n v e n c i o n a l de las c r o n o l o g a s del Bronce Final, que, condi f i cu l tades, se remontan, para su inicio, a l 1250. Finalmente la sfechas de los estab lec imientos fenicios proporcionan un nuevo hito

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    demarcador de las cronologas peninsulares, al encontrar en ladatacin cruzada con el Mediterrneo oriental sus anclajest e m p o r a l e s . Son pues , a l menos, 500 los aos que aparecendesprovistos incluso de una cronologa convencional.

    Sin embargo, esta apariencia es slo resultado de una situacinen la que la comparacin de criterios de ubicacin temporal haprovocado una falla: si la Edad del Bronce se ha ido ordenando en eltiempo mediante la cronologa radiomtrica, en principioconvencional, y recientemente calibrada dendrocronolgicamente, laEdad del Hierro aparece con una cronologa basada en las fechasarqueolgicas convencionales, que, por proximidad se extrapolan alBronce Final. En esta ltima etapa, sin embargo, tambin se usan lasdataciones radiomtricas no calibradas. Por todo ello, creemos queuna revisin de este periodo intermedio, que abarca tanto el BronceTardo como el Bronce Final, en su sentido estricto, demarcado porsu anterioridad a la 1a Edad del Hierro fenicia, resulta necesaria parahomologar los criterios de ubicacin cronolgica de los distintosfenmenos arqueolgicos. Si, adems, y como nos proponemos, estareubicacin se apoya en cronologas independientes, probablementep o d r e m o s situar en el perodo intermedio una serie demanifestaciones del registro arqueolgico que hasta ahora habanadquirido entidad propia al margen del tiempo, y en el seno deentidades arqueolgicas dispares ubicadas en periodizaciones quedesplazaban bloques de fenme nos en una u otra direccin de la flechadel tiempo. Quizs as el megaliiismo, el campaniforme, lametalurgia atlntica o los campos de urnas pierdan validez comoesencias arqueolgico-culturales, y podamos redimensionar laexpres in material de las comunidades temporales en su propiocontexto histrico.

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    1.2.2. - PONIENDO EN ORDEN EL TIEMPO.

    En este apartado vamos ha hacer un repaso de los fundamentos conlos que se ha estado ordenando el tiempo en el pasado, tanto desde lainformacin estrictamente arqueolgica como desde la incorporacina la misma de referentes exter iores, entre los cuales los oroscalendarios, los calendarios del pasado y sus efemrides, han sido elpunto de anclaje fundamental para muchos mat ices cronolgicosimportados a la arqueologa. Pero la distancia geogrfica a las fechashistricas seguras, el mtodo com para t ivo , el uso de cronologasi ndepend i en tes rad i om t r icas , usando com o re f e re n t e la f e c h aconvencional, o recurriendo a la calibracin dendrocronolgica, handado pie a mltiples calendarios paralelos muchas veces difciles dereconocer en la ter m ino log a con la que apa recen , puesto que sepresentan en fech as hom ologadas a nue stro calendario. Por esta razn,hem os c re do cnven i en t e es t ab l ece r c r i t e r i os que p e r m i t i e r a ndiferenciar cada uno de esos t iempos distintos.

    As , la normat iva que hemos in tentado mantener en nuest rotrabajo, al hacer referencia a las cronologas pretendede manteneresa diferenciacin con claridad.

    Al refer i rnos a las fechas radiomtricas hemos acudido a unadisociacin clara entre las fech as con ven ciona les del C14 y las fech asobtenidas de su cal ibracin dendrocronolgica, de acuerdo con unaprctica que se ha ido imponiendo en los ltimos aos. Las fechasradiomtricas calibradas, a su vez, deberan resultar comparables conlas fechas de nuestro calendario, de manera que la nomenclatura dereferencia tendra tambin que exp resa r esta homologacin. Otra

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    proximidad que creemos necesario poner de manifiesto es la de las'dataciones arqueolgicas', que de una u otra manera t ienen comor e f e r e n t e , en la b i b l i o g r a f a arqueolgica, las d a t a c i o n e sradiomtricas convencionales o las fechas historiogrf icas, aunquef inalmente se convierten en cr i ter ios temporales dotados de vidapropia, al margen de sus fundamentos externos. De esta manera lasreferencias cronolgicas que vamos a utilizar sern:

    -ane/dne = fecha antes de nuestra era/de nuestra era, segn lacronologa radiomtrica convencional, sobre la base de la vida mediadel C14 del Valor Libby de 5568 aos.

    -ca l ANE/DNE = fecha antes de nuestra era/de nuestra era,segn la crono loga rad iom trica calibrada d end rocron lgicam ente, ode otros procedimientos de datacin que ofrecen fechas absolutas enprinicipio no s e s g a d a s (p.ej. las f e c h a s o b t e n i d a s porTermoluminiscencia).

    -arq ANE/DNE = fecha antes de nuestra era/de nuestra era,segn la cron ologa arqueolgica convencional.

    -AN E/DN E = fecha anfes de nuestra era/de nuestra era, segn lasf echas h i s t o r i og r f i cas que se ponen en re lac in con nuest rocalendario, a partir de una lectura de las referencias calendricas endocumentos escritos de las sociedades antiguas.

    Las secue ncias est rat igrf icasLa incorporacin de un mtodo de reconocimiento del tiempo a

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    partir de los depsitos sedimentarios fue incorporado a la geologapor Lyell, y adoptado inm ediatam ente en la d isc ip l ina arqueo lgicacomo argumento en el debate sobre la antigedad de la humanidad. Laestratigrafa se conv i r t i en un proced imiento de registro y deinterpretacin, que, en lo que respecta a la prctica arqueolgica, noha perdido vigencia.

    El prinicipio bsico de la estratigrafa consiste en la identidaden t re suces in ve r t i ca l de las acumulac iones sed imen ta r ias y lat r a y e c t o r i a t e m p o r a l . Su o b j e t i v o es la d e t e r m i n a c i n de unasecuenc ia c rono lg ica re la t i va , de m a n e r a que pueda ordenarsetemporalmente la evidencia.

    El principal problema del uso arqueolgico de la estratigrafa, esque, si efect ivamente en geologa funciona la premisa de la identidadsuperposicin-temporalidad, esto no t iene una correlacin directa enlo que resp ecta a las ev idencias arque olgicas. E fect ivam ente , nopuede nega rse que en cualquier caso, un sedimento superpuesto a otroes de fo rmac in pos te r io r . Pero resul ta arr iesgado part i r de esteprincipio para considerar que la cronologa relat iva de los sedimentosse puede extrapolar mecnicamente a los mater ia les arqueolgicosque contienen.

    S on n u m e r o s o s los p ro b le ma s que a fe c ta n la i n te rp re tac incronolgica de las secuencias estratigrficas. Quizs el problema msext remo sean lo s casos de estratigrafas invertidas, en las que lasucesin sedimentaria, como consecuencia de los arrastres erosivos,incorpora m ater ia les arqueo lgicos con una sucesin temporal inversaa la de la superposicin geolgica. Junto a este problema, y sin olvidarlas i nev i tab les cues t iones de la i nce r t idumbre sob re a l te rac iones

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    sedimentarias no controladas, en los yacimientos arqueolgicose x i s t e n d in mic a s c o n t i nu a d a s d e a l t e ra c i n d e l o s d ep s i to sarqueolgicos a lo largo del tiempo de uso humano de un lugar. Dee l la s p ro c ed en lo s d es p la z a m ien to s d e se d im en to s y d e l o smateriales que con t ienen ( re l l enos , vertederos, materiales deconstruccin, etc.) , que escapan a los principios de la estratigrafageolgica. En todo caso, stos no pueden ponerse en cuestin respectoa un aspecto de la evidencia arqueolgica: la secuen cia estratigrf icade estructuras construct ivas conservadas in situ se ajustar a lapremisa de identidad suce sin -crono loga relativa.

    Por otra parte, y paralelamente a la metodologa estratigrficaprocedente de la geologa, en arqueologa se ha creado un sorprendenteprocedimiento: la estratigrafa terica. Esta consiste en la definicinde niveles estratigrficos ajustados a coordenadas cartesianas, demanera que en cada intervalo regular de profundidad de una excavacinse cambia de nivel, o s implemente se registran los items hallados enrelacin a unos ejes tr id imensionales de referencia. El uso del mtodoen conte xtos arqueolgicos consistentes en sedimentos homogneos, ocomo complemento al registro de unidades geolgicas y arqueolgicasindependientes puede considerarse una aportacin a la exhaustividaddel registro de campo.

    Sin e m b a r g o , a s i s t i m o s al uso e x c l u s i v o del sistema deestratigrafas tericas en no pocas excavaciones, de manera que seabandona el registro de conjuntos estructurales-sedimentarios, antela absoluta con f ianza que parece o f r e c e r la rac ional idad de laexcavacin con re fe ren tes cartesianos. Con ello, al parecer de unamanera no tan ev id en temen te , se mezc lan en las excavac ionesmateriales y elemen tos conten idos en sedimen tos d i ferenciados, y se

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    a s u m e que la g e o m e t r a de los sistemas de r e f e r enc ia del/laarquelogo/a existe tambin en los depsitos excavados, obviando, porsupuesto, la i nex i s t enc ia de la geom e t r a geo lg i ca . Con esteproced imiento resu lta impos ib le p oste r io rm ente d isoc iar e leme ntosde procede nc ia h ete rog n ea , pero en muchos casos sto pareceresultar secundario, puesto que acaba asumindose in extremis elprincipio de sucesin vert ical-sucesin temporal, hasta el punto deconceb i r se la validez crono lg ica de los niveles tericos. Comove remos , este tipo de excavac in e interpretacin no es excepc iona len los yacimientos que estudiamos en nuestra tesis. Estos casos loshemos cons iderado a l margen de los co nte xto s arqueo lg icos queconsideramos viables: si los yacimientos afectados por registros deeste tipo contuvieron depsitos bien conservados, ahora slo podemospasar a valorar los como yacimientos con materiales arqueolgicosmezclados, y poner en duda las interpretaciones apoyadas en susdatos.

    P or supues to , la apo r t ac i n de la est ra t ig ra f a se limita, encondiciones favorables, a establecer un orden temporal relativo. Dehecho, un estrato geolgico, o un nivel arqueolgico pueden habersefo r m ado a lo largo de mi l aos, o ser el resul tado de un sucesoacaecido en minutos, y una gran acumulacin en un depsito podra serproducto de un fenme no espec f ico de corto alcance cronolgico. Sinembargo , un tipo de valoracin, que resul tar a p intoresca de no serporque forma parte de ms de una argumentacin arqueolgica, es queel espesor de los n iveles proporciona una referencia de cronologaabsoluta, en el sentido de que se identifica profundidad de los nivelescon duracin del t iempo de formacin. Si no existe ninguna seguridadsobre el t iempo transcurr ido ni tan siquiera entre dos momentos dereacondicionamiento de un suelo de habitacin o entre la construccin

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    de dos v i v i e n d a s e s t r a t i g r f i c a m e n t e superpuestas, resultasorprendente el recurso a razonamientos com o el mencionado.

    Por ello no deja de ser habitual un clculo del t iempo como elempleado por Martn de la Cruz y Montes (1986: 494), que sin ser, nimucho menos excepcional en la arqueologa del Estado espaol, s queexplicita de f o r m a difana este proceder y que, casua lmente (?),"sirve" para salvar el vaco del Bronce Tardo:

    "Las fechas que poseemos en Fuente lamo nos indican, que, ya en en el mismomomento de su formacin, el horizonte de Cogotas I tuvo una enorme movilidad,llegando rpidamente a los lugares de expansin. Esto mismo podra ser comprobadoen la Cuesta de l Negro de Purullena si se hiciera una estimacin de la probablecronologa para la aparicin de influjos msetenos, en funcin de 1,70m de potenciamxima del paquete estratigrfico que encierra las cuatro cabanas superpuestas(Mol ina, 1978).Las fechas que se dan para la construccin y destruccin por un incendio de lalt ima cabana son 121035 y 114535 respect ivamente. Esto indica una vidamxima para estas frgiles viviendas de 65 aos, lo que da un total aproximado de260 aos para la presencia de las gentes o de los influjos de la meseta. Si a esta cifrasumamos la que marca la desaparicin, 1145, nos da una cronologa aproximada de1405 a.C., fecha que enlaza sensiblemente con las de Fuente lamo."

    Las ser iac ones t ipo lg icas.La l e c t u r a que la a r q u e o l o g a t r a d i c i o n a l ha dado a t o da

    variabi l idad de las evidencias materiales ha sido habitualmente la dedistancia tem pora l , descartanto otras razones de heterogeneidad, conla nica excepc in de la ruptura cultural, cuando la disimetra seconsidera implicada en espacios disociados.

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    Ya habamos sealado el problema que implica la lecturadiacrnica de la variabilidad de los conjuntos cermicos, cuando noexisten criterios independientes que apoyen el supuesto, en nuestroestudio de la necrpolis de El Calvari (El Molar, Tarragona): frente ala carencia de argumentos de distancia temporal para las principalescategoras de urnas de esta necrpolis de incineracin, concluamosque la presencia de una u otra variante en un enterramiento podaresponder a factores de distancia social (Castro Martnez 1985).

    El principio de la seriacin en arqueologa reside en que las"cosas" pueden ordenarse por proximidades formales, y que esasproximidades deben entenderse en clave temporal, puesto queresponden a cambios graduales de los tipos.

    De hecho, el procedimiento recurre a la teora darwiniana en suconcepcin de los cambios tipolgicos, asumiendo los dos principiosesenciales del evolucionismo clsico. Uno es el gradualismo en loscambios, con mutaciones, sobre cuya causalidad, en lo que respecta ala aplicacin arqueolgica, no se ha ofrecido formulacin alguna (e lmtodo tipolgico no llega a integrar las leyes de Mendel). El segundoprincipio darwiniano implica la evoluc in de lo simple a lo complejo,de manera que siempre se conciben como m s antiguas las variantesmenos elaboradas de artefactos.

    Otra vieja idea que subyace al mtodo tipolgico en arqueologaes el organicisrno. Bajo este prisma se consideran los objetos comoseres orgnicos sometidos a los mismos ciclos vitales, con lo que sepropugan la existencia de varias etapas en la "vida" de un artefacto:desde el nacimiento (origen del prototipo), hasta su muerte(decadencia, desaparicin y sustitucin), pasando por su etapa de

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    c rec im ien to (difusin del tipo) y de reproduccin (imitaciones yvar iantes locales) . Clarke (1978:159-173) formal iz la t e rm ino log ade esta perspectiva, que l denominaba analoga antropomrfica.

    En su estado puro, el procedimiento de seriacin tipolgica nocontempla el contexto o las asociaciones de los artefactos, de maneraque stos cobran una vida propia, al margen de su materializacin ysus presencias. Se concibe la existencia atemporal de una tradicinque impregna lo s o b j e t o s , y de una s u c e s i n , en la queprogresivamente unos tipos son desplazados por otros.

    La materializacin de los principios de la seriacin se remonta ala pr imera per iodizacin clsica de la prehistor ia, con el Sis tema dela s Tres Edades propuesta por Thomsen, que utiliz para ello lo smateriales del Museo de Copenhague en 1836. Diversas sntesis de lahistoria del uso arqueolgico de la seriacin (Rouse, 1967; FernandezM artnez, 1985) rec og en las contingen cias e hitos de la m isma. A ho ralos principios del mtodo tipolgico se mantienen ms o menoss u b y a c e n t e s , o b ien se han r e c u b i e r t o de un apa r a to t cn i cocuantitativo que sirve para justif icar su modernidad.

    U na prct ica habi tual en arqueo log a es la de d e te r m ina r laspresenc ias de f s i l e s - d i r ec to r es en d is t in tos c on junto s cer rados , obien en estratos, considerados de la misma naturaleza, y estableceruna sucesin de los mismos en orden cronolgico.

    Curiosamente e l recurso a la ser iacin fue i nco rporado a laa r q u e o l o g a p o r F . B o a s ( R o u s e , 1 9 6 7 : 1 5 5 ) , e l adalid d e lparticularismo cultural, la e s c u e l a a n t a g n i c a clsica alevoluc ion ismo en la ant ropo loga nor team er icana. Pos ter io rme nte la s

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    aportaciones a la seriacin de Ford (1962), con su mtodo grfico deordenacin de f recuen cias relat ivas, han pasado a incorporarse a losmanuales tradicionales de arqueologa. Precisamente en el trabajo deeste arque logo co inc iden la so f i s t i cac in cua nt i ta t iva de l m t o d ot i po lg ico , con la d e f e n s a de l reg is t ro mediante estratigrafastericas cuyas implicaciones ya he m os considerado ms arr iba, y laprctica de estudiar materiales descontextualizados. Tambin se hanconvert ido en c ls icos los procedimientos de ordenacin ofer tadosdesde el manual de Doran y Hodson (1975:267).

    Ya en nuest ro campo de estudio, A lmagro Gorbea y FernndezGaliano (1980: 107-113) ensayaron una ordenacin de las presenciasde f s i l es -d i r ec to res de d is t in tos per odos (Cogotas /-Campos deUrnas-Celtibrico ) presentes en las hoyas del yac im ien to delval le del Ta jo del Ce rro de Ec ce Hom o (Alcal de Henares, Madrid).En func in de las mismas adjudicaron una u ot ra c ronologa a losre l l enos de las d is t in tas es t ruc tu ras . Es te t raba jo e jempl i f i ca laprc t ica t rad ic ional de r e conoce r fs i le s-d irec to res , y adjudicar lacronologa de la presenc ia con datacin ms rec iente al conjunto enque se encuentra.

    E s t a p r c t i c a , s in e m b a r g o , c o n l l e v a e l p r o b l e m a de laa r g u m e n t a c i n c i rcu lar . S i se ut i l izan los fs i les d i rec tores msrec ientes presentes en un conjunto para dar le la c rono log a a latotalidad, asum iendo que no todo s los tem s asociados a dicha unidadhan de ser s incrnicos , lo que, en lt ima ins tanc ia , se cons igueasegurar es que e fec t i vamen te lo s fs i les d i rec tores cumplen suf unc in . U n r ecu rso , apa ren temen te so f i s t i c ado , para , a l final,nicamente reiterar un conocim iento prev io.

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    Un problem a aadido a la seriacin cuantitativa, es precisamentecul es la natura leza de los tems cuya frecuencia, absoluta orelativa, se ordena. En el apartado correspondiente planteamos elt ema de la cuantificacin de los artefactos, pero, de momento ,podemos sealar respecto a las seriaciones, y dado que el materialut il izado habi tualm en te es la cer m ica, que la asun cin de unasimetra en las frecuencias de recipientes de dist intos t ipos o condist intos atr ibutos, si lo que se ha cuant i f icado son f ragmentos ,supone obviar la heterogeneidad de factores que in terv ienen en laintensidad de la f ragmentac in y dispers in de las piezas. Estosfactores n i t ienen nada que ver con el vector t iempo, ni son slo elresultado de los l lamados procesos postdeposicionales : la naturalezade los productos y su utilizacin inciden en las complejas situacionesde fracturacin de recipientes cermicos. En todo caso, este problemapuede obviarse recurr iendo a la incidencia o presencia de loselementos considerados.

    Dados los problemas mencionados y puesto que las seriaciones,cuan t i t a t i vas o no, se ha ut i l i zado hab i tua lmente en c o n t e x t o sa r q u e o l g i c o s en los que e x i s t e n m e z c l a s d e m a t e r i a l e s d ec r o n o l o g a s d is imt r i cas , b ien por la na tura leza de l deps i toexcavado, bien porque se comparan ma teriales desco ntextua lizado s osuperf ic ia les, no parece, f i na lmen te , que con l leven un a f iabi l idadsuficiente como para desplazar mtodos de otro orden.

    La seriacin se ha llevado a cabo tanto utilizando presencias ofrecuencias relativas de tipos, como recurriendo a ciertos atributosde los mismos. No es una novedad sealar que los atributos que puedendescribirse son infinitos, y que ser s iempre n ecesar ia una seleccinde los mismos segn lo s criterios de re levanc ia ten idos en cuenta

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    (cuando no de acuerdo con la convencin de la prctica arqueolgica).Por eso tan to s i se usan t ipos como s i se usan ar te fac tos, noestaremos nunca en condiciones de asegurar que son los correctospara es tab lece r las diferencias-similitudes adecuadas para elresultado que se pretende. Si ste es una ordenacin cronolgica, nopuede descartarse que el anlisis hubiera enfatizado rasgos sin valorc r o n o l g i c o , y que f i n a lme n te la suces in inferida se base enatributos de presencia sincrnica.

    La seriacin t ipolgica, por esta razn, c reemos que no puedetomarse, en si misma, como referente de cronologa relativa, puestoque la variabilidad de los productos no necesariamente proporcionapautas de identidad sincrona-homogeneidad. Por otra parte, quienesde f ienden la seriacin nunca han podido evitar los dilemas queplantean los precedentes y las pervivendas de tipos, a pesar delagravante de su funcin frecuente como fsiles-guas de intervaloscrono lg icos del imitados. En ese marco , un mismo t ipo o var iantepuede servir para proporcionar cronologa a un conjunto arqueolgico,y, al mismo t iempo, entenderse fuera de su propio tiempo si ex istenfsiles directores de mayor peso, o argumentos de otra ndole, quecontradigan la premisa de t ipo-identidad temporal.

    En otro sent ido, es tambin habitual que la ser iac in de t iposin tente usarse como indicador de cron olog a absoluta. A s, y sobretodo cuando la seriacin se imbrica con la historia del arte, podemosencontrarnos con que se asume que un determinado estilo puede o nopuede tener una determinada duracin, y que un lapso de t iempo mayoro me n o r se ajustara mejor o peor a la historia del esti lo considerado.En esta clase de valoraciones cronolgico-estilsticas se asume laex i s t enc ia de ley es gene ra les de la evo lu c in v i ta l de los est ilos

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    artsticos, para U ; cual no se cuenta con ningn tipo de certidumbreter ico-empr ica. Nosotros, por el contrar io, pensamos que el t iempode cada esti lo (a l igual que el de cada tipo o var iante de artefacto),depender en cada situacin histrica de las exigencias sociales dereproduccin de modelos. Las connotaciones atr ibuidas a un estilo otipo, como elemento simblico, o como referente de identidad, puedepesar tanto en la duracin o no de los mismos, como la imposicinsocial de innovaciones tcnicas de mayor eficiencia que conllevannuevos productos, que pueden sustituir a los fabr icados y/o utilizadosen un momento anterior.

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    1.2.3. - NUESTRO CA LE NDA RIO EN EL PASADO.

    Las fechas de las fuen tes escr i tas y los otros calendar ios.

    Las fechas historiogrficas que se ponen en relacin con nuestrocalendario, a partir de una lectura de las referencias calendricas endocumentos escritos de las sociedades antiguas, tambin const i tuyenun elemento util izado para el perodo que nos interesa.

    El calendario egipcio, ta l como ha sido tomado en consideracinen la cronologa tradicional, se ha extrapolado a las listas dinsticasde los reinados de los faraones. Los sucesos que implican relacionesexter iores egipcias de esa manera, utilizando las crnicas egipcias,podran as ubicarse crono lgicam ente. De esta ma nera, la a suncin deque las guerras entre el ejrcito faranico y los grupos armados quein tentaron entrar en el val le del Nilo, conocidos como los Pueblos delM ar tend ran una cro no log a cierta, ha permitido establecer todo une n t r a m a d o d e i n t e r p r e t a c i o n e s s o b r e lo s a c o n t e c i m i e n t o s q u eafectaron al entorno mediterrneo al final del II milenio ANE.

    En otro sent ido, el empleo de cartelas con los nombres de losfaraones en los productos propiedad de la monarqua del valle del Nilo,tambin permit i r a asimi lar su f echa de produccin a l in tervalo delreinado del faran correspondiente, con lo que operan como primereslabn en una cadena de inferencias basadas en el procedimiento dedatacin cruzada, apoyada en asociaciones arqueolgicas. No obstante,e l empleo de este recurso his tor iogrf ico-arqueolgico ha contado connumerosas modif icaciones ad hoc a sus propios principios, puesto quela s presencias de objetos faranicos han sido ponderadas, en su valor

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    ~ ' o n o l g i co , por la m a y o r o menor distancia tempora l que debaex is t i r ent re su f e c h a de f a b r i c a c i n y la de su p resenc ia en und e t e rm inad o c o n t e x t o ex t ra e g ip c i o : es ta d i s ta nc ia se r a l a queseparara, por ejemplo, el reinado del fa ran de referencia y elprobable saqueo de su tumba, y en tre ste ltimo mo mento y el de supresencia final en un yacimiento arqueolgico. Como veremos, estaproblemtica afectar de lleno a la del imitacin f inal del perodo quehemos acotado como objeto de estudio, puesto que est imbricada enla u b i c a c i n c r ono l g i c a del in ic io de la p resenc ia fenicia en laPennsula Ibrica.

    El calendario griego basado en la era de las Olimpiadas tambinse ha m a n e j a d o c o m o r e fe r e n te p a ra u b ic a r c r o n o l g i c a m e n t eacontec im ien tos recog idos en la tradicin his tor iogrf ica . As seutiliza e l c a lenda r i o g r i ego p a ra s i t u a r en e l t i emp o su c esosv incu lados a las actividades co lon ia les en el Medi ter rneo, o aeventos que para la propia sociedad gr iega clsica representabanacontecimientos relevantes de su pasado (guerra de Troya, invasin delo s dorios, etc.). El manejo de estos hi tos tambin se implica en laprob lemt i ca del f inal de la prehistoria de la Pennsula Ibr ica(fundacin de Gadir, presencia colonial griega prefocense).

    La c rono log a ha sido y es uno de los temas de discusin ms vivoentre las/os arque logas/os , pero en los l t imos aos han surg idoc o n t r o v e r s i a s r e s p e c t o a las p r o p i a s b a s e s ( a r q u e o l g i c a s odocumentales) en las que se han basado lo s s is temas de datac inutilizados n la arqueologa y la historia antigua de Europa, la cuencaMediterrnea y el Prximo Oriente. Uno de los principales focos d.debate se centra en la Edad del Bronce (c . 2250-1200 cal ANE), tatcrucia l en la que, en dist intas reg iones del ampl ia rea geogr f i ca

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    m e n c i o n a d a , a p a r e c e n g r u p o s q u e m e d i a n t e e s t r a t e g i a si n s t it u c i o n a l i z a d a s d e c o n t r o l y e x p l o t a c i n l o g r a n e s t a b l e c e rdominios terr i tor iales ms o menos extensos. Para este per odo dea p r o x i m a d a m e n t e u n m i l e n i o d e d u r a c i n s e e l a b o r a r o n c u a t r os is temas crono lg icos: en e l Egeo, Evans propuso, a part i r de suse x c a v a c i o n e s e n e l y a c i m i e n to c r e te n s e d e Cno so s , un esquematripartito inspirado en el sistema de las Tres Edades de Thomsen. Enc a m b i o , M o n t e l i u s , D c h e l e t t e o R e i n e c k e f o r m u l a r o n ( p a raE s c a n d i n a v ia , F r a n c ia y C e n t r o e u r o p a r e s p e c t i v a m e n t e )p e r i o d i z a c i o n e s r e g i o n a l e s b a s a d a s e n d e t e r m i n a d o s t i p o s d ea r t e f a c t o s c on e l o b j e t i v o d e l l ega r a f o r m u l a r s e c u e n c i a s m sampl ias, de mbito suprarregional. Los cuat ro s is temas crono lg icosn e c e s i t a b a n , e n l t i m a i n s t a n c i a , p a r a e s t a b l e c e r d a t a c i o n e sabsolutas, d e c o n e x i o n e s or i en t a l es genera lmen te a t r a v s d e li n te rmed iar io ege o.

    La cr ti ca ms rec ien te a la c ro no log a con ven c iona l de la Edaddel Bronce en su conjunto procede de la revisin que han planteadov a r i o s e s p e c i a l i s t a s a p a r t i r d e l a s s e r i e s d e d a t a c i o n e sradiocarbnicas cal ibradas procedentes de la isla de Te r a . La granerupcin volcnica que f inal iz con la exp los in que dividi la isla sef echaba genera lmen te en t re 1500 y 1450 a rq A N E , pero, segn lacronologa radiocarbnica cal ibrada, tendra que si tuarse unos 150aos an tes . Las con sec uen c ias de es ta propuesta , en caso de seracep tada , t rans fo rmarn rad i ca lmen te la c rono log a genera l del I Imilenio. Es la l t ima consecuenc ia de lo que haba sido l lamado aosat rs " revo luc in d e l R a d i o c a r b o n o " , c u a n d o la s f e c h a s d e l C 14em pez aban a entrar en conf l ic to con las premisas sobre las que los/asinvest igadores/as haban basado la periodizacin de la prehistoriareciente europea.

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    Una o b r a publicada en I n g l a t e r r a en 1 9 9 1 y escrita encolaboracin por var ios invest igadores formados en ese pas, haprovocado en los ltimos meses una nueva polmica sobre el tema dela cronologa, en este caso de un momento importante en la historiaantigua del Mediterrneo, la etapa posterior a la decadencia de lasgrandes civilizaciones del Bronce Reciente, hititas, micnicos,egipcios del Imperio Nuevo (James 1991). En este caso los autores noplantean la posibilidad de una ampliacin del t iempo en el pasado sinojustamente lo contrario. La hiptesis bsica de esta obra, Centuriesof Darkness, es que la investigacin del perodo c. 1200-800 ANE, lapoca de las Edades Oscuras, tiene fundamentos equivocados y que lacronologa general del perodo es dos siglos y medio ms corta de loque se ha supuesto generalmente.

    La lnea crtica seguida por James y sus colaboradores intentarevisar las anomalas que afec tan a algunas fases de la secuenciacronolgica desde mediados del II milenio y hasta aproximadamente elsiglo VIII ANE. Su punto crucial, el "centro del problema" desde superspectiva, se sita en Egipto. La cronologa de este perodo ha sidoestablecida en gran parte de Europa, de la cuenca mediterrnea y delPrximo Oriente en base a sincronismos establecidos por semejanzade ciertos t ipos de artefactos o de motivos decorativos. La tendencias ub ya c e n te a n ive l de la inves t igac in arqueolgica regional eses tab lece r conex iones cada vez ms p rx imas a los re fe ren tesorientales, bajo la premisa de que en el Levante mediterrneo y, enmayor medida, en Egipto, se encu en tran los puntos fi jo s de cualquiercronologa de la primera mitad del I milenio.

    En Eg ip to , e l p e r odo h is t rico con te m por neo a las Edades46

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    Oscuras medi terrneas corresponde a una de las edades medias(normalmente concebidas como "oscuras" en algn sent ido) de lahistoria del valle del Nilo, el Tercer Perodo Intermedio. La fase det ransicin del Bronce Reciente a comienzos de la Primera Edad delHierro coincide con el f inal del Imperio Nuevo (dinastas XIX y XX)que termina, segn la cronologa "alta", ampliamente generalizada,hacia 1070 ANE. La cronologa del Tercer Perodo Intermediopresenta diversos problemas y comparte con las dems etapas de lahistoria e gipcia la ace ptacin aerif ica por parte de los eg iptlog os dela serie de premisas que in forman la periodizacin egipcia. Parte delproblema, segn Jame s y sus colaboradores, procede de los textosfundacionales de la cronologa egipcia. La egiptologa moderna sigueaceptando la secuencia de faraones y dinastas que se basa en la obradel sacerdote egipcio Manetn que vivi en el siglo III ANE. De esah is to r ia de Eg ip to he len s t i ca se co ns erv an d i s t in tas ve rs ion es(parciales o sintticas) en autores posteriores, desde el siglo I DNE.hasta c. 800 DNE. La lista de los mon arcas egipcios se inicia en la obrade Ma netn con Men es y la unificacin del pas y termina con el faranNectanebo (360-343 a.n.e.) el lt imo de los reyes de origen local,antes de la reconquista persa primero, y de la conquista greco-macedo nia, despu s. La inves tigacin histrica mo de rna ha dividido els istema dinst ico de Manetn en t res pocas principales (cuandoe x i s t a u n a m o n a r q u i a f u e r t e y c e n t r a l i z a d a ) y t r e s p e r o d o sin te rmedios (de inestabi l idad pol t ica y demembrac in del terr i tor iodel valle del Nilo).

    La elaboracin de una cronologa absoluta para este esquemadinst ico se in ic i con la invest igac in de d iversos or ienta l is taseuropeos a finales del siglo XVIII en Egipto. La teora bsica sef un d a me n ta en las observac iones as t ronmicas sobre las que se

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    supone que crearon su calendano (o uno de sus calendarios) losegipcios antiguos. El ao, compuesto por 365 das, estaba dividido endoce meses lunares agrupados en tres estaciones empezando por lainundacin, despus la siembra, y, f inalmente, la cosecha. El primerda del ao era idealmente el 19 de julio del calendario juliano, fechaen que se produca la ascensin helaca de la estrella Sotis (Sirio). Elao lunar presenta una diferencia de tiempo respecto al ao solar queprovocar a un ret raso de un da cada cuat ro aos. Por tanto, lacoinc idencia ent re la ascensin hel aca de la estrel la Sot is y elcomienzo de la estacin de la inundacin (y, por tanto, la coincidenciacon el 19 de julio del calendario juliano) se dara tan slo cada 1460aos. La val idez de la datacin basada en la ascens in sticaconst i tuye el f undam ento bs ico de la vigente cronologa absolutaegipcia que es puesta en tela de juicio en Centuries of Darkness. Unospocos t ex tos eg ipc ios que menc ionan la ascens in de S i r i o endeterminados das del calendario se han utilizado para establecer unaser ie de puntos supuestamente f i j os sobre los que engarzar e ls istema dinstico de Manetn. El clculo de los ciclos st icos seinici con la noticia conservada por un escri tor romano del s.ll DNE,Censorino, quien afirma que en el ao 139 DNE la ascensin helaca deSirio coincidi con el inicio de la estacin de la inundacin. Desde esepunto, se calcul hacia atrs un ciclo st ico de 1460 aos que sehabra iniciado, por tanto, c. 1321 A NE , durante el Imperio Nuevo. Laclave stica para el Imperio Medio se localiz en dos fragmentos depapi ro local izados en el-Lahun del faran Sesost r is I I I , de ladinasta XII, donde se da una fecha de calendario de la ascensin deSirio que se calcul com o 1872 AN E, si la ob se rva cin se real izdesde la regin de Menfis-Lahun. Si se real iz desde la zona deTebas, la fecha sera de 1830 NE . Esa diferencia es la que determinauna cronologa "al ta" y una cron olog a "baja" en la egiptologa. Del

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    Imperio Nuevo se conserva otra observacin de la ascensin de Sotisd u r a n t e el re i nado de A m e n o f i s I, de la d inas t a XVI I I . Si laobservacin se realiz en Tebas, la fecha sera de 1517 ANE y, si sehizo en Ments, de 1506 ANE. A partir de estos dos puntos seelaboraron las variantes "alta" y "baja"de cronologa absoluta de granparte la historia del Egipto faranico.

    James et alii enfat izan las debilidades de estas premisas en lasque se basa la crono loga st ica. En primer lugar, sealan que losclculos calend ricos y astron m icos originales fuero n establecidos acomienzos de este siglo y no han sido revisados seriamente, aunquealgunos autores han apuntado ciertas inexactitudes en los datosbsicos. Pero la principal debilidad de la datacin stica residira enque parte de una presuncin no suficientemente demostrada: que losegipcios no real izaron nunca ajustes de su calendario estacional paraadecuarlo al ao natural. Algu nas fue ntes clsicas (Diodoro, Estrabn)afirman que los egipcios usaban un calendario de 365 das y algo mspara ajustarse a los movimientos del sol. Se ha supuesto que en elantiguo Egipto exist an, junto al calendario de las estaciones, otrocivil y otro lunar con fines religiosos, en los que efectuaran ajustesdiversos para vincularlos al ao solar. En todo caso, ningn docum entoaparece datado en ms de un sistema y la posibilidad de que, en algnmomento durante la historia del Egipto faranico, se realizara algnt ipo de ajustes calendricos, inval idara todos lo s clculos sobre lo sciclos st icos en los que se ha basado la cronologa absoluta delEgipto faranico, lo que tendra impl icaciones para la his tor ia detodas aquellas regiones que se han fechado por sincronismos conEgipto. El objet ivo de Centuries of Darkness es demostrar que esto eslo que ha sucedido y que la principal consecuencia ha sido la aparicinen las fasif icaciones al uso de las diversas Edades Oscuras de los

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    pr imeros siglos del I milenio.La a r q u e o l o g a del L e v a n t e ha s ido tamb in utilizada para

    establecer, por sincronismos, dataciones absolutas seguras en otrasregiones del Mediterrneo. En Palestina, la arqueologa bblica hadependido para su s is tem a crono lg ico de dos factores : lo s tex tos delAntiguo Testamento y los secuenc ias estratigrafas de algunosyacimientos c lave. Teniendo en cuenta que no se han encontradoapenas insc r ipc iones que permi tan l igar e l reg i s t ro a rqueo lg icopalestino con la historia bblica, los principales yacimientos han sidodatados normalmente a partir de conex iones egipcias, principalmentepor ob j e t os que l levan car tuchos de determinados faraones. Es toquiere deci r que gran parte de los yacimientos palest inos del BronceReciente y de comienzos de la Edad del Hierro se han adaptado a lacronologa convencional del Imperio Nuevo egipcio. Y esta tendenciaha provocado, en opinin de James y sus colaboradores, f recuentesdisonancias entre el reg is t ro arq ue olg ico y el re lato bbl ico. Porejemplo, el f inal de la Edad del Bronce en Palestina se asociabageneralmente con la conquista israelita y, sin embargo, lo s nivelesarqueolgicos correspondientes no daran cuenta de la aparicin denuevos pobladores en la regin. De hecho, la hiptesis tradicional has ido objeto de importantes cr t icas en aos rec ientes y, actualmente,se considera que la transicin del Bronce Reciente a la Edad delHierro pudo haber sido un proceso gradual y no consecuencia de unainvasin violenta. De igual modo, la pr imera parte del Hierro I seatribua a los re inados de David y Sa l omn , la Edad de Oro de lahistor ia antigua de Israel, m ientras los yacim iento s co no cido s hanproporcionado restos de una cultura material de nivel escasamentere levante desde un punto de v is ta tecno lg ico y art s t ico. Tam poc o lo sacon tec im ien tos po ste r ior es , la div is in del re ino t ras la m uerte de

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    Salomn, y las diversas invasiones que sufrieron posteriormente losdos re inos , Judea e Israel, aparecen c laramente re f le jados en e lregistro arqueolgico. Los autores de Centuries plantean que se hacenecesaria una reevaluacin cronolgica de la arqueologa palestina sint e n e r en cuenta lo s s incronismos egipc ios convencionales. En supropuesta, los yacimientos documentados a finales de la Edad delBronce corresponderan al reinado de Salomn que, convencionalmente,se sita en el siglo X ANE, unos 250 aos despus. Esto casara con elhecho de que la descripcin bblica del fam os o temp lo de Sa lomn seajusta a la t radic in de la arquitectura del Bronce Reciente y con laevidencia de que los estratos correspond ientes al mismo perodo enlos pr inc ipa les yac imientos pa lest inos (como el est rato VIIA deMeggido con su tesoro subterrneo con el mayor depsito de marfilesconocido en el Levante ant iguo) responden mejor a un perodo deesplendor econmico y de construcciones monum entales. En cambio,los niveles arqueolgicos del Hierro I marcan un claro declive de laprosperidad anter ior que habra que situar en el perodo posterior a larup tu ra de la monarqu a un i f i cada y en relacin a los diversosconf l ic tos que desintegraron el imperio de Salom n cuyo re f le jo serala destruccin documentada arqueolgicamente de numerososasentamientos.

    Por otra parte, James y sus colaboradores plantean una fuertec r t i ca a las s e c u e n c i a s e s t r a t i g r f i c a s de a l g u n o s y a c i m i e n t o sarqueolgicos de Siria, Fenicia y Palestina, que se han consideradoc l aves y "seg u ro s " pa ra es t ab l ece r da t ac i ones c ruza das , com oHamath, Samaria, Megiddo, Tiro y Tell Abu Hawam. En todosestos casos sealan que es f recuente que no haya acuerdo entrelos/as especialistas respecto a la datacin de los estratos o a losc o n t e x t o s c o n c r e t o s en l os que a p a r e c i e r o n la s c e r m i c a s

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    " importadas", gr iegas o chipr iotas. P or todo e l lo, la val idez de losy ac i m i e n t os l e v an t i n os c o m o pu n t os f i j o s pa ra la c r o n o l o g am e d i t e r r n e a queda m u y d e v a l u a d a y p e r m i t e p r o p u e s t a scontradictorias con diferencias de uno o ms siglos.

    Chipre juega un papel de bisagra en la arqueologa y la cronologadel Mediterrneo por su papel de activo centro de intercambios entree l Ege o, An ato l ia , e l Leva nte y Eg ip to . Los fun da m en tos de lacronologa chipriota fueron establecidos por la expedicin sueca quetrabaj en la isla de 1927 a 1930bajo la direccin del profesor EinarGjerstad. Para la etapas anteriores a mediados del siglo Vil ANE y ,ante la ausencia de estrat igrafas, se ut i l iz un sistema estadst icopara constru i r una secuencia t ipolgica de la cermica chipriotadesde com ienzos de la Edad del Hierro. El inicio de la serie fue situadoarbitrariamente por Gjerstadt hacia 1050arq ANE.Para asegurar suc ron o log a se buscaron s inc ro n ism os pa les t i nos , pues to que e lprincipal est i lo cermico de Chipre durante el Geomtrico I (1050-950 arq A N E ) , la cermica "pintada de blanco I" es conoc ida endiferentes yacimientos de Palestina (incluyendo Megiddo Vi, Gibeahy Tell Pa r a Sur). Desgraciadamente las estrat igrafas palestinasestaban en una situacin poco clara y Gjerstad decidi aceptar lafecha ms baja propuesta para Megiddo VI (1050-1000 arq A N E ) quese adaptaba a su propuesta. Pero el principal problema para laconex in entre la arqueologa chipriota y la cronologa palestina sedio con la ap aricin de cerm ica chipriota pintada en "negro sobrer o j o " e n e s t r a t o s palestinos. S e g n G j e r s t a d t e s a c e r m i c acorresponda al Geomtrico III (850-700 arq ANE) mientras en lasestrat igraf as palest inas se fechaba, por contexto , en los siglos X- IXarq ANE.A partir de aqui se inici un debate no resuelto entre unacronologa alta y una baja para el registro arqueolgico chipriota. Las

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    conexiones entre Chipre y Palestina const i tuyen uno de los muchose jemplos en la arqueologa m edi terrnea de argum entos c irculares enque los estratos de los yaci