misionero adultos 25/08/2012

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E l relato misionero de hoy celebra la historia de la Iglesia Adventista en un país llamado Zambia. [Ubique a Zambia en un mapa]. Cuando W. H. Anderson, su esposa y varias otras personas llegaron a Zambia, no arribaron en avión o en automóvil. Por el contrario, viajaron hasta allí en un carro arrastrado por una yunta de resistentes bueyes. Después de días de andar en el carro a los saltos por los escabrosos caminos llenos de baches y polvo, los viajeros finalmente llegaron a la tierra que el jefe local había dado a la Iglesia Adventista con el fin de que creara allí una escuela para los niños de la zona. Mientras la señora Anderson preparaba la cena en una fogata, el señor Anderson caminó por la propiedad en busca de un lugar donde construir la nueva escuela. ¡Había tanto para hacer! Tenía que aprender la lengua local, para comunicarse con los lugareños. También tenía que encontrar ayudantes para cortar árboles y aserrarlos hasta formar las tablas con las cuales construir la escuela. Además, quería aprender qué métodos usaba la gente del lugar para practicar la agricultura, de manera que él también pudiera comenzar una granja escolar. Si trabajo mucho pensó , creo que podré abrir la escuela en un par de años. ZAMBIA | 25 de Agosto W. H. Anderson Surgió de la nada Sin embargo, ese mismo día, un muchacho llegó hasta donde se encontraba Anderson y le dijo, mientras uno de los ayudantes de Anderson oficiaba de intérprete: —He venido a estudiar en su escuela. —¡¿Escuela?! –exclamó Anderson–. Aún no tene- mos ninguna escuela. —Pero ¿no es usted un maestro? –preguntó el mu- chacho, y Anderson asintió con la cabeza—. Enton- ces, enséñeme. El muchacho no dejó por un momento a Ander- son, y aun lo siguió al carro de bueyes donde la se- ñora Anderson ya tenía la cena lista. –Este muchacho quiere ir a la escuela –le explicó Anderson a su esposa–. No quiere regresar a su ca- sa. Una nueva escuela —¿Envió Jesús alguna vez a las personas a su casa? —preguntó la señora Anderson. Su esposo comprendió. Este muchacho quería es- tudiar, si bien Anderson no tenía libros, ni escuela, y ni siquiera conocía la lengua local. Todo lo que tenía eran unas pocas pizarras y unos lápices. Al día siguiente, llegaron otros cuatro muchachos para estudiar. ¡Y así, de la noche a la mañana, la es- cuela comenzó a funcionar! Anderson puso a trabajar a los muchachos: les pi- dió que labraran la tierra, para preparar una huerta y alisar el terreno a fin de construir la escuela. Después de trabajar todo el día, los muchachos y el maestro se sentaron alrededor de una fogata, para es-tudiar. Gracias a ellos, Anderson aprendió el tonga palabra por palabra. Escribía cada palabra según los sonidos 18 L a escuela que surgió de la nada L a escuela que surgió de la nada MISIÓN ADVENTISTA - DIVISIÓN SUDAFRICANA Y DEL OCÉANO ÍNDICO Material adaptado y facilitado por RECURSOS ESCUELA SABÁTICA ©

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E l relato misionero de hoy celebra la historia de la Iglesia Adventista en un país llamado Zambia. [Ubique a Zambia en un mapa].

Cuando W. H. Anderson, su esposa y varias otras personas llegaron a Zambia, no arribaron en avión o en automóvil. Por el contrario, viajaron hasta allí en un carro arrastrado por una yunta de resistentes bueyes.

Después de días de andar en el carro a los saltos por los escabrosos caminos llenos de baches y polvo, los viajeros finalmente llegaron a la tierra que el jefe local había dado a la Iglesia Adventista con el fin de que creara allí una escuela para los niños de la zona.

Mientras la señora Anderson preparaba la cena en una fogata, el señor Anderson caminó por la propiedad en busca de un lugar donde construir la nueva escuela. ¡Había tanto para hacer! Tenía que aprender la lengua local, para comunicarse con los lugareños. También tenía que encontrar ayudantes para cortar árboles y aserrarlos hasta formar las tablas con las cuales construir la escuela. Además, quería aprender qué métodos usaba la gente del lugar para practicar la agricultura, de manera que él también pudiera comenzar una granja escolar. Si trabajo mucho –pensó–, creo que podré abrir la escuela en un par de años.

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W. H. Anderson

Surgió de la nadaSin embargo, ese mismo día, un muchacho llegó

hasta donde se encontraba Anderson y le dijo,mientras uno de los ayudantes de Anderson oficiabade intérprete: —He venido a estudiar en su escuela.

—¡¿Escuela?! –exclamó Anderson–. Aún no tene-mos ninguna escuela.

—Pero ¿no es usted un maestro? –preguntó el mu-chacho, y Anderson asintió con la cabeza—. Enton-ces, enséñeme.

El muchacho no dejó por un momento a Ander-son, y aun lo siguió al carro de bueyes donde la se-ñora Anderson ya tenía la cena lista.

–Este muchacho quiere ir a la escuela –le explicó Anderson a su esposa–. No quiere regresar a su ca-sa.

Una nueva escuela—¿Envió Jesús alguna vez a las personas a su casa?

—preguntó la señora Anderson.Su esposo comprendió. Este muchacho quería es-

tudiar, si bien Anderson no tenía libros, ni escuela, yni siquiera conocía la lengua local. Todo lo que teníaeran unas pocas pizarras y unos lápices.

Al día siguiente, llegaron otros cuatro muchachospara estudiar. ¡Y así, de la noche a la mañana, la es-cuela comenzó a funcionar!

Anderson puso a trabajar a los muchachos: les pi-dió que labraran la tierra, para preparar una huerta yalisar el terreno a fin de construir la escuela. Despuésde trabajar todo el día, los muchachos y el maestrose sentaron alrededor de una fogata, para es-tudiar. Gracias a ellos, Anderson aprendió el tonga palabra por palabra. Escribía cada palabra según los sonidos

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La escuela que

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que les enseñaban los muchachos. Entonces, copiaba las palabras en el pizarrón, y les pedía a los muchachos que las escribieran y pronuncia-ran.

Pronto Anderson pudo redactar un relato simple de la Biblia, para contárselo a sus estudiantes, y ellos a su vez comenzaron a leer algunas palabras en su propio idioma.

Llegaron más muchachos, y la escuela comenzó a crecer. Un mes después, la escuela ya contaba con más de cuarenta jóvenes. Las niñas también comenzaron a venir.

En menos de un año, Anderson había escrito y publicado el primer libro de lectura en tonga. Contenía varias historias de la Biblia que iban desde la creación hasta el diluvio. Cuando los niños recibieron los primeros libros en su len-gua nativa, los leyeron tantas veces que antes de que se publicara el segundo ya se lo sabían de memoria. ¡Cómo les gustaba leer!

Mientras seguían estudiando, los alumnos si-guieron trabajando en los edificios y en la granja. Sembraron maíz y verduras, y ayudaron a cons-truir la primera residencia, que tenía paredes de barro, piso de tierra y techo de paja. Construye-ron un salón comedor, un salón de clases y una iglesia. Con la madera de las cajas de empacar

que había guardado, Anderson construyó una mesa que amplió la extensión del edificio. De noche,los muchachos dormían en el piso.

Espacio insuficienteNo obstante, esta residencia no era suficiente

para todos los estudiantes. Un sábado, después del culto de adoración, el director encontró que cerca de su casa lo esperaban cinco muchachos. El sabía que querían estudiar, pero ya no había lugar para ellos. Sin embargo, cuando se enteró de que habían caminado casi 250 kilómetros para asistir a la nueva escuela, miró hacia todos lados, desconcertado.

–¿Qué vamos a hacer? –le preguntó Ander -son a Detja, su maestro africano–.

Los estudiantes ocupan todo el piso donde duermen. Ya viene la estación de las lluvias, y no tenemos paja para cubrir un techo. ¡No po-demos aceptar más estudiantes!

–Maestro –dijo Detja después de pensar unos segundos–. El piso está lleno de muchachos, pero nadie duerme sobre la mesa.

Y así, durante cinco meses, la mesa sirvió pa-ra comer, estudiar y dormir.

Un milagro de DiosLos niños aprendieron con rapidez, y los re-

latos del amor de Dios los llenaron de gozo y transformaron sus corazones. David Livingsto-ne, el famoso misionero en el África, dijo en cierta ocasión que si los corazones de los tongas eran transformados alguna vez, sería un milagro de gracia. Pero así sucedió. Los niños tongas fueron transformados por completo cuando aprendieron de Jesús en esa pequeña escuela de barro y techo de paja que ayudaron a construir.

Esos niños tan entusiastas fueron los prime-ros estudiantes de la Escuela Misionera Rusan-gu, que aún hoy sigue enseñando a los niños sobre el amor de Dios.

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C á p s u l a i n f o r m a t i v a La Escuela Adventista Rusangu todavía exis-

te, y sus maestros siguen enseñando a los niños sobre Jesús. El edificio original de barro y techo de paja ha sido reemplazado por uno de cemento con techo de metal.

En el mismo terreno se encuentra una gran escuela secundaria con internado y la Universidad Adventista Rusangu, que re-cibió parte de la ofrenda del decimotercer sábado hace tres años, para ayudar a cons-truir una biblioteca. Gracias por ayudar a que los niños de África puedan crecer en Cristo.