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LOS MOCHICAS DEL NORTE Y LOS MOCHICAS DEL SUR University of California, Los Angeles Luis Jaime Castillo Butters Christopher B. Donnan Pontificia Universidad Católica del Perú UCLA

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LOS MOCHICAS DEL NORTE Y LOSMOCHICAS DEL SUR

University of California,Los Angeles

Luis Jaime Castillo Butters Christopher B. Donnan

Pontificia UniversidadCatólica del Perú

UCLA

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Castillo & Donnan, Los Mochicas del Norte y los Mochicas del Sur 2

Los Mochicas del Norte y losMochicas del Sur

Luis Jaime Castillo Butters & Christopher B. Donnan

Luis Jaime Castillo Butters. Profesor Principal del Departamento de Humanidades, Sección Arqueología y Director de RelacionesInternacionales y Cooperación de la Pontificia Universidad Católica del Perú. ([email protected]).Christopher B. Donnan. Profesor Principal del Departamento de Antropología de la Universidad de California, Los Angeles.

Vicús, editado por K. Makowski y otros, pp.142-181. Colección Arte y Tesoros del Perú, Banco de Crédito del Perú, Lima.

INTRODUCCION

En los últimos años la arqueología de la costanorte del Perú, y particularmente la arqueologíaMochica, han experimentado un inusitado desarro-llo, especialmente a partir del descubrimiento y ex-cavación de las tumbas reales de Sipán en 1987. Elrenovado interés que existe en el fenómeno Mochicase puede ver en la gran cantidad de investigacionesque hoy se llevan a cabo (Uceda y Mujica 1994), yen el número de publicaciones sobre diversos aspec-

tos de este pueblo que aparecen cada año. Este desa-rrollo no está basado sólo en recientes descubrimien-tos, sino que es el resultado del aporte de una largatradición de investigadores que comenzó con MaxUhle y Rafael Larco, y ha continuado con la contri-bución de un gran número de peruanos y extranjerosdedicados al estudio de esta sobresaliente sociedad.

Actualmente gran parte de las investigacionessobre la cultura Mochica están dedicadas al estudiorada por Rafael Larco en cinco fases estilísticas. Estasecuencia estuvo basada en un estudio sistemático

Resumen

Uno de los más importantes desarrollos de los estudios sobre la cultura Mochica en los últimos diez años es la cada vez más claradivisión entre una esfera sur y una esfera norte geográficamente separadas por la Pampa de Paiján. En estas dos áreas de la costa norteperuana entidades políticas de diferente grado de complejidad se desarrollaron entre los años 100 y 750 d.C. La adscripción de todos losMochicas a una sola entidad política parece derivar de una falta de análisis de variaciones regionales en todos los aspectos de la culturamaterial, del énfasis de los estudios arqueológicos desde principios de siglo en el área de los valles de Moche y Chicama, centro de laesfera Mochica del sur, y de la escasez de colecciones comparativas de Mochica del norte. Los Mochica del sur parecen haber sido unestado unificado que se embarco en un proceso de expansión hacia el sur durante las fases III y IV. Aun cuando los Mochicas del nortey sur siguieron diferentes líneas de desarrollo todas compartieron estrategias económicas, organizaciones sociales y prácticas y creen-cias ideológicas. En este artículo presentamos las evidencias disponibles para postular la división e interpretamos las circunstanciashistóricas y ecológicas que generaron las diferentes sendas de desarrollo.

One of the most important developments in Moche studies in the last ten years is the increasingly apparent division between a northernand a southern sphere, geographically separated by the Pampa de Paiján. In these two areas of the Peruvian North Coast distinct politicalentities developed between A.D. 100 and 750. The ascription of all Moche to one single political entity seems to derive from thepredominance of archaeological studies starting at the turn of the century in and around the southern valleys of the Moche, a scarcity ofcomprehensive collections for the northern Moche, and a general lack of analysis of regional variations in Moche material culture. Thesouthern Moche seems to have been a single, unified expansive state that underwent a process of southward expansion during Phases IIIand IV. In spite of different developmental paths, both the northern and southern Moche polities shared similar economic strategies,social organizations, and ideological practices and beliefs. In this paper we present the evidences available to postulate the division andinterpret the historical and ecological circumstances that generated the different developmental paths and ceramic sequences.

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de tres grandes temas: la iconografía y la secuen-cia cerámica, y particularmente la estructura políticaregional. Una serie de recientes estudios están tra-tando de establecer cuántas regiones, entidades polí-ticas o estados constituyeron el fenómeno Mochica.Tradicionalmente se aceptaba que los Mochicas fue-ron a lo largo de su historia un estado centralizado ouna entidad política unificada y monolítica (Figura1), controlada por una clase gobernante de sacerdo-tes guerreros desde una capital ubicada en las Huacasde Moche. Los Mochicas habrían difundido sus tra-diciones a lo largo de un amplio territorio a través deun proceso de conquista militar. Esta concepción cen-tralizada y expansiva está siendo cuestionada. Nue-vos estudios arqueológicos sugieren que existiríancontemporáneamente al menos dos grandes regionesMochicas, una norte y otra sur, separadas por la Pam-pa de Paiján (Figura 2; Donnan 1990, n.d., Donnan yCock 1986).

Paralelamente se están reexaminando las pecu-liaridades del desarrollo de las manifestaciones cul-turales del fenómeno Mochica en diversas regiones,especialmente en cuanto a su secuencia cerámica. Lasecuencia cerámica Mochica de cinco fases, planteadapor Larco en 1948 y confirmada en numerosos estu-dios de colecciones y trabajos arqueológicos, si bienútil para explicar la evolución de la cerámica Mochicaen la región sur (en adelante Mochica-Sur), aparen-temente no tienen la misma utilidad en la regiónnorteña del fenómeno Mochica (en adelante Mochica-Norte).

Nuevos descubrimientos y nuevas líneas de in-vestigación han llevado a cuestionar la existencia deun estado Mochica único y unificado, y de una solasecuencia cerámica, pero a la vez han reafirmado launiformidad de «lo Mochica» como entidad cultu-ral. Es cada vez más claro que los Mochicas de di-versas regiones compartieron a lo largo de su histo-ria una serie de elementos en común, los cuales evi-taron que las diferentes entidades políticasseconvirtieran en entidades culturales independien-tes.

Cuando pensamos en los Mochicas nos imagi-namos una sociedad cohesionada, que compartía unecosistema definido por los valles costeños de Piuraa Nepeña (Donnan 1978) y que estaba expuesta aciclos de Niños y sequías. Es muy probable que losMochicas hablaran una misma lengua, emparentadacon la lengua Muchik (Carrera [1644] 1939); parti-ciparan en ceremonias muy semejantes, como laCeremonia del Sacrificio (Alva y Donnan 1993) yrindieran culto a los mismos dioses, especialmente

Aia Paec (Larco 1948, Castillo 1989). Una complejajerarquización de la sociedad fue común a todas lasentidades políticas Mochicas (Larco 1938, 1939),mostrándose la posición de los individuos en todoslos aspectos de la vida cotidiana; desde sus ropajes yjoyería, sus armas y literas, los portadores y sirvien-tes que tenían, hasta su porte y musculatura que de-pendía, al fin y al cabo, de su dieta. Luego de sumuerte cada individuo recibía un tratamiento fune-rario que reflejaba su posición en la sociedad a tra-vés del tipo y tamaño de su tumba y de los objetosdepositados como ofrendas en ella (Castillo y Donnan1994, Donnan n.d., Donnan y Mackey 1978). Sabe-mos también que los señores Mochicas contaron conartesanos de gran experiencia, capaces de enroscarminúsculas laminas de oro y hacerlas parecer hilos(Alva y Donnan 1993: Fig. 185), o de decorarceramios y paredes con detallados diseños que mos-traban ceremonias y rituales, así como animales sil-vestres y monstruos sobrenaturales (Uceda, et. al.1994; Bonavia 1985; PACEB 1994). También cons-truyeron algunos de los templos y residencias mássuntuosas que se hayan visto en los Andes (Hass1985). Si bien estos elementos nos hablan de unasociedad compleja y jerarquizada, son las semejan-zas estilísticas de los artefactos producidos en diver-sas regiones y bajo distintas administraciones las quenos indican una tradición compartida y una fuerteinteracción entre los Mochicas de diversas regiones.

Una sola cultura Mochica

La idea que los Mochicas constituyeron una solaentidad política y cultural es el resultado de las pe-culiaridades de la evidencia arqueológica. Para ex-plicar como se llegó a esta interpretación queremosplantear tres fases en que las evidencias fueron co-lectadas e interpretadas. En la primera fase se deter-minó que existía una sola cultura Mochica, diferentee independiente de otras culturas prehispánicas. Estacultura había antecedido a la irrupción de elementosasociados con el Horizonte Medio y la cultura Chimú.Esta interpretación estuvo basada en la identificaciónen diferentes valles de la costa norte de un repertoriode artefactos, especialmente ceramios, muy semejan-tes en forma y decoración, y de una comparación deeste estiloe con el de objetos obtenidos en otras re-giones, especialmente en la costa central.

En la segunda fase se definió que los artefactoscerámicos producidos por los Mochicas habían evo-lucionado en todas las regiones influenciadas por estacultura de acuerdo a una misma secuencia, configu-

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Figura 1. Mapa del territorio Mochica según Rafael Larco Hoyle.

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de grandes colecciones de cerámica, especialmentela colección del Museo de Chiclín (hoy Museo Ar-queológico Rafael Larco H.), y de superposicionesde contextos funerarios de donde provenían losceramios. Finalmente, en la tercera fase se definió elcarácter político del fenómeno Mochica. La expan-sión de la cultura Mochica y la difusión de su culturamaterial habrían sido el resultado de una sola enti-dad política expansiva y militarista, que durante lasfases tres y cuatro alcanzó a conquistar la región com-prendida entre los valles de Lambayeque y Nepeña.Signo inequívoco de este proceso era la distribuciónde la cerámica Mochica, especialmente de la cerá-mica elaborada que representaba a las clases gober-nantes de esta sociedad.

Una Sola Cultura

Las culturas precolombinas usualmente han sidodefinidas a través de conjuntos de objetos que com-parten los mismos rasgos estilísticos, especialmenteobjetos cerámicos. Conjuntos de objetos con dife-rentes rasgos estilísticos representan diversas cultu-ras, e interacciones entre estilos, por ejemplo cuan-do un estilos aparece influenciando a otro, se inter-pretan como interacciones entre diferentes entidadesculturales. Una vez que el repertorio de rasgos hasido definido, se estudia su distribución en el espa-cio para entender cuál fue el ámbito geográfico con-trolado o influenciado por una determinada cultura.Culturas arqueológicas son, por lo tanto, conjuntosde objetos distribuidos en el espacio, no de personasni de las sociedades que las organizaron. El primerpaso en la creación de una cultura prehispánica, en-tonces, es caracterizar un estilo cerámico, tanto a tra-vés del estudio de objetos en contexto, como de ob-jetos en colecciones. Con la cultura Mochica la si-tuación no fue diferente, y fue el peculiar origen dela muestra cerámica que se estudió lo que llevó apensar amuchos investigadores, incluidos nosotros,que los Mochica habían sido una sola entidad cultu-ral.

En el primer capítulo de la historia de los estu-dios sobre la cultura Mochica destacan tres persona-lidades: Max Uhle, investigador alemán que realizólas primeras excavaciones científicas en las Huacasdel Sol y la Luna; Alfred Kroeber, uno de los pione-ros de la antropología norteamericana que estudióen detalle las colecciones de Uhle; y particularmenteRafael Larco, investigador peruano que dedicó suvida, y buena parte de sus recursos, al estudio de estasociedad. Antes del trabajo de estos investigadores,

si bien existían colecciones en el Perú y el extranjeroque incluían piezas de esta tradición, la culturaMochica no existía como entidad independiente. Laprimera tarea de estos investigadores fue, pues, ais-lar el fenómeno Mochica de otros fenómenos cultu-rales, y ubicarlo en la secuencia de culturas del anti-guo Perú.

Max Uhle, en sus excavaciones a principios desiglo en las Huacas de Moche, ubicó y excavó unaserie de tumbas Mochicas, especialmente en las áreasdefinidas como sitios E y F al pie de la Huaca de laLuna (Uhle 1915, Kroeber 1925:213). Estas tumbas,lamentablemente nunca bien publicadas, contuvie-ron más de 680 piezas de cerámica estilísticamentemuy consistentes. Muchas compartían la caracterís-tica decoración pictórica en crema y ocre, y/o deta-llada decoración escultórica que permitían diferen-ciarlas fácilmente de otros estilos encontrados en elsitio, especialmente del ubicuo estilo Chimú, y delestilo Tiahuanaco encontrado por el mismo Uhle enPachacamac en 1896 (1903). Uhle además determi-nó que este estilo era contemporáneo con la cons-trucción de la Huaca de la Luna (Uhle 1915:105),por lo tanto los arquitectos de estas masivas estruc-turas pertenecían a la misma sociedad que había pro-ducido a los maestros artesanos que elaboraron estafantástica cerámica.

Kroeber (1925), luego de un minucioso análisisde las colecciones de Uhle en la Universidad deCalifornia, Berkeley, caracterizó por primera vez elestilo, diferenciándolo de otros estilos encontradosen el sitio. La información estratigráfica recogida porUhle permitía concluir que el nuevo estilo era ante-rior a los estilos Tiahuanaco y Chimú, por lo queKroeber lo llama Proto-Chimú. El estilo caracteriza-do por Kroeber no era exclusividad de la colecciónde Uhle; piezas semejantes existían en otros Museosen Europa, los Estados Unidos y el Perú. Kroeber ensu estudio comparó las colecciones recogidas porUhle con colecciones existentes entonces en elAmerican Museum of Natural History y el PeabodyMuseum. En estos museos Kroeber encontróceramios con las mismas características estilísticas,confirmando que se trataba no de un fenómeno ais-lado, sino de un estilo consistente y difundido en lacosta norte. Ahora bien, pequeñas diferencias exis-tían entre algunos grupos de objetos, especialmenteen sus formas y contenidos iconográficos, lo que hacíasospechar que existían variaciones, quizá debidas afactores cronológicos, en el estilo. Es decir que estascolecciones incluían objetos de diversas épocas. Estasospecha no se comprobaría hasta que no se estable-

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Figura 2. Mapa del territorio Mochica según Kroeber.

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ciera una secuencia para la cerámica Mochica.En base a la procedencia de estas colecciones, y

a informaciones recogidas durante sus propios via-jes de investigación por la costa norte del Perú,Kroeber inició el estudio de la distribución espacialdel estilo Proto-Chimú (Figura 3). Kroeber(1925:224-229) concluyó que el estilo Proto-Chimú«en realidad es característico sólo en [...] el área deTrujillo-Chimbote, ocurriendo infrecuentemente enlas dos áreas adyacentes (Casma al sur, y Pacasmayo-Chepén al norte), y no apareciendo en lo absoluto enlas dos áreas más norteñas (Lambayeque y Piura).Aún cuando estéticamente superior, Proto-Chimúpermanece siendo un estilo local. Evidentementeexistió durante un período de limitadas comunica-ciones, probablemente de unidades políticas restrin-gidas» (Kroeber 1925:228-229).

Las características estilísticas que Kroeber en-contró en los materiales excavados por Uhle tam-bién estaban presentes en miles de piezas en colec-ciones existentes en el Perú, especialmente en la co-lección pionera que Víctor Larco creara y que poste-riormente fuera depositada en el Museo Nacional, yen la gigantesca colección que Rafael Larco congre-gara en la Hacienda Chiclín. Estas semejanzasestilísticas confirmaban, como era de esperarse, laconsistencia del estilo Proto-Chimú y su enorme fre-cuencia. Se requería en este momento de un ampliocorpus de piezas cerámicas para pasar de una simplecaracterización a una definición del estilo y la icono-grafía Mochica. Rafael Larco, a través deexcavaciones de cementerios en diversos valles de lacosta norte entre Chicama y Santa (1945:30-41), yde la adquisición de colecciones menores, logró re-unir la colección más grande y completa de cerámi-ca Mochica que existe a la fecha. Fue en base al estu-dio de esta colección, proveniente en su inmensamayoría de los valles de Chicama a Santa, que Larcodefinió el estilo Mochica (1945:15, 1948).

El estudio de la cerámica Mochica emprendidopor Larco es radicalmente diferente al estudio deKroeber. Kroeber analizó la cerámica Mochica sola-mente desde una perspectiva estilística, tratando deidentificar elementos que permitieran fechar sitios ycomprender la secuencia cultural de la costa norte.Kroeber estaba interesado en identificar culturas (en-tendidas como unidades estilísticas); Larco estabainteresado en entender la mentalidad y la vida delhombre Mochica del pasado. Para Larco la cerámicaMochica era primero un documento de la vida en elpasado, y sólo en segundo lugar una herramienta es-tilística o un instrumento cronológico. Es por esto

que Larco emprende y publica primero (1938, 1939,1945) sus estudios interpretativos, donde describe alhombre Mochica y su sociedad, la religión y el arte,el gobierno y el culto a los muertos. Larco entendíala totalidad de la producción cerámica Mochica comoel resultado de un grupo de individuos compartiendoun mismo sistema cultural, un mismo idioma y unamisma religión, y regidos por una misma élite y unmismo sistema político. No fue sino hasta 1946 y1948 que Larco publica su estudio de la secuenciaestilística de la cerámica Mochica. Es por el énfasisen el individuo y no el estilo que Larco denomina aeste fenómeno con el gentilicio Mochica.

La acuciosidad y rigor del trabajo de Uhle,Kroeber y Larco está fuera de duda. Lo que quedapor discutir es sólo si la base de datos con que conta-ron estos investigadores era realmente representati-va de la totalidad del fenómeno Mochica. Por lotemprano de estos estudios algunas omisiones sonobvias. Kroeber, por ejemplo, afirma en 1925 que enel valle de Lambayeque las evidencias de la culturaMochica «aún esperan ser descubiertas o por lo me-nos publicadas» (Kroeber 1925:228). Larco, si bienmenciona la presencia de cerámica Mochica en losvalles de Piura a Casma, afirma en 1966 que enLambayeque «es escasa la orfebrería Mochica y quetuvieron menor cantidad de oro a su disposición quelos hombres de Lambayeque» (Larco 1966b:97).Estas afirmaciones contrastan con la magnificenciade la tumba del Señor de Sipán, donde las asociacio-nes de los Mochicas con grandes cantidades de oro ycon una fuerte presencia en el valle de Lambayequequedan claramente confirmadas.

Es evidente, por ende, que tanto Kroeber comoLarco contaron para hacer sus observaciones condatos arqueológicos y colecciones de ceramios pro-cedentes principalmente de los valles de Chicama,Moche, Virú, Chao, Santa y Nepeña. Piezas de estasregiones conformaban el grueso de la colecciónLarco, y de las grandes colecciones del Museo Na-cional de Lima, del Museo fur Volkerkunde en Ber-lín, del Museo del Hombre de París, etc. En base aestas colecciones es que se hicieron las primeras ob-servaciones y caracterizaciones del estilo Mochica yde su secuencia cronológica. Los resultados fueronluego comparados y confirmados con otras coleccio-nes provenientes de estas mismas áreas.

Larco sabía de la existencia de algunosespecímenes de cerámica Mochica en el valle deLambayeque, al norte de la zona antes definida (Fi-gura 1), pero por su reducido número los explicó entérminos de «intercambio comercial y cultural entre

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los hombres de Lambayeque y los Mochicas. De allíque en Lambayeque, Pátapo, Pomalca y otros luga-res encontremos sectores con tumbas correspondien-tes a Mochica III, IV y V.» (Larco 1966b:94).Kroeber, a su vez, menciona en su estudio de 1925la existencia de 17 ceramios de estilo Mochica pro-venientes de Chepén, en el American Museum ofNatural History (1925:225-226). Había evidencias depresencia Mochica al norte del área cultural Mochica,pero estas evidencias, por su baja incidencia y espo-rádica aparición indicaban una presencia de natura-leza.

En los años sesenta, con el descubrimiento decerámica Mochica en Vicús, surge la primera posibi-lidad de contrastar el estilo Mochica definido a par-tir de evidencias de la región sur de la costa norte,con una muestra de origen totalmente distinto. Larcoencontró en las piezas provenientes de Vicús sufi-cientes elementos en común con ceramios Mochicasde fases tempranas como para calificar a este nuevogrupo de objetos como una nueva manifestación delmismo fenómeno cultural. Larco reconoció en estaspiezas el uso de las mismas formas, especialmente elasa estribo, los mismos o semejantes motivos deco-rativos, la bicromía, el tamaño y el peso, etc. La pro-cedencia de este nuevo conjunto de ceramios era, ensíntesis, prueba fehaciente de que, incluso desde muytemprano, la cultura Mochica, había controlado unterritorio aún más vasto del presupuesto. Las dife-rencias entre estos nuevos objetos y los ya conoci-dos para el período Mochica I en la secuancia cerá-mica de Rafael Larco, no eran destacables (Larco1965, 1966a).

En síntesis, la consistencia y unidad de la cultu-ra Mochica se definió a partir de las semejanzas deun enorme conjunto de ceramios provenientes tantode colecciones y museos (Kroeber 1925, Larco 1938,1939), como especímenes excavadosarqueológicamente (Bennet 1939, Larco 1945,Kroeber 1925, Uhle 1915). Estas piezas demostra-ban una enorme consistencia estilística e iconográfica,que reflejaba la uniformidad cultural de la sociedadque las produjo. Ahora bien, esta consistencia esti-lística se debía a que los objetos estudiados, en granmedida, provenían de un área restringida, los vallesde Chicama a Nepeña. Especímenes provenientes delos valles al norte del Chicama eran prácticamenteinexistentes en estas colecciones, por lo que mal po-dían proporcionar evidencias de la diversidad delfenómeno cultural Mochica. La cultura Mochica des-crita en la literatura es la cultura que se desarrolló enla región comprendida entre Chicama y Nepeña, es

decir el Mochica-Sur. En este momento no era posi-ble determinar si las conclusiones planteadas podíanextenderse a la región norte, y hasta antes del descu-brimiento de Vicús, esto era ser innecesario ya que elfenómeno Mochica parecía circunscribirse a la re-gión sur de la costa norte.

Una misma secuencia

Larco no sólo tuvo acceso a la colección másgrande de cerámica Mochica, él mismo excavó ungran número piezas en tumbas, dandose cuenta desus asociaciones y relaciones estratigráficas (Larco1945). Estas excavaciones le dieron acceso a con-juntos de objetos de indudable contemporaneidad ya superposiciones de tumbas que reflejaban secuen-cias cronológicas. En base a esta información de cam-po y al estudio minucioso de las características for-males de la cerámica, Larco pudo establecer cincofases sucesivas a través de las cuales evolucionó lacerámica Mochica (Larco 1948, Figuras 4 a 9). Estasecuencia describe en gran detalle la evolución de lacerámica decorativa Mochica, especialmente de lasbotellas de asa estribo, a través de un minucioso es-tudio de aspectos formales, técnicos y decorativos.

La cronología Mochica esbozada por Larco aprincipios de los años cuarenta y finalmente publi-cada en 1948 sirvió de base para una serie de estu-dios de campo que se trazaron como meta entenderla prehistoria de la costa norte. El primero de estosfue el Proyecto Virú, que a partir de 1946 realizo unestudio sistemático y multidisciplinario del valle delmismo nombre. Los miembros del Proyecto Virú tu-vieron acceso a las ideas de Larco en la famosa MesaRedonda de Chiclín, el 7 y 8 de Agosto de 1946.

Las ideas de Larco y Kroeber fueron de muchaimportancia para los jóvenes investigadores del pro-yecto Virú, especialmente porque el reconocimientoy la caracterización de los estilos de la costa norteplanteada por estos autores se vio confirmada en susinvestigaciones. La ocupación Mochica de Virú, y lavariante regional del estilo Mochica en esta zona, fuedenominada Huancaco, por el centro administrativoMochica del mismo nombre. Luego de un minucio-so análisis y de comparaciones con fragmentería pro-veniente de otros valles, James Ford arriba a la con-clusión que la cerámica Huancaco de Virú es la mis-ma que la que Larco denominaba Mochica en losvalles de Moche y Chicama (Ford y Willey 1949).Las semejanzas eran tan grandes que Ford llega aafirmar que «si muchas de estas piezas no fueron

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hechas por los mismos artistas o de los mismos mol-des, fueron producidas por lo menos por artistas en-trenados en la misma escuela» (Ford y Willey1949:66). Ford concuerda con Larco en que la cerá-mica Mochica evoluciona en Moche y Chicama deun sustrato Salinar, mientras que en Virú predominacerámica «principalmente en técnicas de decoraciónnegativas» (Ford y Willey 1949:66). La cerámicaMochica llega a Virú, de acuerdo a Ford, como unestilo maduro y como resultado en un proceso abruptoque se interpreta como una conquista militar que abar-ca los valles de Virú, Chao, Santa y Nepeña. El im-pacto de la cerámica Mochica se deja sentir con ma-yor fuerza en la cerámica decorada, y en menor gra-do en la cerámica simple, que permanece usando lasmismas formas y técnicas que en el período anterior.

Duncan Strong y Clifford Evans (1952), a cargode las excavaciones arqueológicas llevadas a cabopor el proyecto, encontraron algunas diferencias en-tre la cerámica Mochica excavada por Uhle (Kroeber1925) y Larco (1945, 1948) y la cerámica de estiloHuancaco que apareció en Huaca de la Cruz y otrossitios Mochica de Virú. La más importante diferen-cia era el uso de pintura negra orgánica, aplicadadespués de la cocción. Ahora bien, las semejanzaseran suficientes como para considerarlos expresio-nes de la misma identidad cultural y, más aún, co-rresponderían con las fases III y IV de la cronologíade Larco. 1

La secuencia de Larco fue corroborada poste-riormente en numerosos trabajos de reconocimientoregional y excavación, especialmente cuando se des-cubrieron tumbas Mochicas. Las asociaciones deobjetos encontradas en estos trabajos concuerdan conlas características señaladas por Larco. En algunoscasos es posible encontrar piezas que reflejan el trán-sito entre períodos contiguos, por ejemplo piezasMochica III-IV, donde encontramos característicasde los períodos III y IV, o ligeras diferencias quepodrían deberse a variaciones regionales. La validezde la secuencia de Larco también fue puesta a prue-ba en un minucioso estudio emprendido en las co-lecciones cerámicas excavadas por Uhle (Rowe 1959,Donnan 1965). Los resultados de este estudio con-firmaron la secuencia de Larco.

Christopher Donnan (1973), y posteriormenteDonald Proulx (1968, 1973), realizaron trabajos dereconocimiento en los valles de Santa y Nepeña res-pectivamente. Si la cerámica Mochica en estos va-lles periféricos era semejante a la planteada por Larco,entonces la secuencia debía ser correcta. Donnan,familiarizado con las colecciones de Uhle y con los

resultados del proyecto Virú, encontró que la cerá-mica Mochica en Santa era casi idéntica a la reporta-da en Chicama, Trujillo y Virú. Proulx también en-contró especímenes semejantes en Pañamarca y unaserie de cementerios alrededor de este centro cere-monial en el valle de Nepeña. Proulx confirmó lapresencia Mochica en Nepeña en mayor detalle quesimplemente los magníficos murales de Pañamarca(Bonavia 1985, Schaedel 1951).

La mayor limitación de la secuencia de Larcofue no incluir ceramios de manufactura simple y deuso doméstico. Ollas, cántaros simples, cuencos, yotras formas domésticas, figurinas y cántaros de cue-llo efigie no están reflejadas en la secuencia de Larco.Esto ha hecho difícil utilizar esta secuencia para fe-char gran cantidad de sitios Mochica que no presen-tan cerámica elaborada en superficie, o en estudiosde contextos que no incluyen este tipo de cerámica.2Una salvedad es de rigor en este punto. Por muchotiempo se ha criticado el hecho de que Larco no in-cluyera objetos de uso cotidiano en su cronología.Se argüía que, como coleccionista, Larco no estuvointeresado en este tipo de objetos. Pero a juzgar porla evidencia disponible de tumbas excavadasarqueológicamente (Donnan n.d., Donnan y Mackey1978) un aspecto notorio de las tumbas Mochicas enlas áreas estudiadas por Larco es la baja incidenciade materiales domesticos (Donnan y Mackey 1978,Kroeber 1925). Ollas, cuencos, cántaros simples yotros recipientes rudimentarios, si bien se encuen-tran en contextos domésticos con cierta frecuencia,aparecen en cantidades muy limitadas en las tumbas.Adicionalmente estas formas no cambian de manerasignificativa a través del tiempo, lo que las hace dedifícil inclusión en secuencias cronológicas.

La conclusión del trabajo de Larco, y de las pos-teriores investigaciones en que éste fue comprobadoy aplicado, es que la secuencia cronológica desarro-llada por él es la mejor aproximación a la evolucióndel estilo Mochica con que se cuenta. Existiría, porlo tanto a partir de estos estudios una sola secuenciacerámica aplicable al fenómeno Mochica en las re-giones estudiadas. La uniformidad en la evoluciónde la cerámica, a su vez confirmaría la noción de quelos Mochicas fueron una sola entidad cultural. Loque quedaba por definir era el ámbito geográfico alque aplicarían estas conclusiones.

Si bien gran parte de los investigadores han en-contrado la secuencia de Larco de gran utilidad, notodos están de acuerdo con la aplicabilidad irrestrictade esta cronología. Ultimamente un número de in-vestigadores que trabajan en la región norte del terri-

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Figura 3. Secuencia cerámica de los territorios Mochica Norte y Mochica Sur.

torio Mochica han cuestionado la validez de la se-cuencia descrita por Larco (Kaulicke 1992, Shimada1994). Peter Kaulicke, por ejemplo, afirma que «lassubdivisiones de mochica (I hasta V) no se vislum-bran claramente a través de las evidencias publica-das, ni para la zona sureña (territorio Mochica), nipara el norte. La deficiente precisión de los datospublicados (frente a una cantidad mucho mayor dedatos inéditos) apenas permite una separacióncronológica de elementos pre y post Mochica»(Kaulicke 1992:898). Para arribar a esta conclusiónKaulicke reexamina las evidencias funerarias dispo-nibles, especialmente los contextos funerariosexcavados en la Huacas de Moche por Uhle (1915,Kroeber 1925) y por el proyecto Moche-Chan Chan(Donnan y Mackey 1978). En estas evidenciasKaulicke no encuentra sustento empírico para la cro-

nología de Larco, sino más bien evidencias para re-futar su validez. A partir de nuestro propio análisisde los mismos datos, incluyendo el examen de laspiezas inéditas de la colección de Uhle, no podemosestar de acuerdo con Kaulicke. Si bien es cierto quelos datos para la fase temprana de la secuencia (es-pecialmente la fase II) son casi inexistentes, existesuficiente información para confirmar la validez dela primera y las últimas tres fases. La colección deUhle corrobora la secuencia de Larco, ya que existeuna marcada consistencia entre los lotes funerarios ylas fases cerámicas. No es posible hacer una críticacabal de la secuencia de Larco sin contar con losmateriales que este utilizó para establecer la secuen-cia o de las tumbas excavadas por Uhle, estos datoslamentablemente aún permanecen inéditos.

Todo parece indicar que la secuencia de Larco

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describe básicamente la evolución del fenómenoMochica en las regiones comprendidas entre Chicamay Nepeña que, como se dijo antes, son las regionesde donde provienen los materiales en los que se basala secuencia. Trabajos de investigación en los vallesde Virú, Santa, Nepeña y últimamente Chao (VíctorPimentel comunicación personal) confirman la pre-sencia Mochica en estos valles y validan la caracte-rización planteada por Larco de su estilo cerámico.Este no es necesariamente el caso de la secuenciacerámica en los valles al norte de esta región. Comose discutió antes, la arqueología de los valles deJequetepeque, Lambayeque y Piura era casi desco-nocida cuando Larco realizaba sus estudios. No cues-tionamos la validez de la secuencia de Larco, sino suámbito de aplicación. No es de extrañar que los in-vestigadores que trabajan en los valles deJequetepeque, Zaña, Lambayeque y Piura conside-ren que la secuencia es de difícil aplicación a susmateriales. Esto nos lleva a concluir que es necesa-rio construir una secuencia cerámica alternativa paraestas regiones. Esta secuencia deberá sercompatibilizada con las cinco fases de Larco a fin depermitirnos comparar los desarrollos de las diversasregiones.

Una sola entidad política

La tercera característica de la sociedad Mochica,y por cierto la menos discutida, es la concerniente asu estructura política. Si bien nunca se ha publicadoun tratado comprensivo acerca de la organizaciónpolítica de la sociedad Mochica, a través de los añosse han planteado algunos argumentos acerca de sunivel de complejidad (ver Shimada 1994). Estos ar-gumentos, como veremos, adolecen de los mismosdefectos que discutimos en las dos secciones ante-riores. En la caracterización de las estructuras políti-cas se ha proyectado lo que sabemos para la regiónsur a todo el ámbito Mochica, asumiendo que todoslos valles de la costa norte estuvieron en algún mo-mento bajo el control político de un estado centrali-zado con sede en Moche. El colapso de este estadofue, por lo tanto, el fin del fenómeno Mochica entoda la costa norte. En un estado centralizado espe-ramos que el desarrollo en diversas regiones sea idén-tico o por lo menos congruente, es decir que las ins-tituciones sociales, económicas e ideológicas debie-ron desarrollarse paralelamente, sólo alcanzandomayor complejidad en el centro administrativo. Elimpacto de agentes exógenos debió afectar a todas

las regiones integradas bajo el régimen centralizadopor igual. Esto es aparentemente lo que sucede conel estado que se desarrolló entre Chicama y Nepeña,pero la información disponible en este momento con-tradice estos argumentos para la zona al norte de laPampa de Paiján.

La indicación más clara de la complejidad, ca-pacidad administrativa y militar de la sociedadMochica-Sur, y de la necesidad de integrar a la esfe-ra del estado nuevos territorios y una fuerza laboralmás extensa está dada por el proceso de expansión yconquista de los valles al sur de Moche. Se ha argüi-do que esta expansión está documentada en dos fuen-tes: en las escenas de guerra o combate característi-cas de la iconografía Mochica y en la distribución deuna serie de artefactos y elementos Mochicas en losvalles de Virú, Chao y Santa. Ford, por ejemplo re-sume este proceso diciendo que « Chicama parecehaber vencido en la carrera local por cohesión políti-ca y poder militar. El movimiento que esparció elfenómeno ceremonial Mochica hasta Nepeña fue casiseguramente militar en naturaleza» (Ford y Willey1949:66). Ford veía en este proceso no sólo un as-pecto militar, sino una expresión de instituciones quecombinaban el poder físico de la guerra con el con-senso generado por los sistemas ideológicos. El im-pacto e influencia de la ideología Mochica esta evi-denciado en la producción y distribución de la cerá-mica ceremonial Mochica. Para Ford la ideologíaMochica tuvo un papel preponderante en el procesode incorporación de los territorios conquistados, cosaque se podía ver en las piezas decoradas que debie-ron de haber sido hechas por sacerdotes ceramistas,ligados a las clases gobernantes (Ford y Willey1949:66).

La sociedad Mochica ha sido caracterizada conmucha frecuencia a partir de una serie de evidenciasindirectas como una sociedad guerrera. Entre estasevidencias destacan ajuares funerarios de individuosadultos masculinos que incluyen parafernalia militarcomo porras, hondas, lanzas y mazas de guerra, yrepresentaciones iconográficas donde dos grupos deguerreros combaten. Estas características han sidomuchas veces usadas como demostración de la capa-cidad de esta sociedad para emprender la conquistade un amplio territorio. El uso de la iconografíaMochica como fuente histórica, como lo señalaraStrong y Evans (1952:216-226) no sólo es peligrososino que puede resultar francamente erróneo cuandose utiliza descuidadamente. La famosas escenas deguerra o combate presentan una serie de problemassi se quieren interpretar como ilustraciones de com-

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bates reales, especialmente si suponemos que repre-sentan los combates que se realizaron para expandirel territorio Mochica hacia el sur. En las escenas decombate ambos bandos en conflicto son, en la mayo-ría de los casos, Mochicas, en base a sus tocados,ornamentos y ropajes. En estas escenas rara vez seproduce la muerte de un enemigo, sino que el derro-tado es despojado de su tocado y sus ropajes, se leata una cuerda al cuello y se le transporta a un recin-to ceremonial, o en balsas. El destino final de losguerreros vencidos será la muerte por desangramien-to, y la sangre será a su vez consumida «ritualmen-te» por una serie de divinidades (Alva y Donnan1993, Donnan y Castillo 1992, 1994).

Si éstas son realmente representaciones de gue-rra resulta sospechoso que no se produzcan muertes,que luchen Mochicas contra Mochicas y que no ha-yan escenas de conquista o saqueo. Donnan yHocquenghem han planteado convincente e indepen-dientemente que lo que se representa son combatesceremoniales donde grupos de guerreros Mochicasse enfrentan, uno a uno y cuerpo a cuerpo, en pos deprisioneros para los rituales de la ceremonia del sa-crificio (Alva y Donnan 1993, Donnan 1988,Hocquenghem 1987). El acentuado militarismoMochica, sobre todo la guerra expansiva (Wilson1988), no está necesariamente representado en el arte,como tampoco está su maestría en tecnología hidráu-lica, su capacidad para organizar grandes fuerzas la-borales, su complejo sistema de comunicaciones, nisiquiera la producción especializada de cerámica,pinturas murales y otras actividades de la vida coti-diana.

La segunda fuente de información, la presenciade elementos Mochicas en los valles de Virú aNepeña, es claramente indicativa de la naturalezaexpansiva del estado Mochica-Sur. La difusión de lacerámica y otros elementos Mochicas en los vallesde Virú, Chao y Santa no obedece a un patrón deintercambio restringido o de una colonia, sino a laestrategia geopolítica de un estado expansivo y uni-ficado. La cerámica de estilo Mochica comienza aaparecer en estos valles en la fase III (Donnan 1973,Proulx 1973, Strong y Evans 1952, Wilson 1988). Apartir de este período estos valles son inundados consitios de clara filiación Mochica, y muchos sitios aso-ciados con la precedente ocupación Gallinazo sonabandonados. La edificación de nuevos centros deacuerdo al plan Mochica implica cambios en las téc-nicas constructivas, en la producción de adobes, enla planificación y localización de los sitios, es decir,en todos los patrones de asentamiento. Toda la dis-

tribución de los sitios y su jerarquía relativa es alte-rada. Estos cambios son obviamente el resultado deun cambio de mandos, y políticas.

Ya que es lógico asumir que la expansiónMochica no contó con el entusiasta apoyo de las éliteslocales, podemos deducir por la intensidad y el efec-to que tuvo sobre la población local que ésta se reali-zó a través de un proceso de conquista militar, o queel proceso tuvo un fuerte componente de este tipo.Hay que reconocer en este punto que carecemos deevidencias arqueológicas directas que nos indiquencuál fue la mecánica de la expansión. A raíz de estaconquista grandes centros Mochicas aparecen en laspartes bajas de los valles (Huancaco, Pampa de losIncas). La cerámica asociada con estos centros es apartir de este momento el ubicuo estilo Mochica IV,caracterizada por Moseley como el estilo corporati-vo de esta sociedad (1992). A partir de estas eviden-cias se concluye, por lo tanto, que durante la faseMochica IV todas las áreas de la costa entre Chicamay Nepeña estuvieron bajo el control de un único yunificado estado Mochica.

El fenómeno expansivo evidenciado en los va-lles del área Mochica-Sur es el resultado del creci-miento de un sistema estatal centralizado. La natura-leza estatal de la sociedad Mochica-Sur resulta unainterpretación obvia de una abrumadora cantidad deevidencias. Entre estas destacan evidencias funera-rias (Donnan n.d., Donnan y Mackey 1978) y de or-ganización interna de los sitios (Bawden 1977, Topic1977) que indican que la sociedad Mochica estuvocomplejamente jerarquizada, con posiciones socia-les definidas desde el nacimiento y con una élite go-bernante que basaba su poder en una combinaciónde coerción y consenso a través de la manipulaciónde violencia institucionalizada y de rituales así comootros mecanismos ideológicos. Los Mochicas tuvie-ron una economía planificada, centralizada y al ser-vicio preferente de las élites gobernantes, con un vastonúmero de especialistas controlados por el estado, yun uso casi ilimitado de la mano de obra de los seg-mentos sociales dependientes. La magnitud de lasobras públicas emprendidas por los Mochicas, tantode infraestructura productiva como ideológica, im-plican niveles de trabajo y de planificación sorpren-dentes. La elaboración en las ceremonias religiosas,especialmente las relacionadas con el sacrificio deprisioneros y con rituales funerarios, y la participa-ción diferenciada en ellos de diversos segmentos dela población (Castillo y Donnan 1994, Donnan yCastillo 1992, 1994) demuestran la importancia deeste ámbito en la sociedad Mochica. Evidencias de

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todos estos aspectos, y no sólo unas cuantas piezascerámicas, aparecen implantadas en los valles de Virú,Chao, Santa y Nepeña a partir de la fase Mochica IV.

Al sur del valle de Nepeña encontramos algu-nas evidencias de presencia Mochica, pero ningunaque implique ocupación permanente o controlgeopolítico. En el valle de Nepeña, que correspon-dería a la frontera sur del estado Mochica-Sur, en-contramos una distribución de sitios Mochicas muypeculiar y que permitirían entender algunas caracte-rísticas del proceso expansivo. En el valle de Nepeña,a diferencia de Virú y Santa, no encontramos un con-junto de sitios de diverso tamaño y función distribui-dos homogéneamente a lo largo del territorio, sinoun único gran centro ceremonial, Pañamarca, rodea-do de pequeños cementerios (Proulx 1968, 1973).Este gran centro ceremonial vendría a ser un puestode avanzada, con el que los Mochicas habrían inicia-do la penetración en el valle de Nepeña. Este puestoestá constituido, contrariamente a lo que podríamosimaginarnos, no por un edificio militar o defensivo,o por una sede administrativa, sino por un centro ce-remonial. Encontrar templos donde esperábamos for-talezas nos permite entender que la ideología tuvoun importante papel en la penetración y expansióndel estado Mochica.

Como se discutió en las secciones anteriores,debemos de preguntarnos cuál es el ámbito geográfi-co al que se aplicaría esta reconstrucción de la natu-raleza política del estado Mochica. Larco y otros in-vestigadores pioneros formularon sus interpretacio-nes pensando, nuevamente, en el área nuclear, y noen los valles de la periferia. Sus datos provenían deesta región, por lo tanto sus interpretaciones seríanválidas sólo a ella. Larco estuvo en lo cierto al pen-sar que toda esta región estuvo en algún momentobajo la autoridad de una sola entidad políticasegmentada en diversos niveles de administraciónregional y local. De cuánta autonomía gozaron lasdiversas regiones comprendidas dentro del estadoMochica, no lo podremos saber hasta que no se rea-licen más excavaciones en sitios domésticos y cen-tros administrativos Mochicas. En cualquier caso,Larco ya afirmaba que existía, bajo la autoridad cen-tralizada de un Cie quich, un conjunto de gobernan-tes regionales, los Alaec (Larco 1945:22-23). Larcodedujo esta organización sólo de la distribución devasos retratos; posteriormente sus ideas han sido co-rroboradas en base al estudio del patrón de asenta-miento en los territorios conquistados.

Las numerosas investigaciones en la región com-prendida entre Chicama y Nepeña han producido re-

sultados que contrastan dramáticamente con los re-sultados de proyectos realizados al norte de esta re-gión. Una de las diferencias más significativas es quela cerámica de los periodos Mochica III y IV, el esti-lo corporativo directamente asociado con la expan-sión y consolidacion del estado Mochica-Sur respec-tivamente, y encontrado en enormes cantidades enlos valles entre Chicama y Nepeña, sea casi inexis-tente en los valles entre Piura y Jequetepeque. Cómoexplicar que el patrón de asentamiento de este esta-do expansivo, caracterizado por un gran centro cere-monial/administrativo entre los valles medio y bajo,no se vea reflejado en ninguno de estos valles. Setrata acaso de un problema en la muestra, o estas di-ferencias obedecen a diferencias estructurales, esdecir son el resultado de la acción de estados o enti-dades políticas distintas. La circunscrita aplicabilidadde las interpretaciones antes señaladas comienza aser evidente cuando se trata de aplicarlas a los vallesde Jequetepeque, Zaña, Lambayeque y Piura. En estaregión desde los años 60' comenzaron a aparecerimportantes evidencias de la ocupación Mochica. Enestos valles aparecen evidencias que permiten defi-nir grupos semejantes en muchos aspectos alMochica-Sur, pero aparentemente con un desarrolloindependiente y con características peculiares en sucultura material que serán discutidas en la siguientesección.

Los Mochica del Norte ylos Mochica del Sur

Hasta este momento nos hemos limitado a cues-tionar la idea que sostenía que la cultura Mochica,en todas las regiones donde ocurrió, fue el resultadodel mismo fenómeno político y social. Si esta no-ción no es válida, y lo que entendíamos comoMochica sólo es aplicable a la esfera sur de este fe-nómeno, entonces cómo debemos caracterizar a lasociedad Mochica-Norte.

La intención de esta sección no es dar cuentadefinitivamente de todas las características del fenó-meno Mochica-Norte. Esta tarea es teórica y prácti-camente imposible a estas alturas por cuanto la ma-yor parte de la información arqueológica que se te-nía antes de 1985 tiene que ser analizada e interpre-tada nuevamente, y la información que se ha recogi-do después de esta fecha en su mayoría aun no hasido publicada. Lo que podemos hacer con los datoscon que contamos es ofrecer una perspectiva regio-nal, la del valle del Jequetepeque, donde se han con-

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Figura 4. Mapa con indicación de los territorios Mochica Norte y Mochica Sur divididos por la pampa de Paiján.

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centrado nuestras investigaciones hasta la fecha.Una salvedad es de rigor en este punto para evi-

tar caer en el mismo tipo de error que se critica aquí.El valle del Jequetepeque, y la historia cultural queallí estamos reconstruyendo con un programa siste-mático de investigaciones, no necesariamente debe-rá ser entendido como un microcosmos de la historiacultural de toda la región Mochica-Norte. Es muyposible que los resultados con que contamos para estaregión nos presenten un desarrollo que, si bien máscercano a lo que aconteció en Lambayeque y Piuraque lo que pasaba en la región sur, es sin embargosólo una expresión regional. No podemos asegurar,en resumidas cuentas, si los diferentes valles de laregión Mochica-Norte no tuvieron desarrollos inde-pendientes. Todo parece indicar, por ejemplo, que lasecuencia de Piura sería distinta, y posiblemente máscorta que la secuencia de los otros valles;Lambayeque, por otro lado experimentó un floreci-miento durante el período Mochica Tardío que no escomparable con el de los otros valles. Dicho estopodemos regresar a las diferencias entre el Mochica-Norte y el Mochica-Sur, y la secuencia planteada aquípara caracterizar el desarrollo del fenómeno Mochica-Norte en el valle del Jequetepeque.

Aparentemente los valles de Jequetepeque, Zaña,Lambayeque y Piura estuvieron física y culturalmenteseparados de los valles del territorio Mochica-Sur.Entre las dos regiones se encuentra la Pampa dePaiján, una llanura desértica de más de 50 kilóme-tros de extensión que sirvió como barrera natural ycultural para sociedades prehispánica antes y despuésde los Mochicas (Donnan y Cock 1986b). Esta ba-rrera no sólo fue cosa del pasado; Trujillo y Chiclayo,cada una con sus respectivas órbitas de influencia,marcan todavía la separación de las dos grandes re-giones de la costa norte. La gran cantidad de cerámi-ca de estilo Cajamarca hacia fines del desarrolloMochica en Jequetepeque indica, más bien, que losMochicas de Jequetepeque mantuvieron un fuertecontacto con las sociedades que se desarrollaban enla sierra norte aledaña. El valle del Jequetepequeparece haber servido de eje de transición para unaserie de movimientos y rutas comerciales que uníanla costa norte con la zona andina central. Estos inter-cambios experimentaron un inusitado desarrollo du-rante las primeras fases del horizonte medio, coinci-diendo con el final de la cultura Mochica y su evolu-ción hacia otras tradiciones, entre ellas el conspicuoestilo Lambayeque.

Cuando juzgamos la relación entre las socieda-des Mochica-Norte y Mochica-Sur nuestra fuente de

información más importante es la cerámica, especial-mente la compleja cerámica ceremonial. En ésta sereflejan vívidamente los cambios y las interaccionesentre diversas sociedades, las tendencias estilísticas,los prestamos y las idiosincrasias locales.

Cuatro grandes características distinguen losdesarrollos de las tradiciones cerámicas sureña ynorteña:

a) la escasez pronunciada de cerámica Mochica-Sur de la fase IV y de una serie de formas comohuacos retratos, cancheros y floreros en los va-lles al norte de la Pampa de Paiján, así como dedecoración pictórica de línea fina del tipo MochicaIV (Castillo y Donnan 1994);b) la excepcional calidad y belleza de la cerámicaMochica-Norte Temprana, especialmente en pie-zas escultóricas donde se representan seres hu-manos o animales (Donnan 1990, Narváez 1994);c) la predominancia de jarras y cántaros de cara-gollete en las fases Media y Tardía del Mochica-Norte (Ubbelohde-Doering 1983); yd) el extraordinario desarrollo de la pintura de lí-nea fina durante el período Mochica-Norte Tar-dío (McClelland 1990, Donnan y McClelland1979).

El fenómeno Mochica Norte

El primer indicio que nos reveló que la secuen-cia cerámica, y por lo tanto la historia ocupacionalde las dos regiones de la costa norte habían seguidodiferentes derroteros fue la carencia de una serie deformas y estilos comúnmente asociados con el fenó-meno Mochica-Sur. Dos formas son peculiarmenteescasas: los floreros, y los cancheros. Algunos flore-ros de estilo Mochica V han sido excavados en Pam-pa Grande (Shimada 1976:194) pero podrían habersido importados desde el sur. Igualmente cancheroshan sido reportados muy pocas veces en la regiónnorte, en Sipán (Alva, comunicación personal 1994)y en la región de Vicús (Makowski, comunicaciónpersonal 1994). Tampoco aparecen en esta región losllamados huaco retratos. La carencia de estas formas,de acuerdo a lo planteado por Larco, significaría queesta región no estuvo dentro del ámbito de controlde los Cie quich con sede en Moche y Chicama.

La escasa presencia de cerámica de estiloMochica IV en los valles al norte de la Pampa dePaiján es aun más significativa. Es importante recal-car que no se trata de una absoluta carencia ya queexisten algunos reportes de cerámica Mochica IV en

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la región, sino de una escasez pronunciada, especial-mente en relación a las cantidades que encontramosen los valles de la región sureña. Carlos Elera (co-municación personal, 1994) excavó un conjunto deceramios de este estilo en Puerto de Eten (verShimada 1994:55). Carlos Deza (comunicación per-sonal, 1993) afirma haber visto a huaqueros ofrecien-do piezas Mochica IV en el valle de Zaña. IzumiShimada también ha reportado este tipo de cerámicapara una serie de sitios en Batán Grande pero sindocumentar sus aseveraciones (1994). En coleccio-nes del valle del Jequetepeque existen algunas pocaspiezas en este estilo, pero parecen haber sido traídasdesde el sur. Shimada (1994:39) publicó un mapa de«las ocupaciones Moche documentadas» en los va-lles de Reque-Chancay y Zaña con indicaciones delas fases Mochicas en que estos sitios fueron ocupa-dos. Una inspección directa de una serie de los sitiospresentados en dicho mapa (Santa Rosa, Sipán, Saltur,Collique y Cerro Corbacho) arrojó resultados nega-tivos en cuanto a la presencia Mochica IV. Tampocoencontraron este estilo de cerámica investigadoresque han trabajado en esta región por varios años(Walter Alva, Jorge Centurión, y Carlos Wester; co-municación personal, 1993). Con relación a PampaGrande, también mencionada en dicho mapa, si bienen un reconocimiento parcial del sitio no pudimosencontrar materiales Mochica IV es posible queexcavaciones estratigráficas pudieran haber produ-cido este tipo de materiales. Esperamos la publica-ción de los resultados de la investigación de KentDay y Izumi Shimada donde estas incógnitas debe-rán ser resueltas y documentadas.

En conclusión, existen evidencias de la presen-cia de cerámica de estilo Mochica IV en la regiónnorte, pero en cantidades muy limitadas y en contex-tos muy mal documentados. Por falta de informa-ción contextual no se puede determinar aún si se tra-ta de piezas intercambiadas, o de evidencias de pe-queños asentamientos controlados por los Mochica-Sur. Aparentemente un cierto intercambio de cerá-mica existió entre las dos regiones (Larco 1966b.También se intercambiaban piezas de cerámica conla sierra norte aledaña, conchas de spondylus con elEcuador y plumas con la región amazónica. Por cier-to, ninguno de estos intercambios tuvo consecuen-cias de largo plazo en términos de la identidad o in-dependencia política del estado Mochica-Norte. Elconjunto de piezas encontrado por Elera en un pozode prueba en el Puerto de Eten, y los materiales en-contrados por Shimada en Batán Grande podría co-rresponder a la segunda posibilidad, un pequeño asen-

tamiento. Lo que resulta sospechoso es que, hasta lafecha, sitios arqueológicos Mochica IV, especialmen-te sitios de la magnitud de los asentamientos encon-trados en los valles de Chicama a Nepeña, no hansido reportados. Si los Mochica-Sur de la fase IVcontrolaron los valles de Piura a Jequetepeque lo hi-cieron a través de un sistema de asentamientos insó-lito y que además ha burlado a cinco generacionesde arqueólogos.

Lo que esta carencia implica en términos de laestructura política de los estados Mochicas es muyimportante. Moseley definió acertadamente al estiloMochica IV como el estilo corporativo del estadoMochica expansivo. Su presencia en un sitio arqueo-lógico delata la presencia, y en algunos casos permi-te documentar la expansión del estado Mochica. Sibien algunos ejemplares de este estilo confirman quehayan habido contactos entre estas entidades políti-cas, cantidades limitadas de este estilo cerámico nopueden ser interpretadas como evidencias de la con-quista y control geopolítico de la región. LosMochica-Sur durante la fase IV no estaban dedica-dos a la exportación de cerámica, sino a la conquistade grandes territorios, que inmediatamente eran re-organizados de acuerdo a un patrón de asentamientosque maximizaba los intereses del conquistador. Nin-guno de estos fenómenos, conquista o reorganiza-ción, se reflejan en los datos recogidos al norte de laPampa de Paiján. Debemos concluir entonces que elestado Mochica-Sur no cruzó esta barrera. En la re-gión norte se desarrollaron independientemente otrosestilos, que también pueden ser considerados corpo-rativos, con características propias que reflejan enti-dades políticas y sociales independientes. Estos esti-los, por la cercanía cultural de las dos regionesMochicas, presentan muchos rasgos en común consu contraparte sureña, sin embargo su desarrollo, esdecir su secuencia, es diferente y sus característicasson peculiares. Esto nos lleva a enfatizar que dife-rencias en las estructuras políticas no necesariamen-te indican diferencias culturales, es decir que losMochicas constituyeron diferentes estados pero nodiferentes culturas. Es claro que los estados Mochica-Norte y Mochica-Sur compartieron suficientes ele-mentos en común, como la religión y las costum-bres, que impidieron una deriva cultural, es decir queal estar aislados uno del otro con el tiempo se convir-tieran en dos culturas diferentes. La religión y el sis-tema ceremonial, uno de los mecanismos de poderpolítico de las élites aparece como uno de los másimportantes elementos de intercomunicación entreestos estados.

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La secuencia cerámica delMochica Norte

Las diferencias entre las tradiciones cerámicasMochica-Norte y Mochica-Sur permiten aislar estosdos estilos y seguir independientemente su desarro-llo. En el caso de la cerámica Mochica-Norte estedesarrollo puede ser dividido, en este momento, ensólo tres fases: Mochica Temprano, Medio y Tardío(Castillo y Donnan 1994). Las tres fases del Mochica-Norte en Jequetepeque (Figura 10) han sido recons-truidas a partir de un cuidadoso análisis de datosestratigráficos provenientes de las excavaciones enSan José de Moro (Castillo y Donnan 1994, Donnany Castillo ms., Castillo y Rosas ms.) y Pacatnamú(Donnan y Cock 1986b, Ubbelohde-Doering 1983),del examen de contextos funerarios excavados en LaMina, Pacatnamú y San José de Moro (Castillo ms.,Castillo y Donnan 1994, Donnan y Castillo ms.,Donnan y Cock 1986b, Donnan y McClelland ms.,Narváez 1994, Ubbelohde-Doering 1967, 1983) y deinformación derivada de un análisis cuidadoso decolecciones locales. La información estratigráficaencontrada hasta la fecha sugiere dos períodos ocu-pacionales, que incluyen la construcción de tumbas,que estarían asociados con especímenes cerámicosde lo que más adelante se caracteriza como MochicaMedio y Tardío. No se ha podido ubicar aún eviden-cia estratigráfica para la fase temprana de la secuen-cia, sin embargo, es posible encontrar conjuntos deceramios que corresponderían con este período. Enbase a estos datos se han podido organizar más deciento treinta entierros Mochicas excavadosarqueológicamente en Jequetepeque en estos tresperíodos. Los materiales asociados con estos entie-rros, y su ocurrencia en los perfiles estratigráficoshan permitido reconstruir las tres fases estilísticas dela cerámica Mochica en el valle del Jequetepeque.

El período Mochica Temprano

De los tres períodos que conforman la secuen-cia ocupacional Mochica del valle del Jequetepeque,el período Mochica Temprano es el menos documen-tado. Evidencias de este período han sido encontra-das en sólo cuatro sitios del valle: Pacatnamú, LaMina, Tolón y Dos Cabezas (Figura 10). Lamenta-blemente, con contadas excepciones, la mayor partede la información que poseemos de la ocupaciónMochica Temprano de estos sitios no ha sido docu-mentada arqueológicamente. Por esta razón casi toda

la cerámica que podemos reconocer para este perío-do es de alta calidad; ceramios de calidad media,como jarras y figurinas, o ceramios simples de usodoméstico, como ollas y cuencos, son casi descono-cidos.

En Pacatnamú, ubicado al norte de la desembo-cadura del río Jequetepeque, el período Mochica Tem-prano está representado únicamente por una botellacon asa estribo modelada en forma de búho (FiguraE1). Este ceramio fue excavado por HeinrichUbbelohde-Doering en una simple tumba de pozojunto con una olla con cuello que posiblemente per-tenece al período Mochica Medio (Ubbelohde-Doering 1967:26, 67; 1983: 128-129). Cabe la posi-bilidad que la tumba, y no sólo la olla, pertenezca alperíodo Mochica Medio, en cuyo caso la botella conasa de estribo habría sido considerablemente antiguacuando fue puesta en la tumba. Ninguna de las otras126 tumbas Mochicas excavadas en Pacatnamú con-tenían cerámica diagnóstica para el período MochicaTemprano, así como tampoco se reportaron fragmen-tos de cerámica de este período de las extensasexcavaciones conducidas en el sitio por Ubbelohde-Doering en 1937-39, 1953-54 y 1962-63, y porDonnan y Cock entre 1983 y 1987. Esto implica quesi bien Pacatnamú tuvo una ocupación Mochica sig-nificativa durante los períodos Medio y Tardío, elsitio no fue ocupado durante el período Temprano.

El sitio de La Mina es posiblemente el lugar másimportante donde cerámica del período MochicaTemprano ha sido encontrada (Donnan 1990, Narváez1994). La Mina se encuentra en la margen sur delvalle del Jequetepeque, aproximadamente a 5 kiló-metros del mar (Figura 10). La historia de la excava-ción de la Mina es un tanto penosa, ya que si bien esel único sitio Mochica Temprano que se ha podidoexcavar arqueológicamente, esto fue posible única-mente después de que los huaqueros habían dadocuanta de casi todo el contenido de la tumba. Aproxi-madamente a mediados de 1988, un grupo dehuaqueros comenzó a extraer una gran cantidad deobjetos de oro, plata y cobre aparentemente de unarica tumba Mochica en el valle del Jequetepeque. Latecnología, forma y extraordinaria calidad artísticade estos objetos (Lavalle 1992) era similar a la deobjetos encontrados en las tumbas reales excavadaspor Walter Alva en Sipán, en el valle de Reque (Alva1988, 1990; Alva y Donnan 1993; Figuras 1 y 2).Sin embargo, el estilo de estas piezas era suficiente-mente diferente del estilo de los objetos encontradosen Sipán como para distinguir fácilmente ambos con-juntos (Donnan 1990). Junto con los objetos metáli-

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cos los huaqueros aparentemente encontraron un grannúmero de botellas de cerámica modeladas en formade seres humanos, animales y aves, incluyendo bú-hos casi idénticos a la botella encontrada porUbbelohde-Doering en Pacatnamú.

En Mayo de 1989 la tumba de La Mina fue fi-nalmente localizada por personal del Instituto Na-cional de Cultura, iniciándose inmediatamente unaexcavación de salvataje a cargo de Alfredo Narváez,y con la colaboración de Christopher Donnan y AlanaCordy-Collins (Narváez 1994, Donnan 1990).Excavando cuidadosamente un área de la tumba queno había sido disturbada, los arqueólogos encontra-ron siete botellas de cerámica que habían escapado ala atención de los huaqueros (Figura E2). Estas in-cluían un guerrero arrodillado, una persona llevandouna jarra en su hombro izquierdo, un felino cuyosojos estaban adornados con incrustaciones, un indi-viduo sentado con la cara decorada con un diseño deola (Figura E3), un búho (Figura E4), y un individuosentado con un tocado circular (Figura E5). Tambiénse encontró una pieza en cerámica negra modeladaen forma de un cóndor (Figura E6) y una jarra conabultamientos en la cámara (Figura E7). Los ceramiosrecuperados arqueológicamente de La Mina estabantodos rotos por compresión debido al peso del relle-no. Más aún, durante la excavación de salvataje se

recuperaron numerosas piezas de concha cortada queoriginalmente fueron incrustaciones usadas para ador-nar los ojos y otros accesorios de las piezas cerámi-cas que fueron extraídas de la tumba por loshuaqueros.

Tolón, un tercer lugar en donde se encontraronespecímenes cerámicos del período Mochica Tem-prano, a diferencia de los otros tres sitios está locali-zado en la margen sur del valle medio delJequetepeque, aproximadamente a 33 kilómetros delmar (Figura 10). A mediados de los años setenta unnumero de tumbas simples de pozo conteniendoceramios de estilo Mochica Temprano fueronhuaqueadas del sitio (Figuras E8 a E16). Estas pie-zas están modeladas en forma de individuos senta-dos o arrodillados (Figuras E8 a E11), felinos (Figu-ras E12 a E14) y aves, incluyendo búhos (FigurasE15 y E16). Muchas de estas piezas son casi idénti-cas a las encontradas en La Mina (por ejemplo, com-parar las figuras E5 y E9), y por lo tanto su contem-poraneidad y afiliación estilística parece segura.

El cuarto sitio donde cerámica del períodoMochica Temprano ha sido encontrada es Dos Cabe-zas (Figura 10), ubicado al sur de la desembocaduradel río Jequetepeque. El sitio está constituido porvarias pirámides de regular tamaño, áreas de aparen-te carácter doméstico adyacentes a las grandes es-

Figura 5. Conjunto de botellas Mochica Temprano recuperada de una tumba saqueada en el sitio La Mina.

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tructuras y lo que parecen ser basurales, que ademáscontienen evidencias de pequeñas habitaciones ynumerosos fogones. Si bien Dos Cabezas no ha sidoaún excavado arqueológicamente, un examen cuida-doso de los fragmentos de cerámica que se encuen-tran en el sitio sugiere que su ocupación incluye tan-to el estilo Virú, que normalmente precede al estiloMochica, así como el período Mochica Temprano.Hasta que no se realicen excavaciones en el sitio nose podrá determinar cual es la relación exacta entreestos dos estilos, es decir si uno precede al otro o siambos son contemporáneos. Además de estas evi-dencias, se sabe que un número de tumbas que con-tenían ceramios de estilo Mochica Temprano fueronhuaqueadas de Dos Cabezas a principios de los añosochenta. Estas piezas incluirían los característicosfelinos, guerreros arrodillados y aves, incluyendohalcones, cóndores y búhos. Una pieza de la que sepresume procede de estos entierros esta modelada enforma de un decapitador llevando en una mano untumi (cuchillo ceremonial) y en la otra la cabeza de-

capitada de un ser humano (Figura E17, compararesta figura con la figura E10).

La cerámica del período Mochica Temprano delvalle del Jequetepeque, en términos generales, cons-tituye un conjunto bastante diagnóstico y homogé-neo, con formas y elementos decorativos frecuente-mente repetidos. El aspecto más característico de lacerámica Mochica Temprano es la extraordinaria ca-lidad de sus esculturas tridimensionales. Estas mu-chas veces incluyen una sorprendente abstracción dediseños (por ejemplo ver la Figura E16) o, por elcontrario, un marcado énfasis en detalles difícilmen-te visibles (por ejemplo ver los detalles incisos en lacara y las manos de las Figuras E3 y E11). Aunquealgunas piezas del período Mochica Temprano fue-ron hechas con arcilla blanca (Figura E3), la mayo-ría fueron hechas con arcilla roja (terracota) que fuecocida tanto en hornos oxidantes, para convertirseen cerámica de color rojo, o en hornos de atmósferareducida (Figura E10), para convertirse en cerámicanegra (Figura E8). La cerámica roja fue casi invaria-

Figura 6. Personajes sentados llamados «ingenieros». La Mina, valle de Jequetepeque.

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Figura 7. Botella asa estribo Mochica Temprano. Felino. Colección Oscar Rodríguez Razetto.

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blemente decorada con diseños en blanco y roja pararesaltar detalles y crear diseños no incluidos en laescultura. En muchos casos la cerámica de este pe-ríodo fue decorada con incrustaciones de conchas ypiedras. Estas incrustaciones se utilizaron para crearo subrayar detalles tales como los ojos de felinos(Figura E14), búhos o seres humanos (Figura E3);los dientes de felinos y seres humanos; y los brazale-te y escudos en representaciones de seres humanos.Ocasionalmente encontramos ceramios modeladoscomo felinos en los que incrustaciones de piedrasnegras forman la nariz (Figura E14). También estaspiezas originalmente incluyeron detalles como areteso narigueras hechos en hueso (Figura E3) y proba-blemente también en concha y metales preciosos. Evi-dencias de este tipo de decoración son pequeñas per-foraciones en las orejas de los individuos represen-tados en las figuras E9 y E11.

Si bien en algunos casos encontramos que lasbotellas tienen picos cónicos altos y asas sólidas desección circular (Figura E15), la gran mayoría pre-senta asas en forma de estribo, extremadamente con-sistentes tanto en forma como en tamaño. Estas tie-nen arcos pequeños y redondeados, y picos cortoscuya terminación tiene consistentemente un pronun-ciado reborde en el labio (ver, por ejemplo la FiguraE8). Si bien las características formales de las asasde estribo correspondientes al período Temprano delMochica-Norte son semejantes a las piezas defini-das por Larco como Mochica I, las cámaras de lasmismas piezas son completamente diferentes. Nin-guna de las seis botellas que Larco utilizó para ilus-trar su Mochica I (Larco 1948:28) es semejante abotellas Mochica Temprano del valle deJequetepeque. Por lo tanto la diferencia entreMochica-Norte y Mochica-Sur durante la parte tem-prana de la secuencia en innegable.

Es interesante señalar, sin embargo, que existeuna sorprendente semejanza entre las botellas delperíodo Mochica Temprano de Jequetepeque y mu-chas de las botellas Mochica huaqueadas durante losaños sesenta de sitios alrededor de Cerro Vicús, en elvalle de Piura, incluyendo aparentemente Loma Ne-gra (Figuras 1 y 2, ver otros artículos en este volu-men). Estas últimas incluyen felinos, generalmentesentados o echados en las mismas posiciones que enpiezas del Jequetepeque; búhos, halcones y cóndores;y seres humanos vestidos como guerreros, ataviadoscon tocados circulares, o llevando cántaros en loshombros (estas tres formas discutidas anteriormen-te). También encontramos botellas modeladas comoloros, sapos, monos, focas, y seres míticos llamados

Figura 8. Botella asa puenta Mochica Temprano. Búho.Colección Oscar Rodríguez Razetto.

Figura 9. Botella asa estribo Mochica Temprano. búho.Colección Oscar Rodríguez Razetto.

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«Decapitadores», esencialmente todas y cada una delas formas que hoy sabemos fueron producidas repe-tidamente por artesanos Mochica Temprano en elvalle del Jequetepeque.3 Más aún, en muchos casoslas formas, tamaños, tratamientos de superficie, eincluso los colores de ceramios de estas dos áreasson tan semejantes que parecerían haber sido hechospor los mismos artesanos. La explicación de estassemejanzas deberá ser despejada en futuras investi-gaciones, pero resulta evidente que ambas áreas seencuentran en lo que hemos definido como la esferaMochica-Norte.

El período Mochica Medio

Durante el período Mochica Medio, el sitio dePacatnamú experimentó una intensa ocupación evi-denciada en la construcción de montículos de apa-rente carácter ceremonial (Huaca 31), y de cemente-rios conteniendo numerosos entierros. Un total deochenta entierros correspondientes a este período hansido excavados en este sitio (Donnan y Cock 1986b,

Donnan y McClelland ms., Hecker y Hecker 1984,Ubbelohde-Doering 1983). Una indicación importan-te del rango de Pacatnamú durante esta fase es elnúmero y complejidad de los entierros excavados allí.En primer lugar, la cantidad de entierros nos informade una población bastante grande. Aún cuando nonecesariamente todos estos individuos vivieron di-rectamente en el sitio, es muy posible que la granmayoría de ellos residiera en el valle aledaño y que,por la importancia religiosa del sitio, fuera enterradoen Pacatnamú. La segunda indicación de la impor-tancia de Pacatnamú durante esta fase esta dada porun número de entierros de élite excavados en la dé-cada de los treinta por Heinrich Ubbelohde-Doering(1967, 1983). 4

En San José de Moro (Figura 10), en la partenorte del valle, la ocupación durante el períodoMochica Medio parece haber sido de menor intensi-dad que durante la fase tardía en base a la informa-ción con la que contamos a la fecha. Ninguna estruc-tura en el sitio puede ser fechada como MochicaMedio, y sólo dos entierros correspondientes a esta

Figura 10. Botella asa estribo Mochica Temprano.Individuo sentado. Colección Oscar Rodríguez Razetto.

Figura 11. Botella asa estribo Mochica Temprano.Individuo sentado. Colección Oscar Rodríguez Razetto.

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Figura 12. Tumba Mochcia Medio M-U735 excavadaen San José de Moro.

Figura 13. Tumba Mochcia Medio M-U735 excavadaen San José de Moro. Dibujo de planta.

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Figura 14. Botella de cuello recto Mochica Medio.Felino. Colección Oscar Rodríguez Razetto.

Figura 15. Cántaro cara gollete Mochica Medio. Búho.Pacatnamú. H45CM1. Tumba 24.

Figura 16. Cántaro cara gollete Mochica Medio.Individuo con orejeras y pectoral. Pacatnamú.

H45CM1. Tumba 52.

Figura 17. Figurina Mochica Medio. Personaje rica-mente ataviado. Pacatnamú. H45CM1. Tumba 28.

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fase han sido documentados (Castillo y Donnan1994). Sin embargo, cerámica Mochica Medio ha sidoencontrada en las excavaciones de cortesestratigráficos y áreas funerarias en San José de Moro,aún cuando en cantidades muy limitadas.

Considerando la calidad, materiales, tratamien-to de superficie, y contenido iconográfico, la cerá-mica Mochica Medio puede ser dividida en tres ca-tegorías: cerámica fina, cerámica de calidad media ycerámica simple o doméstica. Los ejemplos más fi-nos de cerámica Mochica Medio son botellas de asaestribo con un característico pico evertido en el la-bio, cuerpos generalmente achatados y lenticulares,bases anulares, y decoración en relieve o pintada enocre, crema y un distintivo color morado o púrpura(Figura M1). Diseños típicos en estos especímenesincluyen seres sobrenaturales, como Decapitadores(Figura M2), y animales, como por ejemplo avesmarinas de largos cuellos engullendo ranas o pecesde cabezas triangulares (Figuras M3 y M4); o piezascon diseños geométricos incisos o en relieve (FiguraM5). Estas botellas de asa estribo son diferentes apiezas de semejante forma de estilo Mochica III delMochica-Sur, y más claramente se asemejan a pie-

zas encontradas en los valles de Lambayeque (Alvay Donnan 1993) y Piura (Kaulicke 1994, Lumbreras1987). También entre las piezas Mochica Medio dealta calidad encontramos algunas botellas de cuer-pos modelados (Figura M6) y lenticulares en cerá-mica negra, con cuellos rectos o ligeramenteevertidos, y a veces dos pequeñas asas en la base delcuello (Ubbelohde-Doering 1983: Abb. 7-5).

Las piezas de calidad media durante este perío-do son jarras simples, jarras de cuello efigie, yfigurinas. Las jarras simples usualmente están com-puestas por cuerpos globulares u ovales, y cuellosrectos (Figura M7) o ligeramente evertidos (FiguraM8). El diámetro del cuello es por lo general entredos tercios y un medio del diámetro del cuerpo y sualtura está entre un tercio y un medio de la altura delcuerpo. En algunos casos las jarras están decoradascon motivos en relieve en forma de pequeñas ranas(Ubbelohde-Doering 1983: Abb. 23-1). Las jarras decuello efigie tienen las mismas proporciones que lasjarras simples pero sus cuellos están decorados enrelieve con caras de seres humanos (Figura M9) osobrenaturales (Figura M10) y animales mirandohacia el frente. Algunas veces el cuerpo del ser hu-

Figura 18. Tumba M-U41 Mochica Tardío. Sacersotisa de San José de Moro.

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mano o del animal está indicado con líneas gruesasde pintura en el cuerpo de la jarra (Figura M12).Usualmente el cuerpo pintado en la cámara aparecede perfil, lo que es característico de esta área más noasí del Mochica-Sur. Piezas semejantes fueron en-contradas en la tumba del Viejo Señor de Sipán (Alvay Donnan 1993, Figs. 181 y 187). En algunos casosmotivos triangulares irradian de la base del cuello,probablemente representando un pectoral o collar(Figura M13). Existen algunos raros ejemplos de ja-rras donde el cuerpo de la pieza en su totalidad hasido modelado como una cara (Figura M14). Lasfigurinas, raras en los conjuntos de cerámica de en-tierros Mochica Medio (Figura M15) combinan ele-mentos en relieve y diseños en trazo grueso de pin-tura blanca. Este tipo de objetos presentan muchassemejanzas con piezas de similar forma de la regiónMochica-Sur (Russell, Leonard y Briceño 1994).

Las formas simples más importantes duranteMochica Medio son ollas de cuello corto evertido orecto. Las bocas de las ollas son amplias (FiguraM16), con diámetros en promedio de más de dos ter-cios del diámetro del cuerpo de la pieza. Finalmente,la cerámica Mochica Medio más simple son peque-ñas piezas ligeramente cocidas en forma de crisoles.Los crisoles aparecieron en pequeñas grupos, de en-tre una a tres piezas en algunos entierros dePacatnamú y en un entierro de San José de Moro.Los crisoles encontrados en tumbas Mochica Medioy Tardío son casi idénticos, posiblemente porque susformas son tan simples que no se prestan para varia-ciones estilísticas.

El período Mochica Tardío

La ocupación Mochica Tardío del valle delJequetepeque parece haber sido más intensa que lasanteriores. Evidencias de cerámica Mochica Tardío,especialmente las formas diagnósticas de jarras cue-llo efigie llamadas «Nuevo Rey», o «Rey de Assyria»por Ubbelohde-Doering (Figura T1) y de ollas decuello plataforma (Figura T2) se encuentran en nu-merosos sitios del valle (Hecker y Hecker 1990). EnPacatnamú la ocupación Mochica Tardío está eviden-ciada en un pequeño número de entierros encontra-dos por Ubbelohde-Doering cerca de la Huaca 31, ypor varias áreas funerarias documentadas por Vera-no (1987).

Además de Pacatnamú los sitios Mochica Tar-dío más importantes en el valle del Jequetepeque seencuentran localizados en el área norte, especialmente

en el sector comprendido en ambas márgenes del ríoChamán. Entre éstos, los más importantes están lo-calizados sobre y alrededor de los cerros Chepén yColorado (Hecker y Hecker 1990), en el área deChérrepe (Guillermo Cock, comunicación personal,1990), y en San José de Moro. De éstos San José deMoro parece haber sido el centro ceremonial y fune-rario Mochica Tardío. En San José de Moro veinti-dós entierros Mochica Tardío han sido excavadosarqueológicamente, y muchos más han sidohuaqueados en los últimos años. Estos entierros fue-ron encontrados en tres tipos de tumbas: fosas sim-ples sin mayores asociaciones y muy semejantes enforma a tumbas de los dos períodos anteriores, tum-bas de bota, semejantes a tumbas del período MochicaMedio encontradas en Pacatnamú, pero con muy pocacomplejidad en cuanto a sus asociaciones y prepara-ción de los cuerpos; y grandes tumbas de cámara ri-camente ornamentadas y con múltiples asociaciones.Este gran número de asociaciones ha permitido re-construir en detalle el repertorio cerámico MochicaTardío.

El repertorio de formas y estilos cerámicos en elperíodo Mochica Tardío es mucho más complejo yrico que su contraparte del período Medio. Esto esespecialmente cierto en cuanto a la cerámica fina,que presenta una enorme variabilidad de formas ydiseños. Una fuente de esta diversidad es ciertamen-te la influencia de estilos cerámicos foráneos (Figu-ra T3) encontrados prominentemente en los entie-rros más complejos de San José de Moro (Castillo y

Figura 19. Tumba M-U41 Mochica Tardío. Nichosureste, contenía una botella estilo Nievería. San José

de Moro.

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Donnan 1994). Piezas con decoración polícroma odiseños en relieve imitando estilos de la costa cen-tral (Castillo y Donnan 1994: 3.33) y piezas con di-seños típicamente sureños, tales como jarrasmamiformes, o botellas carenadas (angulares en elecuador) (McClelland 1990: figs. 14 y 15) son muyfrecuentes en estos contextos (Figuras T4 a T7). Elalto grado de innovaciones durante el períodoMochica Tardío hace imposible una descripción de-tallada de todas las nuevas formas y decoracionessea, por lo que aquí se incluyen descripciones sólode los tipos más comunes asociados con este perío-do.

Botellas pintadas con diseños en línea fina sonel sello de la cerámica Mochica Tardía. Pintura enlínea fina, que ocasionalmente aparece en jarras (Fi-gura T8) o decorando piezas tridimensionales (Figu-ra T9), se encuentra más frecuentemente en botellasde asa estribo. Estas piezas tienden a ser muyestandarizadas en sus formas y decoraciones (FiguraT10). El asa estibo está compuesta siempre de unpico ligeramente cónico, y el estribo esta formadocomo un triángulo invertido (McClelland 1990: fig.6). Los cuerpos de estas piezas son tanto esféricoscomo carenados (Figura T11). Existen algunos ejem-plos de piezas cuyos cuerpos tienen formas ojivales(Ubbelohde-Doering 1983: Abb. 49). La pintura de

Figura 20. Botella de doble pico y puente. MochicaTardío. Personajes míticos. San José de Moro. Colec-

ción Oscar Rodríguez Razetto.

Figura 21. Botella asa estribo. Mochica Tardío. Perso-najes míticos. San José de Moro. Colección Oscar

Rodríguez Razetto.

Figura 22. Cántaro Mochica Tardío. Diseños florales.San José de Moro. Colección Oscar Rodríguez Razetto.

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línea fina asociada con el período Mochica Tardío,especialmente en especímenes del valle delJequetepeque, representa la culminación del estilopictórico Mochica (Figura T12). Piezas finas en esteperíodo también incluyen representacionestridimensionales de animales, así como de seres na-turales (Figura T13) y sobrenaturales (Figura T14).Piezas tridimensionales son raras en San José de Morodurante el período Mochica Tardío.

La cerámica de calidad media durante el perío-do Mochica Tardío comparte muchos rasgos con susantecedentes del período Mochica Medio. Las jarrasde cuello efigie continúan siendo producidas, aúncuando en esta fase carecen de detalles pictóricos.Las caras moldeadas en los cuellos son generalmen-te simples, al punto que muchas veces los rasgos sonindistinguibles (Figura T15). Un tipo común de jarrade cuello efigie presenta un asa formada por un pe-queño brazo saliendo del hombro de la pieza hastatocar el rostro (Figura T16). Esta peculiar forma dejarra de cuello efigie ha sido algunas veces errónea-mente identificada como Gallinazo por sus crudosrasgos (Shimada y Maguiña 1994: Fig. 1.17). El ejem-plo más común de jarra de cuello efigie son piezasdel tipo Nuevo Rey (Ubbelohde-Doering 1967: Fig.

59; Castillo y Donnan 1994: fig. 3.7), donde apareceun individuo con patillas prominentes, ojosalmendrados, bigotes a ambos lados de la boca,orejeras circulares grandes, y una banda o corona enla frente.

El número de jarras con cuello efigie disminuyedurante el Mochica Tardío, y es reemplazado por ja-rras con cuellos cortos y constrictos, que algunasveces están decorados con círculos impresos y bul-tos que forman una cruda cara (Ubbelohde-Doering1983: Abb. 50-8). Otra forma común en MochicaTardío es una pequeña jarra hecha a molde, con cue-llo recto evertido, cuerpo ligeramente angular en elecuador, y base plana. Estas jarras simples están al-gunas veces finamente pulidas y pintadas en rojooscuro, guinda, naranja y crema (Figura T17). Algu-nas fueron cocidas en atmósferas reductoras, adqui-riendo un color que fluctúa entre el gris y el negrooscuro. Las jarras simples están decoradas algunasveces con bandas de diseños en relieve en la partesuperior de sus cámaras (Figura T18). El diseño máscomún consiste en una serie de patos guerreros (Fi-gura T19). Finalmente, algunas botellas de asa estri-bo encontradas en tumbas de cámara en San José deMoro también pueden ser consideradas cerámica decalidad media ya que están hechas a molde sin ma-yor tratamiento de sus superficies, muchas veces nisiquiera un simple pulido, y sin decoración pictórica(Figura T20).

Los ceramios simples y las formas domésticasdurante el período Mochica Tardío son muy seme-jantes a los descritos para Mochica Medio (Castilloy Donnan 1994: fig 3.8 a 3.10). Las ollas son seme-jantes en forma, y presentan una gran variedad debordes, desde rectos y cortos, hasta curvos y evertidos(Figura T21). La decoración de ollas también inclu-ye bandas de protuberancias en la parte alta del cuer-po. La decoración más común en ollas durante estafase son líneas burdas y gruesas alrededor del cuellode la vasija, algunas veces extendiéndose hacia elcentro de la vasija en volutas. En algunos casos ca-ras muy simplificadas fueron modeladas en el cuellode la olla (por ejemplo Ubbelohde-Doering 1983:Abb. 50-5) mediante dos círculos impresos peque-ños y una nariz en relieve. La forma más común deollas, y la que más frecuentemente se encuentra ensuperficie en sitios domésticos Mochica Tardío, sonollas de cuello plataforma (Castillo y Donnan 1994:Fig. 3.9).

Finalmente, las formas de cerámica simple másfrecuentes son crisoles similares a los asociados conentierros Mochica Medio. En San José de Moro, los

Figura 23. Botella asa estribo Mochica Tardío. Temadel entierro. San José de Moro.

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Figura 24. Pieza escultórica Mochica Tardío. Individuo ricamente ataviado, con bigotes y grandes orejeras. Tumba M-U30. San José de Moro.

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crisoles fueron encontrados en algunas de las tum-bas de bota y en todas las tumbas de cámara (FiguraT22), donde sus números muchas veces excedieronlas mil quinientas piezas por tumba. En algunos ca-sos crisoles fueron hechos a molde y decorados en elcuello con un murciélago o felino (Figura T23). Lafunción de estos extraños objetos aún se desconoce,pero resulta sintomático que no hayan aparecido encontextos domésticos. Aparentemente se fabricabanespecialmente para los entierros y, a juzgar por laligereza de sus cocción, poco antes del evento.

La caracterización cronológica de la ocupaciónMochica del valle del Jequetepeque no es de ningu-na manera definitiva. Aún existen grandes períodosde tiempo que no están bien documentados, espe-cialmente los tránsitos entre los períodos Tempranoy Medio, y este último y el período Tardío.

Conclusiones

Hasta mediados de la década de los ochenta elconsenso entre los arqueólogos andinistas era que losMochicas habían constituido una sola cultura. Estoimplicaba tácitamente que los Mochicas habían con-formado además un estado unificado único evolu-

cionando en la costa norte a través de una secuenciacronológica de más de 700 años configurada porLarco en cinco fases. Esta noción y los datos que lasustentaban fueron por muchos años congruentes conlos trabajos arqueológicos que se realizaban en lacosta norte, y con los materiales existentes en colec-ciones privadas y publicas, ya que, como se explicóen la primera parte de este trabajo, ambos se concen-traron en la región Mochica-Sur. No fue sino hasta eldescubrimiento y excavación de importantes eviden-cias de la presencia Mochica al norte de la pampa dePaiján que la uniformidad monolítica del fenómenoMochica comenzó a desmoronarse. El caso mejor do-cumentado a la fecha para el Mochica Norte es eldesarrollo en el valle de Jequetepeque. La recons-trucción de la secuencia cerámica en este valle, y sudiferenciación de la secuencia Mochica-Sur ha sidotratada en la segunda parte de este trabajo.

Es importante recalcar que la secuencia cerámi-ca presentada aquí es, para todo efecto, sólo regio-nal. El derrotero de los estilos cerámicos en elJequetepeque no es necesariamente el mismo que enotros valles, y es ciertamente diferente a lo que acon-teció al sur de la Pampa de Paiján. No debemos caeren la tentación de pensar que la secuencia propuesta

Figura 25. Piezas escultóricas Mochica Tardío. Iguana Antropomorfizada, Aia Paec tocando tambor, individuoesquelético. Tumba M-U30. San José de Moro.

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describe la evolución de la cerámica Mochica en losvalles de Zaña, Lambayeque y Piura hasta que no sehagan estudios comparables. Si bien las evidenciasde la presencia Mochica encontrada en estos valleshan presentado muchas semejanzas con la que en-contramos en Jequetepeque, al punto que podemosasumir que todos estos valles formaban parte de unamisma subregión, también presenta importantes di-ferencias y particularidades. Por ejemplo, enJequetepeque no existen para el período MochicaTardío sitios de la magnitud de Pampa Grande enLambayeque. A su vez la concentración de entierroscon cerámica fina Mochica Tardío encontrada en SanJosé de Moro no ha aparecido en ninguna otra re-gión, y hasta este momento, en ningún otro sitio. Esposible que estos dos sitios correspondan a dos uni-dades políticas diferentes, o quizá ambos sitios tu-vieron diferentes funciones bajo un mismo sistemapolítico. Estas incógnitas deberán ser resueltas a tra-vés de programas sistemáticos de investigación ar-queológica.

Notas

1 Las fases anteriores, denominadas Mochica clási-co (un término que aún ahora los huaqueros siguen usan-do para referirse a cerámica Mochica de las fases I y II)habrían sido reportadas por huaqueros proviniendo dePurpur, pero ninguna evidencia de estos estilos apareceen las excavaciones. La fase final, o Mochica V, tampocoaparece en sus colecciones, por lo que la conquista y con-trol Mochica del valle de Virú parecería circunscribirse alas fases III y IV de la cronología de Larco.

2 Para determinar a que cultura o período correspon-de un sitio arqueológico, lo que los arqueólogos llama-mos ‘fechar un sitio’, usamos básicamente los fragmen-tos de cerámica que encontramos en su superficie. En si-tios arqueológicos encontramos frecuentemente fragmen-tos de ollas, cántaros y otros artefactos domésticos y oca-sionalmente fragmentos de cerámica fina. Lamentable-mente la cerámica fina refleja mejor los cambios en eltiempo, de ahí que la importancia de establecer que for-mas domésticas son contemporáneas con las formas fi-nas.

3 La muestra de botellas provenientes del valle dePiura es mucho más extensa que la muestra de botellasMochica Temprano de Jequetepeque, por lo que no nosdebe sorprender que la primera incluya algunas formasque no han sido reportadas en la segunda. Estas incluyen,por ejemplo, ciertas figuras míticas, así como individuossentados ataviados con grandes tocados (ver, por ejem-plo, Lapiner 1976: Figuras 256-258; Lumbreras 1987).

4 Entre éstos, y claramente reflejando la casi totali-dad del fenómeno cerámico Mochica Medio, destaca latumba E-I (Ubbelohde-Doering 1983:52-92).

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